lunes, 1 de septiembre de 2025

Política

¡Defender el Pensamiento de Mariátegui de toda Tergiversación y Desarrollarlo en Función de la Realidad Actual! 

 

El Trasfondo de un Artículo de Carlos Moreno 

(Séptima Parte) 

Eduardo Ibarra 

LASTRA DICE: 


… luego de exponer [Eduardo Ibarra] sus pesadas argumentaciones, que ya son conocidas por los lectores de dicho blog… 

Lastra repite, pues, sin ruborizarse, el chato recurso polémico de los liquidadores Gustavo Pérez y Gustavo Fernández.(59) A propósito de esta cuestión, recordaremos aquí, de memoria, un hecho ilustrativo. En cierta oportunidad un militante del PCCh le preguntó a Mao qué podía hacer para terminar de leer El capital, de Marx, que es tan largo. Mao le contestó con sencillez: “seguir leyendo”. Y es cierto, cualquier persona que lee un libro o un texto cualquiera extenso o relativamente extenso, lo que tiene que hacer para terminar la lectura, es, obviamente, seguir leyendo. Por eso, el uso que hace Lastra del recurso de sus congéneres del grupo de García, solo da cuenta de su pereza mental y, al mismo tiempo, de que nuestras críticas le pesan mucho en su conciencia.(60) Pero, además, prueba que Lastra no entiende ciertas particularidades del período que comienza con el discurso dogmático con el que Abimael Guzmán embriagó a sus partidarios, sucedido poco después por el discurso esquemático con el que Ramón García descerebró a sus parciales. Es un hecho que estos discursos no contribuyeron a la asimilación vívida del marxismo por los activistas de las nuevas generaciones. Como consecuencia, muchos de ellos no siempre pueden descifrar el discurso dogmático y el discurso revisionista, no siempre pueden discernir la diferencia entre el pensamiento de Mariátegui y su tergiversación, no siempre pueden percibir la contradicción entre lo que se proclama en general y lo que se hace concretamente, etcétera. Por eso, es deber ineludible contribuir a que dichos activistas aprendan a pensar teóricamente y, para eso, es necesario proporcionarles artículos y ensayos que contengan un verdadero análisis de los problemas, las situaciones y los hechos, es decir, es forzoso que tales textos sean verdaderamente esclarecedores. Obviamente, para ello no bastan una o dos páginas. Una o dos páginas les bastan a Lastra y Moreno (cuando de encubrir sus posiciones oportunistas y sus métodos criollos se trata) para proporcionar a los lectores trivialidad, palabrería, trucos, diatribas, evasivas, sofismas, falacias, calumnias, argucias, adulación, es decir, el triste espectáculo de la impotencia y de la superficialidad. Esta fraseología, como decía Lenin de todas las fraseologías, “no hace más que nublar la vista, ofuscar la conciencia” (“Un saludo a los obreros húngaros”). Así, pues, los artículos de nuestros liquidadores pueden ser cortos porque, obviamente, no exigen ningún esfuerzo mental sino apenas que sus autores pongan en juego sus métodos criollos. Naturalmente, estos artículos no contribuyen en absoluto al esclarecimiento de los activistas, no contribuyen en absoluto a su formación teórica, no contribuyen en absoluto a forjar un contingente de continuadores de Mariátegui y, por eso, puede decirse que el discurso que encierran es un subproducto de los discursos aludidos arriba. De hecho, lo que le produce ataques de nervios a Lastra es que nuestros artículos, extensos o relativamente extensos, van al fondo de las cosas y que, por eso, revelan su oportunismo y su espíritu pequeño burgués, su falso marxismo y su tergiversación de la Creación Heroica de Mariátegui, su negación del partido de clase y su socavación de la Reconstitución. 

Además, Lastra dice lo siguiente: 


El evento de dos conferencias y debates, se llevó a cabo de forma positiva y activa. Y seguramente enterado el c. Eduardo del éxito de nuestro evento, al cual él rechazó a participar (sic), idealiza que fue un fracaso. Su aseveración resulta rara y contradictoria, al habernos dedicado un largo escrito con una desfazada y desacertada crítica. (Subrayado en el original). 

El objetivo de la “escuela” organizada por Lastra era desarrollar un temario teniendo como expositores a Ramón García, Jaime Lastra, César Risso y al autor de estas líneas, y, al mismo tiempo, constituir, como ya sabe el lector, un doctrinariamente heterogéneo “núcleo de dirección”. Pues bien, con nuestro “Pronunciamiento”, rechazamos la celada oportunista y, según se puede deducir de su ausencia en la “escuela” (o “conferencias”), García, por razones obvias, se limitó a ignorar con justificado desprecio la “invitación”.(61) Como consecuencia, García, Risso y el suscrito no desarrollaron el aludido temario, como había sido previsto, ni fue constituido el anhelado “núcleo de dirección”. Todo esto da cuenta del clamoroso fracaso del proyecto partidario impulsado por Lastra a espaldas de los activistas que suelen concurrir a sus reuniones. ¿Quién “idealiza”, pues? ¿Quién miente? El lector puede captar ahora cómo nuestro nuevo liquidador ha intentado encubrir con una palabreja el fracaso de su oportunista proyecto. 

Luego, Lastra se refiere a nuestra crítica a su actuación política contenida en el artículo “El liquidacionismo de Jaime Lastra…”, calificándola, como hemos visto, con las palabrejas “desfazada y desacertada”. Pero hay que preguntarle a nuestro liquidador: ¿cómo es posible que crea poder descalificar nuestra crítica con un par de palabrejas? Desde luego, dicha descalificación no es posible que le resulte entre el público lector en general, pero sí en el espacio de su grupo por cuanto sabe que, para mantener en el engaño a sus allegados, le basta lanzar dos palabrejas. Pero preguntemos: ¿por qué, pues, desacertada nuestra crítica? Al respecto, nuestro liquidador no ha podido decir absolutamente nada, sencillamente porque en ningún idioma es capaz de demostrar su acusación. Una persona seria, responsable ante sí mismo y ante su entorno, hubiera presentado sus argumentos (¡argumentos!) contra nuestra crítica, pero ya vimos que solo ha podido recurrir, una vez más, a sus trucos de siempre. Pero hay algo más que vale la pena anotar. La palabra “desfazada”, así como está escrita, con zeta, es un adjetivo en desuso desde hace muchísimo tiempo; esta antigualla significa “desfachatada”. ¿Es desfachatada nuestra crítica al flagrante oportunismo de Lastra? Esta crítica está sustentada en hechos que, por estar perfectamente comprobados, no han podido ser rebatidos por Lastra ni por Moreno y, al mismo tiempo, está fundada en la defensa del partido de clase y de la Reconstitución, de manera que calificarla de desfazada no pasa de ser un pobre recurso polémico expresivo de la impotencia del engañoso descalificador. Pero, si lo que Lastra ha querido escribir es la palabra desfasada, que se escribe así, con ese, y no con zeta, entonces la cosa cambia: en primer lugar, en este caso hay que decirle a nuestro liquidador que aprenda a escribir bien esta palabra; en segundo lugar, hay que decirle que la palabra desfasada significa fuera de fase, descentrado, que no se ajusta a las circunstancias del momento, y, por lo tanto, es menester preguntar: ¿es descentrada nuestra crítica? ¿No se ajusta a las circunstancias del momento? Cualquier marxista que sepa que actualmente está en juego el destino de la Reconstitución, tiene que reconocer que nuestra crítica no podía ser más centrada, oportuna y actual, pues es necesario desenmascarar el liquidacionismo, sea de quien sea, al mismo tiempo que defender el marxismo-leninismo, el partido de clase y la reconstitución del partido de Mariátegui. 

        En su artículo Lastra habla de un “incidente que pretendió generar el c. Ibarra”, y que, con su “aclaración”, deja “superado” el mismo. Es indudable que Lastra cree que los lectores son imbéciles y pueden, por eso, creer en su burda maniobra: pasar nuestra crítica como “incidente”, es decir, como riña (que es el sentido con que utiliza el término), y su retórica demagógica como “aclaración”, es una treta ensayada ya por él en el debate que sostuvimos en 2014. Pero hay que decirle que es patético que, ante nuestra crítica a sus posiciones oportunistas, una vez más intente salir del paso pretendiendo que todo fue una “riña” generada por nosotros; y, además, hay que hacerle notar que se le ve muy feo cuando alardea de haber “aclarado” la supuesta “riña”, pues no ha sido capaz de responder, concretamente, a ninguno de los puntos de nuestra crítica; es decir, no ha sido capaz de defender su liberalismo burgués, su tergiversación de la Creación Heroica de Mariátegui, su negación del partido de clase y su actividad socavadora de la Reconstitución. Como hemos visto, solo ha atinado a encubrir con palabrejas y calumnias estas posiciones antimarxistas y antimariateguianas. 

        Igual que en el debate de 2014, en el cual él mismo calificó su actividad con estas jactanciosas frases: “praxis revolucionaria”, “activismo revolucionario” y “nuestro activismo revolucionario” (ver su artículo “Egotismo en el socialismo peruano”, publicado en CREACIÓN HEROICA), ahora también, en el penúltimo párrafo de su artículo, recurre exactamente a la misma fatuidad: “nuestro activismo revolucionario”. Pero, como lo sabe el lector informado, el “activismo revolucionario” de Lastra consiste en suplantar la política marxista con la política liberal-burguesa, en tergiversar la Creación Heroica de Mariátegui y en intentar llevar al despeñadero la Reconstitución.       

Por otra parte, todo socarrón, le desea “al CRJCM lo mejor en la lucha revolucionaria”. Esta frase se parece a la frase “buen viaje” con la que el liquidador Ramón García, también todo socarrón, ironiza a sus críticos. ¡Hasta en esto Lastra copia a sus congéneres vecinos! 

La artimaña, muy propia de Lastra, de recurrir a frases rimbombantes y efectistas, se constata cuando cierra su artículo con esta frase: “la lucha revolucionaria por un Perú Integral rumbo al socialismo”. Utilizar esta frase es refugiarse tras ella para despistar al lector. Es un manotazo de ahogado. Es, finalmente, la prueba de que nuestro liquidador no termina de entender que aquello de un “Perú integral rumbo al socialismo”, es una consigna que no tiene ninguna base teórica que la justifique (ver nuestro artículo “El concepto mariateguiano de un Perú integral”, cuya segunda parte republicamos en esta misma edición). 

Pues bien, toda la fraseología demagógica de Lastra, se confirma en esta frase que se encuentra en un artículo suyo fechado el 10 de octubre de 2011 y publicado en el blog Camino Socialista: 


Debemos deslindar los campos de manera resuelta y definida, sí, naturalmente, por supuesto”. 

Sí, naturalmente, por supuesto, cualquiera puede comprobar que, no obstante haber pasado catorce años, la petulante frase se quedó en petulante frase, pues, como ya quedó demostrado, en ninguna parte puede encontrarse algún deslinde del autor de la cita, es decir, algún deslinde real, sólido, remarcable, con respecto a las desviaciones del marxismo, y en particular al liquidacionismo. Toda la petulancia de Lastra se resuelve, pues, en cháchara fanfarrona. 

Mao señaló: 


El marxismo-leninismo conlleva, entre otras cosas, la moral revolucionaria del proletariado. (Obras escogidas, t. V, p. 386). 

Por su parte, Mariátegui sostuvo sobre el punto: 


La ética del socialismo se forma en la lucha de clases. Para que el proletariado cumpla, en el progreso moral, su misión histórica, es necesario que adquiera conciencia previa de su interés de clase; pero el interés de clase, por sí solo, no basta. Mucho antes de Henri de Man, los marxistas lo han entendido y sentido perfectamente. De aquí, precisamente, arrancan sus acérrimas críticas contra el reformismo poltrón. “Sin teoría revolucionaria, no hay acción revolucionaria” repetía Lenin, aludiendo a la tendencia amarilla a olvidar el finalismo revolucionario por atender sólo a las circunstancias presentes. (Defensa marxismo, p. 60). 

Así, pues, si el practicismo del grupo de Lastra expresa su descomposición ideológica y política, su cháchara fanfarrona pone de manifiesto su decadencia moral: no tener escrúpulos para, entre otras cosas, blandir la añagaza con la que ha intentado borrar de la memoria de los lectores su acción a favor de un partido-amalgama, es decadencia moral. 

Desde luego, no centramos nuestra crítica a Lastra y compañía en el aspecto moral, pues la lucha de clase del proletariado es una cuestión política determinada por su situación económica y social en la sociedad capitalista. Sin embargo, no es que la moral no cuente para nada (acabamos de ver lo que Mao y Mariátegui dicen sobre ella), pues la consunción moral del grupo de Lastra es, precisamente, un producto de su oportunismo y, por eso, cuenta de todos modos en la valoración de sus activistas.   

Tenemos, pues, que el liquidacionismo de derecha, la vaciedad teórica, la práctica sin principios, la fraseología demagógica, los métodos criollos, la decadencia moral, se revelan como aspectos saltantes de la distancia sideral que separa a Lastra de la Creación Heroica de Mariátegui y la Reconstitución. 

Notas

[59] La doble moral de Lastra se pone al descubierto cuando se conoce que algunos artículos suyos publicados en su blog tienen parecida extensión a la de nuestro artículo que él pretende descalificar con la frase que ha tomado prestada de sus congéneres del grupo de García y, sobre todo, cuando se sabe que él es autor (o coautor) del artículo “Lecciones del proceso electoral. Tareas de la izquierda peruana”, ¡que consta de 77 páginas! Así que su treta prestada de descalificar nuestros artículos por su extensión, se revela como un mero ataque diversivo.

[60] No ha reparado Lastra que nuestro blog Creación Heroica está destinado a los cuadros, no a las masas, pero que, precisamente, llegamos a las masas a través de los cuadros. Esto explica la extensión de los textos de nuestra autoría. Si un cuadro no es capaz de leer un texto más o menos extenso, sería mejor que se vaya a su casa. Como prolongación de nuestro trabajo de esclarecimiento y con la participación de nuevos compañeros, aspiramos a publicar un medio destinado a las masas. En este medio los artículos tendrán que mantener, claro está, una extensión limitada, aunque no en todos los casos. Este proyecto significará continuar el estilo mariateguiano de propaganda (piénsese en Amauta y Labor). En cambio, si al blog de Lastra le restamos los textos cuya autoría corresponde a articulistas que no pertenecen a su grupo, solo quedan algunos artículos insustanciales escritos por el mencionado sobre el marxismo, la Reconstitución y algunos otros temas. Al mismo tiempo, su blog no cumple con hacer verdadera “crónica de ideas”. Así, stricto sensu, este blog no es una revista teórica ni una publicación para las masas. Es un alborotado menjunje.

[61] Decimos “con justificado desprecio”, pues Lastra se infiltró en el grupo de García para “sacar de allí algunos elementos” (a confesión de parte relevo de pruebas), lo que es entrismo por donde se le mire.



Nota: 

El artículo que sigue prueba lo que el autor del mismo ha señalado hace tiempo: el grupo de Lastra no ha defendido, ni actualizado ni desarrollado ningún aspecto de la Reconstitución. Por el contrario, dicho grupo ha tergiversado la Creación Heroica de Mariátegui en cuestiones decisivas e implementado una visión liberal burguesa tanto en su trabajo partidista como en su trabajo frentista. Así, pues, no es culpa de nadie sino del propio indicado grupo que, desde hace tiempo, se encuentre al margen de la lucha por la Reconstitución. 

01.09.2015.

Comité de Redacción.  

¡Defender el Pensamiento de Mariátegui de toda Tergiversación y Desarrollarlo en Función de la Realidad Actual!

 

El Falso Marxismo-Leninismo de Jaime Lastra

 

(Primera Parte)

 

Eduardo Ibarra

 

DURANTE MÁS de treinta años, Jaime Lastra estuvo suscrito a un “marxismo-leninismo-maoísmo” completamente falso, que, sin embargo, le servía para encubrir su liberalismo burgués que se expresaba en su política de paz con las desviaciones del marxismo, tanto en su actividad partidista como en su actividad frentista. Como es evidente, esta política liberal caracteriza el activismo de Lastra hasta hoy mismo.

 

Acuciado por nuestra observación de que no ha producido nada de valor sobre ningún aspecto de la Reconstitución, en el número 36 del blog que dirige el indicado personaje se apresuró a publicar el documento “Reafirmación o reformulación de la base de unidad partidaria”, precedido de una nota donde se dice que el mismo es “parte del Compendio del Socialismo Peruano, todavía inédito, cuyos materiales, en lo principal, son de una Escuela Política que realizó el Comité Creación Heroica desde (sic) el año 2013”.

 

Sin embargo, hasta donde estamos informados, el mencionado Comité no existía como tal en el año 2013. Esta es una cuestión a esclarecer. Por otro lado, por la nota citada nos enteramos ahora que el documento “Reafirmación o reformulación…” (7 de julio de 2013), que nos fue enviado por Lastra en 2014, hace parte de los materiales de una “Escuela Política” desarrollada en 2013. Por la misma nota quedamos informados también de que el documento “El marxismo y su desarrollo”, igualmente remitido a nosotros por Lastra en 2014, fue un “avance” en relación a la aludida “Escuela”.

 

Sin conocer entonces estas circunstancias, procedimos a analizar ambos documentos, y el resultado fue el artículo “La verdad universal del proletariado y la reconstitución del partido” (publicado a la sazón, con el título invertido, en el blog CREACIÓN HEROICA). Republicamos ahora este artículo para que el lector juzgue si el contenido central del documento “El marxismo y su desarrollo” es un “avance significativo” “en cuanto a nuestra mejor comprensión ideológica” o, en su defecto, es un texto impresentable que desmiente categóricamente la elogiosa afirmación con la que el mismo Lastra se refiere a su texto.

 

Sin embargo del “marxismo-leninismo-maoísmo”, defendido por Lastra en su artículo “El marxismo y su desarrollo”, en su exposición “Reafirmación o reformulación…” (que aparece ahora publicado como el tercer capítulo de un texto que lleva por título “La base de unidad ideológica”), no se refirió a aquella denominación de la doctrina, no obstante que dicho artículo fue escrito en fecha próxima a la de esta exposición. En esta exposición Lastra dice que “debemos reformular la Base de Unidad Partidaria”, pero, en lo que al aspecto ideológico de esta base se refiere, se limita a decir lo siguiente:

 

Nuestra base doctrinal es el marxismo-leninismo, que, al mismo tiempo, defiende los aportes de Engels, Stalin y Mao de manera preferencial respecto de tantos otros camaradas que contribuyeron con el desarrollo de la doctrina, porque sus aportes son aportes sustantivos-integrales al marxismo-leninismo”.

 

En esta afirmación se constatan varios errores de óptica. Primero, Lastra reduce el sentido de los términos marxismo y leninismo al pensamiento de Marx y de Lenin, respectivamente, y, después de hacer esto, dice que los aportes de Engels, Stalin y Mao son “sustantivos-integrales”; con esta frase hace a un lado el hecho de que Stalin no desarrolló el marxismo en el aspecto filosófico, al mismo tiempo que sugiere que “otros camaradas” no contribuyeron con aportes “sustantivos” al marxismo, no obstante sostener que los mismos “contribuyeron con el desarrollo de la doctrina”. Ciertamente Lastra tiene un embrollo en la cabeza.

 

En nuestro artículo “La verdad universal del proletariado y la reconstitución del partido”, sostuvimos lo siguiente:

 

[Lastra] se propone «reformular la Base de Unidad Partidaria». Esto quiere decir que el artículo «El marxismo y su desarrollo» (título copiado de un artículo de Ramón García, dicho sea de paso) representa la posición personal de Lastra, quien, se sobreentiende, de esta forma está tratando de imponer su «marxismo-leninismo-maoísmo» como nueva base ideológica de su grupo.

 

Esta conclusión se desprendía –se desprende– necesariamente de la lamentable fundamentación que hizo de su “marxismo-leninismo-maoísmo” en el artículo “El marxismo y su desarrollo”. Pero, como hemos anotado, en la versión de la exposición que comentamos no aparece la intención de Lastra de imponer su falso “m-l-m”. ¿Modificó el contenido de su exposición para su publicación de hace algunos meses? Esta es una cuestión a esclarecer.

 

En una conversación con un miembro del CRJCM, una persona cercana al “CCH” refirió que después de muchas horas de discusión, Lastra terminó aceptando que el leninismo es una época en el desarrollo del marxismo, pero no precisó cuándo ocurrió esto. En el artículo de Carlos Moreno que dio lugar a una respuesta nuestra, no se habla de “m-l-m” sino de marxismo-leninismo. En las treintaiocho ediciones del blog de Lastra (la primera data de mayo de 2021), no hay rastro de su “marxismo-leninismo-maoísmo”, y, contrariamente, en el número 33 de dicho blog (15 de enero de 2025) fue publicado el artículo “Debate sobre el marxismo-leninismo-maoísmo (Parte 1)” bajo la firma del “CCH” pero escrito por Lastra, donde se hace una crítica a esta denominación en la cabeza de Abimael Guzmán, pero sin hacer la más mínima referencia a la desatinada fundamentación del propio Lastra de su pasado “marxismo-leninismo-maoísmo”, que, de este modo, queda encubierta. Todos estos hechos indican que Lastra ha reculado: de su “m-l-m” de varias décadas, a su actual marxismo-leninismo. ¿Este cambio expresa una rectificación real? Por ahora veamos un solo aspecto de esta cuestión: la conocida renuencia de Lastra a la autocrítica.

 

En un discurso del 18 de enero de 1957, Mao señaló:

 

Bastó que el XX Congreso del PCUS hiciera lo que hizo para que algunos de los que se habían presentado como fervientes partidarios de Stalin pasaran a combatirlo con igual fervor. En mi opinión, ellos han dejado de lado el marxismo-leninismo, no tienen un enfoque analítico de los problemas y, en fin, carecen de moral revolucionaria. El marxismo-leninismo conlleva, entre otras cosas, la moral revolucionaria del proletariado. Ya que ustedes fueron antes tan ardientes partidarios de Stalin, ¿no tendrían que haber explicado de alguna manera su actual viraje? Pero, sin brindar la menor explicación, han dado de repente un viraje de 180 grados, como si estas Sus Señorías nunca jamás hubieran sido partidarios de Stalin, no obstante haberse adherido a él, en el pasado, de manera muy fervorosa. (Obras escogidas, t. V. pp. 385-386).

 

Ya que Lastra fue tan ardiente partidario del “marxismo-leninismo-maoísmo”, ¿no tendría que haber explicado de alguna manera su viraje? Sin brindar la menor explicación, Su Señoría Lastra ha dado un viraje como si nunca jamás hubiera sido fervoroso partidario del “m-l-m”. Esta falta de autocrítica da cuenta de que carece de moral revolucionaria.(1)

 

Pues bien, la reconstitución del partido de Mariátegui tiene una base ideológica insustituible: el marxismo-leninismo. Por eso, es insoslayable analizar esta cuestión, pero teniendo en cuenta los argumentos de quienes postulan el “marxismo-leninismo-maoísmo” (PCP-SL, PCR,EU, etc.); de quienes reducen la doctrina a solo marxismo (grupo liquidacionista encabezado por Ramón García); y de quienes utilizan el término marxismo-leninismo pero vaciado de su contenido revolucionario (como hacen los revisionistas a lo Jruschov y Brezhnev), pues aquella condición del marxismo-leninismo de ser la base insustituible de la unidad ideológica del Partido, es un problema que tiene que ver directamente con la Reconstitución y, como se comprenderá, el Partido reconstituido requiere de una teoría acerca del desarrollo del marxismo y su denominación.

 

Como se sabe, Mariátegui acordó el marxismo-leninismo como la base de unidad ideológica del Partido Socialista del Perú (ver Ideología y política). Y, en Defensa del marxismo, fundamentó suficientemente su adhesión a aquella denominación:

 

La revolución rusa constituye, acéptenlo o no los reformistas, el acontecimiento dominante del socialismo contemporáneo. Es en ese acontecimiento, cuyo alcance histórico no se puede aún medir, donde hay que ir a buscar la nueva etapa marxista. (p. 22; cursivas nuestras).

Con lenguaje bíblico, el poeta Paul Valery expresaba así en 1919 una línea genealógica: “Y éste fue Kant que engendró a Hegel, el cual engendró a Marx, el cual engendró a…”. Aunque la revolución rusa estaba ya en acto, era todavía muy temprano para no contentarse prudentemente con estos puntos suspensivos, al llegar a la descendencia de Marx. Pero en 1925, C. Achelin los reemplazó por el nombre de Lenin. Y es probable que el propio Paul Valery, no encontrase entonces demasiado atrevido ese modo de completar su pensamiento. (…) El materialismo histórico reconoce en su origen tres fuentes: la filosofía clásica alemana, la economía política inglesa y el socialismo francés. Este es, precisamente, el concepto de Lenin. Conforme a él, Kant y Hegel anteceden y originan a Marx primero y a Lenin después de la misma manera que el capitalismo antecede y origina al socialismo (p. 39; cursivas nuestras).

Lenin nos prueba, en la política práctica, con el testimonio irrecusable de una revolución, que el marxismo es el único medio de proseguir y superar a Marx (p. 126; cursivas nuestras).

 

En el fondo de estas citas se encuentra la solución a dos cuestiones que de hecho continúan en debate: ¿posee el marxismo la capacidad intrínseca de desarrollarse como verdad universal?, ¿el leninismo es un desarrollo de valor universal del marxismo? Con su citado acuerdo, Mariátegui, en la línea de Stalin, respondió positivamente a tales interrogantes. Así, pues, puede decirse que Mariátegui y el PSP contaron con una teoría sobre el desarrollo del marxismo y su denominación contemporánea. No obstante, Ramón García niega la capacidad del marxismo de desarrollarse como verdad universal y, sobre esta base, niega el leninismo como desarrollo de valor universal del marxismo.(2)

 

Notas

[1] Quienes no han sido capaces de darse cuenta de la permanente actitud reacia de Lastra a la autocrítica, tienen aquí un ejemplo escandaloso de dicha actitud: en una cuestión tan importante como es la correcta denominación de la doctrina (cuestión que no es un problema meramente formal, pues encierra verdaderos problemas teóricos), Lastra no ha sentido la elemental necesidad de autocriticarse de su pasado “maoísmo”, lo que hubiera tenido que hacer incluso hasta por un simple respeto a sus allegados. Pero el problema muestra peor cariz todavía cuando se constata que estos no solo no le han exigido la correspondiente autocrítica, sino que ellos mismos (o algunos de ellos) han pasado, dócilmente, del falso “m-l-m” al falso marxismo-leninismo.

[2] Un seguidor de García ha expresado esa doble negación de la forma siguiente: “Lenin es para Rusia y Mao para China”.

 

14.08.2025.




¡Defender el Pensamiento de Mariátegui de toda Tergiversación y Desarrollarlo en Función de la Realidad Actual!

 

La Verdad Universal del Proletariado y la Reconstitución del Partido

 

E. I.

 

I

En la segunda mitad de 2010 un pequeño número de activistas hizo un esfuerzo por organizar un grupo de debate a fin de definir la cuestión de la Reconstitución y contribuir así a su desarrollo y culminación. Pero los acuerdos tomados con vistas a ese objetivo fueron rápidamente pisoteados por Jaime Lastra.

 

A cuatro años de ese malogrado intento, se constata el desarrollo de dos líneas antagónicas entre los participantes de aquel esfuerzo.

 

Como es de conocimiento común, la constitución del Partido Socialista del Perú comprendió una lucha en los planos ideológico, teórico, político y orgánico. En el presente artículo me limitaré a señalar brevemente la esencia de la lucha en el plano ideológico.

 

En los tiempos de Mariátegui, la cuestión del leninismo era una controversia fundamental. Entonces el maestro escribió el libro Defensa del marxismo,(1) y acordó el marxismo-leninismo como la base de unidad del PSP:

 

El marxismo-leninismo es el método revolucionario de la etapa del imperialismo y de los monopolios. El Partido Socialista del Perú, lo adopta como su método de lucha.(2)

 

Así, pues, la adhesión al marxismo-leninismo fue el contenido ideológico de la Constitución del Partido.

 

Pues bien, la Reconstitución comprende igualmente una lucha en los cuatro planos mencionados arriba.

 

Específicamente, en el plano ideológico la lucha se presenta como la defensa del leninismo en tanto marxismo de nuestra época y del pensamiento de Mao en cuanto desarrollo del marxismo de nuestra época.

 

Lenin señaló:

 

La época se llama precisamente época porque abarca toda una suma de diversos fenómenos y guerras, típicos y no típicos, grandes y pequeños, propios de los países avanzados y de los atrasados. Eludir estas cuestiones concretas por medio de frases generales acerca de la «época», como hace P. Kíevsky, significa abusar del concepto «época».(3)

 

Es decir, según se desprende de la cita, toda época histórica tiene un contenido concreto. Por eso, Stalin apuntó:

 

Marx y Engels actuaron en el período prerrevolucionario (nos referimos a la revolución proletaria) cuando aún no había un imperialismo desarrollado, en un período de preparación de los proletarios para la revolución, en el período en que la revolución proletaria no era aún directa y prácticamente inevitable. En cambio, Lenin, discípulo de Marx y de Engels, actuó en el período del imperialismo desarrollado, en el período en que se despliega la revolución proletaria, cuando la revolución proletaria ha triunfado ya en un país, ha destruido la democracia burguesa y ha inaugurado la era de la democracia proletaria, la era de los Soviets.(4)

 

Es claro, pues, que entre las condiciones en que actuaron Marx y Engels y las condiciones en que actuó Lenin, existe, dentro del marco general de la continuidad del capitalismo, una discontinuidad: el paso del capitalismo competitivo al capitalismo monopolista y, dentro del marco general de la continuidad de la revolución proletaria, existe, asimismo, una discontinuidad: el paso de la preparación de dicha revolución a su actualidad histórico-mundial.

 

Estas discontinuidades, íntimamente ligadas entre sí, determinaron el cambio de época histórica. Por eso, entre la teoría de la revolución de Marx y Engels y la teoría de la revolución de Lenin, existe, igualmente, en este caso dentro del marco general de la continuidad de los principios del marxismo, una discontinuidad: el leninismo es marxismo, pero es marxismo de nuestra época.

 

El imperialismo es la época en que un puñado de países capitalistas avanzados explota a una mayoría de países coloniales y semicoloniales y, así, la revolución proletaria y la revolución democrática se presentan inseparablemente interconectadas: la segunda es parte de la primera.

 

No tener en cuenta la interconexión entre los países imperialistas y los países del mundo colonial es no comprender la revolución socialista mundial como un proceso único e indivisible y, por lo tanto, es no tener en cuenta la interconexión entre el pensamiento de Lenin y el pensamiento de Mao y, por lo tanto, es escamotear la realidad de sus comunes raíces históricas.

 

El pensamiento de Mao se desarrolló: 1) en función de la lucha de clase del proletariado en las condiciones generales del imperialismo; 2) en función de la particular realidad de un país semicolonial y semifeudal como la China prerrevolucionaria; 3) en función de la lucha de clases bajo la dictadura del proletariado.

 

Es claro pues que, entre el pensamiento de Lenin y el pensamiento de Mao, no existe ninguna discontinuidad de naturaleza raigal, de carácter epocal, sino por el contrario una interconexión directa: ambos pensamientos surgieron en las condiciones de nuestra época y, por eso, llevan su sello. Así, pues, el pensamiento de Mao es un desarrollo directo del leninismo.

 

Pues bien, en la segunda mitad del año próximo pasado, Jaime Lastra hizo circular un conjunto de artículos, entre los cuales hay uno de su autoría, «El marxismo y su desarrollo» (07.07. 2013), en el cual intenta argumentar el «marxismo-leninismo-maoísmo» que ha tomado directamente de Abimael Guzmán.

 

En dicho artículo, dejó escrito:

 

… en mis estudios sobre esta cuestión cada vez me queda claro que la denominación de la doctrina no tiene que ver mecánicamente con la “época”, como que si bastara la aparición de esa nueva época para que automáticamente surja el conocimiento que le corresponda, sino con el tipo de conocimiento que se ha producido en esa época determinada. Y esto lleva, inevitablemente, a ver la causa del salto de la teoría (el desarrollo doctrinal) no en un determinado lapso de tiempo, sino en el contenido teórico de las soluciones a los nuevos problemas, logrado mediante la aplicación de la doctrina frente a una determinada realidad; es decir, el desarrollo de la teoría marxista se comprueba en un nuevo aporte teórico-práctico, corroborado por la experiencia. Resulta evidente que el nuevo aporte se da en un tiempo específico; es decir, en un periodo determinado, pero no es el tiempo el que genera el conocimiento, sino la práctica social correspondiente. Sabemos, como caso similar, que tanto el tiempo como el espacio son formas fundamentales de la materia, pero no explican el cambio de la materia. Lo que explica su desarrollo son las contradicciones que operan al interior de la materia. Y es frente a esas contradicciones como se desarrolla la teoría. Tiempo y espacio reflejan solo la forma en que se plasma el desarrollo en tanto son condicionantes, más (sic) no determinantes. Por eso, es conocido el razonamiento materialista dialéctico de que no puede existir materia sin movimiento fuera del espacio y tiempo (negritas en el original).

 

Este es el argumento central con el que Lastra pretende solventar su «marxismo-leninismo-maoísmo», argumento resultante, como dice, de sus «estudios de esta cuestión» y, por eso, es suficiente que en estas líneas me limite a la crítica de sus términos.

 

Como hemos visto, Lastra califica de «mecánica» la relación establecida entre nuestra época y el leninismo, pero, no ha tenido la honradez intelectual de mencionar puntualmente a qué autores critica por el presunto mecanicismo.

 

En Los fundamentos del leninismo (1924), Stalin señaló: «El leninismo es el marxismo de la época del imperialismo y de la revolución proletaria.» En Lineamientos programáticos del Partido Socialista (1928), Mariátegui sostuvo: «El marxismo-leninismo es el método revolucionario de la etapa del imperialismo y de los monopolios.»(5) En Sobre la contradicción (1938), Mao subrayó: «Stalin analizó lo universal de las contradicciones del imperialismo, demostrando que el leninismo es el marxismo de la época del imperialismo y de la revolución proletaria.»

 

Así, pues, según se implica de la afirmación de Lastra, los mecanicistas son Stalin, Mariátegui, Mao, entre otros teóricos marxistas que, consecuentes con su materialismo, igualmente definen el leninismo teniendo en cuenta, entre otras cosas, sus raíces históricas.

 

Lenin señaló:

 

Cuando los ortodoxos han tenido que manifestarse contra ciertas concepciones anticuadas de Marx (como, por ejemplo, Mehring respecto de ciertas tesis históricas), lo han hecho siempre con toda precisión y de forma tan detallada, que nadie ha encontrado jamás en sus trabajos la menor ambigüedad.(6)

 

Por lo tanto, si Lastra cree que los mencionados teóricos cayeron en mecanicismo al adherir al leninismo como el marxismo de nuestra época –y es esto, precisamente, lo que cree–, debió decirlo francamente y demostrarlo con toda precisión y de forma detallada, pero está claro que no fue capaz de proceder conforme a esta norma marxista.

 

Luego dice nuestro articulista que no basta el surgimiento de una nueva época histórica «para que automáticamente surja el conocimiento que le corresponda.» Pero ¿quién ha planteado jamás que el surgimiento de, por ejemplo, la época del imperialismo y de la revolución proletaria, bastó para que surgiera «automáticamente» el leninismo? De suyo se comprende que el surgimiento del leninismo se debió a la creación teórica de Lenin en las nuevas condiciones históricas, creación que, como es obvio, tuvo por base su participación en la lucha de clase del proletariado. La afirmación de Lastra no pasa, pues, de ser un sofisma con el que intenta escamotear las raíces históricas del leninismo. De esta forma reniega el método de Stalin en el análisis del desarrollo del marxismo.

 

También dice Lastra que «la denominación de la doctrina» tiene que ver «con el tipo de conocimiento que se ha producido en esa época determinada.» Pero ¿qué quiere decir con la frase «tipo de conocimiento»? Ciertamente la frase es oscura y, de hecho, no dice nada. Pero inmediatamente después, agrega que «esto lleva, inevitablemente, a ver la causa del salto de la teoría… no en un determinado lapso de tiempo, sino en el contenido teórico de las soluciones a los nuevos problemas».(7) Y redondea su idea diciendo que «no es el tiempo el que genera el conocimiento, sino la práctica social.»

 

Como vemos, Lastra utiliza el concepto de tiempo en su acepción general, en su acepción física, lo que se revela de un modo indubitable en sus afirmaciones finales: «tanto el tiempo como el espacio son formas fundamentales de la materia, pero no explican el desarrollo de la materia»; «Tiempo y espacio reflejan solo la forma en que se plasma el desarrollo en tanto son condicionantes, más no determinantes.»

 

Es decir, Lastra entiende nuestra época –y toda época histórica– como mera fluencia de los años y los siglos, haciendo desaparecer, de esta forma, su contenido concreto. Es decir, en último análisis, niega todo desarrollo histórico y, por lo tanto, la historia misma.

 

Ciertamente es la práctica social la que genera el conocimiento relativo a la sociedad, pero, puesto que Lastra ha suprimido de su argumentación el contenido concreto de nuestra época, su «práctica social» se revela como un concepto sin ninguna determinación concreta, sin ningún referente, y, por lo tanto, como un concepto vacío. Lo mismo hay que decir de sus frases «los nuevos problemas», «una determinada realidad», «corroborado por la experiencia», «nuevo aporte». Porque, ¿cuáles «nuevos problemas», cuál «determinada realidad», corroboración de cuál «experiencia» y cuál «nuevo aporte» si, como hemos visto, nuestro «maoísta» pretende que la época del imperialismo y de la revolución proletaria es nada más que un «lapso de tiempo»?

 

Es un hecho, pues, que, sorprendentemente, en el curso de sus estudios sobre el leninismo, a Lastra le quedara cada vez claro que nuestra época histórica es un «lapso de tiempo» que, según se desprende de su argumentación, se limita a reflejar «la forma en que se plasma el desarrollo» del marxismo («de la materia», dice, o sea que, para él, el marxismo no es una doctrina, ¡sino un algo material!), pues, según le quedaba cada vez claro también, el tiempo, es decir nuestra época histórica (en traducción nuestra), es condicionante pero no determinante de dicho desarrollo.

 

Este es el materialismo de Lastra: el ser social (las condiciones concretas de nuestra época), no determinan la conciencia social (el desarrollo del marxismo en el caso que analizo), y, de esta forma inverosímil, termina por escamotear las raíces históricas del leninismo y por convertir el propio desarrollo del marxismo en algo completamente místico.

 

La verdad, sin embargo, es que las condiciones concretas de nuestra época y, entre ellas, la lucha de clase del proletariado, determinaron el desarrollo del marxismo, es decir, el surgimiento del leninismo.(8)

 

En consecuencia, la verdad, simple y sencilla, es que el leninismo es el marxismo de nuestra época, justamente porque su contenido expresa el contenido fundamental y las tendencias fundamentales del imperialismo y de la revolución proletaria, y esta realidad no tiene absolutamente nada de mecanicismo; por el contrario, es profundamente dialéctica, tal como lo explicó Mao:

 

Stalin, al explicar las raíces históricas del leninismo en su famosa obra “Los fundamentos del leninismo”, analizó la situación internacional en que nació el leninismo, analizó las distintas contradicciones del capitalismo, llegadas a su grado extremo bajo las condiciones del imperialismo, y mostró cómo ellas hicieron de la revolución proletaria una cuestión práctica inmediata y crearon condiciones favorables para el asalto directo al capitalismo. Además, analizó por qué Rusia fue la patria del leninismo, por qué la Rusia zarista constituía el punto de convergencia de todas las contradicciones del imperialismo y por qué el proletariado ruso se convirtió en la vanguardia del proletariado revolucionario internacional. De esta manera, Stalin analizó lo universal de las contradicciones del imperialismo, demostrando que el leninismo es el marxismo de la época del imperialismo y de la revolución proletaria, y, al mismo tiempo, analizó lo que de particular tenían estas contradicciones generales en el caso del imperialismo de la Rusia zarista, explicando por qué Rusia llegó a ser la cuna de la teoría y las tácticas de la revolución proletaria y cómo dicha particularidad encerraba la universalidad de la contradicción. Este análisis de Stalin nos ofrece un modelo para comprender la particularidad y la universalidad de la contradicción y su interconexión.(9)

 

Ahora bien, está fuera de discusión que la época del imperialismo y de la revolución proletaria está vigente, por lo que cae de su peso algo que es necesario repetir: el pensamiento de Mao es un desarrollo directo del leninismo.

 

En conclusión: 1) Lastra reniega el método de Stalin en el análisis del desarrollo del marxismo; 2) no ha sido capaz de plantear ni siquiera medianamente bien la cuestión del leninismo; 3) sus argumentos, analizados aquí, son una suma de dislates; 4) por lo tanto, su «marxismo-leninismo-maoísmo» no tiene ningún asidero. 

 

 

II

 

En el artículo «¿Reafirmación o reformulación de la base de unidad partidaria?», circulado al mismo tiempo que el artículo que acabamos de analizar en su contenido central, Lastra sostiene lo siguiente: «Nuestra base doctrinal es el marxismo-leninismo, que al mismo tiempo, defiende los aportes de Engels, Stalin y Mao».(10) En el mismo lugar, puede leerse también que se propone «reformular la Base de Unidad Partidaria». Esto quiere decir que el artículo «El marxismo y su desarrollo» (título copiado de un artículo de Ramón García, dicho sea de paso) representa la posición personal de Lastra, quien, se sobreentiende, de esta forma está tratando de imponer su «marxismo-leninismo-maoísmo» como nueva base ideológica de su grupo.(11) 

La lucha por la Reconstitución del Partido de Mariátegui implica la adhesión de la militancia al marxismo-leninismo, es decir, a la doctrina de Marx, Engels, Lenin, Stalin, Mao. Este es el contenido ideológico de la Reconstitución y, por lo tanto, la base de la unidad doctrinal del Partido: se unen los elementos doctrinariamente homogéneos, no los heterogéneos y, como es obvio, aquí no caben el eclecticismo ni el conciliacionismo, menos todavía la capitulación. 

Así, pues, es deber de los marxista-leninistas deslindar con el rebajamiento del leninismo a simple «etapa del marxismo» y con la consiguiente caricaturización del pensamiento de Mao. 

Para concluir: no sé si otros autores lo hagan, pero yo no pienso reclamar derecho de autor sobre algunas cuestiones que Lastra afirma en su documento, aunque no puedo dejar de llamar la atención sobre su irresistible inclinación a copiar de aquí y de allá, haciendo de todo un indigesto menjunje. 

Notas

[1] Quienquiera que lea con un poco de atención dicho libro, tiene que percatarse de que en sus páginas Mariátegui sustentó su adhesión al marxismo-leninismo.

[2] Ideología y política, p. 160.

[3] Sobre la caricatura del marxismo y el «economismo imperialista», en Obras escogidas en doce tomos, t. VI, Editorial Progreso, Moscú, 1976, p. 69.

[4] Cuestiones del leninismo, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Pekín, 1977, p. 3.

[5] Con el término etapa (así como con los términos estadio y período, utilizados igualmente en el numeral 4 de «Principios programáticos del Partido Socialista), Mariátegui se refirió a nuestra época histórica. Esto es indiscutible.

[6] Materialismo y empiriocriticismo, prólogo a la primera edición, Editorial Progreso, Moscú, s.f., p. 14; cursivas mías.

[7] Aquí también es menester preguntar: ¿quién ha planteado nunca que «la causa del salto de la teoría» es «un determinado lapso de tiempo»? Pero lo que hay que remarcar, es que Lastra cree –fíjese el lector– que «la causa» del desarrollo del marxismo, es «el contenido teórico de las soluciones a los nuevos problemas». Por cierto, esto es una enormidad, pues dicho «contenido teórico» es, precisamente, el propio desarrollo del marxismo. Esta enormidad está en evidente contradicción con lo que sigue inmediatamente en el texto de Lastra: que es «la práctica social» la que «genera el conocimiento». Esta contradicción demuestra, pues, que nuestro «maoísta» dice y se desdice, es decir, que tiene un embrollo en la cabeza.

[8] La lucha de clase del proletariado («práctica social» en el artículo de Lastra), es, ella misma, parte constitutiva de nuestra época, siendo, precisamente, uno de sus contenidos fundamentales: ¿acaso nuestra época no es, al mismo tiempo que la del imperialismo, la de la revolución proletaria?

[9] Obras escogidas, t. I, ELE, Pekín, 1972, p. 352.

[10] La citada expresión revela que Lastra entiende los términos marxismo y leninismo con un alcance restrictivo, es decir, únicamente como el pensamiento de Marx y de Lenin, respectivamente. Por eso se ve precisado a indicar que el término compuesto marxismo-leninismo, «al mismo tiempo, defiende los aportes de Engels, Stalin y Mao». ¿Defiende? ¿No es más bien que comprende?

[11] Durante un tiempo Lastra apareció como cabeza del grupo aludido al principio del presente artículo, pues en 2010 una cierta cantidad de activistas apoyamos que asumiera esa condición, no porque consideráramos que reúne las cualidades necesarias para ejercerla solventemente, sino porque, no obstante que entre los compañeros que activaban en el territorio nacional había algunos con mayor nivel que él, ninguno tenía la voluntad política para asumir la aludida responsabilidad. Lastra sí la tenía y, por eso, no tuvimos más remedio que apoyarlo. Nuestra idea era que cumpliese con organizar el grupo y diese los primeros pasos; después el colectivo tendría que considerar qué compañero podía asumir con mayor solvencia las tareas acordadas. Pero, tan pronto regresó al país de su breve estadía en Bolivia –y aprovechándose de nuestra ausencia en el Perú–, Lastra cometió la deslealtad de pisotear los acuerdos, de hacer a un lado ciertas propuestas nuestras, de ocultar documentación, de escamotear todo debate verdadero y de marginar al COMITÉ DE RECONSTITUCIÓN JOSÉ CARLOS MARIÁTEGUI. Así quedó truncado el proyecto, y así Lastra se perpetuó como cabeza, aunque a partir de entonces solo de sus desprevenidos allegados. No obstante esta situación, planteamos en forma reservada una crítica inicial a su descarrío y, luego, esperamos durante más de tres años que corrigiera sus errores y sus prácticas reñidas con el marxismo a efecto de restablecer la unidad, pero los hechos demostraban cada vez que se hundía más y más en el eclecticismo, el conciliacionismo, el derechismo. Puesto que, con la rapidez de un rayo, nuestro escisionista hizo a un lado el proyecto acordado e implementó el suyo propio, es un hecho que su viaje a Bolivia para entrevistarse con nosotros solo tuvo por propósito utilizar el manto de nuestro respaldo a fin de autorizarse ante los ojos de quienes estaban por organizarse. 

02.07.2014. 





La Tercera Internacional y Nuestro Tiempo

 

E. I.

 

El próximo 6 de marzo del año en curso se cumple el Centenario de la fundación de la Tercera Internacional y, como es obvio, ello es una circunstancia propicia para plantear algunas ideas; solo algunas ideas, pues, como se comprenderá, una exposición de la historia de dicha organización y, por lo tanto, un análisis detallado de sus méritos y sus errores, exigiría la escritura de todo un volumen.

 

Así, pues, aquí examinaremos únicamente su significación en el proceso histórico de la organización internacional del proletariado, así como la enseñanza fundamental que arroja su experiencia.

 

I

 

La Asociación Internacional de Trabajadores o Primera Internacional (1864-1872), fundada por Marx y Engels, fue una organización conformada por las diversas tendencias del socialismo de la época. Engels se refirió a esta circunstancia en una carta del 27 de enero de 1887 a Florence Kelley Wischnewetski:

 

Cuando Marx fundó la Internacional, redactó el Reglamento de manera que pudieran ingresar todos los obreros socialistas de esa época: proudhonistas, lerouxistas e incluso el sector más avanzado de las tradeunions inglesas; y fue sólo gracias a esta amplitud que la Internacional llegó a ser lo que fue: el medio para disolver y absorber gradualmente a todas estas sectas secundarias, con excepción de los anarquistas, cuya repentina aparición en varios países no fue sino el efecto de la violenta reacción burguesa que sucedió a la Comuna y que por ello podíamos dejar que se marchitasen solos, como ocurrió. Si de 1864 a 1873 hubiéramos insistido en trabajar sólo con quienes adoptaban ampliamente nuestra plataforma, ¿dónde estaríamos hoy? Creo que toda nuestra experiencia ha mostrado que es posible trabajar junto con el movimiento general de la clase obrera en cada una de sus etapas sin ceder u ocultar nuestra propia posición e incluso nuestra organización, y temo que si los alemanes norteamericanos eligen una línea distinta cometerán un grave error.(1)

 

De estos conceptos engelsianos, se desprenden las siguientes conclusiones:

 

  1. La unidad de la Primera Internacional fue de carácter programático, y no doctrinal; sobre la base de esa unidad, Marx y Engels se propusieron absorber doctrinariamente a las diversas corrientes no marxistas.

 

  2. Determinada por la situación ideológica de la clase obrera europea de la época, dicha unidad programática hizo de la Primera Internacional un partido-frente.

 

  3. La experiencia de la primera organización internacional del proletariado mostró que es posible –y necesario– trabajar con «el movimiento general de la clase obrera en cada una de sus etapas».

 

  4. Este trabajo con el movimiento no tiene por qué significar «ocultar nuestra propia posición e incluso nuestra organización».

 

  En este cuadro general, Marx y Engels educaron a los trabajadores en la conjugación de la lucha económica y la lucha política, en el principio de que la conquista del poder político es el gran deber de la clase obrera, en la idea rectora de que la emancipación de la clase obrera debe ser obra de la propia clase obrera y en el espíritu del internacionalismo proletario. Al mismo tiempo, desplegaron la lucha contra el proudhonismo, el blanquismo, el lassallismo, el bakuninismo y el tradeunionismo inglés, preparando así el triunfo del marxismo y los cuadros que más tarde contribuirían a la fundación de partidos marxistas de masas en diversos países.

 

Así, pues, el resultado de la lucha ideológica contra las distintas corrientes del socialismo premarxista fue la premisa de la ulterior unidad marxista del proletariado revolucionario.

 

Mariátegui escribió sobre la Primera Internacional:

 

La Primera Internacional fundada por Marx y Engels en Londres, no fue sino un bosquejo, un germen, un programa. La realidad internacional no estaba aún definida. El socialismo era una fuerza en formación. Marx acababa de darle concreción histórica. Cumplida su función de trazar las orientaciones de una acción internacional de los trabajadores, la Primera Internacional se sumergió en la confusa nebulosa de la cual había emergido. Pero la voluntad de articular internacionalmente el movimiento socialista quedó formulada. Algunos años después, la Internacional reapareció vigorosamente. El crecimiento de los partidos y sindicatos socialistas requería una coordinación y una articulación internacionales. (La escena contemporánea, pp. 112-113).

 

La «confusa nebulosa» de la cual emergió y en la cual se sumergió finalmente la Primera Internacional fue, pues, su condición de partido-frente, tipo de partido que, después de cumplir su misión, caducó históricamente como consecuencia del desarrollo de la lucha de clases, la bancarrota del socialismo premarxista y el triunfo teórico del marxismo en el movimiento obrero. Por eso, Marx señaló:

 

La acción internacional de las clases obreras no depende en modo alguno, de la existencia de la «Asociación Internacional de los Trabajadores». Esta fue solamente un primer intento de dotar a aquella acción de un órgano central; un intento que, por el impulso que dio, ha tenido una eficacia perdurable, pero que en su primera forma histórica no podía prolongarse después de la caída de la Comuna de París. (Crítica del programa de Gotha, Ediciones en Lenguas Extranjeras, s.f., Moscú, p. 24).

 

Por eso mismo, Engels anunció:

 

Creo que la próxima Internacional –después que las obras de Marx hayan ejercido influencia durante algunos años– será directamente comunista, y proclamará abiertamente nuestros principios. (Carta a A. Sorge del 12 (y 17) de setiembre de 1874, en Correspondencia Marx-Engels, pp. 271-272).

 

II

 

Y así fue, efectivamente: el crecimiento del movimiento obrero y de sus partidos de clase, exigió la fundación de la Segunda Internacional (1889-1914), organización adherida al marxismo.

 

Por eso, entre otras cuestiones, la Segunda Internacional significó:

 

1. La diferenciación teórica del concepto de partido doctrinariamente homogéneo del concepto de partido doctrinariamente heterogéneo y, como consecuencia, la diferenciación orgánica del partido marxista, es decir, su existencia autónoma.(1)

 

2. La constitución, en diversos países, del partido doctrinariamente homogéneo, tipo de partido del cual el Partido Obrero Socialdemócrata Alemán, fundado en 1869, fue su primera realización.

 

3. La plasmación de la más completa independencia ideológica, política y orgánica del proletariado revolucionario.

 

4. El trazo de una política específica que hizo posible, en las nuevas condiciones, el trabajo «junto con el movimiento general de la clase obrera», aunque con la relativa limitación de que entonces los conceptos de frente unido y hegemonía se encontraban elaborados solo a grandes rasgos.

 

Pues bien, al tener los partidos de la Segunda Internacional que desenvolver, dadas las condiciones de desarrollo relativamente pacífico del capitalismo, la lucha legal como su actividad principal, más o menos tempranamente experimentaron el surgimiento en su seno de tendencias oportunistas, y esto ocurrió sobre todo en el Partido Obrero Socialdemócrata Alemán.

 

Entonces Engels empeñó la lucha contra, por ejemplo, la omisión del principio de la dictadura del proletariado del proyecto del programa de Erfurt de la socialdemocracia alemana y algunas otras posiciones oportunistas contenidas en el mismo, así como contra el cretinismo parlamentario de diversos partidos.

 

Poco después del fallecimiento de Engels, entre 1896 y 1897, Eduard Bernstein publicó algunos artículos en la revista Die Neue Zeit, en los que revisaba a Marx al reemplazar la lucha revolucionaria del proletariado por la idea utópica de la persuasión y la educación como camino al socialismo, así como al sostener otras ideas antimarxistas. De esta forma hizo su aparición el revisionismo que, corriendo ya el siglo XX, cobró un notorio crecimiento. Lenin escribió a este respecto:

 

El socialismo premarxista ha sido derrotado. Ya no continúa la lucha en su propio terreno, sino en el terreno general del marxismo, a título de revisionismo. (Lenin, Marx-Engels-Marxismo, recopilación, Editorial Progreso, Moscú, s.f., p. 57.

 

Es decir, las diversas tendencias oportunistas se transformaron en revisionismo, el cual, no obstante renegar los principios del marxismo, hace uso de un lenguaje engañosamente marxista; así, pues, el revisionismo es antimarxismo disfrazado de marxismo.

 

Recapitulando la actuación de la Segunda Internacional, Stalin sostuvo en abril de 1924:

 

Fue ése un período de desarrollo relativamente pacífico del capitalismo… en que las formas legales de lucha se ponían por las nubes y se creía «matar» al capitalismo con la legalidad; en una palabra, un período en el que los partidos de la II Internacional iban echando grasa y no querían pensar seriamente en la revolución, en la dictadura del proletariado, en la educación revolucionaria de las masas. (…) En vez de una política revolucionaria coherente, tesis teóricas contradictorias y fragmentos de teorías divorciados de la lucha revolucionaria viva de las masas y convertidos en dogmas caducos. Naturalmente, para guardar las formas se invocaba la teoría de Marx, pero con el fin de despojarla de su espíritu revolucionario vivo. (Cuestiones del leninismo, ELE, Pekín, 1977, p. 12).

    

Algunos meses después, en noviembre, Mariátegui escribió sobre el mismo tema:

 

La función de la Segunda Internacional fue casi únicamente una función organizadora. Los partidos socialistas de esa época efectuaban una labor de reclutamiento. Sentían que la fecha de la revolución social se hallaba lejana. Se propusieron, por consiguiente, la conquista de algunas reformas interinas. El movimiento obrero adquirió así un ánima y una mentalidad reformistas. El pensamiento de la social-democracia lassalliana dirigió a la Segunda Internacional. A consecuencia de este orientamiento, el socialismo resultó insertado en la democracia. (…) La guerra fracturó y disolvió la Segunda Internacional. Unicamente algunas minorías se reunieron en los congresos de Khiental y Zimmerwald, donde se bosquejaron las bases de una nueva organización internacional. La revolución rusa impulsó este movimiento. (La escena contemporánea, p. 113).

 

Así, pues, el revisionismo, que había logrado corromper al Partido Obrero Socialdemócrata Alemán (así como a los demás partidos de la Segunda Internacional, excepción hecha del partido bolchevique y del grupo Espartaco de Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo, entre algunas otras organizaciones), se convirtió en nuestra época en un fenómeno engendrado por las condiciones económicas y sociales del imperialismo, fenómeno que, como está probado, corrompe a los partidos de la clase obrera, desvía a las masas al camino del reformismo y traiciona a la revolución. Esto ocurre en nuestra época como desarrollo de las condiciones inglesas del siglo XIX que dieron lugar al surgimiento de una aristocracia obrera y, al mismo tiempo, como continuación del oportunismo que Marx y Engels combatieron en su época.

 

En las condiciones de desborde del revisionismo, Kautsky, expresando su centrismo, planteó la convivencia de marxistas y revisionistas en un mismo partido. Esto significaba volver atrás, pero con una nota particular: mientras que, dadas las condiciones históricas entre 1864 y 1872, estuvo plenamente justificado el partido doctrinariamente heterogéneo como fue la Primera Internacional, ahora, en nuestra época, cuando el socialismo no marxista ha puesto en evidencia en todas partes su metamorfosis en revisionismo y ha mostrado, en diferentes planos y distintas formas, su servicio a la burguesía, la propuesta centrista de Kautsky significaba promover la convivencia de los marxistas y los agentes ideológicos de la burguesía en el seno de los partidos obreros.

 

Lenin, por el contrario, expresando su marxismo, planteó la expulsión de los revisionistas de los partidos obreros, la construcción de partidos doctrinariamente homogéneos, de partidos capaces de organizar la revolución proletaria e instaurar la dictadura del proletariado. Concretamente, el jefe de la revolución rusa esclareció:

 

La época imperialista no tolera la coexistencia en un mismo partido de los elementos de vanguardia del proletariado revolucionario y la aristocracia semipequeñoburguesa de la clase obrera… La vieja teoría de que el oportunismo es un «matiz legítimo» dentro de un partido único y ajeno a los «extremismos» se ha convertido hoy día en el engaño más grande de la clase obrera, en el mayor obstáculo para el movimiento obrero. El oportunismo franco, que provoca la repulsa inmediata de la clase obrera, no es tan peligroso ni perjudicial como esta teoría del justo medio, que exculpa con palabras marxistas la práctica del oportunismo, que trata de demostrar con una serie de sofismas la inoportunidad de las acciones revolucionarias, etc. Kautsky, el representante más destacado de esta teoría y al mismo tiempo el prestigio más autorizado de la II Internacional, se ha revelado como un hipócrita de primer orden y como un virtuoso en el arte de prostituir el marxismo. (Contra el revisionismo, recopilación, Editorial Progreso, Moscú, s.f., p. 275).

 

III

 

Precisamente en esas condiciones de lucha contra el revisionismo –y contra el centrismo, forma más o menos sutil de revisionismo–, surgió la Tercera Internacional o Internacional Comunista (1919-1943), partido doctrinariamente homogéneo, partido de clase, partido distinto y opuesto a la Segunda Internacional.

 

Pues bien, entre la Primera y la Segunda Internacionales, por una parte, y la Tercera Internacional, por la otra, existen varias diferencias. Anotemos las principales.

 

1. Mientras las dos primeras surgieron en la época del capitalismo competitivo y de la preparación de las fuerzas del proletariado para la revolución, la Tercera surgió en la época del imperialismo y de la revolución proletaria.

 

2. Mientras las dos primeras fueron fundadas por partidos que no se encontraban en el poder, la Tercera fue fundada por un partido que había dirigido la primera revolución proletaria triunfante y que, por lo tanto, dirigía la dictadura del proletariado.

 

3. Mientras la Primera Internacional surgió cuando el marxismo coexistía con otras corrientes socialistas en el movimiento obrero y la Segunda cuando el marxismo había alcanzado un triunfo teórico completo en ese mismo movimiento, la Tercera surgió cuando el marxismo había alcanzado un desarrollo de valor universal (el leninismo) y la lucha por la revolución proletaria está a la orden del día y, además, cuando el revisionismo se presenta como el peligro principal en el movimiento comunista internacional.

 

4. Mientras la Primera Internacional fue una organización limitada a los partidos de Europa y Estados Unidos de Norteamérica y la Segunda apenas pudo incorporar a su agenda la cuestión colonial, la Tercera fue ya una organización de dimensión mundial.

 

Acerca de la diferencia específica entre la Segunda y la Tercera Internacionales, Mariátegui señaló lo siguiente:

 

Este conflicto entre dos mentalidades, entre dos épocas y entre dos métodos del socialismo, tiene en Zinoviev una de sus dramatis personae. (…) La guerra, según Zinoviev, ha anticipado, ha precipitado mejor dicho, la era socialista. Existen las premisas económicas de la revolución proletaria. Pero falta el orientamiento espiritual de la clase trabajadora. Este orientamiento no puede darlo la Segunda Internacional, cuyos líderes continúan creyendo, como hace veinte años, en la posibilidad de una dulce transición del capitalismo al socialismo. Por eso, se ha formado la Tercera Internacional. (La escena contemporánea, p. 115).

 

Dos épocas: la del capitalismo competitivo y la preparación de las fuerzas proletarias para la revolución, y la del imperialismo y de la revolución proletaria. Dos mentalidades: la del revisionismo, de un lado, y la del marxismo, del otro. Dos métodos: el método reformista (revisionista), por una parte, y el método revolucionario (marxista-leninista), por la otra.

 

En nuestra época existen, en efecto, las premisas económicas de la revolución proletaria mundial, pero, como señaló Mariátegui, hace falta el orientamiento espiritual de las clases trabajadoras; esta orientación no puede darla el revisionismo, como también señaló Mariátegui; esta orientación solo puede darla el marxismo-leninismo. Solo es necesario agregar que para que la revolución tenga curso en cualquier país o grupo de países, hace falta que se presente una situación revolucionaria.

      

Precisamente la Tercera Internacional desarrolló aquella      orientación, es decir, puso en práctica la preparación de los partidos proletarios y de las masas trabajadoras a efecto de instaurar la dictadura del proletariado, razón por la cual Lenin señaló:

 

La importancia histórica universal de la Tercera Internacional, de la Internacional Comunista, reside en que ha comenzado a poner en práctica la consigna más importante de Marx, la consigna que resume el desarrollo del socialismo y del movimiento obrero a lo largo de un siglo, la consigna expresada en este concepto: dictadura del proletariado. (Obras escogidas en doce tomos, Ediciones Progreso, Moscú, 1977, t. IX, p. 405).

 

Teniendo en cuenta esta realidad, Mariátegui definió magistralmente la cualidad de la Tercera Internacional:

 

Si la Segunda Internacional no se obstinara en sobrevivir, la juventud revolucionaria se complacería en venerar su memoria. Constataría, honradamente, que la Segunda Internacional fue una máquina de organización y que la Tercera Internacional es una máquina de combate. (La escena contemporánea, p. 115.

 

Efectivamente, eso fue la Tercera Internacional: una máquina de combate. Por eso las Condiciones de ingreso en la Internacional Comunista, aprobadas por su Segundo Congreso (19 de julio-7 de agosto de 1920), expresan su objetivo de desarrollar y fortalecer los partidos comunistas, desplegar la propaganda revolucionaria entre las masas trabajadoras, preparar las fuerzas de la revolución, instaurar la dictadura del proletariado. Estas Condiciones de ingreso estuvieron vigentes hasta el momento de la disolución de la Tercera Internacional.

 

En el numeral 17 de las Condiciones, puede leerse lo que sigue:

 

La Internacional Comunista, que actúa en medio de la más enconada guerra civil, debe estar estructurada de una manera mucho más centralizada que la II Internacional. Por supuesto, la Internacional Comunista y su Comité Ejecutivo deberán tener en cuenta en toda su labor la diversidad de condiciones en que se ven obligados a luchar y actuar los distintos partidos, y adoptar decisiones obligatorias para todos sólo en los problemas en que sean posibles tales decisiones. (Lenin, OE, t. X, p. 163).

 

Esto quiere decir que la acción de los distintos partidos miembros de la Tercera Internacional se desarrolló entre dos coordenadas: 1) la centralización; 2) la necesidad de desarrollar en cada país el camino propio de la revolución.(2)

 

    Precisamente la no observancia de la relación correcta entre las mencionadas coordenadas, explica no pocos de los problemas que experimentaron muchos de tales partidos, incluido el soviético.

   

    Igual que la Primera y la Segunda Internacionales, la Tercera afrontó la tarea de «trabajar junto con el movimiento general de la clase obrera». Pero, a diferencia de la situación en el siglo XIX, ya en las primeras décadas del XX los marxistas habían terminado por definir cabalmente los conceptos de frente unido y de hegemonía, enriqueciendo así el aparato conceptual del marxismo.(3)

 

    En efecto, desde antes de la revolución de 1917, Lenin había desarrollado ideas de carácter frentista y, así, el partido bolchevique puso en práctica la táctica del frente unido, táctica que, en las condiciones de la Internacional, tuvo su primera expresión literaria en la Carta abierta (enero 1921), de la dirección del Partido Comunista de Alemania (KPD) a los partidos obreros (SPD, USPD y KAPD) y a las organizaciones sindicales, a fin de concertar acciones conjuntas con vistas a alcanzar las reivindicaciones económicas de los trabajadores, el desarme y la disolución de las formaciones militares burguesas y la constitución de organizaciones proletarias de defensa. Luego, bajo la consigna general «Hacia las Masas», el Tercer Congreso de la Internacional (22 de junio-12 de julio de 1921) acordó la táctica del frente unido de la clase obrera.

 

    Así, pues, con la Tercera Internacional el partido proletario encontró la solución al problema de «trabajar junto con el movimiento general de la clase obrera».  Esto quiere decir que, preservando su independencia, el partido marxista inauguró una nueva forma de relaciones en el seno de la clase obrera y del pueblo en general.

 

    Es decir, con la Tercera Internacional se concretó el concepto de frente unido como algo diferente del concepto de partido de clase y, en consecuencia, los correlatos organizativos de ambos conceptos aparecieron separados, aunque estrechamente ligados entre sí. Desde entonces la doctrina marxista es al partido de clase, así como el programa común es al frente unido del pueblo; de esta forma, por primera vez en la historia, el partido y el frente unido aparecieron como dos instrumentos fundamentales en la lucha por la toma del poder y el ejercicio del poder.

   

    En cuanto al concepto de hegemonía, Stalin señaló:

 

Lo nuevo que Lenin aportó en este problema es que desarrolló y amplió el bosquejo hecho por Marx y Engels, creando una teoría armónica de la hegemonía del proletariado, una teoría armónica de la dirección de las masas trabajadoras de la ciudad y del campo por el proletariado, no sólo para derrocar el zarismo y el capitalismo, sino también para edificar el socialismo bajo la dictadura del proletariado. (Lenin, recopilación, ELE, Pekín, 1976, p. 41).

 

Pues bien, en los tiempos de la Tercera Internacional, el centrismo kautskiano todavía hacía estragos en algunas tendencias que querían ser parte suya. Un caso de estos fue el de la «fracción unitaria» del Partido Socialista Italiano. El numeral 7 de las Condiciones de ingreso citadas arriba, establecía lo que sigue:

 

Los partidos que deseen pertenecer a la Internacional Comunista están obligados a reconocer la necesidad de un rompimiento total y absoluto con el reformismo y con la política del «centro» y a propagar esta ruptura en los medios más amplios del partido. Sin esto es imposible una política comunista consecuente. (Lenin, OE, t. XI, p. 161.

 

Pero la Conferencia de la fracción «unitaria» del mencionado partido (realizada los días 20 y 21 de noviembre de 1920, o sea cuatro meses después de aprobadas las Condiciones de ingreso) se pronunció contra el rompimiento con los reformistas. Así, la «fracción unitaria» del PSI se mostró muy unitaria con respecto al reformismo, pero contraria a la Internacional Comunista.(4)

 

    Es claro que los méritos de la Tercera Internacional, pero también sus errores, no pueden ser explicados sino sobre el terreno de la lucha por la toma del poder y la instauración de la dictadura del proletariado, sobre el terreno de la lucha por la revolución antiimperialista y antifeudal en los países coloniales, sobre el terreno de la lucha por lo que Lenin llamó «la República Soviética universal».

 

    En cuanto a los errores, en las presentes líneas solo es posible señalar que, salvo en vida de Lenin en un alto grado, en sus etapas ulteriores la Tercera Internacional presentó problemas de dogmatismo (por ejemplo con relación al PCCh y a determinadas posiciones del naciente PSP dirigido por Mariátegui), de sectarismo (expresado, por ejemplo, de manera concentrada en la consigna «clase contra clase» acordada por el VI Congreso), y, en los últimos años de su existencia, de revisionismo (que despuntaba en algunos partidos, como el francés y el italiano, verbigracia).

    

    En cuanto a sus méritos, puede decirse, en general, que su contribución al desarrollo de los partidos comunistas, de la conciencia revolucionaria del movimiento obrero internacional y de la revolución proletaria mundial, fue incuestionablemente importante y, por eso, su memoria se mantiene viva en la conciencia del movimiento comunista internacional.

 

 

IV

 

Plantear ahora el partido-frente es volver atrás. Las condiciones históricas que dieron lugar y justificaron el carácter de partido-frente de la Primera Internacional, no existen más. Por lo tanto, después de 1872 no tiene justificación alguna la idea de la unidad de marxistas y oportunistas en un mismo partido.

 

 Aunque en condiciones de una dispersión extrema y de una debilidad evidente, el movimiento comunista de cada país tiene ante sí la tarea de constituir, reconstituir o desarrollar su partido de clase y, sobre la base de un programa común, construir el frente unido del pueblo. Solo así el partido proletario puede convertirse en el partido de masas que exige la lucha directa por la toma del poder y el ejercicio del poder.

 

V

 

Como señala el comentario Los dirigentes del PCUS son los mayores escisionistas de nuestra época (4 de febrero de 1964),

 

la Tercera Internacional… ejercía una dirección centralizada sobre todos los partidos comunistas. La Internacional Comunista desempeñó un gran papel histórico en la fundación y el crecimiento de los partidos comunistas de diversos países. Pero cuando los partidos comunistas maduraron y la situación del movimiento comunista internacional se volvió más y más compleja, la dirección centralizada de la Internacional Comunista se hizo innecesaria e imposible. En su resolución de 1943 que proponía la disolución de la Internacional Comunista, el Presídium del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista puntualizó: «… en el grado en que la situación interna e internacional se torna cada vez más complicada, la solución de los problemas del movimiento obrero de cada país por medio de algún centro internacional encuentra obstáculos insuperables.» (Polémica acerca de la línea general del movimiento comunista internacional, ELE, Pekín, 1965, p. 350).

 

Así, la Tercera Internacional quedó disuelta el 15 de mayo de 1943. Entonces, con toda razón, Stalin señaló que en adelante había que promover la «organización de un compañerismo basado en la igualdad».

    

   Tanto la resolución aludida en la cita anterior como la mencionada propuesta de Stalin, correspondían a la realidad y, por lo tanto, eran correctas.(5)

 

Ahora bien, por razones obvias, la propuesta de Stalin está vigente. Por eso el movimiento comunista internacional debe asumirla como su tarea central, y concretarla mediante conferencias.

 

Como se sabe, el Movimiento Revolucionario Internacionalista (MRI), que durante dos décadas y pico agrupó a algunos partidos y algunos grupos, se propuso impulsar la organización de «una Internacional de nuevo tipo basada en el marxismo-leninismo-maoísmo» y, con este fin, propuso «establecer un comité provisional, o sea un grupo embrionario, para dirigir el proceso general de impulsar la unidad ideológica, política y organizativa de los comunistas». (Declaración del Movimiento Revolucionario Internacionalista/¡Viva el marxismo-leninismo-maoísmo!, pp. 53 y 54).

 

No obstante, como es de conocimiento común, el mismo MRI no existe ya desde hace algunos años y, por lo tanto, su proyecto de establecer el aludido «comité provisional» para impulsar la organización de «una Internacional», quedó en la nada. Esto debe hacer pensar a más de uno.

 

Lo que sucedió entonces y sucede ahora es que, en las condiciones imperantes desde hace décadas, no es procedente organizar una nueva Internacional, aunque sus promotores se la imaginen «de nuevo tipo», concepto este que, por lo demás, nadie ha sido capaz de explicar.

 

Por otro lado, los hechos dan al traste con cierto prejuicio que hay con respecto a la idea de no constituir un centro orgánico como fueron las Internacionales: la inmensa mayoría de revoluciones socialistas triunfaron después de que la Tercera Internacional había dejado de existir, lo cual, desde luego, en modo alguno significa que ella fuera un obstáculo para tales triunfos, como alguien podría pensar superficialmente.

 

A propósito de la experiencia organizativa del proletariado mundial, en uno de nuestros libros escribimos lo siguiente:

 

La Primera Internacional tuvo como objetivo la unidad programática del proletariado europeo y estadounidense en la lucha contra el capitalismo. La Segunda Internacional tuvo como objetivo la adhesión de este proletariado a la verdad universal del marxismo y la construcción de partidos marxistas de masas. La Tercera Internacional tuvo como objetivo la defensa de la verdad universal y la bolchevización de los partidos del proletariado de todos los países. Esta realidad histórica significa que: 1) de la Primera a la Tercera Internacional, el proletariado se elevó de lo programático a lo ideológico y de una escala continental a una escala mundial en su acción política; 2) la Segunda y la Tercera Internacionales tuvieron como órbita la verdad universal. (El pez fuera del agua. Crítica al ultraizquierdismo gonzaliano, editor Jaime Lastra, Lima, 2010, p. 181).

 

Es un hecho que las Internacionales cumplieron su papel histórico, pero, la forma de centro orgánico bajo la cual existieron agotó hace tiempo sus posibilidades; ahora, el proletariado de todos los países tiene ante sí la alta tarea de organizar «un compañerismo basado en la igualdad».

  

   En efecto, desde la disolución de la Tercera Internacional, las condiciones objetivas y subjetivas no aconsejan la constitución de un centro orgánico en el movimiento comunista internacional, sino la organización de un centro ideológico-político.

 

   El contenido de este centro, o sea, de la organización de un compañerismo basado en la igualdad, es la centralización ideológica, la coordinación política, la independencia teórica y la autonomía orgánica.

 

   Así, pues, la concreción de un compañerismo basado en la igualdad, es la tarea central en el plano de la política internacional de los partidos proletarios y, como se entenderá, su cumplimiento impulsaría la lucha de todos y cada uno de los partidos de clase por tomar como órbita de su acción el desarrollo de la verdad particular como expresión viva de la verdad universal del proletariado, o sea, por desarrollar el camino propio de la revolución como expresión viva del universal camino de la revolución socialista.(6)

 

   De esta forma el proletariado internacional tendría como base de su unidad ideológica la verdad universal del marxismo-leninismo, a lo que el proletariado de cada país tendría que agregar su verdad particular. Esto permitiría a cada partido acordar y aplicar una correcta línea política que haría posible «trabajar junto con el movimiento general de la clase obrera» y, como ya señalamos, con todas las clases y todas las capas sociales que forman el pueblo.

 

En el Centenario de la Tercera Internacional, el mejor modo de honrar su memoria y continuar sus tradiciones positivas, es que cada partido marxista-leninista contribuya a la «organización de un compañerismo basado en la igualdad» como el nuevo tipo de relación necesaria en el movimiento comunista internacional.

 

Notas

[1] El acuerdo del IV Congreso de la Segunda Internacional (1889) de celebrar, en homenaje a los mártires de Chicago, el 1º de mayo de cada año el día Internacional de los Trabajadores, es prueba irrefutable de nuestro aserto.

[2] Lenin subrayó al respecto: «…los principios revolucionarios fundamentales deben ser adaptados a las peculiaridades de los distintos países.» (Discursos pronunciados en los congresos de la Internacional Comunista, recopilación, Editorial Progreso, Moscú, s/f, p. 94).

[3] Posteriormente Mao y Dimitrov contribuyeron a desarrollar el concepto de frente unido, así como el propio Mao y Gramsci aportaron al desarrollo del concepto de hegemonía.

[4] Cualquier marxista puede percatarse fácilmente de las consecuencias que puede acarrear la amalgama de marxistas y revisionistas en un mismo partido. Pongamos un ejemplo de esas consecuencias. El Congreso de París de 1905 selló la fusión de los socialistas revolucionarios del Partido Obrero de Guesde y Lafargue y los socialistas reformistas, pero, como esclareció Mariátegui, «… la política del partido unificado no siguió… un rumbo revolucionario. La unificación fue el resultado de un compromiso entre las dos corrientes del socialismo francés. La corriente colaboracionista renunció a una eventual intervención directa en el gobierno de la Tercera República; pero no se dejó absorber por la corriente clasista. Por el contrario, consiguió suavizar su antigua intransigencia.» (La escena contemporánea, p. 124). Por eso Lenin señaló: «La primera condición del verdadero comunismo es romper con el oportunismo.» (Discursos pronunciados en los congresos de la Internacional Comunista, p. 93).

[5] Por eso, tanto el PCCh como el PTA no consideraron procedente la organización de una nueva Internacional, no obstante haberse destacado en la lucha contra el revisionismo contemporáneo.

[6] Esto exige una acotación. Después de la segunda guerra mundial, el movimiento comunista internacional reconoció al revisionismo como el enemigo principal en su seno (ver las Declaraciones de Moscú de 1957 y 1960). A pesar del tiempo transcurrido, este reconocimiento se mantiene vigente, pero la necesidad de integrar la verdad universal del marxismo-leninismo con la práctica concreta de la propia revolución, puede, en algunos casos, presentarse de forma tal, que el dogmatismo aparezca durante algún tiempo como el enemigo principal en el seno del partido, aunque, en general, el revisionismo siga siendo el enemigo principal. Cada partido debe pues discernir esta cuestión según el principio del análisis concreto de la situación concreta.

 

24.02.2019.

 

¡Defender el Pensamiento de Mariátegui de toda Tergiversación y Desarrollarlo en Función de la Realidad Actual!

 

La Lucha Interna del Partido Proletario 

(Cuarta y Última Parte) 

E. I. 

El estilo polémico de los liquidadores 

Como es de conocimiento común, Aragón no pierde oportunidad para posar como ponderado, impoluto, investigador y hasta como mariateguista. 

Así, por ejemplo, para simular ser ponderado e impoluto, repitiendo a Pérez ha calificado de «feroz e implacable» la lucha entre las dos líneas. Esta adjetivación merece un comentario. 

Fingiendo ser discípulo de Mao, nuestro articulista ha recordado que el jefe de la Revolución China «no era partidario de rebajar el tratamiento de las discrepancias al nivel de los “golpes implacables”». 

La frase «golpes implacables» se encuentra en el trabajo Sobre el tratamiento correcto de las contradicciones en el seno del pueblo, que, como es obvio, no está dedicado a analizar las contradicciones entre el pueblo y sus enemigos y, así, por cuanto Aragón no precisa a qué tipo de discrepancias se refiere con su afirmación contra el concepto de lucha entre las dos líneas, la misma aparece con un alcance general y, por lo tanto, referida a un revuelto de las contradicciones no antagónicas y las contradicciones antagónicas. 

Como ya sugerí, con su citada afirmación Aragón intenta presentarse como enemigo de los «golpes implacables». 

Pero, como veremos enseguida, sus actos dan al traste con semejante pretensión. 

En la polémica con los liquidadores, el primero en utilizar un estilo de golpes implacables, fue la cabeza del liquidacionismo, Ramón García, quien, exasperado por la crítica a sus posiciones oportunistas y a la sofistería con que presenta las mismas, ensució la polémica recurriendo al linchamiento verbal contra mi persona y, luego, siguiendo su mal ejemplo, sus más obsecuentes repetidores se me abalanzaron -primero juntos, luego por separado–, con una montaña de insultos y otras formas grotescas de agresión. 

¿Y qué dijo de todo esto nuestro articulista? Nada, absolutamente nada y, como es claro, el que calla otorga. 

Más tarde, Gustavo Fernández, imitador de García, ocultándose cobardemente tras un seudónimo, cometió un linchamiento verbal contra quienes combatimos el revisionismo liquidacionista, consiguiendo únicamente poner en evidencia su servilismo cerril y su espíritu mediocre. 

¿Y qué dijo Aragón del ruido sin nueces del imitador? Nada, absolutamente nada, exactamente como el resto de liquidadores y, como es claro, el que calla otorga. 

Pero, además, Aragón mismo se sumó luego a la agresión liquidacionista contra el suscrito (ver mi artículo La fullería de Miguel Aragón, publicado en el blog CREACIÓN HEROICA). 

Naturalmente, no puedo evitar decir que todos esos ataques destemplados de los liquidadores, es algo que me honra. 

Por otro lado, en no pocos casos, nuestro articulista ha derramado su bilis sobre sus propios congéneres, calificándolos de «sumisos peones», «genuflexos», etcétera, y a uno de ellos incluso de «delincuente». 

Peor aún: como está probado, el propio Mariátegui ha sido objeto de sus agravios.(16) 

Así, pues, la apelación de Aragón a Mao no pasa de ser una impostura, por la sencilla razón de que, como se ha visto, él mismo ha hecho uso de los golpes feroces e implacables. 

Pero esto es solo una cara de la medalla. La otra es el trato que, en determinadas circunstancias, ofrece a sus congéneres y a aquellas personas a las que pretende engatusar. Esta otra cara es la adulación: te mando lisonjas para que me devuelvas lisonjas. 

Precisamente, la adulación es, con alguna frecuencia, parte del estilo de los liquidadores en sus relaciones internas y externas. 

Pongo un ejemplo de este estilo, entre los muchos que podría poner. En la primera parte del artículo Oponernos al «culto al partido», Aragón escribió: «Le estoy profundamente agradecido [a Pavel Ortega, congénere suyo] por  la respuesta tan rápida, y a la vez,  tan sustancial en su contenido»; «tengo que felicitar a Pavel Ortega»; «Pavel Ortega, con mucho acierto  ha trascrito dos citas [de Marx]»; «… el error de pensar que las ideas expuestas en los textos marxistas siempre “son verdades eternas”, válidas para todos los tiempos y para todos los lugares. Eso sería un error, y por eso mismo considero que sería  un grave error asumir como siempre válidas y vigentes, las dos citas trascritas por Pavel Ortega.» 

Pues bien, en lo citado puede constatarse la actitud aduladora de Aragón, su intención de engatusar, su deshonestidad: si la respuesta de Ortega era «tan sustancial en su contenido» por tratarse de «dos citas [de Marx]», ¿cómo así tal sustancialidad se convirtió luego en «un grave error» al haber asumido Ortega las aludidas citas como «siempre válidas y vigentes»? Es decir, al no ser «válidas» ni «vigentes» para el análisis de la cuestión del partido (que era el tema del intercambio de pareceres entre Aragón y Ortega), las citas de Marx utilizadas por este último en el marco indicado, no podían aparecer como sustanciales, sencillamente porque, dada su falta de validez y de actualidad en la óptica de Aragón, no aportaban nada al esclarecimiento de la indicada cuestión. 

Así, pues, la frase «respuesta tan rápida, y a la vez, tan sustancial en su contenido», no era más que pura adulación. 

Como se sabe, el adulador busca siempre embriagar al adulado con sus lisonjas. Así, en el caso que me ocupa, las dulzonas frases «respuesta tan rápida, y a la vez, tan sustancial», «Le estoy profundamente agradecido», «tengo que felicitar a Pavel Ortega», «Ortega, con mucho acierto», hicieron que, embriagado, Ortega no se diera cuenta de que en realidad estaba siendo engatusado. 

En fin, Aragón se presenta como injurioso, por un lado y, por otro, como adulador. Y ni una ni otra cosa tiene que ver en absoluto con el estilo marxista.(17) 

Así, pues, como habrían dicho Lenin y Mao, los liquidadores nos ofrecen el triste espectáculo de la impostura, del ensalzamiento mutuo, de la adulación, del estilo filisteo de la burguesía. 

Pero, obviamente, aunque se vistan de seda, los liquidadores no pueden engañar a nadie, pues todo el mundo sabe que han abjurado del marxismo-leninismo, que falsifican la filiación marxista-leninista de Mariátegui y el PSP, que pretenden que la acción legal municipal es el camino al socialismo, que tergiversan el concepto mariateguiano de un partido de masas y de ideas, que han renegado del partido de clase, etcétera, etcétera, y que, en el marco de este extravío, Aragón se destaca por llevar hasta sus últimas consecuencias las posiciones oportunistas de García. Por eso los demás liquidadores pueden verse en él como en un espejo. 

Notas

[16] En mi artículo La fullería de Miguel Aragón, escribí con todo fundamento: «… si bien el reproche “y no cuando a un caudillo personalista se le ocurra como uno de sus  ocasionales caprichos”, está enfilado contra Ramón García… es claro de toda claridad que, habiendo sustentado Aragón su reproche en el argumento de que su mencionado copartidario pretende fundar un partido cuando no existen para ello “las condiciones objetivas y subjetivas”, aquello de “caudillo personalista” y aquello de “ocasionales caprichos” le cae también a Mariátegui, pues, como se ha visto, según el reprochador el partido del proletariado peruano en los tiempos del maestro “todavía no era… necesario”.» «Así, pues, Aragón sugiere… que Mariátegui fue un “caudillo personalista” y, por cuanto el PSP es una realidad histórica, entonces la frase “un ocasional capricho suyo” le cae también a Mariátegui.» ¡Este es el «mariateguismo» de Aragón!

[17] En su famoso discurso Rectifiquemos el estilo de trabajo en el partido, Mao señaló acerca de algunos elementos sin espíritu de clase: «¿Qué buscan? Fama, posición y oportunidad de lucirse. Siempre que se les encarga de una sección de trabajo, procuran “independizarse”. Para este fin, engatusan a algunos, desplazan a otros y recurren… a la jactancia, las lisonjas y la adulación, introduciendo en el Partido Comunista el estilo filisteo de los partidos burgueses. Es su deshonestidad lo que les pierde. Creo que debemos trabajar honestamente; sin una actitud así nada se puede realizar en el mundo.» (Obras escogidas, t. III, p. 41). La deshonestidad se expresa, pues, entre otras cosas, en el estilo del lucimiento personal, del engatusamiento, de la jactancia, de las lisonjas mutuas, de la adulación. Este estilo es un estilo burgués de cabo a rabo, y es precisamente este estilo el que, en determinadas circunstancias, campea en las relaciones internas y externas del grupo liquidacionista. ¿Por qué los liquidadores se sienten urgidos de utilizar el aludido estilo burgués? Porque, desenmascarados en sus posiciones oportunistas, solo les queda el recurso de dicho estilo para fabricarse una imagen que, en ningún caso, representa una realidad. 

27.02.2019.

 

Postscriptum

 

En una carta a César Risso del 11 de marzo del presente, Miguel Aragón le solicita cinco ejemplares de mi último libro El partido de Mariátegui hoy: Constitución, nombre, reconstitución, y, para no perder la costumbre de posar como «interesado en leer y estudiar todo lo que se escribe y publica sobre la acción socialista desarrollada por José Carlos Mariátegui», se extiende poniendo en evidencia su espíritu competitivo: «yo tengo varios escritos dispersos sobre el tema, y en setiembre de 2015 preparé un “Plan de investigación 2015-2025” (cuya copia la reenvío como archivo adjunto) con la finalidad de reordenar mis propias indagaciones históricas.» Luego, alude en términos generales «las condiciones objetivas» en las cuales se «desarrolló la gestión inicial de la generación de Mariátegui», para terminar diciendo que abriga «la esperanza» de encontrar en mi libro «algunas de las respuestas a [sus] preguntas».

 

Pues bien, el lector debe haberse dado cuenta de que solo para solicitar algunos ejemplares de mi mencionado libro, Aragón hace alarde de sus «varios escritos» sobre la actividad de Mariátegui y de su plan de investigación que, según dice, es un reordenamiento de sus «indagaciones históricas».

 

¿Era necesario todo ese discurso para simplemente pedir algunos ejemplares de mi libro? ¿Cree Aragón que si no decía lo que ha dicho César Risso no le vendería mi libro?

 

Más aún: Aragón remitió la aludida carta con copia a más de una decena y media de personas. ¿Por qué esta publicidad a su misiva? ¿Por qué este exhibicionismo intelectual?

 

Es un hecho que, desde hace mucho, Aragón es víctima de un desesperado afán de notoriedad. Este vedetismo es típico de su psicología de intelectual pequeño burgués. Pero este rasgo psicológico, causa interna de su afán de notoriedad, tiene, en el caso que me ocupa, su causa externa en el hecho que paso a reseñar.

 

En los últimos meses he publicado en dos partes, en el blog CREACIÓN HEROICA, el artículo Defensa de Mariátegui (el 1 de enero la primera parte, y el 1 de febrero la segunda); y la primera parte del artículo La lucha interna del Partido Proletario (1 de marzo).

 

En el primero de tales artículos critico: 1) el hecho de que Aragón acusa de «dogmática» y «sectaria» la primera conferencia de Mariátegui en la Universidad Popular; 2) el hecho de que prácticamente acepta, reputa, aplaude las «críticas» de que fue objeto Mariátegui por expresar, en dicha conferencia, su filiación marxista y su convicción de que el proletariado peruano tenía que dividirse en revolucionarios y reformistas; 3) la patraña de que, después de la aludida conferencia, Mariátegui se «rectificó» de su «dogmatismo» y su «sectarismo», cuando la verdad, demostrada documentalmente, es que más bien se ratificó en sus posiciones; 4) la contraposición que hace Aragón entre la lucha de Mariátegui por crear las bases del partido de clase y su lucha por establecer las bases del frente unido de la clase obrera peruana; 5) el dudoso mérito de nuestro articulista de llevar hasta las últimas consecuencias las posiciones oportunistas de García; 6) su obsesión enfermiza de negar la filiación marxista-leninista de Mariátegui; 7) su descaro –común a todos los liquidadores– de pisotear el acuerdo programático del PSP, según el cual este partido adoptó el marxismo-leninismo como su base de unidad.

 

En la primera parte del segundo artículo, critico: 1) la irresponsabilidad de Aragón de decir que en «los cuatro primeros tomos de las Obras Escogidas de Mao Zedong...  [el jefe de la revolución china] nunca [se] propuso ni utilizó ese equívoco estilo  de “lucha entre dos líneas”», cuando la verdad es que en el tercero de tales tomos se encuentra el concepto de lucha entre las dos líneas; 2) la contraposición que hace de los conceptos lucha en dos frentes y lucha entre las dos líneas; 3) el dogmatismo de los liquidadores que aparece bajo la forma de culto a los libros; 4) la intención, no declarada pero sugerida por los términos de su argumentación, de hacer creer que el enemigo principal en el movimiento comunista, nacional e internacional, no es el revisionismo sino el dogmatismo; 5) la creencia de que la tradición marxista es una tradición «muerta» y «fija» en la medida en que lo que no aparece en su literatura no tiene ningún valor, es decir, la creencia de que el marxismo no tiene ninguna potencia para que los marxistas desarrollen nuevas teorías, nuevas tesis, nuevas ideas, y, por tanto, para enriquecer su aparato conceptual con nuevos términos; 6) el racionalismo según el cual tanto la desviación de derecha como la de izquierda derivan exclusivamente del extravío gnoseológico de algunos militantes, es decir, sin que el desarrollo de la lucha de clases cumpla un papel determinante en la aparición de tales desviaciones; 7) el silenciamiento del revisionismo; 8) la no distinción entre la lucha temporal contra alguna forma específica de desviación del marxismo y la lucha permanente contra el dogmatismo y el revisionismo, distinción que no tiene por qué impedir reconocer que la lucha permanente contra el revisionismo se expresa en las luchas temporales contra algunas de sus formas específicas; 9) el uso oportunista del término movimiento socialista.  

 

Pues bien, en este contexto, ¿no estaba Aragón obligado, intelectual y políticamente, a defender sus posiciones? ¿Por qué, exactamente como otras veces, ha callado en siete idiomas? ¿Por qué, en lugar de afrontar la polémica como correspondía, recurrió al diversivo de publicitar sus «varios artículos» y sus «indagaciones históricas»? ¿Cree, realmente, que de esa forma puede borrar de la conciencia de los lectores la crítica a sus posiciones oportunistas?

 

Obviamente, el diversivo de Aragón expresa toda su impotencia.

 

Cualquier persona que haya leído mis artículos aludidos arriba (y algunos otros de fechas anteriores), puede darse cuenta de que los «varios escritos» y las «indagaciones históricas» de Aragón, de las que habla como si fueran la gran cosa, le han servido y continúan sirviéndole para tergiversar a Mariátegui y su obra, e incluso para agraviarlo acusándolo de caudillo personalista, de antidemocrático, de dogmático, de sectario, etcétera.

 

Por otro lado, es sabido que su apelación a «las condiciones objetivas» le sirve a Aragón, entre otras cosas, para negar la existencia del Partido Socialista del Perú, fundado el 7 de octubre de 1928 y, además, para acusar a Mariátegui de haber tenido un «temperamento criollo» y de haber sido «impaciente», acusación que aparece evidente cuando se reconoce que, no obstante aquella negación, la existencia del PSP fue un hecho histórico.

 

Ciertamente con su sofistería, su estilo burgués, su doble moral y su desesperado afán de notoriedad, desde hace tiempo Aragón hace el ridículo; pero, infortunadamente, no hay remedio a esta situación, pues es notorio que nuestro articulista ha perdido la vergüenza.

 

20.03.2019.



¡Defender el Pensamiento de Mariátegui de toda Tergiversación y Desarrollarlo en Función de la Realidad Actual!


Nuestro Mayor Problema Histórico Hoy 

(Extracto) 

E. I. 

Adenda 

En la «Declaración del I Consejo Directivo de la Asamblea Nacional de los Pueblos del Perú y el Tawantinsuyu», hay una concepción bastante extraña del pueblo peruano, que se observa en el propio título del Consejo («Pueblos del Perú y el Tawantinsuyu»), así como en el propio texto de la Declaración («de los pueblos peruano y tawantinsuyano»). 

Es claro que ambas frases copiadas entre paréntesis encierran la idea de que en el Perú existe un pueblo peruano y, aparte, un pueblo tawantinsuyano. 

Mariátegui señaló que «La civilización [tawantinsuyana] ha perecido; no ha perecido la raza». Así, pues, disuelta la civilización incaica, los distintos pueblos indígenas quedaron incorporados al Estado colonial impuesto por España y, con el nacimiento de la República, insertados en el Estado republicano. En otras palabras, los «indígenas» se convirtieron en parte del pueblo peruano, aunque, como es claro, mayormente en condición de siervos. 

Levantar aquello de «pueblo tawantinsuyano», es levantar prácticamente una bandera programática. Esto se constata en la idea de reivindicación territorial del pueblo «indígena» («patrimonio territorial») y de su pretendido «derecho a la libre determinación», como se plantea en la revista Pizarra Socialista. 

Como no es difícil entender, esos criterios desentierran viejos planteamientos de Ravines y Martínez. Para cualquier marxista informado, es claro que tales planteamientos son discrepantes y peligrosos con respecto al pensamiento de Mariátegui acerca de la cuestión nacional. Por eso los controvertimos. 

Como era natural, esperábamos que tales ideas discrepantes y peligrosas fueran criticadas por los colaboradores marxistas de la revista. Pero nada semejante ocurrió ni en la revista ni en ningún otro medio, lo que prueba que en las páginas de Pizarra Socialista se hizo a un lado la defensa del pensamiento de Mariátegui, convirtiendo la revista prácticamente en tribuna de ideas antimariateguianas.

 

¡Defender el Pensamiento de Mariátegui de toda Tergiversación y Desarrollarlo en Función de la Realidad Actual!

 El Concepto Mariateguiano de un Perú Integral 

(Segunda Parte) 

E. I. 

Adenda 

En algunos casos el concepto de «Perú Integral» es considerado como sinónimo del concepto de «revolución de nueva democracia», la misma que, por otro lado, no es entendida como una etapa de nuestra revolución socialista. Esto se constata, verbigracia, en la consigna: «¡Por un Perú integral rumbo al socialismo!», así como en la consigna de luchar por un «Perú integral, plurinacional y de nueva democracia, con rumbo al socialismo». Para peor, en la segunda de estas consignas se plantea, como se ve, un Perú «plurinacional» (o multinacional), negando así la tesis mariateguiana sobre el Perú como una nación en formación, pues esta tesis implica la integración de las cuatro tradiciones (andina, hispánica, republicana, socialista), integración en curso aun ahora, después de la constitución de la nación peruana.(3) En consecuencia, aquello de un “Perú plurinacional” es una negación de la tesis de un Perú Integral. No es lo mismo luchar «por un Perú plurinacional» que «por un Perú integral», pues no es lo mismo nacionalidad que nación: mientras la nacionalidad expresa una unidad étnica, la nación expresa una unidad territorial, económica, lingüística y cultural. Plantear, pues, un Perú plurinacional, es tomar por naciones las nacionalidades existentes en nuestro territorio y, en consecuencia, proponer un “Perú integral”, y al mismo tiempo “plurinacional”, es un completo despropósito. El Perú Integral resultará de la plena integración de sus cuatro tradiciones, como no pudo resultar, por razones obvias, del camino seguido por el proceso que terminó en la formación de la nación peruana, aunque se haya dado la integración del campesinado “indígena” al mercado interior. La tesis mariateguiana de un Perú Integral apunta a un Estado socialista unitario, no a un Estado plurinacional, tipo de Estado este último propuesto en los años veinte por Ravines,(4) y en los años cuarenta por Martínez,(5) propuesta retomada en nuestro tiempo por algunos grupos. Ciertamente, esta propuesta constituye una nueva acometida contra el pensamiento de Mariátegui. Esta acometida se constata muy claramente en la revista Pizarra Socialista (ver el capítulo V de este libro) y en el folleto “Lecciones del proceso electoral. Tareas de la izquierda peruana”, publicado bajo la firma del “Comité Creación Heroica”. En este folleto puede encontrarse un entendimiento erróneo del concepto mariateguiano de un Perú Integral. Así, por ejemplo, en la página 37, se dice: 


… el mayor problema histórico del país: la dualidad cultural nacida de la conquista… 

Ocurre, sin embargo, que el problema de nuestra dualidad histórica no es una cuestión exclusivamente cultural, pues, de acuerdo a la teoría mariateguiana del problema, nuestra dualidad presenta, asimismo, una dimensión económica y una dimensión política, como igualmente hemos visto en el capítulo V. Por eso, Mariátegui dejó sentado que 


la dualidad de la historia y del alma peruanas, en nuestra época, se precisa… como un conflicto entre la forma histórica que se elabora en la costa y el sentimiento indígena que sobrevive en la sierra… (Peruanicemos al Perú, p. 89). 

¿Cuál es la forma histórica que se elabora en la costa? Pues el capitalismo. ¿Cuál es el sentimiento “indígena” que sobrevive en la sierra? Pues el colectivismo, empezando por la propiedad comunal de la tierra. Aquí tenemos, pues, la dimensión económica de nuestra dualidad histórica. 

Mariátegui subrayó también: 


La política peruana –burguesa en la costa, feudal en la sierra– se ha caracterizado por su desconocimiento del valor del capital humano. (Ob. cit., p. 63). 

Esta cita da cuenta de la dimensión política de nuestra dualidad histórica. Hoy, desde luego, esta dimensión ha sido superada por la liquidación del gamonalismo y la formación del mercado interior, cuestiones que han permitido la generalización de la política burguesa en todo el territorio nacional, aunque en la forma minusválida en que puede darse dicha política en un país semicolonial como el nuestro. 

Asimismo, en la página 60 del citado folleto del “CCH”, se puede leer: 


… la revolución en la primera etapa tendrá su solución con un Perú integral. (…) no se puede pasar a ese Perú socialista sin resolver la dualidad cultural y el problema de la tierra, como cuestión previa en la revolución democrática; así el Perú integral es el período de transición entre las dos etapas de la revolución peruana, porque a la vez que contiene la solución de la etapa democrática, une a esta con la realización de la etapa socialista. 

Si en la primera afirmación de esta cita el concepto de Perú Integral prácticamente suplanta al concepto de revolución de nueva democracia (como ocurre en la consigna “por un Perú integral rumbo al socialismo”), en la segunda afirmación dicho concepto aparece, un poco oscuramente, como una parte del concepto de la mencionada revolución. Esta incoherencia se convierte luego en un absurdo completo, cuando se dice que “el Perú integral es el período de transición entre las dos etapas de la revolución peruana.” Según esta consideración, el Perú Integral no es ya la revolución de nueva democracia y tampoco una parte de ella, sino “un período” de “transición” entre esta revolución y la revolución socialista proletaria, es decir, un período intermedio entre ambas revoluciones (no en vano se le considera un “período de transición”). Así, según se puede colegir, el Perú Integral sería una nueva etapa de la revolución peruana, la segunda, y, en consecuencia, la etapa socialista proletaria sería la tercera. Este es el resultado del mencionado absurdo. 

Sin embargo, como todo el mundo sabe, Mariátegui no presentó nunca el concepto de un Perú Integral como la primera etapa de la revolución y tampoco como un “período de transición” entre las dos etapas de la misma. Como hemos visto más arriba, Mariátegui sostuvo que, “Cumplida su etapa democrático-burguesa, la revolución deviene… revolución proletaria”. En esta concepción mariateguiana del proceso general de la revolución peruana, no aparece, como es evidente, el concepto de un Perú Integral. ¿Por qué? Porque el Perú Integral será nada más –aunque tampoco nada menos– que un producto de la revolución democrático-burguesa. Pero sucede que, en la consigna “¡Por un Perú integral rumbo al socialismo!”, la primera etapa de la revolución peruana es suplantada por el Perú Integral, y en la consigna de luchar por un «Perú integral, plurinacional y de nueva democracia, con rumbo al socialismo», la confusión de conceptos llega al disparate. Así, pues, las consignas en cuestión no tienen ningún asidero teórico, o sea, son consignas desacertadas, improcedentes, confusionistas, peligrosas. 

Por otro lado, ya está dicho que aquello de un Perú “plurinacional” constituye una evidente asunción de la propuesta antimariateguiana de Ravines y Martínez. 

Y, sin embargo, aquellas consignas han hecho carrera en el Movimiento Nacional Renovemos. Por ejemplo, en el documento “Ideas fuerza para el cambio social” (2021), puede leerse lo que sigue: 


La propuesta de trabajar por construir un Perú integral rumbo al socialismo, fue planteado por José Carlos Mariátegui cuando afirmó: “He constatado la dualidad nacida de la conquista para afirmar la necesidad histórica de resolverla. No es mi ideal el Perú colonial ni el Perú incaico sino un Perú integral. Aquí estamos (…) los que queremos crear un Perú nuevo en el mundo nuevo (p. 11). 

Es notorio que el autor de esta cita interpreta el concepto de “Perú nuevo” como equivalente al concepto de Perú Integral. Y, así, implícitamente, sugiere que toda la idea que Mariátegui tenía de la revolución de nueva democracia, se reducía a la solución de nuestra dualidad histórica. Pero, como ya quedó claro, la primera etapa de nuestra revolución socialista no se limita a la solución de nuestra dualidad. En la arbitraria interpretación de la frase mariateguiana, es decir, en la interpretación según la cual el concepto de “Perú nuevo” equivale al concepto de Perú Integral, se constata: 1) la negación del entendimiento de nuestra revolución como socialista con dos etapas (“… rumbo al socialismo”); 2) la reducción de la primera etapa de nuestra revolución a uno de sus elementos constitutivos (“Por un Perú integral…”). En esta negación y en esta reducción se basan las consignas que hemos analizado, las mismas que, como ha quedado demostrado, constituyen una flagrante tergiversación del pensamiento de Mariátegui. 

Y, desde luego, no es difícil saber quién es el autor de esta tergiversación.(6) 

Notas

[3] En la teoría socialista, integración no significa absorción, sino la fusión de los elementos pasibles de ser históricamente continuados. Los principales elementos de la tradición andina son la comunidad campesina con sus formas de reciprocidad en el trabajo productivo como en la vida social y, naturalmente, los idiomas nativos; de la tradición hispánica, el castellano y el cabildo; de la tradición republicana, la función revolucionaria de los principios liberales, función que ha pasado al socialismo y, al mismo tiempo, el municipio (continuación del cabildo); de la tradición socialista, el pensamiento de Mariátegui, su desarrollo, los elementos de cultura socialista existentes en nuestro medio, las vicisitudes de la revolución peruana.

[4] En el artículo “El problema indígena en América Latina”, Ravines sostuvo: “La solución posible [‘del problema indio como un problema de minoría nacional’] es la que la Unión Soviética ha dado de una manera admirable a los problemas de las nacionalidades: en esta solución, todo está respetado: lengua, tradición, interés moral, ideas. Pero ya sabemos que esas medidas no son aplicables en los sistemas que nos gobiernan. Para ello será necesario, indispensablemente, el cambio del sistema social actual. Bajo el Capitalismo, bajo el yugo del imperialismo, el problema indígena, desde todos sus puntos de vista: económico, educacional, cultural racial (sic), continuará sin solución. Solo el régimen del Proletariado revolucionario, bajo un sistema comunista, es capaz de encontrar solución a una cuestión tal como el problema indígena.” (Socialismo y Participación, nº 11, p. 38). Es decir, Ravines planteaba la solución de nuestra cuestión nacional en términos de un Estado multinacional (o plurinacional), como en la Unión Soviética.

[5] En el ensayo “El Perú ¿una nación?”, Martínez sostiene: “Nunca estará el Perú más firmemente unido y solidario que cuando todas sus nacionalidades se encuentren libremente unidas, ligadas por los lazos fraternales de la federación. De este modo, el nuevo Estado multinacional del Perú, será un Estado constituido por nacionalidades igualmente soberanas, en que ninguna oprima o domine a las otras, en que todos los privilegios nacionales y estatales hayan sido abolidos.”  (Apuntes para una interpretación marxista de historia social del Perú, t. II, p. 145). Huelgan comentarios.

[6] Pero es posible que el espíritu superficial, demagógico y refractario a la autocrítica, persista en consignas sin ninguna base teórica, solo porque las mismas le gustan por su sonoridad.

 

CREACIÓN HEROICA