Ortodoxia
y Heterodoxia en José Carlos Mariátegui
Julio
Carmona
SEGUNDA
PARTE
EN EL CASO DEL MARXISMO, que
es una doctrina uniforme o unívoca, se tiene como principio la concepción de
que no se puede ni se debe operar en la política de manera distinta que en el
arte. Los principios de la doctrina se aplican a cada cual según su especificidad.
De ahí que no haya contradicción ni «dogmatismo estéril» en JCM cuando,
refiriéndose a Gorki, dice: «Su posición no había cambiado: su admiración a
Lenin, de la cual dio fe en páginas archinotorias, se mantenía intacta»
(1959-7: 88). Es decir, que Gorki era fiel a los principios del realismo en
arte y asimismo al socialismo en la política. Y esto es aplicable a la
ortodoxia de JCM.
Por
otro lado, Alberto Tauro, en la misma obra que prologa, cita la clasificación
que hace JCM de la poesía contemporánea «en tres líneas, tres especies, tres
estirpes»: «épica revolucionaria, disparate absoluto, lirismo puro» (1959-6:
8). Y la idea de JCM concluye así: «Todo
lo que significa algo en la poesía actual es clasificable dentro de una de
estas tres categorías que superan todos los límites de escuela y estilo» (op.
cit.: 123). En esta conclusión está planteada la diferenciación que JCM siempre
trata de establecer entre la teoría literaria, por un lado (con una serie de
principios estéticos de permanencia insoslayable), y el trabajo poético, por
otro (que puede —este último— pertenecer a una escuela o responder a un estilo,
los cuales asimismo pueden cambiar y hasta fenecer, y serán estudiados por la
crítica y la historia literarias). Es decir, que la teoría literaria puede —y
hasta debe— trazar líneas de fuerza, generales, tendencias que orientan y
explican la creación de los poetas, pero que no corren la misma suerte de los
‘límites de escuela o estilo’ que le sean afines, porque estos límites le toca
establecerlos a la crítica (o a la historia literaria), pero no definen a las
tendencias o líneas de fuerza, que pueden ser dos o tres, pero nunca una, ni
más de tres, y que son definidas por la teoría literaria.
Asimismo,
es pertinente recordar la posición sostenida por un representante del idealismo
italiano, Benedetto Croce (a quien JCM guardaba especial aprecio, se sabe
incluso que llegó a conocerlo personalmente), posición que no solo recusa este
tipo de tendencias opuestas, debido a que él, obviamente, cree que la poesía es
una sola e indivisible. En una nota sobre «Realismo e idealismo en poesía»,
dice que:
Aun
esta escisión de la poesía única en dos diversas o contrastantes poesías ha de
ser dejada de lado con las otras que se le asemejan; y, por lo demás, si bien
se mira, se reduce substancialmente a la precedente de clasicismo y
romanticismo. Lo que desagrada en la denominada poesía «realista» son las
impresiones inmediatas y rudas de la realidad, no acordadas y resueltas en un
motivo poético; y, a la inversa, lo que desagrada en la denominada poesía
«idealista» es la falta de nexo con la pasión, sustituida por esquemas
convencionales; y por esto, contra la una y la otra, se requiere la imagen a la
vez corpórea y aérea, que es la de la poesía entera y verdadera. Los sectarios
de una y otra de esas tendencias unilaterales son, por lo común,
intelectualistas, como eran, o pronto devinieron, los románticos. (CROCE, 1954:
322).
Está demás decir, que JCM,
de haber conocido esta declaración croceana, habría hecho una elipsis de ella,
por su fondo idealista, opuesto a su concepción materialista. Pero, volviendo a
la propuesta hecha por Alberto Tauro, se debe advertir que, antes de la cita
hecha por este, JCM ha precisado sentir desconfianza respecto de ese tipo de «triparticiones»,
y, refiriéndose a un trinomio planteado por Guillermo de Torre en relación con
la literatura italiana (Pirandello, Papini, Soffici), dice: «No me siento muy
lejos de la opinión de Torre sobre este trinomio, aunque desconfíe un poco de
estas triadas o triángulos en que la crítica gusta a veces de concretar una
época» (1959-6:118). Se debe entender de este último aserto que JCM, entonces,
preferiría reducir su triada o tripartición, a una dicotomía o bipartición. Y
esto se explica porque la tripartición planteada por el Amauta: «épica
revolucionaria, disparate absoluto, lirismo puro», oscila entre dos extremos,
lo épico y lo lírico, entre lo objetivo y lo subjetivo, y entre ambos ubica a
la iconoclastia: el disparate absoluto. Y —cabe preguntarse— ¿por qué JCM rompe
una lanza a favor del «disparate absoluto»? Y una explicación puede ser esta:
No se olvide que, por esa época, en Amauta se han publicado los antisonetos o
«disparates puros» de Martín Adán. Y en la nota de presentación que escribe JCM,
se lee lo siguiente:
El
alejandrino es un metro decadente. Si nuestro amigo [Martín Adán], ha dejado
vivo aún el soneto endecasílabo, la nueva poesía debe mantenerse alerta. Hay
que rematar la empresa de instalar al disparate puro en las hormas de la poesía clásica. (Revista Amauta N° 17, p. 76).
Se nota —con toda claridad—
que JCM quiere inducir a la nueva poesía peruana a que asalte la Bastilla de la
poesía clásica, instalando dentro de ella la herejía de un nuevo lenguaje. Martín Adán está usando la forma del soneto
clásico con un lenguaje desenfadado y, si se quiere, antipoético; por eso JCM
lo califica de antisoneto. Es la escaramuza de un poeta puro. Su actitud es
rescatable. Por eso da la alerta: las dos vertientes (la épica revolucionaria y
el lirismo puro) la pueden hacer suya. Para él es urgente acabar con la
decadencia clásica, que alimenta a la decadencia moderna: y es de esta que hay
que cuidarse y liberarse. Porque si se lleva esa tripartición a la
confrontación clasista, se encontrará la objetividad proletaria frente a la
subjetividad burguesa, y entre ambos polos está la ‘pequeña burguesía puramente
iconoclasta y disolvente’, es decir aquella pequeña burguesía que está más
cercana a la ideología burguesa. Por tanto, se nota con claridad que solo se
trata de dos contrarios: la épica revolucionaria (ideología proletaria) y el
lirismo puro (ideología burguesa), porque este último suele caer en el
«disparate absoluto». Es obvio que por
introducir este tercer elemento en su clasificación está forzando, aunque no
clausurando su concepción dialéctica que ha relevado en otra ocasión: «El
duelo, el conflicto entre la idea conservadora y la idea revolucionaria, ignora
y rechaza un tercer término. La política, como todas las cosas, tiene
únicamente dos polos. Las fuerzas que están haciendo la historia contemporánea
son, también solamente dos» (1964-1: 59). Y otra cita aclara el asunto: «En la
sociedad peruana distingo dos elementos fundamentales, dos fuerzas sustantivas.
Esto no quiere decir que no distinga nada más. Quiere decir solamente que todo
lo demás, cuya realidad no niego, es secundario» (1980-2: 205). Esta cita no
solo sirve para sustentar el carácter dialéctico del razonamiento de JCM, sino,
además, para ratificar lo que estamos observando a su esquema de “tres formas”
literarias: «épica revolucionaria, disparate absoluto, lirismo puro», que puede
reducirse a dos, integrando el «disparate absoluto» dentro del «lirismo puro».
Se nota, pues, que JCM insinúa lo siguiente: que si de la tendencia contraria
surge un impulso destructor de lo viejo (a pesar de su espíritu «iconoclasta y
disolvente»), hay que rescatar su aspecto positivo, porque —al decir de Lenin—
«… los monstruosos hechos relativos a la monstruosa dominación de la oligarquía
financiera son tan evidentes, que en todos los países capitalistas ha surgido
toda una literatura, escrita desde el punto de vista burgués, pero, no
obstante, ofrece una imagen exacta y una crítica —pequeñoburguesa, por
supuesto— de esta oligarquía». Y JCM, con sentido harto cercano a Lenin, dice:
«Los intelectuales españoles denunciaron la incapacidad del régimen viejo y la
corrupción de los partidos turnantes. Y propugnaron un régimen nuevo. Su
actividad, voluntariamente o no, fue una actividad revolucionaria» (1959-7:
120-121).
Por
eso, no debe extrañar el hecho de que JCM critique duramente al “realismo”,
porque siempre se cuida de especificar que lo hace respecto del realismo del
siglo XIX, y alude a un nuevo realismo, operante en el siglo XX —que aun
perdura en el XXI— y que supera al decimonónico, incorporando aquellos
elementos que —equivocadamente— se había dejado arrebatar por el arte
formalista (como la fantasía, la imaginación, la magia, la innovación técnica,
etc.) Caso similar manifestó Marx en relación con la filosofía idealista a la
que el materialismo mecanicista le cedió terreno en el manejo de la
subjetividad. Pero, en ambos casos, no dieron por clausurado el concepto de
realismo o de materialismo, respectivamente. De tal suerte, pues, se ha de convenir
que JCM es un ortodoxo en estética (la estética marxista) que es el terreno en
el que se mueve. Se diría de él que fuera un «heterodoxo en arte», si actuase
como artista y se analizara su obra artística. Y el hecho de que él (como
estudioso de la literatura y el arte) reconozca los valores de artistas que no
pertenecen a su concepción estética, y que él los califique de heterodoxos
(como hemos visto lo hace con los dadaístas) no puede llevar a confundir los
términos y aplicarle a él la calificación de heterodoxo. El mismo JCM aclara el
asunto de la siguiente manera:
El
tema que anteriormente enfocaba era el del realismo en la nueva literatura
rusa. ¿Podrá pensarse que abandono demasiado arbitrariamente la línea de esta
meditación, porque paso ahora a discurrir sobre Nadja de André Bretón? Es
posible. Pero yo no me sentiré nunca lejano del nuevo realismo, en compañía de los suprarrealistas (…) Proponiendo
a la literatura los caminos de la imaginación y del sueño, los suprarrealistas
no la invitan verdaderamente sino al descubrimiento, a la re-creación de la
realidad. (1959-6: 178).
Es más, no se puede
convertir en «heterodoxo» a alguien que, en todo momento, declara ser un
ortodoxo. Dice, por ejemplo: «Este aspecto de la colonización, como otros
muchos de nuestra economía, no ha sido aún estudiado. Me ha correspondido a mí,
marxista convicto y confeso, su constatación» (1980-2: 62). Y en otro libro,
dice: «Hay que realizar simultáneamente por medio de un grupo de estudios
marxistas, el estudio de la literatura marxista fundamental y la aplicación del
método marxista al esclarecimiento de las cuestiones nacionales» (1984-II, pág.
619). Y, precisamente, en relación con las cuestiones nacionales, dice: «El
proceso leguiísta es la expresión política de nuestro proceso de crecimiento
capitalista, y si algo se opone radicalmente, si algo es su antítesis y su
negación, es justamente nuestro socialismo, nuestro marxismo, que pugnan por
afirmar una política basada en los intereses y en los principios de las masas
obreras y campesinas, del proletariado, no de la inestable pequeña burguesía»
(op. cit.: 611). Sin embargo, un acercamiento a esa posición ortodoxa la hace
Alberto Tauro cuando dice lo siguiente: «Animado por la pasión que imprimió en
su vida, José Carlos Mariátegui aplicó sus mejores y más constantes esfuerzos
al cumplimiento de su destino. Tuvo, para ello, una estrategia, dentro de la
cual estaban considerados los objetivos finales y, las etapas intermedias, con
precisos equivalentes en la ideología y el trabajo diario. La visión de los
objetivos finales se encuentra, por ejemplo, en el respeto que profesaba a la
ortodojia (sic) doctrinaria, así como en la honestidad de su conducta política.
Y su estimación de las etapas intermedias aparece en cuanto afirma que sus
jornadas eran sólo preparatorias, o en su reivindicación de la influencia que
el conocimiento de la realidad puede tener en la dinámica social» (Tauro, 1971,
pág. 18). En esa misma línea de
precisión política JCM dijo a los obreros en sus conferencias sobre la Historia
de la crisis mundial:
Vosotros
sabéis, compañeros, que las fuerzas proletarias europeas se hallan divididas en
dos grandes bandos: reformistas y revolucionarios. Hay una Internacional Obrera
reformista, colaboracionista, evolucionista y otra Internacional Obrera
maximalista, anticolaboracionista, revolucionaria. Entre una y otra ha tratado
de surgir una Internacional intermedia. Pero que ha concluido por hacer causa
común con la primera contra la segunda. En uno y otro bando hay diversos
matices; pero los bandos son neta e inconfundiblemente sólo dos. El bando de los que quieren realizar el
socialismo colaborando políticamente con la burguesía; y el bando de los que
quieren realizar el socialismo conquistando íntegramente para el proletariado
el poder político (1964-8: 19).
Es obvio que JCM se ubica al
lado de la Internacional «maximalista, anticolaboracionista, revolucionaria»,
en «el bando de los que quieren realizar el socialismo conquistando
íntegramente para el proletariado el poder político», en el bando maximalista,
ortodoxo, fiel a los principios del marxismo que son su guía para la acción, o
como escribía el Amauta: «El dogma no es un itinerario sino una brújula en el
viaje» (1964-5: 105). Y el hecho de que no se repita la letra magistral o
ceñida literalmente a los textos clásicos, y se adopte una formulación
distinta, aunque equivalente, no implica que se esté dejando de ser ortodoxo.
Marx es el paradigma del marxista ortodoxo. Y él contradecía a quienes
cuestionaban el uso de un vocabulario nuevo o de aplicaciones distintas de la
doctrina a situaciones diferentes. En el primer caso, escribió:
La
sociedad desea «eliminar todos los inconvenientes» que la atormentan; ¡pues
bien!, que elimine los términos malsonantes, que cambie de lenguaje, y para
esto no tiene más que dirigirse a la Academia para pedirle una nueva edición de
su diccionario (MARX, 1961: 289).
Y para el caso de adecuación
de la doctrina con la práctica dijo que se pueden concertar «acuerdos que
permitan alcanzar los objetivos prácticos del movimiento, pero que no se debe
traficar con los principios, no hacer “concesiones” teóricas» (Crítica al
Programa de Gotha). No se puede —por ejemplo— traficar con la estrategia de la
toma del poder por el proletariado, estrategia que incluye todas las facetas
(política, cultural, estética, etc.) del que adhiere a los principios del
marxismo ortodoxo. Y, llevando esa ortodoxia al ámbito de la literatura y el
arte, en otro escrito JCM agrega: «La revolución pura, la revolución en sí (…)
no existe para la historia, y no existe tampoco para la poesía (…) No existe la
revolución pura, como cosa histórica ni como tema poético» (1980-2: 306). Sirva
esta cita para ilustrar lo dicho supra: que Mariátegui no acepta la concepción
estética de la burguesía, relativa a la pureza del arte; no obstante, respeta
su adopción en poetas como Adán o Eguren. Y hasta en el caso de Alberto
Hidalgo, quien —no obstante su lirismo puro— ha escrito un poema a Lenin. Y el
hecho de que resalte esa obra, hace ver que Hidalgo es el heterodoxo, no JCM.
Él lo único que ha hecho es filiarlos, reconociendo que, en cada caso, ‘es la
voz de un verdadero poeta’. Contra lo que suelen suponer quienes quieren hacer
de Mariátegui un pensador marxista heterodoxo, nosotros postulamos lo
contrario, que es un ortodoxo sin que eso implique sectarismo o «dogmatismo
estéril». Y es pertinente resaltarlo, reiterarlo porque esa visión
anti-ortodoxa que se supone se da en su pensamiento suele darse en autores cuya
seriedad o ponderación se daba por descontada, tal es el caso del filósofo
peruano David Sobrevilla. En uno de sus últimos libros dice que, después de la
iniciativa de publicar las obras completas de JCM «comenzaron a publicarse sea
en el Perú o en el extranjero las interpretaciones de Mariátegui que lo
presentaban como un marxista heterodoxo: en el Perú sobresale la lectura de
Augusto Salazar Bondy procedente de 1965, y en el extranjero las tesis de
Robert Paris y de Diego Messeguer elaboradas ambas en París bajo la dirección
de Ruggiero Romano a fines de los años 60» (Sobrevilla, 2012: 166). Y el mismo
David Sobrevilla, de forma más o menos arbitraria, deja sentado que en JCM se
da tal heterodoxia, pues escribe lo siguiente: «… el Amauta vivió el marxismo
como una praxis orgánica y creadora y no como una ortodoxia dogmática,
repetitiva y estéril» (op. cit.: 205). Y la pregunta obligada surge: ¿por qué
oponer la «praxis orgánica y creadora» a «una ortodoxia dogmática, repetitiva y
estéril» dando a entender que toda ortodoxia lo es? Pensar así y atribuirle esa
concepción ideológica a JCM es desconocer lo más elemental de su pensamiento,
que no concibe todos los hechos y los pensamientos como «absolutos», sino como
bipartidos o encerrando en sí mismos la posibilidad de un contrario. Para JCM
en la realidad siempre hay «conflicto entre dos mentalidades, entre dos épocas
y entre dos métodos» (1964-1: 115). Para JCM, pues, se puede hablar de un
dogmatismo reaccionario y de otro, revolucionario. Del mismo modo como se puede
hablar del dogma (concepto que a muchos asusta); pues, conceptualmente, hay dos
acepciones de la palabra «dogma» por cuyo uso ella no es desechable: 1.
Proposición que se acepta por firme y cierta y como principio innegable de una ciencia, y 2. Fundamento o puntos
capitales de todo sistema, ciencia o doctrina. Estas son dos acepciones del
DRAE, y una tercera, inadmisible en esos órdenes, del mismo DRAE, es la
siguiente: Doctrina de Dios revelada por Jesucristo a los hombres y testificada
por la iglesia.
Ahora
bien, volviendo al tema literario, pongamos dos ejemplos que ilustren esta
aserción. Primero. JCM —hablando del futurismo— rompe lanzas a favor del arte
realista ligado a la política, y contra el arte de invernadero o
torremarfilesco. Pero, en tanto la escuela futurista italiana (JCM no se
refiere al movimiento futurista) la escuela futurista de Marinetti —repetimos—
había adherido al fascismo, lo que critica en ese futurismo —que había surgido
con pretensiones de ser universal— es su adhesión a una secta. Su «política»
dirá JCM pretende partir de su entorno. Por eso agrega:
No
hay, pues, nada que reprochar a Marinetti por haber pensado que el artista
debía tener un ideal político. Pero sí hay que reírse de él por haber supuesto
que un comité de artistas podía improvisar de sobremesa una doctrina política.
La ideología política de un artista no puede salir de las asambleas de estetas.
Tiene que ser una ideología plena de vida, de emoción, de humanidad y de
verdad. No una concepción artificial, literaria y falsa. Y falso, literario y
artificial era el programa político del futurismo. Y ni siquiera podía llamarse
legítimamente futurista, porque estaba saturado de sentimiento conservador,
malgrado su retórica revolucionaria. Además, era un programa local. Un programa
esencialmente italiano. Lo que no se compaginaba con algo esencial en el
movimiento: su carácter universal. No era congruente juntar a una doctrina
artística de horizonte internacional con una doctrina política de horizonte
doméstico. Errores de dirección como éste sembraron el cisma en el futurismo.
El público creyó, por ello, en su fracaso. Y cree en él hasta ahora. Pero
tendrá que rectificar su juicio. Algunos iniciadores del futurismo —Papini,
Govoni, Palazzeschi— no son ya futuristas oficiales. Pero continuarán siéndolo
a su modo. No han renegado del futurismo; han roto con la escuela. Han
disentido de la ortodoxia futurista. El fracaso es, pues, de la ortodoxia, del
dogmatismo; no del movimiento. (1959-6: 58-59).
Es decir, para JCM el movimiento
futurista, que tiene en sus filas no solo a las huestes de Marinetti tiene su
dogma, tiene su ortodoxia: el ser «una doctrina artística de horizonte
internacional», y esta no ha fracasado; por eso dice que se equivoca el público
que así lo cree. La que ha fracasado es la escuela futurista italiana de
Marinetti, que no compromete ni siquiera al movimiento futurista italiano (al
que siguen adheridos Papini, Govoni, Palazzeschi); porque dicha escuela de
Marinetti también tiene su dogma y su ortodoxia, y son estos: dogma y ortodoxia
de la escuela de Marinetti, los que han fracasado. Y el segundo ejemplo por el
cual se ve que JCM se pronuncia en contra del «dogmatismo estéril», es el
siguiente:
Massis
tiene, sin duda, razón contra estos heréticos sistemáticos, cuando afirma que
sólo hay posibilidad de progreso y de libertad dentro del dogma. La aserción es
falsa en lo que se refiere al dogma de Massis, que hace mucho tiempo dejó de
ser susceptible de desarrollo, se petrificó en fórmulas eternas, se tornó extraño
al devenir social e ideológico; pero adquiere validez si se le aplica a la
doctrina de un movimiento social en marcha. La herejía individual es infecunda.
En general, la fortuna de la herejía depende de sus elementos o de sus
posibilidades de devenir un dogma o de incorporarse en un dogma. El dogma es
entendido aquí como la doctrina de un cambio histórico. Y, como tal, mientras
el cambio se opera, esto es, mientras el dogma no se transforma en un archivo o
en un código de una ideología del pasado, nada garantiza como el dogma la
libertad creadora, la función germinal del pensamiento. El intelectual necesita
apoyarse, en su especulación, en una creencia, en un principio, que haga de él
un factor de la historia y del progreso. Es entonces cuando su potencia de
creación puede trabajar con la máxima libertad consentida por su tiempo
(1964-5: 104).
Y, en la siguiente página de
este texto citado, JCM escribe todavía: «El dogma no es un itinerario sino una
brújula en el viaje», frase esta tan cercana a otra de Lenin cuando dice del
marxismo que es «una guía para la acción», aun cuando esta sea la conclusión de
una premisa antidogmática (es decir: una premisa contraria a ese «dogmatismo
estéril» al que se refiere David Sobrevilla). Veamos completa la cita de Lenin:
La
doctrina de Marx y Engels no es un dogma que aprendemos de memoria. Hay que
tomarla como guía para la acción. Lo hemos dicho siempre y creo que hemos
actuado en consonancia con ello, sin caer nunca en el oportunismo, sino
modificando la táctica. Pero esto no es en modo alguno un abandono de la
doctrina y de ningún modo se puede calificar de oportunismo. He dicho, y lo
repito una y otra vez, que la doctrina no es un dogma, sino una guía para la
acción. (LENIN, 1976, pág. 21).
____________
Referencias bibliográficas
Croce,
Benedetto (1954). La poesía. Buenos
Aires: EMECÉ.
Lenin,
V. I. (1976). Acotaciones a la correspondencia entre Marx y Engels. Barcelona:
Grijalbo.
Mariátegui,
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“ (1959-7).
Signos y obras. Lima: Amauta.
“ (1964-1).
La escena contemporánea. Lima:
Amauta.
“ (1964-5).
Defensa del Marxismo. Lima: Amauta.
“ (1964-8).
Historia de la crisis mundial. Lima:
Amauta.
“ (1980-2).
7 Ensayos de interpretación de la
realidad peruana. Lima: Amauta.
“ (1984-II).
Correspondencia. Lima: Amauta.
Marx,
Carlos (1961). Miseria de la filosofía.
México: Editora Nacional.
Sobrevilla,
David (2012). Escritos mariateguianos.
Lima: Universidad Inca Garcilaso de la Vega.
Tauro,
Alberto (1971). Amauta y su influencia.
Lima: Amauta.
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