viernes, 9 de diciembre de 2011

Literatura



LAS DIMENSIONES DE LA REALIDAD: EL SURREALISMO
    
(Segunda Parte)

Jorge Oshiro



El «Subjetivismo absoluto»

En este sentido la libertad de un artista no es la misma que la de un científico, de un economista o de un político. Lo que no significa de ninguna manera que esta libertad sea absoluta, aunque el «subjetivismo sea absoluto». ¿Qué significa aquí «subjetivismo»? Y más aún si Mariátegui escribe inmediatamente:

"...en todo lo demás, se comportan cuerdamente y esta es otra de las cosas que los diferencian de las precedentes, escandalosas variedades, revolucionarias o románticas, de la historia de la literatura".
       
La oposición conceptual "cordura en lo demás" por un lado "subjetivismo total, disparate en el arte" por otro, puede llevar fácilmente a una incomprensión.

El disparate como subjetivismo total está entendido aquí como una forma específica del arte que no implica, en absoluto, la arbitrariedad. Todo lo contrario, el «subjetivismo total» no es punto de partida, no es espontaneidad. Es punto de llegada, es producto de un trabajo intenso.

En este sentido escribe Mariátegui algunas líneas después, que

"a los que en América tropical se imaginan el suprarrealismo como un libertinaje, les costará mucho trabajo, les será quizás imposible admitir esta afirmación, que el surrealismo: "es una difícil, penosa disciplina" [1]

"El subjetivismo absoluto" es por lo tanto el producto, punto de llegada de una "difícil y penosa disciplina". El "subjetivismo absoluto" es por lo tanto una forma determinado de la relación con la realidad, en la cual la creación es altamente representada.

Pero esta creación no surge del vacío, de la nada. La creación es siempre descubrimiento, descubrimiento de algo que «ya está germinando, madurando, en la entraña de la historia».

La ficción, en la concepción mariateguiana no precede a la realidad, la ficción creativa es el descubrimiento de una realidad ya en cierta forma presente, pero que los ojos del entendimiento sumergidos en la «normalidad» del pasado no es capaz de ver «la esencia viviente» («P.Soupault») de la realidad. En este sentido ella no es otra cosa que la conciencia anticipatoria.

"El subjetivismo absoluto" en este texto corresponde como concepto a "la gran ficción", de la cual Mariátegui nos habla en «Realidad y Ficción»[2]  y también al "absoluto de la época" en «Arte, Revolución y Decadencia».[3]

Todas estas categorías forman un campo teórico diferente al campo teórico «racionalista-positivista-cientifista» en el cual el núcleo modular gira en torno al eje «sujeto-objeto».

En este sentido «subjetivismo absoluto» no es en el arte el polo opuesto a lo que podría ser «objetivismo absoluto» en la ciencia. El «subjetivismo absoluto» como producto de «la difícil, penosa búsqueda de una disciplina» es lo que Octavio Paz había desarrollado bajo el concepto surrealista de "Escritura automática»[4] o lo que Mariátegui, citando a Breton, dice del «automatismo psíquico puro». Es decir: «El dictado del pensamiento, en ausencia de todo control ejercitado por la razón, fuera de toda preocupación estética o moral».

Este «automatismo psíquico puro», este «pensar en ausencia de todo control ejercita por la 'razón'», ya lo había delíneado Mariátegui en un texto de junio de 1925, : «El paisaje italiano», en el cual escribía:

"Yo soy un hombre que ha querido ver Italia sin literatura. Con sus propios ojos y sin la lente ambigua y capciosa de la erudición. Esto no es fácil".

Para lograr este fin es necesario, dice nuestro autor, "no visitar ni observar Italia en turista". Es decir superar la conciencia común, la conciencia «normal», aquella que sigue la norma de lo dado, la norma de la cultura dominante.
       
Dentro de este cuadro "el turista pasa por Italia sin llevarse una sola emoción original". Se aprecia que "el automatismo psíquico puro", según Mariátegui puede ofrecernos esa "emoción original". El contacto directo con la Naturaleza a través de la conciencia 'espontánea', (espontánea en el sentido de no-enajenada) a través de nuestra conciencia como cuerpo. Esta «emoción original» es un sentimiento anterior a toda cultura, entendida ésta como un sistema de normas exteriores a la conciencia espontánea: "Entre el turista e Italia se interpone la historia y la literatura". Esta historia y esta literatura, según nuestro autor, se comportan aún como peores enemigos que los peores cicerone:

"Porque equivalen a una banda de cicerones metida en el alma y la maleta del turista".

El surrealismo, como se aprecia, es un intento, de liberar "el alma y las maletas" de los hombres de esa "banda de cicerones" que son el orden establecido. En esta perspectiva el surrealismo es la difícil disciplina de volver a las fuentes primarias de una fantasía sin «cultura» (escrita, especialmente), sin aprioriorismos. Es decir, un intento de reconquistar una conciencia anterior a la establecida por la sociedad divididas en clases y ahondada por el capitalismo. En otras palabras es la «penosa búsqueda de una disciplina» que nos conduzca al pensamiento "mitológico-racional", como superación al pensamiento racionalista-cartesiano, positivista y cientifista, para el cual sólo lo 'dado' cuantitativo tiene importancia.

Estas coincidencias esenciales entre los fines de los surrealistas y los fines propios de Mariátegui no podía dejar indiferente al pensador peruano. En este sentido escribe al final de la primera parte de este artículo, que sirve como prólogo al que viene, "...que ha seguido con una tensión que se ha reflejado más de una vez, y no sólo episódicamente, en mis artículos". Y luego:

"Esta atención, nutrida de simpatía y esperanza garantiza la lealtad de lo que escribiré, polemizando con los textos e intenciones suprarrealistas".

Duración y fidelidad

«El Segundo Manifiesto» del surrealismo refleja el desarrollo de este movimiento hasta 1930. André Bretón, dice Mariátegui, hace en él el proceso a los intelectuales que participaron en él y luego lo renegaron. Lo que nuestro crítico peruano resalta en esta polémica es "insistir en la difícil y valerosa disciplina espiritual y artística a que conduce la experiencia suprarrealista, en este sentido cita a Breton:

"Es que la fidelidad sin desfallecimiento a los empeños del suprarrealismo supone un desinterés, un desprecio del riesgo, un rehusamiento a la conciliación, de los que, a la larga, pocos hombres se revelan capaces".

El sentido de la dificultad de la empresa del surrealismo implicaba para Breton una actitud heroica. Con esta misma actitud abre Mariátegui su primer número de «Amauta». En la Presentación de la revista nos dice que el primer resultado que los intelectuales de Amauta quieren lograr "es el de acordarnos y conocernos mejor nosotros mismos". Y que al mismo tiempo que hará venir a buenos elementos,

"alejará a algunos fluctuantes y desganados que por ahora coquetean con el vanguardismo, pero que apenas éste les demande un sacrificio, se apresurarán a dejarlo".

Pues, dirá dos años después, el socialismo en el Perú,

"debe ser creación heroica. Tenemos que dar vida, con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo indoamericano" («Aniversario y Balance». «Amauta» N.17).

Este carácter heroico de la empresa surrealista, como la del socialismo en el Perú, va a llevar a nuestro autor a ubicar el segundo tema importante del manifiesto. El segundo punto que resalta Mariátegui de este manifiesto es la filiación de surrealismo con el romanticismo con el cual Mariátegui testimonia otro aspecto de su simpatía con el movimiento. Breton:

"Que tener cien años de existencia es, para él (el romanticismo), estar en la juventud, y lo que se ha llamado, equivocadamente, su época heroica, no puede ser considerada sino como un vagido de un ser que comienza solamente a hacer conocer su deseo, a través de nosotros...".

«Nadja» de André Breton[5]

Fantasía y la recreación de la realidad

Comienza Mariátegui este artículo con una confesión, en la cual nos dice que él no se sentirá nunca lejos del realismo en compañía de los suprarrealistas. Y continúa con este reconocimiento:

"La benemerencia más cierta del movimiento que representa André Bretón, Louis Aragón y Paul Eluard es la de haber preparado una etapa realista en la literatura, con la reivindicación de lo suprarreal".

Los suprarrealistas, dice nuestro autor, al proponer a la literatura

"los caminos de la imaginación y del sueño, no la invitan sino, a la recreación de la realidad".

Pasaje esencial, pues reiterando este fundamento primario del surrealismo, acentúa el carácter revolucionario del movimiento, y a su vez, pone en claro la meta de toda revolución: la recreación de la realidad.
       
El sentido común piensa que todo «realismo» es negación de la fantasía. Y mucho más en la literatura. Todo lo contrario asegura el crítico peruano:

"El artista desprovisto o pobre de imaginación es el peor dotada para un arte realista. No es posible atender y descubrir lo real sin una operosa y afinada fantasía".[6]

Con esto retoma Mariátegui un tema central en su pensar filosófico tratada ya en «Imaginación y progreso» («El alma matinal»), como también en «La realidad y la ficción» («El artista y la época), como en su artículo «Philippe Soupault»(«Signos y obras»). Hagamos un balance comparativo de las reflexiones de Mariátegui sobre este tema de la imaginación/fantasía.

La revolución como obra de la imaginación[7]

En diciembre de 1924[8] relacionaba Mariátegui en su artículo «Imaginación y el Progreso» el concepto «imaginación/fantasía» con otros dos: el progreso y el espíritu conservador.

Mariátegui nos proponía la equivalencia entre «ser-revolucionario» y «ser-imaginativo»; entre «ser-conservador» y «falta de imaginación».

Por otro lado plantea la tesis que la virtud de los libertadores de América

"consiste en haber visto una realidad potencial, una realidad superior, una realidad imaginaria". 

La segunda tesis nos impide ver en la primera sólo una humorada mariateguiana. Pero el acento no se encuentra en la segunda equivalencia, allí donde podemos encontrar la ironía, frecuente en el pensamiento de nuestro autor, sino en la primera: «ser revolucionario=ser imaginativo».

Esta equivalencia no es solamente una constatación como lo vemos en la tesis de la imaginación de los libertadores de América. Es mucho más: es una exigencia epistemológica.

Lo que propone Mariátegui es la reestructuración de la definición del «revolucionario» y por lo tanto del concepto revolución. La imaginación como elemento esencial, pero no único, del complejo fenómeno revolucionario implica un acto de creación y de fantasía.

Lo que a su vez implica una clara crítica a todo fatalismo histórico, incluso el fatalismo revolucionario.[9] Mariátegui critica aquí aquella visión de que los medios de producción son los elementos revolucionarios, independiente de la voluntad y la fantasía humana de los individuos concretos de una determinada época histórica.[10] Y como la fantasía o imaginación siempre es producto de lo particular, de lo específico, la revolución también tiene este carácter. Esto es el primer aspecto.

Mariátegui se apresura a exponer el segundo momento de su pensar dialéctico:

«la imaginación», dice, «generalmente, es menos libre y menos arbitraria de lo que se supone»...«en realidad la imaginación es asaz modesta».

 Y continúa con la fórmula ya expuesta anteriormente:

«Podría decirse que el hombre no prevé ni imagina sino lo que ya está germinando, madurando, en la entraña obscura de la historia».

¿Qué significa «la entraña obscura de la historia»?. Mariátegui no lo dice. Pero esta aseveración implica todo un complejo fenómeno que a la mayoría de los hombres de la sociedad permanecen inconsciente y que a su vez encierra los medios y las relaciones materiales de producción.[11]

Un último aspecto que nos ofrece «La imaginación y el progreso» es la tesis que la imaginación no es producto de la inteligencia ni de la erudición. Hablando de un personaje de Anatole France, Galión, dice el crítico peruano:

"Era muy inteligente, muy erudito, muy refinado; pero tenía la inmensa desgracia de no ser un hombre imaginativo. De ahí que su actitud ante la vida fuese mediocre y conservadora".

Mariátegui hace aquí una clara diferencia entre «inteligencia» e «imaginación». Y valora a la imaginación por encima de la inteligencia.[12] Mientras la imaginación se proyecta al futuro, partiendo de una conciencia anticipatoria, aquélla no es otra cosa, dentro del contexto aquí tratado, que la facultad de relacionar cosas dadas, bajo la perspectiva racionalista, presentes o pasadas.

En otras palabras: mientras la «inteligencia» es la conciencia de las relaciones a nivel del ser, la «imaginación» la supera en tanto que funda la ontología del «todavía-no» («noch-nicht») siguiendo una fórmula cara a Ernst Bloch.

La imaginación sería, siempre dentro de este contexto, la conciencia (dolorosa) de que el ser está en proceso de cambio, en ruptura constante. En otras palabras: es la conciencia de la muerte dentro de la vida pero que a su vez es renacimiento. La imaginación es por lo tanto primeramente conciencia negativa. Ella es la conciencia anticipatoria de la muerte de lo dado y al mismo tiempo la conciencia de lo Nuevo. El antipositivismo mariateguiano no podía formularse mejor.

La gran ficción

En marzo de 1926 retoma Mariátegui el tema de la imaginación en «Realidad y Ficción»

"El realismo nos alejaba en la literatura de la realidad. La experiencia realista no nos ha servido sino para demostrarnos que sólo podemos encontrar la realidad por los caminos de la fantasía".

Y esto, continúa Mariátegui, lo ha hecho el suprarrealismo "que no es sólo una escuela o un movimiento de la literatura francesa sino una tendencia, una via de la literatura mundial".

Mariátegui crítica aquí la visión del conocimiento como un pasivo reflejo (espejo) de la realidad. Entre el mundo y la conciencia percipiente encontramos la fantasía. Mejor dicho: la conciencia no es un mero receptor pasivo de la realidad.

La conciencia mariateguiana no es la conciencia kantiana, es la conciencia de un individuo spinoziano concreto, por lo tanto es expresión del Deseo. Precisamente este Deseo va a dar a la conciencia anticipatoria o imaginación su íntima relación con la misma realidad. Mariátegui:

"Pero la ficción no es libre. Más que descubrirnos lo maravilloso, parece destinada a revelarnos lo real. La fantasía, cuando no nos acerca a la realidad, nos sirve bien poco".

Esta relación, aparentemente paradójica, de la ficción con la realidad no es comprensible sin el concepto intermedio del Deseo. «La ficción parece destinada a revelarnos lo real» porque lo expresado en la ficción es lo mismo que lo expresado en lo real: ambos son expresiones del Deseo. No es la conciencia pura la que nos va acercar a lo real. La experiencia kantiana ha demostrado suficientemente este hecho. La experiencia pura se queda en el fenómeno; el «ser-en-sí» se le escapa. Y esto ya lo había comprendido Schopenhauer al percibir este «ser-en-sí» como Voluntad (lo que es un redescubrimiento spinoziano del Conatus). Solamente si comprendemos la fantasía como expresión del Deseo, como Conatus, ella nos puede acercar a la realidad. Mariátegui:

"La muerte del viejo realismo no ha perjudicado absolutamente el conocimiento de la realidad. Por el contrario, lo ha facilitado. Nos ha liberado de dogmas y de prejuicios que lo estrechaban".

El «viejo realismo», el naturalismo, había fundado su concepción del mundo a partir del positivismo cartesiano-racionalista, pretendía acercarse a la ciencia, por lo tanto, describir la realidad «tal como es». Pero como ya se ha expresado[13], este acercamiento lo quería realizar a partir de la «conciencia entomológica»[14].

En cambio el concepto de fantasía en Mariátegui presupone otra noción de realidad, una idea de realidad en la cual el pensamiento es solamente una expresión modal entre una infinidad de expresiones modales y en la cual todas éstas son expresiones de una Potencia.[15]

El pensar del hombre es una expresión modal del atributo pensamiento, mientras que la realidad en su totalidad es la unidad de una infinidad de atributos, que se expresan a su vez en infinidad de modos. Por lo tanto la realidad como totalidad es infinitamente mayor que el pensar humano.

El viejo realismo pretendía dogmáticamente reducir la realidad a una sola expresión modal: el pensamiento lógico. Y todo lo que correspondía a este pensar lógico, elevado aquí a la categoría de absoluto, lo denominaba «verosímil». Y lo real era reducido a lo verosímil. En este sentido escribirá Mariátegui:

"En lo inverosímil hay, a veces, más verdad, más humanidad que en lo verosímil".[16]

Y líneas más abajo:

"El prejuicio de lo verosímil aparece hoy como uno de los que más han estorbado al arte".
       
Liberados de este reduccionismo dogmático los artistas pueden lanzarse a la conquista de nuevos horizontes. Así por ejemplo, comenta nuestro autor un pasaje de la novela de Delteil, Jeanne d'Arc en la cual la doncella aparece dialogando sencillamente, ingenuamente con Santa Catalina y Santa Margarita:

"El milagro es narrado con la misma sencillez, con el mismo candor que en la fábula de los niños. Y es así admitiendo el milagro -esto es lo maravilloso- cómo nos aproximamos más a la verdad sobre la Doncella".

A la «objetividad» de un Anatole France opone Mariátegui la «verdad» de Delteil que intengra lo inverosimil -«el milagro»- en el relato:

"El libro de Joseph Delteil nos ofrece una imagen más verídica y viviente de Juana de Arco que el libro de Anatole France".

No es la fantasía lo que anarquiza, según nuestro autor. No es ella la causa ni el síntoma de la decadencia de la civilización occidental:

"La raíz de su mal no hay que buscarla en su exceso de ficciones, sin en la falta de una gran ficción que puede ser su mito y su estrella".

Como se aprecia Mariátegui introduce en este texto una nueva categoría, la «gran ficción» que se distingue de la «ficción» en general. Esta «gran ficción» tienen en los diversos textos mariateguianos también diversos nombres. La «gran ficción» es el «absoluto de la época» en «Arte, Revolución y Decadencia».[17] Es «Utopía» en «La imaginación y el progreso».[18] Pero es también «Mito» como ya se ha desarrollado extensamente en el análisis del artículo «El hombre y el Mito».

La imaginación y la «esencia de lo viviente»

En diciembre de 1926 escribía Mariátegui en un artículo sobre Philippe Soupault:

"Los suprarrealistas restauran en el arte el imperio de la imaginación. Pero no renuncian a ninguna adquisición del realismo: las superan" (“Philippe Soupault”).

Este pasaje precisa mejor la relación realismo-suprarrealismo. En los pasajes anteriores parecía que nos encontrábamos ante un simple rechazo del realismo por ejemplo en esta cita: "La muerte del realismo no ha perjudicado absolutamente el conocimiento de la realidad. Por el contrario, lo ha facilitado”.

Esto era pura apariencia pues la relación entre estas dos escuelas es dialéctica, de la misma manera como nuestro autor caracteriza la relación «dadaísmo-suprarrealismo». Lo nuevo, para Mariátegui no es la negación pura, la negación mecánica de lo viejo.

Lo nuevo no aparece «deus ex machina», él aparece en el seno de lo viejo. Lo nuevo implica necesariamente una relación de negación, pero una negación dialéctica. Niega conservando (Aufheben en alemán). Desde esta perspectiva escribirá nuestro autor en los «Siete Ensayos»:

"El socialismo contemporáneo...es la antítesis del liberalismo; pero nace de su entraña y se nutre de su experiencia. No desdeña ninguna de sus conquistas intelectuales. Encarnece y vilipendia sino sus limitaciones".

El viejo realismo "nos aleja de la realidad", dice Mariátegui, reiterando una vez más una tesis ya expuesta anteriormente. Pero añade:

"Porque no la captaba en su esencia viviente".

La "esencia viviente" de la realidad es precisamente la realidad interpretada como Deseo, como ya se ha analizado anteriormente.

"Y la experiencia ha demostrado que con el vuelo de la fantasía es como mejor se puede abarcar todas las profundidades de la realidad".

La superación de la conciencia racionalista, la integración de la conciencia racional a la complejidad del conatus, permite a su vez descubrir dimensiones de la realidad que el pensamiento racionalista es incapaz de percibir. Sin embargo Mariátegui no niega la relativa validez de este pensamiento, niega sí, y rotundamente su pretensión reduccionista[19].

Se podría decir, siguiendo este pasaje, que el realismo "aprehende una parte de la realidad; pero nada más que una parte". El realismo como concepción superada por el surrealismo corresponde gnoseológicamente al viejo nacionalismo superado por el internacionalismo.

Esta  revalorización del rol de la fantasía, dice Mariátegui, ha dado un fecundo impulso a la literatura actual, y reitera ya un pensamiento conocido:

"La flaqueza de ésta (literatura actual.JO) no está en su exceso de ficciones, sino en la falta de una gran ficción".

La fórmula es idéntica con la expuesta arriba, pero agrega inmediatamente:

"....de una gran esperanza".

Con este complemento «una gran esperanza», gana el primer concepto una nueva perspectiva. Mientras que «la ficción» nos lleva a la literatura y a la teoría del conocimiento, el concepto de esperanza nos introduce de lleno en la Etica, en la Etica de la Esperanza.

Y con esto da al marxismo mariateguiano una dimensión particular que rompe frontalmente con todo tipo de marxismo «cientifista», con todo tipo de socialismo «realista». Y al mismo tiempo coincide con el pensamiento de otro gran marxista contemporáneo el pensador: Ernst Bloch.

Regresemos, después de este pequeño recuento de las reflexiones mariateguianas sobre el tema de la fantasía/ficción, a nuestro texto inicial, «Nadja» de Breton.

Se había dicho que los suprarrealistas «proponiendo a la literatura los caminos de la imaginación y del sueño, no la invitan sino al descubrimiento, a la re-creación de la

Apreciamos ya aquí en este pasaje una profundización de la reflexión mariateguiana sobre el problema de la fantasía/ imaginación y su relación con la realidad.

La atención y el estudio serio de la fantasía y el sueño, como ya lo había mostrado Freud y que el surrealismo continúa en la investigación, abrió al pensar en general, a la literatura y filosofía en particular, un «nuevo continente», para decirlo con Althusser.

Puso otra vez bajo la luz solar todo un sistema de coacción y ocultamiento que la cultura europea, por siglos, había efectuado contra sí mismo, descubrió el continente de la subconciencia y del inconsciente. Y con ello puso a discusión en una nueva perspectiva la relación «conciencia-cuerpo».

La conciencia perdió su ommnipresencia, se convirtió en un momento de un proceso que la envolvía.

Se comenzó a entender la conciencia como un aspecto importante de lo humano y no más como un entidad supra-natural, se comenzó a entenderla como expresión de un cuerpo concreto, dinámico, en movimiento, pero no de un «cuerpo-objeto», ni mucho menos como de «cuerpo-cosa»; se comenzó a descubrir la «subjetividad» del cuerpo, su «interioridad» no objetivable: sentimiento, pasión, fantasía, etc.etc.

Desde ese momento era imposible continuar viendo la realidad a través de la conciencia pura. Había algo que el individuo debía desarrollar para mejor adentrarse a la realidad:

"El artista desprovisto o pobre de imaginación es el peor dotado para una arte realista".

Se puede apreciar en este evolucionar de la reflexión mariateguiana sobre la fantasía un proceso de «radicalización» del papel de la imaginación. Ya no es solamente la tesis de que sin la fantasía no hay progreso ni que ella sea el quid de la revolución, ahora Mariátegui propone la tesis que sin la fantasía «no hay posibilidad de atender y descubrir lo real». Pero el acento de este último texto no recae tanto en la fantasía sino sobre todo en la realidad, Mariátegui:

"Restaurar en la literatura los fueros de la fantasía, no puede servir, si para algo sirve, sino para restablecer los derechos o los valores de la realidad".

La realidad es la preocupación mayor de nuestro pensador pero es una realidad para descubrirla, para re-descubrirla y para «re-crearla». Una realidad siempre con nuevos aspectos, con cuestiones y con desafíos. Y no es Mariátegui un solitario que se aferra a este desafío:

"No aparece", dice él, "en ninguna teoría del novecentismo beligerante y creativa la intención de jubilar el término realismo, sino de distinguir su acepción actual de su acepción caduca, mediante un prefijo o un adjetivo".
       
Así surgen los términos «Neorrealismo», «infrarrealismo», «suprarrealismo» y los escritores menos sospechosos de compromiso con el viejo realismo, comenta nuestro autor, no se alejan de la fórmula de Massimo Bontempelli: «realismo mágico».


[1] Recordemos brevemente la concepción mariateguiana de la fantasía, «materia prima» de todo arte. En «Imaginación y Progreso» escribía nuestro autor: "...la imaginación, generalmente, es menos libre y menos arbitraria de lo que se supone", que "el espíritu humano reacciona contra la realidad contingente", que "podría decirse que el hombre no prevé ni imagina sino lo que ya está germinando, madurando, en la entraña oscura de la historia". Y en otro texto, «Realidad y Ficción» de marzo de 1926 reitera la idea anterior: "Pero la ficción no es libre...La fantasía, cuando no nos acerca a al realidad, nos sirve bien poco. La fantasía no tiene valor sino cuando crea algo real. Esta es su limitación. Este es su drama", (en:«El Artista y la época».
[2] Artículo del 25.3.26: «El artista y la época»..
[3] "El arte se nutre siempre, conscientemente o no -esto es lo de menos- del absoluto de su época".
[4] Esto corresponde a nuestra crítica a la triada «logo-mercado- escritura)
[5] «Nadja» (N) apareció primeramente en «Variedades» el 15 de enero de 1930. Luego en «El artista y la época».
[6] "Nada más erróneo en la vieja estimativa literaria que el concepto de que el realismo importa la renuncia de la fantasía".
[7] «La imaginación al poder» fue uno de las «paroles» más famosas en Mayo del 68 en París
[8] En realidad encontramos otro texto aún anterior, del 22.3.1924: "Lo verdadero es que la ficción y la realidad se modifican recíprocamente" («Algunas ideas, autores y escenarios del teatro moderno».
[9] «la revolución es un hecho histórico necesario que se realizará indefectiblemente».
[10] La misma posición defiende Gramsci. Ver en especial su artículo «Utopia» en los «Escritos juveniles»
[11] En su «Esquema de la evolución económica«, Cap.II: «Bases económicas de la República», dice Mariátegui que «La Independencia de Hispanoamérica» no se habría realizado, ciertamente si no hubiese contado con una generación heroica, sensible a la emoción de su época, con capacidad y voluntad para actuar en estos pueblos una verdadera revolución"...«Pero esto no contradice la tesis de la trama económica de la revolución emancipadora. Los conductores, los caudillos, los ideólogos de esta revolución no fueon anteriores ni superiores a la premisa y razones económicas de este acontecimiento»...«El impulso natural de las fuerzas productoras de las colonias plugnaba por romper este lazo»..
[12] Octavio Paz decía después en la misma perspectiva: “El hombre es un ser que imagina y su razón misma no es sino una de las formas de este continuo imaginar. Es su esencia, imaginar es ir más allá de sí mismo, es proyectarse, es un contínuo trascenderse» («El surrealismo>>)
[13] ver apéndice V.Ensayo. 5.1
[14] Gramsci: "como un zoólogo que observa un mundo de insectos, exactamente igual como Maeterlinck observa las abejas y las termitas" (Quaderni).
[15] "Dei potentia est ipsa ipsius essentia".
[16] Téngase en cuenta que el concepto «verosímil» implica una concepción «cuantitativa» de la realidad «domesticada». Lo verosímil implica un «un cálculo», es decir el pensamiento matemático. Estamos aquí en el cartesianismo
[17] Ver arriba nota 26
[18] "...sólo son válidas las utopias que se podrían llamar realistas".
[19] Hagamos aún otro paralelo: "Como los relativistas ante la física de Galileo, los internacionalistas no contradicen toda la teoría nacionalista. Reconocen que corresponden a la realidad, pero sólo en primera aproximación. El nacionalismo aprehende una parte de la realidad; pero nada más que una parte. La realidad es mucho más amplia, menos finita".

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