sábado, 28 de enero de 2012

Literatura


La generación del 50: un mundo dividido. Ensayo de Miguel Gutiérrez: adelanto de una relectura

Julio Carmona



La mayoría de las críticas que hemos leído, en torno al libro que aludimos en el título de este artículo, proviene de críticos con una posición ideológica de derecha. Recuerdo, en especial, una reseña firmada por Iván Thays[i], porque su virulencia resume –creo– la posición aludida que, en su esencia, rechaza al ‘crítico doctrinario marxista’ que –según él– sería Miguel Gutiérrez (MG). Y es verdad, desde la primera edición del libro comentado (precisemos que Thays reseña la segunda edición), nosotros siempre le otorgamos –favorablemente– esa calificación, pasando por alto incluso algunas opiniones no del todo coincidentes con las nuestras. Pero al releer el libro en su segunda edición y al cotejarlo con el de la primera –y con la distancia por medio de los condicionantes políticos que rodearon su aparición, a lo que se debe agregar la impresión negativa que nos ha causado la lectura de su novela Confesiones de Tamara Fiol, así como otros ensayos y declaraciones periodísticas del autor–, el adelanto de una nueva lectura que ofrecemos con este artículo contradice la opinión de Thays respecto de lo “doctrinario” que animaría al libro y, más bien, revelamos que la concepción ideológico-literaria (que no política) sustentada en el libro está muy ligada a la de Thays, más de lo que él mismo y el propio MG pudieran sospechar. Aquí estamos en condición de adelantar que, si en el terreno de la literatura y desde la derecha se le acusa a MG de marxista, desde el marxismo se le puede acusar de derechista, posición que Mao resumió en esta frase: ‘proletario en política, burgués en arte’, o sea, oportunismo de derecha. Lo dicho no significa estarse arrogando la potestad de defenestrar a MG del ámbito ideológico del marxismo. Todo lo contrario, pues bien se sabe que dentro del marxismo es, más bien, un imperativo aplicar los instrumentos de debate de la crítica y la autocrítica, los mismos que, sin dejar de ser severos, no tienen por qué ser considerados “destructivos” ni, por eludir esta calificación, devenir complacientes, serviciales o “perdonavidas”.

Ahora bien, desde el título[ii], este ensayo de MG se ofrece alentador para quienes esperamos se refuerce la opción –iniciada entre nosotros por José Carlos Mariátegui– para los estudios literarios (teórico, histórico y crítico)[iii] de establecer sus relaciones ineludibles con las clases populares: campesinado, pequeña burguesía, proletariado. Y con mayor razón si esos estudios proclaman estar haciéndose con una orientación marxista, que es el caso del ensayo de MG cuyo título sugiere que no se está considerando a la referida generación como un todo homogéneo, sino que (asumiendo la atinada metáfora de Washington Delgado: “un mundo dividido”) la propone escindida, desde la perspectiva –más que evidente– de la confrontación socio-política (en consonancia con el principio mariateguista, es decir marxista, de la lucha de clases) y también –y era lo esperado– en el ámbito específico de lo literario.

Empero, si eso es lo que ofrece el título y es lo esperado, esto se va mediatizando conforme se avanza en la lectura, porque su punto básico es la conclusión de que la referida generación es ubicable en las elásticas o permeables fronteras de la “clase media” o pequeña burguesía:

No es (…) producto del azar que la conformación clasista de la generación del 50 sea mayoritariamente de la mediana y pequeña burguesía con un reducido contingente obrero-artesanal (…) De modo que a excepción de los poetas obreros-artesanos del Grupo 1° de Mayo y de ciertos descendientes de familias patricias –limeñas o provincianas– arruinadas o venidas a menos, la mayoría pertenecen (sic) a la mediana y pequeña burguesía (pp. 52-53).

Pero téngase en cuenta que se está usando como criterio de clasificación clasista la extracción o ubicación de clase (clase en sí), no así la posición o convicción de clase (clase para sí). Por otro lado, hacer una incisión en la categoría sociológica de “burguesía” para adosarle la existencia de una “mediana burguesía”, sin hacer las precisiones del caso, conduce a crear confusión antes que a hacer un esclarecimiento. Tal vez sea pertinente esa distinción en un estudio de orden socio-económico específico. Pero en el orden de lo ideológico –que es en el que se inserta la literatura– lo más pertinente es hablar sólo de burguesía y pequeña burguesía. El estrato que, por diferencias económicas, pudiera estar entre ambas, al no poseer los medios de producción (que producen otros medios de producción, y no sólo productos de consumo) siempre alentará una concepción y/o condición pequeño burguesa. Es decir que, en el terreno ideológico, debe mantenerse el concepto de “pequeña burguesía”, pues la ideología pequeñoburguesa también es la de la “mediana burguesía” en tanto no es plenamente burguesa ni, mucho menos, proletaria. Y si –conforme lo establece el marxismo– sólo existen dos ideologías: la burguesa y la proletaria, una tercera cabe sólo en relación con la pequeña burguesía, que puede inclinarse hacia la burguesa o hacia la proletaria. Caso contrario, se corre el riesgo de estarle atribuyendo una ideología a cada uno de los “estratos” que integran la clase media o pequeña burguesía. Además, creemos que es atinada la siguiente observación:“En la teoría marxista, las clases no se definen por su posición en escalas lineales de poder, prestigio o riqueza, sino por su función estructural en las relaciones de producción (es decir, de explotación). Las relaciones sociales de producción, que constituyen la estructura básica de la sociedad, están definidas por el uso y la posesión de los medios de producción, es decir, de aquellos bienes que no están destinados al consumo directo, sino que se utilizan para producir otros bienes.” (José Sosa, “La clase media en el siglo XXI”, tomado de Internet). Y esta precisión es tanto más necesaria en el ámbito literario, en el que no interesa la cuantificación de los ingresos per cápita de los escritores, para determinar si pertenecen a la mediana o pequeña burguesía o al proletariado. Son calificaciones que no se determinan porque se es ‘obrero o artesano o empleado’ sino por la posición ideológica que refleja su obra. Y lo cuestionable en el trabajo que nos ocupa es que, ideológicamente, se unifique a todos los miembros de la generación del cincuenta como pertenecientes a la “clase media o pequeña burguesía”. Y es una incisión sociológica reiterativa. La volveremos a encontrar, por ejemplo, en la p. 186: “… pertenecer a la pequeña burguesía implica ya una cierta marginalidad objetiva cuyo fundamento reside en su no participación directa en la producción.” La cita continúa, pero hagamos un alto para aclarar que hay un yerro en lo dicho. No es que la pequeña burguesía no participe en la producción; en lo que no participa es en la propiedad de los medios de producción (que es algo distinto); pero en la producción, sí: como empleados, comerciantes, vendedores ambulantes, artesanos, intelectuales, etc. A todos se les encuentra un lugar en la cadena de la producción (hasta como consumidores).

Pero, sigamos con la cita: “Ahora bien, los intelectuales, escritores, artistas, políticos y hombres de acción de la Generación del 50 pertenecen mayoritariamente –como ya hemos visto– a la mediana y pequeña burguesía…”. Es decir, que en esa incisión sociológica (ya de por sí limitante) se va constriñendo ese estrato medio y, más aún, se lo va unificando con la genérica concepción ideológica del pesimismo y el individualismo burgués o pequeñoburgués, de donde resulta que todos los miembros de la referida generación ven reducida su ideología a esa impresionista conclusión:

No es la celebración de la vida el sabor fundamental de esta generación. (…) No es que hayan perdido del todo la esperanza (esa pasión infatigable) (…), pero dos grandísimas zorras parecen seducirlos en especial: la soledad y la muerte. (…) Exorcisación, entonces, de los dones más considerables de la vida y consolación por el dolor y la desesperación, o quizá la desesperación como terapia catártica (…). Aunque por razones sociales, histórico concretas, este tono depresivo persiste aún en poetas de filiación proletaria (pp. 21-22). (Esta cita es controvertible. La analizaremos con exhaustividad más adelante).

O sea que la generalidad heterogénea de la generación del cincuenta, auspiciosamente sugerida desde el título como “un mundo dividido”, se homogeniza con el individualismo de la modernidad burguesa, es decir, entran a tallar “las vicisitudes del yo” [que se convierten en] “uno de los temas centrales de la lírica y la novela de nuestra época” (p. 29). Y es algo que se da también en el plano teórico-literario, que es escindido en dos corrientes, la esteticista y la sociologista, y se dice que los sociologistas están “más atentos a la génesis y contenido de las obras”, mientras que los esteticistas están “interesados en los sistemas literarios”(p. 33), o en un caso similar cuando igualmente se los considera escindidos en una corriente formalista y otra situacional. Recojamos aquí la explicación que MG da del “pensamiento situado”, que es su opción crítica:

“… por pensamiento situado entendemos una teoría general del conocimiento, una visión del mundo y la concepción de la sociedad como un todo en permanente contienda entre los factores retardatarios y las fuerzas transformadoras que la conforman; pero también implica una determinada pasión, pasión fundada en la razón y en la adhesión y apuesta por las fuerzas de ruptura y transformación, es decir, una apuesta por la esperanza de una futura solidaridad humana” (op. cit., p. 14).

Desde esa perspectiva, se critica a la corriente formalista en sus manifestaciones más extremas. Por ejemplo, en el “Prólogo”, hay un pronunciamiento en contra de la corriente formalista, en las personas de dos de sus teóricos, Alberto Escobar y Enrique Ballón, y dice:

“Los lectores (…) de La partida inconclusa [sic: negrita y cursiva en el original] de Alberto Escobar (uno de los más altos representantes del discurso doctoral) son los profesores de humanidades que entienden a medias (brumosamente) las tesis sostenidas por el autor en torno a la poética y la poesía; en cambio el lector de Enrique Ballón es el propio Escobar que (sospechamos) entiende a medias Vallejo como paradigma (sic), pues de otra manera no propondría este estudio como paradigma de la nueva crítica peruana. Cuando leíamos este libro exuberante en citas en diferentes idiomas, de terminología oracular y generoso en gráficos inquietantes pensamos que al final del suplicio seríamos gratificados con algunas conclusiones que nos iluminarían el texto “leído” y la poesía del último o penúltimo Vallejo; por desgracia no fue así, y entonces recordamos la película de Monicceli Los desconocidos de siempre (sic) en que unos pobres diablos (aunque simpáticos y en manera alguna pedantes) emplean los medios más sofisticados (plan minucioso, cartografía, instrumental, armas) para robar al fin… un plato de lentejas.” (p. 16).

Es decir, se está cuestionando su andamiaje técnico, mas no su concepción teórico-ideológica, que en el fondo no viene a ser otra que la esteticista, formalista, hedonista e individualista que es la que, desde este libro –de manera encubierta– y, en los últimos tiempos –ya de manera desembozada–, ha asumido MG.

Se ve, pues, que la contraposición se sigue planteando sobre aspectos genéricos o, a partir de ciertos criterios aleatorios, como cuando se refiere al trabajo mismo de los poetas, y dice: “en cuanto a la actitud frente al lenguaje, tanto los esteticistas como los sociales son poetas puros, en el sentido de que evitan las impurezas, las expresiones fuertes o gruesas” (p. 64), y esta incisión sigue gravitando en el ámbito formal, y –es preciso aclararlo– la validez poética trasciende ese estrecho esquema de la desinhibición idiomática. “La palabra carajo vitaliza el fraseo”, decía Mario Benedetti, pero no es un índice de conjunción o disyunción poética, contrariamente a lo sugerido por MG, que en este y otros trabajos perfila esa visión unificadora. Y es una tendencia a la homogenización, constante, que apunta, a final de cuentas, a solventar el criterio dominante del ensayo: la existencia de una sola tradición literaria regida por un único canon artístico, es decir, ‘tradición y canon’ dependientes de la concepción estética occidental- burguesa.

Búmeran para MG 

Según MG, pues, la generación del 50 está conformada por “… gente que ha accedido al poder espiritual del país y, a excepción de ciertas disidencias y de algunas figuras marginales, han terminado por convertirse, como agentes de la continuidad histórica, en los intelectuales orgánicos de las capas medias (con figuras coherentes, controversiales y aun degradadas) que han hallado cabida en la estructura general del Estado y de sus aparatos de ilusión y coerción de conciencias.” (p. 19. Las cursivas siempre serán nuestras, salvo cuando indiquemos lo contrario).

Pero el mismo MG, que –en la segunda mitad del siglo XX– se había erigido como la imagen referencial del intelectual discordante de –y renuente a aparecer en– esos ‘aparatos de ilusión y coerción de conciencias de la estructura general del Estado’, en los albores del nuevo siglo se ha convertido en un nuevo ícono intelectual literario en la televisión y la prensa escrita, en las que suele presentarse con frecuencia inusitada. Y esto no fuera alarmante –pues su calidad intelectual y méritos artísticos son argumentos suficientes para ello– y hasta fuera motivo de regocijo si hubiera sido para sostener el mismo discurso de su formación primigenia, pero ocurrió lo contrario. En principio, puso paños tibios a la intensidad de su discurso, reconociendo ser ahora menos controversial; atenuó su marxismo, llamándose ahora heterodoxo, y en su actividad de crítico dejó de lado el análisis de clase y lo reemplazó por una actitud hedonista. Y, al final, se puede decir que de no haberlo hecho así, lo más seguro es que esos “aparatos de ilusión y coerción” habrían clausurado su tardía y alarmante magnanimidad de convocarlo a su entorno. Preguntamos: ¿le regresó el búmeran a MG?, ¿él ha hallado cabida en la estructura general del Estado y de sus aparatos de ilusión y coerción de conciencias’? No olvidemos que el periodismo lo es. No en vano cierto programa televisivo se autodenomina “Cuarto Poder”. Veamos algunas muestras de esa proclividad denunciada. En la p. 29, MG escribe:

Por encima de las generaciones la literatura (y el arte y el pensamiento) surgida durante la crisis del siglo XX (…) posee características comunes que la diferencian de la literatura de los siglos anteriores. [Y, en seguida, precisa cuál sería una de esas características]: Las vicisitudes del yo, he aquí uno de los temas centrales de la lírica y la novela de nuestra época. En registros serio, cómico o tragicómico se dan estas tres posibilidades: el yo cautivo y solipsista, el yo en contienda con el mundo y el yo en busca de lo comunitario. (p. 29).

A muchos ha de parecerles que lo ahí formulado está bien escrito. No obstante, pueden hacerse un par de observaciones. Si está hablando sólo de la literatura –en singular–, no se aclara con quién comparte esas “características comunes”; porque los verbos son los que mandan: y ahí se dice que es la literatura la “surgida” en el siglo XX, y es la que “posee” esas características “comunes”, ¿“comunes” a qué o a quién? Para que se hable de ‘poseer características comunes’ el verbo ha debido corresponder a un sujeto plural: “poseen”. Sería absurdo pensar que se ha querido decir que la literatura ‘posee características comunes a sí misma’. Y si son ‘características comunes de la literatura de hoy y la de los siglos anteriores’, entonces ya no es que ambas se diferencien, pues tendrían características comunes; y es obvio que ‘las vicisitudes del yo’ no es una característica propia de la ‘literatura de los siglos anteriores’, pues de serlo ya no estaría en la condición de característica diferenciadora respecto de la actual. En todo caso se ha debido decir: ‘la literatura de hoy posee características propias’ “que la diferencian de la literatura de los siglos anteriores”.

Pero esa cita, bien escrita (salvo el desliz acotado), da la sensación de que se está formulando no sólo como algo sugerente, sino como una definición categórica y apodíctica.[iv] Pero, si se observa bien, hay en el fondo un planteamiento metafísico. En principio, porque empieza colocando a la literatura “por encima de las generaciones”, es decir, se enuncia que la literatura existe al margen de sus productores, y, así, la literatura aislada de sus productores, puede ser también considerada como ‘expresión de un yo abstracto, de un yo aglutinante de lo humano, que se revelaría –después– a través de los productores, dejados previamente en suspenso’. No extraña que MG, en la página precedente, haya hecho un remedo de Hegel –que es a la postre su sustento ideológico:

¿Se trata de voces individuales las aquí convocadas? [se pregunta, y responde]: Para decirlo hegelianamente: son manifestaciones del proceso de objetivación del espíritu, pero dentro de una dialéctica en la que los intelectuales y artistas (aunque no necesariamente conscientes) son a la vez sujetos y objetos de un vasto proceso social cuyos rasgos esenciales son el de pertenecer a una formación histórico-social con particularidades culturales propias e inserta estructuralmente dentro de un mundo que vive la permanente crisis de la era del imperialismo, las guerras mundiales y las revoluciones sociales. (p. 27. Cursiva nuestra).

Y agreguemos que la pregunta con que se inicia esta cita seguirá siendo respondida en la cita de la p. 30, que hemos dejado en suspenso, y vemos que ahí, en efecto, presenta el problema desde la “dialéctica hegeliana”, porque el “yo” de que allí nos habla MG, y dice –de manera genérica– que ‘es el tema central de la lírica y la novela de nuestra época’, es, además, una entelequia que se va a manifestar a través de los escritores como individualidades, pero es un “yo” del que éstos no se pueden escindir, del que están condenados a ser voceros, puesto que ‘no son necesariamente conscientes de ello’, aunque estén a su vez insertos en una realidad material u objetiva (“Todo lo real es racional y todo lo racional es real”, pudo seguir citando MG a Hegel). Y, por eso, la tripartición que hace de esa manifestación del yo: a) ‘cautivo o solipsista’, b) ‘en contienda con el mundo’ y c) ‘en busca de lo comunitario’, resulta ser una división o definición tautológica, pues no está graficando otra cosa que la relación del ser humano con la realidad, y ante ésta el ser humano (del que es parte el poeta o artista) se manifiesta ya sea aislándose de ella, ya sea enfrentándose individualmente a ella, o ya sea integrándose a ella para cambiarla comunitariamente; pero no como expresión de un yo metafísico, sino de “yoes” concretos que responden a situaciones específicas de las clases sociales en que se encuentran insertos.

En todo caso, habría sido mucho más coherente (con el marxismo) hablar de dos “vicisitudes del yo”: ‘el yo solipsista’ vs. ‘el yo en busca de lo comunitario’. Porque la ‘contienda con el mundo’ es aplicable a esos dos extremos: el ‘yo solipsista’ y el ‘yo comunitario’; por eso creemos que el elemento divisorio ‘central o medianero’ resulta ser un ‘tercero excluido’, la diferencia con los elementos extremos de esa división es que el ‘yo solipsista’ responde, precisamente, a la concepción ideológica del individualismo burgués o pequeñoburgués, mientras que el ‘yo comunitario’, la rechaza, coincidiendo con la concepción ideológica de las clases populares cercanas al proletariado: sectores del campesinado y la pequeña burguesía.

Sin embargo, se puede colegir que con ese ‘tercero excluido’ se busca acomodar al pensador “no comprometido” pero “rebelde”, con evidente proximidad a la propuesta vargasllosiana del “rebelde ciego” que, finalmente, ya se sabe a dónde va a parar. En el discurso leído al recibir el Premio de novela “Rómulo Gallegos” (en Caracas, 1966: “La literatura es fuego”) MVLl todavía dice creer en el socialismo como alternativa a la injusticia capitalista; pero advierte que la misión del escritor en la nueva sociedad “seguirá, deberá seguir siendo la misma, cualquier transigencia en este dominio constituye, de parte del escritor, una traición. Dentro de la nueva sociedad (…) tendremos que seguir (…) rebelándonos, exigiendo que se reconozca nuestro derecho a disentir…” Y es preciso indicar que esta actitud de ‘oponerse a todo poder’ es cuestionada por MG en La generación… cuando dice que la contradicción entre capitalismo y socialismo: “ha dado lugar a nuevas oleadas de anticomunismo, agnosticismo y nihilismo, con manifestaciones ideológicas que señalan ‘el fin de las ideologías’, o como negación de la Historia y oposición a todo tipo de Poder” (p. 31).

Empero, a partir de esa concepción idealista, MG elabora todo el andamiaje teórico-crítico que utilizará en este libro y se repetirá después en sus ensayos subsecuentes, con la diferencia de que en éste asume una actitud política aparentemente o declarativamente ligada ala política marxista [“dentro de un mundo que vive la permanente crisis de la era del imperialismo, las guerras mundiales y las revoluciones sociales” –dice][v], mientras que en la última actitud lo hace sin esa indumentaria: ahora ya es declaradamente idealista, hedonista, esteticista y lo otro, el condicionamiento social (que ya no político) es, simplemente, una referencia retórica –cuando la hay. (Recomendamos al lector ver el “Prólogo” a la segunda edición de La generación del 50, en la que finalmente da a entender que ‘la era del imperialismo, las guerras mundiales y las revoluciones sociales’ ya ha terminado, apreciándose incluso en esa segunda edición que el “Prólogo” de la primera ha sido suprimido). Por eso aquí vemos que reclama la existencia de una sola tradición literaria, ligada a la occidental: “Las vicisitudes del yo, he aquí uno de los temas centrales de la lírica y la novela de nuestra época”. Y es pertinente subrayar esa bifurcación de su ideario, pues en el libro aquí comentado (La generación…) él cuestiona esa “concepción idealista” (que hoy ha asumido):

En la medida que el concepto o categoría de Generación soslaye o niegue la categoría de Clase Social y la lucha de clases, cualquier aplicación del método generacional resultará unilateral y mistificador, como ocurre con la teoría orteguiana de las Generaciones, teoría, por lo demás, no exenta de resonancias fascistas. En efecto, según Ortega y Gasset son las Generaciones en su suceder las que forjan el devenir histórico y entiende por Generación a una élite, a un conjunto selecto de personalidades tocadas por el fuego del espíritu y, por tanto, encarnaciones de la Idea, del Bien, la Belleza y la Verdad. (pp. 35-36).

¿Y no es ese canon estético-literario occidental –admitido por MG como norma para mensurar la validez de la literatura– una “encarnación de la Belleza”? Es decir, no se tiene que recurrir a sus formulaciones últimas sobre el tópico estético-literario para llegar a esta conclusión. Ya en su etapa prístina lo está aplicando en la práctica. Por un lado se ve que, teóricamente en La generación…, acepta como punto central de su estudio ‘la categoría de clase social y la lucha de clases’, dice ahí:

Mediante la determinación de las generaciones se puede asir de alguna manera el flujo incesante del tiempo y estudiar un momento de la conciencia social de un país, es decir, las formas estéticas y de pensamiento, pero también las actividades y acciones de los cuadros intelectuales y artísticos de las diversas clases que coexisten y contienden tanto entre sí como con las generaciones que las preceden y con la generación que le ha de seguir en el continuo espacio-temporal. (pp. 36-37).

Pero en la práctica –decíamos– el estudio de la Generación del 50, lo que hace es medir la acción productiva de sus miembros según los valores estatuidos por la modernidad occidental, de incontrastable ligazón con la concepción ideológica de la burguesía o la pequeña burguesía, clase esta última autoerigida en legataria de los valores de Occidente.

Esteticismo/hedonismo

Veamos ahora las opiniones de MG sobre el tópico planteado en el epígrafe precedente, opiniones que hemos encontrado en el libro Los Andes en la novela peruana actual (1999), aunque también se pueden hallar –de manera mucho más categórica– en sus ensayos posteriores. Veamos:

… sigo siendo [sic: un] autor que aún lucha y no ha perdido la esperanza de escribir una buen [sic: buena] novela (p. 7).

Esta declaración es un antecedente de la postura hedonista y esteticista que MG ha asumido abiertamente a partir de la primera década del siglo XXI. Hedonismo que se ilustra con esta frase que transcribimos de La cabeza y los pies de la dialéctica (2011): “Mi vocación esencial fue siempre la creación novelística” (primera línea del Prólogo, p. 15), idea que en la siguiente página habrá de reiterar, dice: “la naturaleza de los temas [sobre marxismo] que yo abordaba exigía la erudición, forma de estudio que reclamaba una dedicación absoluta que yo no podía permitirme, pues la parte más importante de mi espíritu seguía, en lo secreto, entregada a mis fabulaciones novelísticas”; es, pues una idea perseverante, que ya había sido formulada en un libro anterior, La invención novelesca (2008): “… me dije que en adelante mantendría mi compromiso con las ideas marxistas, pero que en el único partido en que militaría sería en el partido de la novela” (p. 251), expresión muy cercana a esta cita que hace de Eielson en La generación del 50: “Mi verdadera, mi única patria es la poesía” (p. 82). Y, líneas más adelante, agrega: “Tal vez la expatriación voluntaria sea condición de los artistas de las capas medias.” Un poco a lo Edipo, MG juzga y penaliza, con antelación, lo que después se ha de aplicar a él mismo.

Pero analicemos la cita de Los Andes... Primero, eso de seguir siendo un “autor que aún lucha” tendría que asumirse en relación con los dos planos ideológicos en que se ha desarrollado la actividad vital de MG, el político y el literario; pero, en tanto no se especifica nada referido al primero, se ha de convenir que se trata de ‘una lucha por escribir una buena novela’, entendiendo la “lucha” en el plano estrictamente metafórico, mientras que lo de “buena novela” sólo se puede entender en el sentido formalista, es decir, aquel que privilegia la forma y la intuición de lo exclusivamente artístico (dentro de un canon único), lo cual no hace otra cosa que convertir en un fetiche formal al abstracto signo lingüístico y a las técnicas verbales, confundiendo así los medios con los fines. Y esta suposición se fundamenta en otras declaraciones debidamente documentadas del autor. El tópico “buena novela” es un reclamo reiterativo de MG. Veamos un ejemplo en La invención novelesca[vi] dice: “… el oficial (…) me preguntó: ‘Bueno, dígame, entonces, ¿cuál es su mayor aspiración?’. (sic[vii]) Mi respuesta fue rápida y candorosa hasta el ridículo. Le dije: ‘Escribir una buena novela’.” Y, más adelante, en el mismo libro, hay otro supuesto diálogo:

–¿Influye de alguna manera la novela en la vida?
–La eficacia de una novela depende de su eficacia artística.[viii](…)

Esta tajante prescripción o fijación por lo “artístico” es casi una repetición mimética de lo sostenido por Mario Vargas Llosa –de manera un tanto obsesiva– y –antes que él– por Ortega y Gasset, aparte de resultar siendo una tautología, pues lo artístico es condición ínsita de toda manifestación literaria. Y es algo que no se puede anular desde una única concepción estética. Si se reconocen los valores de una sinfonía de Mozart, el mismo canon de este reconocimiento no se puede aplicar para valorar el tema musical de un vals de Felipe Pinglo, de un tango de Aníbal Troilo o de una mulisa de Zenobio Daga, y lo mismo se puede decir de la letra de estas canciones en relación con los versos de la poesía de Eielson o de Martín Adán. Y, precisamente, por estar en diferentes ámbitos, ambas manifestaciones son artísticas dentro de su propio espacio, sin desmedro mutuo. Pero volvamos al diálogo suspendido arriba:

–Una última pregunta. A estas alturas de tu vida, ¿cuál es tu mayor deseo?
–El mismo que el de mi juventud. Tener todavía la posibilidad de escribir una buena novela. (op. cit.: 215).

No toda oposición contradictoria es dialéctico-marxista

Cuando MG polariza el quehacer literario (ya lo hemos visto en La generación del 50) lo hace entre dos tendencias, la sociologista y la formalista, pero reduce la primera a sólo el plano del contenido, y dice que los “sociologistas [están], más atentos a la génesis y contenido de las obras, como [los] formalistas, interesados en los sistemas literarios.” (p. 33).Y esta idea la repite en la p. 35:

En las décadas del sesenta y setenta se imponen diversos formalismos, pero a la vez, en oposición, surgen corrientes ligadas al marxismo y la sociología de la literatura (aunque se trate de un marxismo académico de filiación socialdemócrata) que privilegia [sic: no se pierda de vista que está hablando de “corrientes” que –obviamente– privilegian, y no “privilegia”] el contenido de las obras y las condiciones de su producción y consumo.

Y, cotejando ambas citas, se ve que a las corrientes sociologistas o marxistas les reduce su ámbito de acción a la ‘génesis o producción y contenido de las obras’, mientras que a las formalistas les reserva una dimensión más amplia: “los sistemas literarios”, como si el contenido y la producción y génesis no fueran también parte de un sistema, máxime si está citando a Lukács, de quien (sin ser el más idóneo representante de la estética marxista) dice “vincula orgánicamente (…) la producción literaria a los procesos más amplios de carácter económico-social” (p. 33), lo cual, pues, da por resultado la formulación de un sistema literario más vasto que el inmanente sistema literario formalista. Sistema literario –dígase de paso– íntimamente ligado al tópico del esteticismo y el hedonismo. Y aunque sea un tópico que aparece matizado con otras formulaciones, siempre está presente en las últimas propuestas de MG, confrontado inclusive con la propuesta realista (que –sin dudas– también lucha y espera producir buena literatura). Y por eso decimos que el tratamiento de la contradicción por parte de MG no es dialéctico, porque este método enseña que una vez identificada la contradicción antagónica principal (en este caso, la corriente formalista), la otra contradicción (la corriente realista) pasa a ser una contradicción no antagónica; sin embargo MG ha actuado en sentido inverso. Él ha dejado de actuar como realista y proyecta su actuación en el sentido formalista. Veamos un ejemplo:

… he morigerado en algo el tono confrontacional de mis exposiciones, he cuidado en matizar más mis planteamientos, he conferido más peso a la línea del placer que toda obra válida suscita… (El pacto con el diablo, p. 16).

Y se impone una pregunta: ¿quién decide la validez de una obra?, ¿el especialista, el crítico, el autor, el lector común? Si se admitiera la existencia de un criterio universal y único para hacer ese zanjamiento, entonces se estaría reconociendo la existencia de un “valor eterno, suprarreal, un absoluto ideal”, es decir, un fundamentalismo metafísico que el MG de los años ochenta rechazaba al cuestionar el imaginario formalista, cuya conformación se reduciría “a una élite, a un conjunto selecto de personalidades tocadas por el fuego del espíritu y, por tanto, encarnaciones de la Idea, o del Bien, la Belleza y la Verdad.” (La generación…, p. 36). Sin embargo, hoy por hoy, en esa progresión se inscribe la siguiente conclusión de MG respecto de la realización de un personaje de José María Arguedas:

Muchos años después, tomando a Alencastre como modelo, Arguedas concibió al personaje don Bruno de su novela Todas las sangres, personaje que no me resultó del todo convincente, deficiencia que atribuí a problemas de orden artístico en su plasmación literaria, pues me parecía que la mentalidad y tormentos de don Bruno iba (sic) más allá de las posibilidades humanas de un misti de nuestras serranías. (Los Andes…, 14).

La opinión de MG es, a su vez, opinable, discutible, controvertible, problemática: Si el modelo –real– también era ‘un misti de nuestras serranías’, ¿por qué “su reflejo”, que también representa a un misti de las mismas serranías, vería disminuidas sus “posibilidades humanas”? Y esa opinión de MG es, además, impugnable, porque parte de la preexistencia de un valor artístico único, porque cree en un absoluto estético o artístico, a pesar de que ahí no está aplicando una incisión “de orden técnico/artístico”, sino basándose en una observación impresionista relacionada con el contenido de “mentalidad, tormentos y posibilidades humanas”, en flagrante contradicción con su propia propuesta. Ilustremos lo afirmado. En la penúltima página del ensayo Los Andes… (p. 113), dice:

… la narrativa que tiene como escenario los Andes no ha perdido vigencia y todavía tiene mucho camino por donde transitar. No me cabe la menor duda que la tendrá, pero con la condición de que se integre a la tradición de la novela moderna mundial y abandone cierta ideología metafísica en el sentido que “la esencia de lo peruano” lo (sic) constituyen las sociedades andinas.

En principio y continuando con las cisuras previas para determinar errores, tomemos el que se desprende de la siguiente frase: “No me cabe la menor duda que la tendrá”. He ahí otra anfibología –a las que MG ya nos tiene acostumbrados. El verbo “tener” está relacionado con el “camino por transitar”, y, de ser así, ha debido decir: ‘No me cabe la menor duda que lo tendrá’; pero también puede ser que haya querido referirse a la ‘vigencia no perdida’, en cuyo caso debió decir: ‘No me cabe la menor duda que no la perderá’. Y el mismo error se constata al final de la cita; ahí debió decir: ‘la esencia de lo peruano la constituyen las sociedades andinas’, con mayor razón si la expresión “la esencia de lo peruano” va encerrada entre comillas.

Y, por otro lado, aquello de “la tradición de la novela moderna mundial” no deja de emanar el tufillo de “cierta ideología metafísica”, pues debe precisarse que se está hablando de la ‘tradición de la novela burguesa mundial’, porque la modernidad occidental está fatalmente unida a la burguesía, y es a esa ‘modernidad occidental’ que se está refiriendo MG, pues en la presentación del libro ha dicho: «“Mis clásicos” los he circunscrito al área de Occidente del cual (sic), de una u otra manera, forma parte Latinoamérica.» (El signo ‘sic’ destaca que se está refiriendo “al área”, por lo tanto, ha debido decir: ‘de la cual’). Y, realmente, no tiene por qué ser esa la única ‘novela mundial’ o, mejor, no debe ser la única. Además, esa imagen de una “tradición mundial” única, encaja con otros planteamientos absolutistas del mismo autor. Siempre en Los Andes… dice estar dirigiéndose a “un público no especializado de todas las capas sociales”. Pero digamos en principio que, en tanto el espíritu que anima al mensaje ofrecido “no tiene un carácter académico ni erudito, sino hedonístico, personal y desacralizado”, debe concluirse que con esta última expresión, “desacralizado” MG está tomando distancia del marxismo, pues desde esta posición no es lo más pertinente hablar de “capas” sino de clases sociales. ¡Qué diferencia con lo que decía en los años ochenta!: “Mi agradecimiento también a El Diario (sic) por haberme permitido que una selección de textos en torno a los escritores del 50 llegara a un público más vasto y clasistamente situado.”[ix] Y, más adelante del mismo libro, dirá: “En la medida que el concepto o categoría de Generación soslaye o niegue la categoría de Clase Social y la lucha de clases, cualquier aplicación del método generacional resultará unilateral y mistificador.” (p. 35).

Y, asimismo, por más ecuménico que el emisor pretenda ser, no todos los receptores recibirán su mensaje con la misma desaprensión. Con mayor razón si se ofrece con un carácter especial, personal, hedonista, que no todos tienen porqué compartir; es decir, no todos estarán de acuerdo con el hedonismo, ni todos tienen que coincidir con los gustos personales del emisor. Y muchos se pondrán a la defensiva al buscar explicarse el término ‘desacralizado’, y se preguntarán: ¿qué es aquello que se está desacralizando?, ¿es a la literatura a la que se le está despojando su carácter sacro?, ¿o se alude al abandono de una concepción ideológica preexistente, y que ya no existe más y por eso dice que la ha desacralizado?, sin percatarse que esa desacralización tiene también un cierto tufillo a “ideología metafísica”, pues el supuesto vacío ideológico es a su vez una forma de ideologización.

Dime a quién alabas…

Esto se demuestra con la preferencia por determinados autores y la prescindencia de otros. Lo cual se da incluso cuando critica a los puristas; por ejemplo, en La generación…, para citar unos versos de Rodolfo Hinostroza dice que son manifestación de eso que dio en llamarse “el fin de las ideologías, o como negación de la Historia y oposición a todo tipo de Poder, dicho a veces con incuestionable esplendor verbal” (p. 31). Pero, obviamente el ‘incuestionable esplendor verbal’ no minimiza la aberración ideológica. Albert Camus, a través de uno de sus personajes dice: “En general tengo debilidad por el hablar elegante. Es una debilidad que me reprocho, pues sé bien que el gusto por la ropa fina no impide que se tengan los pies sucios. El estilo, como la popelina, esconde a veces un eczema.”[x]

El hecho mismo de que se ofrezca “la Primera Serie Narrativa como homenaje al primer centenario del nacimiento de Jorge Luis Borges”, es significativo o sintomático. Con mayor razón, si en todo el trabajo hay un esfuerzo por demostrar que ese acercamiento crítico o valorativo de “Mis clásicos”, se hace con privilegio de lo hedonístico o del esteticismo, con elogios reiterativos a la ‘excelencia formal’; por ejemplo,en la p. 25 de Los Andes… se encuentra uno de los tantos panegíricos que en los últimos años le ha prodigado a Mario Vargas Llosa: “… La utopía arcaica. José María Arguedas y las ficciones del indigenismo, ensayo apasionante, irritante y polémico, de lectura ágil, que demuestra una vez más el gran ensayista que también es VLl”. Ditirambos a este autor que tendrán su clímax al anunciarse el otorgamiento del premio Nobel; MG dijo:

Más allá de mis discrepancias ideológico-políticas, siempre en mis escritos consideré a Mario Vargas Llosa el primero entre los novelistas vivos del Perú y como un notable ensayista. Hoy, sin ninguna reserva, lo saludo y le envío mis felicitaciones. Como pocos escritores en el mundo, merece el Premio Nobel por su gran talento, por su excepcional disciplina de trabajo y por la constancia de una obra que ha venido construyendo a lo largo de más de 50 años. Una obra ficcional y ensayística en la que, de acuerdo con sus propios principios, se dan la mano su preocupación por el Perú, por el destino de todos los pueblos del mundo y por el futuro de la humanidad. (¿?)[xi]

Suena a tautología (y a derramar incienso) eso de insistir en las bondades literarias-formales de un autor. Y esto, en relación con MVLl, es atosigante. Cuánta razón tenía J. C. Mariátegui cuando dijo: “No le hacemos ninguna concesión al criterio generalmente falaz de la tolerancia de las ideas. Para nosotros hay ideas buenas e ideas malas”, por más que vengan ocultas en lustrosos envoltorios o en “papel regalo”.

Por eso no extraña que MG concluya la “Presentación” a Los Andes… señalando que su trabajo “al fin y al cabo constituye un testimonio de simpatías y gratitud por los autores de mis ficciones favoritas, sin las cuales la vida me hubiera resultado de un aburrimiento insoportable.” Expresión esta última casi mimética de esta otra de Mario Vargas Llosa: éste dice que la lectura de Víctor Hugo (durante su estancia estudiantil en el colegio militar “Leoncio Prado”) “Era un gran refugio (…): la vida espléndida de la ficción daba fuerzas para soportar la vida verdadera. Pero la riqueza de la literatura hacía también que la realidad real se empobreciera.” (Mario Vargas Llosa, La tentación de lo imposible, Lima, Alfaguara, 2004, p. 15). Es la ilusión obcecada que el hombre tiene de su propia visión del mundo, de pensar que lo que él conoce del mundo es el mundo, como lo sugiere la parábola de la rana que piensa que el cielo tiene el tamaño de la boca del pozo en que ella se encuentra. Esa ilusión la explicó, magistralmente, Albert Einstein cuando dijo que “Toda nuestra ciencia, comparada con la realidad, es primitiva e infantil... y sin embargo es lo más preciado que tenemos.” Y está bien, pero no la deifiquemos, no la convirtamos en un fetiche. Es decir: que el arte esté por encima de la vida, ¿puede imaginarse una expresión más metafísica? Obviamente, la mentalidad desacralizada de MG no admite lo contrario: que la vida sea el único “arte interminable” y, por lo tanto, que ella es la única que impide cualquier aburrimiento. El hecho mismo de que la vida permita producir –a partir de ella, y no de ninguna fatamorgana– nuevas ficciones (incluso sin que existan las ficciones que pudieran hacer superar un aburrimiento momentáneo), ya es una demostración incontrovertible de su preeminencia sobre cualquier ficción, porque es de la vida que surge cualquier ficción, y creer, pensar o “inventar” que ocurre lo contrario es un absurdo.

Y por eso, también, no extraña que en la edición primera de La generación… se destaque la obra de Jorge Eduardo Eielson, un poeta inmerso en las dos primeras posibilidades de manifestarse el “yo”: “el yo cautivo y solipsista” y “el yo en contienda con el mundo”. Y habla de él con reverencia, aunque dice –con cierto subyacente pudor– que:

Eielson no es un gran poeta, pero sí, tal vez, el primero entre los excelentes poetas de su generación (p. 84),

sin embargo –o, quizá, por esa misma admiración– termina con una cita de él la pregunta que formuló en la p. 27. Y es una idea que continuará retroalimentando, idealistamente. La cita de Eielson es ésta:

“¿Tras un mundo en ruina, columnas truncas y caídos bloques, bajo bombas y llanto, nieblas de cólera sobre verdes prados. Carnicería y gloria. Sobre el morral vacío y la galleta antigua, sobre las botas níveas, enterradas, y el plato de comida. Antígona augusta ¿habéis visto a Polinices cien mil veces, sin tregua, sepultado?”

Pero, volviendo a la valoración que MG hace de Eielson, nótese que al relevar la figura y la obra de un poeta vinculado al canon individualista, formalista, esteticista (aunque desde la perspectiva de las ‘dos primeras manifestaciones del yo’ estatuidas por él) está menguando la imagen y la obra de los poetas de la “tercera manifestación”, del ‘yo en busca de lo comunitario’; porque, si “Eielson no es un gran poeta”, pero ‘es el primero’ entre los de su generación, éstos resultan rebajados a la mediocridad, aunque –con sibilina contradicción: y ya hemos visto que no por plantear contradicciones se es dialéctico– se diga de ellos que ‘son excelentes’, qué: ¿excelentes mediocres?

Y en el ámbito contencioso de la lucha de clases, esos compañeros de generación de Eielson son los que deben ser defendidos por un estudioso de la literatura ligado al marxismo, porque son los poetas que no se evaden de la realidad, que no se enemistan con la realidad, sino que reconocen ser sus deudores y se integran a ella para cambiarla comunitariamente. En todo caso, lo que se impone es justipreciar sus logros y proyectar sus alcances con los aportes que el caso amerite. Este era el método adoptado por J. C. Mariátegui cuando constató que en su época “Por cierto relajamiento de la organización industrial, se estaba produciendo casi únicamente una novela de lujo. La novela popular era abandonada a los autores revolucionarios o fabricada con viejos moldes, con gastadas matrices.” Entonces él observó la necesidad de elaborar “una nueva manufactura, que tenga en cuenta la evolución del gusto y las necesidades de los consumidores”[xii], pero sin prescindir de su esencia popular o abandonar sus perspectivas ideológicas y estratégicas. Son, pues, los escritores del realismo quienes merecen y deben ser relevados, máxime si se trata de un estudio que ha sido escrito –por propia declaración– del autor: “desde la perspectiva de un pensamiento situado” (op. cit., p. 14. Ver aquí nota 3); es decir, su adhesión debió apostar por ‘la posibilidad del yo en busca de lo comunitario’. Y esto era tanto más urgente si ese “pensamiento situado”:

apuesta por la esperanza de una futura solidaridad humana; en las condiciones concretas que vive nuestro país este pensamiento supone estudiar las producciones espirituales y las formas de conducta de los miembros de la generación del 50 a la luz de los dos hechos esenciales y antagónicos de nuestro tiempo: por un lado, la crisis sin salida en que se debate el viejo orden, y por otro, la perspectiva de un cambio radical abierto por la forma más alta de la lucha popular y que desde hace siete años viene conmoviendo los cimientos de la sociedad peruana (p. 15).[xiii]

Sin embargo, como MG –ya desde la época de La generación…– había asumido la concepción teórica del esteticismo, concepción que preconiza la existencia de una sola literatura, que debe ser juzgada con un solo canon, entonces aplicó ese criterio para valorar a los miembros de dicha generación. He ahí, pues, la tradición occidental y peruana unidas a través no de los productores poéticos (que, como todos los seres humanos en sus relaciones y realizaciones, son contradictorios), sino del “yo” que se objetiviza a través de ellos para ofrecernos la imagen de una realidad derrelicta (para usar un término caro al poeta Juan Ojeda), que sería la versión del poeta “cautivo y solipsista” y “en contienda con el mundo”.

Por ello no extraña que para MG, ya en su posición del siglo XXI, y modificando su primera evaluación de Eielson, éste no sólo resulta ser –ahora sí– un gran poeta, sino que es colocado a la par de Vallejo. Veamos. En el año 2007, y en el libro de ensayos El pacto con el diablo, dice: “Jorge Eduardo Eielson es un gran poeta, uno de los grandes poetas en lengua española del siglo XX”. Y, en realidad, sería desfasado censurarlo por ese juicio; pero lo censurable, sí, es la conclusión a que llega después de ese aserto, pues dice que el sitio de Eielson “en el canon de la literatura peruana debe estar al lado o muy cerca de Vallejo” (p. 333), y es censurable porque, en principio, en la literatura peruana –como en cualquier otra– no hay un solo canon. El canon único constituye una función de la sociedad en que se vive, una función que es impuesta a la mayoría por una pequeña porción de esa sociedad, de acuerdo con sus propios gustos e ideología, como un árbitro de esos asuntos, y que ha determinado cuáles son las “normas” a seguir en literatura. Siendo así, las clases no consultadas en relación con ese “canon”, tienen el perfecto derecho de generar su propio canon. Y en tal caso se debe convenir que la existencia del canon varía según la concepción estética misma de los involucrados: Eielson responde al canon de la estética formalista; Vallejo, al de la estética realista, y, más aún, si a esas estéticas se las confronta con los intereses de cada clase del espectro social. Y esta precisión no debe conducir a poner a Eielson en una posición inferior a Vallejo. Lo que sí busca es destacar que tanto uno como otro son ‘grandes poetas en lengua española del siglo XX’, pero cada uno con una identificación de clase distinta, aunque se diga que ambos “escriben para la humanidad”, pues ésta “la humanidad” como tantas otras grandes palabras no es una sola en sociedades divididas en explotados y explotadores. Y la historia de la humanidad es esa: la historia de la lucha de clases. Y Vallejo –en múltiples ocasiones de su obra– se encargó de precisar que ‘él escribía para el analfabeto’, es decir, escribía para “el otro” que dejará de ser analfabeto a través de sus herederos en un mundo nuevo (el mundo del “yo comunitario”). Y Eielson también lo ha precisado: que él escribía para “el yo cautivo y solipsista”, es decir, para sí mismo o, lo que es igual, para otro que como él se sienta encerrado “en una habitación tan oscura / sin puertas y sin ventanas / pero claveteada por dentro / sellada por fuera”, es decir, también para el yo “en contienda con el mundo” aunque ‘solipsista’.

Pero MG prefiere dar relieve a sus dos primeras propuestas de “división del yo”, con detrimento de la tercera (y esto desde antes de su “conversión” esteticista, lo que –en definitiva– demuestra que no existió tal conversión, sino que es una constante prístina). Veamos.

Hay que destacar que la literatura occidental de nuestro tiempo ha logrado crear con deslumbrantes recursos lingüísticos y técnicos una crepuscular mitología de la conciencia infeliz del yo, sea en la cautividad subjetivista o en contienda con el mundo [ergo: ambas se unimisman], en cambio menos memorable (“sic”)[xiv] y/o convincentes (salvo como consolación retórica) son sus logros expresivos en la búsqueda de la integración del yo en lo comunitario. (p. 30).

Destaquemos aquí sólo eso de ‘logros menos memorables’. Lógicamente, para los lectores especialistas en literatura (que, por lo común, se ubican en las clases que tienen más acceso a la cultura dominante: burguesía y pequeña burguesía), puede que sean más memorables esos poemas formalistas. Pero no debe olvidarse que también hay lectores de la clase obrera, del campesinado y de la pequeña burguesía que, poseyendo también una selectiva memoria estética, prefieren la tendencia poética relacionada con “la búsqueda de la integración del yo en lo comunitario” y que inclusive ignoran o no dominan los valores de esa “literatura occidental” relevada por MG. Y están en todo el derecho de afirmar que la literatura por ellos celebrada es la memorable. Aquí cabe recordar el aforismo de que ‘en gustos y en colores no pueden imponer nada, por escrito, los autores’. O, a final de cuentas, tan válida es la actitud asumida por MG, como la siguiente de José Carlos Mariátegui: “El artista que en el lenguaje del pueblo escribe un poema de perdurable emoción vale, en todas las literaturas, mil veces más que el que, en lenguaje académico, escribe una acrisolada pieza de antología.”

La concepción teórico-literaria de MG

La propuesta de MG obedece a la concepción teórica del formalismo, concepción de origen burgués que está relacionada –de manera subsidiaria– a la clase pequeñoburguesa. Y llega a la conclusión de adosársela a la generación del cincuenta, dice:

en suma es hoy, en su conjunto, la gente que ha accedido al poder espiritual del país y, a excepción de ciertas disidencias y de algunas figuras marginales, han terminado por convertirse, como agentes de la continuidad histórica, en los intelectuales orgánicos de las capas medias (con figuras coherentes, controversiales y aun degradadas) que han hallado cabida en la estructura general del Estado y de sus aparatos de ilusión y coerción de conciencias. (“Prólogo” a la primera edición de La generación del 50, p. 19. Cursiva nuestra).

Y, en el fondo, la incisión analítica que MG hace como impronta de la generación del 50 se reducirá al imaginario de la clase media (más propiamente: pequeña burguesía); de manera concluyente, en la p. 37 dice que va a tratar de la referida generación: “la obra, el pensamiento y la trayectoria vital del conjunto de intelectuales y artistas nacidos mayoritariamente en el seno de la mediana y pequeña burguesía”, es decir, circunscribe los puntos de vista de dicha generación a los valores, perspectivas y angustias de esa clase social, llegando a la conclusión de que “No es la celebración de la vida el sabor fundamental de esta generación.” (…) “dos grandísimas zorras parecen seducirlos en especial: la soledad y la muerte” (p. 21). Pero obsérvese que habla de la “clase media” como un todo único y sin fisuras. Incluso, de manera un tanto manipuladora, cita a Víctor Mazzi de la siguiente manera:

Aunque por razones sociales, histórico concretas (sic), este tono depresivo persiste aún (sic) en poetas de filiación proletaria: No preguntéis por el amor, el pan o la rosa/ aquí donde nos circunda el fuego de los bárbaros/ y crece la matanza como un desolladero (Mazzi).” (p. 22. Negrita del autor).

Con la frase inicial, seguramente ha querido decir ‘razones histórico-sociales”, si no debió decir: ‘razones sociales, históricas concretas, y, mejor aún: ‘razones sociales e históricas concretas’. En segundo lugar, adviértase que el adverbio “aun” debe escribirse sin tilde, pues no equivale a “todavía”, sino a “inclusive” o “hasta”. Y, por último, calificamos de manipuladora esta cita[xv], porque ese “tono depresivo” –denunciado por MG– no es lo conclusivo del poema de Mazzi. Ahí se está tomando sólo tres versos que, al ser separados de su contexto, se les está cargando con otro sentido. Esos versos, dentro del poema proletario (no pequeñoburgués) de Mazzi, son la presentación dialéctica del elemento negativo que permite confrontarlo con lo esperanzado del yo plural usado por el poeta –en la continuación del poema: “Aquí, ay, tan sólo nos basta sentir/ el golpe del frío en las entrañas/ o arder con el bosque de los sueños/ para entender la devastación del hombre”, y para –en síntesis dialéctica– concluir con el sentido válido del poema: “No preguntéis por los vivos,/ no preguntéis por los muertos, en tanto no se levanten los puños/ de la cólera y el odio del pueblo”, es decir, una visión poética enraizada en el pensamiento proletario: “vivimos la prehistoria de la humanidad”, la misma que será superada con la conquista de la sociedad comunista, con la que recién empezará la verdadera historia de la humanidad; pero ésta no se alcanzará con lamentaciones o hundimientos en el pantano del pesimismo, sino con “la cólera y el odio del pueblo”. Es la concepción poético-política vista como la confrontación de un “optimismo del ideal” por un “pesimismo de la realidad”, que José Carlos Mariátegui admitió como válida al referirse a esa dicotomía propuesta por José Vasconcelos.

Y aun cuando MG ha reconocido la existencia de la poesía proletaria (a través de Mazzi, uno de sus altos representantes –esta es opinión nuestra, JC), y a pesar, inclusive, de hacer el mismo reconocimiento de otras voces que apostaban por la visión contraria al pesimismo, la angustia y la desesperanza, es decir la visión del optimismo o la expectación de un mundo mejor, siempre queda la sensación de que se quiere cargar a toda la generación del cincuenta con esa calificación primera (del pesimismo, la angustia y la desesperanza). Es decir, se percibe que es una apreciación inducida por el mismo crítico o analista, pues cuando dice vislumbrar la presencia de su contraria, es para reducir sus alcances. Y en ese sentido una voz emblemática es la de Alejandro Romualdo; pero, a pesar de reconocer que su voz ‘se elevará como crítica y autocrítica de la poesía de su generación’, la descalifica, refiriéndose a ella como una “voz un tanto estentórea” (pp. 22-23). Y, así, dice que Romualdo “… dentro de esta línea postulará una escritura poética al servicio de la instauración del reino de la dicha” (aunque esta incisión no deje de rezumar cierta malicia irónica, y agrega): “o de la persistencia de la rebeldía hasta el advenimiento del reino de la libertad como en el espléndido ‘Canto coral a Túpac Amaru’.” No se pierda de vista este recurso reticente –de uso reiterativo por parte de MG– cuando se refiere a la poesía social de la generación del cincuenta, es decir, que al unísono la pondera con adjetivos positivos (espléndida) y la devalúa con otros restrictivos (estentórea); poetas excelentes, pero menos importantes que el ‘no grande Eielson’, etc. A este tipo de apreciación la sabiduría popular ha sabido responder acuñando esta expresión: “Mejor, no me defiendas, compadre”, o también se le puede aplicar el aforismo maoísta de desconfiar cuando te suben a lo más alto de la montaña, pues el golpe será más duro cuando te dejen caer. Por eso se advierte, a las claras, que esa opción esperanzadora a favor de una poética distinta a la de la angustia, el pesimismo y la desesperación, se ve clausurada de inmediato por parte de MG, de la siguiente manera:

Pero como quiera que las bases sociales de la vida no han sido cambiadas y la existencia individual y social se torna cada vez más dura, este tipo de poesía se vuelve retórica y comienza a sonar inauténtica, sobre todo por obra de los epígonos, y entonces se acentúa y resurge la voz más sentida de los poetas del 50: la de la amargura, la frustración y el escepticismo (pp. 22-23).

La primera frase de la cita es un razonamiento similar a este otro de Mario Vargas Llosa: “No sería menos iluso creer que puede surgir una ‘literatura proletaria’ mientras la burguesía siga en el poder.” Y esa oposición que, realmente, existe: una poesía del pesimismo (formalismo) y otra del optimismo (realismo), y que para un marxista debiera ser el punto de partida para apuntalar a la segunda y reforzar sus alcances teórico-prácticos (dentro de la tradición inaugurada por J. C. Mariátegui, César Vallejo o Bertolt Brecht), MG prefiere ampararse en la existencia –absolutista– de una literatura occidental hegemónica (con las características que él destaca, y ya anotadas). Es decir, no es que MG niegue la existencia de una literatura opuesta a la dominante de la desesperación y la angustia pequeñoburguesa, sino que encandilado por los “deslumbrantes recursos lingüísticos y técnicos” de la literatura dominante en la ‘modernidad occidental’, devalúa a su opuesta por considerarla ‘menos memorable, de insuficientes recursos técnicos u obediente a una retórica de la consolación, estentórea o inauténtica’ (todas éstas son calificaciones usadas por MG). Por ejemplo, después de hacer una confutación progresiva de la literatura de la modernidad occidental, llega a la conclusión de que no puede soslayarse a la “saga proletaria y de nueva democracia”, aunque siempre resaltando su limitación formal: “escrita con modestia verbal”, dice. Veamos la cita en extenso:

… es comúnmente aceptada la postulación de Sartre, según la cual la modernidad literaria se inicia con Baudelaire y Flaubert, figuras más bien de transición de un mundo que avanza hacia el capitalismo tardío, es decir hacia la era del imperialismo, cuyo profeta, según la afirmación de Lukacs, fue Nietzsche. La gran paradoja consiste en que esta denominada “modernidad” literaria está penetrada de un sentimiento de decadencia, de la conciencia de pertenecer a una fase tardía de la cultura, consecuencia, por un lado, de la pérdida de fe en la burguesía como clase portadora del progreso de la humanidad, y por otro, de la perspectiva del socialismo que desde la Comuna de París de 1871 ha dejado de ser un fantasma para convertirse en posibilidad concreta, terriblemente concreta y que para la sensibilidad refinada e hipersensible de los cuadros intelectuales y artísticos salidos del mundo burgués será sinónimo de barbarie, lo cual no impedirá por cierto que ya en este siglo no pocos de estos cuadros se adhieran a la barbarie real del fascismo.
En realidad, las causas profundas de aquello que Freud denominó “el malestar de la cultura” son el reflejo en la vida cotidiana, en la existencia individual y social, y en las condiciones de la crisis del Absoluto burgués, de la contienda entre capitalismo y socialismo, y de ahí el pánico, el vacío y el silencio: Murphy (el primero y más “optimista” entre los desechos humanos de Beckett), en la paz del manicomio, cuyas cenizas arrojadas en una taberna serán luego barridas junto con las colillas, escupitajos, vómitos y otros detritus en una de esas albas lacerantes de que habla Rimbaud: la ascesis por la drogadicción hacia ese silencio casi mineral de Burroughs; o la “purificación” del mundo mediante la barbarie fascista: los Cantos pisanos o Viaje hacia el fondo de la noche, pero también, aunque escrita con modestia verbal la saga proletaria y de nueva democracia: La verdadera historia de AQ, o la defensa de la razón y del espíritu científico, como el Galileo de Brecht. (pp. 30-31).

La extensa cita, pues, confirma lo dicho. MG reconoce la lucha de contrarios en la literatura; pero obsérvese que lo hace recogiendo el tópico de la modernidad literaria ligada a Baudelaire y Flaubert; sin embargo, en lugar de resolver ese tema en el plano correspondiente, es decir, literario, desvía su óptica hacia la confrontación ideológico-política. Y cuando se espera que de ese cotejo surja la valoración de sus literaturas con independencia y justa apreciación de sus proyectos estético-literarios, se pone de relieve la supuesta excelencia formal de la tendencia formalista (como si esta excelencia formal fuera de su propiedad o de su exclusivo uso, excluyéndola inclusive o exonerándola de su trasfondo fascista), es decir: la tendencia imbuida de espíritu burgués o pequeñoburgués. Y cuando –de manera escueta– se alude a la tendencia “proletaria y de nueva democracia”, se la devalúa –desde la óptica crítico/formalista– recurriendo a una supuesta “modestia verbal”. Y no es la única apreciación –casi maniquea– de este contraste. En otros ensayos reitera estos nuevos y casi obsesivos tópicos: de exaltación del formalismo y devaluación del realismo. Y ello va acompañado, por supuesto, de una actitud heterodoxa, muy al gusto del paladar pequeñoburgués.[xvi] Y en su libro de ensayos El pacto con el diablo, dice que el pensamiento marxista: “no me impidió frecuentar a filósofos que provenían de distintas corrientes de pensamiento, ni leer con deleite obras tildadas de decadentes o reaccionarias por esos burócratas que Vallejo llamaba ‘doctores del marxismo’.” (Ibíd.)

En primer lugar, cuando se cita una afirmación como esa de Vallejo, hay que distinguir muy bien el grano de la paja. No se puede acusar a Brecht de “doctor del marxismo” porque calificó al llamado por otros, no por él, “padre de la poesía moderna” Charles Baudelaire, como “el poeta de la pequeña burguesía francesa de una época en que era indiscutible que los servicios de esbirro que ella había prestado a la gran burguesía con la sangrienta opresión de la clase obrera, no serían recompensados. Es el canto del gallo[xvii], que consta de tres estrofas. La pobreza en él es la pobreza del trapero; la desesperación, aquella del parásito; el escarnio, el del zángano” (o. c. 306).

Lo que hace Brecht, es ser fiel a los principios del marxismo: analizar la poesía desde la perspectiva de clase, y no obnubilarse con su “belleza formal”, la misma que no se devalúa con su calificación clasista o identificación de clase o posición política. Y aún cabe cuestionarse si sería aplicable esa calificación de “doctor del marxismo” al mismo Vallejo cuando afirma lo siguiente: “No es poeta el que hoy pasa insensible a la tragedia obrera. Paul Valéry, Maeterlinck, no son” (Contra el secreto…, p. 75). Vallejo aquí está usando un lenguaje hiperbólico, y más emocional que racional. La razón nos debe llevar a afirmar que Valéry y Maeterlinck sí son poetas, pero de sus respectivas clases sociales. La clase obrera consciente –el proletariado– no permitirá que se diga de Vallejo ‘que no es poeta’; no lo será de la burguesía o de una supuesta “literatura única peruana”, pero sí lo es del proletariado y de las clases aliadas de éste.

El “último MG”, pues, ha decidido darle más énfasis a lo poético que a lo político, en una entrevista que dio al diario Perú21, en el 2007 (mismo año de EPD), dice:hasta mis ensayos del 80 puse el acento en las ideas, en los últimos diecisiete años lo pongo en la dimensión del placer, suscitar el amor a la literatura, ahora le doy más importancia a la dimensión estética, al placer que genera.” Y, no obstante esa ostensible tendencia hedonista, MG sigue sosteniendo la posición –que el marxismo también asume– de que: “La lectura ideológica de un texto literario es absolutamente legítima, a condición de que no se descalifique en el plano estético una obra solo por las opciones políticas del autor”. Y, ciertamente, si alguien, llamándose marxista, hace lo contrario (descalificar lo poético por lo político), debe hacerse merecedor del calificativo de “doctor del marxismo”. Pero de ahí a poner en el mismo nivel a dos escritores de tendencias opuestas (Eielson/Vallejo) hay gran distancia, y más todavía si se habla de “una sola literatura peruana”, regida por un solo canon, con lo cual, pues, los escritores que bregan por una literatura clasista opuesta a la literatura burguesa, siempre van a correr el riesgo de ver devaluado su trabajo si va a ser medido con ese único canon que, justamente, ellos están tratando de eludir: la belleza por la belleza, el placer por el placer, la forma por la forma.

Y es, a todas luces, esta última la posición asumida por el “último MG”. Pero el adherir a esta concepción esteticista (con el expediente ya esgrimido de la “ecuanimidad lectora”) lo lleva a suponer que quienes critican desfavorablemente a, por ejemplo, las obras de Mario Vargas Llosa resultan ser “intelectuales mediocres y sobre todo oportunistas que encontraron en el cambio ideológico del autor de La guerra del fin del mundo, la coartada perfecta para ocultar pasiones subalternas como los (sic: “las”, porque trata de “pasiones”) de la mezquindad y la envidia.” Y lo sesgado de este juicio es que a esos “intelectuales mediocres” se les está atribuyendo el haberle mezquinado a Vargas Llosa su calidad artística, y esa atribución tiene que demostrarse con ejemplos, indicar quiénes son los que actuaron así, pues también hay intelectuales que, reconociendo esa calidad literaria, critican su concepción ideológica no sólo política, sino total, que incluye la concepción estética.[xviii] Y esa “apresurada crítica” de MG parece que ha hecho carne en él, pues en un libro publicado en el año 2011, La cabeza y los pies de la dialéctica, vuelve a decir lo mismo, y con más virulencia:

… desde la muerte de Mariátegui existía un gran vacío en los estudios y la crítica de filiación marxista. Salvo encomiables excepciones, como algunos trabajos de Manuel Baquerizo, la crítica marxista, o la que se hacía pasar por tal, tenía un carácter dogmático y panfletario que revelaba incomprensión frente al hecho literario en sí mismo y desprecio por la labor de los escritores dedicados a la creación literaria (p. 15).

Obsérvese que pone el ejemplo positivo (Manuel Baquerizo), mas no hace lo mismo con los que denigra como ‘dogmáticos, panfletarios y hasta poco inteligentes y despóticos’, es decir, calificativos que debieran usarse contra los enemigos de clase, y no con quienes se ubican en el seno del pueblo, aunque se tenga discrepancia con ellos.

Pero la apreciación de MG aplicada a la obra de Vargas Llosa o de Eielson fuera plenamente válida, si con ella no estuviera, de paso, restringiendo valor a la obra de Romualdo, Rose, Scorza o Valcárcel, pues de éstos dice, por ejemplo: “… la poesía social de Romualdo, como la del primer Rose, la de Scorza, la de Valcárcel, sin contar la de los epígonos, resulta insuficiente, limitada (…) En cualquier forma se trata de una poesía poco dialéctica, demasiado pasional y tal vez candorosa…” (La generación…, p. 76). Nótese la contradicción en que se ve envuelto MG al cotejar lo expresado en 1988 (La generación…) con lo que ya hemos visto en la cita del 2011 (La cabeza y los pies…): “Sin contar con los epígonos” dice; o sea que si los poetas mencionados (Rose, Romualdo, Scorza, Valcárcel) son, para él, poetas menores; “los epígonos”, prácticamente, “no son poetas”. Y todo esto lo dice alguien que en el 2011 acusará a los críticos peruanos marxistas de los sesenta o setenta de ser ‘dogmáticos, panfletarios, poco inteligentes’ y, además, despóticos, pues revelaban “desprecio por la labor de los escritores dedicados a la creación literaria” (op. cit., p. 15. Ver cita supra).

Se está cumpliendo, así, lo dicho antes de la situación de desventaja en que quedan los poetas de las clases que luchan contra el sistema capitalista (incluida su poética), si a todos se los incluye en una sola “literatura peruana” para ser valorada con un solo canon estético; porque –como decía Aristóteles, citado por Marx– “todo arte que tiene su objeto en sí mismo [que es el caso de la llamada “poesía pura o formalista”] puede considerarse infinito en su ambición, ya que trata de aproximarse cada vez más a dicho fin, a diferencia de las artes cuyo objeto exterior [que es el caso de la llamada “poesía social o realista”] se alcanza enseguida”, y Marx agrega: ‘Por haber confundido ambas expresiones artísticas, algunos han creído erróneamente que la elaboración formal y su incrementación hasta el infinito son el objetivo final del arte’.[xix]


[i]“Miguel Gutiérrez y Un mundo dividido. Un artefacto literario anacrónico”,El Comercio, Lima: 03-08-2008.
[ii]    Gutiérrez Correa, Miguel (1988). La generación del 50: Un mundo dividido. Lima: Ediciones Sétimo Ensayo. Primera Edición.
[iii]  En el libro La cabeza y los pies de la dialéctica (2011), MG incurre en un error común, dice: “… desde la muerte de Mariátegui existía un gran vacío en los estudios y la crítica literaria de filiación marxista.” (p. 15). En “los estudios literarios” está incluida “la crítica literaria”.
[iv]  “Todas las definiciones –decía Engels– encierran muy poco valor científico (…) porque siempre son insuficientes. La única definición ajustada es el desarrollo de la cosa misma, pero esto ya no es una definición.” Esta es una cita tomada de Eduardo Ibarra (El pez fuera del agua), y este autor agrega: “Pero es claro que, en toda ciencia (…) es necesario trazar los contornos del objeto de investigación, y es aquí, justamente, cuando las definiciones, si son correctas, cumplen un papel científico, pues sirven para dibujar la esfera de los hechos concretos que debe entrar en el análisis” (p. 37).
[v]En El pacto con el diablo (2007), sin mencionar al marxismo –y en tercera persona– MG dice seguir “persistiendo en los principios básicos que han orientado su vida –su adhesión a la causa popular y al socialismo y su distancia frente a los poderes que gobiernan el mundo–”. (“Prólogo”, p. 16). Lo cual obviamente es muy genérico. Sin embargo, en La invención novelesca (2009) pone límites a su asunción del marxismo y dice: “… entre 1966 y 1977 (asumí) las ideas marxistas, en la línea maoísta-leninista, a las que traté de servir en diferentes frentes…” (p. 42), es decir, se debe suponer que en ese lapso asumió el marxismo tanto en la teoría como en la práctica; pero deja sin precisar qué ocurrió después de 1977. Sin embargo, en este mismo libro dirá que al salir de China, de regreso a Perú y “… mientras el ferrocarril atravesaba la Manchuria, me dije que en adelante mantendría mi compromiso con las ideas marxistas, pero que en el único partido en que militaría sería en el partido de la novela.” (p. 251). Debiendo sacarse en claro de esta declaración que se está haciendo otra delimitación respecto del marxismo, pues sólo lo asumirá en la teoría, mas no en la práctica. Finalmente, en una entrevista del año 2011, y ante la pregunta: “¿Y es anacrónico definirlo a usted como un escritor marxista?”, responde: “No creo que ser marxista sea anacrónico. Eso es lo que nos dicen los liberales, los apolíticos, el marxismo todavía sigue siendo una opción. Bueno, mi marxismo se complementa con mi apertura hacia el pensamiento contemporáneo. Digamos que hay una actitud heterodoxa. Mi marxismo es heterodoxo, pero creo que sigo perteneciendo al mismo campo.” Revista digital Lee por gusto, de Jaime Cabrera Junco.
[vi]Título éste, digamos de paso, de raigambre netamente formalista, que ya había aparecido en el libro precitado, donde dice: “En el plano de la invención novelesca resulta interesante la utilización del mito…” (Los Andes…, p. 26. Cursiva nuestra).
[vii]   Después del signo de interrogación (por más que, después de él, haya comillas) no va punto.
[viii] Esta es también una expresión incompleta, pues la primera “eficacia” falta precisarse: ¿eficacia social, política o sobre la realidad de la novela? O, si no, debió reiterar lo formulado en la pregunta: ‘La eficacia de la novela en la vida depende de su eficacia artística’.
[ix]    “Prólogo” a la primera edición de La generación del 50, p. 17. No debe perderse de vista que este prólogo es suprimido en la segunda edición. Para completar la idea de “lo situado”, ver nota 3.
[x]    Albert Camus, La caída, México, Editora Zarco, 1956, p. 7.
[xi]    Declaración dada al blog Socialismo Peruano Amauta.
[xii]    “Populismo literario y estabilización capitalista”, El artista y la época, p. 34.
[xiii]   Esa ‘perspectiva de cambio’ expuesta al final de la cita alude, obviamente, a la lucha armada de Sendero Luminoso. Una crítica acerva de esa “lucha armada” puede leerse en el libro de Eduardo Ibarra, El pez fuera del agua, Lima, Charles Jaime Lastra Domínguez Editor, 2010.
[xiv]  Cuando destacamos el signo “sic” entrecomillado, damos a entender que en la segunda edición ha sido corregido, en caso contrario se indica que permanece.
[xv]   “Sé muy bien que separar unas líneas de su contexto puede acentuarles el sentido o conferirles un sentido distinto.” Félix Grande, Occidente, ficciones, yo, Madrid, Cuadernos para el diálogo, 1968, p. 45.
[xvi]  En reciente entrevista, dice: “mi marxismo se complementa con mi apertura hacia el pensamiento contemporáneo. Digamos que hay una actitud heterodoxa. Mi marxismo es heterodoxo, pero creo que sigo perteneciendo al mismo campo.” Revista digital: Lee por gusto, entrevista de Jaime Cabrera Junco.
[xvii]   No se pierda de vista que el símbolo característico de la sociedad francesa es el gallo.
[xviii]¿O se tendrá que decir del propio Marx que era un mezquino y un envidioso cuando escribió de Chateaubriand lo siguiente?: “Estudiando la porquería española he descubierto también la del digno Chateaubriand, ese bello escritor que reúne, del modo más repugnante, el elegante escepticismo y volterianismo del siglo decimoctavo y el elegante sentimentalismo y romanticismo del decimonono. Esta unión, naturalmente, tenía que hacer época desde el punto de vista del estilo en Francia, aunque precisamente en el estilo salta a menudo a los ojos la falsedad, no obstante su habilidad artística.” Sobre arte, p. 120. (Cursiva del autor).
[xix]Carlos Marx, El Capital, Madrid, EDAF, 1972, t. 1, p. 157. La conclusión de Marx en el original se refiere a la economía, por eso hemos hecho una paráfrasis para adecuarla al arte y, por extensión, a la poesía.

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