Nota:
Transcribimos la entrevista hecha a Julio Carmona por Miguel Vargas Rosas director de la revista LA VENTANA INCINERADA.
Julio Carmona participó en
el Grupo Narración; declamó en plazas y locales sindicales, junto a JOVALDO, y
actualmente ejerce la cátedra universitaria. Julio Carmona se constituye en una
de las figuras destacadas de la literatura peruana. Sus poemas agrupados en
Botellas de náufrago (2018) muestran su gran calidad lírica al igual que su
destreza magistral en el empleo de los diversos recursos poéticos, sin dejar de
lado la crítica social ni los temas cotidianos como el amor. Actualmente, a
través de un estudio concienzudo sobre la obra poética de César Vallejo, que lo
ha llevado a publicar Vallejo para no iniciados I y Vallejo para no iniciados
II, intenta aproximarnos más al espíritu del vate universal. En esta
oportunidad, conversamos sobre su literatura y su percepción literaria, así
como ciertas anécdotas de su trayectoria en el arte.
Miguel Vargas (MV):
Saludos, estimado Julio Carmona. Antes que nada, agradecerle por acceder a esta
entrevista, pues es un honor poder dialogar con usted de manera amena y breve
sobre algunos aspectos de la literatura y sobre su literatura. Sabemos que cada
movimiento o cada escuela trae consigo una conceptualización de la poesía,
¿cuál es su concepción de esta?
Julio Carmona (JC): Retorno
el saludo, amigo Miguel Vargas. Para comenzar, debo decir que su pregunta
encierra un planteamiento previo: que no hay una sola concepción en torno a la
poesía, en particular (o la literatura, en general). Es más, yo considero que
los movimientos y escuelas quedaron totalmente desprestigiados con el
movimiento vanguardista (y las múltiples escuelas que de él se desprendieron);
al extremo que, hoy por hoy, ya a nadie se le ocurre crear movimientos o
escuelas, sin que por eso se deje de asumir una u otra concepción, a las que
mejor hay que llamar tendencias (y que no pasan de dos). Pero el movimiento
vanguardista (ocurrido hace ya más de un siglo) era heredero de una concepción
(de la literatura y el arte) que tuvo su origen en el barroco del siglo XVII, y
que se siguió afirmando con los movimientos del siglo XIX: romanticismo,
parnasianismo y simbolismo. Y, por eso, algunos estudiosos de la literatura
consideran que el movimiento vanguardista, de las primeras décadas del siglo XX,
era heredero del simbolismo (con toda la carga de los movimientos que lo
precedieron). Pero todos ellos tenían un nexo común: la autonomía absoluta del
poema, que —además— reducía esa autonomía a la preponderancia de la forma, de
la estructura poética, alejándose de la realidad: naturaleza/sociedad.
Constituyéndose este alejamiento de la realidad en otra de sus características,
a nivel de contenido. Y esas características comunes (que unifican a todos esos
movimientos y sus escuelas sucedáneas) es lo que, ya avanzado el siglo veinte,
se denominó el formalismo, que se constituye en una tendencia con ese nombre:
la tendencia formalista. Debiendo entender por tendencia: a esa línea de fuerza
que se mantiene, desde épocas muy antiguas, con lo esencial de esa concepción
artístico/literaria. Sin embargo, en esa época vanguardista (comienzos del
siglo XX), había otro movimiento (que se suele soterrar), que postulaba lo
contrario: un acercamiento a la realidad y una consideración de la forma como
un medio, y no como un fin que esto, a final de cuentas, es lo que postula la
tendencia formalista. A la tendencia opuesta, con esas características de
acercamiento a la realidad se la denomina realista. Cuyo origen se encuentra en
la literatura clásica de la antigüedad, y que mantuvo esa concepción del arte
en los siglos sucesivos, con los movimientos: renacentista (siglos del XV al
XVII) y neoclasicismo (siglo XVIII) hasta llegar al realismo del siglo XIX y
hasta el siglo XX (con movimientos como el neorrealismo o el realismo mágico y
hasta el social realismo y aun el realismo socialista de la Unión Soviética),
pero todos unificados por las características de la tendencia realista. Y, para
contestar a la última parte de su pregunta, aunque ya la respuesta a su primera
parte ha resultado extensa, debo decir, escuetamente: que mi concepción de la
poesía se ha inscrito, desde siempre, en la tendencia realista.
MV: En Botellas de náufrago, libro suyo
publicado en el 2018, se presencia una combinación de recursos literarios, en
la que se puede destacar la ironía, como cuando dice: «Yo compadezco a la usura
/ no porque sea maldad: porque si es mayor la altura / es mayor la soledad»,
¿cree que la vida y el sistema son irónicos?
JC: De
ninguna manera. Nada en la vida es unívoco. Todo en la vida tiene su contrario.
Que haya «ironía» o burla, no deja de manifestarse su contrario: la seriedad o
gravedad. Yo creo que todo escritor realista es, o debe ser, dialéctico. Con
gran sentido de las proporciones, nuestro maestro en este sentido, César
Vallejo, supo contradecir a André Gide, cuando este pontificaba que la
literatura soviética, habría de devenir en una literatura alegre. Aquí tengo a
la mano el libro (El arte y la revolución)
en el que CV lo contradice. Y hace la siguiente precisión —permítame citarlo:
«¿El señor Gide se da cuenta de lo que sería, en el futuro, una literatura en
que ya no exista el dolor? ¿Admite el señor Gide siquiera sea la posibilidad de
una tal mutilación del corazón humano? ¿No cree el señor Gide que el propio
reinado exclusivo de la alegría sería el mayor de los dolores que se imponga al
hombre? En todo caso, el señor Gide, al formular su frase, tenía seguramente a
la dialéctica por la cabeza de su despacho». Cualquier argumento que se añada a
lo dicho por el maestro, sería redundante.
MV: En
el mismo poemario, se tratan diversos temas. Uno de ellos es el amor, y la
postura que asume sobre este, no está exenta del análisis
materialista-dialéctico; no obstante, también se habla del amor «idealizado».
Finalmente, ¿cuál conceptualización de «amor» asume» o ¿cómo afronta esta
dicotomía?
JC: En
principio, debo indicar que cuando escribo no lo hago como el filósofo (que
—dígase de paso— no lo soy), es decir: que vaya premunido de «mi método
dialéctico». En todo caso, pienso que en un escritor realista (y, además,
marxista) la dialéctica es parte de su accionar vital. Y si, como dice usted,
en los versos del libro que ha convocado (Botellas
de náufrago) se percibe ese movimiento dialéctico, no es porque yo me haya
propuesto —ex profeso— ese resultado, y menos tratándose del tema del amor que,
si bien es cierto lo planteo como parte de mi visión realista, pienso, por la
otra parte, que antes de oponerlo a una presentación «idealista», se podría
decir, más bien, que se opone a una presentación abstracta del amor. Pero, para
no alarmar a los lectores con abstracciones, pongo un ejemplo:
Yo tengo una razón muy imperiosa
para hablar del amor y no me
callo
porque muere a traición como
las rosas
o como el día cruel en que
batallo
lo han herido de muerte una
y mil veces
lo abandonan sin agua en el
desierto
implosionan sus latidos los
reveses
y lo dan por vencido hasta
por muerto
mas yo hablo a su favor y lo
defiendo
si no tiene más luz que una
voz pura
es preciso librarlo de ese
atuendo
de esa fuerza en camisa tan
atroz
yo que tengo los ojos in
crescendo
hablaré por la muerte de los
dos
MV: A
raíz de esto, ¿es posible ser marxista y a la vez romántico?
JC: Ojalá
no me equivoque; pero creo haber leído un texto de Gorki en el que habla de un
realismo romántico. Aun cuando parezca paradójico (siendo históricamente
contrarios), aunque visto dialécticamente, se daría, precisamente, la síntesis
dialéctica, tomando lo positivo de cada uno. Sin vincular al romanticismo con
una exclusiva concepción del amor erótico. Y al realismo, sin una visión
reduccionista de la realidad, o sea, sujeto solo a lo estrictamente material.
Siempre volvemos a enfrentarnos con la lucha de contrarios. No hay escapatoria.
Y habría que concluir diciendo que al marxismo nada de lo humano le es ajeno.
Sin que esto signifique —como dijera Marx— estar chalaneando con los
principios, o estar enajenándose de lo principal: que es hacer la revolución. Y
esta se hace desde toda acción social: como escritor o como profesor o como
vendedor de libros, etc.
MV:
Sabemos que, sobre Vallejo, se ha escrito y dicho mucho. Incluso cuando el aún
vivía, hubo quienes lo insultaron sin sustento alguno, ahora se ha escrito más
sobre él, de manera aparentemente positiva, ¿cuál es la importancia y el
propósito de hablar sobre Vallejo y de interpretarlo a través de un conjunto de
libros? (Refiriéndonos al ciclo Vallejo
para no iniciados).
JC:
Usted, lo ha dicho, mi estimado amigo: Se ha escrito de él «de manera
aparentemente positiva». Y de lo que se trata es de hacerlo «de manera
realmente positiva». Y porque Vallejo no necesita quien lo defienda (él se
defiende solo), lo que se debe hacer no es «santificarlo» (el resultado de esto
sería totalmente contraproducente). Le pongo a usted solo un ejemplo. Hay
quienes quieren volverlo marxista desde antes que lo fuera. Y, en ese sentido,
dicen que ya en su libro Contra el
secreto procesional, lo era. Y eso es inexacto. Tal vez lo dicen porque en
el trasfondo de su escritura se percibe una concepción dialéctica. Pero se
olvida que también hay una dialéctica idealista. Y Vallejo mismo lo reconoce,
cuando escribe lo siguiente: «Me refiero a Hegel y Marx, que no hicieron sino
descubrir la ley dialéctica. Paso a mí mismo cuya posición rebasa la simple
observancia de esta ley y llega a cabrearse contra ella y llega a tomar una
actitud crítica y revolucionaria delante de este determinismo dialéctico. Luego
pienso en Pascal, cuyo pensamiento figura, sin duda, entre los que animó una
velocidad dialéctica más grande, pasando del materialismo o cientificismo, a la
filosofía, luego a la metafísica, luego a la religión, luego al cristianismo y,
por último, al catolicismo». Es decir, en ese momento, Vallejo todavía no se ha
independizado de un pensamiento idealista pequeñoburgués. Pero es un momento de
su evolución: que también se refleja en su poesía de Heraldos y Trilce. Y esto
no devalúa a estos libros ni denigra a Vallejo. Solo hay que verlos
dialécticamente: sin misticismo ni oportunismo.
MV:
¿Declamar o crear (construir) poesía?, ¿por qué?
JC:
Para mí la declamación fue y es un modo de comunicar mi visión del mundo que es
también mi visión de la poesía: dos visiones inseparables, como las dos caras
de una moneda. Nunca la he usado de manera crematística. Porque hasta cuando la
ejercí en las plazas públicas (como Jovaldo: allí nos conocimos) y recibíamos
algunas monedas, este era un resultado como en cualquier trabajo. Igualmente,
en el proceso de producción, construcción o creación poética, siempre he
aplicado una frase que se la debo a un gran amigo, Ricardo Sánchez Carlessi:
«La poesía no se vende, pero el poemario sí». Y, en cualquiera de los casos, lo
importante es: el mensaje que se transmite. Y hasta ahora, mucha gente que me
saluda en las redes sociales hace memoria de ese mensaje, como parte del
recuerdo que tienen de mí. Y ese es el mejor estipendio que sigo recibiendo.
MV:
Usted que asume la crítica literaria, ¿cómo ve la literatura actual?
JC: Con
toda sinceridad, sin falsa modestia: me queda grande el título de crítico
literario. No me considero tal. Y mucho menos que sea un «crítico profesional».
Soy un simple lector que da su opinión para bien o para mal. Y tanto es así que
lo hago de forma muy esporádica. Y, más bien, la hago como complemento de mi
trabajo de investigación literaria, la que realizo con una posición
declaradamente marxista. Por eso, mi apreciación es el resultado de un mirar al
pasado para ver cómo influye en el presente. Y, prácticamente, estoy divorciado
de la literatura actual. Lo dicho explica que más me haya centrado, en los
últimos años, en trabajar sobre la poesía de César Vallejo. Pues mi propósito
último es demostrar que él, junto con José Carlos Mariátegui, dan sustento a la
tendencia del Nuevo Realismo. Ese va a ser el resumen de mi lectura de toda su
poesía.
MV: Lo
que hemos percibido en la lectura de su último libro, Botellas de náufrago, es que usted prefiere más las rimas y los
versos medidos, que no le restan calidad poética a sus composiciones, pues,
como usted, existen (inmortalizados en sus poemas) otros poetas como Mario
Benedetti o el propio Nicanor Parra, y hasta se puede llegar a Bertolt Brecht.
En contraposición, está esto que se llama el «canon literario», que
implícitamente exige utilizar técnicas vanguardistas y hasta surrealistas para
hacer poemas. Siendo así, ¿hay algún punto, asunto o característica a tener en
cuenta para considerar un poema de alta calidad o que se mantenga
actual/vigente? Recordemos que Mariátegui nos decía, entre otras cosas, que
nuevo arte no es aquel que no nos trae sino una nueva técnica. Sin embargo,
abogaba por un arte nuevo en vez de «nuevos artistas».
JC: En
efecto, yo le estoy dando preferencia a las formas breves de composición,
cuartetas, décimas y sonetos. Y es algo que empecé a madurar en mi concepción
del trabajo en verso, a partir de la lectura que hice de un texto de Edgar
Allan Poe, en el que dice que el destello poético es muy breve en el texto, y
el lector lo percibe inmediatamente, y que si el texto se extiende mucho va a
ser difícil seguir descubriendo otros destellos similares, y la lectura se hace
densa y fatigosa (más o menos eso recuerdo). Por otro lado, el escritor
realista no escribe para conseguir una visa a la inmortalidad. Eso es puro
idealismo barato. Yo admiro a los poetas que usted ha mencionado (y desde luego
hay muchos más), y los considero portadores de una herencia que ellos a su vez
heredaron; ergo: la herencia es la inmortal, y el transmisor, si sabe
recepcionarla, también será recordado (sin que esta permanencia sea lo
principal). Lo principal es que la tendencia realista se mantenga incólume e
invicta pese a los ataques de las ideologías que actúan en su contra. Porque
eso del canon literario (como algo único y desideologizado) es un mito de esas
ideologías que, como digo en mi primera respuesta, empezaron su oposición con
el barroco, el romanticismo y todo el devenir formalista posterior. Pero no hay
que dejar de observar que «negar en dialéctica no quiere decir no», quiere decir que se respeta los
logros positivos del contrario, y se sigue admitiendo su existencia, porque el
elemento contradictor es la mejor constancia de la propia existencia. Y, bueno,
creo que también se desprende de mi primera respuesta que, para el escritor
realista, no hay recetas eternas, sino que siempre se debe buscar lo que el
presente exige sobre las bases principistas de la propia tendencia (o del propio
«canon», para usar el término que el formalismo cree haber impuesto para todos): repito solo dos de esas bases:
reconocer la deuda con la realidad, y usar la forma como un medio no como un
fin. La permanencia de lo hecho depende ya de la misma realidad que, como dice
la canción: ella te quita, te quita y te da.
MV:
¿Quién es Miguel Gutiérrez y qué significó para usted en el ámbito literario?
JC: Miguel
Gutiérrez fue mi profesor en San Marcos. Y después llegamos a ser amigos. Tanto
como lo fui de su esposa Vilma Aguilar. Esa cercanía amical hizo que
participara (como colaborador) en el Grupo Narración que se mantuvo hasta lo
último por el impulso de ambos, Miguel y Vilma. Los otros miembros y
colaboradores (entre estos últimos cuento, entre otros, a Anamaría Mur Bedoya,
Francisco Izquierdo López, Rosa Carbonel). Entre los miembros puedo recordar a
Oswaldo Reynoso, Gregorio Martínez, Roberto Reyes, Augusto Iga, etc. El grupo,
en sí significó un hito para la literatura del Nuevo Realismo en el Perú. Y,
evidentemente, las figuras descollantes, desde muy lejos, son Miguel y Oswaldo;
y la importancia, tanto de ambos como del grupo, radica no solo en su
concepción literaria sino en su concepción del mundo. Y este fue el punto de
quiebre con Miguel; no con Oswaldo que se mantuvo hasta el final, tanto
literaria como ideológicamente, y para el marxismo estas son dos dimensiones «no negociables»;
y con Miguel ocurrió que tanto en lo literario como en lo ideológico hubo un
desfase, por decir lo menos. Alguien puede decir que si reconozco que Miguel
fue mi amigo y maestro, cómo puedo opinar así ahora de él. Y, por mi parte,
puedo replicar, con la frase de Aristóteles referida a Platón (que también era
su maestro y amigo) y él dijo: «Sí, soy amigo de Platón, pero soy más amigo de
la verdad».
MV: Escritor y obra literaria favorita.
JC: Para ser coherente con lo que he respondido
hasta aquí, no creo en autores y obras independientes. Creo en todos los
autores del Nuevo Realismo, lo cual no quiere decir que deje de leer a los que están
lejos de él. Pero en todos los casos lo hago para aprender lo bueno que hacen
con su trabajo literario. Desechando lo malo, aunque —como decía Mao— «del
maestro negativo también se aprende» (a no hacer de las suyas). Sin embargo,
aunque lo que voy a decir sea visto como un tópico: hoy por hoy, César Vallejo
y su obra son mis favoritos. Después, todos los autores del Nuevo Realismo,
bienvenidos sean, y pongamos manos a la obra o, como escribió Víctor Mazzi: «De
la mano de obra pasamos a la obra de mano».
MV: ¿La poesía es mero entretenimiento o goce
estético?
JC: Gran pregunta para quien tenga el corazón
contento.
MV: ¿Cuál cree usted que sea el poder o la fuerza
de la poesía en un mundo «globalizado» y que poco lee poesía y donde todo se ha
tornado mercancía?
JC: Pero eso también pasaba en el mundo no
globalizado. Siempre ha sido así. Los poetas (desde Platón) han sido
considerados los aguafiestas de la historia, lo cual indica que los señores del
poder siempre los han tenido en cuenta, aunque sea para silenciarlos. Pero la
poesía terca y empecinada en decir su verdad lo hace, aunque nadie la escuche.
Y si ella no puede cambiar el mundo, sí contribuye en algo para que cambie
alguien que la escucha. Un solo lector, un solo oyente, eso ya es bastante.
Porque los poetas se cuentan por millones en el mundo: para cada poeta un
lector, y ese lector será ese alguien al que la poesía lo hará reflexionar, y,
entonces, serán millones de lectores reflexionando. Porque en todo ser humano
hay un poeta dormido. Imagínese ese despertar.
MV: ¿Frase, verso o refrán con que quisiera
cerrar esta pequeña pero importante entrevista?
JC: La poesía no es sino el rapto, voraz, de una esperanza. Siempre he creído que esta frase me pertenece (sin que por eso la considere el non plus ultra en su género). Pero no recuerdo haberla leído en alguna parte. Ojalá alguien me desmienta o me devuelva a la realidad. Lo agradeceré. Así como le agradezco a usted, Miguel Vargas, por esta entrevista.
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