viernes, 1 de abril de 2022

Lógica Dialéctica

Dialéctica del Concepto

Mitrofan N. Alexeiev

La extensión y el contenido como reflejo de la contradicción objetiva en el concepto

EN EL PARÁGRAFO ANTERIOR se estableció la naturaleza doble del concepto, que encierra la extensión y el contenido. Así aparece el conceto en su manifestación, en su modo exterior de existencia. Ahora debemos introducirnos en la naturaleza interna de esta dualidad, mostrando qué se oculta detrás de ella y cuáles son los factores objetivos que la determinan.

        En la extensión del concepto se reflejan los diversos objetos; en el contenido los caracteres esenciales y necesarios. La extensión indica de qué elementos está compuesta la clase; el contenido, cuáles son los rasgos que la caracterizan. Pero señalar los elementos de qué están compuesta la clase significa, en esencia, fijar su unicidad, su irrepetibilidad. Al decir, por ejemplo, que en la clase de las ciencias entran la matemática, la física, la química, etc., por el solo hecho de enumerar destacamos la particularidad de la matemática, la física, la química (aunque no las revelamos en su totalidad), partiendo de que cada una de ellas es individual. Por otra parte, reflejar los caracteres esenciales y necesarios en el concepto significa fijar las propiedades comunes a todos los objetos, sin las cueles éstos, en rigor, no existen, y que los unifican en un todo indivisible. Al determinar el concepto “ciencia” por los caracteres esenciales y necesarios, tales como el de ser forma de la conciencia social, el de guardar estrecha relación con la práctica etc., indicamos los rasgos generales inherentes a la matemática, la física, la química y otras ciencias.

        Por consiguiente, en la extensión del concepto se revelan las propiedades singulares de los objetos, y en el contenido, las generales. Esto exige una explicación de lo singular y lo universal, así como de la relación que existe entre ellos.

        Se llama universal lo que es inherente, no a un objeto cualquiera, sino a todos los objetos de la clase dada. Así, por ejemplo, lo universal para Moscú, Leningrado, Kíev, Vorónezh, es que todas ellas son ciudades; para China, EE.UU., Francia, la República Popular de Mongolia, que son Estados; para el tilo, el arce, el abedul, el roble, son los caracteres del árbol, etc. Análoga interpretación de los universal es la de Aristóteles, quien afirma: “Llamo ‘universal’ a lo que es inherente a todos y [es] por sí mismo, y en tanto que es lo que es”1. Nótese que Aristóteles toma las dos últimas expresiones, según él mismo subraya, como idénticas.

        Lo singular, o individual, por el contrario, es lo inherente, no a todos o a algunos objetos de la clase dada, sino solo a uno de ellos. Así, la URSS es algo singular porque no hay otro Estado igual en el mundo. La tierra también es singular, porque en nuestro sistema solar es única en su género, en su particularidad. Aristóteles define lo singular diciendo que “hay entre las cosas algunas que no pueden ser jamás atribuidas a otras con verdad de una manera universal; por ejemplo, Cleón, Callias y todo lo que es individual y perceptible por los sentidos. A éstas, por el contrario, pueden atribuirse las demás cosas…”2

        La categoría de lo singular y lo universal pueden hallarse en cada cosa por separado, en todo fenómeno u objeto. Cada objeto por sí es único, concreto, tiene un infinito número de caracteres que son solo suyos y de ningún otro. El conjunto de estas propiedades o caracteres distingue al objeto dado de cualquier otro, lo determina en forma específica. Así, la estructura económico-social capitalista tiene las siguientes propiedades singulares: se origina en el feudalismo y precede de modo inmediato al socialismo, encierra la contradicción entre el carácter social del trabajo y la forma capitalista privada de apropiación, la fuerza de trabajo se transforma en mercancía, y por lo mismo sirve de objeto de venta, etc. Estos caracteres, en su conjunto, no existen ni pueden existir en otra formación social. En este sentido la formación capitalista es única.

        Pero al mismo cada objeto o fenómeno tienen caracteres y rasgos comunes a todos los demás objetos y fenómenos. El capitalismo, por ejemplo, como estructura económico-social antagónica, no se diferencia en absoluto de las demás formaciones antagónicas. Lo mismo que la esclavitud y el feudalismo, se funda en la explotación del hombre por el hombre; su remplazo por otra formación superior se efectúa por vía revolucionaria; su historia, como la de la esclavitud y el feudalismo, es la historia de la ininterrumpida lucha de clases, etc. Dichos caracteres son propios, no solo del capitalismo, sino también de todas las demás formaciones de clases. Por eso no son singulares, sino generales.

        Vemos que el capitalismo tiene al mismo tiempo caracteres singulares, inherentes solo a él, y otros universales, comunes a todas las formaciones sociales antagónicas.

        Se puede aportar un infinito número de ejemplos que confirman la tesis sobre la existencia de caracteres singulares y universales en los objetos. Sin embargo, lo esencial no está en los ejemplos, sino en lay que los comprende. Ésta puede formularse de la siguiente manera: todos los objetos, fenómenos o procesos aislados son al mismo tiempo singulares y universales. No existe lo singular sin lo universal, ni lo universal sin lo singular. Estos caracteres opuestos ponen de manifiesto la naturaleza dialéctica de cada objeto, por simple o complejo que sea.

        La dialéctica de dichos caracteres consiste en que al mismo tiempo que son opuestos y se niegan entre sí, cada uno presupone al otro, forman una unidad. Lo singular se opone a lo universal, puesto que solo es inherente a un objeto, y no a todos. Lo universal es opuesto a lo singular, porque es propio de todos los objetos, y no de uno solo.

        La unidad de ambos se manifiesta en que son inseparables, y que en determinadas condiciones cada uno de ellos puede convertirse en el otro. En el ejemplo mencionado, “capitalismo” es lo singular; “formación económico-social antagónica” es lo universal. Pero, si tomamos otro nexo, “capitalismo inglés” y simplemente “capitalismo”, aquí lo singular será ya “capitalismo inglés”, porque es lo que fija los caracteres irrepetibles, mientras que lo universal es lo que en el primer caso fue singular, o sea “capitalismo”.

        Las mencionadas propiedades dialécticas de las cosas, sus caracteres singulares y universales, encuentran su expresión en los dos aspectos del concepto que se llaman extensión y contenido. La extensión indica los caracteres individuales e irrepetibles de las cosas; el contenido, los caracteres universales, que se repiten. Tal es la esencia de la extensión y el contenido de los conceptos.

        Los aspectos opuestos del concepto -extensión y contenido- que antes parecían puramente lógicos, relacionados tan solo con el objeto y la nota, aparecen ahora como manifestación, como reflejo de los caracteres singulares y universales de la realidad objetiva. En la extensión y el contenido se revela, por lo tanto, la aptitud de los conceptos para fijar los caracteres singulares y universales. Es cierto que con ello la esencia de la extensión y el contenido no se agota por completo. Hay en ella otros momentos que también deben ser analizados.

        Como se indicó, lo singular es lo inherente solo a un objeto; lo universal, lo que es propio de muchos, en rigor, de todos los objetos. Así definimos las categorías de lo singular y lo universal, poniendo en claro la naturaleza de la extensión y el contenido de los conceptos. Pero los conceptos “uno” y “todos”, que expresan lo singular y lo universal; son características puramente cuantitativas de los objetos, detrás de las cuales se ocultan las cualitativas. Cuando decimos “uno”, “muchos”, “todos”, “algunos”, indicamos las propiedades externas, puramente cuantitativas de las cosas, y no tocamos en absoluto sus cualidades. Las cosas, sin embargo, son una unidad de la cantidad y la cualidad. Es necesario determinar entonces con qué característica cualitativa se vincula esta característica cuantitativa de las cosas.

        Al indicar que lo singular es inherente solo a un objeto, y no a muchos, fijamos sus caracteres específicos, subrayamos la diferencia que existe entre éste y los otros. Al señalar que lo universal es inherente a todos los objetos, y no a uno solo, destacamos, por el contrario, que los mismos tienen algo semejante, uniforme o idéntico. Analicemos este punto mediante un ejemplo concreto. Cuando se afirma que en la clase de las ciencias figuran la física, la química, la biología, se hace patente la particularidad, la diferencia con las que está relacionada esta clase. Porque al decir ciencia física se separan los caracteres específicos de esta ciencia, se parte de la noción de que cada ciencia es distinta de otra. En cambio, al indicar los caracteres universales de las ciencias, se fija su identidad, algo uniforme, que se repite. Al distinguir caracteres tales como forma de la conciencia social, vínculo estrecho con la práctica, señalamos propiedades idénticas para todas las ciencias. Por el carácter universal de las ciencias no se puede juzgar sus rasgos específicos, de igual modo que al apoyarse en los caracteres singulares no se puede decir nada sobre su identidad. Es cierto que lo análogo, y lo idéntico que se expresa en ello, son algo concreto y reiteradamente desmembrado, por lo cual tampoco le es extraña la diferencia. Sin embargo, este ya es otro problema, referido a la composición de lo universal, lo idéntico, que ahora no nos ocupa y que será examinado al final.

        Así, las propiedades singulares de las cosas expresan su diferencia; las universales, su identidad. Esta es una nueva relación, más profunda que la existente entre lo singular y lo universal. Si la relación “singular-universal” alude al aspecto cuantitativo del objeto (un objeto o todos los objetos), la relación “diferencia-identidad” se refiere ya a la cualidad de los mismos. Se puede hablar de identidad y diferencia, independientemente de la cantidad de objetos; dichos caracteres existen, tanto en un objeto aislado como en una clase de ellos.

        Para revelar en lo singular y universal (y con ello en la extensión y contenido) las diferencias e identidades, debemos analizar de modo algo más detallado estas nuevas categorías dialécticas.

        La diferencia y la identidad, a semejanza de lo singular y lo universal, son categorías universales del ser. Tienen vigencia en amplios dominios, y abarcan los fenómenos de la naturaleza y la sociedad, como también el pensamiento. La diferencia y la identidad pueden encontrarse, tanto en las cosas materiales (la naturaleza orgánica e inorgánica) como en el reflejo de éstas en nuestra conciencia. No hay nada en el cielo ni en la tierra que no encierre la diferencia y la identidad.

        Sin embargo, lo dicho es válido para la diferencia e identidad concretas, y no con respecto a la diferencia.

        El hecho es que se puede hablar de la diferencia e identidad, tanto en sentido abstracto, absoluto, como en sentido concreto, relativo. La diferencia e identidad abstractas se toman aisladamente: la diferencia en sí, la identidad en sí. Ambas están separadas entre sí por un abismo insalvable. No se puede hacer coincidir, se encuentran en absoluta oposición. Es desde todo punto de vista evidente que tal diferencia e identidad abstractas no existen en la naturaleza. En el mundo real toda identidad existe junto con la diferencia, porque cada cosa es a la vez igual a sí misma (así como a otras cosas), idéntica, y no igual a sí misma (y a otras cosas), no idéntica, distinta. Veamos un ejemplo. El lirio es, por cierto, el lirio, y no la rosa, la amapola, etc. Pero al mismo tiempo no es simplemente el lirio, porque también es flor, planta, organismo vivo. Como lirio es idéntico a sí mismo; como planta, es distinto de sí. Por consiguiente, en la misma flor, el lirio, hay tanto identidad, igualdad consigo misma, como no identidad, desigualdad consigo misma. Y así ocurre con cualquier objeto, sea cual fuere el campo de la realidad al que pertenezca.

        Todas las cosas que existen de modo objetivo son a la par idénticas a sí mismas y distintas de sí. En ellas la identidad y la diferencia son inseparables. La identidad implica de por sí la no identidad, la distinción de sí, y esta última entraña, por el contrario, la identidad consigo misma.

        La dialéctica de la identidad y la diferencia consiste en que siendo opuestas, están al mismo tiempo inseparablemente unidas.

        La identidad expresa algo análogo, uniforme, estable. La diferencia, por el contrario, manifiesta algo no uniforme, disímil, inestable. Si el carácter es idéntico, no es diferente, y, por el contrario, si es diferente, no es idéntico. Por lo tanto, la identidad niega la diferencia, y la diferencia, por su parte, niega la identidad. Esta es precisamente la oposición que existe entre identidad y diferencia.

        En grado no menor, también salta a la vista su unidad. La diferencia es el complemento imprescindible de la identidad y ésta de aquélla; cada uno condiciona la existencia del otro. La identidad es siempre identidad tan solo respecto a la diferencia, sobre el fondo de la misma. La diferencia existe en las cosas que en algún sentido son idénticas, y la identidad en las cosas que en determinada forma están diferenciadas. De este modo, no habría identidad sin diferencia, y viceversa. La unidad de ambas es tan estrecha y orgánica, que se trasforma por sí misma en una identidad, que tiene lugar en la trasformación (en condiciones determinadas para cada caso) de la diferencia en identidad y de ésta en aquélla. Veamos un ejemplo. Lo que diferencia la física de la biología no es solo el análisis de los diversos estados de los cuerpos (líquido, sólido, gaseoso), sino el estudio, por parte de la segunda, de los organismos vivos. Por el contrario, hay una unidad entre ellas en cuanto ambas son ciencias naturales. Pero comparemos ahora la física con algunas de las ciencias humanas, como por ejemplo la historia. El carácter que primeramente fue idéntico (ciencia natural) se tornará ahora diferente, pues diferencia, separa la física de otra ciencia (historia). Por consiguiente, el mismo carácter (ciencia natural) idéntico en un aspecto se trasforma al cambiar éste, en un carácter diverso. Esto indica la naturaleza dialéctica de la diferencia y la identidad. Resulta evidente, así, el profundo error de los metafísicos, al suponer que la identidad y la diferencia son opuestos inconciliables. Estos son, en rigor, polos unilaterales que representan algo verdadero solo en su acción recíproca y en la transición de uno a otro, en la inclusión de la diferencia en la identidad, y de ésta en aquélla.

        La diferencia y la identidad existentes en cada cosa, la dialéctica de su transformación mutua, se expresan (como lo singular con lo universal) en los dos aspectos opuestos del concepto: la diferencia en la extensión; la identidad, en el contenido. La extensión fija la diferencia entre los objetos, porque indica los ejemplares de que se compone la clase; el contenido refleja la identidad, porque relaciona dichos ejemplares con caracteres uniformes. Pero, a diferencia de las categorías de lo singular y lo universal, la identidad y la diferencia son relaciones más profundas de la realidad, y no se refieren necesariamente a las características cuantitativas de los objetos.

        Vemos así que en los aspectos opuestos del concepto -extensión y contenido- se reflejan, no solo el objeto y la nota, sino también lo singular y lo universal, la diferencia y la identidad. En la extensión se refleja lo singular, la diferencia en el contenido, lo universal, la identidad. Esto pone de manifiesto la naturaleza dialéctica del concepto, al mismo tiempo que no permite ya considerarlo tan solo como un conjunto de notas generales e idénticas, pues, como se advierte, junto con lo general e idéntico también existen en él lo singular, lo diferente.

        Formularemos algunas conclusiones.

        Al comienzo de nuestra investigación, el concepto apareció ante nosotros como una unidad de extensión y contenido. Por lo demás, la extensión surgió como reflejo del conjunto de objetos; el contenido, como reflejo del conjunto de caracteres. Extensión y contenido expresaban aspectos opuestos del concepto, que se complementaban entre sí.

        Luego dedujimos que estos aspectos opuestos del concepto no expresan más que la contradicción de las cosas: en la extensión se fijan las propiedades singulares de las mismas, y en el contenido, las propiedades generales. Lo singular y lo general forman la base interna de la extensión y el contenido del concepto.

        Sin embargo, detrás de las propiedades singulares y generales, relacionadas con las características puramente cuantitativas de los objetos, hay propiedades aun más profundas: la diferencia y la identidad. En la base de las notas singulares está la diferencia; en la de las generales, la identidad, puesto que la singularidad indica los caracteres específicos de los objetos, mientras que la universalidad muestra su semejanza.

        Por consiguiente, respecto del concepto tenemos todo un sistema de contradicciones, cada una de las cuales es una profundización y desarrollo de la contradicción precedente. La contradicción “singular-universal” es un desarrollo de la contradicción “extensión-contenido” (u “objeto-nota”), mientras que la contradicción “diferencia-identidad” es el desarrollo de la contradicción “singular-universal”. La gran importancia cognoscitiva del concepto se explica justamente porque refleja en las cosas la singularidad y la universalidad, la identidad y la diferencia, etc. Si no fuera así, el concepto desempeñaría un papel de segundo orden en el conocimiento.

        Pasaremos a examinar ahora la forma misma del contenido del concepto, o sea, los caracteres esenciales y necesarios que se reflejan en él. Nos detendremos en este aspecto del concepto (y no en la extensión), por causas que no son en modo alguno casuales: en el sistema contradictorio del concepto, el contenido desempeña un papel principal, decisivo. Es más movible y variable, en él se fijan antes los resultados del conocimiento. Por lo demás, en virtud de estar orgánicamente relacionado con la extensión, las formas principales del contenido, que se establecen más adelante, también son aplicables, mutatis mutandis, a la extensión. Los momentos fundamentales del contenido del concepto (singularidad, particularidad, universalidad) lo son al mismo tiempo de la extensión.

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(*) En Mitrofan N. Alexeiev. Dialéctica de las formas del pensamiento. Capítulo I: Dialéctica del concepto. Editorial Platina, Buenos Aires, 1964.

(1) Aristóteles, Analíticos, ed. rusa, pág. 189.

(2) Aristóteles, Lógica, t. II, ed. cit., pág. 132.


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