Esencia y Estructura del Juicio*
P. V. Kopnin
FILÓSOFOS Y LÓGICOS vienen ocupándose del análisis de juicio desde hace tiempo. Muchos de ellos se han dedicado, preferentemente, a describir sus distintas formas y no al estudio de su esencia gnoseológica, cognoscitiva. Han observado en el juicio lo que inmediatamente salta a la vista: su forma exterior. El juicio se ha estudiado solo en cuanto sirve de premisa para el raciocinio.
La teoría
aristotélica del juicio, si bien en gran parte cierta, materialista, era
limitada. La esencia de dicha teoría se puede resumir brevemente en los
siguientes principios: 1) la verdad o la mentira se dan solo donde existe una
afirmación o una negación; 2) la afirmación o la negación de algo acerca de
algo es un juicio; 3) solo con respecto al juicio es legítimo plantear el
problema de la veracidad o de la falsedad; 4) no toda enunciación contiene un
juicio; la interrogación, el ruego, tienen un significado; pero no son ni
verdaderos ni falsos, y, por ende, no encierran en sí juicios; 5) el juicio es
verdadero si se une en él lo que está unido en la realidad, y está separado en
él lo que se halla, en ésta, separado. El juicio es falso si se une lo que en
realidad está separado y si separa lo que en ella se encuentra unido.
Al
analizar las formas del pensamiento, Aristóteles diferenciaba, ante todo, las
que constituyen una combinación de diversos contenidos pensables, respecto a
los significados de las palabras no unidas unas a otras. Entre las formas del
pensamiento que constituyen una combinación de contenidos pensables, destacó
aquellas que no tienen correspondencia con la realidad (por ejemplo, el
concepto de duende) y las formas en que se mienta necesariamente el o el no ser
de los contenidos que se combinan. Aristóteles considera que desde el punto de
vista cognoscitivo, la forma más importante es la última en la que señala dos
modificaciones: 1) la forma del pensamiento en que la correspondencia con la
realidad no se presenta como afirmación o como negación y, por ende, no es no
verdadera ni falsa (interrogación, ruego, etc.); 2) el pensamiento como
afirmación o negación inmediata que es, necesariamente, o verdadero o falso.1
Aristóteles
denominó juicio únicamente a esta última forma. En la clase del juicio incluyó
solo una esfera limitada de pensamientos; por su contenido, el juicio es un
pensamiento acabado acerca de la inmanencia o no inmanencia de algo en algo;
por su función lógica, es la premisa a la conclusión de un silogismo. La forma
del juicio consiste en la unión del hombre y verbo (de sujeto y predicado).
Los
lógicos idealistas han desvirtuado la esencia materialista de la teoría de
Aristóteles acerca del juicio, la idea de que el juicio se refiere siempre a un
objeto y la de que su veracidad o falsedad se determina por su correspondencia
con la realidad. Los representantes de la lógica burguesa contemporánea someten
a crítica la propia forma de la concepción aristotélica del juicio, forma que,
en Aristóteles, se da vinculada a su ontología (según su expresión metafísica;
más justo es decir materialismo) y se halla saturada de la misma.2
Al
extirpar el contenido objetivo del pensamiento, los lógicos idealistas consideran
el juicio como forma pura, del todo indiferente no solo al contenido concreto,
sino a todo contenido. Han ideado el concepto de “función proposicional”, por
la que se entiende una expresión que contiene una o varias variables y que se
convierte en juicio tan pronto como en el lugar de estas variables se colocan
constantes. “X es hombre” es una función proposicional que se transforma en
proposición, en juicio, al sustituir la variante X por una constante, por
ejemplo por “Sócrates” (“Sócrates es un hombre” es un juicio). Las funciones de
juicio, según Russell, pueden ser de tres clases: 1) verdaderas, cualesquiera
que sean los significados del argumento o de los argumentos; 2) falsas,
cualesquiera que sean los significados; 3) verdaderas para unos argumentos y
falsas para otros. Russell llama, a las primeras, funciones del juicio de
necesidad; a las segundas, funciones del juicio de imposibilidad, y a las
terceras, funciones del juicio de posibilidad. Así, por ejemplo, la función del
juicio “X es hombre y le llaman John Smith” es una función del juicio de
posibilidad, dado que es verdadera para ciertos significados de X y es falsa
para otros. Nadie discute, naturalmente, que el juicio posee una determinada
forma. Tal forma, en particular, es la de sujeto–predicado (S-P), de amplio
contenido. También en este significado el concepto de función proposicional
tiene sentido. Pero no se trata de forma pura. Ya dijo Aristóteles que la forma
refleja un determinado contenido objetivo: la ligazón de los fenómenos en el
mundo objetivo. Aristóteles no inventó la forma del juicio “S-P”, sino que, al
estudiar la forma del ser y del pensamiento verdadero acerca del mismo, halló
que la forma del juicio “S-P” corresponde a la lógica de las cosas.
La
reducción a la nada del contenido del juicio es particularmente característica
de la filosofía semántica contemporánea, la cual considera el juicio como acto
simbólico de la comunicación. Tales comunicaciones pueden ser diversas. En
primer lugar, pueden referirse a lo que se ha visto o se ha oído, y éstas son
consideradas como las más seguras, con significado de extensión. Por ejemplo,
el juicio “la longitud de esta habitación es de 15 metros” puede ser comprobado
por la experiencia directa. Siguen luego las comunicaciones de comunicaciones,
o sea la comunicación de lo que han visto y experimentado otros. Son menos
seguras; pero también pueden comprobarse prácticamente. Las comunicaciones de
menor importancia son las que no pueden comprobarse por medio de la experiencia
directa.
El
semántico considera cualquier comunicación como acto simbólico. Así, por
ejemplo, el juicio 2x2=4, según su opinión, no es más un acuerdo acerca de los
símbolos. Con un significado de los símbolos todos están de acuerdo; con otro,
no.
Actualmente,
no puede bastarnos la concepción aristotélica de la esencia del juicio, a pesar
de la sana base materialista que encierra. Aristóteles creó una teoría acerca
del juicio a tenor de su teoría de raciocinio, o más exactamente: de la
silogística. Esta es la razón de que se circunscribiera a los pensamientos que
pueden servir de premisa para el raciocinio.
La falla
de la concepción aristotélica del juicio radica en la concepción metafísica de
la verdad. Para Aristóteles, la verdad es algo congelado, dado de una vez para
siempre. El límite tajante que pone Aristóteles entre afirmación y negación,
considerando a ésta únicamente como negación y a aquélla exclusivamente como
afirmación, así como la delimitación no menos radical entre ambas, por una
parte la interrogación y la exhortación por otra, resultaban poco propicios
para que se llegaran a comprender hondamente las concatenaciones existentes
entre las distintas formas del pensamiento, y sus particularidades específicas.
En la lógica
de los últimos tiempos se han hecho intentos para superar las insuficiencias de
la concepción aristotélica del juicio, y darle una interpretación más amplia.
Cabe mencionar a varios lógicos que se han manifestado contra la rigurosa
delimitación tradicional entre el juicio y tales formas del pensamiento como la
interrogación y la exhortación. Figuran, entre dichos lógicos, Lotze, Bolzano,
B. Erdmann, y otros, que han entendido por juicio, en general, toda
concatenación de pensamientos, de representaciones; pero han interpretado el
pensamiento de manera idealista y han deformado, con ello, la naturaleza del
juicio. Dichos lógicos han dirigido su ataque principal contra el contenido
materialista de la concepción aristotélica del juicio. Para ellos el juicio es
una concatenación de conceptos o de representaciones sin ninguna relación con
los vínculos objetivos del mundo material exterior.
A nuestro
parecer, el término “juicio” ha de designar un contenido más amplio que el que
le dio Aristóteles. Juicio es todo pensamiento relativamente completo que
refleja cosas, fenómenos del mundo material con sus propiedades, vínculos y
relaciones. Como quiera que el juicio refleja la realidad ya verdaderamente, ya
de manera desfigurada, para él, como forma de pensamiento tiene, naturalmente,
importancia cardinal el problema concerniente a su veracidad o falsedad.
Desde el
punto de vista de su contenido, lo característico del juicio estriba en que,
por medio de él se establece algo acerca de los objetos que nos interesan,
acerca de los fenómenos del mundo material; se comunica algo, se exhorta y se
interroga acerca de dichos objetos y fenómenos. Desde el punto de vista de la
forma, lo característico del juicio es su estructura de sujeto y predicado.
En el
juicio existe siempre una idea de su objeto del juicio (sujeto); existe,
además, un pensamiento acerca de lo que se establece, de lo que se comunica, en
relación con el objeto del juicio (predicado), y una cópula que
indica que el contenido del predicado se refiere al objeto del juicio. Por
ejemplo, en el juicio “la crítica y la autocrítica constituyen una regularidad
capital en el desarrollo de la sociedad socialista”, la idea acerca de la
crítica y de la autocrítica constituye el sujeto del juicio; el otro
pensamiento -regularidad capital en el desarrollo de la sociedad socialista- es
el predicado, y el pensamiento de que la sociedad mentada en el
predicado del juicio pertenece al objeto mentado en el sujeto será la cópula.
La forma
sujeto-predicado es general para todos los juicios. “En todos los pueblos, de
todos los siglos, de todas las tribus y de todos los grados de desarrollo
intelectual -escribió Séchenov- el aspecto más simple de la imagen verbal del
pensamiento se reduce a nuestra proposición trimembre. A ello se debe, en
realidad, que entendamos con la misma facilidad el pensamiento del hombre
antiguo, legado en monumentos escritos, el del salvaje y el pensamiento del
hombre contemporáneo.”3
Los
elementos del juicio, sujeto, predicado y cópula, lo son de cierto pensamiento
íntegro, por lo que no es posible identificarlos, por una parte, simplemente
con las cosas, fenómenos y sus propiedades; por otra, simplemente con las
palabras. El sujeto del juicio y el objeto del juicio se diferencian entre sí
como el pensamiento relativo al objeto y el propio objeto. El predicado del
juicio no es la propiedad en sí, la ley, la relación, etc., de existencia
independiente respecto a nuestro juicio, sino el pensamiento acerca de ellas.
La concatenación de sujeto y predicado en el juicio solo es un reflejo, en
nuestra conciencia, de los vínculos que tienen existencia objetiva en la
naturaleza.
Tampoco
es posible identificar el sujeto y el predicado del juicio con las palabras que
los designan. Uno y otro son pensamientos acerca de objetos, no meras palabras.
En la
historia de la lógica hallamos la identificación de las partes del juicio tanto
con las propias cosas del mundo objetivo como con las palabras. Desde un
principio, el nominalismo, con su interpretación del juicio, favoreció el
desenvolvimiento del formalismo en la lógica. El nominalismo lleva,
inevitablemente, a afirmar que si el juicio consta de nombres, y éstos son
convencionales, el contenido del juicio carece de significado objetivo. El
significado solo tiene forma de juicio como tal forma. Este es el criterio que
sostiene el positivismo lógico contemporáneo acerca de la esencia del juicio.
Aunque el
sujeto, el predicado y la cópula del juicio son pensamientos, no toda
interpretación de ése como concatenación de pensamientos (de conceptos o de representaciones)
resulta justa. Los kantianos, por ejemplo, defendieron tenazmente la idea de
que el juicio estriba en la unión de conceptos o de representaciones en la
conciencia a base de categorías “puras”, “apriorísticas”, de la razón. Según la
opinión de los kantianos, cada uno de los pensamientos que constituyen las
partes de juicio, así como éste en su conjunto, carecen de todo contenido
objetivo, no afectan a los propios objetos del mundo material. Frente a este
criterio, sostienen los neokantianos que los propios objetos brotan de cierto
contenido en el proceso del juicio. Desde su punto de vista, el sujeto de todo
juicio es, al comienzo (Urteil der Ursprung), “cierta X” de la cual se
enuncia que es “P o A”. Natorp4, por ejemplo, define el juicio como
cierta ecuación en cuya parte izquierda figura no el pensamiento acerca del
objeto, sino la incógnita X, y en su parte derecha, lo que en el proceso del
juicio da origen al objeto.
La lógica
idealista afirma que el propio juicio es la realidad. Esta concepción tiene sus
máximos representantes en Bosanquet y Husserl. Consideraba Husserl que el
juicio existe antes que el hombre e independientemente de él.5
Admitía la existencia de verdades no concebidas nunca por nadie, aunque han
vivido siempre en el mundo.
El
instrumentalista Dewey transformó las categorías del pensar (del juicio) en
categorías de la acción. Para él, el mundo es también un juicio, aunque de tipo
especial. El sujeto es el medio frente al que se reacciona; el predicado es el
hábito o la forma de conducta mediante la cual se reacciona a la excitación del
medio, y la cópula es la acción por la cual el hecho sensorial se enlaza con su
significación. El resultado del juicio será, en este caso, una situación
“transformada en beneficio del organismo”.
El
materialismo dialéctico desecha todo género de lucubraciones idealistas, y
considera el juicio como forma en que se refleja la realidad en la conciencia
del individuo; afirma que el contenido del juicio posee carácter objetivo. El
fin del juicio estriba en reflejar la realidad tal como es ésta en sí. El
contenido del predicado del juicio concierne no al sujeto, sino al objeto que
se refleja en el sujeto. Por este motivo, el juicio es un pensamiento no acerca
del concepto, sino acerca del objeto que existe fuera del juicio (fuera
del sujeto y del predicado). En el juicio “el trigo es un cereal”, el objeto
“cereal” se afirma no respecto al concepto “trigo”, sino respecto de la propia
planta “trigo”.
El
contenido del predicado es multiforme. Existe el criterio -a nuestro parecer,
erróneo- de que el contenido del predicado es un carácter, y el contenido del
sujeto, un objeto. Por esto la relación sujeto-predicado en el juicio es un
reflejo de la que se da entre el objeto y el carácter.6
Lo único
común a todas las formas de juicio estriba en que los juicios reflejan,
inmediata o mediatamente, los fenómenos del mundo material y sus relaciones.
Estas relaciones son multiformes. Las une exclusivamente el hecho de que lo son
de fenómenos, de objetos, de cosas, de acontecimientos del mundo material. El
contenido del predicado lo mismo puede ser el pensamiento acerca de un
carácter, de una propiedad o de una relación, que el pensamiento concerniente
al móvil del sujeto para realizar alguna acción, o acerca de la existencia de
algún carácter con una indagación e inclinación simultáneas en lo tocante al
sentido que ha de tomar el ulterior desarrollo de nuestro pensamiento. El
contenido del sujeto nos viene dado no solo por los vínculos objetivos de los
fenómenos, sino, además, por la actitud que respecto a ellos adoptemos. El
sujeto pensante refleja la realidad de manera activa. V. I. Lenin escribió: “Al
examinar en lógica la relación entre sujeto y objeto, es necesario tomar en
consideración, también, las premisas generales del ser del sujeto concreto
(=vida del hombre) y de la situación objetiva.”7
En
consecuencia, todo juicio contiene en mayor o menor medida un aspecto
subjetivo: la actitud del sujeto pensante hacia el objeto reflejado. El grado
de este momento subjetivo es distinto en los juicios que se refieren a objetos
diversos.
Algunos
lógicos idealistas sustituyen la forma del juicio “S es P” por la forma “a R
b”, en la que no hay sujeto ni predicado, o sea que no se sabe acerca de
qué objeto se establece algo y qué se establece realmente. Tan solo se
presupone la existencia de dos objetos pensables y una relación, pensable,
entre ellos. Se considera, además, que la realidad auténtica estriba
exclusivamente en la relación. En este caso, el juicio se reduce a establecer
una relación entre los conceptos o los términos. Por medio de los juicios
concernientes a las relaciones, se crean los objetos. No es el juicio lo que
refleja los objetos y las relaciones entre los mismos, como opinan los
materialistas, sino que a través de los juicios acerca de las relaciones se
crearían los objetos. Tal es el principio básico de ciertos lógicos burgueses
que rechazan la forma aristotélica sujeto-predicado del juicio.
En
general, nada puede objetarse a la formula “a R b”, tanto menos cuanto
que se emplea eficientemente en la lógica matemática para describir la
estructura del juicio. En líneas generales, pueden existir las fórmulas más
diversas que maticen unas facetas u otras de la estructura del juicio. Pero no
es posible no oponerse decididamente a la interpretación idealista de la
naturaleza del juicio, relacionada a veces por los lógicos burgueses con la
formula “a R b”.
La fórmula
“a R b” solo puede significar algo si se admite la estructura
sujeto-predicado de todo juicio, la tesis de que el juicio no crea el objeto,
sino que lo refleja.
Puede
servir de ejemplo de cómo los representantes de la lógica de las relaciones
desfiguran de modo idealista la forma del juicio la interpretación que de él
hace C. Serrus, quien excluye del juicio el sujeto y la cópula sin dejar más
que el predicado.8
La idea
fundamental de Serrus estriba en afirmar que el juicio consta únicamente de
predicado (el desarrollo y la experimentación del pensamiento tienen lugar
únicamente en el plano de la predicación), que el pensamiento -según él- carece
de orientación y no refleja ninguna cosa de la existencia objetiva. De esta
manera, llevando el sujeto fuera del juicio, deja a éste sin orientación hacia
el objeto, lo desgaja del mundo objetivo.
Serrus no
está solo en la lucha contra la forma sujeto-predicado del juicio. Contra ella
arremete, también, Russell, quien declara que la forma sujeto-predicado es un
“esquema lingüístico” al que el hombre está inclinado a atribuir significado
metafísico. Considera que la ciencia contemporánea ha hecho añicos el punto de
vista tradicional de que todos los juicios asignan un predicado al sujeto. Cree
Russell que el esquema del juicio “a R b” corresponde a las ideas de la
física moderna, la cual renuncia -afirma Russell- a la materia sólida en favor
del concepto de “línea mundial” que incluye en sí varios fenómenos concatenados
unos con otros por determinadas relaciones. Ya hemos dichos cuán
contradictorios son los fines de la auténtica ciencia semejantes tendencias de
los idealistas de nuestros días encaminados a vaciar el juicio de su contenido
objetivo.
El juicio
como forma de nuestro pensamiento constituye algo orgánicamente íntegro.
Ninguna de sus partes, por separado, puede formar un juicio. No es posible
separar una de ellas y asignarle valor absoluto. En el juicio, el sujeto no
puede ser tal sin el predicado, y éste no puede serlo sin sujeto. Ambos
resultan inconcebibles sin el lazo que los una y que los convierta en sujeto y
predicado de cierto juicio.
Algunos
lógicos entienden que pueden existir juicios sin sujeto solo con predicado. En
las publicaciones soviéticas defiende este punto de vista P. S. Popov.9
En realidad, no puede haber juicios sin sujeto o sin cópula o sin predicado. Si
hay predicado ha de haber sujeto. Si en el juicio se registra cierto contenido,
ha de indicarse el objeto del pensamiento al que dicho contenido pertenece.
Tampoco cabe hablar de “cópula pura”, sin sujeto ni predicado. Esto equivaldría
a reconocer que existen vínculos entre cosas sin que las cosas existan.
El enlace
entre el sujeto y el predicado no es externo, sino interno, orgánico. Puede
compararse el juicio con un ser del que sujeto y predicado son órganos
sumamente importantes. No es posible explicarlos sin aniquilar el propio
organismo.
La forma
del juicio se ha elaborado históricamente como reflejo de la dialéctica del
mundo objetivo. La concatenación de las partes del juicio, sujeto y predicado,
refleja la dialéctica de las correlaciones entre lo singular y lo universal en
el mundo objetivo. Hegel vio esta dialéctica del juicio al considerarlo como
una unidad de lo universal y de lo singular. “El sujeto -escribe Hegel-, en
consecuencia, al ser confrontado con el predicado, puede ser entendido como lo
singular en relación con lo general, o también como lo particular en relación
con lo universal, o como lo singular en relación con lo particular, dado que
sujeto y predicado se contraponen entre sí únicamente como más concreto y más
abstracto.”10
Según
Hegel, todo juicio se halla estructurado a base de la forma: lo singular es
universal (el sujeto es predicado). Por una parte, lo singular es universal (el
sujeto es predicado); por otra parte, lo singular no es universal (el sujeto no
es predicado), pues cada uno de ellos es él mismo (lo singular es singular, y
lo universal es universal) y se diferencia del otro. Esta unidad y
contraposición de lo singular y de lo universal (del sujeto y del predicado) en
el juicio constituye la fuente del desarrollo se este último, de su movimiento.
“El
sujeto es el predicado – escribe Hegel-. Esto es lo que de modo inmediato
se enuncia en el sujeto; pero como quiera que el predicado no ha de ser
aquello que en sí constituye el sujeto, surge una contradicción que ha
de ser resuelta, ha de pasar a cierto resultado.”11
Los
fundadores del marxismo-leninismo modificaron en sentido materialista la tesis
de Hegel acerca del juicio como unidad de lo singular y de lo universal. V. I.
Lenin indica que en la proposición (en el juicio) se da una concatenación
dialéctica de lo singular y de lo universal, la cual refleja la dialéctica
objetiva en las mismas cualidades (transformación de lo singular en general, de
lo casual en necesario, transiciones, transposiciones, interligazón de
contradicciones). También pueden servir de ejemplo de juicios en que se concatena
lo singular con lo universal, los siguientes: “El oro es un metal”; “El trigo
es un cereal”. En estos juicios, o bien se registra la existencia de
propiedades generales en las cosas singulares, o incluimos ciertos objetos
singulares en las clases generales de las cosas. Estos vínculos se dan en el
mundo objetivo, y el juicio los refleja.
No hay
que comprender la tesis de que en el juicio se manifiesta la dialéctica de lo
singular y de lo universal como si en todos los juicios sin exclusión el
predicado fuera algo más general que el sujeto. En el juicio “mi acompañante
resultó ser el estudiante Petrov” no es posible considerar el sujeto y el
predicado como algo singular y universal, respectivamente. Ello no obstante,
Hegel reducía todos los juicios al mismo esquema: “singular-universal”, y
excluía de la categoría de los juicios aquellos que no se adaptaban al mismo.
Hegel considera que la proposición singular se convierte en juicio tan solo
cuando algunos de sus elementos es objeto de duda. “Para que haya juicio
-escribe Hegel- hace falta que el predicado afecte al sujeto según el tipo de
relación de las definiciones del concepto; por consiguiente, como algo general.
Particular o singular. Si lo que se enuncia acerca del sujeto singular no es
más que algo singular, tenemos una proposición simple. Por ejemplo,
“Aristóteles murió a los 73 años de edad, en el cuarto año de la 115
Olimpiada”, es una proposición simple y no un juicio.”12 Sería un
juicio si hubiera dudas acerca del tiempo de la muerte del filósofo, acerca de
su edad o del propio hecho de su muerte.
No hay
duda ninguna de que la interpretación hegeliana de las relaciones existentes
entre sujeto y predicado es artificiosa. En el mundo objetivo no solo existe la
concatenación de lo singular con lo general, sino que se dan, también, vínculos
de otras clases. Toda cosa, inmediata o mediatamente se halla relacionada con
cualquier otra cosa. Estas multívocas correlaciones se hallan reflejadas en el
juicio, en los vínculos que existen entre sujeto y predicado.
El juicio como forma de pensamiento tiene por
fin capital poner de manifiesto la esencia de las cosas, la ley de su
desarrollo, de su movimiento. Ahora bien, la ley siempre es algo general en
relación con las cosas singulares tomadas de por sí. De ahí que en el juicio,
dirigido al conocimiento de la ley que rige el movimiento de las cosas
singulares, el sujeto, que refleja dichas cosas singulares, constituye lo
singular respecto al predicado, en el cual se refleja la esencia, la ley del
movimiento de los fenómenos. Esta es la razón de que el reflejo del vínculo de
lo singular y lo general en el juicio bajo la forma de sujeto y predicado sea
lo principal. Este reflejo expresa la tendencia básica en el desarrollo del
juicio, el movimiento hacia la intelección de la esencia de los fenómenos de la
ley.
Entre el
sujeto y el predicado del juicio existe una relación muy compleja. En primer
lugar, no hay duda de que forman entre ellos una unidad. En cierto sentido, el
predicado repite al sujeto, por lo cual todo juicio establece que el sujeto es
el predicado. Pero, al mismo tiempo, el predicado constituye siempre algo
distinto del sujeto. Entre sujeto y predicado hay una relación de unidad
dialéctica que incluye identidad y diferencia. “El hecho -escribe F. Engels- de
que la identidad contiene en sí diferencia, se traduce en cada proposición,
donde el predicado es necesariamente diferente del sujeto. La azucena es una
planta, la rosa es hermosa: aquí, o en el sujeto o en el predicado,
se da algo que no queda cubierto por el predicado o por el sujeto… Está claro
que la identidad consigo mismo desde el principio posee como complemento
necesario la diferencia de todo lo otro.”13
Si el
juicio no constituye una tautología, el predicado ha de ser, en él, diferente
del sujeto, ha de contener algo no mentado en el sujeto. El predicado del
juicio refleja lo que hay en el objeto de este último; pero el juicio no
refleja todo el objeto, sino, únicamente, cierta parte, cierta faceta del
objeto, por lo cual cada nuevo juicio nos lleva más lejos en el conocimiento de
ése.
Como
regla general, lo conocido antes del acto de juicio se refleja en el sujeto, y
el nuevo saber, en el predicado de aquél. En este sentido podemos hablar de
sujeto y predicado móviles. A medida que nuestro saber avanza, al añadir un
nuevo predicado, el del predicado anterior pasará al sujeto:
1. Una
combinación desconocida es un ácido;
2. Este
ácido es sulfúrico;
3. El
ácido sulfúrico se ha disuelto en el agua, etc.
No solo el juicio en conjunto
forma una unidad compleja, sino que la forman también sus partes componentes:
sujeto y predicado. En el proceso del desarrollo del juicio, estas partes se
transforman, se enriquecen; entre los distintos elementos tanto del sujeto como
del predicado pueden existir diversas formas de enlace (conjunción, disyunción)
que se estudian en lógica. No es posible considerar como sujetos y predicados
independientes a elementos particulares de los mismos.
Al
desarrollar nuestro conocimiento acerca del objeto se desarrollan los juicios,
se pasa de uno a otro. No hay que representarse este desarrollo como la suma
mecánica de un nuevo concepto al sujeto o al predicado.
Una de
las partes capitales del juicio es la cópula, cuya naturaleza ha sido
interpretada por los lógicos de modo distinto. Ha habido lógicos que han negado
la existencia de la cópula como parte independiente del juicio y la han
disuelto en el predicado. Sostenía este criterio B. Erdmann,14 quien
consideraba que la cópula es un elemento del predicado. En realidad, ésa es un
elemento del juicio tan independiente como el sujeto y el predicado.
Los
filósofos idealistas han negado que la cópula poseyera en el juicio contenido
objetivo. Al asignar a la cópula la función de enlace entre los conceptos o
términos, han separado del mundo objetivo al juicio. De ello pecan tanto la
teoría de la extensión del juicio como la teoría del contenido.
En
realidad, el significado fundamental de la cópula del estriba en que refleja
vínculos entre sujeto y predicado del mismo, que corresponden a las conexiones
de los fenómenos, de las cosas, etc., de existencia objetiva.
La cópula
constituye una parte tan importante del juicio que algunos lógicos la han
identificado con él mismo. Naturalmente, si la cópula cumple la función de
estar en correspondencia con la realidad, constituye el meollo del juicio; pero
no es posible aminorar el papel de las otras partes -sujeto y predicado-; sin
ellas, aquél tampoco puede darse.
La cópula
del juicio no puede indicar si existe o no existe el objeto del pensamiento. El
pensamiento acerca de la existencia o no existencia de un objeto cualquiera en
la realidad objetiva constituye el predicado de un juicio de existencia
especial.
Acerca
del carácter existencial de la cópula puede hablarse solo en el sentido de que
ésta indica si existe o si falta en cierto objeto el pensamiento de lo que está
contenido en el predicado. Con otras palabras: la cópula dice únicamente que el
vínculo entre sujeto y predicado que se afirma en el juicio corresponde al de
los objetos en la realidad y al grado en que dichos objetos son conocidos en el
juicio dado. Si en el juicio “el cobre es conductor de la electricidad” se
afirma la concatenación del objeto con su propiedad, en este caso el carácter
existencial de la cópula significa que la propiedad (ser conductor de la
electricidad) que en el juicio se asigna al cobre, se da realmente en esta
materia. En este sentido, y solo en él, la cópula es existencial.
El
criterio de que la cópula existe en dos formas: afirmativa y negativa, se ha
hecho tradicional. La realidad es, empero, que las formas de la cópula son más
variadas. Si tomamos el juicio de probabilidad: “S probablemente es P” (“los
tomates, este año, probablemente madurarán pronto”), la cópula no es, en él, ni
afirmativa ni negativa, sino que nos viene dada por una forma especial:
“probablemente es”. Más adelante veremos que existen también otras formas de
cópulas. La cópula no es solo una afirmación o una negación, sino el tipo
general, fundamental, de predicación que sirve para concatenar los pensamientos
en el juicio (sujeto y predicado) en concordancia con la concatenación objetiva
de los fenómenos y exactamente tal como nosotros los averiguamos. Este acto es
inherente a todos los juicios, independientemente de cuál sea la relación
concreta de la realidad objetiva que constituya el objeto de nuestro
pensamiento.
Uno de
los problemas capitales de la teoría del juicio es el que trata de la veracidad
del mismo.
Al plantear
este problema, la lógica no puede decirnos si un juicio cualquiera, tomado de
por sí, es verdadero o es falso. Esta función es propia de las ramas concretas
de la ciencia y del hacer práctico. La lógica investiga y resuelve tan solo
problemas de principio: proporciona el método para resolver la cuestión de si
un juicio, cualquiera que sea, es verdadero o no; define qué ha de entenderse
por veracidad de un juicio, cuáles son las condiciones generales requeridas
para alcanzarla, las condiciones generales de los criterios de la verdad, etc.;
qué deben hacer los sabios para aclarar el problema de la veracidad de los
juicios de su ciencia. La lógica auténticamente científica se basa en el
materialismo dialéctico para resolver dicho problema. El materialismo
dialéctico indica, entre otras cosas, que para resolver el problema de la
verdad es necesario analizar todo el proceso del desarrollo del pensamiento,
todo el sistema del saber científico.
Los
positivistas contemporáneos niegan que la lógica pueda proporcionar el método
para resolver el problema de la veracidad del juicio. El conocido semántico
Hayakawa escribe: “La lógica es un conjunto de reglas que regulan la ordenación
en el uso de la lengua. Cuando somos lógicos, nuestras afirmaciones
concuerdan entre sí; pueden ser “mapas” exactos de “territorios” reales, o no
serlo; pero el problema de si lo son o no, se encuentra más allá de la
esfera de la lógica. La lógica es la lengua acerca de la lengua y no una
lengua acerca de las cosas y de los acontecimientos.”15
Los
semánticos opinan que la lógica no se interesa por la relación del juicio con
el mundo objetivo, sino por las relaciones entre afirmaciones. Para el
idealismo es típica la afirmación de que la veracidad material del juicio
resulta imposible, y de que solo cabe hablar de la correspondencia de los
juicios entre sí. Semejante interpretación parte de Kant y de los kantianos,
cuyas tesis repiten de mil maneras los idealistas contemporáneos. Sirvan de
ejemplo las lucubraciones de los positivistas lógicos. A pesar de que entre los
representantes del positivismo lógico (Wittgenstein, Schlick, Carnap, Russell,
Aye, etc.) no existe unidad de criterio acerca de la esencia y la veracidad del
juicio, e incluso en un mismo autor se encuentran tesis contradictorias,
coinciden en lo básico. El fin de su concepción estriba en la deontologización
del juicio, en extirparle todo contenido objetivo. Así L. Wittgenstein, uno de
los promotores de esta tendencia, hoy en boga, en su Tratado
lógico-filosófico afirma sin rodeos que la esfera de los juicios, como la
de todo pensamiento en general, no radica más que en mundo subjetivo de la
“experiencia” concebida a lo Mach y del propio pensamiento. Según Wittgenstein,
el pensamiento no puede rebasar los límites de las sensaciones. Todos los
juicios encaminados a discernir la esencia de las cosas son absurdos. “La mayor
parte de las proposiciones y de las cuestiones escritas -dice- acerca de las
cosas filosóficas son absurdas, además de falsas. No podemos, por lo tanto, a las
cuestiones de tipo semejante, no podemos sino afirmar su absurdidad.”16
La piedra
sillar de las construcciones lógicas del neopositivismo consiste en reducir los
datos de la sensibilidad al conjunto de sensaciones, como sostuvo Mach. M.
Schlick, por ejemplo, también ha declarado que es necesario rechazar
categóricamente la idea de que el juicio pueda ser algo más que un signo en
relación con los hechos de la realidad. Compara la relación entre el juicio y
la esencia de los fenómenos con la que se da entre las notas y el tono, entre
el nombre del individuo y el propio individuo. “La univocidad es la única
cualidad esencial de la atribución, y como quiera que la veracidad es la única
cualidad del juicio, la veracidad ha de basarse necesariamente en la univocidad
de la designación, fin al que ha de responder el juicio.”17
Schlick
es fiel a la afirmación que figura en la base de las teorías lógicas del
neopositivismo, a saber: que el significado del juicio se sustenta sobre el
procedimiento de su comprobación, cuya esencia estriba en lo siguiente: de
cierto juicio se infieren otros juicios a base de las leyes de la lógica (se
infieren otros juicios mientras no se obtiene un juicio del tipo “en tal y cual
lugar, en tal y cual tiempo, en tales y cuales condiciones puede observarse
esto y aquello y pueden tener tales y cuales vivencias”); se va luego al lugar
indicado a fin de hallarse en él a la hora señalada; se observan las
condiciones indicadas y se describen las observaciones o vivencias obtenidas en
cierto juicio W, y si el juicio W es idéntico al que obtuvo del juicio inicial
U, queda éste comprobado.
No es
difícil demostrar lo defectuoso de esos ejemplos de comprobación recomendados
por Schlick. No sirven para comprobar realmente la veracidad del juicio. En
efecto, supongamos que es necesario comprobar el juicio: “Todos los elementos
son conductores de la electricidad.” Por medio de la deducción obtenemos el
juicio “todos los metales son conductores de la electricidad”, y de este último,
el juicio “el cobre es conductor de la electricidad”, que puede comprobarse
experimentalmente. Ahora bien, de la veracidad de este último juicio no se
sigue con necesidad lógica la veracidad del primero.
El
semántico Tarski, en su trabajo “El concepto semántico de la verdad”, se
manifiesta de acuerdo con la comprensión tradicional de la verdad del juicio.
Repite constantemente que la verdad del juicio estriba en su acuerdo o
consonancia con la realidad. “La proposición «la nieve es blanca» es
verdadera cuando la nieve es blanca y solo cuando lo es.”18 Pero
esto no es más que una pura declaración. En realidad, Tarski desarrolla una
concepción eminentemente subjetivista de la verdad. Según Tarski, la verdad no
expresa la relación del juicio en lo tocante al objeto que refleja, sino que
expresa propiedades de determinadas expresiones (o sirve de carácter de una
clase de propiedades). Sitúa la verdad en dependencia del sistema de la lengua.
“El problema de la definición de la verdad adquiere significado exacto y
puede ser resuelto en la forma debida tan solo respecto a las lenguas que
poseen una estructura determinada con toda exactitud.”19 La
única lengua que posee un sistema definido es la lengua formal de los diferentes
sistemas de la lógica deductiva. Para esta lengua puede estructurarse una
concepción cómoda de la verdad que posea validez en dicho sistema. Tarski
declara que su concepción de la verdad se halla libre de todo ligamento
respecto a las teorías del conocimiento sin excepción. “Podemos seguir siendo
-escribe- lo que hayamos sido antes: realistas ingenuos, realistas críticos o
idealistas, empíricos o metafísicos. La concepción semántica es absolutamente
neutral hacia todas estas corrientes.”20 No es difícil darse cuenta
de que, en realidad, Tarski, al poner la verdad en dependencia del sistema de
la lengua, niega la veracidad objetiva del juicio, es decir, se sitúa en el
punto de vista de la teoría idealista del conocimiento.
Los
positivistas lógicos Neurath y Carnap han elaborado la teoría de la coherencia
en la comprensión de la veracidad de los juicios. Según su opinión, la ciencia
consta de juicios de un solo tipo cuyo criterio de veracidad estriba en la
congruencia del sistema. El juicio se comprueba por su correspondencia con
otros juicios sobre la base del criterio formal de la congruencia.
En lo
tocante a la extirpación del contenido objetivo del juicio, Carnap va más allá
de Schlick. “El desarrollo de la lógica durante el último decenio… -escribe- ha
revelado que solo puede aspirar a ser exacta si se ocupa no de juicios
(pensamientos o contenidos del pensamiento), sino de expresión de la lengua,
especialmente de proposiciones. Únicamente en lo que afecta a estas últimas es
posible establecer reglas precisas.”21 Según Carnap, el objeto del
análisis lógico estriba en traducir los juicios en proposiciones de sintaxis
pura o descriptiva. Para ello ha propuesto verter las proposiciones de un modo
material, en el que se resuelve el problema concerniente al origen de los
juicios, a un modo formal en el que la proposición posee el significado de una
denominación puramente sintáctica. La proposición “La luna es un cuerpo
celeste” en el modo formal del discurso, significará “la luna es una palabra
que designa a un cuerpo celeste”.
Carnap
diferencia la verdad fáctica que depende del carácter casual de los hechos, y
la verdad lógica que depende no de los hechos, sino de determinadas reglas
semánticas. “El sistema semántico -escribe Carnap- es un sistema de
reglas que formulan las condiciones de la veracidad de las oraciones de
una lengua objetiva cualquiera que sea, con lo que determinan el significado de
dichas proposiciones.”22 Las reglas determinan el significado y el
sentido de los juicios.
Carnap,
lo mismo que otros semánticos, se inclina por la concepción operativa de la
verdad. La verdad formal -la verdad como fundamento- no se halla ligada, de
ningún modo, con la observación ni con la experiencia. Se define por la
correspondencia de una afirmación respecto a otra afirmación cualquiera
mediante ciertas reglas, completamente independientes del mundo objetivo.
Según
Carnap, la verdad fáctica se determina por la correspondencia del juicio con
una experiencia o con una observación, cualquiera que sea. Ninguna demostración
formal nos permitirá averiguar que la hierba es verde. Necesitaremos
comprobarlo. Ahora bien, la experimentación inmediata no nos permite comprobar
todos los juicios. Ninguna experiencia directa, por ejemplo, puede atestiguar
que la tierra tiene forma esférica. Los juicios de este género se comprueban
mediante experimentos y observaciones indirectos. Esta es la razón de que,
según Carnap, haya que sustituir el concepto de comprobación por el de
confirmación, y ésta, a su vez, puede ser de distinto grado.
La verdad
del juicio, según los semánticos, consiste no en su correspondencia con el
mundo objetivo, sino con una experiencia nuestra, cualquiera que sea; consiste
en la posibilidad de confirmarlo por medio de la experiencia. Pero no puede
pretender a la objetividad. El semántico no recomienda decir “el lápiz es
amarillo”, pues tal afirmación coloca lo amarillo en el lápiz, o sea, este
juicio pretende ser objetivo. Hay que decir: “Lo que me produce tal impresión
que me lleva a decir “lápiz”, me produce tal impresión que me lleva a decir
“amarillo”. Con otras palabras: el juicio es un saber relativo, tan solo, a
nuestras sensaciones, y no al propio objeto.
A. I.
Ayer, en su libro Lenguaje, verdad y lógica, expone de manera
sistemática la teoría del positivismo lógico acerca de la esencia del juicio y
del criterio de la verdad del mismo. Como idealista subjetivo, A. I. Ayer no
reconoce la existencia de la realidad objetiva fuera e independientemente de
nuestra sensación. Declara absurdos todos los juicios que rebasan los límites
de la experiencia sensorial inmediata.
Como
todos los positivistas lógicos, divide las proposiciones en dos clases: 1)
lógicas y puramente matemáticas; 2) concernientes a la vida real empírica.
Las
proposiciones de la primera clase son necesarias, verdaderas, porque tienen un
carácter netamente analítico. No están sujetas a ninguna comprobación
experimental dado que nada afirman acerca del mundo empírico y solo afectan el
uso de los símbolos. Wittgenstein las ha llamado tautologías.
Entre los
juicios empíricos, destaca Ayer el puramente sensorial, entendido como juicio
que se refiere exclusivamente a lo dado sensorialmente en cualquier momento
particular, es decir, como juicio que describe la experiencia sensorial dada.
La verdad de tales juicios -denominados por Ayer fundamentales, por cuanto se
extienden a las situaciones a que se refieren directamente- puede establecerse
mediante la simple observación.
Ahora
bien, como quiera que tales juicios son poco significativos, dado que no existe
en ellos ninguna extrapolación de la experiencia inmediata, no son, en
realidad, juicios. En cambio, la verdad de otras categorías -superiores- de
juicios, se establece indirectamente, con ayuda de los juicios fundamentales.
Pero
teniendo en cuenta que los juicios de categoría superior no se infieren de
manera rigurosamente lógica de los juicios fundamentales, su veracidad siempre
es dudosa, y pueden ser refutados por observaciones subsiguientes.
“Ahora
-escribe Ayer- ha de resultar patente que no existen proposiciones empíricas
totalmente verdaderas. Solo son verdaderas las tautologías. Todas las
proposiciones empíricas en conjunto y cada una de ellas en particular son
hipótesis que pueden ser confirmadas o puestas en duda por la experiencia
sensorial real. Y las proposiciones en que registramos las observaciones que
comprueban dichas hipótesis, son, por sí mismas, hipótesis sujetas a
comprobación mediante la ulterior experiencia sensorial.”23
Como
quiera que semejante comprobación no tiene fin, cae Ayer en el callejón sin
salida del escepticismo de Hume.
Con
frecuencia los términos “verdad” y “afirmación”, “falsedad” y “negación”, se
emplean, en matemáticas, en un mismo sentido. La negación del juicio se toma
como negación de lo que ha sido considerado como verdad. Basándose en esto,
Ayer, lo mismo que otros semánticos, opina que, en general, en las
proposiciones del tipo “q es verdadero”, la palabra “verdadero” sobra.
Propone sustituir los conceptos de verdad o falsedad por los de afirmación o
negación. Cuando dicen -explica Ayer- que es verdad que “la reina Ana ha
muerto”, esto significa que ha muerto; pero cuando se dice que es falso que
“Oxford sea la capital de Inglaterra”, esto significa que “Oxford no es la
capital de Inglaterra”. “De esta suerte -concluye- decir que la oración es
verdadera, significa afirmarlo; decir que es falsa, significa afirmar lo
contrario. Ello indica que los términos «verdadero» y «falso» no significan
nada y que funcionan en la oración solo como signos de afirmación o negación.”24
Es bien
notoria la finalidad de los razonamientos del idealismo semántico: desechar,
como innecesarios, los conceptos de “verdadero” y “falso”, reducir a la nada la
diferencia entre la verdad y la falsedad. Lo cierto es que la verdad del juicio
no estriba en la afirmación o en la negación de los propios juicios, sino en su
correspondencia con la realidad objetiva. Las reglas de la comprobación y de la
demostración no crean la veracidad del juicio. Únicamente la atestiguan,
convencen a las personas para que acepten esos juicios como verdaderos. El
juicio “la Tierra gira alrededor del Sol” era también verdadero cuando la
ciencia no podía aún demostrarlo. La veracidad de este juicio consiste en que
refleja fielmente la realidad. La demostración es un medio para convencer de la
verdad, no para crearla.
La
demostración no puede modificar la verdad ni la falsedad del juicio. Un juicio
verdadero no puede convertirse en falso como resultado de la demostración, ni
el falso en verdadero. El juicio “en Marte hay vida” o es verdadero o es falso,
aunque la ciencia contemporánea aún no puede demostrar ni lo uno ni lo otro.
En el
proceso de la demostración, todos los juicios pueden ser considerados como
verdaderos. Así, por ejemplo, cuando se utiliza el método de reductio ad
absurdum el juicio inicial cuya falsedad se demuestra se toma por
verdadero. Pero del hecho de que se opere con él como si fuera verdadero no
adquiere, en realidad, esta condición.
Resolver
el problema de la verdad de un juicio significa aclarar la relación del mismo
con el objeto por él reflejado y no con el procedimiento de su comprobación o
demostración.
Naturalmente,
la verdad es un proceso espontáneo y también consciente de intelección del
objeto. La comprensión de la verdad del pensamiento depende de la demostración
y de la comprobación que contribuyen a desarrollar nuestro saber. En este
sentido, el problema de la verdad se resuelve a través de la demostración y de
la comprobación, y depende de ellas.
En la
veracidad de los juicios hay que distinguir dos facetas: 1) qué constituye la
veracidad del juicio, 2) cómo se averigua y se desarrolla. La verdad del juicio
determina su correspondencia con la realidad objetiva, y el nivel de nuestra
cognición del mundo objetivo depende del hacer práctico que sirve de base y de
criterio de la verdad. La confusión de estos dos aspectos de la veracidad, la
sustitución del primero por el segundo, lleva a la interpretación subjetivista
de la verdad.
El juicio
refleja al objeto, y el grado de intelección que aquél alcanza de éste depende
del hacer práctico. En este sentido, la veracidad del juicio se halla
condicionada por la práctica, fuente del desarrollo de la veracidad objetiva
del juicio.
Cuando se
habla de la veracidad del juicio, hay que entender la verdad no como algo
congelado, sino como un proceso de intelección del objeto, cada vez más hondo,
como una penetración en la esencia del objeto. Todo juicio es un pensamiento
solo relativamente acabado, que se desarrollará y puntualizará. La
contraposición de juicios verdaderos y juicios falsos es relativa.
La
dialéctica marxista considera que en nuestros conocimientos relativos al mundo
exterior hay un aspecto de aproximación, condicionado. Ahora bien, el
reconocimiento de la relatividad de nuestro saber no implica que se niegue su
objetividad ni su carácter absoluto. Nuestro saber es, a la vez, relativo y absoluto.
V. I. Lenin escribió: “Desde el punto de vista del materialismo contemporáneo,
o sea del marxismo, se hallan históricamente condicionados los límites
de aproximación de nuestros conocimientos a la verdad objetiva, absoluta; pero
es indiscutible la existencia de esta verdad, es indiscutible el hecho
de que nos acercamos a ella. Los contornos del cuadro se hallan históricamente
condicionados; pero es indudable que dicho cuadro refleja el modelo que existe
objetivamente. Se hallaban históricamente condicionados el qué, el cuándo y el
cómo avanzábamos en nuestra cognición de la esencia de las cosas antes de
descubrir la alizarina en el alquitrán de hulla o antes de descubrir los
electrones en el átomo; pero es indudable que cada uno de dichos descubrimientos
constituye un paso adelante del «conocimiento objetivo absoluto». En una
palabra: toda ideología se halla condicionada históricamente; pero es
indiscutible que a cada ideología científica (a diferencia, por ejemplo, de lo
que ocurre si es religiosa) corresponde una verdad objetiva, una naturaleza
absoluta.”25
Tienen
carácter de verdad relativa no solo el saber humano en general, sino, además,
los juicios tomados de por sí. La relatividad de nuestro saber estriba en que
junto a los juicios verdaderos figuran juicios falsos y juicios indemostrados,
y, además, en que un mismo juicio puede contener aspectos “verdaderos” y
“falsos”. Hay quien se inclina a declarar que un juicio como tal es falso si
contiene aunque solo sea un aspecto que no sea verdadero. Pero esto es erróneo,
pues en tal caso la esfera de los juicios verdaderos de la ciencia se reduciría
sensiblemente, aparte de que -y esto es más importante- es equivocado declarar
falso lo que es verdadero en lo fundamental aunque contenga cierto grado de error.
El
carácter relativo de la veracidad de los juicios se explica porque este mismo
carácter tiene el hacer práctico, que no permite averiguar de una vez, total y
plenamente, para todos los juicios, qué hay en ellos de verdad y qué es lo
falso que contienen.
El
desarrollo de los juicios de la ciencia a base del hacer práctico y en
consonancia con él consiste en enriquecerlos con nuevos contenidos, en
puntualizarlos. El resultado es que cada vez son menos los aspectos ilusorios
que contienen. Esta es la razón de que juicios que se encuentran en diferentes
estadios de conocimiento sean verdaderos en distinto grado.
Los
semánticos hablan asimismo de la distinta veracidad de los juicios; pero
entienden esa diferencia de manera operacional, o sea como diferencia en el
procedimiento de comprobación de los juicios. Hayakawa, por ejemplo, distingue
por lo menos cuatro sentidos en la “veracidad del juicio”. Así, es posible
convencerse de que el juicio “algunas setas son venenosas” es verdadero, por
medio del experimento directo. El juicio “Sally es la mejor muchacha del mundo”
será verdadero cuando todas las demás personas sientan hacia ella lo mismo que
yo. Y como quiera que esto es muy poco probable, no es posible hablar de la
veracidad de juicio semejante. La tercera forma de veracidad, según Hayakawa,
es la directriz. El juicio “todos los hombres nacen iguales” es verdadero en el
sentido de que expresa una directriz a la que todos han de subordinarse. Por
fin, el cuarto sentido de la veracidad del juicio estriba en la coordinación de
un juicio con otros, o sea en lo que se denomina corrección.
En
realidad, entre la veracidad de los distintos juicios existe una diferencia
solo en el sentido de que éstos reflejan el objeto con distinto grado de
exactitud, y su veracidad o falsedad se halla averiguada en distinto grado. La
verdad es un proceso. Los distintos juicios constituyen diversos eslabones del
proceso indicado. No hay duda de que existen diferencias en las formas de
averiguar el carácter verdadero de los juicios. Pero el procedimiento especial
para demostrar la veracidad del juicio tiene por objeto inquirir la correspondencia
del juicio en lo tocante al objeto.
Es
corriente hablar, en lógica, no solo de la veracidad del pensamiento, sino,
además, de su corrección. A menudo la corrección se contrapone a la veracidad y
se separa de ella. Por ejemplo, la veracidad de los juicios se contrapone a la
corrección de las conjeturas, de las interrogaciones, etc. Los juicios son
verdaderos o falsos. Las conjeturas y las interrogaciones solo son correctas o
incorrectas.
No es
justo, empero, separar de la veracidad la corrección, y contraponerla a la
misma. La corrección es una fase, una forma concreta de la veracidad. La
corrección de las conjeturas, de las interrogaciones, posee un carácter
objetivo, y designa también, en última instancia, correspondencia con la
realidad material. No existe ningún dualismo entre la veracidad y la
corrección. Hay que entender la primera con amplio criterio, como fiel reflejo
de la realidad.
Se ha
contrapuesto la corrección a la veracidad por entender metafísicamente la
verdad, por considerarla no como un proceso de intelección de la realidad, sino
como cierto estado absoluto, inherente solo a las formas del pensamiento en que
se da una afirmación o una negación inmediata, netamente expresada. Pero la
veracidad es fruto de la correspondencia del pensamiento con la realidad, no de
la nítida expresión de la afirmación o la negación. Ahora bien, el pensamiento
puede reflejar fielmente la realidad incluso cuando no existe una afirmación o
una negación clara e inmediata de la realidad. La sustitución de la veracidad
por la afirmación o la negación lleva, como hemos visto, a entender la verdad
de manera subjetivo-idealista.
La
corrección de las conjeturas, interrogaciones, etc., ha de diferenciarse no de
la veracidad en general, sino como una forma de veracidad respecto a otras
formas de la misma. Solo en este caso, a nuestro parecer, cabe emplear en
lógica el concepto de “corrección”.
El
proceso por medio del cual se averigua la veracidad del juicio es complejo. El
criterio de la verdad es la práctica, que se presenta en formas distintas. Pero
el hacer práctico de cierto período no siempre puede demostrar la veracidad o
la falsedad de los juicios que se formulan en la ciencia. Únicamente en su
desarrollo el hacer práctico puede comprobar la veracidad o la falsedad de los
juicios de la ciencia.
La
confirmación práctica de la veracidad no acaba, como suponen los positivistas
de hoy, con la comprobación directa experimental de los juicios que registran
hechos aislados. Todos los juicios, tanto singulares como universales, se
hallan sujetos a la comprobación práctica. La práctica puede confirmar un
juicio universal, pues el hacer práctico histórico-social tiene la cualidad de
la universalidad.
Las
formas de comprobación práctica del juicio son variadas, y la veracidad de ésos
se averigua a base de distintos procedimientos en las diferentes ciencias.
Una de
las formas existentes para averiguar la veracidad de un juicio estriba en la
inferencia del mismo, partiendo de otros juicios, en virtud de las leyes de la
lógica. Pero también en este caso el criterio de la verdad radica en la
práctica gracias a la cual se ha comprobado la veracidad objetiva tanto de las
leyes y reglas de la inferencia como de los juicios que sirven de base para
inferir el nuevo juicio.
______________
(*) En Pensamiento y lenguaje, La naturaleza
del juicio y sus formas de expresión en el lenguaje. Editorial Juan
Grijalbo, México, 1966.
(1) En el libro de A. S. Ajmánov La teoría lógica
de Aristóteles se hace un análisis circunstanciado de la esencia de la
teoría de este último acerca del juicio. Publicaciones científicas del
Instituto Pedagógico de Moscú, cátedra de filosofía, t. XXIV, cuaderno 2,
Moscú, 1953.
(2) Así, uno de los representantes de la contemporánea
lógica de las relaciones, C. Serrus, tratando de la concepción aristotélica del
juicio, escribe: “Hay que indicar que (iparkei) significa siempre
en Aristóteles lo que existe en cierta naturaleza y que, expresado en la
enunciación, se refiere a otro sujeto.
Realmente,
el discurso apofántico o juicio representa una relación entre la sustancia y
los accidentes. Su ulterior desarrollo en silogismo es fruto de una necesidad
interior. El juicio contiene, realmente, luz y es fuente de luz en las mentes,
puesto que fundamenta la veracidad de la conclusión. De ahí esta férrea
trabazón del pensamiento, empapada por entero de la primera filosofía: el
término medio es la causa de la conclusión, al mismo tiempo formal y eficiente
(la naturaleza humana de Sócrates es la causa verdadera de su carácter
mortal)”. (C. Serrus, Investigación acerca del significado de la lógica,
Editorial de Literatura extranjera, Moscú, 1948, pág. 56.)
(3) I. M. Séchenov, Selección de obras filosóficas
y psicológicas, Editorial del Estado de Literatura Política, 1947, pág.
376.
(4) P. Natorp, Propedéutica filosófica, Moscú,
1911, pág. 23.
(5) E. Husserl, Investigaciones lógicas, parte
I, San Petersburgo, 1909, pág. 110.
(6) P. V. Tavants, El juicio y sus clases, Ed. de
la Academia de Ciencias de la U.R.S.S., 1953, pág. 32.
(7) V. I. Lenin, Cuadernos filosóficos. Editorial del
estado de Literatura Política, 1947, pág. 175.
(8) “Haciendo radicalmente caso omiso del sujeto del
juicio -escribe-, cosa que no pudo realizar el positivismo, puede (la lógica de
las relaciones. - P. K.) admitir a la vez sujetos relativos y sujetos
sustanciales, es decir, sujetos obtenidos de un conjunto de relaciones ya
conocidas, y objetos más o menos informes sacados de la percepción. Lo que esta
lógica rechaza es la relación imaginaria señalada por medio de la cópula.
Incluso cuando existe la posibilidad de establecer una relación de género y
especie, la lógica de las relaciones la rechaza del sujeto, tal como lo hizo
Comte.” O también: “Su forma natural (del juicio. – P. K.) es la oración
impersonal, forma, claro es, más expresiva y más primitiva que el esquema
aristotélico S. es P. Y como quiera que la oración impersonal es un
predicado, esta circunstancia ya nos demuestra que es predicado es suficiente
para que haya frase” (C. Serrus, Investigación acerca del significado de la
lógica, pág. 167, 156).
(9) P. S. Popov, “El juicio y su estructura”, Publicaciones
filosóficas, t VI, Ed. de la Academia de Ciencias de la U.R.S.S., Moscú, 1953.
(10) Hegel, Obras, t.
VI, Editorial del Estado de la Literatura Sociológica y Económica, 1939, pág.
58.
(11) Hegel, Obras, t.
VI, pág. 65.
(12) Hegel, Obras, t. VI, pág. 61.
(13) F. Engels, Dialéctica de la naturaleza,
Editorial del Estado de Literatura Política, 1955, pág. 169.
(14) B. Erdmann, Logik, Halle, 1907.
(15) S. I. Hayakawa, Languaje in Thought and Action,
Nueva York, 1949, página 240.
(16) L. Wittgenstein, Tratactus
Lógico-Philosophicus, Londres, 1955, pág. 63.
(17) M. Schlick, Allgemeine Erkenntnislehre, 2ª
Ed. Berlín, 1925, pág. 57.
(18) A. Tarski, “The Semantic Conception of Truth”, Semantics
and the Philosophy of Language, Urbana, 1952, pág. 15.
(19) Ibídem, pág. 19.
(20) Ibídem, pág. 34.
(21) R. Carnap, Logische Syntax der Sprache,
Viena, 1934, pág. 1.
(22) R. Carnap, Introduction to Semantics, t.
I, Cambridge-Massachusetts, 1946, pág. 22.
(23) A. I. Ayer, Language, Truth and Logic, Londres,
1936, págs. 131-132.
(24) Ibídem, pág. 122.
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