miércoles, 1 de junio de 2022

Lineamientos programáticos

Nota:

Con el artículo que sigue termina la publicación de la serie sobre los puntos que debe considerar el Programa General del partido proletario en cualquier país del mundo.

01.06.2022.

Comité de Redacción.

Lineamientos programáticos

 

La Realización del Comunismo en el Programa General del Partido

Eduardo Ibarra

EL PASO AL COMUNISMO tiene determinadas premisas económicas, políticas, sociales y culturales, así como, al mismo tiempo, una premisa de orden internacional. Veamos.

En Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850, Marx expuso el camino de la emancipación del proletariado y, en general, de la humanidad:


Este socialismo es la declaración de la revolución permanente, de la dictadura de clase del proletariado como punto necesario de transición para la supresión de las diferencias de clase en general, para la supresión de todas las relaciones de producción en que éstas descansan, para la supresión de todas las relaciones sociales que corresponden a esas relaciones de producción, para la subversión de todas las ideas que brotan de estas relaciones sociales.

Y, en Crítica del programa de Gotha, precisó algunas cuestiones del mencionado camino y de la propia sociedad comunista:

 

En la fase superior de la sociedad comunista, cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división de trabajo, y con ella, la oposición entre el trabajo intelectual y el trabajo manual; cuando el trabajo no sea solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital; cuando, con  el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro los manantiales de la riqueza colectiva, sólo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués, y la sociedad podrá escribir en su bandera: ¡De cada cual, según sus capacidades; a cada cual, según sus necesidades!

Como vemos, la concepción marxista de la dictadura revolucionaria del proletariado es de una revolución permanente cuyo objetivo es tres supresiones y una subversión, que comprenden tanto lo económico y lo político como lo social y lo ideológico. Esta revolución permanente debe significar, concretamente, la progresiva eliminación de la división del trabajo (entre el trabajo manual y el trabajo intelectual, entre la ciudad y el campo, entre el trabajo masculino y el trabajo femenino), la transformación del trabajo en la primera necesidad vital del ser humano (trabajo emancipado, creador, realizador de la esencia humana), el desarrollo libre y universal de los individuos (libre de toda enajenación, universal en sus necesidades y relaciones), el desarrollo de la riqueza social hasta el punto de que corra a chorro la riqueza colectiva, el rebasamiento completo del derecho burgués y la puesta en práctica del principio “De cada cual, según sus capacidades; a cada cual, según sus necesidades”.

        De esta forma Marx hizo la necesaria distinción entre el socialismo y el comunismo, y, al mismo tiempo, la relación entre el camino (la revolución permanente) y la meta (la realización del comunismo).

Obviamente, a más de las cuestiones señaladas por Marx en las citas, existen otras más que pasamos a reseñar brevemente.

La emancipación de la mujer es la emancipación de la mitad de la humanidad y, como cualquier marxista puede entenderlo, no podría haber paso al comunismo si previamente tal emancipación no alcanza su plenitud. Ya Engels recordaba en el Anti-Duhring que Fourier sostuvo la verdad incuestionable de que en cualquier sociedad el grado de emancipación de la mujer es el criterio natural de la emancipación general. La emancipación general de la humanidad implica pues la previa emancipación de la mujer.

Señalemos otras premisas del paso al comunismo: la extinción de la producción mercantil (en el comunismo la producción es producción de valores de uso), y, por lo tanto, la desaparición de las relaciones mercantiles y del dinero, en suma, la extinción de la ley del valor; la redistribución espacial de las fuerzas productivas, el consiguiente reordenamiento demográfico, la ruralización relativa de la ciudad (agricultura urbana) y la urbanización relativa del campo (industria rural).

Brevemente, en el comunismo no existen ya las clases, la lucha de clases y el Estado. ¿Pero cómo se habría extinguido el Estado? La extinción del Estado es un proceso histórico bastante prolongado, cuya esencia es la progresiva apropiación por las masas trabajadoras de las funciones estatales, es decir, la progresiva extinción de los aparatos especializados que ejercen diversas funciones.

Así, pues, para llegar a la eliminación de las clases, la lucha de clases y el Estado, las masas trabajadoras deberán crear, en una lucha extraordinariamente compleja, las premisas materiales y espirituales del paso al comunismo.

Todas estas gigantescas realizaciones no son, en conjunto, como lo entenderá todo marxista, un proceso que pueda llevarse a cabo por medio de la violencia.

En El estado y la revolución, Lenin señaló:

 

La dictadura del proletariado es una lucha tenaz, cruenta e incruenta, violenta y pacífica, militar y económica, pedagógica y administrativa, contra las fuerzas y las tradiciones de la vieja sociedad. La fuerza de la costumbre de millones y decenas de millones de hombres, es la fuerza más terrible.

Tenemos, pues, que la dictadura revolucionaria del proletariado es una lucha que tiene dos funciones: una destructiva y otra constructiva, y si bien no puede cumplir esta última sin cumplir la primera (no hay construcción sin destrucción), ambas funciones son distintas por su contenido, sus métodos y sus fines. Es decir, sin bien es cierto que la dictadura del proletariado –como la dictadura de la burguesía y de cualquier otra dictadura– se apoya en la fuerza, no se reduce sin embargo a la violencia. En otras palabras, la violencia revolucionaria en las condiciones del socialismo no presenta ya la misma forma ni tiene la misma magnitud que cuando la lucha por el poder: existe en ligazón indisoluble con la lucha pacífica, económica, pedagógica y administrativa contra las relaciones sociales, las fuerzas y las tradiciones de la vieja sociedad. Sería un absurdo completo creer que la fuerza de la costumbre de millones y decenas de millones de individuos puede ser eliminada por medio de la violencia. La dictadura revolucionaria del proletariado solo recurre a la violencia en su versión militar si el país es objeto de una agresión externa o se produce una revuelta contrarrevolucionaria interna.

Ciertamente Marx y Engels escribieron en el Manifiesto comunista que “El poder político, hablando propiamente, es la violencia organizada de una clase para la opresión de otra”. Pero los fundadores se referían al poder político tal como ha existido en la historia y existe actualmente en el capitalismo. El poder político del proletariado no es ya un poder en el sentido indicado, sino un poder en extinción, un poder, por lo tanto, que mientras tiene que suprimir “por la fuerza las viejas relaciones de producción” y, como consecuencia de ello, determina “las condiciones para la existencia del antagonismo de clase y de las clases en general”, tiene, por otro lado, que suprimir “su propia dominación como clase” (Marx-Engels).

Por lo tanto, si la supresión de las viejas relaciones de producción es un acto de fuerza que crea las condiciones para suprimir el antagonismo de clase y las clases en general, la supresión de todas las relaciones sociales que corresponden a esas relaciones de producción y la subversión de todas las ideas que brotan de esas relaciones sociales, no puede ser ya resultado del uso de la fuerza.  

Por eso, en una entrevista con una delegación militar albanesa en 1967, Mao sostuvo: 


… la meta [de la revolución cultural es] resolver el problema de la concepción del mundo [y] la concepción del mundo no se les puede imponer [a las masas populares].

Aquí pues, como se ve, no entra la fuerza. Por eso, uno de los dieciséis puntos de la “Decisión del Comité Central del Partido Comunista de China sobre la gran revolución cultural proletaria”, reza así: 


Durante el debate, se debe de recurrir al razonamiento y no a la coacción o a la fuerza. 

Así, pues, la revolución cultural tuvo por objetivo la transformación de la concepción del mundo de millones y decenas de millones de hombres y mujeres, y esta transformación fue actuada por la posición proletaria por medio de métodos racionales, mientras la posición ultraizquierdista recurrió a métodos violentos (desviando así la revolución cultural).

        Estrechamente ligado a lo expuesto hasta aquí, tenemos la cuestión de las condiciones internacionales del paso al comunismo. Este paso no puede tener sino una dimensión universal: nadie pasa al comunismo si no pasamos todos a la vez. Ahora bien, el comunismo supone la desaparición de las naciones, herencia del capitalismo. Así, la extinción de las naciones es una de las premisas internacionales del paso al comunismo.

Lenin entendió la Revolución Rusa no como un hecho nacional, particular, sino como el punto de arranque de la revolución proletaria mundial y, por esta razón, señaló la perspectiva de “la República Soviética universal”. Con esta frase no quiso decir que la forma soviética del poder proletario se instaurase en cada país por separado, aunque al principio y durante un largo período tenga, inevitablemente, que ser así, sino a la instauración de un Soviet Universal, de una República Soviética Universal, o sea, de un único poder soviético a escala mundial. Esta perspectiva es una cuestión generalmente no tratada en la literatura de los partidos proletarios. Pero la instauración de un Soviet Universal (o Comuna Universal) comporta un problema: ¿cuál sería su base económica?

        En la conferencia Internacionalismo y nacionalismo, Mariátegui señaló:


La crisis capitalista, en uno de sus principales aspectos, reside justamente en esto: en la contradicción de la política de la sociedad capitalista con la economía de la sociedad capitalista. En la sociedad actual la política y la economía han cesado de coincidir, han cesado de concordar. La política de la sociedad actual es nacionalista: su economía es internacionalista. El Estado burgués está construido sobre una base nacional; la economía burguesa necesita reposar sobre una base internacional. El Estado burgués ha educado al hombre en el culto de la nacionalidad, lo ha inficionado de ojerizas y desconfianzas y aun de odios respecto de las otras nacionalidades; la economía burguesa, necesita, en cambio, de acuerdos y de entendimientos entre nacionalidades distintas y aun  enemigas. (…) Esta contradicción entre la estructura política del régimen capitalista y su estructura económica es el síntoma más hondo, más elocuente de la decadencia y de la disolución de este orden social. Es, también, la revelación, la confirmación, mejor dicho de que la antigua organización política de la sociedad no puede subsistir porque dentro de sus moldes, dentro de sus formas rígidamente nacionalistas no pueden prosperar, no pueden desarrollarse las nuevas tendencias económicas y productivas del mundo, cuya característica es su internacionalismo. Este orden social declina y caduca porque no cabe ya dentro de él el desenvolvimiento de las fuerzas económicas y productivas del mundo. Estas fuerzas económicas y productivas aspiran a una organización internacional que consienta su desarrollo, su circulación y su crecimiento. Esa organización internacional no puede ser capitalista porque el Estado capitalista, sin renegar de su estructura, sin renegar de su origen, no puede dejar de ser Estado nacionalista.

Y bien, la experiencia histórica da cuenta de que la sociedad socialista encierra una contradicción de signo inverso a la contradicción entre la política y la economía en la sociedad capitalista. La política de la sociedad socialista es internacionalista, pero su economía es nacionalista. Esta cuestión no es posible exponerla aquí en toda su extensión y en toda su complejidad, pero sí es posible subrayar algunos de sus aspectos directamente ligados con la cuestión del paso al comunismo. Eliminado el capitalismo de la faz de la tierra (o reducido a una mínima existencia), el socialismo deberá instaurar el Soviet Universal del que hablara Lenin, como la forma culminante del internacionalismo proletario. Pero este Soviet Universal requeriría, como es lógico, de una base económica. La organización de la base económica del Soviet Universal sería pues un factor fundamental en la solución que exige la contradicción entre la política internacionalista y las economías nacionales de la formación socialista.

En La ideología alemana, Marx y Engels sostuvieron:


… sólo este desarrollo universal de las fuerzas productivas lleva consigo un intercambio universal de los hombres, en virtud de lo cual, por una parte, el fenómeno de la masa “desposeída” se produce simultáneamente en todos los pueblos (competencia general), haciendo que cada uno de ellos dependa de las conmociones de los otros y, por último, instituye a individuos histórico-universales, empíricamente mundiales, en vez de individuos locales. Sin esto, 1.º el comunismo sólo llegaría a existir como fenómeno local; 2.º las mismas potencias del intercambio no podrían desarrollarse como potencias universales y, por tanto, insoportables, sino que seguirían siendo simples “circunstancias” supersticiosas de puertas adentro, y 3.º toda ampliación del intercambio acabaría con el comunismo local.

El comunismo, empíricamente, sólo puede darse como la acción “coincidente” o simultánea de los pueblos dominantes, lo que presupone el desarrollo universal de las fuerzas productivas y el intercambio universal que lleva aparejado.

… el proletariado solo puede existir en un plano histórico-mundial, lo mismo que el comunismo, su acción, sólo puede llegar a cobrar realidad como existencia histórico-universal. Existencia histórico-universal de los individuos, es decir, existencia de los individuos directamente vinculados a la historia universal.

Por lo tanto, eliminado por completo el capitalismo de la faz de la tierra, una de las tareas del Soviet Universal tendría que ser la superación de las diferencias en el desarrollo de las premisas materiales y espirituales del comunismo alcanzado en los diversos países: pasamos todos al comunismo sobre la base de condiciones iguales en todas la regiones del mundo, o nadie pasa.

Pues bien, como decía Mariátegui, dentro de los moldes de la organización política del capitalismo no puede prosperar ya el desarrollo de las fuerzas económicas y productivas del mundo, las mismas que pugnan por una organización internacional que permita su desarrollo y su circulación, pero, por obvias razones, esa organización internacional no puede ser capitalista. Y los hechos han corroborado esta puntualización mariateguiana. En efecto, hace algunas décadas, la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) elaboró un documento, filtrado en 1998, que, de hecho, es una especie de manifiesto del gran capital internacional privado, donde se plantea como cuestión fundamental la reducción de las facultades de los Estados nacionales y el traslado de las mismas a las grandes empresas internacionales privadas. De este modo las soberanías nacionales quedarían extraordinariamente reducidas ante el robustecimiento de los gigantescos consorcios del capital privado. Pero ocurre que las contradicciones entre los intereses de los capitalismos nacionales (contradicciones que se desarrollan hasta el antagonismo), hicieron que la propuesta de la OCDE naufragara prontamente. De hecho, esta propuesta es irrealizable.

Hay que señalar, siguiendo a Mariátegui, que la organización internacional que promueva y estimule el desarrollo de las fuerzas productivas y económicas del mundo, tiene que ser socialista. Pero, naturalmente, ella no es posible sino en el socialismo avanzado, entendiendo por esto el socialismo global. La República Soviética Universal o Comuna Universal con una economía de estructura universal sería pues la solución de la contradicción entre la política internacionalista y las economías nacionales del proletariado.

En la medida en que el paso al comunismo es la sustitución de un tipo de relaciones de producción por otro tipo de relaciones de producción, y, al mismo tiempo, el reemplazo del viejo sistema social por un nuevo sistema social, dicho paso es un cambio cualitativo, es decir, una revolución. Pero, como es obvio, esta revolución no implica el derrocamiento de una clase por otra; por lo tanto, al comunismo no se arriba ni puede arribarse mediante la violencia; puede decirse entonces que el paso al comunismo es una revolución pacífica, la única revolución pacífica de la historia. 

A lo expuesto hasta aquí sobre el paso al comunismo, puede y debe agregarse la cuestión de la ecología, es decir, el problema de la relación dinámica entre el ser humano y su hábitat como otra de las premisas internacionales del paso al comunismo. Si el comunismo es el reino de la libertad, entonces, ¿cómo sería posible que no lo sea también en el plano de la relación entre los seres humanos y su hábitat? ¿Cómo sería posible que, en su lucha por el comunismo, las masas productoras no se coloquen en la situación de alcanzar por fin la unidad entre los seres humanos y la naturaleza, es decir, de  solucionar el conflicto entre el hombre y la naturaleza, de realizar la reconciliación de la humanidad con la naturaleza? La solución en lo fundamental del problema que entraña el sistema hombre-biosfera es una premisa de la realización del comunismo y, al mismo tiempo, tarea suya: es premisa en la medida en que las primeras fases de la aplicación de un plan único para la optimización de dicho sistema en todo el planeta tendrán lugar en las condiciones del socialismo global; y, es tarea del comunismo, por cuanto en sus condiciones el mencionado plan único debe ser plena y permanentemente desarrollado.

Pues bien, el lector puede captar ahora la dimensión colosal de la lucha de las masas productoras por crear las premisas materiales y espirituales del comunismo, su grandiosa lucha por suprimir toda la herencia negativa del capitalismo y realizar el comunismo; al mismo tiempo, puede reconocer la teoría marxista que sustenta dicha lucha, teoría que, para solo referirnos a su contenido esencial, tiene su punto de partida en el concepto de revolución permanente de Marx y su desarrollo por Lenin y Mao.

Sin embargo –como también puede captar el lector–, el revisionismo de “izquierda”, reduciendo a solo violencia aquella lucha multidimensional de las masas productoras, niega de hecho la necesidad de transformar las circunstancias y los hombres; además, tergiversando los métodos y el objetivo de la revolución cultural, niega la revolución permanente sustentada por Marx, las tesis de Lenin sobre las clases y la lucha de clases en el socialismo expuestas en el trabajo Economía y política en la época de la dictadura del proletariado y la teoría de Mao sobre la continuación de la revolución bajo la dictadura del proletariado. 

 He aquí lo que dice el mencionado revisionismo:

 

… mantendremos la continuación de la revolución bajo la dictadura del proletariado con violencia revolucionaria mediante las revoluciones culturales y, al comunismo sólo iremos con la violencia… (Guerra popular en el Perú, t. II).

… guerra popular hasta el comunismo (Sol Rojo, nº 25).

Estas afirmaciones demuestran que el revisionismo de “izquierda” concibe la revolución cultural como un hecho violento y el paso al comunismo como un acontecimiento posible solo “cortando cabezas”. De esta forma muestra a la luz del día toda su pobreza teórica y todo su culto a la violencia.

Era necesaria esta acotación, pues este revisionismo de “izquierda” surgió precisamente en el Perú de los años ochenta.

Pues bien, siendo la realización del comunismo el objetivo supremo del Programa General del partido proletario, se entenderá que en su texto debe ocupar un lugar de privilegio.

 

25.08.2019.

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