sábado, 1 de junio de 2019

Filosofía



Pensamiento y lenguaje en Hegel*

Évald Iliénkov

ES EVIDENTE QUE, en tanto el pensamiento es entendido por Hegel no como una de las facultades psíquico-subjetivas del ser humano, sino como la estructura ideal del universo, este es realizado y se realiza no solo en el lenguaje, y no solo en el lenguaje halla su existencia inmediata (externa).

        Y es igual de evidente que, en lo tocante al proceso de autoconciencia que se realiza a través del pensamiento absoluto en la figura del sujeto, precisamente el lenguaje resulta la forma privilegiada de manifestación externa en la que dicho proceso comienza y acaba. Precisamente en el lenguaje el pensamiento finalmente regresa a sí mismo tras todos sus ciclos de alienaciones, hallando de nuevo aquél aspecto originario que poseía antes de su caída, antes de la formación de la naturaleza y de cualquier espíritu finito. Este pensamiento en-sí-y-para-sí empíricamente existente se presenta en forma de ‘Ciencia de la lógica’ o, más exactamente, en forma de lector que comprende adecuadamente dicha obra literaria. El conocimiento absoluto se abre al pensamiento, el cual de esta forma se convierte en pensamiento absoluto, como un sistema de significados de palabras que conforman en su conexión la expresión inmediata de la estructura universal del mundo, su esquema ideal.

        Este aspecto de la filosofía hegeliana resultó extremadamente viable; se pueden apreciar sin ninguna dificultad sus orígenes en las lejanas concepciones divergentes entre sí tales como la ‘hermenéutica’ existencialista, por un lado, y el estructuralismo de Lévi-Strauss por el otro, la intuición semipoética de Husserl o el pedante análisis formal de Wittgenstein y sus discípulos. Todos ellos se caracterizan por el intento de revelar estructuras originarias del pensamiento en el lenguaje y mediante el lenguaje, a través de este o aquél estudio sobre las exposiciones verbales de la actividad intelectual tales como sistemas ‘científicos’ o mitos, obras filosóficas o bloques de ‘lenguaje natural’.

        Esta circunstancia necesita ser examinada un poco más atentamente en la comprensión hegeliana de las interacciones entre el pensamiento y el lenguaje, una comprensión que no ha perdido su actualidad teórica durante los últimos 150 años.

        Para empezar, Hegel no expuso sistemáticamente en ninguna parte su concepción de este tema, y es su concepción la que se debe reconstruir, revelando de esta manera algunas premisas sencillamente no explicadas. Aun así, la imagen resulta bastante simple. Es indudable que el lenguaje interesa a Hegel no en sí mismo, sino sobre todo (y quizás exclusivamente) como forma de manifestación del pensamiento, o como pensamiento que todavía no ha regresado a sí mismo desde sus alienaciones, desde su otro ser. Pero en este sentido Hegel tiene toda la razón, puesto que él no es lingüista, sino Lógico. Y en la lógica, es imposible estudiar el pensamiento de otra manera sin abandonar el terreno de la misma.

        Es también evidente que el lenguaje en Hegel se presupone mucho más de lo que se dice directamente sobre él; este conforma el elemento invisible en el que se desenvuelve la historia de la conciencia y la autoconciencia, y la Lógica comienza en el punto donde toda esta historia ya se halla ‘extraída’ en el lenguaje, representada en él, apropiada y al mismo tiempo alienada en sus formas. Por ello la Lógica posee como premisa inmediata y como material de análisis no la historia de su propia realización, sino la historia expresada, la actividad de la razón ya ‘enunciada’, el Pensamiento en mayúsculas.

        Esta circunstancia crea la base para la interpretación ‘hermenéutica’ de la dialéctica hegeliana, según la cual no es el Pensamiento el que toma conciencia de sí en el lenguaje, sino al contrario, es el Lenguaje el que halla en la Lógica la comprensión de sus propios esquemas abstractos, resultando la Lógica únicamente la expresión de uno de los aspectos del Lenguaje, como una realidad primitiva e incondicionada, como una ‘existencia’ del espíritu. Bajo semejante interpretación, todas las categorías lógicas construidas por Hegel en sucesión sistematizada pierden evidentemente el significado de determinaciones objetivo-universales de la realidad que el espíritu comprende y se interpretan exclusivamente como ‘significados de palabras’ que conforman puntos de convergencia de la estructura del lenguaje – y solo del lenguaje. De este modo, no son las categorías ‘lógicas’ las que se ‘depositan’ en las estructuras del lenguaje, en su construcción gramatical y semántica, sino al contrario, son las formas del lenguaje las que encuentran su expresión académica bajo el nombre convencional (y confuso) de formas ‘lógicas’.

        La dialéctica hegeliana se asemeja a dicha concepción como una imagen deformada o invertida de esta primigenia y ‘genuina’ relación mutua entre el lenguaje y el ‘pensamiento’, el ‘intelecto’, y el lenguaje se convierte en la última y más profunda base de cualquier representación científico-teórica de la realidad, tanto natural como histórico-social.

        En este punto, la filosofía existencialista sencillamente le tiende la mano de la unión al formalismo neopositivista.

        Hay que reconocer que Hegel realmente da fundamentos y motivos para semejante interpretación de su dialéctica. Pero, más aún, es importante revelar claramente en el mismo fundamento de la concepción hegeliana de la relación entre el lenguaje y el pensamiento algunos axiomas que sencillamente no se explican por sí mismos – no para tomarlos, sino para someterlos a un análisis y revisión realmente críticos.

        Este axioma, que se aprecia con bastante claridad en el texto ‘Filosofía real’, consiste en que el lenguaje (como habla, como expresión) se estudia como forma primera, en esencia y en tiempo, de la ‘existencia (revelación) efectiva’ del espíritu, su ‘estructura lógica’. En relación con la materialización terrenal del espíritu absoluto, Hegel toma por completo la tesis de ‘en el principio era el Verbo’. Precisamente en la palabra y mediante la palabra el espíritu se despierta a la vida consciente, suponiéndose a sí mismo como ‘objeto’, objetivando su propia fuerza creadora como ‘fuerza nominadora’1, interviniendo como el ‘reino de los nombres’ en el que, como consecuencia, se revela el ‘orden’. Este ‘orden’ posteriormente resulta ser el orden lógico, esto es, la unión regular de nombres, de palabras. La estructura lógica del espíritu, de esta forma, se manifiesta para el propio espíritu ante todo como una estructura lógica del lenguaje, y ‘el estudio de la gramática… supone el comienzo de la formación lógica’ (palabras de un director de colegio), y ‘esta tarea se puede considerar como el estudio de la filosofía elemental’ (ibid.). Precisamente a modo de ‘reglas de unión de palabras’ la naturaleza lógica del espíritu presenta ante este lo universal como tal, como fuerza a la que se somete lo ‘particular’. Semejante concepción de la relación entre lógica y gramática se puede observar en todas las obras de Hegel – esta permaneció como axioma para él hasta el final. ‘Las formas de pensamiento se revelan y se asientan principalmente en el lenguaje humano’ – repite él en la ‘Gran Lógica’ como si se tratase de una verdad que no necesitase de ninguna demostración particular. Y ciertamente, esta ‘verdad’ recorre como un hilo continuo la ‘Fenomenología del espíritu’, la ‘Filosofía de la Historia’, la ‘Filosofía del derecho’ y la ‘Lógica’ – el lenguaje en todas partes constituye el elemento en el que se realiza la historia del descubrimiento de la autoconciencia por parte del espíritu, desde sus primeros albores hasta su rendición de cuentas definitiva en la Lógica, en la ‘lectura comprensiva’ del tratado lógico.

        Esto es así, y por ello no es muy difícil, sin violentar a primera vista sus textos, interpretar a Hegel como el precursor de la ‘hermenéutica’, lo cual llevan a cabo, por ejemplo, H.G. Gadamer y Simon.

        Sin embargo, esta interpretación está ligada a unas taras mucho más tangibles en la comprensión del auténtico Hegel, a la amputación precisamente de los momentos de su concepción que conducen, en perspectiva, por supuesto, al materialismo, a la comprensión materialista de su dialéctica. Veamos un poco más atentamente su concepción dentro de lo que nos permitan, claro está, los límites de esta ponencia.

        En primer lugar, de la interpretación ‘hermenéutica’ de la lógica hegeliana se desprende la circunstancia de que, para Hegel, el lenguaje no es en ningún caso la única forma de objetivación del pensamiento.

        El habla (o la actividad en el elemento del lenguaje) es solo una de las formas de manifestación exterior del pensamiento con su estructura lógica; otra, y no menos (sino, en cierto sentido, más) importante forma de autorrealización del espíritu es vista por Hegel en la actividad del alma humana que crea la realidad exterior sensitivo-objetiva de la cultura. ‘La mano, y especialmente la mano del hombre… es algo únicamente a él inherente, ningún animal posee semejante herramienta móvil de actividad dirigida hacia el exterior. La mano humana es la herramienta de herramientas, capaz de servir como expresión de una infinita multitud de manifestaciones de la voluntad’. ‘Junto con el órgano del habla, la mano sirve al hombre, más que ninguna otra cosa, para la manifestación y la encarnación de sí mismo… De ella se puede decir que es lo que el individuo hace, pues con ella (como órgano activo de su propia autorrealización) el individuo se halla como principio creador, y puesto que él es originariamente su propio destino, entonces la mano expresará esto ‘en sí’’. Y lo expresará incluso más adecuadamente que la lengua (die Zunge), mejor que el órgano del habla, ya que se puede juzgar mucho más fielmente el verdadero pensamiento de una persona por sus actos que por sus palabras acerca de sus actos, por lo que hace más que por lo que dice.

        Esta no es una observación lanzada de forma casual, sino principalmente el momento esencial de toda la concepción hegeliana del pensamiento y la lógica, y es significativo que Hegel finalice su análisis de las formas de ‘manifestación externa’ del espíritu en el mundo con esta sentencia:

‘Al hombre se le conoce en mucho menor grado por su apariencia externa que por sus actos. Incluso el lenguaje está sometido al destino de servir tanto de ocultación como de revelación de los pensamientos humanos’.

La mano, de esta forma, revela lo que el lenguaje oculta, lo que el lenguaje no revela o revela inadecuadamente. Precisamente por esto un acto práctico, o el pensamiento en forma de voluntad, entra en la Lógica hegeliana no solo como ‘realización externa’ de un acto teórico del espíritu previamente efectuado, sino también como un filtro singular que es traspasado solo por aquello que hubiese de objetivo en este espíritu, y lo puramente subjetivo se queda atascado en él, no lo atraviesa.

        Precisamente por esto Hegel llama auténtico pensamiento únicamente a aquella actividad del espíritu que se realiza no solo en las palabras, sino también en los actos humanos. Precisamente por esto la forma lógica expresa en dicho pensamiento la esencia de los discursos y de los actos, no solo el ‘mito’2, sino también la ‘cosa’3, formando el esquema universal del tránsito de la actividad humana en general, sin importar el material particular en el que esta se haya encarnado, sea en palabras, sea en actos en su sentido más toscamente material.

        En esto se aprecia una tendencia indudablemente materialista de la concepción dialéctica de Hegel, gracias a cuya existencia la dialéctica hegeliana pudo servir como punto de partida inmediato para el desarrollo de la dialéctica de Marx y Engels.

        Según Hegel, las ‘cosas’ se incorporan al proceso lógico a través de la actividad concreta del ser humano, y la actividad sensitivo-objetiva, esto es, la práctica, se estudia aquí como fase de tránsito del proceso lógico. Además, esta fase de su tránsito que ‘retira’ la unilateralidad de la relación puramente teórica del individuo hacia el mundo acaba siendo incluso el criterio de la verdad teórica.

        De esta manera, el desarrollo conjunto del espíritu es interpretado por Hegel como un proceso progresivo-reflexivo, como una serie de ciclos, cada uno de los cuales se cierra en sí mismo precisamente en el punto en el que se origina desde el ciclo precedente, y al mismo tiempo supone el comienzo para el ciclo posterior (la famosa imagen hegeliana de la infinitud – la espiral, el círculo de círculos).

        El ciclo del movimiento puramente teórico, tras completar su recorrido dentro de sí mismo, en el punto de retorno a su propio comienzo abre el movimiento al siguiente círculo, ya práctico-objetivo, y este, tras terminar, de nuevo conduce al mismo punto. El dibujo resulta de la siguiente manera:

Esta alternancia de actos ‘teóricos’ y ‘prácticos’ del espíritu que mutuamente se ‘quitan’ la unilateralidad el uno al otro interviene inmediatamente como alternancia de objetivaciones lingüísticas y materiales de la actividad lógica. Por ello, las palabras y las cosas, los discursos y los actos, hablando en general, son comparables, como dos metamorfosis de lo uno y lo mismo, como dos atributos de una y la misma sustancia.

        Es totalmente justo que la conciencia ‘teórica’, que se objetiva a sí misma inmediatamente en la palabra, en el sistema hegeliano de representación del espíritu intervenga como la forma primera y original de revelación de la idea absoluta, es decir, de la autoconciencia lógicamente estructurada.

        La herramienta de trabajo – el hacha de piedra, el pedernal o el arado, y a continuación los productos fabricados con ayuda de estas herramientas (el pan, una casa, un templo, etc.) – en esta representación resulta ser la metamorfosis segunda, secundaria de la existencia material del espíritu, el cual previamente ya se comprendía a sí mismo suficientemente bien en la palabra, ya había ‘dicho’ su contenido.

        Nos parece que precisamente esta falsa lógica invertida obliga a Hegel (y al mismo tiempo le permite) a tomar una premisa más arbitraria de toda su filosofía, a la admisión del ‘espíritu puro’ que hasta el momento no se ha revelado a sí mismo materialmente de ninguna manera. Le obliga a esta suposición, a partir de la cual gira ya de forma totalmente natural toda su concepción absoluto-ideal de la historia del hombre y de su pensamiento.

        Precisamente porque el lenguaje (die Sprache) es tomado por Hegel como punto de partida para la historia de la encarnación terrenal de la idea (es decir, de la estructura lógica de la autoconciencia humana mistificada por él mismo) y la actividad sensitivo-objetiva del ser social, el mundo de las cosas creadas y recreadas por el trabajo se interpreta como la forma condicionada por el idioma de las ‘objetivaciones’ de las potencialidades creativas del espíritu, dentro de los límites de la filosofía hegeliana no es que no se pueda resolver la cuestión del surgimiento del espíritu o pensamiento humano, es que no se puede introducir.

        La cuestión desde el principio se halla no en el surgimiento, sino únicamente en el despertar. En el individuo, el ‘espíritu’ no aparece, sino que solo se despierta a la conciencia, a la comprensión de aquello que ya previamente está contenido en él como instinto lógico, como pulsión inconsciente, como intención. La actividad sensitivo-objetiva solo puede corregir la comprensión de aquellos esquematismos lógicos dentro de los cuales fue llevada a cabo la actividad puramente teórica, esto es, la actividad en el lenguaje.

        Por esto mismo, la interpretación ‘hermenéutica’ de la filosofía hegeliana que toma acríticamente este axioma inicial de Hegel no puede escapar a una serie de callejones sin salida teóricos en la comprensión de la naturaleza del pensamiento humano, y realmente solo agrava el misticismo de la comprensión hegeliana-ortodoxa del problema, ya que amputa minuciosamente todas las tendencias que llevan más allá de las fronteras del idealismo.

        A los representantes de la hermenéutica les pareció haber encontrado un modo realista para la interpretación de la ‘idea absoluta’ hegeliana, puesto que vieron el prototipo real de esta en el objeto cultural-histórico que es el ‘lenguaje’. Pero lo cierto es que al lenguaje se le atribuyen aquí todos los atributos místicos del ‘dios’ hegeliano, convirtiéndose así felizmente en el fundamento místico-ininteligible de toda la ‘existencia’ humana, de toda la historia de la humanidad.

        Pero al mismo tiempo, los representantes de la hermenéutica de nuevo evidenciaron el talón de Aquiles de cualquier idealismo, su incapacidad y su falta de voluntad para introducir claramente la cuestión acerca del misterio del surgimiento del espíritu humano, de la capacidad real del individuo para pensar.

        Sólo la interpretación materialista de las geniales conquistas de la dialéctica hegeliana permitió formular aguda y claramente esta cuestión tal y como aparece por primera vez – pues no ‘despierta’, sino precisamente aparece en primer lugar el pensamiento, la capacidad de pensar, y entonces resuelve esta cuestión; cuestión de la que cualquier tipo de idealismo de una forma u otra escapa, intenta huir de ella tras postular al ‘pensamiento’ como realidad ‘incondicionada’, como actividad que genera a partir de sí misma todas las formas de su manifestación externa, incluido el lenguaje.

        Es especialmente importante señalar la circunstancia de que la interpretación marxista de la Lógica hegeliana conservó cuidadosamente en su composición todas las tendencias auténticamente realistas de la misma, retirando únicamente las tesis claramente místicas.

        El esquema de Hegel fue definitivamente invertido por Marx en su mismísima base. Si para Hegel (y para la ‘hermenéutica’ heideggeriana acríticamente adherida a él) la forma primera de existencia efectiva del espíritu es el lenguaje (el habla), y la herramienta de transformación de la naturaleza exterior, la herramienta de trabajo ‘nace’ de la actividad del ‘espíritu’ que ya se comprende a sí mismo en el lenguaje, entonces para Marx la secuencia resulta ser justamente la contraria. La actividad material sensitivo-objetiva del ser humano interviene aquí como el vientre materno del ‘espíritu’ y del ‘pensamiento’; la actividad, que halla su ‘primera’ existencia material en la herramienta de trabajo y en el producto fabricado con la ayuda de dicha herramienta – en el arado y en el pan, no en las palabras ‘arado’ y ‘pan’; no en las fluctuaciones articuladas del aire, sino en la transformación de un material mucho más rígido – madera, bronce, tierra, roca.

        El pensamiento, como capacidad específicamente humana, aparece en primer lugar (y en absoluto ‘se manifiesta’, en absoluto ‘se expresa a sí mismo’) precisamente como función activa, como medio de acción de un órgano completamente material. Y este órgano es el sistema cerebro-mano, que no ‘cerebro-lengua’ (das Hirn – die Hand, nicht ‘das Hirn – die Zunge’).

        En la actividad de la mano, la cual se conforma junto con el objeto de su trabajo, el pensamiento posee precisamente su realidad inmediata, y no una ‘forma externa de expresión’ de esta realidad.

        Pues, como bien comprendió ya Hegel, ‘…lo interno, en tanto que está en el órgano, es la actividad en sí’ (das Innere, insofern es in dem Organe ist, ist es die Tätigkeit selbst), y por ello ‘la mano que trabaja… da… no solo una expresión de lo interno, sino a ello mismo inmediatamente’ (die arbeitende Hand… gibt… nicht nur einen Ausdruck des Innern, sondern es selbst unmittelbar).

        El pensamiento en su forma simple y primitivamente fundamental no es otra cosa que la actividad en el objeto y con el objeto. Y no una actividad en la palabra y con la palabra, la cual puede y debe estudiarse ya como expresión de esta actividad fundamental, del ‘Pensamiento’, y no como la actividad en sí, no en calidad de pensamiento como tal.

        La palabra realmente nace como ‘intermediario’, como medio externo de realización del pensamiento y como su producto, como producto de la razón, como algo derivado de ella. La palabra (el lenguaje) por ello presupone el pensamiento, pero de ninguna manera es presupuesta por este, aunque, sin duda, las formas superiores y desarrolladas de pensamiento siempre están ya mediadas por la palabra – no pueden ser comprendidas sin su mediación.

        Aquí se consigue la misma imagen que en el desarrollo de las relaciones comerciales, que en el desarrollo de las formas de valor; el dinero nace como intermediario de las ‘circulaciones’ del simple intercambio mercantil, pero como resultado pasa de ‘intermediario’ a convertirse en su propia especie de ‘entelequia’, en comienzo y meta de un proceso que cíclicamente retorna a sí mismo, y después en un ‘sujeto-sustancia que se autoincrementa’, creando el sistema de ilusiones del fetichismo mercantil. El carácter cíclico del movimiento resulta ser aquí el terreno para las ilusiones. El ciclo D-M-DM… en la superficie de la circulación mercantil-dineraria desarrollada se percibe más bien como una serie de ciclos, cada uno de los cuales comienza en Dinero y al Dinero retorna (D-M-D’). El objeto mercantil aquí comienza a verse como una metamorfosis transitoria del Dinero – del capital en forma de dinero.

        Lo mismo sucede con la Palabra en las espirales del desarrollo de la actividad humana. El conocimiento, constituido como ‘capital constante’ en su forma verbalmente fijada, comienza a representarse como ‘comienzo’ y ‘fin’ de todo el proceso de intercambio de sustancias entre el individuo y la naturaleza, y el proceso inmediato de trabajo (‘el trabajo de la mano’) – únicamente como una pasajera metamorfosis (‘encarnación’ o ‘alienación’) de la Palabra.

        Resulta que precisamente el órgano de trabajo del teórico (la lengua – die Zunge) actúa como ‘amo’ que gobierna con la actividad de la mano, de su ‘esclavo’, cuando lo cierto es que genéticamente y en esencia la cosa funciona justamente al contrario.

        La comprensión de esta circunstancia fue completa para la humanidad concretamente gracias a Marx, y lo fue precisamente en el transcurso de una transformación crítica del esquema hegeliano, que presentaba la secuencia invertida de las dos ‘formas de expresión del pensamiento’ (de la palabra y del objeto) como ‘natural’. De esta manera, Marx puso fin a las ilusiones del fetichismo lingüístico – al igual que en la rama de la economía política destapó el fetichismo mercantil.

        El pensamiento humano nace (no se despierta) en el corazón de la actividad vital práctico-objetiva del ser social, y en este proceso aparece como su ‘intermediario’ la Palabra, el Lenguaje.

        El lenguaje permanece, a pesar de las ilusiones que genera el rol particular de la Palabra, solo como un intermediario y una forma externa tras la cual se oculta en realidad el proceso de la actividad vital real (material) del ser social. Y cualquier análisis del ‘lenguaje’ que no penetre hasta este su fundamento real se queda como una descripción acrítica de fenómenos que se desenvuelven en la superficie lingüística de la conciencia social, simplemente como una expresión sistematizada de ilusiones.

        Y el único camino para librarse de estas ilusiones fue y sigue siendo el camino de la transformación crítico-materialista del esquema hegeliano del desarrollo del pensamiento recorrido por Karl Marx.

        La propia hermenéutica, como el neopositivismo, a la luz de la comprensión materialista de la Lógica toma el aspecto de una reproducción totalmente acrítica de la forma ‘alienada’ del pensamiento, de una superación imaginaria de la alienación dentro de los límites de la propia alienación.
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(*) ‘Ponencias del 10º Congreso Hegeliano Internacional’ (Moscú, 26-31 de agosto de 1974). 4ª Edición. Moscú, 1974, páginas 69-81
(1) El término más correcto, sustituido para facilitar la comprensión, sería ‘fuerza epónima’ (‘Namengebende Kraft’ en el original).
(2) ‘Sage’ en el original.
(3) ‘Sache’ en el original.

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