jueves, 1 de agosto de 2019

Internacionales



El Capitalismo Ha Fracasado, ¿Qué Viene a Continuación?
(Segunda y Última Parte)


Lo que sigue a continuación

Al observar el naciente siglo XXI en el libro “La edad de los extremos”, el historiador marxista Eric Hobsbawm, expuso su preocupación por las amenazas que conmoverán este nuevo siglo.

        Para Hobsbawm el siglo XXI nos trae peligros mayores que la terrible “edad de los extremos” cuando la humanidad se vio estremecida por conflictos imperiales, depresiones económicas, dos guerras mundiales y la posibilidad de su propia auto-aniquilación.

        En 1949 Hobsbawm describió cómo veía el futuro:

“Vivimos en un mundo transformado por un desarrollo económico y tecno-científico que ha dominado los últimos dos o tres siglos. Sabemos – o al menos es razonable suponer – que esto no puede continuar hasta el infinito. El futuro no puede ser una continuación del pasado, y hay indicios, tanto externos como internos, de que hemos llegado al punto de una gran crisis histórica.

Las fuerzas generadas por la economía y la tecnociencia son ahora lo suficientemente poderosas como para destruir el medio ambiente, es decir, los fundamentos materiales de la vida humana. Las estructuras de las sociedades y las bases sociales de la propia economía capitalista están a punto de ser destruidas por una degradación que seguimos reproduciendo.

Nuestro mundo arriesga una explosión o una implosión. Esto debe cambiar. No sabemos a dónde vamos. Solo sabemos que la historia nos ha llevado a este punto. Sin embargo, una cosa es clara, si la humanidad tiene un futuro posible, ese futuro no puede ser la prolongación del pasado o del presente. Si intentamos construir un tercer milenio sobre esta base, con seguridad fracasaremos. Y el precio del fracaso será una sociedad donde predomine la oscuridad”. (85)

Hobsbawm dejó pocas dudas acerca de cuál era el principal peligro: el sistema tendrá consecuencias irreversibles y catastróficas para el medio ambiente natural, incluida la raza humana que forma parte de él. (86) La fe teológica que afirma que los recursos son asignados por un mercado sin restricciones crea las condiciones para que se desarrolle el “capitalismo del desastre”.

        En su momento la posición de Hobsbawm fue criticada, por gente de izquierda, por ser demasiado “pesimista” (87). Un cuarto de siglo después, está claro que las preocupaciones que expresó entonces eran las correctas. Sin embargo después de décadas de neoliberalismo, estancamiento económico, financiarización, creciente desigualdad y deterioro ambiental una visión que aborde, de manera integral, el fracaso del capitalismo es todavía una “rara avis” en gran parte de la izquierda de los países ricos.

        La respuesta más habitual es reivindicar el mito que una sociedad de mercado autorregulada puede salvaguardar la sociedad y el medio ambiente. (88) Esta concepción –que alimenta la esperanza de que el péndulo retroceda– ha sumado a cierta “izquierda” a distintas versiones de un social-liberalismo. Esta nueva versión del neoliberalismo esconde, sin disimulo, los fracasos del capitalismo y propone el retorno a una nueva era keynesiana, como si la historia pudiera desandar lo caminado.

        Los políticos que promueven esperanzas de este tipo niegan a los menos cuatro realidades históricas.

        Primero, la socialdemocracia floreció sólo mientras existía la amenaza de una sociedad socialista representada por la Unión Soviética y en Occidente partidos y una fuerza sindical importante que defendían a los trabajadores. Pero, como hemos comprobado, después de la caída del sistema soviético, las políticas socialdemócratas se desvanecieron rápidamente.

        Segundo, el neoliberalismo es la forma que adquiere el capitalismo en su actual fase monopolista-financiera. Ya no existe la realidad económica del capital industrial en la que se sostenía el keynesianismo.

        Tercero, en la práctica real, la Socialdemocracia Europea y de EEUU depende de un sistema imperialista que se enfrenta a los intereses de la gran mayoría de la humanidad.

        Cuarto, el estado “liberal-democrático” y el dominio de la clase capitalista industrial dispuesta a un acuerdo social con el trabajo es una reliquia del pasado. Incluso, cuando partidos socialdemócratas llegan al gobierno prometiendo establecer un “capitalismo de rostro amable”, invariablemente se rinden a las leyes del funcionamiento del capital correspondiente a la presente fase histórica.

        Como ha puntualizado Michael Yates: “hoy en día, es imposible creer que habrá una recuperación de los derechos sociales, que el modesto proyecto político y económico de los sindicatos y los partidos políticos socialdemócratas aceptaron y ayudaron a construir en el siglo pasado”. (89)

        La llamada izquierda social-liberal, ha aceptado acríticamente la modernización tecnológica sin tener en cuenta las relaciones sociales. Prisionera del determinismo tecnológico, esperan que la digitalización, la ingeniería social y una administración liberal gestionen el sistema.
Según los intelectuales social-liberales: “el capitalista neoliberal nos lleva a un desastre, pero este capitalismo (el neoliberal) puede ser reformado y debe hacerse desde arriba por imperativos tecnológicos”.
        En esta concepción el sistema capitalista mutará y solo quedarán “los marcos vacíos de las corporaciones, desprovistas de los intereses de la clase propietaria”.

        Para el futurólogo Jørgen Randers (uno de los autores del libro Los Limites del Crecimiento): “la sociedad mundial dentro de cuarenta años vivirá un capitalismo reformado en que el bienestar colectivo estará por encima del individualismo”. Este capitalismo reformado estaría supeditado a: “un gobierno de sabios dirigido por tecnócratas, con menos democracia y también con menos mercado libre”.

        En lugar de enfrentar directamente el fracaso del capitalismo, su estancamiento económico y la pobreza del “resto del mundo” Randers considera que estas cuestiones son secundarias. Predice que en el futuro: “la vida será más eficiente y sostenible que en la actual la versión del capitalismo”.(90)

        Sin embargo, en los apenas siete años (desde que se escribió el libro en 2012) ya está claro que las predicciones de Jørgen Randers y compañía, están totalmente equivocadas. La situación que hoy enfrenta el mundo es cualitativamente más grave que cuando todavía las soluciones tecnocráticas parecían factibles para algunos y que el estado “democrático liberal” parecía estable.

        Un cambio climático acelerado, un continuo estancamiento económico y una creciente inestabilidad geopolítica, son razones suficientes para entender que los desafíos a los que ahora nos enfrentamos son mucho más adversos que los vaticinios de “modernizadores progresistas” como Randers. Nunca la historia ha sido benévola con aquellos que se prodigan con predicciones. En particular si se conforman simplemente con proyectar determinadas tendencias tecnológicas y dejan fuera de cuadro a la mayoría de la humanidad y su vida cotidiana.

        Por esta razón una visión dialéctica es tan importante. El curso real de la historia nunca se puede predecir. Lo único cierto sobre el cambio histórico es la existencia de luchas que impulsan cambios revolucionarios de carácter discontinuos.

        Tanto las implosiones como las explosiones se materializan inevitablemente. Este proceso hace que el mundo para las nuevas generaciones sea diferente al de las anteriores. La historia nos enseña que todos los sistemas alcanzan un límite definitivo cuando son incapaces de regular las relaciones sociales y no pueden hacer un uso racional y sostenible de las fuerzas productivas.

        El pasado humano está salpicado de períodos de regresión, seguidos por aceleraciones revolucionarias que barren todo lo que tienen ante ellos. El historiador conservador Jacob Burckhardt describió de esta manera los cambios revolucionarios: “un cambio histórico ocurre cuando se produce una crisis en todo el estado de las cosas, involucra a épocas completas y a muchos pueblos de la misma civilización… Entonces, el proceso histórico se acelera repentinamente de manera aterradora. Los cambios que, de otra manera, tardarían siglos se producen en meses o semanas”. (91)

        Cuando Burckhardt escribió este texto tenía en mente la Revolución Francesa de 1789. Esta revolución fue una aceleración de la historia. En realidad, la Revolución Francesa inició una serie de revoluciones que mutaron a una velocidad aterradora. Transitó de una revolución aristocrática a una revolución burguesa y posteriormente a una revolución popular y campesina, que finalmente adoptó el carácter de un “bloque histórico”, invencible, que transformó gran parte de la historia de occidente. (92)

        ¿Podría una aceleración revolucionaria de este tipo acontecer en el siglo XXI?

        La mayoría de los analistas convencionales de los países hegemónicos del sistema imperialista mundial dirán que no. Se basan en una visión interesada porque las revoluciones continúan detonando en la periferia del sistema y sólo son sofocadas por la intervención económica, política y militar de las potencias imperialistas.

        El fracaso del capitalismo a escala planetaria hoy en día amenaza a la civilización y a la vida del planeta tal como la conocemos. Si no se realizan cambios drásticos la temperatura global de este siglo aumentará entre 4 grados a 6 grados Celsius, lo que pondrán en peligro a la humanidad en su conjunto. Mientras tanto, el capitalismo extremo busca expropiar y utilizar todos los recursos de la existencia material, arruinando al medio ambiente en beneficio de unos pocos.

        Con el aumento de las catástrofes naturales y con el vertiginoso proceso de concentración del capital, en este siglo la humanidad se enfrenta a un tipo de las relaciones sociales capitalistas que son más funestas que cualquier calamidad que hayamos conocido. (93)

        Cientos de millones de personas ya se han involucrado en el combate contra este sistema, creando las bases de un nuevo movimiento mundial hacia el socialismo.

        En su libro ¿Puede la clase obrera cambiar el mundo? Yates responde que sí se puede. Agrega: “sólo se podrá hacerlo si se unifican las luchas de los trabajadores y de los pueblos. Las batallas deberán tener como objetivo un auténtico socialismo. (94)

        Los intelectuales postmodernos sostienen que “el sistema socialista ya se intentó y fracasó”; por tanto, ya no existe como alternativa. Sin embargo, la historia demuestra algo muy distinto. El siguiente periodo histórico desmiente claramente a los profetas post modernos.

        “Los primeros intentos del capitalismo, en las ciudades-estado italianas (de la Baja Edad Media) no fueron lo suficientemente consistentes para sobrevivir en medio de las sociedades feudales que las rodeaban, sin embargo el capitalismo como sistema terminó imponiéndose”.

        Si algo nos enseña la historia es que el fracaso de los primeros experimentos de socialismo no presagia nada más que su eventual renacimiento con nuevas formas; más revolucionario, más universal, un socialismo que reconoce y aprende de sus anteriores fracasos. (95)
Podemos decir sin equivocarnos que a pesar de su fracaso (relativo) el socialismo es superior al capitalismo. La tradición de lucha por la libertad, la igualdad sustantiva y el desarrollo humano sostenible son consustanciales al socialismo y en la actualidad son una propuesta política que expresa cabalmente una necesidad histórica para la humanidad y el planeta. (96)

        El economista conservador Joseph Schumpeter (que fue ministro de finanzas de Austria en los años 20) escribió que el capitalismo no moriría por “un fracaso económico, sino más bien porque el capital al centrarse solo en fines económicos, termina socavando los fundamentos de su propia existencia”. Según Schumpeter el capitalismo “crea inevitablemente las condiciones que le impedirán sobrevivir y estas condiciones apuntan claramente al socialismo como su heredero.” (97) En cierto modo, sus opiniones eran correctas, aunque esto no ha ocurrido como muchos lo esperaban.

        El desarrollo global del capitalismo monopolista y la financiarización encabezado por el neoliberalismo –que surgió en esa Viena Roja- ahora está socavando las bases materiales, no solo del propio capitalismo sino de la ecología planetaria. A pesar de esto, el orden social neoliberal se impone en un confuso contexto político; hay menos oposición al capitalismo pero hay más oposición al neoliberalismo como si ambas cosas fueran distintas. (98)

        El capitalismo neoliberal (el capitalismo realmente existente) es un sistema que destruye de manera permanente las bases de la existencia. Los trabajadores y los pueblos del mundo no tienen más alternativa que buscar nuevos caminos para el futuro.

        Un movimiento inclusivo -basado en la clase trabajadora- que se proponga el socialismo para este siglo abrirá una etapa de progresos cualitativos que la humanidad necesita con urgencia. La anarquía de la sociedad del mercado con su avaricia institucionalizada no tiene nada que ofrecer a las nuevas generaciones. (99)

        El nuevo socialismo deberá incluir el desarrollo de una tecnología que tengan contenido social, en oposición a la tecnocracia que mira solo por la ganancia individual de un sistema depredador. (100) Hoy técnicamente es posible la planificación democrática a largo plazo, lo que permite que las decisiones que se tomen originen una distribución de la riqueza fuera de la lógica del capital. (101)

        Un socialismo, en su forma más radical, debe ser consistente con la igualdad sustantiva, la solidaridad comunitaria y la sostenibilidad ecológica, también deberá proponerse la unión, y no a la división de las fuerzas del trabajo. El desarrollo humano sostenible requiere urgentemente que la actividad creativa y productiva se utilice para los valores de uso y no para los valores de cambio del mercado.

        Cuando en un futuro –que ahora parece cerrado– se abran las puertas de una nueva sociedad, este cambio revolucionario lo hará de muchas maneras, produciendo un desarrollo completamente nuevo, más cualitativo, y con formas colectivas de organización. (102)

        Las medidas prácticas que deberán tomarse hoy son imposibles con el actual modo de producción. No es la imposibilidad física, o la falta de excedentes económicos lo que impide la satisfacción de necesidades básicas como aire y agua limpia, alimentos, ropa, vivienda, educación, atención médica, transporte y trabajo útil. No es la escasez de conocimientos tecnológicos o de medios materiales lo que impide la conversión a energías más sostenibles. (103) No es una fantasmal división, congénita de la humanidad, la que obstruye la construcción de una nueva Internacional de los trabajadores y de los pueblos. (104) Todo esto está a nuestro alcance, pero requiere seguir una lógica que vaya contra el capitalismo.

        Como Karl Marx advirtió: “la humanidad se impone sólo las tareas que puede resolver en su momento. Un examen detenido de la historia nos muestra que las soluciones surgen sólo cuando las condiciones materiales están desplegadas o al menos en están en camino de madurez.” (105)

        Los desperdicios y los excesos del capitalismo monopolista se han transformado en el principal obstáculo para el desarrollo humano. Una vez que el mundo se libere de estas cadenas los nuevos medios tecnológicos permitirán que la planificación y la acción democrática construyan los caminos hacia un mundo de igualdad sustantiva y sostenibilidad ecológica. (106)

        La respuesta a la crisis que tenemos ante nosotros son de carácter social y ecológica.

        Estas respuestas exigen una regulación racional del metabolismo entre los seres humanos y la naturaleza. El nuevo mundo deberá se capaz de regenerar los procesos vitales, con ecosistemas saludables, tanto locales como regionales y globales.

        A lo largo de la historia los seres humanos hemos luchado para domeñar el medio natural, pero la libertad humana integral sólo es posible si se vive con igualdad y en comunidad.

        El desarrollo futuro no es posible sin sostenibilidad ecológica y tampoco es posible sin una sociedad que se construya sobre bases socialistas.
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Notas
(85) Eric Hobsbawm, The Age of Extremes (Nueva York: Vintage, 1994), 584–85.
(86) Hobsbawm, La era de los extremos, 563, 569.
(87) Ver Edward Said, “Contra Mundum”, London Review of Books 17, no. 5 (1995): 22-23; Justin Rosenberg, “El siglo de Hobsbawm”, Monthly Review 47, no. 3 (julio-agosto de 1995): 139–56; Eugene Genovese, “The Age of Extremes – Review”, New Republic, 17 de abril de 1995.
(88) Polanyi, La Gran Transformación, 76.
(89) Michael D. Yates, ¿Puede la clase trabajadora cambiar el mundo? (Nueva York: Monthly Review Press, 2018), 134.
(90) Jørgen Randers, 2052: Informe al Club de Roma en conmemoración del cuadragésimo aniversario de los “Límites al crecimiento” (White River Junction, Vermont: Chelsea Green, 2012), 14–15, 19–23, 210–17, 248 –49, 296–97.
(91) Jacob Burckhardt, Reflexiones sobre la historia (Indianapolis: Liberty, 1979), 213, 224.
(92) Georges Lefebvre, La llegada de la Revolución Francesa (Princeton: Princeton University Press, 1947), 212.
(93) John Bellamy Foster, “El capitalismo y la acumulación de catástrofes”, Revisión mensual 63, no. 7 (diciembre de 2011): 1–17.
(94) Yates, ¿Puede la clase trabajadora cambiar el mundo?, 184–85.
(95) Paul M. Sweezy, “Socialismo y ecología”, Revisión mensual 41, no. 4 (septiembre de 1989): 5.
(96) Karl Marx y Frederick Engels, Collected Works, vol. 1 (Nueva York: Internacional, 1975), 157.
(97) Joseph Schumpeter, Capitalismo, socialismo y democracia (Nueva York: Harper and Row, 1942), 61. Schumpeter era un producto genuino de la Escuela de Economía de Austria, pero era, al mismo tiempo, un pensador muy independiente. Fue el primero en ofrecer una fuerte crítica a la idea de Mises de que un sistema de precios racional no podía desarrollarse bajo el socialismo. Su independencia fue demostrada por su disposición a servir como ministro de finanzas en un gobierno socialista. Véase Márz, Joseph Schumpeter , 99–113, 147–63.
(98) Schumpeter, Capitalismo, Socialismo y Democracia, 143.
(99) Como enfatiza Antonio Negri, un movimiento inclusivo basado en clases comienza con un “concepto social” de clase divorciada de una construcción meramente económica. Esto significa que la cuestión de la clase trabajadora no puede separarse de temas como el trabajo doméstico de las mujeres, el medio ambiente, la formación de razas, etc. Antonio Negri, “Empezando de nuevo desde Marx”, Filosofía radical 203 (2018).
(100) Vea la discusión indispensable de la tecnología socialista en Victor Wallis, Revolución rojo-verde: la política y la tecnología del ecoocialismo (Chicago: Political-Animal, 2018), 54–92.
(101) Como comentó Sweezy, no hay “nada en el sistema [capitalista] que se preste o sea compatible con una planificación a largo plazo de un tipo que sería absolutamente esencial para la implementación de un programa ecológico efectivo”, mucho menos la garantía de que El progreso sería compartido equitativamente entre todos en la sociedad. El socialismo, en cambio, es modificable a tales desarrollos sobre una base democrática, precisamente porque significa un alejamiento de la acumulación de capital, las ganancias y la producción de bienes como los fines supremos de la sociedad. Sweezy, “Socialismo y ecología”, 7–8. Podemos ver las fortalezas de la planificación hoy de diferentes maneras en estados como Venezuela, con sus municipios y consejos comunales, y en Cuba con sus enormes éxitos sociales y ecológicos, a pesar de que ambos han sido sometidos a enormes presiones económicas y políticas, así como amenazas militares, que emanan de los EEUU. Ver a John Bellamy Foster, “Chávez y el estado comunal” Revisión mensual 66, no. 11 (abril de 2015): 1–17.
(102) Sobre el desarrollo humano sostenible, vea Paul Burkett, “La visión de Marx del desarrollo humano sostenible”, Revisión mensual 57, no. 5 (octubre de 2005): 34–62.
(103) El problema de la conversión ecológica se aborda sistemáticamente en Wallis, Revolución Rojo-Verde. Ver también Magdoff y Williams, Creando una Sociedad Ecológica , 283–329; Angus, frente al antropoceno, 189-208; y Fred Magdoff y John Bellamy Foster, Lo que todo ambientalista debe saber sobre el capitalismo (Nueva York: Monthly Review Press, 2011), 121–44.
Sobre una estrategia democrática y socialista radical en los EEUU, ver Robert W. McChesney y John Nichols, People Get Ready (Nueva York: Nación, 2016), 245–76.
(104) Sobre una nueva internacional, vea István Mészáros, La necesidad de control social (Nueva York: Monthly Review Press, 2015), 199–217; Samir Amin, “Es imperativo reconstruir la Internacional de Trabajadores y Pueblos”, IDEAS, 3 de julio de 2018.
(105) Karl Marx, Una contribución a una crítica de la economía política (Moscú: Progreso, 1970), 21.
(106) Ver John Bellamy Foster, “La ecología de la economía política marxiana”, Monthly Review 63, no. 4 (septiembre de 2011): 5–14; Robert W. McChesney, Communication Revolution (Nueva York: New Press, 2007).
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Texto completo en: https://www.lahaine.org/bT4y


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