sábado, 28 de enero de 2012

PRÓLOGO A LA CUARTA EDICIÓN
DEL LIBRO “VARGAS LLOSA. MITO Y REALIDAD.
(Segunda Parte)

                                                                       Julio Roldán



El Libro y sus Críticos

Algún tiempo después de haber sido terminada la investigación, Tectum Verlag, empresa ubicada en la ciudad de Marburg, se interesó en publicar la investigación en forma de libro. Hasta la fecha que se escribe este prólogo a la cuarta edición, es decir, 12 años después de la primera edición, han aparecido, con algunas modificaciones pequeñas, tres ediciones.

En estos años se han escrito algunos estudios y una regular cantidad de reseñas sobre la presente investigación. De lo mencionado deseamos nombrar un par de cada cual. Los primeros corren a cargo de peruanos: el lingüista y profesor universitario César Ángeles (1961-) y el escritor Eduardo Ibarra (1944-). De los segundos, mencionemos el del politólogo alemán Reiner Huhle (1946-) y el del filólogo francés Guy Nondier (1941-).

El trabajo de Ángeles (2001) lleva por título: Mario Vargas Llosa: Historia de un deicidio. En torno a un nuevo ensayo crítico sobre el escritor peruano. Mientras que el de Ibarra (2002) se titula: Mario Vargas Llosa. El frustrado compromiso de un escritor.

La verdad es que después de más de una década de la primera lectura, releo los escritos mencionados. Lo sustancial es que las coincidencias teóricas-conceptuales son evidentes entre las plasmadas en el libro y las vertidas por los estudiosos aquí mencionados. A la par, las críticas son más de forma que de fondo. Éstas son las razones del por qué no insistiremos en comentar, debatir o rebatir las opiniones de los estudiosos líneas arriba mencionados.

En el caso de Reiner Hohle, hay algo que deseamos mencionar. Él piensa que en el trabajo: “no se profundiza debidamente en el caso Uchuracay”, donde Vargas Llosa fue el Presidente de la Comisión que investigó la matanza de los periodistas en el año 1983. Además cree que “esta investigación es una biografía política de Vargas Llosa”. Como consecuencia, ésta termina en este plano “en el año 1990”, a nivel literario “en 2000 con la Fiesta del Chivo”, por lo tanto, “… la biografía política del escritor queda aún por escribirse”.

Hay que decir, respecto al caso Uchuracay, que en el libro se sostiene que en el informe emitido por esta Comisión se dice que ella “… ha llegado a la convicción absoluta de que el asesinato de los periodistas fue obra de los comuneros”, en la medida “que los confundieron con terroristas” de Sendero Luminoso, a sus “cámaras fotográficas con armas de fuego”. La conclusión final reza: “Todos los peruanos somos culpables de la tragedia pues no supimos civilizarlos.”

En este informe no se menciona que la zona había sido preparada, previamente, por las Fuerzas Armadas. Trabajada bajo la concepción de la Guerra de baja intensidad, como se vio posteriormente cuando la acción subversiva se fue ampliando a otras zonas del país. Las denominadas “montoneras” y “rondas campesinas” compuestas por campesinos-indígenas, organizadas y orientadas por las Fuerzas Armadas, tuvieron en Uchuracay su partida de nacimiento.

Respecto a la biografía política, ésta no es verdad. Por lo menos ésta no fue nuestra intención cuando realizamos la investigación. No es una biografía política ni literaria de Vargas Llosa. Que recurramos, en el proceso de la investigación, a datos históricos del personaje para explicar acciones políticas, giros ideológicos y su producción literaria, o lo contrario, no significa necesariamente que ésta sea una investigación biográfica en el sentido estricto del término.

Por su parte el profesor de la Universidad de Rouen sostiene “que con los zigzagueos” conocidos, “Vargas Llosa es mucho más que el portavoz de la gran burguesía latinoamericana”. Ésta es una de las conclusiones a la que llegamos en la investigación. Efectivamente, en gran medida se dice en ella que Vargas Llosa es mucho más que eso. En cualquier nivel de la vida, el escritor es un caso especial al interior del conjunto de intelectuales latinoamericanos de su tiempo y su nivel. Sus giros ideológicos, sus cambios políticos, son extremos. Su defensa de los mismos es apasionada. Su defensa del “orden democrático-liberal”, de la “libre empresa”, en las últimas décadas, es persistente. Su anticomunismo es visceral y consecuente.

Por último, como resultado del otorgamiento del Premio Nóbel a Vargas Llosa en 2010, el libro, que se había circunscrito al mundo académico-intelectual, logró abrirse cierto espacio y así ganar algo de popularidad. La misma se acentuó cuando el director de Le Monde Diplomatique, Ignacio Ramonet (1943-), publicó en dicho mensuario (noviembre 2010) un artículo titulado Los dos Vargas Llosa, en el cual se menciona un par de veces a esta investigación.

Vargas Llosa Literato

El Premio Nóbel de Literatura del año 2010 es un personaje controvertido, de trayectoria zigzagueante y con un sin número de inquietudes personales. Él ha declarado, en varias oportunidades, que por sobre todo tiene dos grandes pasiones en su vida: la literatura y la política, o viceversa.

En el campo de la literatura, Vargas Llosa es poeta, dramaturgo, cuentista, novelista, actor, periodista. Mientras que en el de la política, ha sido militante partidario en la clandestinidad, dirigente político público, candidato presidencial, propagandista político, difusor de ideas, y hasta pretendió ser ideólogo. Todo ello se complementa con su vida privada. Él fue casado dos veces, es padre de familia y profesor universitario en varias universidades.

En la trayectoria político-literaria de Vargas Llosa se cumple esa conocida metáfora que reza: su vida es como una flecha disparada a diferentes blancos. De los muchos personajes del mundo político-literario que él admira, probablemente, con quien mejor compaginaría sería con Víctor Hugo (1818-1885). Al multifacético escritor francés lo comenzó a leer en sus años de adolescencia. Eran sus tiempos en el Colegio Militar Leoncio Prado. Es posible que desde entonces haya sido hechizado por la azarosa vida política, por la fecunda producción literaria del autor de la novela El noventa y tres.

A partir de entonces, Vargas Llosa se ha empeñado, proponiéndose o no, en imitar a Víctor Hugo hasta en detalles insignificantes. Su admiración por dicho autor la coronó con su estudio sobre la novela Los miserables. El mencionado trabajo fue publicado en el año 2004. Lleva por título La tentación de lo imposible.

A primera vista, las coincidencias entre estos dos escritores son evidentes. No obstante este parecido, hay una diferencia fundamental. Es lo referente a la dirección de sus respectivas trayectorias ideológico-políticas. Para dar crédito a lo afirmado, remitámonos a lo escrito por Vargas Llosa respecto a la evolución de Víctor Hugo en el nivel mencionado. Sus palabras: “A diferencia de los escritores que comienzan siendo revolucionarios y terminan reaccionarios, él, de joven, fue monárquico, legitimista y vendéen, como su madre, luego orleanista en los tiempos de Louis Philippe; en su vejez, liberal, republicano y, en los días de la Comuna, vagamente socializante y anarquista. ¿Fue esta una evolución natural o dictada por la conveniencia?” (Vargas Llosa 2004: 139)

La pregunta formulada por Vargas Llosa, en la parte final, encuentra su respuesta, en el mismo texto, algunas líneas después. En ella, una vez más, se vuelven a encontrar el estudioso y el estudiado como dos figuras hechas de la misma arcilla. Como dos personajes salidos del mismo molde. Leamos: “… los cambios políticos del gran escritor son sospechosos de oportunismo pues siempre coinciden con la dirección que toma el Poder y le granjea honores y mercedes, (…) las posiciones políticas de Hugo nos parece tan dudosa como esa filosofía camaleónica que lo llevó a escribir esta nota en septiembre de 1848: `Yo soy rojo con los rojos, blanco con los blancos, azul con los azules. En otros términos, estoy por el pueblo, por el orden y por la libertad.´” (Vargas Llosa 2004: 139 y 140)

Cuando el novelista escribió lo que acabamos de leer, nos preguntamos: ¿Habrá tenido el buen tino Vargas Llosa de recordar su trayectoria ideológico-política? En la medida que, adjetivos más o adjetivos menos, lo mismo se podría afirmar de él. Teniendo presente que el escritor dice haber sido, ideológica y políticamente, comunista. Luego democristiano. Posteriormente adherente y defensor de la Revolución Cubana. Continuó como socialdemócrata convencido. Enseguida dio un salto hacia el neoliberalismo o “fundamentalismo liberal”. A partir de la crisis bancaria iniciada en 2008, se observa algunos tibios coqueteos con la socialdemocracia en sus planteamientos ideológico-políticos. Intentemos un artificio elemental. En la última cita transcrita, reemplacemos el nombre Víctor Hugo por el de Vargas Llosa. El resultado será más que evidente.
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Mario Vargas Llosa como poeta, dramaturgo, cuentista o actor no tiene la calidad, tampoco la fama, que ha ganado como periodista y, particularmente, como novelista. En el rubro de los denominados géneros menores, su producción, siendo respetable cuantitativamente, es insignificante cualitativamente. A contrapelo de la prolífera propaganda realizada por las editoriales y el sostenido esfuerzo personal para lograr reconocimiento en este nivel de su producción.

Para escribir poesía, cuento, teatro o novela, el rol del tiempo es fundamental. El buen poeta sólo necesitaría de algunos minutos para escribir un poema que trascienda lo circunstancial. La capacidad de síntesis del buen cuentista necesita algunas horas para plasmar una historia que perdure décadas. El mismo libreto se repite con el buen dramaturgo, que necesita algunas horas para elaborar una pieza teatral donde estén plasmados sustratos esenciales de la condición humana. De igual manera, el actor requiere dos o tres entradas en escena para hacer del espectador un actor más. Mientras que el buen novelista necesita meses, años, cuando no décadas, para escribir una excelente novela. La que de ser tal, será leída muchas décadas después de haber sido publicada o después de que su autor haya desaparecido biológicamente.

En este acápite, en la producción novelística, el rol del tiempo es determinante. Nuestro autor es de la misma opinión. Leamos lo que escribe al respecto: “Una novela, como una vida humana, se compone de acontecimientos importantes y hechos rutinarios y triviales. A diferencia de lo que suele ocurrir en un poema o en un cuento, géneros que por forma breve y ceñida llegan a veces a construir unidades de extraordinaria homogeneidad, en las que todos los elementos tienen la misma riqueza conceptual y retórica, en la novela, género imperfecto debido a su extensión, sus elementos populosos, y a la influencia en ella del factor temporal, los episodios que se trenzan en su estructura son inevitablemente desiguales, esenciales algunos, otros de significación menor y otros sólo instrumentales, meros puentes destinados a relacionar entre sí los hechos capitales y a asegurar la fluidez del tiempo narrativo, la ilusión de un transcurrir.” (Vargas Llosa 2004: 60 y 61)

A la par de lo afirmado, hay que recordar que es consenso al interior de los especialistas decir que Vargas Llosa no tiene la genialidad del gran poeta. Vargas Llosa carece de la capacidad sintética del gran cuentista. A Vargas Llosa le es extraño el talento de un gran dramaturgo. Por último, como actor, nos ahorramos comentarios. Lo dicho es la razón del por qué, en los subgéneros mencionados, es un personaje más entre los centenares que abundan en el mundo de la creación o actuación.

El escritor, por su carácter, por su personalidad, por formación-socialización, es una mente difusa y hasta confusa, que exterioriza en sus puntos de vistas por demás cambiantes. En otro nivel, él es un personaje muy locuaz. De léxico exuberante preñado de adjetivos, donde el calificativo se lleva la bandera. Y en algunas ocasiones, cuando escribe, los adornos desbordan, las blondas se sobreponen, los encajes se exceden en la pieza descrita o en la sábana narrada. Lo afirmado por el crítico literario Oswaldo Gallone (1952-) en referencia al novelista Jonathan Franzen (1959-), en gran medida, es aplicable también a Vargas Llosa. Sus palabras: “… el escritor pretende demostrar todo lo que es capaz de hacer y suele caer en la sobre-escritura.” (Gallone: 2010: 37)

Vargas Llosa es un adjetivador por excelencia. Él es un conversador incansable. Es un hablador que encandila a sus oyentes contando, muchas veces, la misma historia con diferentes adjetivos; en variados tonos, con sugestivos gestos. En dos frases, un hombre con muchas luces en las figuras. Un hombre con muchas sombras en los conceptos, como veremos posteriormente.

El Premio Nóbel de Literatura 2010, en buena medida, piensa, habla y hasta convence con figuras, gestos, metáforas y ademanes. La conversación, la exposición, la descripción y la plasmación de este ramillete verbal sobre el papel es el mayor mérito del novelista.

Más aún, en ese tiempo de largo aliento para escribir una novela, él trabaja con esquemas cerrados, los que darían la impresión de que se condicionan mutuamente. En ellos van conteniendo los bloques, unos al interior de otros, los que en determinados momentos se abren para nuevamente volverse a cerrar. Esas estructuras rígidas tienen el mérito de acometerse, hasta confundirse en la forma, para luego recobrar en esencia sus antiguas fronteras verbales.

Vargas Llosa es el típico neoestructuralista. Él cubre magistralmente los orificios, las cerraduras y las fisuras de su trama narrada con ese bagaje de figuras que su conocimiento dispone. Con la sinfonía de palabras que su manantial cultural lo alimenta. Ya hemos dicho, en muchos casos, hasta en exceso. Lo afirmado se puede comprobar leyendo hasta la novela titulada La guerra de fin del mundo. Nos referimos al acápite de los esquemas-estructuras, de la técnica narrativa, el papel del autor-relator y más su predisposición a la autocorrección permanente. Historia distinta son las novelas que se publicaron después de 1981.

Después de La guerra del fin del mundo, novela fronteriza por su ámbito geográfico y calidad literaria, daría la impresión de que el escritor se informa menos respecto a sus temas histórico-sociales tratados. Las imprecisiones de datos, en un nivel, los hilvanes sueltos, en otro, son más que evidentes y frecuentes. La razón podría ser la pérdida de la savia emocional para escribir, hecho que compagina con la presión de las editoriales. Es posible que él ya no escriba para calmar su conciencia zarandeada por sus demonios internos. Parece que él ya no vive para escribir como en su primera etapa. Más por el contrario, en esta última, parece que él escribe para vivir.

Se podría decir que Vargas Llosa produce porque tiene que producir. Él tiene la obligación de cumplir con los contratos de antemano firmados. Esta problemática ha sido dolorosamente reconocida por muchos autores, entre ellos Julio Cortázar (1914-1984). Vargas Llosa, en el Discurso de Estocolmo, lo confesó de manera bastante soterrada. Leamos: “… siento a veces la amenaza de la parálisis de la sequía de la imaginación,…” (Vargas Llosa 10.12.2010)

Después de la novela líneas arriba mencionada, el filo del artista ha sido limado por la rutina del técnico. Producir una novela en un plazo de dos años debe ser tarea sencilla para un escritor profesional, altamente disciplinado, como Vargas Llosa. Pero ello redunda, ostensiblemente, en la calidad literaria de la obra. El producto final es una cantidad de libros similares a las mercancías que salen de las grandes fábricas. Como la marca-autor es conocida, la propaganda se encarga de transformar la ceniza en oro. Sumaron, sumaron, la calidad pasa a un segundo o tercer plano. Las ganancias, a pesar de que están de antemano garantizadas, son las que redondean el cuadrante.

Hay que mencionar que este tipo de producción hecha a largo plazo, de técnica depurada, de orden minucioso en la estructura de la historia, es uno de los motivos del por qué las novelas del autor aquí estudiado son fáciles de leer por un público no necesariamente informado literariamente. A la par, es el mismo motivo que permite una monocorde traducción-interpretación.

Hecha la aclaración respecto al rol del tiempo, al tipo de estructura, hay que insistir que en Vargas Llosa, otro de sus grandes méritos es su excelente técnica narrativa cultivada desde tiempos muy tempranos. En determinados pasajes ésta se eleva a gran nivel hasta devenir depurada. Esta técnica es producto del trabajo constante y persistente que lo singulariza. En este aspecto, Vargas Llosa está al nivel de los mejores escritores de habla española de todos los tiempos. Ligada a su técnica narrativa excelente, es menester mencionar su forma-estructura formidable, que aprendió de su maestro William Faulkner (1897-1962). En su libro Cartas a un joven novelista (1997) están sintetizadas las técnicas mencionadas.

Él comulga con la idea de que este logro es consecuencia del trabajo constante. De la dedicación permanente. Incluso, en algunos casos, puede ser este “don” el puente que conduce a la genialidad. Por lo tanto, para Vargas Llosa, el genio se hace, no nace. Cuando pone como ejemplo a Gustave Flaubert (1821-1880), evidencia lo que aquí afirmamos: “El talento de Flaubert es sobre todo fruto de una disciplina y de una terquedad en el trabajo: así es cómo va brotando el genio.” (Fresneda 2010: 52)

Un aspecto consustancial a lo anterior es la disciplina, el orden, la coherencia y la concatenación de los fenómenos en el discurrir narrativo que él ha conseguido perfeccionar gracias al placer de la corrección. Vargas Llosa es un escritor a quien le cuesta mucho elaborar el primer borrador. Pero esta desventaja es compensada sustancialmente con el acto-placer de corregir. Este ejercicio de corregir, más la ayuda de los correctores profesionales, le permite entregar la obra final casi sin fisuras, sin huecos, sin remiendos, sin hilvanes sueltos. En referencia al acápite, ver el libro del autor titulado Historia de una novela, publicado en 1971.

Sobre el primer borrador y la posterior corrección, Vargas Llosa declaró: “Al principio es muy duro. El primer borrador es siempre tremendamente difícil. Cuando tengo más o menos una primera versión y puedo empezar a corregir y reestructurar la historia, es cuando la paso fantásticamente bien.” (Fresneda 2010: 52)

Por su dedicación absoluta al trabajo, el escritor ha dicho que él es un esclavo de su obra. Nosotros podríamos agregar que él rompe esas cadenas que lo atan con la herramienta-técnica altamente calificada que dispone. ¿Es por ello que cabría el calificativo de ingeniero literario? ¡Sí, cabría! Ya lo dijimos, hasta 1981, Vargas Llosa cuidaba celosamente el producto final de su creación. De ahí la importancia de la corrección y autocorrección. Esperando no exagerar, podríamos afirmar que este “ingeniero de la literatura” sabía muy bien qué herramienta-sustantivo utilizar, dónde va el tornillo-adjetivo, dónde la preposición-lubricante, dónde la pieza-frase de su maquinaria construida.

En resumidas cuentas un talento formado, una técnica depurada y una disciplina lograda nos dan como sumatoria final el novelista Mario Vargas Llosa. En otra instancia las relaciones, no sólo culturales, sino político-sociales, de propaganda-mercadeo y más el sentido de oportunidad del susodicho escritor cierran el círculo del éxito del Premio Nóbel de Literatura 2010.

Sobre lo último hay que decir que Vargas Llosa, desde el comienzo de su carrera literaria, tiene ese don o capacidad de ubicarse, siempre, en la cresta de los acontecimientos. Sean éstos políticos, sociales, culturales, deportivos, literarios o del espectáculo. Él, de la mano con las editoriales, ha sabido vender bien su figura en la gran prensa internacional. Del mismo modo él se ha interesado en promocionar su obra como ningún otro escritor en lengua española lo ha hecho. Conociendo cómo se mueve el mundo literario-cultural, estamos en condiciones de afirmar que Vargas Llosa es producto no sólo de su peso-calidad como escritor sino que al unísono se mueven otros hilos extra-literarios que compaginan con la política, con la ideología.

Los especialistas creen que Vargas Llosa es un novelista moderno. Que él se aleja ostensiblemente de los novelistas denominados clásicos. El escritor, tácitamente, acepta este calificativo. ¿Pero dónde radica la diferencia entre un novelista clásico y un novelista moderno? Se cree que la diferencia fundamental descansa en los diferentes roles que juegan el autor por un lado y el narrador por otro lado.

Aceptando como verdad esta premisa, Mario Vargas Llosa, tomando como ejemplo concreto la producción novelística francesa, cree que la última gran novela clásica es Los miserables (1856) de Víctor Hugo. La primera gran novela moderna es Madame Bovary (1850) de Gustave Flaubert. A pesar de la diferencia de 6 años de sus respectivas apariciones al público.

Leamos cómo argumenta Vargas Llosa los diferentes roles que desempeñan el autor y el narrador: “El narrador de una novela no es nunca el autor, aunque tome su nombre y use su biografía. Estos datos, si la novela es una novela (…), inevitablemente dejarán de ser lo que eran al convertirse en materiales de ficción, al combinarse con otros materiales, soñados, inventados o hurtados por el autor de otras canteras de lo real, al desenmascararse  y mudar en palabras, música, imagen, orden, ritmo, tiempo narrativos. La primera invención que lleva a cabo el autor de una novela es siempre el narrador, sea éste un narrador impersonal que narra desde una tercera persona o un narrador-personaje, implicado en la acción, que relata sobre su yo.”

A renglón seguido, nuestro autor agrega: “Este personaje es siempre el más delicado de crear, pues de la oportunidad con que este maestro de ceremonias salga o entre en la historia, del lugar y momento en que se coloque para narrar, del nivel de realidad que elija para referir un episodio, de los datos que ofrezca u oculte, y del tiempo que dedique cada persona, hecho, sitio, dependerá exclusivamente de la verdad o la mentira, la riqueza o pobreza de lo que cuente.” (Vargas Llosa 2004: 47)
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Un hecho ingrato, de alguna forma lamentable, al hoy popular escritor Vargas Llosa, es que él no ha logrado construir, hasta ahora, ese maridaje, esa empatía al interior del público lector entre él y alguna de sus obras. Normalmente este principio es cercano a una regla que caracteriza a los grandes escritores como él.

Este fenómeno es una asociación mental, emocional, espontánea entre el autor y un título de su obra producida. En el caso Vargas Llosa, sencillamente hasta hoy no ha ocurrido este ensamble. Mencionamos esto en la medida que en la historia de la producción intelectual, en los grandes escritores, se ha dado y se da esa mutua correspondencia como una tautología. El autor es a la obra, como la obra es al autor.

Ilustremos con algunos casos. Se dice Homero y de inmediato se relaciona con Ilíada y Odisea, o viceversa. Se dice La república, y Platón viene a la mente, o viceversa. Se dice La divina comedia, y Dante aparece espontáneamente, o viceversa. Se menciona Maquiavelo, y El príncipe se nos presenta, o viceversa. Se menciona Romeo y Julieta, y es Shakespeare quien nos invade la mente, o viceversa. Se menciona a Goethe, y Fausto asoma por la puerta, o viceversa. Lo mismo se puede decir de Tolstói con Guerra y Paz o de Joyce con Ulises, etc.

En América Latina, más específicamente, en la generación del Boom de la novela latinoamericana, de la cual Vargas Llosa es miembro prominente, ocurre otro tanto. La relación en el público lector entre Julio Cortázar y Rayuela es frecuente. La historia se repite con Cien años de soledad y Gabriel García Márquez. Simplemente se menciona al autor, y el título de la obra aparece automáticamente en la mente. O al revés, se menciona la obra, y el nombre del autor suena espontáneamente.

En el caso de Vargas Llosa, coincidiendo con muchos de sus críticos y público lector especializado, ha declarado que sus mejores novelas son aquellas que más le han costado escribirlas. Es por ello que son a éstas a quienes más valora. Leamos: “Los libros que más aprecio son los más difíciles, precisamente los que más trabajo me han costado. En cierto modo es la ley de la vida: siempre aprecias más lo que más te cuesta. Me costó mucho trabajo escribir Conversación en la Catedral. Me costó muchísimo trabajo La guerra del fin del mundo, la primera novela que escribía ambientada fuera del Perú.” (Fresneda 2010: 52)

A pesar de lo afirmado, las novelas Conversaciones en la catedral (1969) y La guerra del fin del mundo (1981) no tienen el reconocimiento, menos la popularidad, que Vargas Llosa desearía. Más por el contrario, una de sus novelas menos logradas, a decir del mismo autor, es la más popular. La susodicha obra está en el nivel de las “novelitas cursis y sensibleras”, como él las califica.

Aludimos a La tía Julia y el escribidor (1977). Es la clásica novela rosa. La conocida novela repetitiva. La novela del cuchicheo. La novela del chisme casero. Un tipo de novela que se produce por kilómetros, para unos gustos, o por toneladas, para otros gustos, en el mundo entero. Aquí viene lo trágico y lo cómico. La historia, como la literatura, se burla frecuentemente, no sólo de los humildes, sino también de los encumbrados.

Vargas Llosa, en este punto concreto, está en carrera contra el tiempo. Para intentar remontar esta ingrata realidad al interior del público lector, le quedan pocos años. Él desearía, como es lícito y justo, que sus lectores lo recuerden por el título de una de sus novelas mejor logradas artísticamente. No por una obra considerada del montón. Pero en la vida la luz va acompañada de la sombra. Detrás de las grandezas se agazapan de igual manera las miserias.
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En 2010, la Academia sueca le otorgó el Premio Nóbel de Literatura a Mario Vargas Llosa. Sobre este premio, deseamos hacer algunas atingencias. En términos generales, la decisión del jurado varía según las circunstancias sociales. Los intereses políticos e ideológicos no están, de ninguna manera, al margen de la decisión.

Por lo dicho, la calidad literaria no siempre es el argumento determinante en la elección. En buena medida los logros artísticos-literarios son postergados, muchas veces, al vaivén de las necesidades ideológico-políticas. De no ser así, sería difícil entender-explicar por qué se le concedió el Premio Nóbel de Literatura a Winston Chruchill (1874-1965), en el año 1953, en la medida que este político no escribió obra literaria ni regular, ni mala.

En contraposición, a muchos que realmente lo merecieron, el premio les fue esquivo. Es el caso de León Tolstói, Marcel Proust, Franz kafka, Reiner María Rilke, James Joyce, Virginia Woolf, André Malraux, Bertolt Brecht, Heinrich Mann, Rubén Darío, César Vallejo, Jorge Luis Borges, etc. No obstante ello, éstos siguen viviendo en sus obras. En la medida de que ellas siguen siendo leídas. Hasta se puede decir que son populares después de muchas décadas de haber sido publicadas. Después que sus autores, hace buen tiempo, desaparecieron físicamente. En las obras de los mencionados se cumple lo que Johann W. Goethe (1749-1832) escribió: “Lo que brilla es obra de un momento: lo verdaderamente bello no se pierde para la posteridad.” (Goethe 1985: 32)

Luego se da un par de novelistas que han rechazado el Premio Nóbel de Literatura. Ellos son el soviético Boris Pasternak (1890-1960), en 1958, y en 1964, el francés Jean-Paul Sastre (1905-1980). El primero, se dice que, presionado por la cúpula soviética, no aceptó el premio. El segundo, porque él se consideraba, antes que un literato, un filósofo. A pesar de la no aceptación, en contra de la voluntad de los aludidos, la academia los siguió considerando como Premiados.

Lo contrario sucede con los Premios Nóbel de Literatura que casi nadie los conoce, menos los leen. Hagamos el esfuerzo supremo de recordar a estos casi ilustres desconocidos. El francés Federico Mistral (1830-1914), los españoles José Echegaray (1832-1916) y Jacinto Benavente (1866-1954), la alemana Nelly Sachs (1891-1970) y la italiana Grazia Deledda (1871-1936), etc. Algunos se preguntan: ¿Cuales fueron los méritos de los mencionados para que se les haya otorgado dicho premio? El motivo es sencillo. Fedor Dostoyevski (1821-1881), exagerando un poco, adelantándose décadas a estos laureados personajes y a su inmerecida gloria, escribió: “Hemos coronado de laurel cabezas piojosas.” (Dostoyevski 1984: 52)

Luego hay otro grupo de escritores premiados que apenas son leídos, en la mayoría de los casos por obligación, en sus respectivos países. Al pasar el tiempo se van deslizando sobre un plano inclinado al lugar que ocupan las “…cabezas piojosas”. La mayoría de los nueve Premios Nóbel de habla hispana corren, aceleradamente, en dirección del inefable olvido.

Como corolario se puede afirmar, en torno a la mayoría de los galardonados que fueron premiados, que no lo merecieron. No fueron premiados muchos de los que sí lo merecieron. En la lista están muchos de los que no deberían estar. No están muchos de los que deberían estar.

Hagamos algunas atingencias en el caso de Vargas Llosa. En su obra no se expresa el dolor-optimismo humano que se cobija en los poemas de César Vallejo. No se encuentra la formidable capacidad de síntesis-imaginación plasmada en los cuentos de Jorge Luis Borges. No existe la desbordante fantasía que transpira la obra de Gabriel García Márquez. Sólo mencionamos a tres paisanos suyos que han escrito en el mismo idioma que él. Como poeta, como cuentista y como novelista, Vargas Llosa está bastante rezagado de los mencionados.

Él, como un gran técnico del idioma, como “ingeniero de la literatura”, seguirá siendo leído por un público amplio mientras viva. Luego de tres o cuatro décadas, quedará reducido al mundo de los especialistas. El motivo esencial es que en ninguna de sus obras palpitan las luces-sombras que bullen en el alma humana. Este cruce de caminos de las grandezas-miserias humanas es el demiurgo fundamental que hace imperecederos a los escritores de valor.

En otras palabras, por carecer de ese amasijo esencial de la singularidad-generalidad-espiritualidad, se irá desvaneciendo al correr del tiempo. Las ventas garantizan la popularidad sin duda alguna. Pero no es condición para la perdurabilidad. Esto sólo es consecuencia de la profunda espiritualidad humana, amalgamada con la belleza, que toda gran obra literaria normalmente sintetiza.

Sólo la técnica depurada, sólo la belleza sublimada, dice poco, frecuentemente nada. Si las aislamos de las vivencias del quehacer humano, la técnica por la técnica, la belleza por la belleza, caen en el vacío. Diferente es cuando el arte-técnica engendra vida. En la medida que la vida es la fuente de toda fantasía. La vida es el amasijo donde germinan los sentimientos humanos más profundos. La vida es el rincón donde moran los altos ideales humanos. Lo afirmado fue sintetizado por André Malraux (1901-1976), en la Condición humana, en estos términos: “Hay que introducir los medios del arte en la vida, amigo mío; no para hacer arte, ¡ah, no, por Dios!, sino para hacer más vida.” (Malraux 2003: 255)

El espinoso camino transitado por los grandes escritores, Vargas Llosa ha intentado recorrerlo y se ha quedado en un recodo. Nos referimos al esfuerzo emocional, unido a la proeza mental, que partiendo del sentimiento-fantasía se eleva hasta el concepto-razón. Luego, amalgamado por la alquimia estética, vuelve a recorrer el mismo camino, pero en sentido inverso. Del concepto-razón al sentimiento-fantasía. En otros términos, de la sustancia se eleva a la trascendencia. De la trascendencia vuelve elevarse a otra sustancia la que, sin perder del todo su condición anterior, ya no es la misma porque en potencia es otra. Y así sucesivamente hasta el infinito.

Si tomamos en cuenta estos antecedentes, el caso de Mario Vargas Llosa con su Premio Nóbel de Literatura 2010, no debe llamarnos mucho la atención. No necesariamente los premiados son quienes merecen el galardón. De igual modo, tampoco es condición que los premiados pasen a formar parte de los clásicos de la literatura universal. El susodicho dispone de una excelente técnica literaria. Él es un trabajador incansable del idioma. Estos méritos no son suficientes para que su obra perdure por décadas o por generaciones, necesariamente.

Finalmente deseamos mencionar que los referentes espaciales de su recorrido literario han ido de lo singular, pasando por lo general, hasta llegar a lo universal. La primera etapa se circunscribió a su país de origen. Luego pasó al continente americano. De éste dio el salto al mundo.

Desde el año 1959, que publicó su primer libro, hasta el año 1978, su referente geográfico fue el Perú en sus tres regiones naturales. El año 1981 se trasladó a otra parte del continente (al Brasil), cuando publicó La guerra del fin del mundo. Luego continuará en la República Dominicana, en el año 2000, con La fiesta del chivo. Mientras que, a partir de El paraíso en la otra esquina (2003), sus espacios referenciales serán diferentes zonas del planeta, especialmente Europa. En otras se prolonga al Lejano Oriente, como en La chica mala. Finalmente, en Las memorias del celta (2010), son comprendidos tres continentes: Europa, África y América.

Por el lado del tiempo, éste siempre es variado, en la medida que la mayoría de sus historias narradas obedecen a experiencias personales y hechos histórico-sociales tangibles. Con respecto a sus personajes, todos son de carne y hueso que fluctúan entre delincuentes, prostitutas, perversos, malvados, mataperros, soldados, revolucionarios, homosexuales, predicadores, dictadores, aventureros, etc. En pocas palabras, la mayoría son seres excluidos del orden. Elementos marginales de la sociedad formal.

Un hecho que caracteriza a muchos personajes en las obras de Vargas Llosa es una rara combinación de tipos frustrados (El Jaguar, Fuchin, Zavala, El Consejero, Mayta, etc. Por otro lado, son personajes progresistas, de izquierda y hasta comunistas (Huamaní, Asunta, las Mirabal, etc.) En la etapa que al autor se consideraba, y era considerado de izquierda, la mayoría de sus personajes tenían las características de los primeros. Mientras que en su etapa declaradamente conservadora, aparecen muchos personajes con las características de los segundos.

Esto demuestra, una vez más, que el arte y la política, más aún si éstas son revolucionarias, no siempre caminan en contradictoria-armonía. Por el contrario, frecuentemente, sus caminos se anteponen, se sobreponen y hasta se bifurcan. Son muy pocos los que han logrado sintonizar, con un mínimo de sacrificios mutuos, ser revolucionario en el arte y la política o ser revolucionarios en la política y el arte. G. Büchner, H. Heine, H. Mann, B. Brecht, C. Vallejo, M. Benedetti podrían ser algunos de sus mayores exponentes.

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