La Vitalidad del Marxismo-Leninismo*
Rodney Arismendi
Pero, si no es
posible asimilar la "dinámica relativista" a la dialéctica, sin incurrir en
el pecado de remiendo
filosófico más conocido por eclecticismo, menos aún se puede parlotear sobre el
"congelamiento" del marxismo-leninismo, leiv-motiv hayista que
adquiere a menudo el tono de un grosero desborde verbal.
"El error de los marxistas
ortodoxos y fanatizados radica en su afán
de introducir el marxismo en un frigorífico marca Dictador y conservarlo ahí, por congelamiento, contra todo riesgo de cambio. Tal procedimiento puede utilizarse con la carne muerta de una res por necesidad alimenticia o por devoción o idolatría tratándose
de un cadáver prócer y reverenciado...
Pero no con una doctrina"
("Sobre la Teoría Funcional del
Capitalismo" —Haya de la Torre—).
Dejemos a un lado
la alusión insolente destinada a la sonrisa benévola de los barones extranjeros de las
"corporations" a fin de hacer olvidar pasadas piruetas. Descarnemos
el aspecto puramente teórico de la apreciación.
¿Ha sufrido el
marxismo un proceso de sistematización dogmática, de congelamiento o petrificación
que exija un proceso superador? La historia no plantea enigmas que no pueda resolver. Frente a las
limitaciones de un Hegel promueve
la doctrina de un Marx. La respuesta histórica
a Marx ¿es Haya de la Torre?
Frustremos la
natural sonrisa que sube a los labios y descabecemos la idea alegre e impertinente de que la
historia se ha permitido un súbito ataque de mal gusto. Admitamos como seria la pretensión del Jefe aprista. ¿Cuál fue
la limitación histórica de Hegel y cuál fue
el alcance de su superación por
Marx?
"El sistema
de Hegel —dice Engels— fue un aborto gigantesco; pero el
último de su género. En
efecto: seguía adoleciendo de una contradicción
íntima incurable; pues, mientras de una parte arrancaba como supuesto esencial de la concepción histórica
según la cual la historia humana es un
proceso de desarrollo que no puede, por su naturaleza, encontrar remate
intelectual en el descubrimiento de eso
que llaman verdades absolutas, de la
otra, se nos presenta precisamente,
como suma y compendio de una de esas
verdades absolutas. Un sistema universal y cerrado definitivamente plasmado, en que se pretende cifrar la ciencia de la naturaleza y de la historia, es incompatible con las leyes fundamentales
de la dialéctica; lo cual no excluye sino que lejos de ello, implica que el conocimiento sistemático del
mundo exterior en su totalidad puede
progresar gigantescamente de generación en generación". (Soc. Utópico y Soc. Científico, Engels). El chapaleo del líder aprista en los rasgos formales de la dialéctica que encubre su
verdadero pensamiento modelado por las más dudosas afluencias relativistas del
tipo de Spengler, le impide advertir
la imposibilidad de que el marxismo incurra en la misma contradicción. La dialéctica marxista ya no es como en Hegel, una imposición lógica a la realidad; es un método para revelar las leyes procesales de dicha realidad; es una herramienta de descubrimiento y
transformación de la naturaleza y de la historia,
eternamente enriquecida por el eterno movimiento de la dialéctica del ser. No en vano, Marx la definió como la ciencia de las leyes generales del movimiento tanto de la naturaleza y de la
sociedad como del pensamiento humano.
Su piedra angular
es la tesis —polémicamente tan difundida por Lenin—
de que la verdad es siempre concreta. Este enfoque dialéctico
de la verdad obliga a
un trabajo sobre los hechos, a la investigación de las condiciones particulares de cada proceso, al
descubrimiento de sus leyes interiores, de las tendencias de su desarrollo. El método dialéctico permite formarse
así, una imagen ajustada y profunda de la
realidad, prever por el conocimiento
de las tendencias fundamentales de
la evolución, el giro posterior de los acontecimientos, advertir en el
interior azaroso del presente los desnudos contornos del futuro y contribuir a su alumbramiento. Estamos, pues, tan lejos de un empirismo estrecho, como de la pretensión subjetivista de modelar al mundo en sus conceptos y hacerlos a su imagen y semejanza. "Para ser un buen dialéctico —subrayaba un notable expositor soviético— hace falta unir el conocimiento de las leyes generales
de la evolución al análisis concreto de la realidad". ("El método dialéctico-materialista", M. Rosental).
Ciencia de las
leyes generales del movimiento, tanto
del mundo exterior como del
pensamiento humano, no erige un parapeto en
cada resultado contra las nuevas y hostigantes proposiciones de la realidad.
Por el contrario; les abre paso partiendo de esos mismos resultados. Es que la
expresión dialéctica —desde Marx y
Engels— si bien denomina un método de
razonamiento expresa primordialmente
el modo de existir de toda realidad.
La eficiencia metodológica reside, precisamente,
en su capacidad de revelar la dialéctica del ser y contribuir a
realizarla, realizando al tiempo la propia existencia humana.
Aquí reside su
plasticidad real, inseparable de su rigorismo científico. Sobre este rasgo se construye la
médula del método dialéctico, la "actividad práctico-crítica"",
reclamada por Marx en su más debatida Tesis sobre Feuerbach y que encierra el acierto
en la explicación del mundo, a condición de que sea simultánea con su transformación,
es decir, que la teoría se edifique en contradictoria unidad con la
práctica. No en balde
ha podido afirmar Lenin, mil y una vez, que el marxismo no es un dogma sino un
guía para la acción.
Este carácter vivo
y creador —severamente científico— de la dialéctica materialista, permite la existencia de
una ciencia social, de una sociología
elevada a la condición científica. No porque
a la manera positivista se autoasigne este carácter, sino porque su enfoque de la realidad le permite actuar con el mismo austero e insobornable
rigor que es procedimiento y virtud de las
ciencias naturales.
En la memoria de
todos está el parangón que hiciera Engels ante la tumba de su entrañable amigo, entre la
concepción materialista de la historia y los descubrimientos de Darwin en el campo de la biología. No había en sus
palabras —la emoción no conturbaba la
ecuanimidad del sabio— el prurito de
establecer un paralelismo de
estaturas entre dos gigantes contemporáneos. La similitud no residía en la dimensión de los hombres, sino en el alcance de sus descubrimientos.
Darwin cimentó la biología sobre fundamentos científicos al formular la ley de la evolución de las especies. Marx —como lo recordaría Lenin en su acoso a Mijailovski de "¿Quiénes son
los Amigos del Pueblo?"— coloca también la sociología sobre bases científicas al postular el concepto
de "formación económico-social" como conjunto de determinadas
relaciones de producción, "al establecer que el desarrollo de estas
formaciones constituye un proceso histórico-natural".
Al arribar a esta
hipótesis genial expuesta en páginas antológicas en su célebre Prefacio a la "Crítica de la
Economía Política", Marx abría la posibilidad de un estudio objetivo del proceso social, liberaba la
historia del caos, la sometía al ojo del investigador, permitía analizar el desenvolvimiento de
la sociedad humana más allá del capricho y las capacidades de los grandes y pequeños
hombres.
Hasta Marx, los
sociólogos o historiadores procedían como si la eglógica utopía roussoniana del
"Contrato Social" presidiese el derrotero histórico, como si los
hombres de manera consciente
acordaran un tipo determinado de relaciones
sociales. "Jamás ha sucedido —dice Lenin— ni sucede que los miembros de la sociedad se representen el conjunto de las relaciones sociales en que viven como algo determinado, integral,
penetrado de uno u otro principio"... Cuando
Marx establece su hipótesis y luego la verifica
en ese inigualado monumento teórico que
es "El Capital", de que la existencia social precede y condiciona la conciencia —"única conclusión compatible con la psicología científica"
acota Lenin— la sociología deja de ser una elucubración para trocarse en una ciencia. Desde entonces, hay una medida objetiva para valorar los fenómenos sociales, para extraer el hilo del
acaecer histórico. En vez de enjuiciar un acontecimiento de modo "apriorístico", a la luz de tal recoveco cerebral de un expositor cualquiera,
se debe estudiarlo como un "proceso histórico natural", que se desenvuelve objetivamente,
más allá e independientemente de la
conciencia de los hombres. Desde luego, son los hombres los que hacen la historia, pero no la hacen a su capricho, sino dentro de un marco de determinadas
condiciones sociales materiales, dentro de una determinante histórica.
No es este, por lo demás, el aspecto en
discusión.
"El
materialismo ha proporcionado —escribe Lenin— un criterio
completamente objetivo, al destacar las relaciones de producción como estructura de la sociedad y
al permitir que se aplique
a estas relaciones el criterio científico general de la repetición cuya
aplicación a la sociología negaban los
subjetivistas. Mientras se limitaban
a las relaciones sociales ideológicas (es
decir, relaciones que antes de establecerse pasan por la conciencia de los hombres; es decir, se entiende que se trata de la conciencia de las "relaciones sociales" y de
ninguna otra) entre los hombres, no podían advertir el proceso de
repetición y regularidad de los fenómenos sociales
en los diversos países, y su ciencia se limitaba, en el mejor de los
casos, a recopilar materia prima. El
análisis de las relaciones sociales
materiales (es decir, relaciones que se establecen sin pasar por la conciencia de los hombres, al
intercambiar productos, los hombres contraen
relaciones de producción, aún sin tener
conciencia de que en ello reside una relación social de producción) permitió inmediatamente observar el proceso de repetición y normalidad, sintetizando los sistemas de los
diversos países en un solo concepto fundamental de "formación social" (subrayado nuestro.
"Quiénes son los Amigos del
Pueblo" - Lenin).
En una palabra, al arribar al concepto
de "formación social", el
materialismo histórico permitió la existencia de una sociología científica,
encontró una base objetiva para el estudio, comparación
y diferenciación de cada sociedad, para el examen de sus rasgos generales,
comunes a diversos países y de sus características peculiares, inconfundibles; es decir, verificó la aplicación en el campo de las relaciones humanas del
criterio de la repetición empleado en las ciencias naturales, y, al reducir toda la superestructura
social e ideológica a las relaciones de producción, consideradas como su base real y medidas por el desarrollo
alcanzado por las fuerzas productivas, otorgó un fundamento efectivo
para enfocar el desenvolvimiento de cada
formación social como "un proceso histórico natural".
Estamos pues,
siempre con la buena ayuda de Lenin, otra vez en el punto de partida: el
estudio marxista de la
realidad social excluye toda posibilidad dogmática, todo endurecimiento escolástico, toda
"congelación".
¿Reclama,
entonces, el materialismo dialéctico, y su aplicación social, el materialismo
histórico, una
revisión, para poder abarcar y comprender
lo que acontece en el continente sudamericano?
¿O es el único
método y la sola teoría en condiciones de iluminar la cara de América y otorgar una idea
exacta del instante histórico en que vive, facilitando al mismo tiempo, los elementos para su
transformación?
Las consideraciones
anteriores obvian la respuesta
pormenorizada. El marxismo-leninismo —único
marxismo de nuestro tiempo— es el único método capaz de permitirnos el
airoso desempeño de la tarea. Y así es porque no pretende imponer dogmáticamente conclusiones, sino extraerlas del estudio de las relaciones de producción existentes y del grado de desarrollo de
las fuerzas productivas (3) condicionantes de una
etapa del desarrollo social y, por lo tanto, de un determinado alineamiento de clases. Sobre este fundamento real, se verifica la preeminencia
del atraso feudal en América, soldado al dominio imperialista, que asfixia su existencia económica, traba el desarrollo capitalista y mantiene a las masas en condiciones sociales y culturales lamentables. Establecido el cuadro real y la línea del
desarrollo, se advierte en función de
los mismos, qué clases —y por ende
qué Partidos y qué hombres— son
susceptibles de acampar en las filas del
atraso y la opresión nacional y cuales acompañarán al proletariado y hasta qué trecho, en la gran faena histórica de alumbrar el porvenir.
¿Es ésta una apreciación dogmática,
fruto marchito de "un marxismo
congelado", conservado en una cámara fría tal. como lo incubara Marx, "inmóvil en su ángulo de observación europeo", en su "Espacio-tiempo
histórico", distinto del
americano? ¿O es, por el contrario, un
examen científico, vivo, multilateral, de la realidad americana?
Un raciocinio
elemental permite afirmar lo segundo. Y a la inversa, resulta arbitrario, amañado pergeño de un
elucubrador abstracto y ambicioso, el andamiaje
levantado por el señor Haya de la Torre para justificar su predestinado papel
de salvador de Indo-América.
El marxismo no
aparece, pues, en ningún instante como un "sistema universal y cerrado".
No puede serlo.
En la experiencia
aleccionadora y múltiple de nuestro tiempo hemos asistido a una brillante demostración
práctica de que la fidelidad a su espíritu sólo puede tener un carácter creador. Lenin y Stalin
—las dos cúspides del pensamiento marxista del siglo— han continuado y enriquecido en las nuevas condiciones históricas (no negado o superado)
la obra de Marx-Engels. El mismo Stalin, nos define el leninismo —es decir lo nuevo que Lenin
agregara a la doctrina de Marx y Engels— como el "marxismo de la época del imperialismo y
de la revolución proletaria". Lenin, marxista, es decir, sostenedor de
la concepción del
mundo de Marx, incorpora al acervo común la experiencia generalizada de su época tanto en el campo
de la ciencia social como en la
verificación de los
nuevos descubrimientos físicos-naturales.
En su entrevista con los obreros
americanos del 9
de setiembre de
1927, Stalin puntualiza que si bien
Lenin no agregó ni suprimió ningún
principio al marxismo —sabido es que
fue el más consecuente adversario de
todos los revisionismos— lo aplicó de manera creadora, enriqueciéndolo en numerosos y fundamentales problemas. ¿Pero es que el propio Stalin no ha unido su
nombre al de los grandes maestros del
marxismo, por cumplir una labor similar?
No es accidental,
por lo tanto, sino lógico y natural que la segunda conclusión del libro que condensa la
ejecutoria del Partido Comunista (b) de la URSS —el más elevado monumento erigido al
marxismo— insista a la luz del trabajo de Lenin, en que la teoría
marxista-leninista "no puede considerarse como un conjunto de dogmas, como un
símbolo de fe, ni a los marxistas como eruditos pedantes y exégetas. La teoría marxista-leninista
es la ciencia del desarrollo de la sociedad, la ciencia del movimiento obrero, la ciencia de la
revolución proletaria, la ciencia de
la edificación de la sociedad comunista. Y, como
ciencia no está ni puede estar estancada, sino que se desarrolla y se perfecciona. Es evidente que en su
desarrollo, no puede por menos de
enriquecerse con la nueva experiencia, con los nuevos conocimientos y que algunas de sus tesis y
conclusiones no pueden por menos de cambiar
a lo largo del tiempo, no pueden por menos
de ser desplazadas por nuevas tesis y conclusiones
con arreglo a las nuevas condiciones
históricas". (Historia del P.C. (b) de la URSS. El subrayado es nuestro).
La vitalidad de un
pensamiento se verifica en las horas de bruscos virajes, contrastado violentamente por la
realidad. Un pensamiento estancado o una concepción dogmática estallan en pedazos como el
cristal sometido a una elevada temperatura. En la realidad de nuestro tiempo han probado los
marxistas-leninistas que se mantenían fieles al espíritu creador que es alma de la dialéctica. Puede decirse que en ningún
instante histórico la humanidad rindió mayor
homenaje a una concepción del mundo
que el ofrecido, prácticamente, en
esta guerra, por los pueblos, a la
filosofía de Marx.
En una
confrontación de hierro y sangre del pensamiento con la realidad, como ha sido
ésta, salen robustecidas
solamente las ideas verdaderas, las que se ajustan a una descripción correcta
de los hechos, las que traducen las fuerzas en germinación del proceso
social. Y aunque con presuntuosa malintención afirme Haya de la Torre que el
"devenir seguía su curso fuera de los itinerarios de la III Internacional", la historia reciente ha
demostrado que la única teoría victoriosa, que previo los acontecimientos —si bien en ciertos
momentos no pudo moldearlos por no haber encarnado en las masas— fue el marxismo-leninismo.
Pese a las preferencias del terror y a la elevada cuota del sacrificio, los únicos Partidos
que crecieron torrencialmente fueron
los Partidos Comunistas, sustentadores fieles
del marxismo-leninismo. Es que ello ha equivalido
a un veredicto histórico.
Y damos de barato
que el señor Haya de la Torre —pese a sus recientes furias antisoviéticas— reconozca el
sentido vivo del marxismo-leninismo, en la URSS, cimiento ideológico de la nueva humanidad,
factor primordial de la presente historia del mundo, excavador de corrientes inéditas de la energía creadora del hombre en la ciencia, en el arte, en la industria y en el alma
humanas, en "las montañas y los hombres" para emplear el bello
título de Ilin.
No obstante,
para satisfacer al audaz "superador" peruano, dediquemos
capítulo aparte a examinar su
respuesta al documento inapelable del
tiempo que corre.
________________
(3) “Si el estado
de las fuerzas productivas responde a la pregunta de con qué instrumentos de
producción crean los hombres los bienes materiales que les son necesarios, el
estado de las relaciones de producción responde ya a otra pregunta: ¿en poder
de quién están los medios de producción (la tierra, los bosques, las aguas, el
subsuelo, las materias primas, las herramientas y los edificios dedicados a la
producción, las vás y medios de comunicación, etc.), a disposición de quién se
hallan los medios de producción: a disposición de toda la sociedad, o a
disposición de determinados individuos, grupos o clases, que las emplean para
explotar a otros individuos, grupos o clases?”. (Stalin “Sobre el Materialismo
Dialéctico y el Materialismo Histórico”).
*El presente escrito es un acápite del libro La filosofía del Marxismo y el señor Haya de la Torre, originalmente publicado en
1946. El apartado es una defensa del marxismo-leninismo frente a los ataques de
Haya, y presenta algún sello del tiempo en que fue escrito. En los años 60 Arismendi
tomó partido por el revisionismo contemporáneo, pero esto no invalida lo que
tiene de certero su defensa de la doctrina contra el mencionado demagogo
criollo. (Nota de la Redacción).
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