jueves, 1 de octubre de 2020

Filosofía

 

La Errónea Teoría Sobre el “Desacuerdo” Entre el Aumento de las Abstracciones Científicas y el Carácter Concreto del Mundo Sensorial*

 

M. M. Rosental

TENEMOS, pues, que el movimiento del pensar desde las representaciones abstractas de la naturaleza hacia conceptos cada vez más concretos constituye una regularidad de la cognición. Vamos a examinar, ahora, el problema planteado al principio del presente capítulo: el de si existe –y se ahonda– un abismo entre el mundo dado directamente en nuestras percepciones, el mundo cotidiano de los fenómenos, y el mundo “abstracto” de la ciencia. En puridad, después de lo antedicho, la respuesta a tal pregunta resulta evidente: no puede haber ningún abismo entre esos dos mundos y es ya del todo gratuita la afirmación misma de que existen esos dos mundos. El mundo de la ciencia, de las fórmulas científicas no puede existir independientemente del mundo real. La ciencia, en el proceso de su desarrollo, refleja de manera cada vez más exacta la naturaleza objetiva; por esta razón, las teorías científicas han de fundirse con la esencia de la realidad misma, es decir, han de expresar la verdad objetiva.

        Ahora bien, ¿qué razones hay para afirmar que se da una escisión entre las abstracciones de la ciencia y el mundo concreto de la realidad? Cedamos la palabra a los renombrados científicos que sostienen dicho punto de vista. En varios de sus trabajos, W. Heisenberg intenta explicar la tendencia fundamental del desenvolvimiento histórico de la ciencia desde el punto de vista de la correlación entre lo que tiene de concreto y perceptible el mundo real y la abstracción profunda de la ciencia. Define la tendencia del desenvolvimiento de la ciencia del siguiente modo: “…los conceptos con que operaba la ciencia natural (en el proceso de su desarrollo histórico.- M.R.) se han hecho más abstractos y menos manifiestos”1.  Heisenberg ilustra su tesis aduciendo rico material. Contraponiendo la descripción real del movimiento de los cuerpos dada por Aristóteles a la ley de Galileo sobre la caída de los cuerpos como si se trata de dos procedimientos opuestos en el estudio de la naturaleza, el primero de los cuales se basa en la percepción sensorial y el segundo en la abstracción, Heisenberg muestra cómo, desde Galileo, cada nuevo paso en el avance de la ciencia ha ido separando del mundo inmediato la ciencia natural hasta llegar, en la física atómica contemporánea, a la separación total con respecto a mundo de los sentidos.

         Heisenberg subraya el inmenso progreso del saber científico que se desarrolla en forma de abstracciones. Ve acertadamente el carácter de la tendencia indicada en el hecho de que se van conociendo de manera cada vez más precisa y profunda la unidad del mundo, las leyes generales que rigen los fenómenos más diversos de la naturaleza. Entiende que los nuevos conceptos de la ciencia son fundamentales “porque engloban una variedad infinita de fenómenos diversos del mundo sensorial en un sistema único y bien concertado, haciéndolo, de este modo, accesible a la comprensión”2. Heisenberg repite insistentemente esta idea captando, en verdad, la quintaesencia de la dirección fundamental del desarrollo de los conocimientos humanos. Escribe que haciéndose “cada vez más abstracta, la ciencia natural adquiere, al mismo tiempo, nueva fuerza. Resulta que está en condiciones de poner de manifiesto los nexos internos existentes entre los fenómenos más diversos y reducirlos a una fuente común3.

        Las palabras subrayadas por nosotros expresan acertadamente cuál es el movimiento de la cognición, de lo abstracto a lo concreto, pues lo concreto constituye la unión “de los fenómenos más diversos”, de los aspectos más diversos de la naturaleza, compleja, en una “fuente común”, es la reproducción mental de esa fuente común de la imagen real del mundo.

        No obstante, aun comprendiendo acertadamente la esencia del proceso de cognición, Heisenberg infiere de dicho proceso una conclusión filosófica errónea. “En nuestro tiempo ha resultado –escribe– que semejante imagen (es decir, la imagen física del mundo creada por la ciencia moderna. – M. R.) al aumentar en exactitud se aleja cada vez más de la naturaleza viva. La ciencia no se ocupa ya del mundo de la experiencia inmediata, sino de las bases ocultas de dicho mundo descubiertas gracias a nuestros experimentos. Pero esto significa, al mismo tiempo, que el mundo objetivo se presenta, en cierta medida, como resultado de nuestras acciones activas y de la perfecta técnica de observación. Por consiguiente, también en este terreno nos encontramos frente a límites infranqueables para el conocimiento humano”4.

        En estas palabras están contenidas, en realidad, dos conclusiones filosóficas: 1) cuanto más abstractos se hacen los conceptos y fórmulas científicos tanto más se aleja el saber humano de la “naturaleza viva”; o sea, como dice Heisenberg, la unificación de la imagen del mundo basada en los datos proporcionados por la ciencia natural, se paga “renunciando a representar, mediante esta ciencia, los fenómenos de la naturaleza en su vitalidad inmediata”5; 2) cuanto más abstractos son los conceptos de la ciencia tanto más se borra la divisoria entre objeto y sujeto y la imagen científica del mundo se hace cada vez más subjetiva, más dependiente de nuestro modo de proceder, de nuestras medidas, de nuestros instrumentos, etc. Heisenberg expresó esta idea de modo singularmente radical en su obra “La imagen de la naturaleza en la física actual” (1955). “La meta de la investigación –declara– no es ya el conocimiento de los átomos y de su movimiento «en sí», es decir, prescindiendo de la problemática suscitada por nuestros procesos de investigación; antes bien, desde un principio nos hallamos imbricados en la contradicción entre hombre y naturaleza, y la ciencia es precisamente una manifestación parcial de dicho dualismo. Las vulgares divisiones del universo en sujeto y objeto, mundo interior y mundo exterior, cuerpo y alma, no sirven ya más para suscitar equívocos. De modo que en la ciencia natural6 el objeto de la investigación no es la naturaleza en sí misma, sino la naturaleza sometida a la interrogación de los hombres; con lo cual, también en este dominio, el hombre se encuentra enfrentado a sí mismo”7.

        La idea de que la ciencia actual, en virtud de su carácter abstracto, se borra la diferencia entre el sujeto y el objeto es sostenida, asimismo por otros científicos. Así, por ejemplo, M. Born en su artículo “La realidad física”, a la vez que afirma la realidad objetiva del mundo externo, declara: “…La mecánica cuántica ha destruido la diferencia entre objeto y sujeto, pues puede describir la situación en la naturaleza no como tal, sino como situación creada por el experimento del hombre… El físico atómico se encuentra muy lejos de la idílica postura del naturalista de antaño que esperaba confiadamente descubrir los secretos de la naturaleza observando mariposas en un prado”8.

        Las dos conclusiones filosóficas indicadas se deben a una errónea interpretación del modo en que se correlacionan lo abstracto y lo concreto y merecen un examen crítico. Ello nos permitirá ver el problema de que venimos tratando desde algunos puntos de mira nuevos.

        Está fuera de toda duda que al aumentar nuestros conocimientos científicos, crece y se amplía la actividad abstractiva del pensar. Pero, ¿significa ello que al acentuarse esta tendencia, la imagen del mundo se va alejando cada vez más de la naturaleza viva? ¿Significa ello, además, que resulta ya ilusorio querer reflejar y conocer la naturaleza “como es”? Desde luego, no es así.

        Hemos dicho más arriba que mediante la abstracción científica no nos apartamos de la realidad viva e inmediata de los fenómenos, sino que, en último término, nos acercamos a ella. Esto es, precisamente, lo que explica el hecho de que con el aumento de las abstracciones científicas, nuestros conocimientos acerca de la naturaleza se van haciendo cada vez más exactos y más adecuados al mundo objetivo. Que ello es así, no lo niegan los propios naturalistas, quienes señalan que las abstracciones ponen de manifiesto los nexos internos entre los fenómenos y los hacen accesibles a la comprensión del hombre. Utilicemos el ejemplo aducido por Heisenberg. Aristóteles, al explicar la caída de los cuerpos, describió el movimiento real de los mismos en la naturaleza y estableció que los cuerpos ligeros caen más despacio que los pesados. El punto de partida de los razonamientos de Galileo sobre el mismo hecho fue una abstracción, ya que Galileo planteó el problema en términos generales, abstractos: cómo caerían los cuerpos si no hubiera la resistencia del aire. ¿Quién dio una descripción más exacta del fenómeno? ¿Aristóteles, con sus representaciones sensorialmente concretas, que reflejaban el hecho tal como se ve directamente, o Galileo, con sus abstracciones? La respuesta es obvia. Ahora bien, si quien estaba en lo cierto era Galileo y no Aristóteles, ¿en qué nos fundamos para sostener que la abstracción aleja de la naturaleza el conocimiento del hombre? Es evidente que el conocimiento no se detiene en la abstracción. Valiéndose de ella, vuelve a los fenómenos concretos en su realidad viva y explica por qué, en virtud de qué causas, los cuerpos no caen a la tierra con movimiento uniforme. Aristóteles creía también que un cuerpo en movimiento se detiene si cesa la acción de la fuerza externa que lo impulsa. Esa idea estaba asimismo dictada por la mera observación sensorial. Pero galileo, como se sabe, refutó también esta conclusión de Aristóteles al explicar, mediante abstracciones (así como por medio de varios experimentos) el fenómeno de la inercia. Más tarde, Newton formuló la ley “abstracta” de la inercia que refleja la naturaleza con mucha más exactitud que las más vívidas representaciones tomadas de la experiencia inmediata.

        Estos ejemplos muestran que para conocer de manera adecuada la naturaleza, el saber científico debe situarse en el camino de la abstracción. Si las abstracciones permiten que la ciencia conozca más hondamente la naturaleza, ¿por qué ha de sorprendernos que a medida que se hacen más profundos los conocimientos del hombre aumente asimismo el número de abstracciones y se haga cada vez más difícil y compleja, de aspecto más abstracto, la forma misma en que tales conocimientos se expresan? En eso estriba la regularidad objetiva del desarrollo de la cognición. Cuanto más penetra la ciencia en la escondida base de las cosas, cuanto más al desnudo pone la esencia de los fenómenos y de los procesos, tanto más abstracta es, por la forma, su manera de expresar los resultados obtenidos. Los datos de que hoy dispone la física atómica no pueden ser expresados en forma sensorialmente perceptible, se representan mediante complejas ecuaciones matemáticas. Pero ¿acaso disminuye, por esto, el enorme contenido objetivo encerrado en las abstracciones científicas? Al contrario, la dialéctica del desarrollo es tal, en este caso, que cuanto más abstracta es la forma de expresión, tanto más concretos y más llenos de contenido se hacen nuestros conocimientos de la naturaleza. La teoría de la relatividad, por ejemplo, como teoría física moderna del espacio y del tiempo, es sensiblemente más abstracta que la teoría newtoniana. Pero no deja de ser menos claro que resulta mucho más concreta que las viejas representaciones, si bien éstas, con su división de espacio, tiempo y materia en movimiento, resultan mucho más claras y accesibles al sentido común. Huelga decir que la ciencia no ha de tender artificiosamente a la materialización abstracta de sus investigaciones. Pero el avance en el sentido indicado constituye una ley del conocimiento, objetiva, independiente del deseo y de la arbitrariedad del hombre. Dicha ley está expresada con claridad y precisión en las siguientes palabras de V. I. Lenin: “La suma infinita de los conceptos generales, leyes, etc., da lo concreto en su plenitud”9. Únicamente los positivistas pueden exigir que los conocimientos actuales se basen en el principio de la “observabilidad” y declarar irreal, no objetivo, etc., todo lo que no se puede observar. Si se atuviera a semejantes principios, la ciencia no podría dar un paso adelante y ello no sólo en nuestro tiempo, sino ni siquiera en las primeras etapas de su desarrollo, pues ya los primeros pasos de la ciencia por el camino del conocimiento de la naturaleza necesitaban de abstracciones.

        Por esto a las quejas de que, con el desarrollo de la ciencia, el conocimiento se aparta cada vez más de “la realidad viva inmediata” de la naturaleza, no se les puede dar más que un sentido, a saber: que resulta muy difícil traducir a formas sensorialmente perceptibles los resultados obtenidos. Ahora bien, si examinamos con todo rigor este aspecto del problema, lo mismo podemos decir acerca de cualquier concepto. La imposibilidad de expresar en forma de “realidad viva inmediata” la naturaleza corpuscular-ondulatoria del electrón o la naturaleza del fotón, no queda limitada a tales fenómenos; tampoco hay modo de expresar en la forma aludida conceptos tan simples como el de “hombre”, “planta”, “caballo”, “piedra”, etc. No por ello, sin embargo, dejan de ser una realidad el hombre, la planta y los demás fenómenos objetivos.

        El ejemplo aducido nos permite ver el error que presupone identificar lo concreto con las representaciones sensorialmente perceptibles. Son muchos los conocimientos sobre fenómenos que no pueden ser expresados de manera que resulten sensorialmente perceptibles; pero no por esto tales conocimientos dejan de reproducir en el pensamiento los fenómenos en lo que tienen de concretos, como unidad de numerosas determinaciones, como unidad en la diversidad. Al contrario, este camino es el único que permite aproximar el pensamiento al mundo objetivo concreto. Lo abstracto y la realidad viva inmediata, al divergir, convergen, se aproximan. En esta dialéctica se manifiesta el efecto de la ley relativa a la negación de la negación: es necesario apartarse de lo dado de manera inmediata para volver a ello, pero volver sobre una base incomparablemente más profunda. Las teorías de la física atómica, por apartadas que se hallen de la “realidad viva inmediata” de los fenómenos que se dan en el mundo objetivo, permiten –precisamente esas leyes y no otras– penetrar en los fenómenos del mundo objetivo; en caso contrario, dichos fenómenos, pese a toda su realidad viva y a su carácter inmediato, seguirán siendo, para nosotros, sonidos huecos. El hecho de saber que el rayo de luz es una forma de energía, fruto de complejos procesos nucleares, dados en el Sol, ¿me aleja, por ventura, de la realidad viva inmediata del fenómeno en cuestión?

        Los economistas burgueses, en su tiempo, atacaban a Marx diciendo que la teoría de la plusvalía, por él formulada, nada tiene de común con “la realidad viva inmediata” del beneficio capitalista. Pero la cuestión estriba en que la “realidad viva inmediata” del beneficio encubre la esencia de la plusvalía y han sido precisas abstracciones “vertiginosas” para que este fenómeno llegara a ser aprendido, visto, realmente, en toda su realidad viva.

        El movimiento de lo abstracto a lo concreto es, por tanto, un movimiento hacia el mundo sensorial, pero un movimiento reversible, que permite ver y comprender este mundo mucho mejor de lo que es posible cuando el pensamiento sólo inicia el camino de lo concreto sensorial a lo abstracto. En este sentido, lo concreto, obtenido como resultado de todo el proceso de la cognición, es una vuelta a la “realidad viva inmediata” de los objetos que se investigan, pero una vuelta ya con una brújula que permite orientarse con pulso firme por el mundo sensorial.

        Lo más importante de cuanto aproxima lo abstracto a lo concreto es la práctica, la actividad práctica del hombre. Por abstractos que parezcan los conceptos y conclusiones científicos, existe un criterio que los hace accesibles para el hombre y les da carácter de realidad viva inmediata; es el criterio del hacer práctico. Los mismos hombres de ciencia se ven obligados a reconocerlo, pese a lo que digan sobre el alejamiento de la ciencia respecto a la naturaleza real. El propio Heisenberg, al hablar de que los conceptos abstractos de la física moderna abarcan una infinita variedad de fenómenos del mundo sensorial, declara que “esto ha sido demostrado por la técnica desarrollada sobre la base de este sistema de conceptos, técnica que ha hecho al hombre capaz de aprovechar las fuerzas de la naturaleza para alcanzar sus objetivos”10. Es, precisamente, esta capacidad de los conceptos científicos abstractos para proporcionar al quehacer práctico del hombre conocimientos que le permitan aprovechar las fuerzas de la naturaleza, lo que mejor le demuestra el carácter concreto y vital del saber contemporáneo.

        Resulta, pues, que están en lo cierto quienes, al comprobar que la ciencia natural de nuestros días tiende a aumentar su carácter abstracto, no infieren de ello que se abra un abismo entre la ciencia y el mundo real, sino que hablan de la aproximación constante entre una y otro. En este sentido es extraordinariamente valiosa la indicación de M. Planck según la cual, por paradójico que parezca, “el progresivo alejamiento de la imagen física del mundo respecto al mundo sensorial, no significa otra cosa que la aproximación progresiva al mundo real”11.

        Todo ello refuta la segunda conclusión filosófica que hemos citado más arriba acerca de la correlación entre el sujeto y el objeto sobre la base de los conocimientos obtenidos y de los métodos actuales de investigación científica. No existe ninguna diferencia de principio entre la correlación de sujeto-objeto que se daba en el pasado y la que se da en la actualidad. La diferencia estriba, tan sólo, en que antes, cuando la ciencia aún no estaba en condiciones de revelar con la profundidad de hoy la esencia de la naturaleza, era posible, según la imagen empleada por Born, llegar a conocer algunos secretos de la naturaleza observando las mariposas en el prado. En cambio, ahora, cuando se investigan fenómenos tan ocultos a la mirada directa como son las partículas “elementales”, mundos separados de la Tierra por mil millones de años de luz, etc., ha aumentado incomparablemente el papel del sujeto; la actividad de su pensar y los métodos de estudio que se han hecho más complejos. Actualmente, para estudiar la naturaleza se crean instrumentos tan poderosos como sincrofasotrones, satélites artificiales de la Tierra, “luniks”, etc. Pero nada de esto anula la proposición general, -válida en cualquier estadio de desarrollo de la ciencia-, de que el conocimiento es un acto de interacción entre el sujeto y el objeto, en el proceso del cual, el sujeto, es decir: el hombre pensante, entra en conocimiento de propiedades y leyes del mundo objetivo, no de sí mismo ni de arbitrarias oscilaciones de su cerebro, sino de la naturaleza con existencia real “en sí”. Aducir que la mecánica cuántica sólo puede describir situaciones creadas por el experimento humano, no confirma la falsa tesis de que desaparece la diferencia entre el sujeto y el objeto. En las situaciones creadas por la experiencia humana, por el experimento, se reflejan propiedades objetivas de fenómenos reales y el hombre llega a conocerlas. De otro modo resultaría imposible utilizar en la práctica tales propiedades y leyes de la naturaleza en beneficio del hombre. En la práctica las abstracciones cobran vida; en la misma práctica se comprueba y confirma su carácter objetivo.

        En el proceso de la cognición en desarrollo, la diferencia entre sujeto y objeto se borra tan sólo en el sentido de que cuanto mayores son la profundidad y la exactitud con que la ciencia conoce los fenómenos y leyes de la naturaleza, cuanto más coincide el pensamiento (el sujeto) con el objeto, tanto menor es el abismo que se abre entre ellos. En este sentido, el conocimiento humano tiende a fundirse por completo con el mundo objetivo. El proceso de esta fusión ni teórica ni prácticamente tiene límites. En dicho proceso lo abstracto se hace cada vez más concreto, la imagen de la naturaleza adquiere, en el pensamiento humano, un carácter cada vez más íntegro y objetivo. En ello estriba la esencia del movimiento de lo abstracto a lo concreto.

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(*) M. M. Rosental, Principios de Lógica Dialéctica. Cap. IX, Lo abstracto y lo concreto. La ascensión de lo abstracto a lo concreto, ley del conocimiento. Segunda edición. Ediciones Pueblos Unidos, Uruguay, 1965.

(1) W. Heisenberg, Problemas filosóficos de la física atómica, pág. 63.

(2) W. Heisenberg, Problemas filosóficos de la física atómica, pág. 64.

(3) Ibídem, pág. 63.

(4) Ibídem, pág. 65.

(5) W. Heisenberg, Problemas filosóficos de la física atómica, pág. 33.

(6) Heisenberg ve la situación presente de la ciencia natural tan sólo como una de las manifestaciones de la situación general en el mundo de nuestros días. Antes, el hombre se encontraba enfrentado con la naturaleza y luchaba contra ella procurando subordinarla. Ahora, cuando ya lo ha logrado, el hombre se enfrenta no con la naturaleza, sino consigo mismo. “El hombre se encuentra enfrentado a sí mismo”. Ahora la amenaza, para el hombre, parte de otro hombre. En este sentido el hombre se encuentra por doquier exclusivamente “consigo mismo”, con estructuras y situaciones creadas por él. A pesar de que algunas de las aseveraciones de dicha tesis son discutibles, su autor ha captado en la situación presente cierto fenómeno real, aunque lo ha interpretado erróneamente. En efecto, en la sociedad moderna existen grupos sociales (y no “el hombre” en general) que desearían convertir el poder adquirido sobre la naturaleza en arma contra la humanidad, desearían desencadenar las fuerzas de la energía atómica con fines destructivos, transformar fuerzas que encierran en sí posibilidades extraordinarias, nunca antes vistas, para satisfacer la vida del hombre, en fuerzas demoníacas de guerra. De todos es bien sabido quiénes representan a dichos grupos sociales y cuál es su naturaleza de clase.

(7) W, Heisenberg. Das Naturbild der heutigen Physik, página 18.

(8) M. Born, La realidad física. “Éxitos de las ciencias físicas”, t. LXII, cuad. 2, 1957, pág. 137.

(9) V. I. Lenin, Obras, t. XXXVIII, pág. 275.

(10) W. Heisenberg, Problemas filosóficos de la física atómica, págs. 64-65.

(11) M. Planck, Das Weltbild der neuen Physik, Leipzig, 1953, págs. 14-15.

 

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