La Unidad de la Palabra y el Concepto no es una Identidad*
V. M. Bogulslavski
AL NEGAR TODO SIGNIFICADO cognoscitivo objetivo del pensamiento, los idealistas semánticos consideran que la lógica “no se ocupa de los juicios (pensamientos y contenido de los mismos), sino de expresiones de la lengua, sobre todo de proposiciones” y, además, que “en lógica, las proposiciones han de ser investigadas formalmente”, es decir, sin tener en cuenta el sentido de las palabras y de las oraciones, sino, exclusivamente, “el género y el orden de sucesión de dichos signos”.1 Según Carnap, “las particularidades lógicas de las proposiciones (por ejemplo, si la proposición es analítica, sintética o contradictoria, si es un juicio de existencia, etc.) y las relaciones lógicas entre las proposiciones (por ejemplo, si dos proposiciones se contradicen entre sí, si son compatibles, si una de ellas se sigue, lógicamente, de otra, etc.) sólo dependen de la estructura sintáctica de las oraciones, de suerte que la lógica resulta ser una parte de la sintaxis…”.2
Las leyes y las formas del pensar se reducen, de esta manera, exclusivamente, a formas de la lengua, a su sintaxis, la cual, a su vez, resulta ser combinatoria, o sea examen de las diferentes operaciones con un número finito de ciertos objetos; en el caso dado, de signos. Además, “no se presupone que el signo posea algún significado o que designe algo”.3
Se hace caso omiso de que las formas del pensamiento se hallan condicionadas por la realidad objetiva y resulta que se identifican con las formas de la lengua. Estas, a su vez, para la semántica, son fruto de nuestro arbitrio: las podemos idear a capricho, lo mismo que las reglas de cualquier juego (comparación usada por los propios semánticos). “Cada individuo puede crear su lógica, es decir, su forma de lengua, como mejor le parezca”.4 La semántica declara que los principios de la filosofía que tratan del mundo material y del conocimiento como reflejo del mismo en la mente del ser humano, son “principios imaginarios” carentes de sentido. El resultado es que de “todos los problemas filosóficos quedan como únicos que tienen sentido los de la lógica de la ciencia”,5 es decir, los problemas que conciernen a cómo se combinan en las ciencias los signos carentes de significado, palabras y proposiciones. Ahora bien, si las reglas de dichas combinaciones son fruto de nuestro albedrío, cambiándolas podemos obtener en las ciencias las conclusiones más diversas e incluso contradictorias.
Vemos, pues, que la identificación, subjetivo-idealista, de las formas del pensar con las formas de la lengua (y, correspondientemente, la identificación de la filosofía, de la lógica y de la sintaxis de la lengua) llevan a la conclusión reaccionaria de que los conocimientos acumulados por la humanidad son una construcción arbitraria de nuestra conciencia, carente de significación objetiva. La semántica idealista se revela como profundamente hostil a la ciencia.
En lo que respecta a las lenguas que poseen una existencia real, cada una de las cuales tiene su peculiar estructura gramatical, los idealistas semánticos llegan a la conclusión de que cada una de dichas lenguas “crea el método de comprensión históricamente dado… en el marco de un determinado grupo de personas”6, es decir, los pueblos se diferencian no sólo por las formas de la lengua, sino, además, por las formas del pensar, lo cual condena al fracaso todo intento de comprensión entre ellos.
El materialismo dialéctico, defendiendo la ciencia frente a los agnósticos, rechaza enérgicamente todos los intentos de identificar las formas del pensamiento con las formas de la lengua. La unidad de lengua y pensamiento no implica de ningún modo su identidad. Como quiera que las formas y leyes del pensamiento reflejan las formas de existencia de las cosas del mundo objetivo, no dependen ni del hombre ni de la humanidad. De ahí que las formas y leyes lógicas sean unas mismas para todos los pueblos. Por el contrario, las formas y leyes de la lengua llevan siempre en sí la impronta de la historia del pueblo al que ésa pertenece. Tal es la razón de que las formas y leyes de la lengua sean muy distintas entre los diversos pueblos.
La identificación de las formas de la lengua y de las del pensamiento, de la palabra y del concepto, lleva a la conclusión de que al ser diferentes las palabras que usan los pueblos, éstos se forman distintos conceptos acerca de unos mismos objetos, conclusión que contradice manifiestamente los hechos.
Si los pueblos se diferenciarán no sólo por la lengua, por las palabras utilizadas en la lengua, sino, además, por los conceptos, sería naturalmente imposible la comunicación entre ellos, así como la traducción de una lengua a otra. Este hecho acentúa una vez más la íntima vinculación de la lengua al pensar, de la palabra al concepto. Si hubiera palabras que no participaran de ningún modo en la expresión del concepto, resultarían completamente intraducibles. Lo que hace posible la traducción de un idioma a otro es, precisamente, el que las palabras de lenguas distintas poseen un mismo sentido, es decir, el que se refieren a unos mismos conceptos.
La relación orgánica entre la palabra y el concepto significa que en las personas normales no se dan conceptos no concatenados con palabras, ni palabras no ligadas a conceptos. No es admisible, sin embargo, que se interprete de manera simplista la tesis de que todas las palabras participan en la fijación de los conceptos. La complejidad de los lazos que unen palabra y concepto se pone de manifiesto en planos diversos.
En primer lugar. Cuando decimos “cada palabra fija un concepto”, queremos simplemente subrayar que cada palabra participa de una u otra manera en el acto de fijar y expresar un concepto. Pero no puede olvidarse: a) que existen numerosos conceptos que sólo pueden expresarse mediante un grupo de palabras. En estos casos, ninguna de las palabras que entran en dicho grupo es capaz de registrar el concepto dado, si bien tampoco éste puede ser expresado si falta una cualquiera de dichas palabras, cada una de las cuales participa en la expresión del concepto; b) todas las palabras, incluyendo las significativas, poseen, junto a sus significados “libres”, otros “dependientes”. En este último caso, la palabra fija un determinado concepto sólo en determinada composición fraseológica, en una determinada situación, etc., o sea, no tomada ella por sí misma; c) en el aspecto semántico, las palabras auxiliares poseen una particularidad importante dado que los conceptos que expresan acerca de las relaciones objetivamente existentes se entrelazan en apretada combinación con los conceptos lógicos y gramaticales expresados, también, por dichas palabras. Todos sus significados son, por regla general, “dependientes”. Los conceptos expresados por dichas palabras son tan abstractos que (a semejanza de lo que ocurre con los principales conceptos de la matemática) poner de manifiesto su contenido con exactitud exige sensibles esfuerzos, y se diferencia, por lo menos en lo que a la forma se refiere, de la definición habitual.
En segundo lugar. El vínculo existente entre palabra y concepto se complica por el hecho de que el significado de la palabra en la lengua no abarca todo el contenido del concepto, sino únicamente la parte de dicho contenido que es del dominio común. Como en el caso del significado “dependiente”, la palabra en la lengua resulta que posee una significación más “reducida” que el concepto.
En tercer lugar. Dado que la palabra, en el aspecto semántico, posee un sistema de significados interna y recíprocamente concatenados, cada uno de los cuales tiene un concepto como núcleo propio, la palabra contiene no un solo concepto, sino una serie de conceptos. Además, en el significado de la palabra, el concepto se halla sumido en una “atmósfera” emocional y estilística que desempeña un papel esencial en el hablar y en la creación artística. En este plano, la palabra resulta, por su significación, más “amplia” que el concepto.
En cuarto lugar. Un mismo concepto puede expresarse por varias palabras-sinónimos.
Finalmente, en quinto lugar, una palabra puede empezar, fijar, no sólo un concepto, sino, además, un juicio entero (por ejemplo, “proshú” [“tenga la bondad”], “ladno” [“de acuerdo”], etc.). En este caso la palabra funciona como oración.
Resulta, por tanto, que si bien las palabras se correlacionan siempre con conceptos, fijan y expresan conceptos, es del todo inadmisible poner un signo de igualdad entre el significado de la palabra y el concepto. Con mayor motivo ha de rechazarse la identificación de la propia palabra con el concepto. La inconsistencia de semejante criterio estriba no sólo en que reduce el significado de la palabra al concepto, sino, además, en que la palabra queda totalmente limitada a su significación, lo cual es insostenible. La palabra es una unidad de la lengua con todas las particularidades fonéticas y gramaticales propias de la misma, particularidades que determinan la composición fonética y gramatical de la palabra exactamente del mismo modo que el sistema semántico del idioma determina el peculiar sistema de significaciones de cada palabra. El significado de la palabra, pues, constituye tan sólo uno de sus aspectos, que no existe fuera de sus otras facetas, sin las cuales no existe ni puede existir la palabra. La palabra como unidad de la lengua posee su particularidad cualitativa en cada idioma concreto y sólo puede ser estudiada y comprendida en el sistema fonético, gramatical y semántico del mismo. El concepto como forma importantísima del pensamiento posee un carácter común a todos los hombres y sólo puede ser estudiado sobre la base de la investigación profunda del proceso del conocimiento como reflejo de la realidad en la mente del ser humano, y del papel del pensar en la cognición, viendo de qué modo se hallan mutuamente relacionadas y condicionadas las formas y leyes lógicas.
Tal es la causa de que la investigación de las palabras, incluida la de sus significados, y la investigación de los conceptos, sean objetivos que pertenecen a ciencias diferentes.
Lo que antecede, hasta cierto punto proporciona una idea del grado de complejidad que alcanza la relación entre palabra y concepto. Pero dicha complejidad no afecta en lo más mínimo el hecho de que tal relación, por complicada que sea, siempre existe. El vínculo entre la palabra y el concepto es tan orgánico e indisoluble como orgánica e indisoluble es la conexión entre lenguaje y pensamiento.
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(*) D. P. Gorski y otros, Pensamiento y Lenguaje, Capítulo La Palabra y el Concepto, apartado La Unidad de la Palabra y el Concepto no es una Identidad. Editorial J. Grijalbo, México, 1966.
(1) R. Carnap, Logische Syntax der Sprache, pág. 1.
(2) Ibídem, pág. 2.
(3) Ibídem, pág. 5.
(4) Ibídem, pág. 45.
(5) Ibídem, pág. 8.
(6) Ibídem, pág. 5.
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