Venezuela Define el Futuro de Toda la Región
Claudio Katz1
LA AUTOPROCLAMACIÓN
DE GUAIDÓ es la apuesta golpista más ridícula y peligrosa de los últimos años.
Con el descarado sostén de Washington, la derecha pretende colocar a un
desconocido en la primera magistratura.
Esta vez la señal de largada no fue un acto terrorista, ni otro intento
de asesinato de Maduro. Trump puso al frente de la escalada a varios expertos
en conspiraciones (Abrams, Pence, Bolton, Rubio) y decidió capturar la empresa
venezolana que opera en Estados Unidos (CITGO). Sepultó todos los principios de
la seguridad jurídica, para comenzar la apropiación del petróleo de un país que
concentra la principal reserva mundial de crudo.
Los gobiernos derechistas de Sudamérica propician el golpe por otras
razones. Duque pretende enterrar los Acuerdos de Paz con la guerrilla, luego de
encabezar el desmantelamiento de UNASUR. Ya alberga en Colombia al contingente
de marines requerido para acompañar cualquier provocación.
Bolsonaro continúa identificando a Venezuela con todas las desgracias
del “populismo”. Con esa retórica encubre su improvisado debut en la
presidencia y pospone la inevitable decepción de sus votantes.
Macri es un cruzado de la primera hora, que compite con otros servidores
del imperio. Por eso redobla los actos de sumisión, designando a una
funcionaria de su propio equipo como embajadora de Guaidó. Exime a los
inmigrantes venezolanos del hostigamiento a los extranjeros, para que no se
hable de la inflación, el desempleo o las tarifas. Fractura además a la
oposición, compartiendo la denigración de Venezuela con los líderes del
peronismo federal (Urtubey, Massa, Pichetto).
Sin el sostén del mandante norteamericano, Duque, Bolsonaro y Macri son
totalmente inefectivos. Su “Grupo de Lima” no logró siquiera boicotear la
asunción de Maduro. A esa ceremonia concurrieron más delegaciones extranjeras
que a la investidura del delirante capitán brasileño.
La atomizada derecha venezolana actúa bajo las faldas de un presidente
de fantasía. Nunca pudo ganar la elección presidencial y fracasó en todos los
intentos de impugnación de esos comicios. Aceptó sin chistar el veto yanqui a
las negociaciones con el chavismo y periódicamente se desbarranca con brutales
acciones de violencia. Por el momento actúa como simple marioneta del
Departamento de Estado y ha quedado sujeta a los humores tuiteros de Trump.
LA DOBLE VARA
Los golpistas
caribeños han reaparecido como grandes estrellas de los medios de comunicación.
Cuentan con la complicidad de los periodistas, que atribuyen a Maduro una
variedad de pecados visibles en otras administraciones de la región. El simple
registro de esa similitud tornaría injustificable el complot o exigiría el
mismo cambio de régimen en numerosos países.
Se resalta especialmente el carácter ilegítimo del gobierno venezolano,
como si hubiera surgido de un fraude electoral. Pero en realidad fue ungido con
la participación del 67% de la población, es decir con un porcentual superior a
los últimos comicios de Chile o Colombia. Esta baja concurrencia de electores
no induce a ningún comunicador a proponer el derrocamiento de Piñera o Duque.
Es cierto que un sector de la oposición convocó a la abstención, pero
otro participó y los resultados finales no fueron impugnados. Tampoco se
presentaron evidencias de fraude, en un sistema electoral que ha sido elogiado
por varios organismos (Carter) y figuras (Zapatero) internacionales. Con la
misma modalidad de votación fueron electas en el 2015 las autoridades de la
Asamblea Nacional que lidera la oposición. Compartiendo un mismo cimiento
electoral, Maduro es objetado y Guaidó es reconocido.
En las últimas dos décadas el régimen chavista ha celebrado 24
elecciones, que incluyen una significativa modalidad de revocatoria
presidencial. Ese derecho no rige en ningún otro país de la región. La
participación de los votantes no es obligatoria, pero ha sido habitualmente
superior al promedio latinoamericano. La oposición nunca reconoce las derrotas
y siempre justifica los resultados adversos con denuncias de fraude.
Con su habitual duplicidad, los comunicadores que critican esos comicios
consideran totalmente normales las elecciones brasileñas, que se desarrollaron
con Lula en prisión. Impugnan el sistema judicial venezolano, enalteciendo al
magistrado que persiguió al líder brasileño (Moro). Ni siquiera objetan el
premio ministerial que le otorgó Bolsonaro.
Los medios también denuncian la detención de líderes opositores
(Carmona, Ledesma, López), pero omiten precisar las causas de ese encierro. No
fueron a prisión por emitir opiniones críticas, sino por incentivar golpes de
estado o por su complicidad con las sangrientas guarimbas callejeras. Al
chavismo se le exige una conducta tolerante que no impera en ningún rincón de
Latinoamérica. Se supone que debería ser comprensivo con los intentos de
magnicidio.
Los comunicadores tampoco mencionan la brutal violación de los derechos
humanos que practican los gobiernos más enemistados con Venezuela. Desde la
suscripción de los Acuerdos de Paz, los paramilitares colombianos (amparados
por el oficialismo) han asesinado centenares de líderes sociales. En Argentina
se multiplican los presos políticos y rige la impunidad para los responsables
de los crímenes de Santiago Maldonado y Rafael Nahuel. En Brasil aumentaron los
atentados contra los cooperativistas del MST y se destaparon los vínculos de
los asesinos de la luchadora Marielle Franco con el hijo de Bolsanaro.
El chavismo es también denunciado por imaginarias conexiones con el
narcotráfico. Pero los acusadores ocultan el comprobado financiamiento que
brinda esa mafia a la derecha de Colombia. Ningún organismo internacional
penaliza tampoco a ese país por el continuado cultivo ilegal de drogas. Lo
ocurrido en México es mucho más grave. Todo su territorio quedó desgarrado por
una masacre de 200.000 muertos, sin que la OEA promoviera alguna intervención
regional.
Ciertamente Venezuela padece una emigración masiva como consecuencia del
drama económico que afronta. Pero en coyunturas semejantes, estos mismos desplazamientos
se han verificado en otros países. La miseria siempre empuja a buscar refugio
en algún vecindario.
Si esas desgracias constituyen “crisis humanitarias”, la misma
caracterización correspondería aplicar a las migraciones equivalentes. Pero nadie
presenta en esos términos la terrible huida de las familias centroamericanas
hacia el Norte. Ese tormento no incentiva ninguna recolección piadosa de
socorros. Sólo induce a construir un terrible muro fronterizo. Durante la
guerra interna que vivió Colombia se registraron también masivos traslados
humanos, que tampoco suscitaron convocatorias a la intervención extranjera.
Los grandes medios siempre coronan sus coberturas de Venezuela con
alguna imagen de violación de la libertad de prensa. Pero los trastornos que
retratan son irrelevantes, en comparación al sistemático asesinato de
periodistas que han padecido México y otros países centroamericanos. Los
fabricantes de mentiras aplican la doble vara a su propia actividad.
CONTRADICCIONES BAJO LA SUPERFICIE
Basta recordar lo
ocurrido en Irak y Libia para notar la gravedad de la amenaza actual. El
imperialismo puede provocar destrucciones inimaginables. Si consuma una
intervención de gran porte, América Latina perderá el resguardo que mantuvo
frente a las catástrofes bélicas de África o Medio Oriente.
La derecha descarta ese peligro y supone que obtendrá un rápido triunfo,
sin ningún costo. Ya anuncia la retirada del chavismo, el aislamiento de Maduro
y la próxima deserción de la cúpula militar. También remarca la cohesión de su
propio campo y el respaldo internacional unánime a su causa. Pero esas fábulas
no resisten el menor análisis.
El propio comando de Washington está afectado por severas disidencias,
en el difícil contexto político-judicial que afronta Trump. Los fiascos de
Medio Oriente han multiplicado las prevenciones frente a cualquier incursión
externa. Los militares yanquis están desconcertados y fueron obligados a
retirar sus tropas de Siria y Afganistán. Las propuestas de repetir la ocupación
de Granada o Panamá han sido desechadas y se pospone el típico ultimátum que
precedió el ataque contra Hussein o Gadafi. Por ahora el Pentágono sólo evalúa
operaciones acotadas, que comenzarían con el burdo pretexto de ingresar ayuda
humanitaria.
Tampoco los socios europeos están dispuestos a participar en aventuras
bélicas. Intervienen en el complot contra Venezuela sin emitir amenazas
contundentes. Hay divergencias en el mando occidental, que han impedido
consensuar la aplicación de sanciones en la OEA y en la ONU, mientras persiste
la neutralidad del Vaticano.
Los conspiradores han tomado nota también del creciente protagonismo de
Rusia en el aprovisionamiento del ejército venezolano. Esa presencia puede
complicar la jugada petrolera de Trump, si se confirma la tenencia de acciones
rusas en CITGO. No se sabe, además, quién será el principal perjudicado por esa
expropiación. Algunos expertos estiman que Estados Unidos logró autonomizar su
provisión del combustible venezolano. Pero esas compras aún representan el 13%
de las importaciones y su cancelación podría impactar sobre el precio de la
energía.
Todas las dificultades que enfrentan los golpistas son rigurosamente
ocultadas por los medios. Despliegan una cobertura triunfalista, silenciando la
ausencia de logros significativos de la derecha en la primera quincena del
complot. Mientras los sobornos, las amenazas y las promesas yanquis no
erosionen a las fuerzas armadas, Guaidó seguirá ejerciendo un mandato
fantasmal.
BATALLAS EN DOS FRENTES
Es cierto que la
derecha recuperó capacidad de movilización, pero el chavismo ha respondido con
manifestaciones igualmente masivas. En el pico de la crisis social el gobierno
mantiene una llamativa capacidad de convocatoria. Todos saben que el gobierno
no entregará el poder por la simple repetición de marchas callejeras. La
indefinición actual puede resultar muy problemática para la oposición.
Sus líderes afrontarán nuevamente el dilema de retomar la violencia (que
los aisló en el 2017) o aceptar un status quo (que los desgasta). Por ahora
evitan la repetición de las guarimbas en los barrios ricos, mientras ensayan
algunas provocaciones en las zonas populares.
También el gobierno aprendió de las confrontaciones anteriores y se
maneja con cautela. Tolera las fotogénicas apariciones de Guaidó, apostando a
su paulatina desmoralización. Pero el derrumbe de la economía crea serios
interrogantes sobre el acompañamiento popular en la batalla contra la derecha.
Toda la sociedad venezolana está desgarrada por un colapso mayúsculo del
ingreso.
La contracción del producto registrada en el último quinquenio ya
destruyó el 30% del PBI. Esa regresión tiene el mismo alcance que la Gran
Depresión sufrida por Estados Unidos en 1929-1932. La debacle golpea a todos
los sectores.
La estratégica extracción de petróleo se ha reducido a la mitad y el
financiamiento monetario del déficit fiscal ha provocado la mayor
hiperinflación del siglo XXI. El índice de precios saltó del 300% (2016), al
2.000% (2017) y actualmente promedia una cifra incuantificable.
Esa escala demuele el salario, recrea el trueque y provoca una aguda
escasez de alimentos y medicinas. Los padecimientos cotidianos son terribles y
la supervivencia depende de las redes oficiales de abastecimiento (CLAPS).
Los medios de comunicación presentan este desmoronamiento como una
inexorable consecuencia del “populismo chavista”. Pero omiten la
responsabilidad directa de los artífices de la guerra económica. El cerco
exterior y el sabotaje interno desplomaron la extracción de petróleo, achicaron
las reservas internacionales y encarecieron las importaciones básicas. Los
capitalistas extranjeros y locales han provocado ese desmoronamiento, para
facilitar el advenimiento de un régimen político afín a sus negocios.
Esta indescriptible adversidad de la economía ha sido agravada por la
improvisación, la impotencia y la complicidad del gobierno. Maduro ha tolerado
pasivamente el derrumbe de la producción. Rechazó todas las propuestas del
chavismo crítico para penalizar a los burócratas corruptos y a sus socios
millonarios.
Estas iniciativas constituyen el punto de partida para frenar el
desmoronamiento del nivel de actividad. Incluyen un control efectivo sobre los
bancos para impedir la fuga de capital, cambios radicales en la asignación de
divisas al sector privado, gravámenes progresivos al patrimonio, incentivos a
la producción local de alimentos y numerosas medidas para involucrar a la
población en el control de los precios.
Este programa requiere además un replanteo de la deuda, para lograr un
anclaje de la moneda que permita contener la hiperinflación. Ningún “petro” o
“bolívar soberano” podrá funcionar, mientras subsista el amparo oficial a la
boliburguesía. Esa franja de privilegiados sobrefactura importaciones,
transfiere fondos al exterior y se enriquece con la especulación cambiaria y el
desabastecimiento. La derecha no sólo está embarcada en tumbar el chavismo.
También opera al interior de un gobierno que no frena la demolición de la
economía.
COMPROMISO O NEUTRALISMO
Frente al agravamiento
del conflicto, muchas voces proponen generar nuevas condiciones para que los
venezolanos puedan resolver democráticamente su futuro. La legitimidad de ese
principio es indiscutible. Pero el gran problema radica en precisar cómo
implementarlo, puesto que si triunfa el golpe esa aspiración quedará
definitivamente enterrada. La vigencia de la soberanía del país y la defensa de
los derechos populares requieren ante todo la derrota de los escuálidos.
El conflicto en curso ya perdió su condición de “asunto interno” de
Venezuela. La confrontación desbordó ese punto de partida territorial y
actualmente involucra a toda la región. Los dos principales fogoneros de la
crisis tienen objetivos muy precisos. Estados Unidos pretende recuperar el
dominio pleno de su patio trasero y las clases dominantes locales intentan
sepultar todas las demandas populares, que emergieron durante la década pasada.
Si los golpistas logran derrocar al chavismo, avanzarán inmediatamente
sobre Bolivia y Cuba, para extender el autoritarismo neoliberal a todo el
continente. En Venezuela se disputa el freno o la extensión de esa oleada
reaccionaria.
Esta disyuntiva ha sido correctamente percibida por los partidos,
organizaciones e intelectuales que rechazan el golpe en forma categórica. Esa
contundencia se verifica en su impulso de movilizaciones antiimperialistas. Las
vacilaciones que se observaron durante las guarimbas del 2017 han decrecido
significativamente. Los propósitos de la derecha están a la vista y son
evidentes los daños irreparables que causaría un Bolsonaro en la presidencia de
Venezuela.
El dramatismo de esa perspectiva no atempera ninguna de las objeciones
al rumbo que ha seguido el gobierno chavista. Pero resulta indispensable situar
esos cuestionamientos en un campo común de batalla contra los golpistas.
Esta lucha exige superar también las posturas de ambigua neutralidad que
transmiten ciertos pronunciamientos. Esas declaraciones toman distancia de los
protagonistas del conflicto situándolos en un mismo plano. Cuestionan con la
misma vara a Maduro y a Guadió sugiriendo una ilegitimidad compartida. Critican
simultáneamente el autoritarismo del régimen y las aventuras de la oposición.
Objetan tanto la amenaza militar de Estados Unidos como la presencia
geopolítica de Rusia.
¿Pero esa condena conjunta de Maduro y Guaidó supone el desconocimiento
de ambos? ¿Implica la abstención frente a las marchas que convoca el gobierno y
la oposición? ¿Entraña una indiscriminada condena de los marines y del ejército
bolivariano?
Los neutralistas elogian la actitud de los gobiernos de México y
Uruguay, que promueven la inmediata reanudación de las negociaciones entre
ambas partes. Esa iniciativa abre un canal de conversaciones que Maduro ya aceptó
y Guaidó rechaza.
Es evidente que la concreción de esas tratativas dependerá del desenlace
de la lucha. La derecha no aceptará negociar mientras vislumbre alguna
posibilidad de capturar el gobierno. Derrotar esa pretensión es la condición
para recomponer las tratativas. Los resultados de esas conversaciones
reflejarían, además, el balance de fuerzas. Derrotar a la derecha es la
categórica prioridad del momento. En esa batalla se juega el destino de América
Latina.
______________
Notas
(1) Economista,
investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web
es: www.lahaine.org/katz
Neofascismo
y Decadencia. El Planeta Burgués a la Deriva
(Segunda y
Última Parte)
Jorge
Beinstein
Profundización
de la decadencia
LA VOCACIÓN PLANETARIA-IMPERIALISTA del capitalismo
(de su motor occidental) nos permite establecer paralelos con ciclos de civilizaciones
anteriores que no alcanzaron esa dimensión geográfica. Imperios condenados a
expandirse de acuerdo a las leyes que rigieron su reproducción, ampliando su
espacio de dominación hasta llegar al límite establecido por las técnicas de su
época, en ese momento su lógica de reproducción ampliada chocaba con la barrera
territorial, entonces el desarrollo vigoroso se iba transformando en
decadencia, las virtudes en corrupción, los equilibrios en desorden, la
explotación eficaz de pueblos y recursos naturales en superexplotación
devastadora de la periferia que destruía la sustentabilidad del sistema,
mientras que la multiplicación de controles administrativos-represivos, entre
otros factores, contribuía al crecimiento del parasitismo.
La comparación
con el caso de Roma es inevitable, es el mejor documentado. Pierre Chaunu nos
explica que “la conquista se desarrolló mediante la expansión en círculos
concéntricos realizando la extracción de hombres y productos de la periferia
hacia el centro. Lo característico de dicho sistema es que excluía al
estado estacionario, no podía subsistir sin agregar nuevas zonas de extracción
a las existentes llegando finalmente, luego de un enriquecimiento incesante, a
la degradación del centro ya que no podía vivir dentro de límites estables, sin
la existencia en sus bordes de un espacio abierto explotable, de una “frontera
abierta”, de una zona de extracción no integrada todavía. El punto de inflexión
ocurrió bajo el reino de Trajano, a comienzos del siglo II cuando se alcanzó el
límite de la expansión en Dacia, Escocia, Armenia...el norte de África desde
Mauritania a Egipto… cuando la conquista romana había llegado a un poco más de
6 millones de kilómetros cuadrados habiendo absorbido la totalidad del espacio
disponible posible”[14]. Las técnicas de comunicación y
transporte de la época permitieron llegar al máximo de territorio más allá del
cual los costos de conquista y su preservación superaban a los beneficios lo
que obligó al proceso de reproducción del polo dominante a superexplotar al
espacio bajo control. Los equilibrios y consensos periféricos entraron en
crisis, las bases tributarias y esclavistas fueron tensionadas más allá de lo tolerable.
Engels señalaba que cuando el Imperio comenzó a declinar: “el estado romano
se había convertido en una máquina gigantesca y complicada con el exclusivo fin
de explotar a los súbditos. Impuestos, gabelas y requisas de toda clase, sumían
a la masa de la población en una pobreza cada vez más miserable, por las
exacciones de los gobernantes, de los recaudadores, de los soldados... (en
consecuencia) los bárbaros contra los cuales pretendía proteger a los
ciudadanos eran esperados por estos como salvadores"[15]. Junto a ello Roma y las otras
grandes ciudades del Imperio invadidas por el parasitismo se fueron
convirtiendo como lo explica Chaunu en “ciudades cancerosas, glotonas,
insaciables, de crecimiento anárquico, destructoras del tejido ambiental, que
se expanden más allá de las condiciones que las hicieron nacer y desarrollarse”[16].
Dicho de otra manera, la ciudad ordenadora se fue sumergiendo en el desorden,
la eficacia urbana (la ciudad como mecanismo de control y explotación de su
periferia) fue derivando en ineficacia parasitaria lo que desordenaba al
sistema en su conjunto, lo que exigía expandir, hacer más complejas las
estructuras de control aumentando así su ineficacia general, etc., etc., el
círculo vicioso de la decadencia se expandió de manera irresistible.
Al
trasladarnos al mundo moderno observamos como, según lo señala Fieldhouse, “la
proporción de la superficie terrestre terrestre ocupada de hecho por europeos,
ya todavía bajo control europeo directo como colonias, ya como antiguas
colonias, era del 35 % en 1800, del 67 % en en 1878 y del 84,4 % en 1914. Entre
1800 y 1878 la media de la expansión imperialista fue de 560 mil Km2 al
año” [17].
Lo que a partir de fines del siglo XV se había extendido en zonas costeras de
América, África y Asia sumado a espacios territoriales más vastos se convirtió
en una embestida arrolladora en el siglo XIX. Grandes espacios interiores de
esos continentes fueron ocupados y comenzaron a ser explotados, en algunos
casos sometiendo a las poblaciones originarias, destruyendo sus culturas y en
otros exterminándolas, a todo eso se lo denominó progreso, victoria de la
civilización, etapa inevitable del desarrollo de las fuerzas productivas del
capitalismo amalgamando así las imágenes del cambio positivo y del genocidio,
del bien como objetivo superior junto al crimen como daño de menor importancia
histórica. Las víctimas aparecían como seres inferiores (subhombres, Untermenschen)
destinados a ser civilizados (superexplotados) o exterminados, dualidad
cultural que anticipaba el doble discurso nazi, su doble imagen: la bella
estética del desfile de las juventudes arias junto a la estética siniestra de
los campos de concentración. El capitalismo ascendente del siglo XIX, desde su
base europea, que se autorefrenciaba como civilización portadora de la historia
universal, del maravilloso destino del mundo, completaba la faena iniciada
varios siglos atrás.
El proceso
de ocupación casi total del planeta, del espacio territorial posible coincidió
con lo que Polanyi llamó “la paz de cien años” (entre el fin de las
guerras napoleónicas en 1815 y el comienzo de la Primera Guerra Mundial en
1914) al interior del espacio europeo solo enturbiado por pequeños
conflictos o de muy corta duración[18].
El fin victorioso del expansionismo europeo, entre fines del siglo XIX y
comienzos del siglo XX, convergió con el comienzo de una súper crisis, con una
guerra intestina que marcó hacia 1914 el comienzo de la decadencia.
A partir de
allí se sucedieron en el espacio occidental recesiones, hiperinflaciones, la
guerra civil española, los ascensos fascistas, la Segunda Guerra Mundial y la
derrota del fascismo, la prosperidad occidental y de Japón durante algo menos
de tres décadas hasta llegar a la crisis de los años 1970 con la crisis
energética y la estanflación. Mientras tanto desde 1917 el espacio de
dominación territorial de Occidente se fue retrayendo al mismo tiempo que la
guerra fría, la militarización y la saturación de la ola consumista generaban
en su seno las condiciones para la emergencia de la hipertrofia financiera como
centro de una expansión parasitaria sin precedentes.
Es posible
argumentar que la etapa colonial extensiva sentó las bases de una posterior explotación
más intensiva de lo conquistado y que las turbulencias del siglo XX permitieron
digerir lo conquistado atravesando un recorrido complejo que incluyó grandes
pérdidas territoriales, pero que al final de ese siglo la URSS y su área de
influencia habían desaparecido dando lugar a grandes reconversiones
capitalistas y que China había ingresado al sistema global del capitalismo
aportando entre otras cosas unos 230 millones de obreros industriales baratos.
Sin embargo esa incorporación no permitió superar la decadencia occidental,
seguramente la agravó, tanto Estados Unidos como Europa y Japón sobrevivieron
al ritmo de burbujas financieras para finalmente luego de 2008 ingresar en una
etapa de crecimientos económicos anémicos, deterioros institucionales y
degradaciones de vastos sectores sociales donde las burguesías dominantes han
devenido lumpenburguesías y donde el aparato militar del amo estadounidense
(Guerra de Cuarta Generación mediante) se ha convertido en un parásito cada vez
más sofisticado desde el punto de vista tecnológico y cada vez más costoso e
ineficaz en el que el mercenario va reemplazando al ciudadano-soldado (notable
paralelo con la decadencia romana).
Debajo de la
llamada recuperación territorial del capitalismo se reproduce agravándose la
degradación general del sistema. Tendencias pesadas, sobredeterminantes,
imponen la declinación.
Una de ellas
es la declinación tendencial plurisecular de la tasa de ganancia que se fue
manifestando a lo largo del siglo XX para llegar más recientemente a una suerte
de piso provisorio muy bajo, que probablemente este anunciando una futura caída
catastrófica (numerosos indicadores financieros, energéticos, laborales, de
demanda, etc. así lo indican) lo que confirma una de las hipótesis decisivas de
Marx (Gráficos 1, 2 y 3).
Tasas bajas
que impulsan al mismo tiempo el enfriamiento en las inversiones
productivas, la expansión de los negocios financieros parasitando sobre
la actividad económica general y la declinación tendencial de la tasa de
crecimiento de la economía global, personajes claves del establisment como
Larry Summers vienen anunciando desde hace casi un lustro el ingreso a un
prolongado período de estancamiento con centro en la declinación de la economía
de los Estados Unidos[19] (Gráfico
4).
La
decadencia promueve el parasitismo que a su vez exacerba la decadencia y ya
hemos ingresado en la etapa en que el parasitismo financiero decae porque su
víctima productiva se acerca al estancamiento, a fines de 2013 los negocios
globales con productos financieros derivados representaban 9,3 veces el
Producto Bruto Global, a fines de 2015 habían caído a 6,6 veces manteniéndose
aproximadamente en ese nivel hasta la actualidad[20].
La contracción no apacigua al parásito, por el contrario exacerba sus peores
inclinaciones: el canibalismo financiero, las operaciones mafiosas, los golpes
de mano, los saqueos, las aventuras delirantes van cubriendo un clima de
negocios cada vez más enrarecido. No se trata de una enfermedad limitada a la
cúpula del sistema sino abarcando a la totalidad de las sociedades llamadas de
alto desarrollo, donde se agrava la fragmentación social, se deterioran las
instituciones, se extienden las irrupciones neofascistas.
La tan
publicitada globalización comercial, maravilla neoliberal que se expandía
quebrando tejidos sociales y acumulando desocupación y pobreza llegó a su máximo
en 2008 cuando las exportaciones representaban el el 30,7 % del Producto Bruto
Global (en 1963 llegaban al 11,7 %), entonces dejó de crecer e inició el camino
descendente (Gráfico 5).
Además se va
cumpliendo otro de los pronósticos de Marx, el de la polarización creciente del
sistema entre una minoría cada vez más pequeña y más rica y una masa global, el
proletariado y semiproletariado del siglo XXI, cada vez más paupérrima. Los
años de la prosperidad keynesiana vieron proliferar la ilusión del fin del pronóstico
marxista, incluso al comenzar el siglo XXI organismos internacionales y
expertos mediáticos anunciaban una marea de nuevas clases medias en
la periferia que hacia 2020-2030 alentaría un gran salto industrial global
apoyado en el futuro consumismo. Pero la llegada de la crisis de 2008 marcó el
fin de esa fantasía, la concentración global de ingresos avanza incontenible no
solo en la periferia sino también en los capitalismos centrales, la miseria de
masas se extiende[21] (Gráfico
6).
Neofascismo
Al igual que el fascismo clásico el neofascismo
significa la radicalización de la explotación de recursos humanos y naturales,
aunque el primero no tuvo el nivel despliegue planetario y la capacidad
tecnológica del segundo. En ambos casos se trata de un gran salto cualitativo
de la dinámica de explotación-opresión del capitalismo triturando libertades
democráticas, garantías sociales de las clases bajas, identidades culturales,
etc. Todavía seguimos impactados por las atrocidades pasadas del fascismo sin
darnos cuenta muchas veces de la carga de barbarie, mucho mayor, de la que es
portador el neofascismo. Los grandes genocidios del siglo XX se opacan ante las
consecuencias posibles de la devastación neofascista en curso protagonizada por
el Imperio y sus aliados.
Es necesario
profundizar el análisis del fenómeno, detectar sus principales características,
algunas constataciones pueden servirnos para ello.
Primera constatación: del rompecabeas ideológico
fascista al pensamiento confuso neofascista .
El viejo fascismo no escondía su nombre y la
mundialización del capitalismo bajo la forma de cultura occidental[22] extendió
desde sus bases europeas lo que aparecía según sus propagandistas como
una mezcla de renovación vivificante de la modernidad y de restablecimiento del
orden conservador y autoritario corrompido por el liberalismo y amenazado de
muerte por el comunismo. El rechazo a la democracia burguesa, desde su forma
monárquica constitucional hasta el elitismo republicano le servían en Europa
como caballito de batalla para descalificar toda forma de democracia, de ese
modo recogían las críticas populares de izquierda ante la estafa a la
democracia realizada por las clases dominantes y las introducían en la mochila
autoritaria.
Los
fascismos italiano, alemán o español encontraron partidarios en las élites
periféricas. En 1936 nacieron las Falanges Libanesas, en 1937 aparecía la
Falange Socialista Boliviana ambas formadas por admiradores del falangismo
español y del fascismo mussoliniano, en los años 1930 gobernó El Salvador el
dictador Martinez, un general admirador de Hitler aunque administrando un país
económicamente dependiente de los Estados Unidos[23],
ya señalé la fuerte influencia del fascismo italiano en el golpe militar de
1930 en Argentina a lo que hay que agregar entre otras cosas las relaciones
amistosas (sobre todo en la esfera militar) de la presidencia del general
Agustín P. Justo (entre 1932 y 1938) con Alemania e Italia y bajo la influencia
del Gran Mufti de Jerusalem se formó en 1941 la Legión Árabe Libre como parte
del ejército alemán[24]
A partir de
un pragmatismo muy audaz el fascismo clásico consiguió armar un rompezabezas
ideológico relativamente sólido, lo fundó no solo gracias a la inescrupulosidad
de sus dirigentes sino también contando con ideólogos de peso como Oswald
Spengler o Martin Heidegger en Alemania o Tommaso Marinetti y Gabrielle
d'Annunzio en Italia. Consiguió ubicar en un espacio común a variantes más o
menos distanciadas de las estructuras religiosas cristianas, católicas o
protestantes, hasta otras ultra-católicas como la española.
El
neofascismo es mucho más pragmático, no rechaza a la democracia burguesa sino
que trata de mimetizarse en ella, asumiéndola demagógicamente para colocarla al
servicio de sus banderas racistas y autoritarias, el gobierno de Letonia, por
ejemplo, no encuentra incoherente adherir a los postulados democrático
liberales de la Unión Europea de la que forma parte con la realización el
desfile anual en Riga de los veteranos de las Waffen SS integrante del ejército
nazi aleman (tampoco la Unión Europea se alarma por esos hechos)[25].
Rusofobia, bien vista por la OTAN, persecución a la población rusoparlante,
nostalgias nazis y formalismo democrático.
Tampoco en
Polonia, también miembro de la Unión Europea, parecen producirse graves
problemas ante la existencia de un gobierno neofascista, la rusofobia más
extrema y la adhesión a las reglas europeas en materia de derechos humanos e
institucionalidad democrática. En Francia el Frente Nacional adapta sus
orígenes fascistas a los nuevos tiempos, acentúa su xenofobia, su agresividad
anti-islámica, anuda lazos con la extrema derecha de Estados Unidos pero busca
suavizar (maquillar con colores republicanos) su imagen extremista a
nivel local[26].
En todos esos casos el antiguo antisemitismo es colocado debajo de la alfombra
o tirado al basurero (mientras se observa con simpatía la cruzada antiislámica
de Benjamin Netanyahu), la obsoleta demagogia “social” de Mussolini es
remplazada por la de las instituciones democráticas.
En América
Latina podemos encontrar similar acatamiento formal a las reglas de la
democracia representativa en regímenes dictatoriales y protodictatoriales como
en Honduras, Brasil, Argentina, México o Paraguay, en algunos casos apoyados en
la histeria neofascista de las clases medias. En varios de esos gobiernos
autoritarios se codean viejos fascistas antisemitas con sionistas, resultado de
curiosas convergencias de generaciones diferentes. La amplitud neofascista no
se detiene en las puertas del imperio donde Donald Trump agrupa al racismo
blanco de las clases bajas (donde se nota un cierto tufillo a Ku Klux Klan),
persigue a los inmigrantes y estrecha su amistad con la ultraderecha gobernante
en Israel. Tampoco lo hace cuando se trata de realizar operaciones en la
periferia promoviendo por ejemplo al Estado Islámico en Medio Oriente buscando
destruir Siria y acorralar a Irán. Aunque en este caso no deberíamos limitarnos
al aspecto conspirativo del tema ya que la maniobra se apoya en mercenarios
pero también en fuerzas sociales concretas de la región. La decadencia o
desaparición de los viejos nacionalismos postcoloniales (nasserismo, kadafismo,
nacionalismo argelino) en un contexto de agravación de la crisis ha dado pié a
la emergencia de una suerte de naofascismo islámista, tradicionalista al
extremo en materia religiosa (que como otros tradicionalismos religiosos
extremistas deforma de manera delirante la historia religiosa). Se extiende
así, de manera bizarra, el espacio neofascista global que entre otras características
tiene la de no tener ideólogos de peso, no los necesita, ni le interesa
tenerlos. Su diseño pragmático se corresponde con un grado mucho mayor de
degradación civilizacional que en el caso del fascismo clásico. Aquí ya no hay
rompecabezas ideológico a organizar, la nueva barbarie no busca encuadrar
ideológicamente poblaciones, disciplinarlas culturalmente, militarizarlas, sino
introducirlas en una suerte de dualidad caótica, con un polo dominante
saqueador, superexplotador, socialmente restringido y grandes masas humanas
marginadas. Heidegger está de más, bienvenidos los manipuladores mediáticos,
los magos de la posverdad inyectada en las redes sociales, los exitosos del
inmediatismo nihilista.
Segunda constatación: del fascismo industrial al
neofascismo financiero.
El fascismo emergió de las crisis del capitalismo
liberal europeo en cuya cima se encontraba la Haute Finance señalada
por Polanyi, imperialista, es decir como lo enseñaba Lenin dominado por el
capital financiero. Sin embargo ese tipo de dominación, para expresarlo en
términos gramscianos, no se había convertido en hegemonía, la cultura
financiera no era todavía la cultura de la totalidad del mundo burgués, su
control era ejercido sin que su veneno ideológico haya invadido completamente
al cuerpo productivo donde predominaba la industria, la modernidad aún tenía
alma industrial.
De manera
acertada Jeffrey Herf caracteriza al nazismo como modernismo
reaccionario, como aceptación e incluso exacerbación de las innovaciones
tecnológicas combinada con el rechazo al legado de la Revolución Francesa,
principalmente sus aspectos democráticos, igualitarios[27].
De ese modo el autor desautoriza la presentación del hitlerismo como simple
oscurantismo, como retroceso a una suerte de medievalismo troglodita. Aunque
Herf lo señala como especificidad alemana, sin embargo el fascismo italiano e
incluso el franquismo y su fundamentalismo católico ultramontano podrían ser caracterizados
de la misma manera.
Albert
Speer, que fue ministro de armamento y guerra de Hitler, trató de justificarse
durante los Juicios Nuremberg y luego en sus memorias señalando que “los
criminales sucesos de aquellos años no solo fueron el fruto de la personalidad
de Hitler. El alcance de los crímenes también se debió al hecho de que Hitler
fue el primero capaz de emplear los instrumentos tecnológicos para multiplicar
el crimen, a mayor tecnología mayor es el peligro”[28].
La culpabilización de la tecnología lleva a otorgarle un alto nivel de
autonomía respecto de las decisiones humanas, se trata de una suerte de
fetichismo tecnológico que cumple un papel decisivo en la cultura moderna.
En el
imaginario modernista de comienzos del siglo XX tecnología era casi equivalente
a tecnología industrial, con sus máquinas cada vez más eficaces, con grandes
organizaciones estatales o privadas, civiles o militares, intentando funcionar
a la perfección imitando a las máquinas visualizadas como paradigma superior
del progreso. El paraíso autoritario aparecía como una gran maquina humana
obedeciendo mecánicamente a quienes la manejan. El fascismo clásico puede ser
entonces presentado como expresión autoritaria de la modernidad industrial
durante las primeras décadas de la decadencia, no es exagerado hablar entonces
de fascismo industrial.
A diferencia
de ello el neofascismo emerge mucho tiempo después, arrastrando viejas
historias pero inserto en un universo capitalista completamente financierizado,
donde las innovaciones tecnológicas de la industria, la agricultura o la
minería forman parte de una dinámica general de negocios en la que prevalece la
cultura financiera, sus ritmos, su reproducción parasitaria. Donde la
urbanización degenera en caos, donde la fragmentación social y la
transnacionalización han quebrado integraciones nacionales y articulaciones
estatales. Con tasas de ganancias productivas tendencialmente a la baja y tasas
de crecimiento económico anémicas en los capitalismos dominantes tradicionales
y desacelerándose en China. La hegemonía parasitaria en el área central
histórica del capitalismo global capturando de manera irregular a vastas zonas
periféricas se corresponde con una etapa muy avanzada de la decadencia
sistémica, su imagen financiera, es decir no productiva, mafiosa, volatil,
aventurera define la identidad neofascista.
Tercera constatación: el neofascismo como ruptura
del metabolismo humanidad-naturaleza.
Anticipado por Marx (que recogía estudios avanzados
de su época como los de Liebig), aunque sin ocupar un lugar central en su obra,
el fenómeno de ruptura del equilibrio entre la reproducción social y la de la
naturaleza termina por ser realidad en el siglo XXI. La devastación del medio
ambiente, el agotamiento de recursos naturales, forman ahora parte de la
dinámica del capitalismo. Las avalanchas de la agricultura transgénica, de la
minería a cielo abierto, de la hipertrófia y polución urbanas son algunas, y decisivas,
manifestaciones de un proceso cuya magnitud amenaza con restringir de manera
significativa las condiciones de la existencia humana en el planeta. La
superexplotación de recursos energéticos, por ejemplo, ha conducido a una
rápida reducción de las reservas petroleras con reemplazos insuficientes a la
vista lo que llevará a una dramática degradación de las actividades económicas
y sociales en general.
Una de la
características de las tendencias neofascistas es su rechazo a las llamadas “tonterías
ecológicas” que desalentarían las inversiones perjudicando el desarrollo
empresario. No se trata de un capricho autoritario sino de la expresión de la
necesidad profunda del gran capitalismo de rentabilizar sus negocios en una era
donde las bajas tasas de ganancias productivas los obligan no solo a practicar
el canibalismo financiero sino también a reducir costos y tiempos saqueando
recursos naturales.
Estados
Unidos y su gobierno están a la vanguardia del proceso destructivo global[29],
el abandono del Acuerdo de París sobre cambio climático en nombre del empleo y
el desarrollo industrial aparecen como una medida demagógica nacionalista de
Donald Trump que responde a las presiones de los grandes grupos económicos de
los Estados Unidos cuyo único objetivo es aumentar sus ganancias destruyendo a
su paso todos los obstáculos ecológicos que se les presenten.
El aspecto
financiero del neofascismo converge con sus practicas devastadoras de la
naturaleza, de articulaciones sociales y de supervivencias culturales cuya
interacción metabólica comienza a fracturarse a comienzos del siglo XXI.
Cuarta constatación: el carácter
occidental-imperialista del neofascismo sobredetermina a sus manifestaciones
ideológicas parciales.
Existió un discurso fascista, con sus variantes
nacionales, regionales, religiosas o poniendo a la religión en un segundo
plano, más allá de sus mezclas oportunistas, exhibiendo un conjunto de
paradigmas, estilos y hasta escenografías que le otorgaban una cierta identidad
universal: las camisas pardas en Alemania, las negras en Italia, azules en las
falanges españolas o en los lancieris rumanos, la camisas blancas de la falange
boliviana uniformaban a fuerzas militarizadas que ejercían la violencia contra
la población civil.
Es muy
difícil encontrar algo parecido en el neofascismo, su carácter universal viene
dado por la intervención del imperio global estadounidense y no por
escenografías o discursos comunes. Se trata de una ola reaccionaria de
configuración variable, en Europa predomina el discurso racista contra los
pueblos periféricos, xenofobia propagada en sociedades afectadas por el
envejecimiento demográfico y la pérdida de dinamismo económico (tiene el
aspecto de un neofascismo defensivo), en América Latina moviliza principalmente
a clases altas y medias contra los pobres, donde se combina según los casos
racismo y segregación social internos, en Estados Unidos uno de los baluartes
de la victoria de Trump fueron las clases bajas blancas decadentes dominadas
por el resentimiento social y la xenofobia, pero en Medio Oriente una fuerza de
choque decisiva fue el ultraislamismo del Estado Islámico, Al Qaeda y
otras organizaciones “antioccidentales” financiadas y entrenadas por Occidente
nutriéndose de bases sociales políticamente a la deriva desencantadas de la
modernización. El objetivo imperial no es regimentar sino controlar
estratégicamente poblaciones caotizadas o apáticas, acorralar y si es
posible destruir estados rivales o fuera de control. Sobredeterminación
imperialista que por su dimensión planetaria, su presentación ideológicamente
confusa y su impacto devastador no debería ser visto como como locura del polo
dominante mundial sino como resultado decadente mucho más amplio de la
reproducción ampliada negativa de la civilización burguesa que abandona
completamente sus mitos progresistas para sumergirse en el nihilismo. Es un
fenómeno que se expresa a través de indicadores productivos, tecnológicos,
financieros, ambientales, demográficos, urbanos y otros que integran un proceso
más vasto donde también aparecen la agonía de la racionalidad, el pesimismo
social, el descrédito de la solidaridad.
Luces y
sombras
El fascismo aparentaba ser una avalancha imparable,
así lo creyó por ejemplo Stefan Zweig, escritor de gran popularidad
internacional entre las dos guerras mundiales, austríaco representativo
de la alta burguesía liberal nunca pudo reponerse del shock causado por la
llegada de la barbarie nazi. Marchó al exilio y terminó suicidándose en Brasil
en 1942, tres años antes del derrumbe nazi. Murió creyendo en la victoria
universal del nazismo, el mundo que el añoraba, el del capitalismo liberal
europeista, no volvería más, "no somos sino fantasmas o
recuerdos" señaló acerca de su universo desaparecido que el reconocía
plagado de injusticias pero también de posibilidades de superación. Así lo
describió en su obra póstuma: “El Mundo de ayer” que curiosamente termina tal
vez contradiciendo su pesimismo: “El sol brillaba con plenitud y fuerza.
Mientras regresaba a casa, de pronto observé mi sombra ante mí, del mismo modo
que veía la sombra de la otra guerra detrás de la actual. Durante todo ese
tiempo, aquella sombra ya no se apartó de mí; se cernía sobre mis pensamientos
noche y día. Pero toda sombra es, al fin y al cabo, hija de la luz”[30].
Pero también madre de la luz sería necesario agregar, de una luz diferente,
nueva. La catástrofe nazi (su emergencia y derrumbe final) significó, engendró
como reacción, el despliegue de fuerzas sociales regeneradoras de dimensiones
nunca antes vistas. El fin de la Segunda Guerra Mundial abrió las puertas al
socialismo en el centro-este europeo, a la revolución china, a las grandes
descolonizaciones en la periferia, obligando a las burguesías de los países
centrales a ceder en sus propios territorios ante las demandas de sus
trabajadores, allí no regresó el viejo capitalismo liberal sino que se instaló
la adaptación keynesiana. Eso era impensable por ejemplo hacia 1940 para
quienes con criterio “realista” observaban las fuerzas en presencia, incapaces
de percibir la dinámica profunda del mundo, el devenir posible que incluía
entre sus alternativas el despertar de grandes masas humanas subestimadas
buscando superar un sistema decadente.
El desafío
neofascista es muy superior al que representó el fascismo, su capacidad letal
es mucho más grande, sus víctimas potenciales ya no se cuentan en decenas de millones
sino en el mejor de los casos en centenas de millones, su reproducción
devastadora amenaza la vida en el planeta. El coloso imperial dispone de la
mayor maquinaria de guerra que jamás ha conocido la humanidad, su desarrollo
comunicacional le permite atacar en cualquier lugar del mundo. Sin embargo su
naturaleza parasitaria, el alejamiento psicológico de su élite respecto de la
realidad paralelo a su financierización, la corrupción que la atrapa, su
inmediatismo desenfrenado, lo conducen hacia derrotas o empantanamientos
sorprendentes como los que ha sufrido en Siria y Afganistán o en sus tentativa
de domesticación de Rusia y China, como parte de su estrategia fracasada de
control de Eurasia. O que el caso latinoamericano lo han llevado a instaurar regímenes
autoritarios sumamente frágiles como en Brasil o Argentina.
El Imperio
se degrada empujado por sus estrategias de recomposición, respuestas salvajes
que al intentar imponer una reproducción devastadora que niega estratégicamente
la supervivencia de la mayor parte de la humanidad crea las condiciones de su
caída. Si no hace nada se sigue hundiendo, las tasas de ganancia corporativas
caen, los tejidos productivos se debilitan, pero si hace lo que le dictan sus
intereses concretos se hunde mucho más.
Cuando
Hitler asumió como Canciller del Reich, Carl Schmitt, uno de los más destacados
ideólogos del nazismo, declaró: “Hoy, 30 de enero de 1933, es posible
afirmar que Hegel ha muerto”[31],
es decir la Razón como fundamento de la civilización burguesa, la apuesta a una
visión racional, científica, de la historia humana, de su desarrollo presente y
futuro. Pero la reconfiguración ideológica nazi duro poco, Hegel empezaba a
sufrir sus primeros achaques pero siguió con vida sobreviviendo a ese primer
momento de descomposición civilizacional cuyo final fue simbolizado por el
soldado soviético colocando la bandera roja en lo alto del Reichstagg el
2 de Mayo de 1945. No solo Hegel seguía vivo sino que también otro aleman:
Carlos Marx, aparecía en la escena anunciando su victoria.
Nos
encontramos ahora sumergidos en una decadencia mucho más profunda y extendida
que la de los años 1920-1930 amenazando convertirse en un proceso de autodestrucción
de alcance planetario, además según afirma una multitud de comunicadores y
académicos la ilusión postcapitalista del siglo XX ha sido enterrada, Marx ha
muerto. Pero ocurre que los amos del mundo y sus seguidores no son los únicos
protagonistas de esta historia, la humanidad sufriente abrumadoramente
mayoritaria también existe, tiene memoria y capacidad de rebeldía (y la
ejerce), la cúpula del Capitolio en Washington es un buen lugar para que en el
futuro, el fin de los devastadores culmine con la colocación de una
bandera liberadora y con la sonrisa burlona de Marx anunciando que su defunción
no era más que una posverdad propagada por el Imperio.
La imagen de
la bandera sobre el Capitolio me genera algunos interogantes... ¿como será esa
bandera?, ¿sera roja, será una wiphala, tal vez una todavía no creada?… ¿quien
la portará?, ¿un estadounidense, un chino, un francés, un mexicano, un egipcio,
un peruano?. En el caso de Berlín-1945 la cosa estaba clara: tenía que ser
inevitablemente un soviético levantado la bandera roja, pero ahora la
multiplicidad de ofensivas imperiales y de resistencias, de desquicios
económicos, sociales y ambientales periféricos pero también en el centro del
mundo, el caos global de deslocalizaciones industriales y estafas financieras,
me hacen pensar que el portador de la bandera puede ser cualquiera de ellos u
otros y que la bandera será el resultado de la creación de una humanidad
rebelde. En su última etapa declinante, la civilización burguesa ha devenido
completamente universal, la densidad de las intercomunicaciones globales, la
transnacionalización de la economía han ido desdibujando especificidades,
creando nuevas formas de pluralismo de lo real, rehabilitando memorias
olvidadas, en suma, haciendo posible la superación global del sistema.
*Este texto tiene como disparador la ponencia
“Conciencia socialista y crisis de la civilización burguesa” presentada en la
Mesa Redonda 1979 – Las fuerzas subjetivas del socialismo – Međunarodna Tribina
Socijalizma u Svetu, Cavtat- Jugoslavija, 1979.
Notas:
[15]
Citado en Fernandez Urbiña J., "La crisis del siglo III y el fin del mundo
antiguo", Akal/Universitaria, Madrid, 1982.
[17]
David Fieldhouse, “Economía e imperio. La expansión de Europa (1830-1914)”,
Siglo XXI editores, México 1990.
[18]
“El siglo XIX produjo un fenómeno desconocido en los anales de la civlización
occidental, una paz de cien años de 1815 a 1914. Aparte de la Guerra de Crimea,
un evento más o menos colonial, Inglaterra, Francia, Prusia, Austria, Italia y
Rusia solo guerrearon entre si 18 meses. Un cálculo de cifras comparables para
los dos siglos precedentes nos da un promedio de 60 a 70 años de grandes guerras
en cada uno”. Karl Polanyi, op. cit.
[19]
Larry Summers, “IMF Fourteenth Annual Research Conference in Honor of Stanley
Fischer”, Washington, DC - November 8, 2013.
[21]
Según un reciente informe de OXFAM: “El 82 % de la riqueza generada (en
2017) fue acaparada por el 1% más rico de la población global
mientras que 3,7 mil millones de personas que constituyen la mitad más pobre de
la población del planeta no incrementaron su riqueza”, OXFAM, “Richest 1 percent
bagged 82 percent of wealth created last year - poorest half of humanity got
nothing”, January 2018, www.oxfam.org.
[22]
La “cultura occidental” debe ser entendida como forma imperialista que se fue
forjando a través de un doble proceso de “normalización” interna (destrucción
de las culturas populares, del colectivismo campesino, etc. y de los
posteriores aplastamientos de las protestas e insurrecciones obreras) y del
genocidio colonial. En ese sentido la emancipación europea (sobre todo del
centro y del oeste) podría ser visualizada como
des-occidentalización.
[23] En
1938 nombró como Director de la Escuela Militar a Eberhardt Bohnstedt, general
Wehrmacht aunque al estallar la guerra mundial la presión estadounidense lo
obligó a cambiar de bando.
[24]
Curiosidades de los nuevos tiempos neofascistas, recientemente el primer
ministro nada menos que de Israel, Benjamin Netanyahu, trató de reducir la
culpabilidad genocida de Hitler lanzando la tesis de que el Holocausto no
figuraba entre la intenciones del Furer sino que el exterminio de judios habría
sido aconsejado por el Mufti y que el influenciable Hitler habría seguido al
pie de la letra esos consejos. De ese modo la derecha sionista llega hasta las
últimas consecuencias de su brutalidad ideológica buscando mejorar la imagen
hitleriana. “Netanyahu
dice que fue el muftí de Jerusalén quien sugirió a Hitler el Holocausto.
Aluvión de críticas al primer ministro por sus polémicas declaraciones sobre el
exterminio nazi, muchas desde el interior de Israel”, ABC
Internacional, 31/05/2016.
[25]
“La formación letona de la Waffen-SS fue creada en 1943 y estuvo integrada por
150.000 hombres que se enrolaron en las filas fascistas de manera voluntaria.
Entre algunas de las atrocidades que cometieron destaca la extinción casi total
de la población judía del país”. RT, “Marcha de veteranos de las Waffen SS en
Riga”, 16 de marzo de 2014.
[26]
"En el congreso del Frente Nacional en Lille este domingo (11 de marzo de
2018) Marine Le Pen, elegida por tercera vez presidenta del partido
xenófobo y antiinmigrantes propuso cambiar de nombre al partido. Quiere
rebautizarlo como “Rassemblement National”. La llama del logo, que es un calco
del logo del neofascismo italiano del Movimiento Social Italiano (MSI), será
conservada. Entre los invitados estaba Steve Bannon, ex asesor de Donald Trump,
que dijo a los militantes que “la historia está de nuestro lado y nos va a
llevar a la victoria”. El “rebranding¨ es una necesidad después de que el
FN perdió su liderazgo en la encuestas". María Laura Abignolo, "El
xenófobo Frente Nacional francés cambia de nombre y destituye a su
fundador", 11/03/2018 , Clarín , Buenos Aires.
[27]
Jeffrey Herf, “El modernismo reaccionario. Tecnología, política y cultura en
Weimar y el Tercer Reich”, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 1993.
[29] Michael
Greshko, , Laura Parker, and Brian Clark Howard, "A Running List of
How Trump Is Changing the Environment, National Geographic, March 23,
2018,
https://news.nationalgeographic.com/2017/03/how-trump-is-changing-science-environment/
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