sábado, 1 de enero de 2022

Filosofía

Fatalismo, Teleología y Causalidad*

I. V. Kuznietsov

TODOS LOS ESLABONES de la cadena de causación están unidos por una vinculación necesaria. Esta particularidad de la causalidad puede ser aprovechada para acercarla al fatalismo. Se encuentran con mucha frecuencia en la literatura extranjera conceptos en el sentido de que la causalidad es “fatal” y, por lo demás, incluso hoy día se identifica la causalidad y en general el determinismo con el fatalismo. La aproximación de la causalidad al fatalismo y su identificación contribuyen al logro de dos objetivos que se excluyen mutuamente: ora es la justificación del fatalismo haciendo hincapié en la reconocida autoridad de la doctrina de la causalidad, o ya sea para criticar la causalidad dizque como algo que conlleva a la teleología o algo parecido. Una y otra cosa son, por supuesto erróneas. En esencia la causalidad (y en general el determinismo, tal como se entiende en la filosofía científica) es incompatible con el fatalismo, es completamente opuesta a él.1

        El quid del fatalismo es el reconocimiento de azar (o de la suerte) como algo sobrenatural, no material, trascendental, absolutamente incognoscible: que realiza sus designios en forma por entero independiente del flujo real de los fenómenos. En este orden de ideas, si en la doctrina de la causalidad los fenómenos están necesariamente vinculados entre sí y ese nexo está en su base misma, para el fatalismo los fenómenos, de por sí, por su naturaleza intrínseca, no están en modo alguno ligados, la necesidad está más allá de sus límites y actúa al margen de ellos. Cómo existen las cosas, cómo cambian, en qué dirección marchan los acontecimientos, son cuestiones que se dejan al arbitrio del destino, de las casualidades absolutas, de una necesidad predeterminada de una vez y para siempre, situada en el más allá. Esos procesos señalados no son sino la envoltura exterior no sustancial, indiferente a la predeterminación. Al paso que para la causalidad son el nervio mismo, su vida, su existencia.

        El fatalismo se basa en que las disposiciones del destino, efectuadas a lo largo de un período alguna vez preestablecido, no emergen de los procesos reales de desarrollo de los acontecimientos y por esa razón no están sujetos a leyes ni se hallan condicionados por nada. Como no dependen de sucesos reales, tienen un carácter irreversible. La causalidad, por el contrario, es la expresión, la encarnación de las leyes y de la condicionalidad por factores materiales de este mundo.

        Esta condicionalidad, que repercute en la dependencia de la acción de las causas con respecto a las condiciones, conduce a que el resultado de una misma acción causal pueda ser diferente en consonancia con las diferentes circunstancias que objetivamente se han configurado. La causalidad no afirma que una cosa engendrada por la causa, ocurra bajo cualquier condición, con irreversibilidad absoluta. Por el contrario, uno de los principios de la teoría científica de la causalidad es el postulado de que una cosa o suceso ocurre solamente cuando existen las debidas condiciones. Al cambiar las condiciones bajo las cuales surgen las tendencias causales opuestas, puede incluso interrumpirse el curso ya configurado de acontecimientos, detenerse la acción de la causa anterior y crearse nuevas posibilidades. En tal sentido las tendencias causales opuestas, así como las posibilidades, pueden configurarse también sin nuestra voluntad y sin el objeto asimilado. De ese modo la causalidad no conlleva nunca ni en ningún sitio una necesidad irreversible.

        Siendo una encarnación de la necesidad, la causalidad es de suyo una base para el surgimiento de la causalidad, es un sostén real de la libertad humana al indicar unas y otras posibilidades, por cuanto la doctrina de la causalidad evidencia, según la feliz expresión de M. Bunge, que no toda causa está obligada a “tener éxito” en la producción del efecto esperado. Bunge expresó del modo siguiente este hecho fundamental, relativo a la creación de las posibilidades:

        

A tiempo que el fatalismo expulsa la posibilidad del mundo para vincularla a la esfera de la epistemología la causalidad, entendido correctamente, es uno de los más importantes fundamentos de la posibilidad, la causalidad hace posible la posibilidad”2.

Precisamente la causalidad es la que nos permite no solo pensar en nuestro futuro, sino también construirlo en la realidad.

        Un adversario irreconciliable de la causalidad ha sido siempre la teleología, o sea la doctrina mística de los “objetivos”, que dizque se presentan ante todo ser existente por una supuesta “razón suprema” sobrenatural, en la aproximación a la cual dizque consiste precisamente la auténtica esencia de todos los procesos. Aquello que orienta los procesos hacia tales objetivos es para la teleología la “causa finalista”, que tiene una naturaleza no material y que, en contraposición a las causas normales, no reside en las cosas mismas.

        La teleología es una forma de expresarse la concepción religiosa del mundo. El hecho de acudir a las “causas finalistas” no materiales en los intentos de dar una explicación de los fenómenos de la naturaleza ha implicado siempre el rechazo de las posiciones materialistas. En su tiempo la raíz gnoseológica de la teleología estribaba en la imposibilidad de explicar las situaciones que en gran volumen se advertían en el mundo circundante y que desde el ángulo de la causalidad podrían caracterizarse así, en forma muy general: sobre el sistema actúan distintas causas y éste “superándolas”, “a pesar de ellas”, aspira en cualquier caso a pasar de un estado a otro, independientemente de las causas que existan. Se conforma así un cuadro del movimiento del sistema hacia algo no determinado por ninguna causa material que actúe sobre el sistema, ni sobre su organización material. Este “algo” es el objetivo o finalidad a donde aspira el sistema.

        La necesidad mecánica unilineal que imperó en su época y que se expresaba en [el] llamado “determinismo de Laplace” no estaba en condiciones de dar ninguna explicación convincente de tales situaciones. Como quiera que la causalidad fue conocida durante largo tiempo únicamente en esa forma, la existencia de semejantes situaciones se interpretaba como demostración de endeblez de la causalidad en general, o más exactamente hablando, de inconsistencia de la causalidad referente a las causas materiales reales y del triunfo de las ideas sobre las “causas finalistas” no materiales que, desde luego, no podían catalogarse como verdaderas causas. Se presentó así el dilema: o la causalidad o la teleología, alternativa que condujo a la existencia de dos campos ideológicos irreconciliables.

        La aplastante mayoría de los naturalistas y filósofos materialistas han defendido como siempre la causalidad y han abrigado la esperanza en que dicho problema lo resolverán las ciencias naturales. Y, en efecto, esa solución se logró al fin y al cabo. Pero se consiguió solo cuando la teoría de la causalidad se elevó a una nueva fase y después de destruir los estrechos marcos del “determinismo de Laplace”. Punto de partida y base de ese ascenso fue la idea de la índole dialéctica de la causalidad, de la existencia del nexo inverso utilizado por Marx y Engels en la explicación de los complicados procesos de la vida social. Esta idea ha tenido una ulterior elaboración concreta y multilateral en la cibernética, cosa que ha permitido no solo comprender teóricamente la acción de los sistemas autoorganizados y autoconstruidos, sino también alcanzar grandes éxitos en su realización práctica y en la aplicación técnica.

        La existencia de la conexión inversa capacita al sistema para influir en la causa exterior de tal modo que mantenga su estabilidad restableciendo así, con las desviaciones surgidas, un mismo y determinado estado, sobre el cual ese sistema sea “construido” por el tipo mismo de su organización. Esto explica precisamente cierta dependencia que hay entre el sistema material estable de conexión inversa y las influencias externas. Lo que impulsa el sistema hacia un determina estado no es ninguna ficticia “causa finalista”, sino el influjo de factores completamente reales, concretos y materiales, cuya intensidad está dada por la diferencia entre su importancia en el influjo externo y su significación bajo un estado estable del sistema. Los sistemas materiales estables de conexión inversa, existentes tanto en la naturaleza inorgánica como en la orgánica y en la sociedad, de hecho funcionan de acuerdo con un mismo principio. Y este principio excluye toda “causa finalista”, lo mismo que los objetivos que están fuera de ella, así como “la razón suprema” que dizque se plantea esos objetivos y orienta la acción de las “causas finalistas”.

        De esa suerte, la doctrina materialista dialécticamente desarrollada de la causalidad hizo trizas la mística teleológica. Esa doctrina presentó bajo una nueva luz el problema de la “finalidad”, de la adecuación en la naturaleza. Todo sistema estable y autorregulado, incluyendo el que carece de todo elemento consciente, en cierto sentido pueden considerarse como “sistemas orientados de modo conveniente”, como sistemas que se enfilan “hacia una finalidad”, esto es, de tal modo que los procesos que ocurren en el sistema, cualquiera que sean (naturalmente, en determinados lindes) las influencias externas conducen al sistema a su estado actual inherente, a la “finalidad”.

        En relación con lo dicho algunos autores plantean el problema de una nueva comprensión de la teleología, liberada de todo misticismo, religión e idealismo. Suponen que puede hablarse de la transición hacia una “teleología” materialista3. Pero el asunto, desde luego, no estriba en la terminología, sino en que surgen importantes problemas filosóficos que exigen una elaboración profunda. Por supuesto, la existencia de una voluntad y de una conciencia que de antemano elaboran el plan y la estrategia para alcanzar el objeto, torna la aspiración adecuadamente orientada del hombre en algo cualitativamente distinto a la “aspiración” de los sistemas naturales, así como de las magníficas “máquinas cibernéticas” creadas por el hombre. Y esa diferencia específica cualitativa es precisamente algo que no se puede pasar por alto en ningún momento. Pero en toda forma de aspiración convenientemente orientada hay algunos importantes rasgos comunes, así como principios comunes de realización.

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(*) Kuznietsov y otros. La teoría del conocimiento y la ciencia actual. Capítulo 1, La categoría de causalidad y su importancia cognoscitiva. Ediciones Suramérica Ltda, s/f.

(1) En el libro de Mario Bunge “La causalidad. Lugar del principio de causalidad en la ciencia actual”. Ediciones de literatura extranjera, 1962, se encuentra un análisis bastante minucioso y claro de este problema. Empero la falla principal de este libro, que en general es muy denso e interesante, reside en una interpretación demasiado estrecha de la causalidad que deja mu[cho] de lo que, por ejemplo, ha dado la cibernética, fuera del contenido de la categoría de causalidad.

(2) M. Bunge: La causalidad, p. 125 (subrayado mío. I. K.) edición rusa.

(3) Véase George Klaus: Cibernética y filosofía. Editorial de literatura extranjera, 1963, pgs. 327-328. Edición rusa.

 

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