viernes, 1 de mayo de 2015

Ciencias Naturales

El Hombre Como Primate

(Quinta Parte)


M.F. Niesturj


LOS LÓBULOS FRONTALES del cerebro (telencephalon-cerebrum) están desarrolla­dos y privados de la prominencia dirigida hacia delante y abajo, en forma del así llamado pico (rostrum) propio de los antropoides. Los surcos y circunvolu­ciones están muy desarrollados. Muchos surcos son de tercer orden. El surco de Silvio o lateral está expresado, el lóbulo central o ínsula se encuentra sobre el fondo de la fosa lateral. En los lóbulos frontal, temporal y parietal se tienen los centros del lenguaje. El lóbulo parietal es alto. Se nota el gran desarrollo del cuerpo calloso. Los haces de fibras que enlazan las diferentes porciones de la cor­teza están poderosamente desarrolladas; en medida considerable las vías ópticas se permutan del cerebro medio al neopalio o manto cerebral, es decir, a la corteza del hemisferio; los lóbulos olfatorio y el rinencéfalo están relativamente menos desarrollados. El cerebelo es más grande y con una estructura más compleja que en los antropoides. Las diferencias citoarquitectónicas están concentradas en el lóbulo frontal, en su porción motora grandemente desarrollada, en el lóbulo pa­rietal y algunas partes del lóbulo temporal; un desarrollo particular tuvieron las partes que regulan el movimiento de los dedos y de toda la extremidad supe­rior y también el trabajo del aparato vocal. Las grandes dimensiones y el alto desarrollo del cerebro destacan fuertemente al hombre entre los mamíferos.

Con todas sus diferencias de los antropoides, el hombre está con ellos en las relaciones del parentesco más estrecho. Todos los rasgos de semejanza en la es­tructura del cuerpo del hombre y los antropoides reciben su explicación, ante todo, en el hecho del surgimiento del hombre a partir del mono antropomorfo fósil.

En menor grado, el hombre descubre su semejanza también con los monos inferiores y otros primates a través de los cuales las líneas del parentesco se ex­tienden a los demás mamíferos.

Rasgos especiales de semejanza entre el hombre y los antropoides

Thomas Huxley (1864) estableció que aquellas diferencias en el nivel común de la organización corporal (excepto algunos rasgos de la especialización), que separan al gorila del hombre, no son tan grandes que aquellos que separan al gorila del mono inferior. La semejanza más cercana del hombre con los antropoi­des está confirmada por los datos más recientes, descubriéndose en cada sistema de los órganos y en su aspecto exterior.

Así, el encéfalo del hombre, con todas sus diferencias, tiene gran semejanza radical con el encéfalo de los grandes antropoides. A los rasgos de semejanza per­tenecen: las grandes dimensiones del encéfalo, los surcos muy fuertes y giros de la superficie cortical, la forma casi definitiva del surco de Silvio; la sumer­sión casi completa de la ínsula en la profundidad de la fosa de Silvio del cerebro; presencia del surco postcentral; el taponamiento del cerebelo con los lóbulos oc­cipitales (en los gibones está parcialmente abierto); la presencia en el hombre de la formación compleja de los surcos homólogos "al surco simio" (sulcus simiarum) de los antropoides y de la parte mayor de otros monos; en ésta se incluye, en el hombre, el surco lunar inconstante, entran los surcos transversales superior e inferior junto con el lateral sobre la superficie lateral del lóbulo occipital, el interparietal y parietooccipital (Blínkov, 1955). En la citoestructura de la corteza es donde existe la gran semejanza entre el cerebro del hombre y el de los antropoi­des. De acuerdo con el desarrollo muy elevado del cerebro, los antropoides, al juzgar por su conducta en las condiciones de experimento y la propiedad de usar convenientemente las herramientas, descubren una actividad nerviosa superior muy desarrollada, en la cual se puede señalar los rasgos de semejanza con el inte­lecto humano en una medida mayor que en otros mamíferos. El encéfalo humano, indudablemente, se desarrolló en el proceso de la antropogenia del cerebro del antropoide fósil — antepasado de los homínidos.

La semejanza entre el hombre y los monos es grande también en la estructu­ra de la actividad funcional de los órganos de los sentidos, es decir, en los analiza­dores. En el hombre, como en los antropoides, los haces de los nervios ópticos sufre la decusación mediana, debido a lo cual de ambas mitades izquierdas de los ojos las excitaciones se transmiten al hemisferio izquierdo, y de los derechos, al derecho. En el fondo de la retícula hay un lugar donde la vista es más aguda — la mancha amarilla con la fosa central. Como en los monos, la vista de los hom­bres es estereométrica o binocular y policromática. Ambos ojos pueden coordena­damente centralizarse en el objeto, por ejemplo, en la herramienta y verla mejor, y las manos con sus pulpejos táctiles digitales realizan la manipulación con la misma. El desarrollo progresivo de los órganos de la vista y el tacto en el curso de la evolución de los primates y la reducción del analizador olfatorio transcu­rrían en éstos en relación con la asimilación del modo de vida arbórico. Como los monos, el hombre tiene sólo tres conchas nasales, de las cuales la olfatoria, pro­piamente dicho, es la superior; de tal manera, para el hombre y los monos es característica la microsmaticidad (olfato escaso). El órgano del oído en los pri­mates sufrió modificaciones comparativamente menores. El cierto regreso del órgano del oído, relacionado con la inmovilidad del oído externo, es propio del hombre, gorila y orangután. Sin embargo, el pabellón de la oreja en el hombre se quedó bastante grande, posiblemente en relación con el surgimiento y aplica­ción del lenguaje sonoro y después el lenguaje articulado.


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