Ortodoxia
y Heterodoxia en José Carlos Mariátegui
Julio
Carmona
TERCERA
PARTE
ES OBVIO QUE LA POSICIÓN de
JCM se ajustaba a la ortodoxia de la doctrina dialéctica del marxismo. Sin
embargo, David Sobrevilla (2012) que, en realidad, está reseñando los textos de
otros autores, no deja de emitir su opinión, y, así, más adelante, agrega:
«Este es el Mariátegui al que Guibal nos presenta, reconociendo a la vez que es
solo uno de los Mariátegui posibles» (p. 205.), de lo cual se deduce que JCM no
solo era un heterodoxo respecto del marxismo sino de sí mismo. Y bien sabemos
que él siempre recalcó la unidad de su pensamiento. Y eso lo sabía el mismo DS
pues, en páginas anteriores a la citada, escribe: «El autor (JCM) defiende un
punto de vista de parte, pero no extraestético, escribe: un punto de vista
conforme a sus convicciones marxistas —que no son solo políticas, sino además
morales y religiosas— para juzgar el desarrollo de la literatura peruana» (p.
183).1 Es decir, DS está reconociendo que todas las aristas del
pensamiento del Amauta se unimisman, sin que haya cabida para la heterodoxia.
Más bien, de haber sido DS un poco más perspicaz hubiera recordado que, en el
mismo ensayo que comenta, JCM dice que no va a emplear el esquema marxista de
literatura feudal, burguesa y proletaria, lo cual le hubiera servido a DS para
sustentar su tesis de la «heterodoxia mariateguiana», ya que, aparentemente,
‘su punto de vista no sería conforme a sus convicciones marxistas’. Pero igual
su apreciación habría sido desenfocada, pues lo que sigue dando unidad a sus
convicciones marxistas es la adopción del hecho fundamental del marxismo: la
lucha de clases, y la periodización con la que reemplaza al esquema marxista
tiene esa relación: el período colonial corresponde a los descendientes de los
conquistadores y los encomenderos que son los herederos de la mentalidad
feudal; el período cosmopolita, a los autores que recogen el espíritu ecuménico
de la burguesía, y el período nacional, a los escritores que tienen afinidad
con las clases trabajadoras, si bien no propiamente proletarias. Y, además, JCM
hace esta distinción porque, en la época en que escribe su séptimo ensayo, las
clases sociales tomadas en cuenta por el marxismo para estudiar la literatura
europea, no se condecían con la realidad clasista peruana de entonces.
Hay
que resaltar que este tema de la «heterodoxia de Mariátegui» se esgrime cada
cierto tiempo cuando, y por quienes, quieren buscar una autoridad que respalde
su propia defección, su vergonzante abandono de la ortodoxia. Pero ya es tiempo
de decirles que se busquen otros «espaldarazos» o padrinazgos, porque de JCM
siempre se verán enrostrados con estas palabras:
Soy revolucionario. Pero creo que entre hombres de
pensamiento neto y posición definida es fácil entenderse y apreciarse, aun
combatiéndose. Sobre todo, combatiéndose. Con el sector político con el que no
me entenderé nunca es el otro, el del reformismo mediocre, el del socialismo
domesticado, el de la democracia farisea. Además, si la revolución exige
violencia, autoridad, disciplina, estoy por la violencia, por la autoridad, por
la disciplina. Las acepto en bloque, con todos sus horrores, sin reservas
cobardes (Carta a Samuel Glusberg, contratapa de Signos y Obras,
1959-7).
A veces se espera de los
maestros que traten los temas como nosotros creemos que debieron hacerlo,
pormenorizando ideas que, para nuestro buen entender, no se presentan
explícitas en sus textos. Y eso da pie para las «interpretaciones». Pero lo
recomendable en este caso no es suponer que el maestro se alejó de la doctrina
(salvo que él lo diga explícitamente). El maestro no puede ser un saltimbanqui
doctrinario. De ser así dejaría de ser maestro. A la verdad se llega por la vía
de una firmeza teórica, basada en principios apodícticos, los mismos que —para
su aplicación práctica o táctica— pueden materializarse a través de tácticas
diferentes según las exigencias de la realidad concreta. La revolución rusa
[como lo son también, la china o la cubana] será irrepetible, y su propuesta
táctica de «realismo socialista» en arte también lo es. Pero el principio de la
violencia revolucionaria en política, y el principio de la tendencia realista
en arte, no pueden ser festinados desde la perspectiva del marxismo. Por eso, y
desde esa posición, refiriéndose a la política, JCM dice: «Si la revolución
exige violencia, autoridad, disciplina, estoy por la violencia, por la
autoridad, por la disciplina. Las acepto en bloque, con todos sus horrores, sin
reservas cobardes.» Y en relación con el arte, dice:
No aparece, en ninguna teoría del novecentismo,
beligerante y creativa, la intención de jubilar el término realismo,
sino de distinguir su acepción actual de su acepción caduca, mediante un
prefijo o un adjetivo. Neorrealismo, infrarrealismo, suprarrealismo, «realismo
mágico». La literatura, aun en los temperamentos más enervados por los
excitantes de la secesión novecentista, siente que sólo puede moverse en el
territorio de la realidad, y que en ningún otro lo espera mayor suma de
aventuras y descubrimientos (1959-6, pág. 179).
Es decir, que JCM está tan
aferrado a la preeminencia del realismo en su concepción estética, que hasta
descarta la posibilidad de que ‘exista la intención de jubilarlo’ ni siquiera
por parte de los más ortodoxos vanguardistas. Y él era un profundo conocedor de
esa ortodoxia. Y solo tomaba distancia de los que caían en un decadentismo a
ultranza, en un individualismo cerril. De ahí que no debe llamar a sorpresa ni
llevar a confusión el hecho de que releve los valores de aquellos que él sabe
distantes de su concepción marxista, siempre y cuando aporten elementos positivos
que enriquezcan al nuevo realismo que él propugna. Y, así, por ejemplo, dice:
Mantenedor ortodoxo de la fórmula heterodoxa de
Óscar Wilde, André Gide diría que Kostia Riabtzev no ha existido nunca en la
vida, y que sólo ahora, creado ya por la literatura, empezará a ser en la vida,
un tipo frecuente y real. El arte suministra sus modelos a la vida. La vida
copia, en serie desigual, los personajes que el arte crea obedeciendo a no se
sabe qué ignorado designio. Tesis wildeana que Bontempelli ha reelaborado, con
menos rigor, para uso del novecentismo italiano y que el suprarrealismo,
posterior a Freud y usufructuario de su experiencia, ha superado en la teoría y
en la creación. (1959-7, pág. 111).
Se puede ver al comienzo de
la cita una propuesta paradójica del tema que estamos tratando (lo ortodoxo y
lo heterodoxo). Y es algo similar a lo que ya hemos tenido oportunidad de
anotar respecto del dadaísmo. En este caso, se ha de entender que dentro de la
ortodoxia formalista: de alejar al arte de la realidad, Wilde resulta ir al
extremo de proponer que es el arte el que crea la realidad. Y de esta «fórmula
heterodoxa del formalismo» André Gide se ha vuelto un «mantenedor ortodoxo», es
decir que Gide, para decirlo con palabras de JCM, ‘ha convertido la herejía en
dogma’. Pero, de lo citado no ha de seguirse que JCM esté de acuerdo con lo ahí
expuesto. Si el intérprete pretendiera eso, no estaría haciendo otra cosa que
hacerlo incurrir en contradicción con algo que ha dicho antes: que «El espíritu
marxista exige que la base de toda concepción esté formada por hechos, por
cosas» (Ibíd.) Lo que hace JCM es dejar constancia que existe esa visión del
arte, que está de moda. Por eso, a renglón seguido, dice: «Volvamos a Kostia
Riabtzev, desandando el fácil sendero de esta digresión.» Obviamente es una
digresión teórica «fácil» porque se apoya en la pura especulación, en la que el
ideólogo tiene toda la libertad idealista para elucubrar las más ambiciosas
figuras, teoría que, dialécticamente, debe hacerse confrontándola con la parte
contraria. La misma relación entre lo dicho por Wilde y Bontempelli, se
encuentra en otro texto de JCM:
Oscar Wilde resulta un maestro de la estética
contemporánea. Su actual magisterio no depende de su obra ni de su vida sino de
su concepción de las cosas y del arte. Vivimos en una época propicia a sus
paradojas. Wilde afirmaba que la bruma de Londres había sido inventada por la
pintura. No es cierto, decía, que el arte copia a la Naturaleza. Es la
Naturaleza la que copia al arte. Massimo Bontempelli, en nuestros días, extrema
esta tesis. Según una bizarra teoría bontempelliana, sacada de una meditación
de verano en una aldea de montaña, la tierra en su primera edad era casi
exclusivamente mineral. (1959-6, pág. 22).
Insistimos. El hecho de que
JCM exponga las ideas de los autores que comenta no quiere decir que las haga
suyas. Ya hemos tenido oportunidad de citar una opinión suya relacionada con
don Miguel de Unamuno, de quien ha dicho que «… no es ortodoxamente
revolucionario, entre otras cosas porque no es ortodoxamente nada» (1959-7,
pág. 124). La heterodoxia para JCM debe tener una dimensión equiparable con la
ortodoxia de la que disiente o a la que busca desviar. Describiendo a un
político inglés de la época, dice: «Lloyd George no es un teórico, un
hierofante de ningún dogma económico ni político; es un conciliador casi
agnóstico. Carece de puntos de vista rígidos. Sus puntos de vista son
provisorios, mutables, precarios y móviles. Lloyd George se nos muestra en
constante rectificación, en permanente revisión de sus ideas. Está, pues,
inhabilitado para la apostasía. La apostasía supone traslación de una posición
extremista a otra posición antagónica, extremista también» (1964-1, pág. 50). Y
sobre el mismo personaje agrega: «Lloyd George no tiene aptitudes espirituales
para ser un caudillo revolucionario ni un caudillo reaccionario. Le falta
fanatismo, le falta dogmatismo, le falta pasión» (1964-1, pág. 54). Y, más
adelante, alude a los ortodoxos de la derecha que se ofuscan de las acciones
que adoptan los estadistas heterodoxos, como Lloyd George, que siguen el camino
de la conciliación, desviándose de la fe en el sacrosanto «absoluto burgués». Y
al hacer esta confrontación, JCM hace, asimismo, una descripción del heterodoxo
que, obviamente, no es aplicable a él:
Los conservadores puros, los conservadores rígidos,
vituperan a estos estadistas eclécticos, permeables y dúctiles. Execran su
herética falta de fe en la infalibilidad y la eternidad de la sociedad
burguesa. Los declaran inmorales, cínicos, derrotistas, renegados. Pero este
último adjetivo, por ejemplo, es clamorosamente injusto. Esta generación de
políticos relativistas no ha renegado de nada por la sencilla razón de que
nunca ha creído ortodoxamente en nada. Es una generación estructuralmente
adogmática y heterodoxa. Vive equidistante de las tradiciones del pasado y de
las utopías del futuro. No es futurista ni pasadista, sino presentista,
actualista (1964-1, pág. 61)
Es decir que a JCM,
sostenedor de esta frase tan suya: de ser un «marxista convicto y confeso», no
se le puede achacar que pertenezca a esa generación que nunca ha creído
ortodoxamente en nada, a una generación estructuralmente adogmática, que lo
contrario de eso es ser ortodoxo-a. Y, volviendo a Unamuno, se debe señalar que
no por el hecho de confutar sus ideas, se le ha de considerar enemigo. En el
caso de JCM, ese contraste no obsta para que deje de manifestar su admiración
por el ilustre rector de la Universidad de Salamanca, y llega a decir lo
siguiente de él:
En este libro [La agonía del cristianismo],
como en todos los suyos, Unamuno concibe la vida como lucha, como combate, como
agonía. Esta concepción de la vida que contiene más espíritu revolucionario que
muchas toneladas de literatura socialista nos hará siempre amar al maestro de
Salamanca (1959-7, pág. 120).
Pero esa confesa admiración
por Unamuno tampoco empece para que haga el deslinde ideológico
correspondiente. Y dice de él «que por histórico no entiende lo real sino lo
ideal.» [Es decir: en la misma línea de los otros autores antes tratados. Y
continúa JCM:] «Explicándonos su pensamiento sobre la historia que, de “otra
parte es realidad, tanto o más que la naturaleza”, Unamuno recae en una
interpretación equivocada del marxismo». (op. cit., pág. 118). Y lo cita: «Las
doctrinas personales de Karl Marx —escribe— el judío saduceo que creía que las
cosas hacen a los hombres, han producido cosas. Entre otras la actual
Revolución rusa». Y, luego de esta cita, JCM retruca:
Este mismo concepto sobre Marx había aflorado ya en
otros escritos del autor de La Agonía del Cristianismo. Pero con menos
precisión. En este nuevo libro reaparece en dos pasajes. Por consiguiente, urge
contestarlo y rebatirlo. La vehemencia política lleva aquí a Unamuno a una
aserción arbitraria y excesiva. No; no es cierto que Karl Marx creyese que las
cosas hacen a los hombres.
No se olvide que, líneas
arriba, JCM ha dicho que «El espíritu marxista exige que la base de toda
concepción esté formada por hechos, por cosas.», que es totalmente distinto a
lo dicho por Unamuno. Y es una expresión que está en perfecta concordancia con
esta otra de Bertolt Brecht: «Marx no se interesa por las cosas, sino por las
relaciones entre los hombres, que se materializan en las cosas» (Brecht, 1977,
pág. 287). Por eso JCM continúa su observación a Unamuno, y dice:
Unamuno conoce mal el marxismo. La verdadera imagen
de Marx no es la del monótono materialista que nos presentan sus discípulos. A
Marx hace falta estudiarlo en Marx mismo. Las exégesis son generalmente
falaces. Son exégesis de la letra, no del espíritu.
Es decir que en las letras
del autor está su espíritu, al que debe accederse a través de esas letras, pero
con una interpretación auténtica. Luego,
JCM vuelve a citar a Unamuno: “Yo siento —escribe Unamuno— a la vez la política
elevada a la altura de la religión y a la religión elevada a la altura de la
política”. Y JCM acota, entre
paréntesis: «(Así es, sin duda, como hay que definir no sólo al cristianismo
sino toda religión, todo evangelio)» (Ibíd.) Y, de esa manera, se ejemplifica
una posible alusión que JCM hace a la ortodoxia, la sujeción a una doctrina, y,
en su caso: al marxismo, considerando la poca educación de las masas y su
arraigado sedimento religioso. Y esto
que debe ser tomado como una táctica se suele confundir con herejía, con
heterodoxia. Sin embargo, JCM desmiente esa propuesta y dice: «Con la misma
pasión hablan y sienten los marxistas, los revolucionarios. Aquellos en quienes
el marxismo es espíritu, es verbo. Aquéllos en quienes el marxismo es lucha, es
agonía» (op. cit., pág. 120). A veces el contexto coyuntural obliga a revestir
las ideas con un lenguaje no especializado. Veamos la siguiente proposición de
JCM en la Universidad Popular, al poco tiempo de su regreso de Europa:
Aquí se conoce un poco la literatura clásica del
socialismo y del sindicalismo; no se conoce la nueva literatura revolucionaria.
La cultura revolucionaria es aquí una cultura clásica, además de ser, como
vosotros, compañeros, lo sabéis muy bien, una cultura muy incipiente, muy
inorgánica, muy desordenada, muy incompleta. Ahora bien, toda esa literatura
socialista y sindicalista anterior a la guerra, está en revisión. Y esta
revisión no es una revisión impuesta por el capricho de los teóricos, sino por
la fuerza de los hechos. Esa literatura, por consiguiente, no puede ser usada
hoy sin beneficio de inventario. No se trata, naturalmente, de que no siga
siendo exacta en sus principios, en sus bases, en todo lo que hay en ella de
ideal y de eterno; sino que ha dejado de ser exacta, muchas veces, en sus
inspiraciones tácticas, en sus consideraciones históricas, en todo lo que
significa acción, procedimiento, medio de lucha. La meta de los trabajadores
sigue siendo la misma; lo que ha cambiado, necesariamente, a causa de los
últimos acontecimientos históricos, son los caminos elegidos para arribar, o
para aproximarse siquiera, a esa meta ideal. De aquí que el estudio de estos
acontecimientos históricos, y de su trascendencia, resulte indispensable para
los trabajadores militantes en las organizaciones clasistas (1964-8, págs.
18-19).
En esta cita, cuando JCM
dice que «La meta de los trabajadores sigue siendo la misma» se está refiriendo
a la estrategia que se ha construido en base a los principios de la doctrina; y
cuando agrega que «lo que ha cambiado, necesariamente, a causa de los últimos
acontecimientos históricos, son los caminos elegidos» se está refiriendo a las
tácticas «para arribar, o para aproximarse siquiera, a esa meta ideal», es
decir, que JCM, ajustando su magisterio dentro de los lineamientos del
marxismo, precisa que el ortodoxo es fiel a los principios, aunque puede —y
hasta debe— ser flexible en las tácticas, lo cual no implica que se esté
incurriendo en heterodoxia, de ninguna manera.
Sobre
el tema de la religión, pues, hay que recordar lo escrito por JCM en páginas
previas a aquella en que cita a Unamuno: «El conflicto implacable, el choque
eliminatorio entre estos dos órdenes no parece, por lo demás, indispensable a
corto plazo. Comunismo y capitalismo pueden coexistir mucho tiempo como han
coexistido y coexisten catolicismo y protestantismo. Porque para Luc Durtain la
mejor analogía, a este respecto, es siempre la que puede encontrarse en el
paralelo de dos religiones» (p. 78). Pero es menester hacer aquí una
aclaración: JCM está extrayendo esa «coexistencia en analogía con dos
religiones» del pensamiento de Luc Durtain (cuya obra está comentando, y lo
aquí transcrito viene después de una cita que ha hecho de dicho autor, siendo,
prácticamente, una paráfrasis). Y no es, pues, una idea atribuible al Amauta
como perspectiva ideológica de conciliación de clases.
_____________
Notas
(1) Todo dogma es ortodoxo,
pero no toda ortodoxia es dogmática (agrego yo; que alguien, por favor, me
rectifique si esta frase no me pertenece. Quedaré agradecido).
Referencias bibliográficas
Brecht,
Bertolt (1977). El compromiso en
literatura. Bercelona: Ediciones Península.
Mariátegui,
José Carlos (1959-6). El artista y la
época. Lima: Amauta.
“ (1959-7).
Signos y obras. Lima: Amauta.
“ (1964-1).
La escena contemporánea. Lima:
Amauta.
Sobrevilla,
David (2012). Escritos mariateguianos.
Lima: Universidad Inca Garcilaso de la Vega.
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