Vallejo Para No Iniciados XXI
Julio Carmona
ASÍ COMO OTROS ANALISTAS de la obra de
César Vallejo— el gran poeta y asimismo excelente estudioso de la literatura,
Pablo Guevara, también lo vincula con Quevedo, y dice que los de su poesía son
tonos «que no se encuentran por lo común en el siglo XX». Y agrega:
«es
decir, no se encuentran aparentemente en la primera mitad del siglo XX,
hundidos bajo los pesos abusivos del cartesianismo francés renacentista por un
Surrealismo literario que es en realidad un barroco francés entre rococó y
manierista con psicoanálisis —cuyo contrapeso y equivalente genial fue el
expresionismo alemán medieval que viene del XVII, XVIII y llega al XIX y XX (…)
cuyas formas medievales antes que renacentistas fueron en muchas ocasiones
tanto o más lejos que cierta literatura propagandizada por la afrancesada y
literaturizada generación del 27 español
(más forma que fondo: la mejor prueba es que el mayor poeta de su mayor drama
social en estos primeros cincuenta años no fue Alberti o Salinas o Cernuda sino
Vallejo)» (Varios, C-1993-a: 127).
Esta cita sirve para reafirmar una de
las tesis del nuevo realismo en la teoría (J.C. Mariátegui) y en la práctica (CV):
la relacionada con la conjunción dialéctica de las tendencias: realista y
formalista, las que —aun cuando en el fondo y por principio son antagónicas—
pueden intercambiar sus mutuas divergencias. Y, al mismo tiempo, corrobora el
otro elemento de la tesis que sostengo en mi estudio sobre J. C. Mariátegui y
César Vallejo, esos dos pilares de la cultura y la literatura peruanas, es
decir: que los críticos formalistas aíslan los nexos de la experimentación
formal llevada a cabo por CV para considerar que por ellos él no puede ser
ubicado en otra línea poética que no sea la formalista, la misma que —como
precisa Pablo Guevara— tiene su antecedente más epónimo en el barroco (y no
precisamente el quevediano sino el gongorino) pasando por el expresionismo y,
luego, el simbolismo, hasta llegar al vanguardismo. Pero esos críticos —para
usar una expresión cara a don Antonio Machado— se saltan a la torera «el conceptismo vallejiano»1, el que
supera en mucho la nuda intención puramente técnica de todos los vanguardismos
(incluidos los neobarrocos).2 Como dice Machín: «En su etapa europea
la poesía de Vallejo aumenta el espesor conceptual, aunque este ya está
presente en Trilce cuando Vallejo
acude al uso sistemático de los contrarios (cuyo antecedente es el conceptismo de Quevedo)» (D-1996: 511).
La
intención subyacente de aquel sesgado enfoque es «rescatar a CV» de su
filiación realista, lo que se nota en la crítica o censura que hacen a su prosa
reflexiva, teatral y narrativa, sin penetrar para nada en lo esencial de su nuevo realismo. Volviendo a lo expresado
por Pablo Guevara, el barroco de CV va más
allá de la forma de la expresión, para incidir
en la forma del contenido:
«Un
barroco en búsqueda desesperada de democratización de los lenguajes, algo en lo
que Vallejo fue creador eximio y casi único autor en este siglo para tratar de
insuflar madurez y lucidez en las costumbres para poder salir un día del fondo
del pozo de confusión nacional, algo tan estimulado (la confusión) por los
criollos del Perú. Y un autor del siglo XX que vivió entre contradicciones
aparentemente insuperables con las contradicciones que también vivieron
Cervantes y Quevedo, Lope y Calderón y tantos más cuando el barroco español del
s. XVI-XVII: la hiperinflación económica, las ciudades atestadas de migrantes y
de pícaros, los trasiegos interminables de valores y el no saber a veces quién
es quién en medio de las marejadas sociales etc. Por todo esto y mucho más,
Vallejo se convirtió ya desde los mismos momentos de su escritura como proceso
en uno de los mayores clásicos del Perú y América Latina de este siglo» (op.
cit.: 132).
Y todavía agrega Guevara: «… Vallejo
es uno de los más originales y extraordinarios representantes de lo que se
puede llamar de ahora en adelante la lengua social del Barroco de Indias» (op.
cit.: 114). Como ya he dicho, por más que el barroco sea la primera
manifestación —históricamente hablando— de la literatura formalista, ha de
vérsele también con sentido dialéctico para precisar —como lo hace Pablo
Guevara— que se puede hablar de una variante
social del barroco de manera especial en nuestra América, y que tiene su pater familiae en don Francisco de
Quevedo («ese abuelo instantáneo de los dinamiteros», como lo llama CV), aunque
aquí —en nuestra América— no deje de haber la otra variante, típicamente formalista,
culterana o gongorina.
Esa
contrapartida barroca, es caracterizada por Pablo Guevara como la «otredad», y
dice: «Sobre esta otredad o de esta otredad habla José A. Mazzotti en su
excelente trabajo “Se busca sujeto neocolonial”» y lo cita:
«Como
diría cualquier manual de bachillerato, la lucha de clases en la “literatura”
se da principal y genuinamente en el plano de la materia verbal más que en el
de la simple confrontación ideológica, y de esto pueden dar buena cuenta los
textos fundacionales de una aun vagorosa (sic)3 “nacionalidad”
literaria (pienso en J.M. Arguedas, por ejemplo, o en Vallejo)”» (Ib.)
Y, sí, estoy de acuerdo con Mazzotti
que ‘la lucha de clases se da en el plano de la materia verbal’, pero no creo
que quepa el agregado «más que en el de la simple confrontación ideológica»;
porque la misma proposición puesta en reversa también se podría hacer: que ‘la
lucha de clases se da en el plano de la confrontación ideológica más que en el
plano de la simple materia verbal’.
Y, precisamente, de lo que se trata es que las acciones críticas o teóricas no se reduzcan al simple aislacionismo de
sus urgencias, sino que —dialécticamente— interaccionen sus resultados
positivos, reales, serios, históricos. Porque ni una ni otra de esas acciones
críticas (formalista y realista) son «simples». Cada cual tiene sus propias
complejidades. Relevar solo la materia verbal es también una opción simple
porque pretende desconocer el propio nivel ideológico que la lengua en uso lo
tiene, como es simple hacer lo mismo con la incisión ideológica que pretendiera
actuar al margen del soporte verbal. Asimismo dice Pablo Guevara que «También
hay expresionismo, del mejor, y no solo quevediano en Vallejo, parangonable con
Kafka en el afán de construir una saga del Hombre Civil Contemporáneo, con El Proceso y también con El Castillo etc. cuestionando todas las
instituciones de la modernidad que le permite presentar una ciudad
sofisticadamente industrial lo mismo que una comunidad rural moderna
paradigmáticamente reconocibles como parte de la Ciudad Inhumana que viene
arrastrando desde el XVII (y desde antes) que ha llevado a los hombres al
agotamiento físico y mental en nombre del Capital y el Trabajo y las leyes del
Mercado libre, lejos de toda justicia y solidaridad terrenales» (op. cit.:
127-128).
He
citado antes a Xavier Abril por la relación que establece de la poesía de CV
con el conceptismo de Quevedo. Sin embargo, hay que precisar que este autor
destaca, de ese vínculo, solo la factura idiomática, y así dice: «En mi primer
ensayo acerca de Vallejo (1958) estudié (‘de Trilce, especialmente’…) el influjo idiomático quevediano»; pero, a
continuación agrega: «y el [influjo] estético propio de Mallarmé» (C-1980: 7).
Es decir que XA viene a decir que CV, en la práctica formal, era quevediano,
pero que en la concepción poética (en su visión ideológica o teórica) era
mallarmeano. Y esa es la argucia, el contrabando crítico, de separar a CV de la
tendencia del nuevo realismo, para llevarlo a la del formalismo.
Guillermo
de Torre, con un criterio más ecuánime, percibe esta orientación y la denuncia
así: «Encarada así la poesía Vallejiana, ¿dónde quedan, a dónde van a parar
ciertas especulaciones que se han aventurado no ya sobre sus consecuencias sino
sobre sus precedencias? Aludo a quienes le adjudican un linaje mallarmeano,
olvidando o poniendo en segundo término sus verdaderos cimientos: el heredado
temblor andino, la profunda conmoción telúrica de su raíz nativa y, finalmente,
su abolengo barroco (…) Estas y no otras, a mi parecer, constituyen su más
veraz “background”, nos dan al trasluz la imagen auténtica de su americanismo
raigal y su barroquismo subconsciente»
(D-1960: 58). Esta visión de un «barroquismo subconsciente» en CV —sugerido por
Guillermo de Torre— tiene relación con la tesis que sostiene Ángel Rama
respecto de que el barroco tuvo su origen en las tierras de América enajenadas
por los españoles, en las que no trasplantaron el clasicismo renacentista sino
su contraparte. Dice Rama: «Cada vez más, historiadores, economistas,
filósofos, reconocen la capital incidencia que el descubrimiento y colonización
de América tuvo en el desarrollo, no solo socio-económico sino cultural, de
Europa, en la formulación de su nueva cultura barroca. Podría decirse que el vasto Imperio fue el campo de
experimentación de esa forma cultural. La primera aplicación sistemática del
saber barroco, instrumentado por la
monarquía absoluta se hizo en el continente americano, ejercitando sus rígidos
principios: abstracción, racionalización, sistematización, oponiéndose a
particularidad, imaginación, invención local»4 (A-1998: 24).
__________
(1) Según Xavier Abril: «El rastro más
saliente de Quevedo en Vallejo es el carácter conceptista».
(2) Contra este barroquismo, de
vitrina de lujo, se pronuncia CV: «La poesía “nueva” a base de palabras nuevas
o de metáforas nuevas, se distingue por su pedantería de novedad y por su
complicación y barroquismo. La poesía nueva a base de sensibilidad nueva es, al
contrario, simple y humana y, a primera vista, se la tomaría por antigua o no
atrae la atención sobre si es o no es moderna» (B-1973-2: 101).
(3) Guiándome por lo dispuesto en el
diccionario de la RAE: que la palabra correcta es «vagarosa» y no «vagorosa»,
supuse que en este caso era un error de imprenta, y para evitar el abuso del
signo «sic», lo consulté con el autor, José Antonio Mazzotti, vía Internet:
«José Antonio, he visto que la palabra que tú escribes como “vagorosa” la RAE la
consigna como “vagarosa”. Si tú me permites la transcribo con esa corrección.»
Y la respuesta que recibí fue la siguiente: «Vagoroso se usa como neologismo.
No me resulta tan raro. Recuerda que la RAE demora muchos años en recoger
términos al uso.» Según Neale-Silva, «Es muy posible, como sugiere el Sr.
Coyné, que el “neologismo” sea un error de imprenta». («Poesía y sociología en
un poema de Trilce», en: Revista Iberoamericana N° 71,
abril-junio de 1970, Pensilvania: Universidad de Pittsburgh. pp. 210).
(4) Así como varios siglos después el
imperialismo contemporáneo haría su experimento del neoliberalismo en el Chile
de Pinochet.
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