Dialéctica del Concepto
Mitrofan N. Alexeiev
La extensión y el contenido como reflejo de la
contradicción objetiva en el concepto
EN EL PARÁGRAFO ANTERIOR se estableció la naturaleza
doble del concepto, que encierra la extensión y el contenido. Así aparece el
conceto en su manifestación, en su modo exterior de existencia. Ahora debemos
introducirnos en la naturaleza interna de esta dualidad, mostrando qué se
oculta detrás de ella y cuáles son los factores objetivos que la determinan.
En la
extensión del concepto se reflejan los diversos objetos; en el contenido los
caracteres esenciales y necesarios. La extensión indica de qué elementos está
compuesta la clase; el contenido, cuáles son los rasgos que la caracterizan.
Pero señalar los elementos de qué están compuesta la clase significa, en
esencia, fijar su unicidad, su irrepetibilidad. Al decir, por ejemplo, que en
la clase de las ciencias entran la matemática, la física, la química, etc., por
el solo hecho de enumerar destacamos la particularidad de la matemática, la
física, la química (aunque no las revelamos en su totalidad), partiendo de que
cada una de ellas es individual. Por otra parte, reflejar los caracteres
esenciales y necesarios en el concepto significa fijar las propiedades comunes
a todos los objetos, sin las cueles éstos, en rigor, no existen, y que los
unifican en un todo indivisible. Al determinar el concepto “ciencia” por los
caracteres esenciales y necesarios, tales como el de ser forma de la conciencia
social, el de guardar estrecha relación con la práctica etc., indicamos los
rasgos generales inherentes a la matemática, la física, la química y otras
ciencias.
Por
consiguiente, en la extensión del concepto se revelan las propiedades
singulares de los objetos, y en el contenido, las generales. Esto exige una
explicación de lo singular y lo universal, así como de la relación que existe
entre ellos.
Se llama
universal lo que es inherente, no a un objeto cualquiera, sino a todos los
objetos de la clase dada. Así, por ejemplo, lo universal para Moscú,
Leningrado, Kíev, Vorónezh, es que todas ellas son ciudades; para China,
EE.UU., Francia, la República Popular de Mongolia, que son Estados; para el
tilo, el arce, el abedul, el roble, son los caracteres del árbol, etc. Análoga
interpretación de los universal es la de Aristóteles, quien afirma: “Llamo
‘universal’ a lo que es inherente a todos y [es] por sí mismo, y en tanto que
es lo que es”1. Nótese que Aristóteles toma las dos últimas
expresiones, según él mismo subraya, como idénticas.
Lo
singular, o individual, por el contrario, es lo inherente, no a todos o a
algunos objetos de la clase dada, sino solo a uno de ellos. Así, la URSS es
algo singular porque no hay otro Estado igual en el mundo. La tierra también es
singular, porque en nuestro sistema solar es única en su género, en su
particularidad. Aristóteles define lo singular diciendo que “hay entre las
cosas algunas que no pueden ser jamás atribuidas a otras con verdad de una
manera universal; por ejemplo, Cleón, Callias y todo lo que es individual y
perceptible por los sentidos. A éstas, por el contrario, pueden atribuirse las
demás cosas…”2
La
categoría de lo singular y lo universal pueden hallarse en cada cosa por
separado, en todo fenómeno u objeto. Cada objeto por sí es único, concreto,
tiene un infinito número de caracteres que son solo suyos y de ningún otro. El
conjunto de estas propiedades o caracteres distingue al objeto dado de
cualquier otro, lo determina en forma específica. Así, la estructura
económico-social capitalista tiene las siguientes propiedades singulares: se
origina en el feudalismo y precede de modo inmediato al socialismo, encierra la
contradicción entre el carácter social del trabajo y la forma capitalista
privada de apropiación, la fuerza de trabajo se transforma en mercancía, y por
lo mismo sirve de objeto de venta, etc. Estos caracteres, en su conjunto, no
existen ni pueden existir en otra formación social. En este sentido la
formación capitalista es única.
Pero al
mismo cada objeto o fenómeno tienen caracteres y rasgos comunes a todos los
demás objetos y fenómenos. El capitalismo, por ejemplo, como estructura
económico-social antagónica, no se diferencia en absoluto de las demás
formaciones antagónicas. Lo mismo que la esclavitud y el feudalismo, se funda
en la explotación del hombre por el hombre; su remplazo por otra formación
superior se efectúa por vía revolucionaria; su historia, como la de la
esclavitud y el feudalismo, es la historia de la ininterrumpida lucha de
clases, etc. Dichos caracteres son propios, no solo del capitalismo, sino
también de todas las demás formaciones de clases. Por eso no son singulares,
sino generales.
Vemos que
el capitalismo tiene al mismo tiempo caracteres singulares, inherentes solo a
él, y otros universales, comunes a todas las formaciones sociales antagónicas.
Se puede
aportar un infinito número de ejemplos que confirman la tesis sobre la
existencia de caracteres singulares y universales en los objetos. Sin embargo,
lo esencial no está en los ejemplos, sino en lay que los comprende. Ésta puede
formularse de la siguiente manera: todos los objetos, fenómenos o procesos
aislados son al mismo tiempo singulares y universales. No existe lo singular
sin lo universal, ni lo universal sin lo singular. Estos caracteres opuestos
ponen de manifiesto la naturaleza dialéctica de cada objeto, por simple o
complejo que sea.
La
dialéctica de dichos caracteres consiste en que al mismo tiempo que son
opuestos y se niegan entre sí, cada uno presupone al otro, forman una unidad.
Lo singular se opone a lo universal, puesto que solo es inherente a un objeto,
y no a todos. Lo universal es opuesto a lo singular, porque es propio de todos
los objetos, y no de uno solo.
La unidad
de ambos se manifiesta en que son inseparables, y que en determinadas
condiciones cada uno de ellos puede convertirse en el otro. En el ejemplo
mencionado, “capitalismo” es lo singular; “formación económico-social
antagónica” es lo universal. Pero, si tomamos otro nexo, “capitalismo inglés” y
simplemente “capitalismo”, aquí lo singular será ya “capitalismo inglés”,
porque es lo que fija los caracteres irrepetibles, mientras que lo universal es
lo que en el primer caso fue singular, o sea “capitalismo”.
Las
mencionadas propiedades dialécticas de las cosas, sus caracteres singulares y
universales, encuentran su expresión en los dos aspectos del concepto que se
llaman extensión y contenido. La extensión indica los caracteres individuales e
irrepetibles de las cosas; el contenido, los caracteres universales, que se
repiten. Tal es la esencia de la extensión y el contenido de los conceptos.
Los
aspectos opuestos del concepto -extensión y contenido- que antes parecían
puramente lógicos, relacionados tan solo con el objeto y la nota, aparecen
ahora como manifestación, como reflejo de los caracteres singulares y
universales de la realidad objetiva. En la extensión y el contenido se revela,
por lo tanto, la aptitud de los conceptos para fijar los caracteres singulares
y universales. Es cierto que con ello la esencia de la extensión y el contenido
no se agota por completo. Hay en ella otros momentos que también deben ser
analizados.
Como se
indicó, lo singular es lo inherente solo a un objeto; lo universal, lo que es
propio de muchos, en rigor, de todos los objetos. Así definimos las categorías
de lo singular y lo universal, poniendo en claro la naturaleza de la extensión
y el contenido de los conceptos. Pero los conceptos “uno” y “todos”, que
expresan lo singular y lo universal; son características puramente cuantitativas
de los objetos, detrás de las cuales se ocultan las cualitativas. Cuando
decimos “uno”, “muchos”, “todos”, “algunos”, indicamos las propiedades
externas, puramente cuantitativas de las cosas, y no tocamos en absoluto sus
cualidades. Las cosas, sin embargo, son una unidad de la cantidad y la
cualidad. Es necesario determinar entonces con qué característica cualitativa
se vincula esta característica cuantitativa de las cosas.
Al
indicar que lo singular es inherente solo a un objeto, y no a muchos, fijamos
sus caracteres específicos, subrayamos la diferencia que existe entre éste y
los otros. Al señalar que lo universal es inherente a todos los objetos, y no a
uno solo, destacamos, por el contrario, que los mismos tienen algo semejante,
uniforme o idéntico. Analicemos este punto mediante un ejemplo concreto. Cuando
se afirma que en la clase de las ciencias figuran la física, la química, la biología,
se hace patente la particularidad, la diferencia con las que está relacionada
esta clase. Porque al decir ciencia física se separan los caracteres
específicos de esta ciencia, se parte de la noción de que cada ciencia es
distinta de otra. En cambio, al indicar los caracteres universales de las
ciencias, se fija su identidad, algo uniforme, que se repite. Al distinguir
caracteres tales como forma de la conciencia social, vínculo estrecho con la
práctica, señalamos propiedades idénticas para todas las ciencias. Por el
carácter universal de las ciencias no se puede juzgar sus rasgos específicos,
de igual modo que al apoyarse en los caracteres singulares no se puede decir
nada sobre su identidad. Es cierto que lo análogo, y lo idéntico que se expresa
en ello, son algo concreto y reiteradamente desmembrado, por lo cual tampoco le
es extraña la diferencia. Sin embargo, este ya es otro problema, referido a la
composición de lo universal, lo idéntico, que ahora no nos ocupa y que será
examinado al final.
Así, las
propiedades singulares de las cosas expresan su diferencia; las universales, su
identidad. Esta es una nueva relación, más profunda que la existente entre lo
singular y lo universal. Si la relación “singular-universal” alude al aspecto
cuantitativo del objeto (un objeto o todos los objetos), la relación
“diferencia-identidad” se refiere ya a la cualidad de los mismos. Se puede
hablar de identidad y diferencia, independientemente de la cantidad de objetos;
dichos caracteres existen, tanto en un objeto aislado como en una clase de
ellos.
Para
revelar en lo singular y universal (y con ello en la extensión y contenido) las
diferencias e identidades, debemos analizar de modo algo más detallado estas
nuevas categorías dialécticas.
La
diferencia y la identidad, a semejanza de lo singular y lo universal, son
categorías universales del ser. Tienen vigencia en amplios dominios, y abarcan
los fenómenos de la naturaleza y la sociedad, como también el pensamiento. La
diferencia y la identidad pueden encontrarse, tanto en las cosas materiales (la
naturaleza orgánica e inorgánica) como en el reflejo de éstas en nuestra
conciencia. No hay nada en el cielo ni en la tierra que no encierre la
diferencia y la identidad.
Sin
embargo, lo dicho es válido para la diferencia e identidad concretas, y no con respecto
a la diferencia.
El hecho
es que se puede hablar de la diferencia e identidad, tanto en sentido abstracto,
absoluto, como en sentido concreto, relativo. La diferencia e identidad
abstractas se toman aisladamente: la diferencia en sí, la identidad en sí.
Ambas están separadas entre sí por un abismo insalvable. No se puede hacer
coincidir, se encuentran en absoluta oposición. Es desde todo punto de vista
evidente que tal diferencia e identidad abstractas no existen en la naturaleza.
En el mundo real toda identidad existe junto con la diferencia, porque cada
cosa es a la vez igual a sí misma (así como a otras cosas), idéntica, y no
igual a sí misma (y a otras cosas), no idéntica, distinta. Veamos un ejemplo.
El lirio es, por cierto, el lirio, y no la rosa, la amapola, etc. Pero al mismo
tiempo no es simplemente el lirio, porque también es flor, planta, organismo
vivo. Como lirio es idéntico a sí mismo; como planta, es distinto de sí. Por
consiguiente, en la misma flor, el lirio, hay tanto identidad, igualdad consigo
misma, como no identidad, desigualdad consigo misma. Y así ocurre con cualquier
objeto, sea cual fuere el campo de la realidad al que pertenezca.
Todas las
cosas que existen de modo objetivo son a la par idénticas a sí mismas y
distintas de sí. En ellas la identidad y la diferencia son inseparables. La
identidad implica de por sí la no identidad, la distinción de sí, y esta última
entraña, por el contrario, la identidad consigo misma.
La
dialéctica de la identidad y la diferencia consiste en que siendo opuestas,
están al mismo tiempo inseparablemente unidas.
La
identidad expresa algo análogo, uniforme, estable. La diferencia, por el
contrario, manifiesta algo no uniforme, disímil, inestable. Si el carácter es
idéntico, no es diferente, y, por el contrario, si es diferente, no es
idéntico. Por lo tanto, la identidad niega la diferencia, y la diferencia, por
su parte, niega la identidad. Esta es precisamente la oposición que existe
entre identidad y diferencia.
En grado
no menor, también salta a la vista su unidad. La diferencia es el complemento
imprescindible de la identidad y ésta de aquélla; cada uno condiciona la
existencia del otro. La identidad es siempre identidad tan solo respecto a la
diferencia, sobre el fondo de la misma. La diferencia existe en las cosas que
en algún sentido son idénticas, y la identidad en las cosas que en determinada
forma están diferenciadas. De este modo, no habría identidad sin diferencia, y
viceversa. La unidad de ambas es tan estrecha y orgánica, que se trasforma por
sí misma en una identidad, que tiene lugar en la trasformación (en condiciones
determinadas para cada caso) de la diferencia en identidad y de ésta en
aquélla. Veamos un ejemplo. Lo que diferencia la física de la biología no es
solo el análisis de los diversos estados de los cuerpos (líquido, sólido,
gaseoso), sino el estudio, por parte de la segunda, de los organismos vivos.
Por el contrario, hay una unidad entre ellas en cuanto ambas son ciencias
naturales. Pero comparemos ahora la física con algunas de las ciencias humanas,
como por ejemplo la historia. El carácter que primeramente fue idéntico
(ciencia natural) se tornará ahora diferente, pues diferencia, separa la física
de otra ciencia (historia). Por consiguiente, el mismo carácter (ciencia
natural) idéntico en un aspecto se trasforma al cambiar éste, en un carácter
diverso. Esto indica la naturaleza dialéctica de la diferencia y la identidad.
Resulta evidente, así, el profundo error de los metafísicos, al suponer que la
identidad y la diferencia son opuestos inconciliables. Estos son, en rigor,
polos unilaterales que representan algo verdadero solo en su acción recíproca y
en la transición de uno a otro, en la inclusión de la diferencia en la
identidad, y de ésta en aquélla.
La
diferencia y la identidad existentes en cada cosa, la dialéctica de su
transformación mutua, se expresan (como lo singular con lo universal) en los
dos aspectos opuestos del concepto: la diferencia en la extensión; la
identidad, en el contenido. La extensión fija la diferencia entre los objetos,
porque indica los ejemplares de que se compone la clase; el contenido refleja
la identidad, porque relaciona dichos ejemplares con caracteres uniformes.
Pero, a diferencia de las categorías de lo singular y lo universal, la
identidad y la diferencia son relaciones más profundas de la realidad, y no se
refieren necesariamente a las características cuantitativas de los objetos.
Vemos así
que en los aspectos opuestos del concepto -extensión y contenido- se reflejan,
no solo el objeto y la nota, sino también lo singular y lo universal, la
diferencia y la identidad. En la extensión se refleja lo singular, la
diferencia en el contenido, lo universal, la identidad. Esto pone de manifiesto
la naturaleza dialéctica del concepto, al mismo tiempo que no permite ya
considerarlo tan solo como un conjunto de notas generales e idénticas, pues,
como se advierte, junto con lo general e idéntico también existen en él lo
singular, lo diferente.
Formularemos
algunas conclusiones.
Al
comienzo de nuestra investigación, el concepto apareció ante nosotros como una
unidad de extensión y contenido. Por lo demás, la extensión surgió como reflejo
del conjunto de objetos; el contenido, como reflejo del conjunto de caracteres.
Extensión y contenido expresaban aspectos opuestos del concepto, que se
complementaban entre sí.
Luego
dedujimos que estos aspectos opuestos del concepto no expresan más que la
contradicción de las cosas: en la extensión se fijan las propiedades singulares
de las mismas, y en el contenido, las propiedades generales. Lo singular y lo
general forman la base interna de la extensión y el contenido del concepto.
Sin
embargo, detrás de las propiedades singulares y generales, relacionadas con las
características puramente cuantitativas de los objetos, hay propiedades aun más
profundas: la diferencia y la identidad. En la base de las notas singulares
está la diferencia; en la de las generales, la identidad, puesto que la
singularidad indica los caracteres específicos de los objetos, mientras que la
universalidad muestra su semejanza.
Por
consiguiente, respecto del concepto tenemos todo un sistema de contradicciones,
cada una de las cuales es una profundización y desarrollo de la contradicción
precedente. La contradicción “singular-universal” es un desarrollo de la
contradicción “extensión-contenido” (u “objeto-nota”), mientras que la
contradicción “diferencia-identidad” es el desarrollo de la contradicción
“singular-universal”. La gran importancia cognoscitiva del concepto se explica
justamente porque refleja en las cosas la singularidad y la universalidad, la
identidad y la diferencia, etc. Si no fuera así, el concepto desempeñaría un
papel de segundo orden en el conocimiento.
Pasaremos
a examinar ahora la forma misma del contenido del concepto, o sea, los
caracteres esenciales y necesarios que se reflejan en él. Nos detendremos en
este aspecto del concepto (y no en la extensión), por causas que no son en modo
alguno casuales: en el sistema contradictorio del concepto, el contenido
desempeña un papel principal, decisivo. Es más movible y variable, en él se
fijan antes los resultados del conocimiento. Por lo demás, en virtud de estar
orgánicamente relacionado con la extensión, las formas principales del
contenido, que se establecen más adelante, también son aplicables, mutatis
mutandis, a la extensión. Los momentos fundamentales del contenido del
concepto (singularidad, particularidad, universalidad) lo son al mismo tiempo
de la extensión.
_____________
(*) En Mitrofan N. Alexeiev. Dialéctica de las
formas del pensamiento. Capítulo I: Dialéctica del concepto. Editorial
Platina, Buenos Aires, 1964.
(1) Aristóteles, Analíticos, ed. rusa, pág.
189.
(2) Aristóteles, Lógica, t. II, ed. cit., pág.
132.
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