El Naturalismo de MV
Ratificado por los Críticos
Julio Carmona
HEMOS CITADO YA A JULIO ORTEGA con un texto en el que, si bien no lo dice explícitamente, alude o
deja entrever que está calificando de naturalista no solo a la novela motivo de
la crítica (¿Quién mató a Palomino
Molero?) sino a gran parte de la narrativa de MV.
Este nuevo Vargas Llosa es un mal
discípulo del primer Vargas Llosa: lo imita sin éxito, en sus fórmulas, truculencias
e inmediatez [las tres son características del naturalismo] (...) el
nuevo Vargas Llosa, y no sólo en esta novela sino ya en las anteriores, se
ha restringido a lo episódico más elemental, a lo esquemático [también
característico del naturalismo. Y aún agrega:] No es casual que en los últimos
tiempos Vargas Llosa haya terminado por creer en la literatura como
compensación, en la novela como oscilación entre mentira y verdad (D-2001-a:
267).
Ya lo veíamos en
parágrafos anteriores de este capítulo: esa compensación le permite a MV poder
hacer en la ficción lo que no puede hacer en la realidad (por ejemplo: decirle
a su padre —por medio del Varguitas de La tía Julia y el escribidor— que
lo odiaba, tanto como Zavalita al suyo en Conversación en la Catedral),
pero luego de hacer eso salir indemne de toda censura o recriminación, porque
para él la novela es mentira, aunque parta de una verdad. Y esa recurrencia a
la mentira no es propia del realismo, aunque sí es atribuible al naturalismo.
Por otro lado,
Julio Ortega llega a la conclusión de que la novela de MV por él analizada
recala en el melodrama, y, por lo tanto, también está sugiriendo la inclinación
naturalista de su acción creadora (es decir, sin señalarlo explícitamente),
pues ya hemos precisado cómo MV identifica al melodrama con las características
del naturalismo (aunque crea estar hablando del ‘realismo’.)1
Leamos:
Aun cuando ¿Quién mató a Palomino
Molero? Utiliza un dialecto truculento, y suma al crimen un incesto, un
asesinato y un suicidio [tratados de manera naturalista2], termina
siendo un relato excesivamente tenue. Y aun cuando el esquema de la novela
policial le sirve de base, no hay inteligencia en su manejo, el desenlace no
sólo es previsible sino que, además, contradice al modelo policial porque los
hechos de esta novela no arman un enigma sino, a lo sumo, un melodrama (Ibíd.:
268)3.
Y todo el artículo
de Julio Ortega se desenvuelve con una coherencia implacable, haciendo
extensivo ese diagnóstico del naturalismo vargasllosiano a novelas como Conversación
en La Catedral, La tía Julia y el escribidor e Historia de Mayta,
concluyendo —respecto de esta última— que «Mayta no sólo fracasa, es también
horrendo, grotesco y, excesivamente, homosexual» (Ibíd.: 269). Por eso no llama
la atención que otros estudiosos de la obra de MV también lleguen al
convencimiento (algunos explícitamente) de que debe ser ella ubicada en el
ámbito del naturalismo.
Tal vez, el más
destacable sea Alejandro Losada, porque fue —creemos— el primero en percatarse
de ello, pues el trabajo en que enuncia su juicio fue elaborado entre los años
de 1971 y 1974.4 El realismo de MV —dice—«no desea nada de lo real.
Y mirar la realidad conflictiva y caótica “objetivamente” es darle la espalda.
La tendencia al realismo, frustrada en un gesto de impotencia, es la imagen
naturalista de la realidad» (E-1976: 77). Pero no lo analiza solo desde el
punto de vista formal, sino también en relación con sus postulados de fondo:
El
problema es él mismo. Se puso a escribir impulsado por la angustia del mundo
caótico de donde se sentía arrojado y expulsado. Pide reintegrarse, pero no
devolviéndole al mundo su propia imagen, sino una “forma artística” sobre una
realidad ajena y exótica. Su justificación reside en que ha trabajado esa forma
con toda conciencia y durante muchos años, que hay en ella un trabajo artesanal
de orfebre y que esa imagen no tiene nada de sí mismo, sino que refleja una
“realidad objetiva”, donde él está lejano, desaparece, no le impone nada al
grupo social. Es así que la pretendida ausencia de perspectiva, de compromiso
con una concepción de la realidad, de sacar a luz sus contradicciones y
dinamismos valorándolos, no es más que la opción por la neutralidad, y la
justificación de su tarea por la evasión. Vargas Llosa, como todo el
naturalismo, está por el statuquo (Ibíd.: 76).
En MV, parece
decirnos Losada, se cumple lo que decía George Lukács de Flaubert y Zola
juntos, quienes —dice—«iniciaron su actividad (...) en la sociedad burguesa ya
constituida y completada. Ya no compartieron activamente la vida de esta
sociedad; ya no quisieron compartirla.» No en vano Flaubert y Zola son guías
paradigmáticos de MV. Y Lukács agrega:
Flaubert y Zola (...) sólo podían
escoger como solución de la contradicción trágica de su situación el aislamiento.
Se convirtieron en observadores críticos de la sociedad capitalista. Pero con
esto, al propio tiempo, en escritores en el sentido exclusivamente profesional,
en el sentido de la división capitalista del trabajo (E-1966: 179).
De ahí que según Golfgang A. Luchting el paralelo
que se puede establecer para comparar la obra de MV sea con «la Europa de la
época naturalista (...) Y sorprende ver cuán llamativa es la similitud que hay
entre partes de la obra de Hauptmann (famoso exponente del naturalismo alemán)
y la de Vargas Llosa.» Y agrega Luchting: MV «es un naturalista en cuanto a su
material al que da forma de manera impresionista y expresionista.» Y precisa lo
siguiente: «Durante años George Lukács y Arnold Hauser se han empeñado en
demostrar que en el fondo el naturalismo, el impresionismo y, en Alemania, el
expresionismo, tienen más cosas en común que cosas que de verdad los
diferencian» (D-2001-a:
84)5.
Por su parte Sara
Castro Klaren pone, en principio, a MV en relación con el naturalismo, pero
para indicar que los naturalistas del siglo XIX hubieran ubicado a su novela Pantaleón
y las visitadoras dentro del conjunto de obras melodramáticas que ellos
pretendían combatir, pues dice que: «Para los Goncourt, P. V.
sería una de esas falsas novelas, uno de esos melodramas que quisieran ver
desterrados. No obstante, P. V., no deja de ser “una cándida
historia de los bajos fondos”, que es como los Goncourt describen a Germinie en
contraste con esos obscenos libritos, memorias de prostitutas, porquerías
eróticas, que tanto divierten a ese público para ellos despreciable» (D-2001-a: 200)6. De tal suerte, pues, que
para Sara Castro Klaren el naturalismo de MV es definitivo, dice:
La cuestión de los tópicos
naturalistas parecería a primera vista un poco traída de los cabellos. Sin
embargo, un rápido cotejo con el entonces famoso y ahora olvidado prólogo de
los Goncourt a Germinie Lacerteux
(1864) arroja interesantes paralelismos, coincidencias y divergencias con P.
V. (p. 199.) Es decir, que Vargas Llosa en P. V. Regresa a
muchas de las piedras de toque del naturalismo: pseudocientificismo,
neutralidad del autor, relativismo moral, erotismo de los miserables y de la
vida socialmente fronteriza (en este caso la selva), prostitución, patología
del sexo, “naturalidad” del orden social, determinismo y pesimismo (p. 201).
Antonio Cornejo
Polar hace una crítica, ácida pero justa, a Historia de Mayta7.
Y ahí dice:
Curiosamente la distancia que
evidentemente separa al narrador del mundo que narra (...) trata de ser
cubierta mediante el símbolo de la basura que abre y cierra la novela [Y hace
la siguiente cita:]
—Y recuerdo /.../ que hace un año
comencé a fabular esta historia mencionando, como la termino, las basuras que
van invadiendo los barrios de la capital del Perú (p. 346), y que explícitamente [continúa
Cornejo] abarca al espacio real en el que vive el autor, intentando crear así
un nexo entre lo que el resto de la novela separa y distingue. Este intento
resulta, sin embargo, ineficaz: después de las muchas descripciones casi naturalistas
de la basura que ahoga a las barriadas, resulta involuntariamente candoroso y /
irónico el modo como se la describe en el escenario real del novelista (D-2001-a: 255).
Juan Antonio
Masoliver, igualmente llega a la misma conclusión respecto del naturalismo
vargasllosiano. Y lo hace analizando la novela El hablador.8
Ahí dice que «Una de las aportaciones más originales del escritor peruano es la
capacidad de crear tensiones dinámicas aparentemente ingobernables y de inmovilizarlas,
objetivizarlas, a través de la concepción arquitectónica del libro.» Y, a
continuación agrega:
Por un lado lleva a sus últimas
consecuencias las posibilidades de la novela del siglo XX y, más
específicamente, del naturalismo: despiadada observación de la realidad,
sin las trabas impuestas por los prejuicios éticos o estéticos y al mismo
tiempo planteando una problemática de carácter moral; conocimiento científico
de dicha realidad; creación de personajes memorables; énfasis en la importancia
del argumento, sin que lo ficticio altere la autenticidad del relato;
importancia del desarrollo hacia un clímax y un anticlímax, etc. (D-2001-a:
273).
Pero hay, además,
en la crítica de Masoliver una interesante propuesta que —con toda seguridad—
no le habrá causado ningún agrado a MV. Este crítico lo emparienta con el
«indigenismo», por el que tantos escozores y hasta urticaria dice el mismo MV
haber sentido. Veamos la opinión de Masoliver:
Para mí, buen conocedor de la obra
de Vargas Llosa porque a ella me ha llevado el placer de la lectura, Elhablador
representa la culminación de todos los defectos insinuados en La guerra del
fin del mundo. Representa también un penoso retroceso, ya que la novela del
llamado “boom” trataba precisamente de romper con la tradición local,
ingenuamente social e inevitablemente folclórica de la novela indigenista. La
referencia a La vorágine de Rivera, a Plata y bronce de Chávez, a
Huasipungo de Icaza, a La serpientede oro o El mundo es ancho
y ajeno de Ciro Alegría, parece inevitable, pese a los burlones
comentarios, nunca justificados, sobre el indigenismo de los años treinta (Op.
cit.: 274).
Dejamos para comentar al final de este capítulo
algunas opiniones de Edmundo Bendezú Aibar9, porque nos parecen
contradictorias, en la medida que, desde el título del texto citado, asegura
que el realismo es la impronta de la obra de MV. Y, en efecto, así empieza
dicho texto: «Conversación en La Catedral es indudablemente la mejor
novela del realismo peruano, el que con ella alcanza su madurez, aquel realismo
que representa una realidad histórica determinada, los problemas de una
sociedad específica y la vida privada de algunas gentes de esa sociedad.» Y, en
principio, pensamos que esa descripción del realismo que hace Bendezú no es la
que más se ajusta a la del auténtico realismo cuya «continuidad histórica —al
decir de Ángel Rama— atraviesa siglos y milenios... y sigue ganando sus
batallas» (D-2001-a: 232). Y no lo es porque —como veíamos que decía Alejandro
Losada, precisamente en oposición a lo planteado por Bendezú:
Vargas Llosa no abstrae lo esencial
sino que elige lo anecdótico, lo superficial y por no plantearse el sentido del
mundo como intencionalidad de la selección sólo escogerá aquello que sea más
interesante o exótico para construir la totalidad; lo irreductible, lo
marginal. Lukács utilizará otras categorías para explicar lo mismo. Dirá, por
ejemplo, que en el naturalismo hay un exclusivismo de la casualidad del
acontecer y que los personajes son configurados con ánimo fatalista sin tener
una opción delante de su libertad. (...) Igualmente opondrá que el naturalismo
sólo trata de mostrar el acontecer mientras el realismo se pregunta por
el sentido de la historia (Op. cit.: 144-145. Cursiva de A. L.).
Sin embargo —y he
aquí lo contradictorio de la propuesta de Bendezú—, rápidamente se ve atenuada
esa prescripción categórica del «realismo» de MV, pues leemos ahí que: «Sin
embargo, todavía se hacen visibles en las novelas de Vargas Llosa rezagos
indelebles del romanticismo y del modernismo, tales como una sensibilidad
melodramática, una proclividad folletinesca, un regodeo con fantasías eróticas
que navegan en la pura ficción, un sentimentalismo empedernido» (Op. cit.:
170). No obstante, en el siguiente párrafo, en lugar de morigerar la
contradicción, para retomar lo fundamental de su tesis, cual es «el realismo de
MV», dice: «Con todo, Conversación en La Catedral es una obra maestra en
cualquier literatura y no tanto por su complejidad barroca sino por el
sistema de valores, preocupación de la novela peruana desde sus orígenes.»
Primero, plantea una contradicción insuperable, en la medida que el realismo
—como tendencia— es opuesto al barroco, a pesar de que se ampara en la tesis de
Martín Adán, De lo barroco en el Perú, pues dice que: «Todo esto tiene
que ver con la complejidad de la novela, complejidad que actualiza aquello que
Martín Adán veía como lo barroco perenne de la cultura peruana» (Ibíd.: 171)10.
Y, segundo, se establece la existencia de «la novela peruana» como una
abstracción de características permanentes. Lo cual es ratificado, líneas más
adelante, pero asimismo de manera poco convincente, pues dice: «También en la
estructuración extensa y amplia, Vargas Llosa sigue el patrón ya casi común en
el realismo peruano», de donde resulta que se está reduciendo la comprensión de
«un realismo peruano» (preexistente e invariable, como ya dijimos) a la
extensión de las obras que lo conforman.
Pero la
contradicción llega al máximo en el texto comentado de Bendezú Aibar cuando
señala que los personajes de la novela citada «es toda una fauna grotesca del
neo-naturalismo vargasllosiano»11 (Ibíd.: 177), a pesar de que antes
ha dicho, en contra del naturalismo achacable a dicha novela, lo siguiente que:
El sistema de valores que Vargas
Llosa pone en juego y define con suma claridad y a veces con crueldad (da) la
impresión primera de naturalismo o de pesimismo insalvable que produjo en
algunos críticos12 y también en una primera lectura, la mía en
Alemania en 1972.
Posteriormente,
Bendezú trata el tema del sexo en Conversación en La Catedral (que
nosotros hemos tratado en un parágrafo anterior de este capítulo) y dice lo
siguiente:
Como personaje de ficción novelesca
Cayo Bermúdez es bastante verosímil, fácilmente identificable, si ponemos de
lado las fantasías eróticas vargasllosianas de una sexualidad aberrante. Este
aspecto de la vida de Cayo Bermúdez puede escandalizar a algunos lectores, de
preferencia puritanos, pero en general el efecto es más bien penoso, artificial
y gratuito.
Y, en realidad, esos efectos desmerecen a una obra
realista, convirtiéndola más bien en naturalista. Pero todavía cita a L. A.
Sánchez, quien ahonda lo contradictorio de la cita, pues dice que: «A pesar de
que presenta algunas escenas del más descarnado realismo sexual, ellas no
contagian, no excitan, carecen de pecaminosidad: son como los cuadros ebrios de
Zola [¡y he aquí el paradigma de MV!]; afeamiento del pecado, lo cual equivale
a embellecer la virtud. La enseñanza religiosa ha dejado en Vargas Llosa a un
puritano contrito» (Ibíd.: 177).
Creemos que, con lo
hasta aquí expuesto, se confirma la caracterización de la obra de MV como
naturalista. Y podemos, asimismo, concluir que quedan demostradas las
características de la mentira y la cacografía que le atribuimos
desde el título: el escribidor mentiroso.
______________
(1) Las
características del melodrama (coincidentes con las del naturalismo) son —según
Hauser: «los colores chillones, las situaciones crudas, los acentos violentos»,
aparte de ser «una forma corrompida de la tragedia» (E-1964-II: 214-115.)
(2) Inclusive el
primero —el crimen— es descrito con solaz en el ensañamiento y la podredumbre: «Antes
o después de matarlo lo habían hecho trizas, con un ensañamiento sin límites:
tenía la nariz y la boca rajadas, coágulos de sangre reseca, moretones y
desgarrones, quemaduras de cigarrillo, y, como si no fuera bastante, Lituma
comprendió que también habían tratado de caparlo, porque los huevos le colgaban
hasta la entrepierna. (...) En el dédalo de moscas que revoloteaban alrededor
de su cara relucían sus pelos, negros y ensortijados» (A-1993: 7.)
(3) Por su parte,
Sara Castro Klaren dice: «En otras palabras, tanto la formulación melodramática
como la naturalista son falsos cadáveres, restos todavía sobrevivientes,
insuperados en la historia del Perú.» Y más adelante agrega: «En relación a los
órdenes narrativos que parodia P. V. (Pantaleón y las visitadoras),
Vargas Llosa satiriza más la mentalidad melodramática que la naturalista»
(D-2001-a: 201-205).
(4) Los títulos
publicados por MV, hasta entonces, eran: La ciudad y los perros (1963), La
casa Verde (1966), Los cachorros (1967), Conversación en La
Catedral (1969) y Pantaleón y las visitadoras (1973).
(5) Ver también del
mismo autor: «Mario Vargas Llosa y Julio Ramón Ribeyro», en: D-2001-a: 81-93.
(6) Desde la
perspectiva de los Goncourt, entonces, el naturalismo de MV podía ser calificado
de «ínfimo realismo» como lo hace Ángel Rama (D-2001-a: 232).
(7) Por lo cual —a
nuestro parecer— fue muy mal tratado por MV en El pez en el agua, y algo
similar ocurrió con Julio Ortega, sin que en ninguno de los dos casos diera una
justificación satisfactoria para tal diatriba. Solo hay una generalidad en
torno a la falta de coherencia de muchos —según MV— intelectuales peruanos, por
haber actuado —por ejemplo— como «antiimperialistas» y luego haber recibido
becas del imperialismo. Eso hace que MV se pregunte: «Por qué podían, con tanta
desfachatez, vivir en la esquizofrenia ética, desmintiendo a menudo con sus
acciones privadas lo que promovían con tanta convicción en sus escritos y
actuaciones públicas» (C-1993: 307). Una vez más, vemos que MV es traicionado
por su «falsa conciencia», puesto que él mismo no puede escudarse en una ética
mejor. Esa acusación retorna a él como el famoso boomerang. ¿Acaso él mismo no ha pasado de furibundo antiimperialista
a rabioso pro-imperialista?
(8) Que, junto con Pantaleón
y las visitadoras, La tía Julia y el escribidor, ¿Quién mató a
Palomino Molero?, Elogio de la madrastra y Los cuadernos de don
Rigoberto, han sido consideradas como el grupo de obras menores de la
producción novelística de MV.
(9) Edmundo Bendezú
Aibar, «El realismo: Mario Vargas Llosa», en: La novela peruana, de Olavide
a Bryce. Editorial Lumen, 1992. Texto que nosotros hemos leído en:
D-2001-a: 169-190.
(10) En realidad,
la tesis de Martín Adán, como asimismo los planteamientos de Alejo Carpentier
en el mismo sentido, nunca fueron admitidos como monedas de uso corriente en
los estudios literarios de nuestra América. Lo fueron, en todo caso, como
hipótesis excéntricas que no hacían sino colisionar, de manera paradójica, dos
concepciones que, por principio, son opuestas; salvo que se pretenda hacer lo
ya censurado al Roger Garaudy de Un realismo sin fronteras.
(11) Más adelante
también dirá que cuando Zavalita «contempla el cuerpo hermoso cruelmente
apuñalado, es una dura escena naturalista» (Ibíd.: 187).
(12) Y el mismo
Bendezú hace la siguiente nota: Ver Alan Cheuse «Mario Vargas Llosa and Conversation
in The Cathedral: The Question of Naturalism» (52-58). Ver también Gerald
Martin «Mario Vargas Llosa: Errant Knight of the Liberal
Imagination» (214).
Confesiones de Tamara Fiol ¿un novelón indigesto?
(Undécima Parte)
Julio Carmona
2.1 «Las mujeres de Sendero»
En Confesiones
de Tamara Fiol el tema de las mujeres de Sendero y sus connotaciones
políticas será reiterativo, aunque esporádico y hasta ancilar. Por ejemplo, en
la p. 310 dice el narrador: «Ahora, aquí en el Perú yo he roto la regla de oro
y en los dos meses que he permanecido
me he ido involucrando sentimentalmente con mis fuentes, testigos y actores de
mis reportajes. Desde las mujeres de
Sendero. ¡Cuánto hubiera querido conocer más de sus vidas más allá de las
ideologías y políticas!» Y desde la primera página de la novela (p. 11), el
narrador, Morgan Batres (MB), menciona, por primera vez, el reportaje hecho a
“Las mujeres de Sendero”; dice:
La
primera vez que entrevisté a Tamara Fiol fue, a pedido suyo, en el
barrestaurante Marcoantonio. Conocía el sitio, pues mientras preparaba el
reportaje “Las mujeres de Sendero”,
dos de mis fuentes me propusieron este mismo establecimiento para charlar.
En otros casos, esa mención sirve para
hacer que intervengan dichas mujeres en el recuerdo que de ellas hace el
narrador, y en muy pocas oportunidades en el momento mismo de las entrevistas,
mas nunca en su accionar político-militar. Pero, como ya adelantáramos, el de
«las mujeres de Sendero» es un tema que, finalmente, pasará a un plano
irrelevante, de referencia accesoria. Es decir: del tema que se podía «sacar
más jugo», el narrador (¡un «reportero de guerra»!) se desvía hacia la historia
de una mujer (TF) que no tiene nada que ver con Sendero y que no tiene nada de
revolucionaria, aunque él (MB) se empecina en tratarla como tal, sin demostrar
que lo fuera —ni por su acción ni por su pasión—, y además por la propia
negativa de ella, en la p. 15 leemos:
… en
relación con la vida de las senderistas (por horribles y fanáticas que
parezcan), la mía carece de interés. Es verdad que he luchado (¡y créeme que
sigo luchando!) para no quedar postrada. Pero esto es algo que cualquier mujer
en mi condición haría. Es puro instinto de vivir. Y no hay ninguna virtud en
ello.
Pero esa obsesiva pretensión de
presentarla como «revolucionaria romántica», lleva al narrador a sobrevalorar
sus propias explicaciones de actividad política, especialmente su participación
en la expulsión de Arancibia del Partido Comunista, ocurrida en la década de
los sesenta del siglo pasado (esta ubicación temporal es algo que se deduce y
no que se especifique en la obra, lo que crea cierta ambigüedad respecto de la
relación con SL, y en este caso —como dato escondido— se minimiza su validez,
pues está bien que esto ocurra pero siempre que su explicación emerja de los
hechos sin que quede como algo esotérico). Dice MB:
Recuerdo
que yo había escuchado con fascinación creciente las palabras de Tamara Fiol, a
pesar de que Taylor, Azpur, Emperatriz, César Arias y, sobre todo, Pepe Corso
me había (sic)111 contado que ella siempre había minimizado sus años
de militancia en el partido, pero ahora por el lenguaje que empleaba y la
pasión que ponía en su expresión me di cuenta de que la militancia comunista no
había sido un asunto aleatorio en su vida sino una parte fundamental de ella
(p. 371).
Es decir, la reacción del «reportero de
guerra» es excesivamente subjetiva, él pretende saber más que los testigos
presenciales, más incluso que la propia protagonista, solo a partir del énfasis
de sus palabras y de sus poses histriónicas; es más, no puede decir que la
‘militancia comunista había sido una parte fundamental de su vida’, porque
queda lisiada a los 29 años y ya antes había renunciado a la Juventud
Comunista, y su actividad en esta estuvo matizada con una vida disipada, ¿en
qué momento de la vida de TF la «militancia comunista» fue significativa y —más
aun— fundamental?112 Y lo cierto es que, después de lo expuesto de
manera pormenorizada a lo largo de la novela, esa suposición del narrador
resulta ser expresión más de un deseo que de una «realidad», convirtiéndose,
pues, ya no en una «mentira narrativa» (como la sustenta teóricamente MVLl113;
propuesta teórica que asume MG en sus últimos libros de ensayo: El pacto con el diablo (2007), La invención novelesca (2009), La cabeza y los pies de la dialéctica
(2011)114, sino en una inverosímil y hasta falaz táctica narrativa,
que, difícilmente, habrá de convencer a un lector avisado. Y la subjetividad
del narrador se reafirma con la siguiente declaración: «… pero sobre todo me
quedé maravillado por la vehemencia con que ella defendía sus puntos de vista…»
(p. 372).
MB dice que se enteró de la existencia
de TF «mientras, en Nueva York, recogía los primeros testimonios y conseguía
valiosos contactos para hacer un reportaje a las mujeres de Sendero» (p. 13). Y
esta cita induce a pensar que TF tiene algún vínculo con SL; sin embargo, en la
p. 15, se empieza a dudar de ello, pues, de serlo, no se referiría a las
senderistas llamándolas «horribles, fanáticas», ocurriendo lo mismo con todos
los militantes de SL, llamándolos «terroristas» (esta última expresión la usa
en otros momentos, varios; por ejemplo en la p. 420, al terminar el último
capítulo, dice: «Pudieron ser los narcos. O los militares. O también los
terroristas»). Esta expresión fuera permisible en MB o en otros personajes sin
formación política115, pero en boca de TF es una aberración que
desdice de la imagen de luchadora que le quiere dar el autor a través del
narrador. Ergo, TF no solo no tiene calidad de senderista sino ni siquiera de
izquierdista; pues nadie que se precie de serlo —con el perfil que se quiere
dar a TF— habría de expresarse así; podría decir solo: los senderistas, pero no
los terroristas.
En la p. 16, cuando TF continúa
minimizando las referencias que pudieran haberle dado a MB otras personas sobre
ella, vuelve a referirse al tema aquí tratado, y pregunta: «¿no te basta con el
reportaje que le (sic: les) hiciste a las seguidoras del Presidente Gonzalo? ¿O
no pudiste hacerlo?» Y, luego, el narrador pasa a un párrafo aparte, que
empieza con su respuesta: «“Todo lo contrario”, respondí»; y además refiere que
su reportaje a «las mujeres de Sendero» se habría de publicar en Newsweek. Y, entre paréntesis, recuerda
lo que le ha dicho su agente periodístico por fax desde USA: «El reportaje a
las perras terroristas (…) te ha salido del carajo. Te detesto, canalla. Te
envidio». Es explicable que este periodista hable así de las mujeres de
Sendero. Lo raro es que —como ya hemos visto— TF también lo haga, pues —como se
recordará— cuando se refiere a ellas lo hace llamándolas: terroristas,
horribles y fanáticas. Y en toda la novela no aparece ningún personaje que
contrarreste ese ataque furibundo. El mismo narrador dice de ellas que «no
había podido atravesar el blindaje ideológico de esas mujeres austeras y temibles».116 Por
eso es incoherente el siguiente comentario de TF: «Como estoy segura de que te
han contado que he sido, que [repárese en el queísmo] aún soy una luchadora
social, quieres escarbar en mi vida para mostrar que (sic: queísmo) las combatientes somos (¿) mujeres de carne
y hueso. Que tenemos una vida interior compleja y atormentada. Que amamos y
odiamos. Que tenemos pasiones terribles» (p. 17). Pero esto es incoherente
porque con la descripción, no desmentida, de las senderistas (horribles,
fanáticas, austeras, temibles, perras terroristas) difícilmente se puede creer
lo que —acabamos de ver— TF dice de ellas, incluyéndose: ‘que aman y tienen
pasiones’. Y si aquella descripción atrabiliaria de las mujeres de SL se ajusta
a la realidad, y es algo que en reiteradas oportunidades lo dice el narrador y
otros personajes, entonces ¿por qué él se echa la culpa por no ‘haber podido
penetrar en su personalidad política’? Es obvio que nadie podría hacerlo. Y,
por lo demás, es expresión de una soberbia falaz que TF se considere a sí misma
«combatiente», cuando de esto no se consigna ninguna evidencia en la novela. La
acción política de TF, expuesta en la novela, de ninguna manera corresponde a
la de una «combatiente», este término debe reservarse para quienes participan
en una insurrección armada contra un régimen social imperante, y no a quien
realiza actividad como militante de un partido en época de paz, que es el caso
de lo que se cuenta de TF. Si por lo menos se hubiera dicho que participó de
manera activa en los movimientos guerrilleros de los años sesenta, años que
corresponden a los de su actividad partidaria; pero no es así, porque esta
actividad se dará en las asonadas estudiantiles o en las «discrepancias
internas» del Partido Comunista moscovita (de espaldas al levantamiento armado
aludido), y quedando en duda su participación si —como hemos visto en el primer
capítulo— TF perteneció a la Juventud de dicho partido y no tenía —como también
se ha demostrado— el nivel ideológico óptimo para participar en dicha
contienda, como sí lo sería el de otras mujeres con mayores méritos como
militantes o luchadoras sociales: «El otro caso fue el de Elena Untiveros
Osejo, a quien años atrás Tamara Fiol (según me reveló muy de pasada cuando vio
las fotos de mi crónica sobre las mujeres de Sendero) había conocido en una
clínica psiquiátrica. Recuerdo que al reconocerla en la foto, Tamara hizo este comentario:
“Sobre ella debiste escribir, Morgan. Era de mi edad y lo merecía más que yo”.»
(p. 431). El problema no es de la edad; TF pudo pertenecer a SL y ser
considerada «combatiente», «luchadora», etc.; pero no lo fue (ni siquiera lo
fue de los movimientos guerrilleros del 65’), entonces no le corresponden tales
calificativos.
El tema de «las mujeres de Sendero», se
vuelve a mencionar en la p. 21, de la siguiente manera, por parte de MB: «[Le respondí que una de las primeras cosas
que hice para preparar mi reportaje sobre las mujeres de Sendero fue viajar a
tierra ayacuchana]» (Cursiva del original). Este dato se habrá de
justificar después cuando se vea que viaja por segunda vez a Ayacucho, mas ya
no para el tema de las mujeres, porque este ya ha sido concluido. Lo hace para
averiguar algo relacionado con los ashánincas; pero esto, finalmente, se
descubre que era un pretexto para rellenar algunos datos inherentes al relato
sobre TF.
En la p. 30, vuelve a referirse al tema
de «las mujeres de Sendero»; una vez, directamente, y otra, insinuándolo; en la
primera, dice: «Fue Taylor el que puso sobre la mesa el tema de Sendero
Luminoso, pues él (que había leído algunas de mis crónicas de guerra) me venía
incitando a viajar al Perú para escribir en forma veraz (veraz, recalcó) sobre la guerra senderista. No voy a repetir aquí
lo que escribí en mi crónica del Newsweek»
(Cursiva del autor: nos referimos a la palabra ‘veraz’. En la p. 16 ha
insinuado también que dicho reportaje se iba a publicar en esa revista). Pero
obsérvese que la «invitación» de Taylor era para que hiciera honor a su
profesión de «reportero de guerra», es decir que hiciera un reportaje sobre la
guerra de Sendero. Y en la cita insinúa que eso lo ha tratado en su «reportaje
a las mujeres de Sendero». Es decir, el lector debe contentarse con esa alusión
a la crónica, y también, de esa manera, admitir el bodrio de la vida de TF. Y
el tema más apasionante: la guerra de Sendero (que debería haber estimulado a
un verdadero reportero de guerra), es reemplazado por ese otro, anodino e
intrascendente. Y hay que agregar que cuando, al fin, se publicó el texto tan
recurrido —aunque desconocido— en la novela, dice: «Por las circunstancias
especiales en que fue escrita, me llenó de orgullo de principiante ver
publicado (sic: publicada) en Newsweek
mi crónica “Las mujeres de Sendero”.» (p. 383). Pero, así como se desconocen
los pormenores internos de dicha crónica, tampoco se hacen explícitas esas
‘circunstancias especiales’, todo eso solo se deja a la «imaginación del
lector», lo cual constituye un arma cortante de doble filo, que puede herir, en
un caso, al lector pues puede ser que su imaginación no dé para tanto, como
también herir al autor por no saber dosificar sus ingredientes; dando por
resultado lo indigesto.
Pero también en la p. 30 se trata el
tema colateral de jóvenes izquierdistas que hacían postgrados en USA. Y el
narrador dice de ellos: «No puedo olvidarme que la actitud de desgano e
indiferencia que (salvo Azpur) observaban los jóvenes frente a mí, cambió
cuando Taylor les habló de mis crónicas y reportajes que yo le (sic: les) había
dedicado a Nicaragua y a la guerra civil en El Salvador, inmediatamente después
del asesinato de monseñor Romero». En principio, debe observarse que abusa del
«yoísmo»: ha podido decir solo «No puedo olvidar» y «las crónicas y
reportajes», porque se está refiriendo a la actitud de los jóvenes «frente a
mí», y «reportajes que yo le había dedicado». Por otro lado, se dice que los
jóvenes peruanos izquierdistas «tenían rasgos occidentales muy marcados:
blancos, castaños y una de las chicas era rubia y de ojos azules», y agrega que
se
expresaron en términos muy duros y despectivos sobre Sendero.117 Ahí
fue cuando escuché por primera vez el nombre de Lucanamarca. Con horror y (me
pareció) con algo de regocijo me contaron cómo había sido la matanza. Recuerdo
que concluyeron opinando que Sendero Luminoso era un partido ajeno al marxismo
y que más que maoísta era ‘polpotiano’. Tal vez fue una falsa impresión, pero
me pareció que más allá de cuestiones políticas e ideológicas el grupo se
sentía resentido, casi envidioso, quizá con una carga pesada de sentimientos de
culpa, como si las atroces acciones de los senderistas condenaran su abandono
del Perú y cuestionaran la forma de vida elegida.
De esta observación surge la incisión ya
adelantada, de que falta un elemento contradictor que establezca el balance
(papel que —en este caso— pudo jugar Azpur, pero más bien se lo mantiene mudo),
y no se trata de hacer apología de Sendero, sino de ubicar en su verdadero
alcance a la estrategia revolucionaria de la lucha armada, que siempre se ha
acostumbrado a identificarla con Sendero, y al hacer la condena de este se
incluye a ambos. Y lo preocupante de ese «ataque a Sendero» es que hay otras
«acusaciones» en su contra que tampoco son compensadas con una opinión
equilibrante (y al no ocurrir esto, se da por sentado que lo otro es válido).118
Y, siguiendo con la reunión en USA,
recién cuando se fueron los universitarios izquierdistas y quedaron sin ellos
en el apartamento ocupado por Taylor, el narrador dice que comentó «las
apreciaciones de los peruanos sobre el carácter de la guerra senderista» y
agrega que: «En realidad, Azpur conocía mucho más, infinitamente más, de
Sendero y de las mujeres de Sendero que los otros amigos peruanos» (p. 31),
pero ese «conocimiento» de Azpur no se demuestra, queda reducido a solo esa
sugerencia del narrador, cuando aquí ha podido permitírsele a Azpur demostrar
ese «conocimiento»; sin embargo, solo —entre paréntesis— se dice que conoció
«de cerca a Nora, esposa del Presidente Gonzalo y número dos del partido…»
(Ibíd.), y habría que acotar aquí que si Azpur «conoció a Nora» (siendo un dato
que se volverá a repetir en la p. 88)119, ese conocimiento ha debido
ser «como persona», mas no como militante, por lo tanto no tiene autoridad para
hablar de ella como dirigente ni tampoco de las mujeres de Sendero, pues él
mismo no ha sido militante. Y, sobre el mismo tema, el narrador refiere que
llegó a interrogar a las prisioneras de Sendero en relación con Nora,
insistiendo sobre los pormenores de su muerte y sobre la cual el mismo Sendero
dio una explicación (un infarto cardiaco), la misma que fue puesta en tela de
juicio, especialmente, por la prensa y los analistas sistémicos, indicando
estos que pudo haberse suicidado o que fue «asesinada por orden de la nueva
conviviente del Presidente Gonzalo» (p. 88), en esta última expresión, hay dos
errores de concepto: hablar de «nueva conviviente» implica insinuar que Nora no
fue esposa de Guzmán, sino su «antigua conviviente», y de admitirse que fue la
«nueva conviviente» quien la asesinó, se estaría hablando de lo que el mismo
narrador reconoce como una insinuación imprudente: que se había conformado un
triángulo pasional, aun en vida de Nora. Este tipo de insinuaciones y
repetición de infundios, obviamente, tenía que exasperar a las entrevistadas,
de la siguiente manera:
La
camarada dirigente que tuvo la voz cantante en la reunión dijo que esas
especulaciones provenían de podridas mentes burguesas. Luego me dijo que ellas
ya habían respondido a mi pregunta, pero que si insistía en lo mismo se verían
obligadas a dar por terminada la entrevista. (Ibíd.)
Luego viene el siguiente añadido del
narrador: «Me adelanté a pedirles disculpas, pues todavía quedaban varias
interrogantes en mi cuestionario…»; la primera expresión de este añadido es
incoherente, pues no se puede adelantar a algo que ya se dio; en todo caso lo
que debió decir es: ‘Me apresuré’, mas no “Me adelanté…”
En la p. 87, TF dice: «Cuando dejé de
lado mi vida de vagabunda (por un buen tiempo, la verdad)120 y me
incorporé al trabajo político, fui muy criticada, sobre todo por las mujeres,
por las camaradas. La más feroz de todas era Nadeira Varahona.121
Cuando me veía bailar me susurraba al oído: ¡decadente, ninfómana, zorra
burguesa…! Oye, ¿se parecen a Nadeira las mujeres de Sendero?» Y, realmente,
esta pregunta en boca de TF resulta desfasada porque se supone que ella conoce
más que MB la estructura partidaria de SL y la idiosincrasia de las referidas
mujeres. En todo caso, no debió preguntar sino afirmar. Y, en la p. 88, se da
la respuesta, usando el diálogo dramático, «Morgan (la pregunta me toma por sorpresa y medito unos instantes antes de
responder): Por lo que me dices, Nadeira era una mujer horrible más allá de
que fuera o no una militante comunista. En cuanto a las senderistas era como si
hubieran abolido sus vidas privadas. Lo único que contaba era su relación con
el partido y su entrega a lo que ellas llamaban la guerra popular.» (Cursiva
del original). Aparte de MB, con esta respuesta categórica, que —por lo demás—
confirma lo insinuado por TF, no hay nadie que sea interrogado para que la
equilibre. Y entonces esa apreciación pasa a ser compartida por el autor, pues,
como verdad histórica es, por decir lo menos, discutible. Porque se está
juzgando una línea política por contraste con una conducta egotista. En la
misma orientación se da el siguiente comentario: «¿Crees que fui una perra? Te
pregunto porque no faltaron algunas amigas, envidiosas de mi forma de ser, que
murmuraban sobre mi accidente en el sentido de que era una especie de castigo
por ser una mujer desnaturalizada» (pp. 147-148). Y, en realidad, esto confirma
el desfase psicológico de TF, de creer que alguien podía envidiar la vida
desenfrenada y nada edificante que está narrando; por ejemplo —antes de esa
pregunta— acaba de decir:
En las
relaciones [sexuales] con mis amigos me impuse una regla: nunca tener más de
tres encuentros. Más allá de ese límite, el amigo pretende convertirse en tu
amante y a exigir exclusividad. “No lo echemos a perder, lindo —les decía—, ¿no
te basta con haber hecho el amor rico?”. (sic) Por decisión propia y exclusiva
aborté varias veces, en parte porque no sentía el menor instinto maternal y
porque honestamente no sabía quién podría ser el padre. Aunque también decidí
hacerlo, la única vez que supe quién fue el coautor del encargo.
Por otro lado, en la p. 208: MB refiere
que Willy Rodríguez le ha escrito, y dice: «Después me informaba que un día
antes había sido publicada mi crónica sobre las mujeres de Sendero; me dijo que
seguía pensando que la crónica no estaba nada mal. Exclamaba: “¡Cómo te
envidio, hijo de la chingada!”.»122 Y continúa el texto con una paráfrasis de
lo dicho por Willy Rodríguez: «Sin embargo consideraba que había sido demasiado
blando con las perras terroristas. “Te equivocas, maricón, en considerarlas
seres humanos”. Me decía, luego, que debí dedicarle un parrafito más a lo que
yo llamaba la lujuria huamanguina. “Porque lo poco que cuentas es arrechante.
¿Huamanga, ciudad de los penes?”. (sic) Por último, en una posdata se refería
en términos que no me parecieron graciosos a Tamara Fiol. En las líneas finales
me advertía: “Vamos, Morgan, déjate de cabronadas novelísticas. Lo tuyo es la
crónica periodística. Convéncete. Y por lo que cuentas de esa mina vas a
terminar escribiendo un novelón indigesto…”.» (Y, al parecer, no se equivocó
Willy Rodríguez). En la p. 220, Morgan dice:
“Pese a
la línea política implacable que profesaban y a la dureza de los gestos de las
mujeres de Sendero, yo había tenido que luchar para mantenerme en los límites
de la objetividad sin sucumbir a los reclamos de la venganza o de los
sentimientos humanitarios que podía degenerar en la apología encubierta, sobre
todo cuando debido a la serie de entrevistas las prisioneras dejaron de ser una
masa uniforme para convertirse en individualidades, en seres únicos, en cuyos
mundos interiores me hubiera gustado penetrar. En cambio con Tamara Fiol yo
arrié todas mis defensas, en parte por su vida y encanto personal que me
cautivaron y en parte porque sin darme cuenta en el desarrollo del asunto me
había adentrado por territorios distintos a los de la crónica y el reportaje. Y
por la naturaleza del texto y por su extensión, tal como me había vaticinado
Willy Rodríguez, ninguna revista ni medio similar aceptaría publicarlo. Pero
aun con todo, aunque mi trabajo resultara un golpe a mi economía, yo no pararía
hasta terminar esta historia que, a medida que he ido investigando y recogiendo
testimonios más que de la guerra, trata de la pasión amorosa de una luchadora y
mujer de moral superior que sucumbe al poder erótico de un sujeto repulsivo
como fue Raúl Arancibia” (221).
Y esta visión de las mujeres de Sendero
continúa en la p. 224: «Es verdad que, como reclamaba Willy Rodríguez, con los
testimonios e historias que escuché esa noche yo hubiera podido hacer una descripción
más amplia y excitante de Huamanga, una ciudad que en contraste con su
apariencia de ciudad conventual y recatada llevaba una vida secreta cargada de
lujuria y disipación» (¡por favor: un reportero norteamericano, que está pocos
días en Huamanga, se ha podido enterar de lo que pasa detrás de las puertas de
esa ciudad!, solo se puede tomar como una especulación chismosa, y en todo
caso, eso se puede decir de todas las ciudades del mundo). Y esto lo reconoce
el mismo narrador, pues dice: «Pero aparte de ser esta visión efectista y
manipuladora (presentar, por ejemplo, como quería Willy Rodríguez, a Huamanga
“como la ciudad de los penes”), hubiera sido mortal para mi crónica cuyo tema
eran las mujeres de Sendero que habían asesinado y cometido actos de terror,
pero que también habían muerto en combates francos o fueron torturadas y
asesinadas al caer prisioneras.» Y entonces uno se pregunta: esa visión
efectista y manipuladora: de revelar el lado oculto de la ciudad que «llevaba
una vida secreta cargada de lujuria y disipación», ¿está vedado hacerlo en la
crónica o el reportaje periodísticos, pero no lo está en el caso de la novela,
cuando en realidad este es el ingrediente que la convierte en un «novelón
indigesto»?123 Volviendo a la «ciudad de los penes», en la p. 222 se
insiste en destacar que aquellos penes «revelaban además la secreta lascivia y
las obsesiones sexuales de los habitantes huamanguinos», y en la p. 223
ratifica que «el clero se habría hecho de la vista gorda con el florecimiento
de esos penes que permitían liberar la mente de ese mundo erótico reprimido»,
es más en la p. 225 completa la idea de que había escrito un párrafo «en cuyas
líneas finales aludí a las costumbres sexuales y los desenfrenos eróticos que
esta ciudad conventual y de doble moral inspiraba.» Poco ha faltado para que
diga que la guerra senderista ha tenido su gestación principal en ese desajuste
erótico. No es exagerado decir que esta es otra argucia subliminal124,
porque después de esos preparativos dice: «Fue durante la segunda entrevista
con las mujeres de Sendero en el penal de Canto Grande que me atreví a formular
ciertas preguntas basándome en las historias que contaron aquella noche los
amigos del gringo Earl, historias que supuestamente protagonizaron hombres y
mujeres militantes de Sendero, incluyendo los altos cuadros del partido. De ser
una ciudad pequeña, medieval, con la reapertura de la antigua universidad
fundada en la época de la Colonia y la llegada de profesores de todos los
puntos del Perú y del mundo, Huamanga se fue convirtiendo en una ciudad
cosmopolita de costumbres libertinas. Por supuesto yo percibí que los colegas
del gringo Earl cargaban las tintas sobre la moral disoluta de los senderistas
(borracheras orgiásticas, promiscuidad, cuernos, cambios de parejas, etcétera,
etcétera), pues eran enemigos ideológicos y políticos (algunos verdaderamente
feroces que pertenecían a la izquierda legal) del Partido Sendero Luminoso.
Pero con todo no podían mentir si no hubiera existido una cierta base real. Esta
salvedad hice, antes de formularles las preguntas.» Es esta, pues, una evidente
«crítica» a SL basada en las opiniones de gente poco confiable (el gringo Earl
y sus amigos, presuntos izquierdistas oportunistas), y que aun cuando se
plantease como un sometimiento a la verdad (pues puede basarse en un hecho real
y verosímil que esa gente haya hecho esa censura), el narrador insiste en que
«no podían mentir si no hubiera existido una cierta base real», todo lo cual
puede haber sido planteado, incluso, para dar oportunidad a las prisioneras de
Sendero a que hagan el deslinde, pero este de todas maneras es devaluado.
Veamos: «Después de unos minutos de silencio tenso, la camarada Elvia, una
mujer de treinta y tantos años, blanca, atractiva pero de aspecto severo» (no
perder de vista este calificativo, que reafirma la intención de presentar a las
senderistas como esquemáticas y cuadriculadas) «tomó la palabra. En primer
lugar declaró como una cuestión de principios: los militantes del partido eran
revolucionarios dispuestos a entregar sus vidas por la revolución, pero no eran
ni santos ni ascetas ni habían hecho votos de castidad y, aunque la podrida
prensa reaccionaria afirmara lo contrario, ellas (ya para hablar del caso de
las mujeres comunistas) amaban la vida y disfrutaban como cualquier ser humano
de la fiesta y la alegría.» Hagamos aquí un alto: con esta respuesta debería
haber quedado zanjada la preocupación del narrador respecto de la intimidad de
las mujeres de SL (salvo que él quisiera que le dieran precisiones puntuales
imposibles de conseguir por ningún entrevistador aun en el caso de que las
entrevistadas no fueran las senderistas). «Sin embargo [continúa la paráfrasis
de lo afirmado por la senderista], para ser objetivos, antes de la
reconstitución del partido, antes (sic: de) que el Presidente Gonzalo diera la
directiva de preparar al partido para la guerra mediante la lucha interna entre
la línea negra y la línea roja, se habían dado casos aislados de camaradas o ex
camaradas que por debilidad ideológica sucumbieron a los proyectiles
almibarados de la burguesía cayendo en el decadentismo y el libertinaje. Esto
era un hecho que no se podía negar.» Resulta, entonces, que la misma prisionera
está admitiendo lo dicho por el narrador respecto de lo afirmado por Earl y sus
amigos, confirmando nuestra sospecha del mecanismo usado para, subliminalmente,
dar a entender que en la base de la gesta senderista hubo un impulso erótico,
ratificando algo que ya había sido planteado y rebatido por TF: ‘que a las mujeres
la política les entra por la vagina’. Y continúa el discurso de la prisionera
de nombre Elvia, que dice: «Pero también era verdad que esto pertenecía al
pasado. (¡!) Pues desde que el partido aplastó a la línea burguesa-revisionista
dentro de sus filas con miras a la toma del poder mediante la guerra popular,
la mayoría de camaradas —mujeres y hombres—, no por cuestiones moralistas de
raigambre pequeñoburgués [sic: la raigambre es ‘pequeñoburguesa’ y si se
refiriera a las ‘cuestiones’, de todas maneras es femenino y plural] sino por
cuestiones de línea ideológica política mediante la crítica y la autocrítica
rectificaron su conducta burguesa y ahora son leales combatientes del
Presidente Gonzalo. Y solo los más recalcitrantes se precipitaron a la charca del
decadentismo burgués revisionista, convirtiéndose en enemigos del pueblo y
perros soplones al servicio del Estado burgués terrateniente.» [Luego de una
disquisición esteticista, continúa el narrador]: «La camarada Elvia todavía
siguió explayándose en el mismo tono sobre el asunto y yo seguí grabando, pero
en mi interior fantaseaba con preguntar a las prisioneras de manera individual
y por separado a partir de sus experiencias concretas sobre el amor y el placer
en tiempos de guerra y al filo de la muerte.» Es decir, insiste en el mismo
tema de que las mujeres senderistas son cerriles, cuadriculadas y esquemáticas,
a pesar de que la prisionera Elvia le ha dicho que ‘no son ascetas ni han hecho
votos de castidad’. ¿Cuál es la motivación del narrador para insistir en lo
sexual de las senderistas? Es algo que no va a ser develado nunca. Esto es
obvio. Pero también es obvio que busca contraponer esa descripción cerril de
las mujeres de Sendero a la vida disoluta de TF. Y esto se ratifica cuando el
mismo MB dice: «Lo que más deseé fue que también hubiera estado Muriel, mi
amiga Muriel Tipiani. Y quizá ella se habría atrevido a hacerle a Tamara Fiol
las preguntas definitivas que yo no me atrevía a formular» (pp. 419-420). Si el
narrador, MB, no es capaz de hacer preguntas definitivas a una mujer que
—durante toda la novela— le ha hablado de sus asuntos más íntimos, ¿cómo quería
inmiscuirse en las intimidades de las mujeres de SL? En la p. 202, MB vuelve a
recordar el tema de las mujeres de Sendero, cuando ya está llegando al
aeropuerto de Huamanga (en su segundo viaje a esta ciudad); deja de pensar en
su padre y dice: «… volví a la realidad del mundo de las mujeres de Sendero, de
Tamara Fiol y de la guitarra de Azpur que desde Nueva York me introdujo en la
atmósfera de guerra que vivía el Perú.125 Una guerra que, comprendí
poco después, había entrado a una nueva y decisiva fase con la formación de las
rondas campesinas para combatir a Sendero Luminoso.» Esto contradice la idea
planteada en la p. 176, en que se sugiere que fue el pueblo que le pedía a
Fujimori que cree dichas rondas: «Como había escuchado en calles y plazas y a
los taxistas, se hablaba de que ya era tiempo que Fujimori (a quien llamaban
‘el Chino’126) cerrara el Parlamento y promulgase una nueva ley antiterrorista
que restableciera la pena de muerte, que diera mayor jurisdicción a los
tribunales militares o que jueces sin rostro juzgaran sumariamente a los
terroristas y que el Ejército entregara armas a los indígenas de las rondas
campesinas para que detuviesen a Sendero en el campo.»127 Hay que
agregar aquí que esta es la primera vez que se habla de Fujimori, con el
agravante de avalar su golpe de Estado, pues se dice que este era pedido de
manera clamorosa por el pueblo, falseando además los hechos porque todos los
otros «pedidos» se producirán después del golpe, como pesadillas que no eran ni
siquiera soñadas por el pueblo. Además el golpe de Fujimori se produjo en abril
de 1992 y el «reportero de guerra» se irá del Perú a fines de marzo. Este tema de
Fujimori se vuelve a tratar en la p. 319, donde se lee que los parroquianos
«Leerían o comentarían sobre los últimos atentados terroristas y sobre lo que
parecía ser el tema de la última semana. Fujimori y su bancada congresal
acusaban a la oposición de hacerle el juego a Sendero y el MRTA, obstruyendo
las medidas del Ejecutivo para aplicar manos más duras en la lucha
antiterrorista.» Esto ratifica lo dicho que MB no debe saber todavía del «golpe
de Fujimori». Y esta la segunda y penúltima vez que se habla de Fujimori (una
tercera y última se hará en el epílogo). La expresión «manos más duras» es
errónea, puesto que siempre se usa en singular: «aplicar mano dura»; por lo
tanto, si se trata de explicar que esa «mano dura» aumenta, debe decirse
‘aplicar una mano más dura’, pero no «aplicar manos más duras».
En la p. 213, también se trata el tema
de las mujeres de Sendero: «En una de las entrevistas con las mujeres de
Sendero recordé el caso ocurrido a comienzos de la guerra y en general [ha
debido decir, mejor, «en particular»] en la catedral de Huamanga: un senderista
de diecisiete años mató a un sacerdote…», hubiera sido mejor aludir a «una
senderista», siendo ellas tan famosas como «mandos de aniquilamiento»; además
no se precisa la identidad o señas del «ejecutor» y bien pudo ser «ejecutora»,
y de esa forma se hubiera redondeado el contexto del reportaje a las mujeres de
Sendero. Es más se pudo establecer el vínculo con la joven que, en su segundo
viaje a Ayacucho, recuerda que fue a buscar en su pueblo: p. 204: «… en mi
viaje anterior a esta zona de guerra. Tuve que subir al pueblo de San José de
Secce en pos de las raíces de una senderista nacida allí, acusada de comandar
un pelotón de aniquilamiento.» Y nótese que de esta senderista no se vuelve a
tratar más (dejándola casi como un ripio). Y ese cambio de senderista hombre
por mujer es tanto más urgente de precisar porque en la p. 214, se dice que al
hacer alusión, el narrador, «al carácter» (sagrado) «del recinto donde ocurrió
el crimen» una de las prisioneras de Sendero le retrucó: «¿Cree usted en esas
bobadas», y se agrega: «—dijo burlona una de las prisioneras; era una
terrorista todavía joven de hermosos ojos—.» Obviamente se está ratificando la
idea de que las mujeres de Sendero son desalmadas e insensibles, y eran ellas
las que ejecutaban o dirigían esas acciones, como se dice en la p. 217: «El
oficial era un sujeto de aspecto cholo que, pese al traje de campaña que lo
envejecía un poco, no debía haber cumplido los treinta años. La mayoría de los
oficiales del Ejército que yo había observado tenían este mismo tipo racial, a
diferencia de los oficiales de la Marina que tuve la oportunidad de entrevistar
a propósito de algunas ejecuciones que habían llevado a cabo —decían— comandos
de aniquilamiento de Sendero Luminoso dirigidos por mujeres». En realidad, es
poco creíble que los oficiales de la Marina hayan accedido a ser entrevistados
para tratar estos temas. Y lo aquí aseverado se ratifica con la siguiente
acotación que hace la misma ‘joven senderista de hermosos ojos’: «“Escuche
bien, amigo periodista. El partido ejecutó al sujeto no por ser cura, sino
porque era un miserable soplón. ¿No lo sabía? Pues sépalo ahora. Era capellán
del Ejército. Y el partido tenía información de primera mano128 de
que este maldito degenerado intervenía en las torturas y después se iba de
juerga con los verdugos. Un miserable de esta ralea no merecía vivir. Por eso
el partido aplicó su justicia”.» Esa descripción feroz de las mujeres de
Sendero se vuelve a aludir en una de las pocas referencias a sus reuniones con
ellas en prisión para el reportaje «en que —dice— yo planteé a las prisioneras
el problema del acto terrorista mismo, el hecho de matar, de aniquilar a una
persona, a un ser humano, más allá de las razones o coartadas ideológicas, de
lo que dijesen Lenin, Mao o el Presidente Gonzalo.» (p. 384). Y dice que él
mismo puso el ejemplo de «la camarada Ifigenia, que, al frente del comando de
aniquilamiento, había dado muerte a un tío carnal suyo», y agrega: «Según me
contaron, la camarada Ifigenia, quizá para hacer olvidar su origen
terrateniente, se había mostrado implacable en el cumplimiento del mandato del
partido, pese a que parte de las masas campesinas que asistía al juicio,
apiadadas, pues aseguraban que no había sido del todo un patrón malvado, le
rogaban que le perdonara la vida a cambio del flagelamiento. El tío Melcíades
(este era su nombre), llamándola ya Augustita, ya niña, ya palomita, le había
suplicado en quechua, recordándole que compartían la misma sangre, que su padre
y él habían nacido de la misma madre…» Al margen de esa alusión a la
inclemencia de las mujeres de Sendero, hay una subliminal alusión a la esposa
de Abimael Guzmán, cuyo nombre real era Augusta La Torre, y es con este nombre
en diminutivo que el tío llama a la «camarada Ifigenia». (p. 385). Esto nos
recuerda el uso del nombre de la madre de TF, que se deja caer al desgaire,
como quien no quiere la cosa, siendo —no obstante— tan denotativo.129
Y continúa el narrador: «En un momento
de mi reportaje le dije a la responsable del grupo que participaba en la
primera entrevista [aquí ha debido ir una coma] que era muy intensa130
(¿?) la consigna o propuesta de “convertir las prisiones en luminosas
trincheras de combate” y que revelaba gran coraje y combatividad considerar los
penales como territorios liberados. Sin embargo, les (sic: «le», si ha dicho
que lo está comentando con la responsable del grupo) pregunté si esta no era
una directiva política errada ya que su posición era terriblemente vulnerable,
pues estaban proporcionando el pretexto que el gobierno necesitaba para
justificar otra matanza como las que ya habían ocurrido en El Frontón y
Lurigancho» (p. 432. Y esta es la única alusión que se hace a dichas matanzas.
Igualmente resulta raro ver que el narrador MB con las verdaderas luchadoras se
atreve a darles sugerencias relacionadas con su organización, mientras que con
TF se rinde ante sus incoherencias políticas). Y la respuesta de la senderista
es sorprendente, por decir lo menos: «Por eso, agregó, que el partido había
dado la directiva a las parejas de camaradas a tener familias numerosas,
procrear hijos que continúen la lucha, pues la guerra popular sería una guerra
prolongada.131 Entonces recordé una crónica publicada en un diario
que se le consideraba el vocero de Sendero Luminoso en la que se sostenía que
el número de muertos ascendería a un millón antes del triunfo de la guerra de
todo el pueblo contra el Estado burgués-terrateniente» (pp. 432-433). (Este
tipo de predicciones es antidialéctico: es algo que no se puede saber de
antemano, ¿una opinión burlona más?)
La preocupación de MB por el
aniquilamiento indiscriminado de personas por parte de Sendero se manifiesta a
través de César Arias: «Lenin, que siempre fue mi guía, no condenaba de manera
general los actos de terror. Afirmaba que en circunstancias extremas estos se
justifican. Pero también señalaba que en estos casos excepcionales los blancos
deberían ser enemigos abiertos del pueblo. Sujetos con deudas de sangre y muy
odiados y conocidos por la población.» A lo cual MB añade: «¡Cosa que no ocurre
con los senderistas! —exclamé recordando mis conversaciones con las mujeres de
Sendero.» Esta última apreciación demuestra que sus entrevistas con las mujeres
de Sendero se dieron antes de conocer a César Arias, lo cual ratifica algo que
cuestionamos en otro momento, cuando —desfasadamente— se dice lo contrario: que
él hizo alguna reconvención a las prisioneras sobre la base de lo que le había
dicho César Arias. Y, en seguida, Arias retruca: «Hay una cosa que no se le
puede regatear a Sendero Luminoso (…). Por fin, después de tantos años de
discusiones inútiles, un partido en el Perú se atrevió a iniciar y desarrollar
la lucha armada en una forma que ha comprometido al país entero. Hasta aquí mi
reconocimiento. Yo no soy maoísta, Morgan, pero en estos últimos años he leído
a Mao. Precisamente, para entender a Sendero. Pues bien, ¡y no solo por el uso
indiscriminado y atroz del terrorismo!, creo yo que Mao desaprobaría muchas de
las directivas de Gonzalo. Por ejemplo, dudo que la guerra haya entrado a la
etapa del equilibrio estratégico. ¡Pero, bah!, estoy hablando estupideces!»
(pp. 393394). Obsérvese que no abrió el signo de admiración, en todo caso no
debió cerrarse después de la interjección (bah) o debió abrirse otro antes de
«estoy». Asimismo, hay que hacer una rectificación a lo dicho por Arias:
quienes iniciaron la lucha armada en el Perú fueron el MIR y el ELN, en 1965,
es decir, cuando se realizaban las discusiones que Arias califica de
«inútiles»; y esto también tiene que rectificarse: en el movimiento comunista
internacional no hay discusiones inútiles ni gratuitas: tienen una razón de
ser, que es la lucha de clases en el seno del mismo movimiento, pretender
negarlas, eludirlas o lamentarse por ellas es querer detener la historia y la
misma dialéctica de sus acontecimientos. Ahora, aquella expresión de que ‘la
lucha armada de Sendero’ se dio «en una forma que ha comprometido al país
entero», eso es algo que ni el mismo Sendero se imaginó cuando la inició en
1980, es decir ningún movimiento armado sabe, antes de iniciar su lucha, si
esta comprometerá al país entero, puesto que como lo reiteran los clásicos del
marxismo: el revolucionario sabe que está en juego el triunfo o la derrota. En
medio de todo, Arias no se cura del fundamentalismo que aquejó a Sendero, de
creerse el único y de menospreciar a sus predecesores y sucesores.
Otra vez (aunque siempre de manera
accesoria) MB menciona a las mujeres de Sendero en la p. 210: «Tenía, mal que
me pesara (¿), dos días para haraganear por última vez por las calles de
Huamanga y tomarme unos tragos en el Bacarat con el profesor Aybar y el gringo
Earl, dos de los varios contactos que me habían dado Taylor y Azpur en Nueva
York, y con quienes me entendí mejor y que tanto me ayudaron para mi crónica
sobre las mujeres senderistas.» Es evidente lo infeliz de la expresión «mal que
me pesara» pues lo que viene después le es, al parecer y por el contrario, muy
grato, es decir, que no le pesa ‘tener tiempo para haraganear y tomarse unos
tragos’.
Como ya hemos adelantado MB irá por
segunda vez a Ayacucho para averiguar el tema de los ashánincas, tema del que
tiene conocimiento con mucha anterioridad; en la p. 173 dice: «En los últimos
días la prensa local había publicado noticias alarmantes sobre poblaciones
ashaninkas que habrían sido reducidas a la condición de esclavos (sic:
esclavas) por los senderistas. Leí parte de diarios y revistas que informaban
sobre el asunto, pero reservé mi opinión hasta conocer de manera directa los
hechos.» ¿Cómo va a conocer «directamente los hechos» si está absorbido todo su
tiempo en ver el asunto de TF? Además, esa opinión ¿a quién se la dará?, si
nunca ha dicho que tenga comunicación en ese sentido con su agente en EEUU, y
este solo está a la espera del segundo reportaje sobre TF. Será, pues,
finalmente, una opinión que nunca se sabrá, y es, por lo tanto, un ripio más.
El tema político en CTF está muy unido al de las mujeres de sendero, sin embargo no se
logra presentar a este último en la dimensión que el proyecto novelístico y la
misma expectativa lectora que dicho proyecto había despertado, requerían. Pero
sigamos viendo algunas de sus aristas. En la p. 181: Muriel Tipiani dice: «…
cuando yo hacía mis pininos en la prensa escrita me enviaron a cubrir la
noticia sobre un atentado terrorista. (…) Para serte franca, yo admiraba un
poco a las senderistas cuando estaba en el colegio. Después sentí rechazo por
ellas. Me daban miedo. Como si no supieran reír. Eran demasiado duras.
Cerradas. Planas. Casi no humanas. Verdad, Morgan. Por lo menos en apariencia…»
(casi lo mismo dice TF, e igualmente es la misma impresión de MB). Y agrega
Muriel Tipiani: «En cambio a Tamara Fiol la siento más cercana y terrenal. Su
misma relación con Arancibia me hace sentirla más de esta tierra.» Pero, en
realidad, no cabe la comparación entre TF y las senderistas, porque TF no lo es,
y ni siquiera es revolucionaria (lo máximo que se puede decir de ella: que es
una «humanista burguesa», y esto último lo corrobora ella misma cuando dice:
«Yo le había dado un poder absoluto para que se ocupara de mis tres farmacias y
de las acciones que tenía en dos más», p. 364). Una persona que sigue siendo de
«izquierda» pero que llega a tener dos farmacias y acciones en dos más no pasa
de ser —en el mejor de los casos— eso: una burguesa con algunos impromptus
humanistas (y ya se ha visto que su corta y supuesta actividad revolucionaria
no trascendió los límites de lo «doméstico» tanto en lo partidario como en lo
estudiantil).
Otro ejemplo de ese desfase se puede ver
en la p. 148: TF habla de un relato escrito sobre su vida, y dice: «La parte
que me disgusta es aquella en que la mujer recuerda su pasado de luchadora, de
lideresa, pues el accidente ocurrió en momentos en que iba a cumplir una
peligrosa misión secreta revolucionaria» (la profusión de adjetivos cargados a
la «misión»: peligrosa, secreta, revolucionaria, tiende a lo irónico, y, por lo
menos, ‘secreta’ y ‘revolucionaria’ han debido tener una coma de separación,
aparte de que son adjetivos que —como siempre— se aplican a acciones que se
dicen pero no se ofrecen). «Esta parte —continúa— es indigesta, querido. ¿Cómo
reconocerme en esa mujer que es un dechado de virtudes?» Esta confesión busca
justificar que en CTF no hable de las
acciones que justificarían su condición de luchadora, pero también se puede
tomar en el sentido de que ese perfil de luchadora no le atrae porque, es
consciente, de que no lo es y que en ella no hubo tales acciones. Pero, por
otro lado, cabe preguntarse: si la narración de hechos heroicos o de lucha
social dentro del relato son indigestos, ¿todos los actos licenciosos que ella
narra no lo son? En la p. 161, dice TF que interrogó a Arancibia: «“¿O me estás
pidiendo que me convierta en la idiota y te bañe y todo?”. (sic) Arancibia se
incorporó, la atenazó con sus dos muslos a la altura de los senos, y puso el
miembro en su boca. “Bébeme, puta”, le ordenó. “¡Cómo no, maricón!”, replicó
risueña Tamara presintiendo y deseando el advenimiento de un orgasmo
portentoso.» (¿Y esto no es indigesto y sí lo son, para ella, los actos
heroicos?)
Por eso, cuando se dice que «Tamara
castigó al corruptor que perturbó sus sentidos y la sometió a prácticas
aberrantes y la convirtió en su esclava sexual» y se afirma que «esto era
demasiado barroco y truculento» (p. 182), ¿no se está describiendo lo que es en
esencia la historia de TF, y por lo tanto, los elementos de barroquismo y
truculencia denunciados no están contribuyendo a la calificación que se puede
hacer a esta novela de indigesta? En la p. 304, Arancibia le propone que
trabaje de puta, cuando la llevó a conocer el Trocadero, prostíbulo del Callao,
en el que —dice: «Había un apestoso olor a vulvas marinas ligeramente
descompuestas y a ruda y semen. [Detengámonos aquí: en principio, no se puede
hablar de «vulvas marinas», porque la palabra «vulva» es privativa del órgano
sexual de la mujer o de las hembras de otros mamíferos, en todo caso ha debido
decir «valvas» que sí se refiere a los moluscos, mejillones o almejas que son
invertebrados marinos]. Con las puertas entreabiertas, las meretrices exhibían,
con perdón de las palabras, tetas y chuchas, y llamaban a los clientes con
gestos obscenos y promesas de placer inenarrables, mientras Raúl iba diciéndome
al oído: “¿Por qué no trabajas aquí? Serías la puta más deseada y ganarías un
dineral. La mami es mi amiga, así que te puedo conseguir en un dos por tres un
cuarto”.» Y luego dice: «Una vez me llevó al burdel de la Nené, que quedaba en
la avenida Colonial.» Y en esto último hay un error, pues dicho burdel no
quedaba exactamente en la avenida Colonial sino en una transversal de la misma;
igualmente, hay otro error en la descripción del Trocadero, pues esos olores
que menciona difícilmente se hacen ostensibles. Es una exageración coprolálica
que contribuye a aumentar el ingrediente de lo indigesto.
Todos esos elementos que corroboran la
calificación de «indigesta» atribuida a la novela (en la novela misma) se
confirman con descripciones como la siguiente: en las pp. 336-337, MB está
describiendo algunas calles del centro de Lima que están saturadas de
vendedores ambulantes y en ese momento —no siempre— están saturadas de basura
(a causa de una huelga de los obreros municipales); sin embargo, de esa
situación particular (y, al parecer, aplicando el criterio desfasado que
considera a Lima como el sumun del Perú), llega a la siguiente conclusión
(también errónea): «… me había internado por los vericuetos de estos
conglomerados humanos para tomarle el primer pulso a la ciudad. Al país entero
(¡). Aguzaba mis oídos (como lo hago ahora) para percibir en medio del
pandemonio de rostros, voces, música, ruidos y olores una clave de lo que
estaba ocurriendo en el Perú, una clave para entender a las mujeres de Sendero
y (sic: falta agregar «a») la misma TF.» Pero lo cierto es que esa
«instantánea» de una Lima tugurizada, promiscua y sucia no puede ser un
indicativo de lo que son el Perú, las mujeres de Sendero y la misma TF. Esta
comparación recuerda el mismo mecanismo usado por MVLl en dos de sus novelas.
En Historia de Mayta, empieza y
termina la novela hablando de la basura que hay en las calles. Y en Conversación en “La Catedral” realiza
una descripción naturalista de Lima y la generaliza a todo el Perú: «Un gran
canchón rodeado de un muro ruin de adobes color caca —el color de Lima, piensa,
el color del Perú.» (A-1996: 17-18.) Es una típica descripción naturalista. Es
decir, la que se regodea en lo escatológico de una parte de la realidad para
hacerla pasar como una visión de la realidad total. Otro ejemplo de este tipo
se puede ver en la novela ¿Quién mató a
Palomino Molero?, del mismo MVLl; este dice: «El rebuzno enloquecido de una
burra quebró, a lo lejos, la quietud del exterior. “Se la están cachando”,
pensó Lituma. (p. 90.) (...) «El rebuzno obsceno hirió de nuevo la mañana, más
cerca, y Lituma oyó también un galope. “Ya se la tiró”, dedujo. (p. 92.) A lo
lejos, varios gatos maullaban y chillaban, frenéticos: ¿estarían peleándose o
cachando? Todo era confuso en el mundo, carajo.» (p. 161). Nótese la
técnica naturalista —ya acusada: el hacer pasar una parte de la realidad como
una visión que compromete a la realidad total: ‘Todo es confuso en el mundo’
—dice el personaje— solo porque: hallándose dentro de una casa, no puede determinar
con exactitud las fornicaciones de animales que, supone, ocurren afuera. Es
decir, ese tipo de diagnóstico se parece al de la esópica rana que cree que el
cielo es del tamaño del hueco del pozo en cuyo fondo se encuentra.
En la p. 347 se dice que un diario da
cuenta «del asesinato del almirante Cucho
Canessa, director del Servicio de Inteligencia de la Marina de Guerra, por
terroristas presuntamente de Sendero Luminoso. Con el asesinato de uno de los
más altos y prestigiosos oficiales de la Armada, comentaba el reportero, los
senderistas habrían tomado una sangrienta represalia por los crímenes y
torturas que la Marina venía cometiendo en Huanta.» Antes que referirse a
«crímenes y torturas» de existencia indeterminada, mejor hubiera sido referirse
a los hechos terribles de la masacre de El Frontón en 1986, y sobre los cuales,
dígase de paso, el «reportero de guerra» mantiene un silencio absoluto (salvo
alguna mención esporádica). En la misma p. 347, se dice que Arancibia, «… según
su costumbre, hizo ciertas insinuaciones, seguramente fanfarronadas, pensaba Tamara,
según las cuales él habría tenido que ver (por ejemplo, haciéndoles llegar a
los subversivos un dossier) en la
ejecución de Cucho Canessa, su
antiguo rival del colegio.» Obviamente, con estos datos queda totalmente claro
que Tamara no tiene nada qué ver con Sendero: no es senderista, pues de serlo
no sentiría ninguna pena por la muerte de Canessa (y esto se manifiesta en la
misma página, cuando se da a entender que por su muerte «Tenía ganas de
llorar», y lo mismo se dice de la amiga, Emperatriz132, cuyo llanto
tampoco se explica, en tanto Canessa es un absoluto desconocido para ella). Por
otro lado, la insinuación de Arancibia respecto de su participación en el
asesinato de Canessa, y, más aun, por medio de un dossier que habría entregado a los subversivos, lo que habría
causado en Tamara (de ser senderista o cercana a Sendero) es su risa, pues es
risible pensar que dicha organización subversiva decidiera sus acciones porque
alguien ajeno a ella se lo sugiriera alcanzándole un dossier. Esta insinuación de Arancibia es reiterada, en la p. 376,
cuando TF le increpa que ella no podía olvidarse «de las insinuaciones que me
hiciste esa madrugada en el sentido de que tú, de alguna manera, habrías
revelado a los terroristas el alto cargo que [Canessa] desempeñaba en la
Marina…», y este argumento de TF ratifica su no pertenencia a SL por aquello de
que dicha organización subversiva era imposible que tuviera relación alguna con
un redomado reaccionario ni necesitaba de su «revelación» para enterarse de
quienes ostentaban altos cargos en la Marina, pero también por algo ya
detectado: que de ser senderista (o simplemente una revolucionaria consecuente)
no se referiría a los senderistas con la denominación de «terroristas».
En la p. 374, empieza a explicarse el
porqué se usa a Kymper como «material de utilería», pues por medio de él se
propone la imagen del comunista consecuente contrapuesta al tránsfuga,
oportunista y, finalmente, reaccionario Arancibia. Y en tanto TF dice haberse
identificado con la posición asumida por aquel, entonces se busca hacer que se
eleven sus bonos, en tanto es ella —en el recuerdo— y no el mismo Kymper quien
expone sus ideas. Dice TF: «Kymper creía en la necesidad de la lucha armada
para llegar al poder —afirmaba—; pero creía también que mientras el partido
estuviera dominado por los revisionistas kruschevistas no podría dar ese salto.
Y asimismo estaba contra el anarquismo y el aventurerismo, que postulaba (sic:
postulaban) que matar a unos cuantos individuos bastaría para llegar al poder.»
Esa última aseveración confirma también la sospecha planteada por nosotros
respecto al uso en la novela del anarquismo y del aprismo como modelos
especulares de Sendero, representados ambos por «el anarquismo y el
aventurerismo» de la aseveración aquí resaltada, y porque Sendero hizo eso:
‘matar individuos: guardias en las esquinas, generales en sus autos, etc.’ Por
eso es que no se ha preocupado en mostrar esas acciones senderistas: se las ha
transferido al anarquismo y al aprismo.
Cuando ya faltan pocas páginas para que
termine la novela ésta se proyecta hacia un escenario que previamente se ha
aludido, la guerra de Bosnia; pero —con los errores que trataremos
oportunamente— ese nuevo escenario no trasciende el uso ya denunciado con otros
elementos de lo accesorio, ancilar y ripioso, solo con el objetivo de
transferir los hechos violentos de Sendero a otros organismos similares. Veamos
un ejemplo: «La más impactante de las fotos —y también la mejor encuadrada—
muestra la siguiente escena: soldados serbios después de haber violado a
mujeres bosnias las abren en canal, como a las reses, y si encuentran que están
embarazadas les extraen los fetos y luego los clavan sobre árboles y todo esto
con un paisaje de casas destruidas e incendiadas y cadáveres regados por el
suelo» (pp. 421-422). La misma imagen — truculenta, que abona a lo indigesto—
se ve en el siguiente texto de Alonso Cueto: «Una costumbre senderista muy
extendida: ejecutar a los alcaldes de los pueblos delante de sus esposas y de
sus hijos. Los mataban delante de ellos y los obligaban a celebrar. Colgaban los cadáveres de los bebés en los
árboles. Todo eso me contaron. Yo ya había escuchado de eso. También vi las
fotos» (A-2006: 89).
_____
Notas
(111)
Un error: El verbo “había” (resaltado con el símbolo ‘sic’), como verbo
auxiliar, debe concordar con todas las personas enumeradas; ha debido decir:
‘habían’.
(112) Y,
al parecer, es una apreciación «contagiosa», pues algunos críticos se empeñan
en ver lo contrario de lo que ocurre en la novela; es el caso de Manuel Prendes
Guardiola que dice: «La protagonista del título, desinhibida militante comunista con mayor constancia política que
amatoria (¿), reconstruye su vida también por mediación de un investigador»
(“Semana”, Suplemento dominical del Diario El
tiempo, 2012, p. 9).
(113)
«… la primera obligación de una novela —no la única, pero sí la primordial,
aquella que es requisito indispensable para las demás— no es instruir sino
hechizar al lector: destruir su conciencia crítica, absorber su atención,
manipular sus sentimientos, abstraerlo del mundo real y sumirlo en la ilusión.
El novelista llega indirectamente a la inteligencia del lector, después de
haberlo contaminado con la vitalidad artificial de su mundo imaginario y
haberlo hecho vivir, en el paréntesis mágico de la lectura, la mentira como
verdad y la verdad como mentira» (La
verdad de las mentiras, A-2002: 193).
(114) Y
aquí mismo, en la novela de TF, plantea el tema a través de la protagonista: «No
creas que soy una tarada que no sabe lo que es una novela. Como lo he escuchado
tantas veces, el novelista miente,
exagera, transforma, inventa» (p. 150).
(115)
Una persona con una formación o información mínima de izquierda no puede perder
de vista que «terrorista» es un término acuñado por el imperialismo yanqui e
impuesto su uso a los gobiernos títeres de los países que sojuzga, y en la
época en que se ubica la novela (gobierno de Fujimori) se empleó con más
profusión para, en su caso, sí, aterrorizar a la población, pues nadie estaba
libre de ser considerado como tal y ser encarcelado o eliminado.
(116)
Lo más probable es que el autor haya preferido tomar esa distancia para evitar
posibles incriminaciones de apología al terrorismo, pero de esa manera ha hecho
que la novela adquiera un sesgo maniqueo, a resultas del cual los grupos
subversivos de la época (SL y MRTA, englobados bajo la denominación de terroristas)
pasan a ser el aspecto puramente negativo, condenable y hasta execrable. Cuando
lo cierto es que si la novela presenta los hechos con objetividad —sin
manipulaciones maniqueas— se mantiene exenta de cualquier tipo de satanización.
(117) Pero
de esta práctica no se cura el mismo narrador, como ya hemos tenido oportunidad
de comentarlo.
(118) Una
forma de solucionar este desequilibrio se da en la p. 122 donde se dice que los
operarios de Ramiro Fiol «le hacían gestos obscenos y otras muecas que daban a
entender que al viejo Garibaldi le faltaba un tornillo y que estaba
rematadamente loco. Pero siempre había
algún piadoso entre los operarios tratando de defenderlo o de explicar su
conducta diciendo que el viejo se hallaba trastornado de dolor desde la muerte
de su esposa doña Belén.»
(119)
«Fue Azpur el que me habló por primera vez de Nora en Nueva York. Según me
aseguró él conoció a Nora muy de cerca en Huamanga.» (Repetición viciosa del
nombre ‘Nora’, en el segundo momento se pudo decir solo: ‘él la conoció’).
(120)
Aquí hay también una anfibología, pues no se sabe si el «por un buen tiempo» se
refiere a la «vida de vagabunda» o a la etapa que sucede a esta, sugiriéndose
la idea de que después la retomaría.
(121)
En el capítulo precedente hemos precisado que este personaje es un ripio porque
no se le vuelve a mencionar para nada. Y esto pudo compensarse en la p. 409 en
que vuelve a hablar de las mujeres del partido que la odiaban, dice: «Mis ex
camaradas mujeres de partido aullaron de alegría. Ellas —dijeron— habían sabido
desde siempre que era una zorra. Una golfa. Una mujerzuela. Porque has de
saber, corazón, que nos exhibíamos con Arancibia por calles, plazas y bares. Y
siempre armando escándalos con nuestras peleas cargadas, sobre todo de parte
mía, de injurias, de palabrotas. Fue un período de locura. No sabía lo que
hacía ni por qué lo hacía.» La última atingencia de TF («Porque has de saber,
corazón…») demuestra que a pesar de estar en el partido siguió con su vida
licenciosa.
(122)
Este es un «punto», signo de puntuación, que suele poner MG en todos los textos
que terminan así, y se sobreentiende que después de los signos de interrogación
y admiración tienen el sentido de punto final, aunque vayan seguidos de
comillas, y, por lo tanto, no debe ponerse punto final después de ellos.
(123)
En la p. 212 se vuelve a usar la expresión «indigesta» al referirse a «las
marchas militares y las películas holliwoodenses sobre la Academia militar de
West Point», las que —dice— «con sus rituales castrenses de desfiles y bandas de
guerra me resultan indigestas».
(124)
La otra la ilustraremos con el «mecanismo de las castañuelas» usado para
desacreditar a la poesía social.
(125)
Aquí hay otra anfibología pues no se sabe si quien lo introdujo en el clima de
la guerra senderista fue la guitarra o fue Aspur, y la confusión se ahonda
porque lo que más elogia de Azpur es su destreza con la guitarra, que sus
opiniones sobre Sendero, pues de estas no se consigna ninguna (salvo la que
dice que conoció a Nora).
(126)
Se supone que la novela trata de hechos que el narrador está viviendo todavía
(meses de febrero y marzo de 1992), y, por lo tanto, deben ser tratados en
tiempo presente: Fujimori está recién comenzando su decenio (inclusive todavía
no ha se ha dado su autogolpe: 5 de abril de 1992), y no debe decir «a quien
llamaban “el Chino”», sino: ‘a quien llaman
‘el Chino’.’
(127)
Constituye, por lo demás, un dato histórico falso, porque la derrota de SL no
la causaron las rondas campesinas (cuya actuación significó, más bien, la
muerte de muchos ronderos) sino la captura de su dirigencia: todo su Comité
Central, con la sola excepción de «Feliciano», a quien no le quedó otra cosa,
finalmente, que entregarse como una mansa paloma.
(128)
Pero no se habla de ningún «dosier» como alude Arancibia, en la p. 347.
(129)
Como ya hemos visto en el capítulo anterior, TF alude a otra novela en la que
aparece ella con el nombre de Evalina, que es el nombre de su madre, y dice:
«No me molestó que en la historia ¿Evalina?, sí, Evalina, además de licenciosa
(hace el amor con dos, con tres al mismo tiempo) es prácticamente una puta» (p.
150).
(130)
«Que tiene intensidad. Muy vehemente y viva.» (DRAE). No es, pues, el adjetivo
más apropiado, seguro se ha querido decir: ‘interesante’
(131)
Esta «directiva», en realidad, constituye una burla: ningún partido serio,
puede estar incentivando la reproducción genésica masiva de sus militantes,
como si la revolución se tratara de un problema hereditario o de castas.
(132)
«Emperatriz hizo una pausa prolongada, durante la cual yo me abstuve de todo
comentario. Para no mirarle el rostro o los ojos que me parecían humedecidos…»
(Ibíd.)
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