domingo, 1 de noviembre de 2020

Literatura

 

Mariátegui vs. Riva Agüero: una revisión necesaria I 

Julio Carmona 

EL ESCRITOR Luis Loayza (LL, en adelante), es un narrador, crítico y ensayista peruano, cuya prosa ha sido relevada como una de las más cuidadas entre los miembros de la Generación del 50.1 Y aquí voy a comentar un artículo-crítico que dicho autor publicó sobre el libro 7 Ensayos de interpretación de la realidad peruana de José Carlos Mariátegui, para ver (según lo enuncia en su título) cómo es presentado Riva-Agüero en dicho libro2.

        Pero antes hago un alto aquí para citar una vez más a Miguel Gutiérrez (MG, en adelante) sobre el mismo LL, y tener, así, datos más precisos suyos, pues no es muy conocido por el amplio público lector, salvo el especializado, y MG dice que:


«no es propiamente un escritor menor, sino un escritor que por convicciones estéticas y acaso por lucidez y honestidad intelectual eligió el tono menor para sus narraciones, pues su experiencia es básicamente cultural —sus finos y perspicaces ensayos constituyen hasta ahora lo más valioso de su obra (…) De modo que Loayza, con espíritu mesurado, con una controlada nostalgia y voz asordinada, y renunciando a empresas mayores y a grandes riesgos, y (sic)3 que en nuestra particular formación histórico-social supone explorar las formas de conciencia del torturado hombre peruano, elige el camino menor de la perfección formal y la limpieza y sobriedad del lenguaje, logrando en esta dirección producir —si exceptuamos Una piel de serpiente, una de las novelas más aburridas de la literatura peruana— textos de alta calidad, como los de El avaro y de cuentos como “La segunda juventud” o “La enredadera”.» (pp. 109-110).

Esta cita —para mí, en este artículo— cumple una doble función. Primero, observar que MG incluye la obra de LL dentro de la literatura peruana (penúltima línea de la cita), y es una inclusión válida. Es lo mismo que hizo José Carlos Mariátegui (JCM, en adelante) en su séptimo ensayo para referirse no solo a Riva-Agüero (RA, en adelante) sino también a otros conspicuos representantes de lo que él llama el período colonial.4

Sin embargo (y esta es la otra función que le doy a la cita), hay una sutil diferencia —entre MG y JCM— en esa actitud que he llamado válida, y hasta se puede decir coherente y realista (dentro de un margen de tolerancia y anti-sectarismo). Esa diferencia está en el trato que JCM da a los autores de extracción popular, incluidos los de clase media (o, mejor, pequeña burguesía), que son los más en su ensayo, diferenciando a estos de los del período colonial (no porque este se refiera a autores de la colonia, sino a los herederos de la nostalgia hispánica, que no es lo mismo):


«Los pocos literatos vitales, en esta palúdica y clorótica teoría de cansinos y chafados retores, son los que de algún modo tradujeron al pueblo. La literatura peruana es una pesada e indigesta rapsodia de la literatura española, en todas las obras en que ignora al Perú viviente y verdadero. El ay indígena, la pirueta zamba, son las notas más animadas y veraces de esta literatura sin alas y sin vértebras. En la trama de las Tradiciones ¿no se descubre en seguida la hebra del chispeante y chismoso medio pelo limeño? Esta es una de las fuerzas vitales de la prosa del tradicionista. Melgar, desdeñado por los académicos, sobrevivirá a Althaus, a Pardo y a Salaverry, porque en sus yaravíes encontrará siempre el pueblo un vislumbre de su auténtica tradición sentimental y de su genuino pasado literario» (1980: 244).

En el caso de MG, se ve que destaca los valores formales de los autores ligados con el formalismo o esteticismo (como se aprecia en el caso de LL), pero que cuando trata a los del realismo (o poesía social de la generación del 50) los devalúa en su nivel formal.5 Y algo similar hace RA, al referirse a Mariano Melgar6, de quien dice que «Dedicóse a un género popular, nacional, al yaraví, y con él se ha vinculado su nombre. Además escribió en Arequipa, donde en su tiempo no había poeta alguno, bueno ni malo, y sí solo chabacanos copleros, indignos de aquel nombre» (1962: 78).7

        A continuación voy a analizar algunas de las partes del artículo de LL y de su crítica al séptimo ensayo. En primer lugar, él dice que JCM centra su atención no solo en la figura de RA, sino además en la del movimiento literario-político por él fundado. Y es así que lo cita: «“El llamado futurismo, que no fue sino un neo-civilismo, está liquidado política y literariamente por la fuga, la abdicación y la dispersión de sus corifeos”», para, luego de afirmar que eso es lo que piensa JCM, decir que este «procede a atacar al movimiento en páginas que marcan una oposición profunda» (p. 58). Y es esta también una apreciación válida, pues JCM no le hace concesiones al criterio falaz que busca morigerar los contenidos reaccionarios de una obra apelando a su excelente construcción formal. Y con mayor razón si se trata de «atacar» a un movimiento político-literario de esa naturaleza, reaccionaria, aunque no a la índole personal de sus integrantes. Decía JCM, en la polémica con Luis Alberto Sánchez:


«el trabajo de propugnar ideas nuevas trae aparejado el de confrontarlas y oponerlas a las viejas, vale decir de polemizar con ellas para proclamar su caducidad, y su falencia. Cuando estudio, o ensayo estudiar, una cuestión o un tema nacional, polemizo necesariamente con el ideario o el fraseario de las pasadas generaciones. No por el gusto de polemizar sino porque considero, como es lógico, cada cuestión y cada tema conforme a distintos principios, lo que me conduce por fuerza a conclusiones diferentes, evitándome  el riesgo de resultar, en el debate de mi tiempo, renovador por la etiqueta y conservador por el contenido. Mi actitud sólita es la actitud polémica, aunque polemice poco con los individuos y mucho con las ideas». (1969: 219).8

Ahora bien, LL, después de la presentación expuesta, hace el siguiente comentario: 


«Aparte de que las conclusiones sean o no exactas, el análisis que lleva a ellas es apresurado y superficial. No es solamente que en un ensayo sobre literatura Mariátegui se limite casi siempre a las ideas políticas de los autores que estudia y (con excepción del Carácter...) apenas haga referencia a los libros que han publicado. Esto ya es curioso, y todavía más que, en los 7 ensayos.., todos los escritores del grupo queden reducidos a Riva Agüero. “El pensamiento de la generación futurista es, por otra parte, el de Riva Agüero”. ¿Por qué?» (op. cit.: 59).

Hay algunas observaciones que hacer a esta cita. Se ve, en primer lugar, que LL mantiene en el limbo las conclusiones de JCM (pues deja en suspenso la demostración de su exactitud o inexactitud), y enseguida pasa a cuestionar el trato que le da a RA; pero es de suponer que su juicio no solo remite a este autor sino que lo hace extensivo a todos los incluidos en el séptimo ensayo (como veré más adelante). Y su principal cuestionamiento es que en dicho ensayo ‘el análisis que lo lleva a dichas conclusiones’ «es apresurado y superficial». Es decir que aunque sean exactas las conclusiones no hay ninguna alternativa para que se libren de ser ‘apresuradas y superficiales’ (¿qué tipo de exactitud sería esa?)

        Y, como ya adelanté, aquí digo que se refiere a todos los autores tratados en el ensayo, pues al pretender explicar el porqué de dicha superficialidad y apresuramiento, dice: «No es solamente que en un ensayo sobre literatura Mariátegui se limite casi siempre a las ideas políticas de los autores que estudia». Loayza está, pues, cuestionando a todo el ensayo, pero lo hace sin precisar a qué otros autores se refiere (aparte de RA) para decir que JCM no estudia lo literario de sus obras sino solo sus ideas políticas, y que además lo hace de manera superficial y apresurada.

        O sea que para LL en un ensayo sobre literatura se debe tratar solo de literatura sin referirse a las ideas políticas de los autores de que trata, a pesar de que él mismo reconoce que esto no lo hace siempre sino casi siempre. Sin embargo, de esta atingencia de Loayza se desprende que él está oponiendo al análisis «político» de JCM su análisis exclusivamente literario. Y es un desliz erróneo del crítico, pues este no debe decirle al autor criticado cómo ha debido hacer su trabajo. Como dice el refrán popular: «Cada quien corta su palo y sabe cómo lo carga». Y, por tanto, LL no debería darse por sorprendido, pues él ha tenido que leer la premisa sobre la que JCM apoya su estudio. Premisa que dice:


«Declaro, sin escrúpulo, que traigo a la exégesis literaria todas mis pasiones e ideas políticas». [Y, para mayor atención del lector, agrega] «Pero esto no quiere decir que considere al fenómeno literario o artístico desde puntos de vista extraestéticos, sino que mi concepción estética se unimisma, en la intimidad de mi conciencia, con mis concepciones, morales, políticas y religiosas» (1980: 231).

Y lo interesante es que —como si JCM se adelantara a sus futuros críticos— más delante de su ensayo escribe:


«Para una interpretación profunda del espíritu de una literatura, la mera erudición literaria no es suficiente. Sirven más la sensibilidad política y la clarividencia histórica. El crítico profesional considera la literatura en sí misma [Loayza]. No percibe sus relaciones con la política, la economía, la vida en su totalidad» (p. 247).

Y lo más sorprendente del caso es que LL, al recusar esa relación arte/política, ha debido incluir al mismo RA, pues este pensaba de manera más o menos similar:


«Al equilibrio político y general se subordinan el filosófico, y el artístico y literario, sea que lo reflejen al mismo tiempo o en instante algo posterior, como de ordinario ocurre, sea que lo precedan preparándolo» (1944: 145).9

El crítico que censure a un autor, de quien está adelantando cuál es su método de análisis, resulta desfasado si considera a este de «apresurado y superficial», pues lo que, en el fondo, está haciendo es presumir que su método de análisis es mejor que el que censura, y que el autor al que está criticando se equivocó en ese sentido.10  Pero lo más curioso de este proceder de Loayza es que, casi al final del ensayo, reconoce que el libro de RA tomado en cuenta por JCM, no puede ser tratado de manera distinta, pues dice que


«Tiene razón Mariátegui cuando afirma que, a pesar de su tema, el Carácter... no es tan sólo una obra de historia o de crítica literaria. Riva Agüero, como el propio Mariátegui, no se interesa mucho por la literatura en sí misma y prefiere estudiarla dentro de un marco más amplio, que es social y político» (p. 66).

Y, más adelante, agrega: «En suma, aunque figuran en un ensayo sobre literatura, las páginas de Riva Agüero no son un ensayo de crítica literaria sino un panfleto político» (p. 70). Después de este «reconocimiento», en realidad, la censura que LL le hizo, al comienzo de su artículo, al análisis de JCM, como que queda desautorizado o, para decirlo con expresión popular, sale sobrando.

        Pero lo que resulta más contradictorio es que si antes ha reconocido que JCM realiza esa crítica política «casi siempre», ‘haciendo apenas referencia a los libros que han publicado los autores’; sin embargo, agrega que esto lo hace, sí, «con excepción del Carácter...», es decir que, en el caso de RA (o sea: de su defendido) JCM sí se refiere a su libro Carácter de la literatura del Perú independiente. Claro que eso lo dice para poder agregar que ‘siendo eso curioso, lo es más el hecho de que subsuma a la imagen de RA la de todo su grupo’, y cita a JCM: «El pensamiento de la generación futurista es, por otra parte, el de Riva Agüero». Pero hasta en esto se confunde LL, pues a continuación menciona a algunos autores del grupo aludido, para demostrar que el análisis de JCM es «apresurado y superficial», y dice:


«En lo literario, justamente, Riva Agüero fue una figura aislada en su propia generación, aunque no fuera sino por su temprana oposición al modernismo que varios de sus compañeros —Ventura García Calderón, José Gálvez, Luis Fernán Cisneros— habían acogido con entusiasmo» (Ibíd.) 

Y, una vez más, LL quiere imponer su criterio esteticista de que no se debe mezclar lo literario con la política o la ideología (a esta JCM la llama pensamiento). Y es a ese pensamiento que se ha referido JCM. Que por supuesto tiene que ver con lo literario. Aunque en este —de manera particular— no exista absoluto acuerdo entre todos los miembros del grupo que sí tienen el mismo pensamiento político. Y, por otro lado, la diferencia que pretende hacer Loayza en relación con el modernismo es que este fue rechazado por RA y aceptado por sus pares políticos; pero se abstiene de precisar que esa «diferencia» no los enemista en el fondo. Porque en materia de arte literario, RA era mucho más conservador que ellos. Pero, en conjunto, todos estaban unidos por su adhesión a la literatura clásica en contra del barroco. Con la salvedad de que el conservadurismo de RA lo llevó a rechazar los tímidos alejamientos formales del modernismo respecto del clasicismo, mas no porque lo rechazase del todo en el fondo.

        Por razones de extensión, para no exceder a la generosidad del medio que da cobijo a este artículo,  yo no voy a analizar de manera pormenorizada todo el artículo de LL. Y, al parecer, esa fue una de las razones del Amauta JCM para explicar, con grandes pinceladas, el ideario de RA, sin referirse exhaustivamente a todos sus libros (como hubiera querido LL). Y, a propósito de ese deseo insatisfecho de LL, este hace extensiva esa insatisfacción a otros miembros del movimiento futurista que liderara RA. Y, así, dice que JCM «ni siquiera menciona a Ventura García Calderón, para no hablar de los demás.11 En otros capítulos del mismo ensayo dedicará sin embargo varias páginas a escritores sin mayor interés por quienes sentía simpatía ideológica» (p. 60). Y, por lo visto, LL —que dice haber leído a JCM— no ha reparado en esta inicial premisa del sétimo ensayo: «No escondo ningún propósito de participar en la elaboración de la historia de la literatura peruana» (1980: 229). A esto, en el habla popular se le llama: poner el parche antes de que salte el chupo. El reproche de LL, por la omisión de tales o cuales autores, se lo pudo hacer a un historiador que incurriese en ella. Pero no a alguien que se propone procesar (en su acepción judicial) a una literatura que es puesta en el banquillo de los acusados. Y el ser acusado —bien se sabe— no quiere decir que sea culpable; pero que sí se le puede hacer ver su responsabilidad (civil o penal).

        Por lo que respecta al hecho «acusatorio» de LL contra JCM de haber dedicado «varias páginas a escritores sin mayor interés por quienes sentía simpatía ideológica», en principio, hay que recurrir en defensa del Amauta a lo que él escribe al final del sétimo ensayo. Dice:


«Hoy la ruptura es sustancial. El “indigenismo”, como hemos visto, está extirpando, poco a poco, desde sus raíces, al “colonialismo”. Y este impulso no procede exclusivamente de la sierra. Valdelomar, Falcón, criollos, costeños, se cuentan —no discutamos el acierto de sus tentativas—, entre los que primero han vuelto sus ojos a la raza» (1980: 350).

La expresión resaltada por mí desarma el ataque infringido por LL a esos «escritores sin mayor interés» [sin precisar quiénes son ellos]. Lo importante es su tentativa de adherir a una causa que buscaba romper con un canon literario sin raíces en lo nuestro, que eso era lo que propugnaba el indigenismo. Eso era lo que importaba. El acierto formal de esa tentativa pasaba a un segundo plano. A la obra de un escritor tiene que juzgársela teniendo en cuenta los imperativos de su época que, para el caso, han transcurrido casi cien años, y no verla con la lupa del que la juzga después de cien años. Sobre el particular, es lamentable que LL no haya leído una recomendación crítica de este tipo hecha por uno de los defendidos en su artículo, Francisco García Calderón, quien dice lo siguiente:


«Es una regla de crítica que a cada autor se le debe juzgar con arreglo al gusto dominante de su época. Los antiguos poetas españoles han dejado muchos escritos que tienen poco mérito en la actualidad, y que sin embargo fueron muy aplaudidos en su tiempo (…) Así también para encontrar el mérito de algunas obras de Melgar, no debemos juzgarlas según el gusto de la época en que vivimos» (2015: 16)12.

Ahora bien, por lo que respecta a la otra parte de la acusación de LL de la simpatía ideológica de JCM con dichos «escritores sin mayor interés» (aparte de lo ya anotado que también lo explica), está el criterio que expuso en su polémica con Luis Alberto Sánchez (ya citada). Y la cita que haré aquí de ella —aunque se refiere a los autores que da preferencia para su publicación en la revista Amauta— también se puede aplicar a aquellos que trató en su sétimo ensayo, no solo por su afinidad ideológica, sino porque él los consideraba como representantes del periodo nacional (o sea de las clases trabajadoras, del pueblo —en una palabra—, y no de la aristocracia u oligarquía), y por eso puso menor atención en los del período cosmopolita (González Prada y Eguren), y para el período colonial (o sea los herederos de los conquistadores y encomenderos, que es el que defiende LL) no tenía por qué darle mayor atención, según el criterio aludido que, a continuación, cito:


«En el terreno puramente artístico, literario y científico, aceptamos la colaboración de artistas, literatos, técnicos, considerando sólo su mérito respectivo, si no tienen una posición militante en otro campo ideológico. Pero preferimos y distinguimos, por supuesto, la de los artistas y escritores que están integralmente en nuestra misma dirección» (1969: 226). 

Pero esa desazón sentida por LL, al constatar que en el sétimo ensayo no han sido incluidos escritores que él considera imprescindibles, lo lleva a pergeñar esta «pieza de antología crítica»:


«Por ello es tanto más sorprendente la omisión de Francisco García Calderón, autor de una de las pocas visiones de conjunto de la historia hispanoamericana intentadas hasta entonces (Les democraties latines de l'Amerique) y de un amplio cuadro de nuestro país a comienzos de siglo, Le Perou contemporain, que debió interesar especialmente a Mariátegui, puesto que lo cita, en apoyo a sus tesis, en otras partes de los 7 ensayos... (…) Es una lástima que Mariátegui perdiera la ocasión de reconocer el valor de sus adversarios, aun declarando sus discrepancias con ellos: una lástima por él y por todos nosotros, puesto que, en vista de la autoridad de su obra, este silencio ha contribuido al olvido en que se encuentran los García Calderón. Sus libros son inhallables; las obras de Francisco escritas en francés, traducidas a otros idiomas, estudiadas y comentadas en muchos lugares, han esperado años ser publicadas en español. Los García Calderón esperan aún a los lectores peruanos que merecen y a quienes tienen mucho que decir» (Ibíd.).

Desatendiendo el objetivo de los 7 Ensayos… acorde con la convicción anti-reaccionaria de JCM, el crítico de su libro y opositor obvio de su pensamiento, LL, le pretende enmendar la plana a nuestro maestro (tratando, probablemente, de vengar a su maestro RA, a quien JCM sí que le enmendó la suya13), le reconviene —de manera totalmente desfasada— que debió mencionar y relevar la obra de los hermanos Francisco y Ventura García Calderón, haciendo caso omiso a los planteamientos que sobre el particular deja plenamente establecidos el Amauta. Y, lo que es peor, de esa supuesta omisión deriva ya no una acusación sino una sentencia: que JCM es culpable del galopante olvido en que han caído sus libros, y ellos mismos (¿no era —o no es— que se trataba también de escritores sin mayor interés?), lo cual ya fue advertido en el sétimo ensayo (citado por el mismo LL), cuando dice que: «El llamado futurismo, que no fue sino un neo-civilismo, está liquidado política y literariamente por la fuga, la abdicación y la dispersión de sus corifeos». Es decir, que los artífices de su descrédito son ellos mismos, y no JCM; por más que sus herederos (de número también exiguo) consideren como LL que «Los García Calderón esperan aún a los lectores peruanos que merecen y a quienes tienen mucho que decir». (Se ve que los García Calderón se merecen lectores peruanos como LL, a quienes tienen sin duda mucho que decir). Finalmente, cabe destacar que, por su parte, César Vallejo  entrevista a Francisco García Calderón, y dice de este que:


«Lamenta el influjo nocivo de la política en las jornadas juveniles. (Yo medito en silencio. Reflexiono. El influjo nocivo de la política. Vuelvo a reflexionar. Sí. Está bien). (…) Nombres universitarios del Perú suenan, forman y se esfuman. Deustua, Villarán, Riva Agüero, Belaúnde — (Otra vez medito en silencio. Sí. Está bien)» (Desde Europa, p. 30. París, 20 de abril de 1924).

Dejo a la interpretación del lector esta reflexión vallejiana.     

ANEXO DE: Julio Carmona (2016). Poética y política. Análisis a Confesiones de Tamara Fiol. California: Windmills Editions. pp. 193-198. (Op. cit. ver nota 5).

(…) el «último MG» ha decidido darle más énfasis a lo poético que a lo político, en una entrevista que dio al diario Perú21, en el 2007 (mismo año de El pacto con el diablo), dice: «Hasta mis ensayos del 80 puse el acento en las ideas, en los esclarecimientos ideológicos y políticos. Claro, sin dejar de lado los aspectos formales y estructurales de los textos. Sin embargo, en los últimos diecisiete años he puesto énfasis en la dimensión del placer que produce el leer una obra. En cualquier caso, en ambas etapas, ya [sic: ¿había?] una tercera intención: deseo [de] suscitar en el lector el amor a la literatura, ahora le doy más importancia a la dimensión estética, al placer que genera.» (Diario Perú21, 2007). Y no obstante esa ostensible tendencia hedonista, MG sigue sosteniendo la posición  —que el marxismo también asume— de que: «La lectura ideológica de un texto literario es absolutamente legítima, a condición de que no se descalifique en el plano estético una obra sólo por las opciones políticas del autor».

        Y, ciertamente, si alguien, llamándose marxista, hace lo contrario (descalificar lo poético por lo político), debe hacerse merecedor del calificativo de «doctor del marxismo». Pero de ahí a poner en el mismo nivel a dos escritores de tendencias opuestas (Eielson/Vallejo) hay gran distancia, y más todavía si se habla de «una sola literatura peruana», regida por un solo canon, con lo cual, pues, los escritores que bregan por una literatura clasista opuesta a la literatura burguesa, siempre van a correr el riesgo de ver devaluado su trabajo si va a ser medido con ese único canon que, justamente, ellos están tratando de eludir: la belleza por la belleza, el placer por el placer, la forma por la forma.

        Y es, a todas luces, esta última la posición asumida por el «último MG». Pero el adherir a esta concepción esteticista (con el expediente ya esgrimido de la «ecuanimidad lectora») lo lleva a suponer que quienes critican desfavorablemente a, por ejemplo, las obras de Mario Vargas Llosa resultan ser «intelectuales mediocres y sobre todo oportunistas que encontraron en el cambio ideológico del autor de La guerra del fin del mundo, la coartada perfecta para ocultar pasiones subalternas como los (sic) de la mezquindad y la envidia.» Y lo sesgado de este juicio es que a esos «intelectuales mediocres» se les está atribuyendo el haberle mezquinado a Vargas Llosa su calidad artística. Y esa atribución tiene que demostrarse con ejemplos, indicar quiénes son los que actuaron así, pues también hay intelectuales que, reconociendo esa calidad literaria, critican su concepción ideológica no sólo política, sino total, que incluye la concepción estética.14 Y esa «apresurada crítica» de MG parece que ha hecho carne en él, pues en un libro publicado en el año 2011, La cabeza y los pies de la dialéctica, vuelve a decir lo mismo, y con más virulencia:


«… desde la muerte de Mariátegui existía un gran vacío en los estudios y la crítica de filiación marxista. Salvo encomiables excepciones, como algunos trabajos de Manuel Baquerizo, la crítica marxista, o la que se hacía pasar por tal, tenía un carácter dogmático y panfletario que revelaba incomprensión frente al hecho literario en sí mismo y desprecio por la labor de los escritores dedicados a la creación literaria» (p. 15).

Obsérvese que pone el ejemplo positivo (Manuel Baquerizo), mas no hace lo mismo con los que denigra como ‘dogmáticos, panfletarios y hasta poco inteligentes y despóticos’, es decir, calificativos que debieran usarse contra los enemigos de clase, y no con quienes se ubican en el seno del pueblo, aunque se tenga discrepancia con ellos. Sin embargo, MG insiste en ser severo con los «dogmáticos marxistas» y complaciente con los «simpáticos reaccionarios»; por ejemplo, de Mario Vargas dice: «En cuanto a mí, creo que Vargas Llosa es un gran novelista y un ensayista notable, irritante muchas veces por las ideas que defiende, pero siempre deleitable por su escritura.» (p. 15). Y, lo que es más alarmante, dice que esas ideas de MV corresponden a las de la democracia, cuando en realidad provienen de la dictadura burguesa expresada a través de la ideología cara al escribidor: el neoliberalismo. Dice MG que MV en la actualidad se encuentra en la fase:


«… de combate por la democracia desde una posición más bien libertaria, como lo viene haciendo en la coyuntura política por la que atraviesa el Perú.»15

Pero la apreciación de MG aplicada a la obra de Vargas Llosa o de Eielson fuera plenamente válida, si con ella no estuviera, de paso, restringiendo valor a la obra de Romualdo, Rose, Scorza o Valcárcel, pues de estos dice, por ejemplo: «… la poesía social de Romualdo, como la del primer Rose, la de Scorza, la de Valcárcel, sin contar la de los epígonos, resulta insuficiente, limitada (…) En cualquier forma se trata de una poesía poco dialéctica, demasiado pasional y tal vez candorosa…» (La generación…, p. 76). «Sin contar con los epígonos» agrega; o sea que si los poetas mencionados (Rose, Romualdo, Scorza, Valcárcel) son, para él, poetas menores; «los epígonos», prácticamente, «no son poetas». Y todo esto lo dice alguien que en el 2011 acusará a los críticos marxistas de ser ‘dogmáticos, panfletarios, poco inteligentes’ y, además, despóticos, pues revelaban «desprecio por la labor de los escritores dedicados a la creación literaria» (op. cit., p. 15. Ver cita supra). Se está cumpliendo, así, lo dicho antes: de la situación de desventaja en que quedan los poetas de las clases que luchan contra el sistema capitalista (incluida su poética), si a todos se los incluye en una sola «literatura peruana» para ser valorada con un solo canon estético; porque —como decía Aristóteles, citado por Marx—:


«todo arte que tiene su objeto en sí mismo [que es el caso de la llamada “poesía pura”] puede considerarse infinito en su ambición, ya que trata de aproximarse cada vez más a dicho fin, a diferencia de las artes cuyo objeto exterior [que es el caso de la llamada “poesía social”] se alcanza enseguida». Y Marx agrega: ‘Por haber confundido ambas expresiones artísticas, algunos han creído erróneamente que la elaboración formal y su incrementación hasta el infinito son el objetivo final del arte’. (Marx, 1972-1: 157).16

Adherirse al uso de un solo canon estético, pues, ha conducido a MG a reconocer su existencia de manera magistral en los escritores (del verso o la prosa) de ideología burguesa o pequeñoburguesa, atenuando la crítica a su ideología, como hemos visto hace con Vargas Llosa o Eielson; pero también lo conduce a restringir el mérito formal de los «clasistas», y para justificar esta crítica apela, precisamente, a su planteamiento de ver a la poesía peruana como una sola, lo cual se ratifica con palabras del mismo MG, al aludir a las —según él— «deficiencias de la poesía social»: «… pasar por alto tales deficiencias —dice— revelaría una actitud patriarcal, de condescendencia, no de relaciones de igualdad.» (La generación… p. 77). Y no. La actitud patriarcal no se elimina conciliando a los contrarios, tratándolos como iguales, sino actuando dialécticamente, vale decir: marcando sus diferencias a nivel de concepción del mundo y de ubicación en el mundo, juzgándolos en su época, que es algo que no hace MG. Por ejemplo, cuando hace un balance de la «poesía social de los años cincuenta», dice:


«En arte no se puede recorrer dos veces el mismo camino –sea el de Brecht o el de Vallejo– y la poesía social, legítima en sí misma, debe seguir desarrollándose, pero partiendo de que el mundo y la lucha por el socialismo se han tornado infinitamente más complejos que en los años 50.»

Es decir, aquello que recomienda a los poetas sociales posteriores a la generación del cincuenta, prácticamente se lo está haciendo como crítica a los mismos poetas del cincuenta. MG, pues, está clausurando el «canon literario» de la poesía social del cincuenta; pero no vemos que haga lo mismo con el canon de la poesía pura. O sea que esa prescripción absolutista de que «en arte no se puede recorrer dos veces el mismo camino», es algo que debe verse con mayor flexibilidad, si el mismo MG lo admite en la relación de Washington Delgado y Bertolt Brecht o de Pablo Guevara y Dante Alighieri (La generación…), ¿por qué los poetas del futuro no pueden —o no deben— asumir esa relación con Brecht y Vallejo e inclusive con Romualdo, Rose, Scorza o Valcárcel sin que sea una relación mimética o servil? Si a todos ellos se los debe ver como parte integrante de una tradición viva y no como elementos desechables por el solo hecho de haberse constituido en pasado.

Por otro lado, es verdad que «el mundo y la lucha por el socialismo se han tornado infinitamente más complejos», y, obviamente, en la actualidad no son los mismos que en los años cincuenta del siglo pasado, pero ¿se debe aplicar esa restricción a la base crucial que les da sustento: la lucha de clases? Una lucha de clases que, precisamente, da vitalidad a esa tradición política y poética de las clases explotadas. Lo que debe hacerse, en todo caso, es una depuración de lo tradicional (incluida la tradición purista) buscando la restauración de los mejores y auténticos valores del pasado, valores de los que son depositarios –valga el pleonasmo– sus mejores y auténticos poetas.

El privilegiar un solo canon conduce a asumir varios riesgos: adoptar una actitud metafísica, porque se instaura un absoluto: la poesía occidental. Además de reconocer como inmutable a la literatura y la cultura burguesa que es la que domina en Occidente. De ahí que MG, abogue por un tópico de esa literatura: el permanente cambio formal, porque se estima que la forma es la que prima en lo poético. Y, desde esa perspectiva, se condena a todo aquel que muestra en su poesía los ecos del pasado, aunque sea un pasado valioso como es la tradición poética de lengua hispánica y, adoptando el cosmopolitismo propio de la vanguardia de comienzos del siglo XX (que ya va también para pasado valioso), se propugna que lo correcto es insertarse en la literatura inglesa, de preferencia, y después las otras, europeas o no.

En este sentido, refiriéndose siempre a la generación del cincuenta, MG dice que no obstante algunos avances en la adopción de otras tradiciones diferentes a la hispánica, como la inglesa, francesa, para la generación del cincuenta «sin duda todavía no es el momento de la influencia de la poesía en lengua inglesa: éste llegará con los poetas del 60, quienes además de introducir a Saint-John Perse, se abrirán a la poesía de otras culturas, como la china…» (op. cit.: 67), y se supone que con la influencia inglesa habría de llegar la liberación de lo hispánico y del «tiránico» endecasílabo (…).

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(1) Ver: Miguel Gutiérrez (1988). La generación del 50. Lima: Ediciones Sétimo Ensayo. En la p. 88 de este libro se lee que la «labor teórica y crítica, ha sido fructífera, y hoy Ribeyro, Loayza y Vargas Llosa, aparte de excelentes narradores, son ensayistas lúcidos y sugestivos».

(2) Luis Loayza, «Riva-Agüero en los 7 ensayos». En: Hueso Humero N° 2, Lima: abril / junio, 1979.

(3) Este signo indica que la «y» y la coma que la precede están colocadas erróneamente; lo correcto debió ser: ‘… y renunciando a empresas mayores y a grandes riesgos que, en nuestra particular formación histórico-social, suponen explorar…’.

(4) José Carlos Mariátegui (1980). 7 Ensayos de interpretación de la realidad peruana. Lima: Amauta.

(5) Para una visión más precisa de esto Cf. Julio Carmona (2016). Poética y política. Análisis a Confesiones de Tamara Fiol. California: Windmills Editions. En especial Capítulo III. Al final del artículo incluyo un anexo con la parte de este libro en la que demuestro lo aquí aseverado.

(6) Este autor será el tema del segundo artículo que preparo como continuación del presente.

(7) José de la Riva-Agüero (1962). Carácter de la literatura del Perú independiente. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú.

(8) José Carlos Mariátegui (1969). Ideología y política. Lima: Amauta.

(9) José de la Riva-Agüero (1944). Estudios sobre literatura francesa. Lima: Lumen.

(10) Aquí quiero recordar una observación que hace Jorge Luis Borges, refiriéndose a su personaje Pierre Menard, dice de él que declaraba lo siguiente: «… censurar y alabar son operaciones sentimentales que nada tiene que ver con la crítica» (2015. «Pierre Menard, autor del Quijote», en: Cuentos completos. Lima: Penguin Random House Grupo Editorial, p. 110).     

(11) Ventura García Calderón, en efecto, es un buen cuentista. Pero no deja de ser un escritor de pensamiento colonial. Una muestra es su cuento más reputado (que no suele faltar en las antologías), «El alfiler», cuyo protagonista es un hacendado de la sierra, machista, patriarcal y de estirpe hispana. JCM no habría dejado de hacer este tipo de apreciación respecto de su literatura. LL mejor debiera agradecer que no fuera mencionado en el sétimo ensayo.

(12) Francisco García Calderón «Prólogo» al libro de Mariano Melgar (2015). Poesías. Lima: Jurado Nacional de Elecciones.

(13) José Carlos Mariátegui «Un discurso. Crítica a la conferencia de Riva Agüero, sobre el Inga Garcilaso». (1978). Páginas literarias. Lima: Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Selección y Prólogo de Edmundo Cornejo U).

(14) ¿O se tendrá que decir del propio Marx que era un mezquino y un envidioso cuando escribió de Chateaubriand lo siguiente?: «Estudiando la porquería española he descubierto también la del digno Chateaubriand, ese bello escritor que reúne, del modo más repugnante, el elegante escepticismo y volterianismo del siglo decimoctavo y el elegante sentimentalismo y romanticismo del decimonono. Esta unión, naturalmente, tenía que hacer época desde el punto de vista del estilo en Francia, aunque precisamente en el estilo salta a menudo a los ojos la falsedad, no obstante su habilidad artística.» Sobre arte, p. 120. (Cursiva del autor).

(15) MG, “De marginales, heterodoxos, bufones de la corte y otros frente al poder”, en: La cabeza y los pies de la dialéctica, B-2011: 408. Al parecer MG confunde “liberal” (el ideólogo burgués) con “libertario” (el ideólogo anarquista). Y, por más que se tratara de la debacle del gobierno de Fujimori (el artículo fue escrito en el año 2000), la participación de MV nunca fue de lucha por la democracia verdadera, popular, sino por la continuidad de la democracia burguesa, es decir, por la dictadura de la burguesía. Y eso es algo que un marxista no podía dejar de ver.

(16) La conclusión de Marx en el original se refiere a la economía, por eso hemos hecho una paráfrasis para adecuarla al arte y, por extensión, a la poesía.

 

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