domingo, 1 de agosto de 2021

Filosofía

Contradicciones Imaginarias y Reales

E. V. Iliénkov

EL DOCTOR P. Medawar observa dos enfermedades en la cultura espiritual contemporánea: el ‘poetismo’ y el ‘cientifismo’ (del término latino ‘scientia’1). El ‘poetismo’, según su definición, es un estilo de pensamiento poético- ficticio que se entretiene en la ‘ornamentación del lenguaje’, o, hablando en plata, en la charlatanería grandilocuente.

El ‘cientifismo’, del que el profesor Medawar habla menos, es principalmente una ‘cientificidad’ deshumanizada, una ciencia conscientemente opuesta a todos los valores e ideales ‘poético-ficticios’ (y, en realidad, a todos los valores e ideales humanísticos). Se trata de esa misma ‘cientificidad’ con la que un famoso ‘científico’ exclamó alegremente a la hora de la tragedia de Hiroshima: ‘¡Qué maravilloso experimento científico!’

Cada una de estas dos enfermedades es una capacidad del sano intelecto humano unilateralmente hipostasiada y envilecida. Y el doctor Medawar tiene razón al considerar el ‘poetismo’ y el ‘cientifismo’ igualmente como productos muertos de la desintegración del pensamiento científico y poético ‘normal’.

Pero entonces aparece inmediatamente ante él la traicionera cuestión sobre este mismo estatus ‘normal’ de la ciencia y el arte. Y a renglón seguido, la no menos traicionera cuestión sobre las causas por cuyo vigor en algunas partes tiene lugar la degeneración de la ciencia en ‘cientifismo’ y de la poesía en ‘poetismo’. Y este aspecto de sus meditaciones no puede sino despertar el más vivo interés… y algunas objeciones.

El doctor Medawar expresa de forma totalmente justa su insatisfacción con esa representación del conocimiento científico que ya desde hace siglos es predicada por el así llamado ‘inductivismo’, una teoría del conocimiento unilateral y empírica que se encuentra especial y firmemente enraizada en suelo inglés. Según esta concepción, la ciencia comienza desde la asimilación de hechos aislados, tras lo cual el investigador halla en estos hechos algo común, separa lo ‘común esencial’, lo fija mediante un término (concepto) y finalmente construye a partir de dichos términos un sistema lógicamente no contradictorio, una teoría, una ciencia.

El desarrollo de la ciencia real ha demostrado claramente que esta representación es de principio a fin un mito ingenuo, que la cosa no es ni de lejos tan simple, y la filosofía clásica hace tiempo disipó las ilusiones del ‘inductivismo’ tras demostrar el rol activo que la imaginación juega en la propia ‘contemplación’ de hechos y, especialmente, en el proceso de su selección y procesamiento. La verdad se ‘toma’ al principio como la imagen de un todo concreto. Dentro de los límites de esta imagen, la razón analítica divide el todo en partes separadas para después reunirlas de nuevo en un único concepto, en una teoría. La imagen poética (arte) es una idea formada mediante la fuerza de la imaginación, y el concepto (ciencia) es la misma idea, desplegada por la actividad del pensamiento.

Todos estos argumentos aparecen ya en Kant y Fichte, y Schelling y especialmente Hegel los transforman en una concepción completa del desarrollo del conocimiento. Por supuesto, dicha concepción, con toda su tensa dialéctica, se acerca mucho más a la verdad que los mitos infantiles del ‘inductivismo’ inglés.

Como vemos, semejante comprensión no es en absoluto un ‘descubrimiento contemporáneo’ que, además, ‘no pertenezca a nadie’. Es necesario recalcar esto no solo en virtud del restablecimiento de la prioridad del autor. Mucho más importante es que el citado descubrimiento ya en el segundo cuarto del siglo pasado fue sometido a una transformación crítica muy fundamental, y se introduce en la estructura de la filosofía científica actual con ajustes muy severos, los cuales el doctor Medawar por alguna razón no menciona.

Ante todo, estos ajustes aluden a la comprensión de las ideas como un estímulo creativo inicial. No es correcto que la ciencia ‘empiece a partir de una idea figurada’. Si para el propio científico la idea es el punto de partida de su trabajo, entonces, desde un punto de vista superior (y la filosofía científica obliga a asumir este punto de vista), es oportuna la pregunta: ‘¿Y de dónde vienen las mismas ideas? ¿Qué son las ideas?’

Simplemente decir que son los productos de la ‘capacidad creativa’, de la ‘energía creadora’, de la ‘construcción de la imaginación’, etc. (y es que el doctor Medawar no nos transmite más acerca de ellas), significa precisamente deshacerse del problema más difícil con un sermón. Y lo que necesitamos es una respuesta exacta.

Dicha respuesta nos la ha dado la filosofía científica. Y nos la ha dado precisamente en el transcurso de la crítica al ‘descubrimiento’ (hegeliano) esbozado más arriba. Marx y Engels explicaron la aparición de las propias ideas, es decir, de los planos y ‘prescripciones’ en cuyo cauce siempre se desarrolla la investigación científica y nacen las imágenes y los conceptos aislados que concretizan estas ideas.

Las necesidades reales que maduran dentro del organismo social siempre se expresan en forma de ideas. No son estas las necesidades del individuo, sino de grupos enteros, de masas de estos individuos. Son ellos precisamente los que ‘se expresan a si mismos’ en la conciencia humana (también en la conciencia de los científicos) bajo la forma de ideas. Esas mismas ideas, que a menudo los propios científicos son propensos a tomar por el punto inicial de todo el proceso de conocimiento, por productos del ‘libre juego de la mente’.

Sin embargo, el marxismo va más a fondo en la búsqueda de las raíces y los orígenes del movimiento del conocimiento. La necesidad, como prototipo de ideas, siempre interviene en forma de tirante contradicción. Contradicciones entre personas, entre clases de personas, entre los medios de su actividad, entre los métodos de transformación de la naturaleza, entre las formas de tecnología, etcétera. Y, al fin y al cabo, entre percepciones, teorías, conceptos. Atenazada en contradicciones, la mente del ser humano busca una salida. Una idea es una posible salida ‘inventada’, ‘percibida’ (es decir, localizada de momento solo en la conciencia) más allá de los límites de la situación contradictoria, más allá de las fronteras de la situación existente de las cosas y de los conceptos que las expresan. Esto es la dialéctica como lógica y como teoría del conocimiento.

Si se menosprecia la dialéctica, entonces queda únicamente un ‘metodología’ desnuda que vela exclusivamente por la corrección formal de las construcciones teóricas y que es completamente indiferente a ‘las motivaciones y las metas’ del trabajo de los científicos, es decir, a la estructura y el contenido de las ideas que (lo quieran o no) les gobiernan, dirigiéndoles como herramientas ciegas. Semejante ‘metodología’ representa precisamente la teoría del conocimiento del ‘cientifismo’ actual, esto es, del ‘espíritu de la ciencia’ sacrificado en la ‘formalina’ de las abstracciones y las fórmulas, esencialmente indiferente a las necesidades y los padecimientos reales de las personas vivas, así como al significado social de sus propios logros. Y entonces, ciertamente, la ciencia ‘científicamente’ castrada se convierte en el enemigo, en el competidor de cualquier poesía, la cual se mezcla ante sus ojos con una ‘verborrea anticientífica’ a causa de los utópicos ‘deseos, objetivos y esfuerzos’ de la humanidad. Para el ‘cientifismo’, la poesía se mezcla con el ‘poetismo’ y se desvanece cualquier posibilidad de distinguir la una del otro…

El doctor Medawar se aparta clara e inequívocamente del ‘cientifismo’, pero el reconocimiento ‘autocrítico’ final acerca de que – dice – nosotros, los científicos, somos propensos a la cientificidad en virtud de nuestra constitución, dudosamente se lo aplica a si mismo. Mientras tanto, el síndrome del ‘cientifismo’ se aprecia definitivamente en algunas tesis de su artículo.

Esto se manifiesta especialmente allá donde habla sobre la principal diferencia entre la comprensión ‘científica’ y ‘artística’ de la verdad. Es cierto – aunque demasiado general – que la mayor virtud de la ciencia es su concordancia con la realidad, con ‘aquello que es en realidad’. Pero, ¿acaso con la poesía, con la auténtica gran poesía, no sucede exactamente lo mismo?

El asunto aquí, por lo visto, se halla en la estrecha comprensión de la ‘realidad’ de la que parte Peter Medawar. El hecho de que en este instante yo esté leyendo un periódico y no paseando sobre la superficie lunar no es todavía ni de lejos esa ‘realidad’ con la que tienen relación igualmente tanto la auténtica ciencia como la verdadera poesía. ¿Qué significa ‘una esfera más amplia que la realidad’? ¿Tras qué límites comienza? ¿Tras los límites del momento dado? La verdad en la ciencia no consiste en absoluto en el acuerdo entre la enunciación y el hecho empírico aislado. Si la ‘realidad’ se comprende más amplia y concretamente, en el sentido auténticamente científico, entonces liberar a la poesía de la obligación de tener en cuenta a dicha realidad no es menos arriesgado que obligar a la ciencia a la composición de utopías y mitos.

La auténtica imagen artística tampoco es un ‘mito’ (por mucho que se lo parezca, no solo al doctor Medawar, sino a muchos filósofos actuales), no es una simple proyección de deseos, esfuerzos y metas subjetivas en la pantalla de la realidad, sino precisamente una imagen de la realidad, alumbrada en aquellos rasgos suyos que son importantes desde el punto de vista de las contradicciones que han madurado dentro de la propia realidad y que esperan su resolución.

Frente a la Realidad (con mayúscula), las obligaciones de la ciencia y la poesía son exactamente iguales.

En este punto, la concepción del doctor Medawar nos resulta especialmente vulnerable, oscura y vaga. ¿Será porque la ‘poesía’ le parece más afín a la mitología (a cualquier mitología, incluida la anticientífica, la religiosa) que a la ciencia? ¿Será porque manifiesta una obvia indulgencia hacia el ‘poetismo’ en la poesía, en la literatura, considerándolo una ‘enfermedad insignificante’, como una simple gripe, dándose cuenta al mismo tiempo que para la ciencia esta enfermedad es mortal? A nosotros nos parece que el ‘poetismo’ en la poesía no es en absoluto una manifestación de los excesos de la fantasía, de la fuerza creadora de la imaginación, sino todo lo contrario, es el testimonio de su carencia, de su incapacidad de hacer frente a la tarea de la comprensión figurativa-poética de la realidad.

Y, por supuesto, es ingenuo ver la causa de ambas enfermedades – tanto del ‘poetismo’ como del ‘cientifismo’ – en la fatídica influencia de los poetas románticos y los filósofos   inductivistas.   Sus   raíces   yacen   mucho más profundamente: en la realidad social que nutre y cultiva estas mentalidades, en la forma de división del trabajo que por lo general transforma a las personas en competidores, contraponiendo clases a clases, profesiones a profesiones, capacidades a capacidades; en la forma burguesa de división del trabajo, y de ninguna forma en la ‘constitución’ innata de científicos y poetas.

Los problemas planteados por el doctor Medawar son tremendamente serios. Es especialmente importante aproximarse a ellos desde el punto de vista de la dialéctica materialista.

La ciencia y la poesía siempre han sido y siempre serán amigas dedicadas a la misma cosa en común. Solo concurren entre ellos el ‘poetismo’ y el ‘cientifismo’, semejantes a ellas solo exteriormente, solo formalmente.

El ‘poetismo’ es el contagio de la ciencia por un veneno mortal infiltrado desde el cementerio de la poesía, es la invasión no de un estilo de pensamiento poético, sino del estilo de la poesía mala y enferma que muere de ‘poetismo’ (no es en absoluto una ‘enfermedad insignificante’).

Y lo mismo pasa con el ‘cientifismo’. Poco hay que temer de la influencia de la ciencia y del espíritu de la cientificidad en la literatura. Pero la influencia de la cientificidad ‘científicamente’ degenerada, esto ya es otra cosa. Esta influencia la puede experimentar un poeta e incluso un pintor, y entonces ella empezará a producir ‘estructuras abstractas’ verbales o geométricas que no tienen más relación con la poesía que la ‘ornamentación del lenguaje’ con la ciencia.

Pero si estas monstruosas caricaturas de la ciencia y la poesía han conseguido en la cultura espiritual actual (y entre paréntesis diremos, para más exactitud, burguesa) una divulgación tan amplia que ya comienzan a confundirlas con sus prototipos, entonces es más importante aún diferenciar claramente las unas de los otros. Y solo se les puede diferenciar con la ayuda de la auténtica teoría contemporánea del desarrollo del conocimiento científico, la dialéctica. Con la ayuda de la teoría leniana del reflejo.

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(1) Aunque al lector le pueda resultar evidente, Iliénkov hace esta aclaración porque el término ruso para la palabra ‘ciencia’ (наука – naúka) no comparte origen latino con el nuestro.


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