jueves, 1 de noviembre de 2018

Literatura

Vallejo Para no Iniciados

Julio Carmona

SIGUIENDO CON MIS OBSERVACIONES a ciertos juicios vertidos por algunos autores que estudian la obra de César Vallejo, en esta oportunidad cito a Jorge Basadre quien dice que «Vallejo [unió] al horror del lugar común, la búsqueda de la expresión sintetista» (A-2003: 40)1. Es un juicio que Saúl Yurkievich con otro argumento en el que dice prevenir al lector «contra uno de los yerros de Vallejo: su caída en el filosofema», y asegura este autor que esto «Ocurre cuando se inclina hacia una meditación de corte filosófico, no transformada en imagen, en figura intuible, es decir en poesía». Y luego de poner algunos indicios que confirmarían su aseveración, concluye que «el verso se desintegra, se convierte en prosa, baja al lugar común» (C-1958: 20-21)2. Obviamente, esta opinión de SY es opinable, sobre la base de las citas que hace, y son las siguientes:

«Amor desviará tal ley de vida,
hacia la voz del Hombre;
y nos dará la libertad suprema
en transubstanciación azul, virtuosa,
contra lo ciego y lo fatal» (Líneas).

En principio, habría que precisar dos cosas. Primera, recordar la reflexión aristotélica respecto de que la poesía está más cercana de la filosofía que la historia; o sea que se puede admitir la incisión de SY, pero no como un «filosofema» (con sentido peyorativo) que deviene error, sino como un acercarse a la filosofía, como «el contenido de una proposición filosófica» que no pierde su visión poética, si se sigue que en ambas (filosofía/poesía) hay un acercamiento a la abstracción metafísica (en el mejor sentido de este término), pero no al lugar común.

        La segunda precisión tiene que ver con el riesgo de aislar un fragmento del poema: pues se lo hace decir algo que, en su totalidad, no quiere decir. Porque el fragmento citado es parte de una estrofa a la que le falta el primer verso: «¡La hebra del destino!», que, justamente, enlaza con el título del poema: «Líneas», y que tiene una primera estrofa previa y dos subsiguientes que lo rescatan de la oscura y muda o pura abstracción. Nos dice esa estrofa, ligada a la primera, que hay una suerte de fatalidad en la que el Hombre, como ser mortal, cree que se viene a la vida con su destino ya escrito, y que es un «predestinado» hacia «lo ciego y lo fatal». Es, en efecto, esa línea, esa «hebra del destino» de la que el ‘Hombre se desviará, por el Amor, hacia una libertad suya azul como el universo’. Es una idea poética. Que, como idea, puede ser discutible, pero que no deja de ser poética. ¡Si el destino era el leitmotiv de la grandiosa poesía trágica de los griegos! Pero, veamos los otros ejemplos que pone SY, para sustentar su advertencia de «error poético» de CV:

«Dios mío, si tú hubieras sido hombre,
hoy supieras ser Dios;
pero tú, que estuviste siempre bien,
no sientes nada de tu creación.» (Los dados eternos)

Y este otro fragmento tampoco es una proposición filosófica que esté bajando «al lugar común», porque, en principio, se trata de una exclamación religiosa (y bien se sabe que la religión tiene muy poco que ver con la filosofía), que coincide con la etapa de creyente místico de CV, y que no, por ello, deja de ser poesía, porque, en todo caso, se puede explicar como la figura literaria denominada apóstrofe3, que, además, tiene la cualidad de ser herética (enfrentarse a dios), lo cual —por otro lado— restringe la calidad de ortodoxo católico que alguien quisiera atribuir a CV. Y algo similar se puede decir del tercer y último ejemplo puesto por SY:

«Porque antes de la oblea que es hostia hecha de Ciencia,
está la hostia, oblea hecha de Providencia.» (Encaje de fiebre)

Con el que CV reivindica su adhesión de creyente. Y vemos con él ratificada nuestra apreciación anterior, que dice: bien se sabe que la religión tiene muy poco que ver con la filosofía. Y, a mi parecer, con la palabra «Ciencia» CV está aludiendo también a la filosofía, y dice que antes de esta está la providencia, es decir, el cuidado del mundo y de los hombres que los creyentes atribuyen a Dios. Con lo que paga tributo a su calidad de creyente, lo cual puede ser discutible como tal creencia, mas no como parte integrante del poema ni menos para adoptar la posición del «dómine Cabra» que pretende ‘prevenir al lector contra uno de los yerros de Vallejo’. Es en ese sentido que la incisión de Basadre es mucho más coincidente con los verdaderos criterios manejados por CV en su concepción teórica y práctica en relación con su arte poética y su arte poético. Pongo un ejemplo sobre esto último. CV refiere lo siguiente:

«“Basta —me decía Maiakovsky—, que un artista milite políticamente en favor del Soviet, para que merezca el título de revolucionario”. Según esto, un artista que pintase —sin darse cuenta de ello, sin poderlo evitar y hasta contrariando subconscientemente su voluntad consciente— cuadros de evidente sustancia artística reaccionaría —individualista, verbigracia— pero que, como miembro del partido bolchevique, se distingue por su verborrea propagandista, realiza una obra de arte revolucionaria. Estamos entonces ante el caso híbrido o monstruoso de un artista que es, a la vez, revolucionario, según Maiakovsky, y reaccionario, según la naturaleza intrínseca de su obra. ¿Se concibe mayor confusión? Porque el caso del pintor de nuestro ejemplo es cotidiano y se repite tratándose de músicos, escritores, cineastas, escultores, ante los cuales algunos críticos marxistas observan un criterio tan arbitrario, casuístico y anarquizante, como el de cualquier esteta burgués» (B-1973-2: 34)4.

Acotación al margen: tampoco se debe creer que CV pide actuar como si la estética burguesa no existiese o de que ella toda estuviese condenada al sepulcro. En la p. 150 se lee lo siguiente:

«Bretón reivindica al Rimbaud humano tanto como al revolucionario. Breton cree que el adherir a un partido revolucionario no hace la obra de un artista necesariamente revolucionaria —Al revés de Maiakovski».

Y alguien puede decir que, al decir esto, CV le está haciendo concesiones a la estética vanguardista o surrealista de Bretón; como igual otros podrán decir de esas citas de CV  —como en efecto hay quien lo ha hecho— que esa reflexión vallejiana alcanza al mismo CV, por la oscuridad de muchos de sus poemas (especialmente aquellos que produjo en paralelo a su conversión política marxista). Pero tal observación no trasciende lo puramente formal de dichos poemas, y que (amparándose en una suerte de astenia exegética) no hace el esfuerzo por descubrir la nuez que esa corteza formal encierra. De hacerlo, se llega a coincidir con la concepción poética de CV que se fundamenta en el equilibrio entre forma y fondo (entre significante y significado, entre forma de la expresión y forma del contenido). Y, entonces, se verá que ese fondo, ese significado, ese contenido no es reaccionario. Y que coincide con su vocación y práctica poética de no hacer que la poesía descienda al nivel en que se encuentra el pueblo (con riesgo a que deje de ser poesía) y que, más bien, busca elevar ese nivel. Y entonces se explica la aparente contradicción del verso: «para el analfabeto a quien escribo». De ahí que en relación con el trabajo poético de CV y con su manera de concebir el arte: práctica y teoría para las que exige plena libertad, hay que mantenerse con cierta expectación y evitar la tentación de emitir juicios definitivos a partir de proposiciones aisladas de su reflexión. Por ejemplo, cuando dice:

«Todas las teorías son inútiles para el artista que debe ser y trabajar libremente. Sin embargo, el artista debe saber a dónde va y debe saber de qué nacen Chaplin, Einseinstein, etc.» (B-1973-2: 164).

Es decir: en la primera proposición, CV está haciendo una prevención respecto de todas las teorías que pretenden arrogarse la propiedad de lo que es arte, con lo cual, pues, están coactando la libertad de trabajo del artista. Esa opinión primera de CV fuera inaceptable, si no tuviera su contrapartida inmediata que admite el deber del artista de «saber a dónde va y de saber de qué nacen Chaplin, Einseinstein, etc.» El mismo CV ha dicho en otro momento que los absolutos no existen, y decir «todas las teorías» es ya estar planteando un absoluto. Pero, bien vista su propuesta, se entiende que la sola posibilidad de usar una cierta técnica o de elegir un tema y no otro o, por último, el solo hecho de ponerse a escribir, es estar ya adoptando una determinada concepción del mundo y del arte, lo cual ya es una manera de teorizar. La prevención que hace CV no es contra el teorizar en sí, sino contra las teorías fundamentalistas que se erigen como únicas y absolutas. Como dice Bertolt Brecht: «Nosotros derivamos nuestra estética, como la moral, de las necesidades de nuestra lucha.», igualmente CV afirma:

«El instinto del trabajo es, cronológica y jerárquicamente, el primero entre todos, antes que el sexo y que el de la conservación. Lo primero que hace un niño al nacer es un esfuerzo (grito, movimiento, gesto) para contrarrestar un dolor, malestar o incomodidad. Este instinto puede llamarse el de la lucha por la vida5 (instinto del trabajo), base de una nueva estética: la estética del trabajo» (op. cit., 1973-2: 150. Resaltado del original).

Vale, pues, entonces, sumar a la poética del equilibrio este otro sustento teórico: «la estética del trabajo».

___________
(1) Equivocaciones. Ensayos obre literatura penúltima. Lima: Universidad San Martín de Porres.
(2) Valoración de Vallejo. Buenos Aires: Universidad del Nordeste.
(3) Figura retórica que consiste en interrumpir el discurso para dirigirse con vehemencia a otra persona o a cosas personificadas que pueden ser reales o imaginarias, generalmente con un tono patético o de lamento.
(4) El arte y la revolución. Lima: Mosca Azul, 1973-2.
(5) Una sola atingencia a esta proposición vallejiana: el ‘instinto de la lucha por la vida’ ¿no es equivalente al instinto «de la conservación»?




Confesiones de Tamara Fiol ¿un novelón indigesto?

(Vigésima Cuarta y Última Parte)

Julio Carmona

231. p. 417: «… el limpiabrisas entorpecía mi visión del amanecer…» Las brisas no se limpian; sí, el parabrisas. En el DRAE no figura «limpiabrisas» sino limpiaparabrisas.

232. p. 418: «“¿Sabes, Morgan —me había dicho Tamara—, lo que nunca he llegado a comprender fue mi reacción?”» El signo de interrogación debió cerrarse después de «Morgan». Lo otro es afirmación, en todo caso, debió decir: ‘¿Sabes, Morgan, que —me había dicho Tamara— lo que nunca he llegado a comprender fue mi reacción?’ Una pregunta similar pero correcta —no igual— se da en la p. 422: «“¿No crees, Morgan —me dijo—, que estas fotos muestran la esencia misma de la guerra en Bosnia? …”»

233. p. 419: TF describe la forma cómo fue emboscado y acribillado Arancibia: «Diez minutos después, pasando el puente Trompeta del barrio de Zarumilla, había un auto al parecer malogrado en la pista, el chofer disminuyó la velocidad, pero cuando quiso aplastar el pedal, como salidos de las chacras, aparecieron dos motociclistas que acribillaron a balazos a Arancibia y al pobre chofer.» Sin embargo, peca de puntillismo porque ella que — obviamente— no estuvo presente no puede precisar que ‘el chofer quiso aplastar el pedal’ (y, en cambio, le faltó precisar, que se trataba del pedal del freno, pues hay otros dos: del acelerador o del embrague); lo que pasó dentro del carro no puede saberlo nadie más que el chofer o Arancibia, y los dos están muertos. Pudo haberse hecho suposiciones potenciales como las que hace el narrador líneas más adelante: «En un acto reflejo el chofer bajando la velocidad habría pretendido prestarle auxilio al piloto del auto malogrado, pero entonces Arancibia habría intuido la emboscada y, puteando al chofer, le habrá gritado desesperado que acelere. Entonces aparecieron los motociclistas.» Pero no afirmar las cosas de manera puntual como si se fuera testigo presencial.

234. p. 419: «Ahora estoy en el taxi que contrató Tamara Fiol. Es un chofer conocido y de toda confianza que presta servicios (sic) a la oficina donde ella trabaja…» El chofer de taxi ‘presta servicio de taxi’, y no «servicios de taxi».

235. p. 421: «Unas semanas antes de que Lula Gabber viajara a Ruanda me mostró una serie de cinco fotos sobre la más terrible de las atrocidades que sabíamos que (sic) se estaban cometiendo en la guerra de Bosnia…», en la expresión signada con «sic»: «que sabíamos que», además de incurrir en el vicio del «queísmo», la palabra «sabíamos» es un ripio, pues es obvio que tenían que saberlo o que habían llegado a saberlo. En la misma página dice: «Si bien las fotos no eran técnicamente perfectas, alguna de las mismas merecían (sic: ‘merecía’) ilustrar la portada de las revistas para las que Lula trabajaba, pero se juzgó que su contenido era excesivamente fuerte, incluso para los más indiferentes y cínicos habitantes de las grandes ciudades de fines del siglo XX, de modo que se publicaron en las páginas interiores de los medios de prensa»; y ahí se está incurriendo en error de inconcordancia, porque «alguna» de sus fotos «merecía» (en singular, no en plural, pues la que merece es alguna y no todas las fotos) ilustrar la portada de las revistas en que Lula trabajaba, y a partir de aquí se genera otro error (ripioso), pues más adelante ya no ha debido decir —como lo hace— «los medios de prensa», sino solo que sus fotos se publicaron, pues ya ha hecho referencia a ‘las revistas en que Lula trabajaba’, y resulta difícil de admitir que otros medios (en los que no trabajaba) tomaran sus fotos, si cada medio tiene sus reporteros y fotógrafos rentados.

236. p. 422: «Sin embargo, para ser más objetivos (sic), debo agregar que estas atrocidades las cometieron también los croatas y en menor escala los bosnios musulmanes…» El término que precede a ‘sic’ ha debido ir en singular, pues no está usando el plural de primera persona, y luego dice: «debo agregar»; entonces, ha debido decir: ‘para ser más objetivo, debo agregar’; si no, tenía que decir: ‘para ser más objetivos, debemos agregar’.

237. p. 424: «El acero incandescente de la metralla destrozó la cabeza del fémur de mi pierna derecha, pero el médico señalándome (sic) en las camas vecinas a heridos mutilados (sic) y desfigurados por horribles quemaduras…» El primer «sic» indica que ha debido decir solo: ‘señalando’, y no «señalándome»; y el segundo, que después de la palabra «heridos» ha debido ir coma, si no la palabra que la sigue, «mutilados», pasa a verse como adjetivo, y se genera una redundancia, porque si bien un herido puede ser distinto a un mutilado, cuando se dice que el mismo herido es mutilado, ya es redundante.

238. p. 424: «“Es el padre de tu amigo Roy”, y antes que (sic) yo se lo preguntara, agregó que el chiquillo fue el hijo que Roy tuvo en (sic) una muchacha drogadicta igual que él.» El primer “sic” señala que falta la preposición «de», ha debido decir: «antes de que»; y el segundo, se explica con una pregunta: ¿un hijo se tiene «en» o se tiene  «con»?

239. p. 425: «Esta vez me esforcé en (sic) hablar en el mejor inglés que conozco y él, por su parte, me confesó que había seguido con mucho interés mis crónicas. Me dijo que él tenía muchas cosas que contarme, mucho más ahora que en la CIA había desclasificado (sic) los documentos de los años sesenta y setenta sobre el trabajo político que desarrolló en Centro américa y la región del Caribe.» El primer «sic» sugiere que para no repetir la preposición «en», la primera se pudo reemplazar con la preposición ‘por’; y el segundo «sic» precisa que, en este caso, la preposición «en» está demás, en relación con el verbo, y debe suprimirse, quedando así: ‘que la CIA había desclasificado’, esta sería una solución; pero, si se mantiene la preposición «en», hay dos soluciones: primera, que el verbo adopte la forma «habían»: ‘que en la CIA habían desclasificado’ o, segunda, ‘que en la CIA se había desclasificado’.

240. p. 425: «En su última visita, antes de despedirse, un poco azorado me pidió que intercediera con mamá para que le concediera el divorcio, pues estaban separados desde hace [si aquí usa la forma verbal del presente, lo mismo ha debido hacer con el verbo precedente —que figura en pasado—: «estaban», y decir ‘están’, pues debe haber concordancia en los verbos; igual debe hacerse con la frase que sigue: ‘la mujer con quien convivía hacía…’] «y deseaba formalizar su relación con la mujer con quien convivía hacía algunos años», o sea que ha debido decir: ‘con quien convive desde hace…’

241. pp. 425-426 «… hubo un revoloteo de pájaros marinos por el muelle y en el antiguo faro se encendieron los fanales». Faro es sinónimo de fanal, y es como si se dijera: ‘en el faro se encendieron los faros’?

242. p. 426: «De regreso a casa, me dije que pronto dejaría el bastón y me pregunté si volvería a solicitarle a Willy Rodríguez que me consiguiera otra plaza de corresponsal en uno de los nuevos escenarios de guerra o buscaría seriamente otra forma de ganarme la vida.» La última frase parece indicar que la de corresponsal de guerra no es una forma seria de ganarse la vida, y, por lo demás, cabe preguntar: ¿hay formas no serias de ganarse la vida?, ¿o quiere decir que se ha estado ganando la vida de manera no seria?

243. p. 426: «Cuando, por así decirlo, al día siguiente mismo de mi llegada a Sarajevo me sentí metido hasta el cuello en una guerra cuya irracionalidad parecía superar al [sic: «a la» irracionalidad] de las otras guerras que yo había cubierto —esta era una guerra tribal, como de vecinos que comparten un condominio y que de pronto por razones nebulosas se han enemistado hasta el odio y la locura homicida—, pensé que había tenido una idea descabellada, propia de un insensato que ha quedado por completo fuera de la realidad, al pretender que aquí en este infierno tendría ocasión de ordenar los esbozos y continuar con la escritura empezada en Lima en torno a Tamara Fiol.» Un reportero experimentado (y se supone que MB lo es) ¿iba a ignorar esta situación? Por lo demás, en este momento sí se justifica que hable del horror y la crueldad de la guerra de Bosnia; pero no que lo hiciera meses antes de que esta empezara (como ha ocurrido en los meses que estaba en Perú: fines de enero, febrero y marzo de 1992), pidiendo ser enviado a esa guerra ‘cruel y despiadada’ que habría de empezar en abril de ese año, y sobre la que él ya había dicho que era la guerra más cruel (¿?), y, al final, en el epílogo resulta estar arrepintiéndose de haber ido.

244. p. 426: «Seis meses después mis reflejos se habían adaptado, sabía cómo arreglármelas para obtener información sobre rutas y atajos poco transitados y sobre todo para obtener salvoconductos que bajo mi absoluta responsabilidad podría [aquí se entiende que este verbo es atribuible a los salvoconductos, y no es el más pertinente; en todo caso, ha debido quedar así: ‘obtener salvoconductos que, bajo mi absoluta responsabilidad, me permitirían] internarme por los territorios de improbable retorno y, con todo, volver todavía en pie a nuestra base del hotel Holiday Inn.»

245. p. 428: «La tercera postal es una fotografía excelente — tomada sin duda con una cámara con trípode— de la fachada de su casona de Huamanga.» La observación de que la fotografía ‘fue tomada con trípode’ nos parece ociosa, salvo que se aclare lo peculiar del caso: ¿por qué sin trípode no sería excelente? Y, consultado el hecho con un especialista, la única aclaración del caso es que había poca luz al momento de tomarse la fotografía; porque —señala el especialista: «El trípode se usa en condiciones pobres de luz, es decir, al amanecer o al atardecer, para que la fotografía salga nítida —con esa luz natural—; si se toma a pulso puede salir movida la imagen; generalmente, para las fotos tomadas a esas horas se combina, mejor, la luz natural con la artificial, por eso el uso del trípode es necesario, se llaman horas mágicas.» Pero en el texto no se ha hecho explícito el ambiente de la foto.

246. p. 429: «No hay razón para que aquí me refiera a la situación política que vivió el Perú desde la reafirmación en el poder de Fujimori, pues esta tuvo amplia divulgación en la prensa nacional e internacional pero ciertamente aludiré a ella cada vez que la historia y el destino de mis personajes lo requieran.» (Esto pudo decirse al comenzar la novela o a mitad de ella, pero no cuando faltan nueve páginas para que termine, y, más aun, cuando no lo va a hacer, es decir, ya no se va a referir a Fujimori). Este recurso de aludir a algo que se va a decir o que se puede decir más adelante, pero no se hace, también lo hemos comprobado en la novela Una pasión latina; se lee ahí que el narrador (sin nombre), hace referencia a un segundo narrador (Artimidoro Correa) que está escribiendo un informe en torno al crimen de que trata la novela, y dice: «Artimidoro Correa gozaba de cierto renombre en el campo de la crítica y los estudios literarios234, los cuales abordaba —para decirlo de manera eufemística— desde una perspectiva materialista235 .» Y a continuación viene la referencia aludida, por el mismo narrador general o anónimo, en relación siempre con el segundo narrador, Artimidoro Correa: «Más adelante, si lo requiriese el informe, se aludirá a este método que, sin degradar el rigor académico, reclamaba un estilo polémico, de combate, de confrontación, por las opciones ideológicas y políticas que implicaba» (p. 35). El narrador general no puede arrogarse la decisión que corresponde definir al narrador secundario, porque el informe lo hace este, independientemente del primero.

247. p. 430: «Acusada de pertenecer a los organismos de prensa del partido, Elvia era una mujer, atractiva e interesante, blanca o castaña como las conocen (sic) aquí, de la mediana burguesía, que había obtenido algún título en la Sorbona.» Veamos: en lugar de decir «como las conocen», ha debido decir ‘como las llaman’, y, por otro lado, el adverbio de lugar «aquí» es inapropiado porque el epílogo ya no lo escribe en Perú sino en USA —y como remembranza—; por lo tanto, ha debido decir «allá» o «en Perú». (…) «Ahora bien, por lo que recuerdo, Elvia no era la única militante de esta extracción de clase y de nivel cultural elevado (incluso había prisioneras que procedían de la alta burguesía), lo que echa por tierra la teoría según la cual Sendero Luminoso significaba el resurgimiento del antiguo mesianismo andino.» En primer lugar, el concepto ideológico de «mesianismo andino» no es enervado por la extracción de clase, puede encontrar cabida en cualquier estrato social, es decir, que una cosa no niega a la otra; un burgués puede adoptar ese «mesianismo» como ideología, y también lo puede hacer un pequeñoburgués y hasta un obrero; las formas ideológicas —como es el caso del mesianismo andino— no tienen una relación mecánica con la extracción de clase. O sea que el hecho de que en SL hubiera gente de extracción burguesa explica, más bien, que se pudieran identificar con una ideología opuesta a la de la burguesía, y, ergo, no anula que dicha organización tuviera también un significado mesiánico.

248. pp. 430-431: «Según vi la fotografía, descubrí que uno de los cuerpos desnudos, ya en proceso de descomposición, después de siete días de llevadas (sic) a la sombría y pestilente morgue (…) era el de la camarada Elvia.» En principio, se refiere a «los cuerpos», por ello ha debido decir «llevados», para que haya concordancia también con la conclusión, en que se dice que «era el de…»).

249. p. 432: Aquí se lee lo siguiente: «… pero sabía que la sangre de los mártires fructificaría en nuevos (sic) y más numerosas (sic) combatientes». Si se ha hablado de los mártires, el adjetivo numeral de ‘combatientes’ también debe ser masculino, o, en todo caso, ha debido decir «nuevas».

250. p. 433: César Arias «… recibió en herencia una pequeña fortuna que él repartió entre su ex esposa y sus cuatro hijos y el resto lo donó de manera anónima a los hijos de la guerra de la región andina.» En primer lugar, el pronombre «él» está demás; y si dice que su «pequeña fortuna la repartió entre su esposa y sus cuatro hijos», pues se entiende que ya no queda nada más que repartir; por tanto, si quería dejar un resto, debió decir: ‘las tres cuartas partes de su pequeña fortuna la repartió entre su esposa y sus cuatro hijos, y el resto entre los hijos de la guerra’, aunque la expresión hijos de la guerra tampoco es pertinente, porque los hijos de la guerra serían los subversivos y los contrasubversivos; la expresión correcta debe ser los «huérfanos de la guerra», que son, en todo caso, los hijos de aquellos, incluidos los hijos de los asesinados por ambos bandos, sin tener nada que ver con la guerra. Es oportuno señalar que la expresión «hijos de la guerra se ha usado en otra parte de la obra: «En contra de mi costumbre [dice TF] convoqué a una conferencia de prensa en la cual anuncié que la organización a la que pertenecía haría una importante donación a favor del hogar de los hijos de la guerra» (p. 34). Y en este caso, por lo menos, se menciona una institución depositaria de esa donación, pero en el caso de Arias, no: ¿a qué institución donó la otra parte de su pequeña fortuna?

251. p. 435: «¿Es que nunca me libraré de ese maldito? —le dijo Tamara a Emperatriz, que acudió a su llamada de urgencia—. ¡Pero si yo misma fui al sepelio para cerciorarme que Arancibia estaba bien enterrado bajo tierra!» En la última frase hay una ostensible redundancia: ¿alguien puede ser «enterrado» en otro sitio que no sea «bajo tierra»?, es como decir «subir arriba» o «bajar abajo».

252. p. 432: «… pero a mí me impresionó sobre todo su arreglo musical del poema de Javier Heraud “Yo no me rio (sic: falta tilde a río) de la muerte”.»

253. p. 434: «El empleado de la notaría le entregó un sobre de (sic) tamaño oficio para que a su vez se lo alcanzara a la señora Tamara Fiol Gayoso (sic) y firmara el cargo de recepción»; el primer «sic» hace ver que la preposición está demás, o quizá se ha querido agregar: ‘de manila’, pero lo usual es ‘sobre tamaño oficio’. El segundo «sic» se refiere al apellido materno de TF, porque en la p. 68 se ha escrito: «Galloso», y en la p. 435 se repite con «y».

254. p. 436: «Emperatriz terminaba su carta diciéndome que al fin Tamara había hecho algo razonable y escuchado las voces de los amigos que de verdad la querían (no como el antipático y egoísta —sic: falta la preposición “de”— Pepe Corso…». La 15ª acepción del DRAE dice que: «Se emplea también para reforzar un calificativo: ‘el bueno de Pedro’.»

255. p. 437: «… como pude leer entre líneas en la breve carta que me escribió para que yo (sic) leyera en el avión.» Con el signo «sic» destacamos que en esa parte el pronombre «yo» es obvio, y que, además, falta el artículo «la», debiendo decir: ‘… la breve carta que me escribió para que la leyera en el avión’.

        A continuación vamos a tratar un tema —que puede considerarse erróneo— relacionado con el racismo:

        Y lo hacemos transcribiendo, a modo de introducción, lo expresado por un estudioso de la sociedad peruana: «No debería usar el término “indígena”, hace recordar que al inicio de las décadas de los años veinte  y treinta en el Perú se hablaba despectivamente y en demasía de la cuestión indígena y de “los indios”. En realidad, los términos indio e indígena hoy suenan como  términos racistas. Los peruanos de la sierra y de la selva no son seres inferiores.

        «En pleno siglo XXI deberíamos solo respetarnos de igual a igual, democráticamente, dentro de un régimen democrático y no recurrir a estos calificativos, que deben ser desterrados para siempre cuando resaltan cierta superioridad de los intrusos que somos en tierras ajenas. Y se creen los salvadores de los “indígenas”, como se ha visto tanto en la película Avatar como en la ideología fascista de “nuestro” Presidente Alán García, quien trató de inventar una nueva raza, canina.

        «Por otro lado, no quieren ningún peruano que se oponga al modelo neoliberal. Allí pensar que una empresa esté en el mismo nivel de decisión que un peruano de la selva es desconocer los criterios básicos de  lo que significa la equidad. No es igual poner en la misma mesa un grupo de peruanos que defienden sus bosques frente a una empresa minera que maneja miles de miles de millones de dólares. Otra vez, la corrupción y la compra de conciencias para ellos les resulta más barata que apoyar como los buenos samaritanos a los campesinos a que se formalicen. Esta buena intención esta empedrada con las piedras que la conducen al infierno, como en la película Avatar236

256. p. 27: A Taylor «lo visitó un anciano caballero huamanguino —poseía uno de los apellidos más linajudos, Montes de Oca o algo así— para ofrecerle en venta la casona familiar, enorme y en ruinas, y según me dijo Azpur, de diseño severo, sólido, con algo de monasterio por las arquerías de los patios interiores. Taylor compró la propiedad sin ningún regateo y más bien se sintió una especie de estafador que se aprovechaba del hambre que venían padeciendo estos señores desde hacía muchísimos años, pues los únicos capitales que tenían eran sus antiguos solares y sus hijas, a quienes casaban con los catedráticos cholos que habían llegado a Huamanga desde la reapertura de la Universidad de San Cristóbal.» (p. 28). Cabe preguntar: ¿También eran «cholos» Julio Ramón Ribeyro, Abimael Guzmán, el mismo Miguel Gutiérrez, que fueron  a trabajar allí de catedráticos?237

257. p. 36: TF describe a Baltazar Azpur: «En su tipo de mestizo aindiado de piel clara», y en la p. 71 se vuelve a repetir la misma fórmula: de un joven que asistía a las tertulias de Mariátegui dice que «Era un muchacho brillante, de aspecto aindiado…»

258. p. 49: «Era —opinó Corso con alegre malevolencia— una cuarterona. O quizá una quinterona. Era, amigo Morgan, la típica sacalagua, mulata casi blanca, memorable por su belleza.» La explicación entre guiones no atenúa el trasfondo racista, que se habrá de repetir en la p. 82: Dice TF: «… mi abuela Belén Goyeneche, una quinterona, casi blanca, sacalagua la llaman aquí.» Y porque, además, esa tendencia al racismo se da en múltiples momentos de la novela. En la p. 288, TF dice: «Mi padre me decía que yo le hacía recordar a mi abuela. Pero ni hablar, mi abuela, Belén Goyeneche, con su lejana gota de sangre negra, era una verdadera belleza.» Y aquí hay algunas fallas, porque cómo puede contradecir a su padre, si ella no conoció a su abuela. Y, asimismo, se refleja su racismo, pues niega tener sangre negra, a pesar de que es descendiente de alguien que —aunque lejanamente— la tenía; además no se sabe por qué era «lejana», si siempre se habla de la familia de la abuela como tribu de negros y supersticiosos o practicantes de brujerías. «Le reveló Tamara que los parientes Goyeneche, en secreto, la hicieron beber toda suerte de pócimas preparadas por curanderos que no surtieron ningún efecto.» (p. 64), y en la p. 121 Pablo Fiol, padre de Tamara, llama a la familia de su madre: «la tribu de los Goyeneche».

259. p. 56: «Muriel es una chica atractiva y recia (del tipo que he oído que aquí llaman cholo), de pechos breves y de curvas espectaculares.»

260. p. 76: Dice MB: «Le confesé (a TF) que ella rompió (Daniela: su esposa) conmigo, que ahora estaba saliendo con un angloamericano auténtico de Nueva Inglaterra, quien la ayudaría (así lo supongo incitado por el despecho) a liberarse de su herencia latina.» Hay en el fondo un complejo racial.


261. p. 129: Hay cierta fruición en describir a los personajes de raza blanca: «El autor del atentado, decía la radio, se apellidaba Steer, un joven de familia decente, con sangre inglesa corriéndole por las venas, blanco y de rostro delicado pero con los ojos alucinados y crueles de los fanáticos…»

262. p. 152: «… un macho normal, un poquitín grueso y con el aliento y los sudores ligeramente repugnantes de los gringos.» ¿En todos los gringos se da eso, incluso el mismo Morgan?

263. p. 158: Un supuesto hermano de Arancibia: «Tenía la piel blanca, el pelo dorado, los ojos azules.» Y en la p. 159, la madre de Arancibia dice de su primer marido: «un hombre guapísimo, blanco, rubio y rico».

264. p. 164: en esta página se cholea a Vallejo.

265. p. 192: los niños que vivían en las afueras de la ciudad, en la infancia de Arancibia «Tenían la piel oscura —del color de las cortezas de zapote o de los tizones de leña (…)». La comparación no es acertada, pues el zapote que es común en los campos del norte (Piura, Tumbes) tiene una corteza más bien de color cenizo-verdoso, pero de ningún modo oscuro como «los tizones de leña».

266. p. 204: A la pregunta de MB el chofer le dice que ‘no son indios’, «Son cholos mestizos», y da a entender que a los indios (auténticos) les dicen chutos, los cholos son mestizos. Sin embargo, Morgan dice que ya conocía a los chutos (y en esto hay contradicción, puesto que si dice que ya los conocía, ¿por qué le preguntó al chofer: «¿Indios?», y dice que no solo sabía de ellos por las referencias de Taylor y Azpur, y por una novela de Arguedas, sino porque ya los había visto de manera directa en su viaje anterior, cuando trabajaba el reportaje de las mujeres de Sendero (cuando —dice: «Tuve que subir al pueblo de San José de Secce en pos de las raíces de una senderista nacida allí, acusada de comandar un pelotón de aniquilamiento. Entonces los vi. Habían bajado al pueblo durante la feria del domingo donde ellos practicaban el comercio en calidad de trueque.» No es «calidad», es, en todo caso, en ‘forma de trueque’. Y todavía agrega: «También Recuerdo (sic: la R mayúscula) que me impresionaron sus rostros requemados por el sol y el viento de las punas.»

267. p. 229: «… la pandilla de cholos y zambos que comandaba el Pijas Niko.»

268. p. 230: «Una padilla (sic) cuyos integrantes, con las excepciones del negro Fermín, mulato muy claro de rasgos finos y sin bemba africana y el acholado Pío Saldarriaga, eran más o menos blanquitos.»

269. p. 235: «… y la banda de clarines, formada por negros o zambos, que vestían vistosos uniformes».

270. p. 238: «La mayoría la formaban cholos, serranos de rasgos indígenas, también había un puñado de chunchos de la Amazonía, los más exóticos lo conformaban un grupos de negros y zambos…»

271. p. 239: «… uno de los prisioneros negros, flanqueado por compatriotas suyos, se acercó temerariamente a la línea de los peruanos y les mostró y blandió un miembro enorme y grueso como el de un solípedo garañón». Esta escena se anunciará en la p. 237: «Cuando él (Arancibia) ya estuvo apto para el amor pleno: ella aplacó ciertas secretas ansiedades que se habían acentuado desde que uno de los prisioneros de guerra mostró su descomunal falo al público que iba a hostilizarlo y a burlarse de ellos. No eres aventajado, pero tienes una buena verga, le dijo. Y para mostrarle que el tamaño y el grosor resultaban apetecibles, Rita se puso el miembro en la boca, arrancándole el primer orgasmo de su vida.»

272. p. 263: «En cambio Odría, por entonces coronel, era un serrano apestoso, decía mamá Elvira, blanco y coloradote, pero con la calavera del indio que moldeaba por dentro su cara.»

273. p. 272: Cucho Canessa «Era un muchacho alto, atlético, blanco castaño, guapo, buen basquetbolista y destacaba en matemáticas e historia» (…) «y lo principal, tenía un increíble jale entre las mujeres, (sic: no debe de ir coma) jóvenes e incluso, se decía, entre las casadas. Pero eran las chicas de (sic: del) Lourdes las que en serio o en broma suspiraban por él».

274. p. 277: «Pero la batalla no había sido contra la guardia y los piquetes de soldados que permanecieron a la expectativa, sino contra la zambería mangache» (…) «desde la plaza se escuchaba la fanfarria y el griterío del populacho sanchezcerrista que se agrupaba alrededor de la tribu de Los Chivillos, numerosa familia de matarifes y carniceros, no negros ni mulatos ni zambos, sino pardos sacalaguas del barrio de la Mangachería, donde había nacido y jugado por sus calles el Mocho Sánchez Cerro.» Aquí hay una contradicción, pues ¿cómo se puede llamar «chivillos» a personas que no son negras, si, precisamente, la palabra está relacionada con un pájaro de ese nombre de color negro tinto?

275. p. 279: «… (un cholote fornido de cara gruesa) …»

276. p. 318: «Retomando un tema al que ya había aludido en otra ocasión, Muriel me habló del ambiente caníbal que imperaba en los canales de televisión. Aparte del racismo —ese racismo hipócrita tan propio del Perú—, había tantas intrigas, abundaban los adulones y soplones de los jerarcas, así que cada quien, colmillos afilados y serrucho en manos (sic: en mano), debía defender los territorios conquistados. Sabía que no era fea, pero por el color de su piel y el tipo cholo que encarnaba nunca le permitirían conducir un programa —esto estaba reservado para los blanquitos y blanquitas o a los que se consideraban tales en el Perú (sic: está demás, es obvio que se trata de Perú)—, no podía imaginar yo lo que tuvo que luchar por dos años antes que los jefes permitieran que su imagen saliera en pantalla. Conocía muchos casos de reporteras magníficas, condenadas por el color inconveniente (¿?: no es el adjetivo más apropiado) de su piel a ser solamente la voz en off cuya figura jamás conocerían los televidentes.» La pregunta que cabe, después de revisada esta muestra de observaciones racistas, es ¿era necesario consignarlas?



ANEXO

        En torno a la tristeza generalizada de la música ayacuchana (tópico sugerido en la novela), hicimos la consulta, mediante correo electrónico, al prestigioso cultor, investigador e intérprete de dicha música, Leo casas, y él tuvo la gentileza de responder y la generosidad de autorizar por el mismo medio la reproducción de su respuesta, y que a continuación transcribo.

        Fecha: Wed, 7 Sep 2011 10:34:46 -0500
        Asunto: Un saludo y consulta
        De: leocasasb@gmail.com
        A: carmona.juliocesar@gmail.com

        Muy querido y siempre recordado Julio César:

        Gracias por tus generosas expresiones acerca de mi trabajo con la música del sur en general y el canto quechua en particular.

        El problema de quienes nos juzgan desde fuera es el prejuicio y la falsa imagen del indiecito (incluido el serranito mestizo o blanco).

        Esto se remonta a Sepúlveda, un cura español que, para liberar de sentimiento de culpa a los conquistadores y sus descendientes en su despiadada explotación de los indígenas en las colonias de América, dijo que el indio NO TIENE ALMA, por consiguiente no es prójimo de los cristianos.

        Ya en los años 20 del siglo pasado, el filósofo Alejandro Deustua decía que, en lugar de malgastar dinero y esfuerzo en alfabetizar y civilizar al indio, se dediquen esos recursos al mejoramiento genético del ganado vacuno y ovino, pues el indio es tan bruto, que nunca aprenderá nada.

        Pero, también en esos años 20, cuando los indios aymaras de Puno comenzaron a alfabetizarse pagando maestros con su propia plata, comenzaron a reclamar sus derechos y protagonizaron la sublevación indígena de Huancané, los gamonales, mistis y curas decían: «Indio leído, indio perdido».

        Por si estas referencias parecieran muy antiguas, recuérdese a Vargas Llosa y su «Utopía arcaica...», despotricando contra Luis E. Valcárcel y José María Arguedas por —según él— «inventar un indio y una cultura andina inexistentes».

        Más cerquita aun está el señor Alan García que, hace solo menos de tres meses, al descalificar a los comuneros aymaras del sur puneño, decía: «¡Dios mío, qué gente es esa que cree que un cerro es su dios!»

        Ahora, sobre tu pregunta puntual: la tristeza del wayno, si no queremos ser tan suspicaces, podemos decir también que el origen de esta visión acerca de esa supuesta congénita tristeza del wayno ayacuchano y andino está sin duda también en los años 20 del siglo pasado cuando, los indigenistas de la música, queriendo y creyendo sensibilizar —o más bien mover a compasión cristiana— a los expoliadores de los indígenas, crearon, desde fuera, canciones como «Cuando el indio llora».

        El otro factor es de quienes grabaron los primeros discos comerciales de Ayacucho: el dúo «Los Hermanos García Zárate» (Raúl, abogado y Nery, profesor de primaria). Arguedas, al presentar a Raúl en una grabación como solista de guitarra, dice: «El doctor García Zárate, de la clase señorial de Huamanga, tocará un wayno tradicional de su ciudad». Es decir, por razones económicas y de relación social, quienes llegan a las disqueras no son indígenas. Los mestizos y señores que cantan waynos, yaravíes y aun carnavales, escogen un repertorio mestizo y hasta «señorial» que, sin duda, tienen riqueza melódica y poética.

        En resumen, los discos de los años 50, 60, 70 y aun de los 80, son mestizos. La letra de las canciones es urbana, romántica, quejumbrosa, llorona, desgarradora.

        Sin duda, es un asunto de identidad.

        Las canciones indígenas de los mismos barrios de la gran ciudad-capital Huamanga, y con mayor razón los waynos, carnavales, canciones agrícolas (recuérdese la ronda festiva «Pirwalla-pirwa»), no solo son indubitablemente festivas, jocosas, pícaras, de doble y triple sentido, sino de gran eroticidad, con alusiones muchas veces explícitas al sexo y a la sexualidad.

        Es que, en la cultura andina, el sexo y la sexualidad no son tabú.

        Al contrario, la mayoría de las canciones, danzas y rituales son en homenaje a la Pacha Mama (Madre Tierra), para propiciar la fecundidad y la fertilidad.

        Por tanto, mucha de la letra de las canciones, así como la coreografía de las danzas, tienen este carácter.

        Sin duda, es este factor lo que, algunos consciente e interesadamente y otros por prejuicio y cucufatería católica, han silenciado, «civilizado», modificado.

        Recuérdese que —no por casualidad— Juan Luis Cipriani fue arzobispo de Huamanga.

        Hay infinidad de ejemplos de lo dicho.

        Ojalá haya tiempo para glosar algunos.

        Mientras tanto, copio dos citas de Arguedas al respecto (resaltado mío):

        «(...) el wayno es la danza en que se vuelca libremente el regocijo y la voluptuosidad popular y la que recoge la inspiración del pueblo quechua en todos sus matices».

        «(...) Creo, por eso (que estas canciones) pueden llevar al lector hasta el mundo íntimo del pueblo quechua, hasta su transparente morada. Los poetas, los nobles espíritus, podrán acaso lograr una identificación tan completa como la del hombre de habla indígena.(...)”. José María Arguedas en Canciones y cuentos del pueblo quechua. Edit. Huascarán, Lima, 1949.

        También copio el fragmento de un texto mío y dos canciones quechuas transcritas y traducidas por mí, en homenaje a Arguedas, publicado recientemente en la revista Ideele:

        CANCIÓN POÉTICA QUECHUA EN LA HUELLA DE ARGUEDAS. Leo Casas

        Muchas canciones tradicionales de creación anónima, que datan de hace un siglo o más, siguen expresando emociones y sentimientos de hombres y mujeres que encuentran en sus versos y melodías una herencia que brota de lo hondo de sus raíces y van fecundando la sensibilidad de niños y jóvenes del Perú profundo. Escuelas, festividades y radios locales propician encuentros y estimulan a sus cultores.

        Estas canciones, sacadas al azar de nuestra propia alforja, están en la huella del Amauta, como una prueba de fidelidad al vívido ejemplo de su fecunda existencia:


RÍPUY-RÍPUY
Ripuy-ripuy niwachkankim (2)
manaraq ripuypaq kallachkaptiy
manaraq ripuyta munachkaptiy.
Ripuytaqa ripullasaqmi (2)
wanwapa tulluchan qinachayuq
arañap llikachan punchuchayuq.

DESPEDIDA
Insistes en que me vaya
cuando aun no estoy para irme
cuando todavía no deseo alejarme.
De irme, sí me iré
Con mi quenita de hueso de zancudo
Con mi ponchito de tela de araña.

        NOTA.- El requisito previo para irse son dos imposibles (en cursiva), es una forma sutil, bella, incontestable de decir a la amada: «¡No me iré jamás!»

¿MAYTAQ CHAY KUYAKUYCHAYKI?
¿Maytaq chay kuyakuychayki?
¿maytaq chay wayllukuychayki?
¿mayullawanchu aparqachinki?
¿qaqallawanchu ñitirqachinki?
Ñuqapa kuyakuychayqa
ñuqapa wayllukuychayqa
sunquy ukuchapim wichqarayachkan
ñawi ruruchaypim qucharayachkan.

¿DÓNDE ESTÁ ESE TU AMORCITO?
¿Dónde está ese tu amorcito?
¿qué es de aquella tu ternura?
¿es que se lo llevó una torrente?
¿o la sepultaste bajo una roca?
El amorcito que yo tengo
la ternura que me reclamas
está guardado dentro de mi corazón
está empozada en la niña de mis ojos.

        NOTA.- Las canciones andinas, especialmente las quechuas, son (eran) dialógicas.

        La primera estrofa corresponde al varón, que se queja de una supuesta ingratitud. La mujer le responde en la segunda estrofa: «A ver, pues, llega a mi corazón». ¿No se dice, acaso, que los ojos son la ventana del alma?

        Entonces, el quejoso (¿quejudo?) recibe este reproche: «Todavía no has logrado llegar al fondo de mi alma».

        ¿Dónde está el lloriqueo, el carácter atávicamente triste, quejumbroso del ayacuchano, andino, serrano?

        Si quieres utilizar mis ejemplos, será un honor.

        Supongo que solo te servirán las traducciones y, acaso, las notas.

        Está usted servido, mi querido entrañable amigo.


        BIBLIOGRAFÍA

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___________
(234) Los estudios literarios son tres: la teoría, la historia y la crítica literarias; es pleonástico decir: «el campo de la crítica y los estudios literarios», pues dentro de estos ya está incluida aquella; en todo caso, se ha debido decir ‘y los otros estudios literarios’.
(235) Si lo eufemístico busca morigerar, atenuar la rudeza de una palabra o idea que de manera directa resulta ser dura o malsonante, ¿de qué palabra es eufemismo «materialista»?, obviamente, lo sería de «marxista»; pero, hablando rectamente, ‘materialista’ y ‘marxista’ ¿son sinónimos? Al decir de Lenin, el materialismo filosófico es fuente, y el materialismo dialéctico parte del marxismo, mas no sinónimos. No puede ser que uno se convierta en «eufemismo» del otro.
(236) Reinhard Seifert: «De Soto y su simple visión de problemática nacional», tomado de Internet sin referencias editoriales.
(237) El autor, en La invención novelesca, dice: «En 1968 fui a trabajar a la universidad San Cristóbal de Huamanga…» (p. 32). Y, más adelante, dice: «En Huamanga trabajé tres años decisivos de mi vida. He aprendido a amar su música, y aunque hay aspectos de la sociedad huamanguina que no he logrado penetrar, sé que puedo arriesgarme a imaginarla, como en parte lo he hecho en mi reciente novela Confesiones de Tamara Fiol» (pp. 49-50).

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