Vallejo para no Iniciados VII
Julio Carmona
EL POEMA TITULADO «Marcha nupcial» del
libro Poemas humanos de César Vallejo ha sido poco o nada tomado en cuenta por
la crítica especializada en la obra de su autor. Aquí voy a rectificar esa
desidia. Y sigo la orientación adoptada en artículos previos a este,
relacionados con la obra de César Vallejo. He aquí el poema:
MARCHA NUPCIAL
A la cabeza de mis propios
actos,
corona en mano, batallón de
dioses,
el signo negativo al cuello,
atroces
el fósforo y la prisa,
estupefactos
el alma y el valor, con dos
impactos
al pie de la mirada; dando
voces;
los límites, dinámicos,
feroces;
tragándome los lloros
inexactos,
me encenderé, se encenderá
mi hormiga,
se encenderán mi llave, la
querella
en que perdí la causa de mi
huella.
Luego, haciendo del átomo
una espiga,
encenderé mis hoces al pie
de ella
y la espiga será por fin
espiga.
El primer verso «A la cabeza de mis
propios actos» constituye el núcleo de la proposición poética comprendida tanto
en los dos cuartetos como en el primer terceto, y cuyo verbo principal (encender, en su forma «me encenderé»)
está dispuesto en el primer verso del referido terceto. Los otros verbos que
figuran en esta (que estamos llamando) proposición poética de los dos
cuartetos, vienen a ser verbos secundarios de sendas oraciones subordinadas a
dicha proposición.
Proposición,
esta, en la que se debe rescatar la presencia de dos elementos tácitos,
sobrentendidos, implícitos: el sujeto (Yo)
que es el locutor poético ausente o Yo
lírico, que asume la acción y la pasión en la proposición poética, a través de
la forma verbal estoy (también
ausente) y que tienen correspondencia con los elementos explícitos del verso: Yo estoy «A la cabeza» de «mis propios
actos,». Y consideramos al primero («A la cabeza»), como la expresión por medio
de la que —se entiende— el locutor poético se
pone al frente de su destino, como si dijera estar «en uso pleno de sus
facultades», tal como se dice al hacer una declaración jurada. En la segunda
expresión: «de mis propios actos», el adjetivo «propios», gramaticalmente,
puede parecer redundante, pues basta con decir ‘de mis actos’; pero,
poéticamente, se constituye en un epíteto o un pleonasmo que reafirma la
pertenencia o asunción de dichos actos, que serán descritos en los siguientes
versos (de los dos cuartetos) tanto en su condición personal como en su entorno
social.
En
las siguientes frases poéticas: «corona en mano,/ batallón de dioses,/ el signo
negativo al cuello,/ atroces el fósforo y la prisa/, estupefactos el alma y el
valor/, con dos impactos al pie de la mirada», y que, como se puede observar,
en primer lugar, aquí ya los hemos dispuesto como frases seguidas,
independientes de su sujeción al verso, soslayando los encabalgamientos, para
una mejor comprensión y posterior interpretación. Enseguida se ve que el
locutor poético dice estar con la «corona en mano», lo cual se puede asumir en
el sentido de que se despoja de la soberbia que da al ser humano la calidad de rey de la creación, y deja «limpia» su
cabeza de cualquier elemento extraño que desvirtúe su calidad de hombre de a pie. Y la misma asunción de
modestia se da con la siguiente frase: «batallón de dioses», pues expresa no
estar buscando cobijo en la protección de un «Dios» con mayúscula, porque ya es
consciente de que en la sociedad no hay un solo dios verdadero, sino un
«batallón de dioses» que puede aludir a la existencia efectiva de una
pluralidad de dioses (cada cual reclamando el derecho de ser «el verdadero»),
pero también se puede establecer el nexo con la idea poética cara a CV, que es
la de considerar como dios al pueblo —conformado por los trabajadores del campo
y la ciudad—, al pueblo creador, quien verdaderamente construye la realidad y
la historia; no en vano dirá en España,
aparta de mí este cáliz: «todo acto o voz genial viene del pueblo y va
hacia él, de frente o transmitido».
Seguidamente
viene el elemento «el signo negativo al cuello» que puede ser asumido como el
dedo con el que se grafica el gesto del cuchillo que lo corta o, si no también
como la función dialéctica de la negación para clausurar todo aquello que se
considera falso y con lo que el hombre común y corriente manifiesta estar
«hasta el cuello».
Luego,
en el elemento «atroces el fósforo y la prisa», en principio, cabe destacar el fósforo y la prisa como los condicionantes de querer acabar con la oscuridad del
entorno que lleva aparejado dolor o sufrimiento personales, que son
generalizables entre los seres más indefensos de la sociedad (el pueblo, en una
palabra), y si el término «atroces» se aplica al dolor y sufrimiento de ese
pueblo y se reconoce que este tiene la fuerza mínima del «fósforo» y se halla
agobiado por la «prisa», entonces, el término «atroces» adquiere el significado
positivo de muy intensos e insoportables. Y esta significación enlaza con el
elemento siguiente: «estupefactos el alma y el valor», cuyos sub-elementos
‘alma’ y ‘valor’ se encuentran «estupefactos», vale decir: con asombro o
sorpresa que les impiden hablar o reaccionar.
Y,
por último, el elemento: «con dos impactos al pie de la mirada», alude a las
dos formas de ver el mundo que están en contienda y que comprometen a todo ser
humano que despierta de su letargo y toma conciencia de que debe asumir una
posición frente a ellos: o sumarse a la visión de quienes avalan el orden
establecido o a la de quienes optan por rebelarse contra él. Esta expresividad
poética se relaciona con lo que su viuda, Georgette Vallejo, testimonia:
«Ya en 1926/27, Vallejo
experimenta un estado de inestabilidad y de descontento de sí mismo, de orden
moral. Pese a la paz material —por cierto relativa— repito, que ha conseguido
el año anterior, y por más que tenga, como periodista, sus entradas a los
teatros, conciertos y exposiciones, frecuentando además los cafés en boga,
Vallejo exclama en francés, en el segundo trimestre de 1927: “Tout ça, ce n’est
ni moi ni ma vie” (‘Todo esto no es ni yo ni mi vida’). Sería difícil admitir
que, en aquella época, todavía Vallejo, quien va a tener 35 años, se busca y se
busca para sí solo. No. Se interroga sobre la contribución que él se siente
obligado a dar a los hombres. Y su estado de inquietud indefinida revela en
realidad los primeros síntomas de la crisis aguda que va a declararse en
1927/28. Crisis moral, de conciencia indubitablemente, pues a raíz de esta
crisis precisamente entrevé Vallejo haber detectado la causa de su profundo
malestar: su alejamiento de los problemas que más atormentan a la humanidad
avasallada. No obstante, se resiste a ver en el marxismo la solución a tan
numerosos males, secularmente, pretendidos insolubles e irremediables. Pero, al
mismo tiempo, sospecha y deduce que un sistema enteramente nuevo, y no por azar
unánimemente rechazado por los explotadores y los prepotentes, ha de implicar a
la fuerza e ineluctablemente algún mejoramiento por primera vez palpable, para
las masas trabajadoras. Y Vallejo principia a acercarse al marxismo como
observador» (Varios, C-2012: 181).
Luego, Georgette dice que en octubre
de 1928 CV viaja a la Unión Soviética, y que retorna a París en noviembre del
mismo año. Y agrega: «No disimula el impacto que le ha causado esta realidad
social marxista, de la que había dudado (confiesa) casi por entero» (Ibíd.)
Frente
a esa disyuntiva, de optar por una u otra posición en querella, el locutor
poético de «Marcha nupcial» dice estar dando
voces, que es una oración subordinada a la proposición poética principal y
que indica estar asumiendo una acción, en gerundio, por parte del sujeto
tácito, con la que el yo lírico dice estar
dando voces, es decir, tratando de hacerse escuchar por ese pueblo del que
se siente parte. Aunque, al hacerlo, se encuentra con limitaciones, que van a
ser descritas de la siguiente manera:
los límites, dinámicos, feroces; que es un elemento alusivo a un entorno
más amplio, que aquel en que se hallaba subsumido el sujeto, que estaba
aislado; pero que, en este caso, ya es una realidad que lo rebasa; porque son
unos «límites» inasibles, por tener un movimiento apabullante («dinámico») y
ser, a la vez, «feroces» (que atacan con crueldad, agresividad y furia). Y
continúa: tragándome los lloros
inexactos, esta es otra oración (como la del verso sexto, «dando voces»)
que se integra a la proposición poética inicial, con el verbo siempre en
gerundio —reflexivo, en este caso—, y en la que, del mismo modo que en los
elementos precedentes, el sujeto singular expresa que debe ‘tragarse el llanto’
propio, individual, por inexacto, pues lo exacto está en pluralizarse, es
decir, que el «yo» devenga «todos».
Y
de esa manera concluyen las condiciones preparatorias de la conclusión
propositiva. Y esto lo hace —al comenzar la tercera estrofa o primer terceto—
con el verbo principal: encender. Y
dice: me encenderé, se encenderá mi
hormiga, se encenderán mi llave, la querella en que perdí la causa de mi
huella. Es decir que: Yo, estando
a la cabeza de mis propios actos, y
dando voces me encenderé/ se encenderá/ se encenderán… Es decir, que una vez superado el acto egoísta: el
sufrimiento y el dolor individuales, el «Yo» pluralizado en «todos» se
enciende, se ilumina, se libera. Y, en este caso, por el primer enunciado, «me
encenderé», el locutor poético hace explícita su presencia, con el pronombre de
primera persona «me encenderé». Y
ese enunciado enlaza con el núcleo de la proposición poética inicial: Yo, después de estos actos y en este
entorno, asumo esta acción definitiva. Pero no solo manifiesta esa reacción
producida en sí mismo: «se encenderá mi hormiga», pues, al haberse encendido él
mismo, logrará así que desaparezca su estado mínimo de hormiga, perdido como
estaba en el individualismo que lo aislaba del mundo, sino que también
compromete a ese mismo entorno: ‘se encenderá mi llave’ que es la llave del ser
humano creador de su destino pero ahora solidario, y (‘se encenderá’) «la querella en que perdí la causa de
mi huella», es decir, esa disputa que le había hecho «dos impactos al pie de la
mirada», o sea que la querella de esas dos maneras de entender la vida también
se esclarecerá llevando al «yo poético» a los orígenes «perdidos en esa
disputa», orígenes que son la primera huella
de su camino en el que él se había iniciado identificándose con el hombre
común: con los pobres a los que se quería ‘dar pedacitos de pan fresco en el
horno del corazón’.
Concluida
la proposición inicial, en la que como se ha visto el locutor poético o
hablante imaginario (o, si se quiere, el sujeto gramatical), se ubica en su
mundo imaginario (mundo que es, obviamente, reflejo de su mundo real), y
después de haberlo descrito o analizado y denunciado, poéticamente, dice que se
«encenderá» él mismo, de lo cual se infiere que es un ser sumido en la
oscuridad, con color de hormiga (es decir, casi invisible), pero también dice
que se encenderá su mismo pasado aquel en que descubrió su huella, sus inicios,
su llave. Huella referida más que nada a su identificación con la humanidad
sufriente y que su viuda, Georgette Vallejo, detalla así: A los diecinueve
años, en 1911, dice,
«entra a trabajar en la
hacienda Roma (producción azucarera), de la que “saldrá marcado” (…) y es que
si el joven Vallejo está favorecido por un tratamiento reservado sólo a los
empleados superiores y con un salario satisfactorio, no puede, sin embargo, ver
ni oír cuando apenas clarece el alba, llegar los peones (cerca de 4000) al
inmenso patio y ahí ponerse en fila para pasar lista, y salir para los campos
de caña, donde se extenuarán hasta el sol poniente, con un puñado de arroz como
único alimento. No puede asimismo no saber que todos no son más que pobres
criaturas salvajemente capturadas por siniestros enganchadores, y cobardemente
retenidas de por vida con el alcohol que, dominicalmente y a sabiendas, se
les vende a crédito. Irremediablemente
endeudado al cabo de pocas semanas, insolvente para cubrir su deuda, el peón
tendrá que garantizar su deuda con lo único que le queda: sus hijos, nacidos o
por nacer (…) Se comprende que el recuerdo de la hacienda Roma haya sido
durable en un ser al que como Vallejo le obsesionaba la injusticia social»
(Georgette Vallejo, en: Varios, C-2004: 13).
Y en la cuarta y última estrofa se
completa la visión con la que se ha descrito, analizado y denunciado el mundo
imaginario (que, insisto, es reflejo del mundo real), y en él —luego de haber
hecho lo comprendido en las tres estrofas precedentes— se dice que (atomizado
como estaba) hará de su propia pequeñez una espiga que implica estar unido a
otros átomos, a otros granos de esa espiga. Y dice que, Luego, haciendo del átomo una espiga, es decir que, después de ese
despertar —luego de encendidas las luces de la conciencia solidaria— la hormiga, el átomo se convierte de elemento aislado en conjunto de elementos
fundidos: la espiga. Y, una vez más,
reitera que esa iluminación no es solo individual y dice: encenderé mis hoces al pie de ella, o sea que, encendido ya todo
para la acción conjunta, entonces encenderá sus hoces (hoces que son símbolo del pensamiento inicial, campesino, y
que también anuncia la hora de la cosecha) y la encenderá al pie de esa espiga
rediviva, vale decir, en sus raíces, al pie de ese conjunto de átomos, de
hormigas, en la base de esa espiga formada por las clases trabajadoras:
obreros, campesinos, pequeña burguesía.
y la espiga será por fin espiga, es decir que, por fin, puede afirmarse que la espiga
existe. Solo así (con esa unión de los hombres
de a pie) se podrá decir que existe la solidaridad humana, solidaridad que
la humanidad crea, porque ha triunfado el reino de la libertad sobre el reino
de la necesidad. Y el título del poema «Marcha nupcial» se explica teniendo en
cuenta las dos visiones opuestas que están en querella y que con la visión
integral del poema ha sido superada, considerándolas como integradas o en un
«matrimonio» que no ha debido desintegrarse. Y así también se explica la forma
por el contenido, de por qué se repite la palabra espiga en la rima de los
versos doce y catorce, y por qué no es un error poético el modificar la forma
tradicional del soneto (al menos por lo que a la rima se refiere) si al hacerlo
se justifica y explica que la forma está al servicio del contenido y no a la inversa. Se puede destacar, pues, el hecho de que,
salvo por la alteración en la rima de los tercetos y por repetir en los versos
doce y catorce la misma palabra (espiga) como signo de la iconoclastia epocal,
la mayor parte estructural del texto corresponde a la del soneto tradicional.
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