El Proletariado y la Máquina
Las Premisas
Objetivas del Humanismo Proletario
(Segunda
Parte)
Aníbal Ponce
Uno de los
elementos he dicho, y nada más. Porque Marx sabía demasiado bien, y lo
enunciaba a renglón seguido que bajo el régimen capitalista ese sistema de
educación es irrealizable (26). Las exigencias naturales de la gran industria
requieren, en efecto, el obrero de cultura general capaz de cambiar de
"profesiones; bajo el régimen capitalista, sin embargo, esas
"exigencias naturales" de la gran industria se deforman a un grado
tal que reaparece junto a la máquina el especialista ciego del tiempo de la
manufactura, condenado a perpetuidad a realizar un mismo movimiento. La
máquina, que es por esencia liberadora, acentúa bajo el capitalismo la
estrechez de las especialidades con el "idiotismo profesional" que
en poco tiempo crean.
Cómo pues entregar la máquina de la gran industria a sus
"exigencias naturales"? Cómo devolver al individuo mutilado por la especialidad,
su desarrollo completo, su sed de totalidad? Por la
conquista del poder político que será el resultado de la victoria proletaria. Sin el advenimiento del proletariado es
absolutamente irrealizable la unión de la teoría y
de la práctica, de la inteligencia y de la voluntad, de la cultura y del trabajo productivo: todo eso, en fin, que la
expresión "hombre completo" aspira a resumir en su poderosa
brevedad. "Más de una vez—escribía Lenin en 1923— nuestros adversarios han
afirmado que era una obra de insensatos la de querer implantar el comunismo en
un país de cultura tan insuficiente como el nuestro. Pero se han engañado por
completo en el sentido de que no hemos comenzado por el final, tal como sus
teorías de pedantes lo exigían, y que entre nosotros la revolución política y
social ha precedido a la revolución cultural frente a la cual nos encontramos
hoy" (27). Por el gobierno obrero a la cultura para todos: he ahí la segunda premisa del humanismo
proletario (28).
***
Dieciocho años
de revolución nos permiten ver con suficiente claridad los resultados precisos
de una obra cuyo aspecto cultural tiene para nuestro curso, particular
significado. Pero antes de entrar en ese asunto, que será motivo de la clase
próxima, conviene destacar ahora en qué medida la educación politécnica que
Marx proclamara ha resistido en la práctica a la prueba de los hechos. Para el
que visita una escuela de la Rusia Nueva —y añádase desde ahora a todo lo que
sigue el subrayado personal del hombre que lo ha visto— llama la atención en
ese primer término la íntima unión con la vida más concreta. Cada escuela está
relacionada siempre con una empresa, fábrica o Koljos, que la trata sobre un
plano de igualdad, le presta colaboración o le solicita su concurso"
(29). La teoría y la práctica no se limitan así a los problemas que podríamos
llamar de la enseñanza; esa teoría y esa práctica encerradas en las cuatro
paredes de una escuela con la que ya se dan por satisfechos los teóricos burgueses
de la llamada "escuela del trabajo": singular escuela —Arbeitsschule—
que Kerschensteiner inauguró desde el púlpito de una iglesia (30) y en la cual los
pedagogos juegan a los obreros como los marqueses de Luis XV jugaban a los
pastores. La teoría y la práctica, digo, no se reducen en la escuela del
Soviet, a la "colaboración" del conocimiento científico, de un lado,
y de la vida práctica, del otro. Colaboración todo lo estrecha que se quiera,
pero colaboración que presupone la independencia de los dos que participan. En
la escuela soviética —desde la más elemental hasta la Academia de Ciencias— la
técnica no es una actividad grosera y subalterna que la teoría de puro
generosa hospeda muchas veces en su casa. Lo que para nosotros se llaman ciencias
puras y ciencias aplicadas no son allí más que aspectos imposibles de separar o
distinguir. A punto tal que en la ciencia única del hombre y de la sociedad que
están formando, lo que para
nosotros sería aplicación para ellos es una forma del conocimiento en actitud
de milicia, una forma de la inteligencia con voluntad de transformación. La revolución
ha creado precisamente la atmósfera moral que hace del trabajo productivo una
función real de todo el mundo, y que por lo tanto sitúa al muchacho desde sus
comienzos en una sociedad cuyos destinos conoce, cuya suerte comparte, cuyos
sobresaltos le estremecen (31). Organo del proletariado para construir la sociedad
sin clases, como la otra es el instrumento de la burguesía para prolongar sus privilegios,
la escuela bajo los soviets ni disimula su carácter ni lo atenúa con engañifas.
Aspira a hacer de cada alumno un obrero consciente de la construcción
socialista, y le exige por eso junto a la moral de su clase, los deberes que la
sociedad que construye tiene en ese momento por más
indispensables. Y si en determinada época de la revolución —la primera, la más
dura, la más heroica— hubo en la escuela, como diríamos nosotros, un
"exceso' de valores técnicos, no
fue ni por estrechez ni por descuido: fue porque la técnica —de acuerdo a la
consigna famosa— es la que decide de todo en el período de la reconstrucción
(32).
Hegel vería en
ello cierta "astucia de la razón histórica", porque estos hombres que
crean tractores son hombres son hombres a quienes los tractores reeducan (33).
El trabajo ha perdido para ellos su traje de presidiario; y porque todos saben
que luchan por un bien que es común, el obrero no se contenta con poner las
máquinas en marcha y controlar las palancas de comando; es él mismo el que
aporta las mejoras en la organización, los perfeccionamientos en la técnica
(34). Lo que ocurre a diario entre los obreros de la burguesía sería para ellos
de una monstruosidad incomprensible. No hace mucho, por ejemplo, los obreros
portuarios de Argel y de Rouen consiguieron una victoria bien extraña. Después
de muchos meses de huelga obtuvieron que se retirara del trabajo una máquina
capaz de cargar o descargar en 24 horas, por procedimientos mecánicos
originales, 17,000 hectolitros de vino. En una sociedad en la cual la técnica
estuviera al servicio de los hombres, esa máquina representaría un gran avance,
y permitiría acortar casi enseguida la jornada de trabajo. Pero en una sociedad
en la cual los progresos de la ciencia se vuelven contra los hombres, ¿qué
tiene de extraño esa reacción del trabajador frente a las máquinas que sólo
traen para él más desocupación y más miseria? Y si eso ocurre en el campo
obrero, ¿quién no conoce también que llegan desde el otro extremo reclamaciones
parecidas? ¿Que Lord Melchet, por ejemplo, propietario del consorcio químico
mundial, ha pedido no hace mucho (1931-1933) la prohibición de todo nuevo
invento con el objeto de defender así los precios que su monopolio impone?
(35).
De un lado, pues, las máquinas torturando a los hombres; del otro,
regenerando su vida, despertando en los obreros capacidades que ignoraban.
Por esos obreros, en verdad, centenares de almas nobles descendieron,
en otros tiempos, desde sus privilegios, con la intención de elevarlos y educarlos. Pero esos
seres
generosos que "iban hacia el pueblo"
exponiendo muchas veces su libertad y su vida, no dejaban por eso de mirarlo
como un desdichado en tutela, como a un menos incapaz. Gestos inconscientes de
"caridad" los traicionaban en su prédica, y cada vez que
desparramaban sobre "el pueblo" sus puñados de cultura, algo había en
ellos del señor generoso que regala de tiempo en tiempo a sus parientes pobres,
la ropa usada y el calzado viejo. Cuando la clase obrera se puso de pie, más de
uno entre esos "amigos" le descubrió el fondo del alma (36). Pero a
su vez, el "eterno menor", el "desdichado en tutela", pudo
mostrar por vez primera en la historia del mundo algo que jamás se había
podido prever en toda su magnitud. Bastó, en efecto, que la revolución
desencadenara la fuerza creadora de las grandes masas para que la iniciativa de las masas mismas, bajo
las formas más insospechadas de la emulación socialista, apresurara a tal
extremo el ritmo del desarrollo que las condiciones de la revolución cultural
llegaron a transformarse (37). Movilizados por los soviets que al día siguiente
de la revolución confiaron la gestión directa de los asuntos públicos a
millones y millones de obreros y campesinos, las grandes masas se vieron
obligadas a organizar, a administrar y a dirigir. Bajo la vigilancia directa
de su vanguardia más consciente —el proletario de las usinas- la clase obrera
en su conjunto ha logrado formar en poco tiempo los equipos calificados que la
obra gigantesca necesita. "Cada cocinera —decía Lenin— debe aprender a manejar
el Estado" (38) y desde la base a la cumbre, en efecto, un movimiento
prodigioso contagió a todo un mundo su ritmo acelerado. Incorporadas
a la revolución y esclareciéndose con ella, las masas han aprendido en la lucha
a elevarse a sí mismas (39).
* * *
Paso a paso se
han ido formando con la revolución. En las diarias tareas de la granja o de la
fábrica —la granja de
todos, la fábrica de todos— la vida les imponía problemas a resolver, decisiones a tomar. Para lo
uno y lo otro era necesario estudiar. Y estudiando y viviendo al mismo tiempo,
aquel obrero obscuro que hasta 1917 no sabía leer es hoy nada menos que Kuznetzof, el director del
Instituto de Medicina de Tachekent; y esta antigua prostituta que bebió las
ignominias de la crápula hasta el fondo de la copa, es hoy la camarada
Korevanona que desde el Instituto para el niño de Sverdlovsk ha recomenzado la cuenta de
sus días; y este otro ex-muchacho vagabundo, ladrón casi siempre y criminal una
vez, es nada menos que Avdeenko, uno de los más grandes novelistas de la Rusia
roja. ¿Quién con más derechos que él pudo invocar en el VII Congreso de los
Soviets de la URSS la representación de esas masas liberadas por la revolución;
de esas masas que él mismo ha llamado "la raza eternamente triste, los
seres eternamente miserables"? Miserables y tristes, sí, hasta la
Revolución; porque ¿acaso podría hoy reconocerse a uno de esos desdichados en
esta confesión en que Avdeenko cuenta su vida renovada, con la embriaguez
gozosa que da a la Rusia actual, un colorido brillante, un regocijo triunfal?
"Sano y fuerte, sueño en construir como escritor una obra inolvidable.
Feliz, amo a la mujer con un amor que es nuevo. Dichoso de vivir, siento en mí
un coraje inquebrantable, y sólo la alegría de que habré de despertarme me
compensa la pena de dormir todos los días. Cien años he de vivir, blanquearán
mis cabellos, y yo seguiré siendo eternamente feliz, eternamente dichoso. Y
todo esto es a ti, Partido, educador, a quien lo debo. Puedo volar hasta la
luna si me place, viajar sobre el Artico, hacer descubrimientos, inventar
construcciones prodigiosas porque mi energía creadora no está oprimida por
ninguno. Como yo se cuentan por decenas de millares los hombres devueltos a la
vida. En Sverdlovsk, mi amigo Kola Nicolaief, un antiguo píllete, termina sus
estudios en el Instituto de Construcciones y aspira a construir una máquina notable.
Mi otro amigo Alexie Trikalof, va a egresar también del Instituto de Kief y
sueña pintar una tela nunca vista. Innumerables somos ingenieros, escritores,
aviadores, periodistas, ajustadores, mecánicos, electricistas, miembros del
gobierno, dueños de las ciudades, exploradores del Artico, sabios y todo esto
gracias a ti, educador" (40).
Jamás —y el adverbio tiene aquí matemática precisión— jamás ha surgido
del sueño de las masas una afirmación más completa de fe en la vida, de
confianza en sí mismas, de orgullo exultante en el poderío del hombre. Poderío,
en verdad, que Campanella contó hace varios siglos, que Leonardo reverenció en
el Tratado de la Pintura, que Galileo dignificó en el Diálogo de los máximos
sistemas; pero el hombre que los tres ayudaron a nacer, era el hombre mutilado
por la burguesía, el hombre que exige a millones de "monstruos sin
cabeza" que trabajen y sufran y se destrocen para él. El hombre que
anuncia, en cambio, este escritor que la Revolución ha reconstruido sobre las
ruinas de un ladrón, es el hombre que el proletariado está construyendo después
de aplastar el dominio de la burguesía como clase; es el hombre que sólo es
posible que surja después que se haya extirpado de raíz mediante la diaria
práctica de la revolución, la miseria moral de los hombres de presa; el hombre
que no podrá nacer, en fin, hasta que la inmensa mayoría de los hombres no
dejemos de vivir sobre la tierra ajena.
El 4 de mayo de este año, durante el acto de promoción de los alumnos
de las academias del Ejército Rojo, Stalin afirmó que para el comunismo
"el capital más precioso es el hombre" (41). Y porque es el jefe del
poder obrero quien lo dice, la palabra Hombre resuena por vez primera con un
timbre que hasta hoy no conocíamos. Lo que hasta ayer no era nada más que una
esperanza, ya es en la sexta parte del globo una realidad viviente. Sobre la
orilla al parecer inalcanzable, el robusto nadador ha puesto al fin su planta
Torpes son todavía los primeros pasos. Pero en lo alto lleva los brazos
desnudos.
Notas
[26] Marx, idem, t.III, págs.160-170.
[27] Kamenev, Ce
que Lenine a dit de l'Ecole Polythecnique et
de l'instituteur
sovietique, en l'Ecole dans l'Ü.E.S.S., pág. 14, Voks, Moscú, 1933.
[28] A pesar del tiempo reducido que el proletariado revolucionario tuvo
entre sus manos a la Comuna de París, la circular de Vaillante fechada el 17 de
mayo de 1871, indica a las claras que se proponía una reforma radical de la
enseñanza en que se unirían la cultura intelectual, la cultura física y la
enseñanza técnica. Ver La Comuna de París
Textes et Documents recueillis et Commentés
par Amedée Duboid, págs.27-28, edición de “L’Humanbité”, París, 1925.
[29] Para una idea de conjunto sobre la enseñanza
politécnica, aparte del número ya citado de Voks, sobre la escuela técnica en Rusia, ver Fkiedmann, Problèmes du Machinisme, págs. 24 y sig. Editions Sociales Internationales, París,
1933.
[30] En la iglesia de San Pedro de Zurich, el 12
de enero de 1908. Véase el carácter religioso y reaccionario de esa escuela en
el conocido libro de Kerschensteiner, Concepto
de la escuela del trabajo, traducción Luzuriaga, edición “La Lectura”,
Madrid, 1928.
[31] Aunque ya bastante atrasado, puede leerse
todavía con provecho el conocido libro de Pinkevi'cht, La nueva
educación en la Rusia Soviética,
traducción de Cansinos-Assens, editor Aguilar, Madrid, 1930. Digamos, entre
paréntesis, que la edición española ha sido antojadizamente mutilada.
[32] Recordando ese período, Manuilski escribe: "En el transcurso de esos años, los
músculos y los nervios del país estuvieron tensos como cables tirantes. Sólo
vivíamos para nuestras construcciones. Cuando pensábamos, pensábamos en la
cifra de aquellas construcciones; cuando hablábamos, sólo hablábamos de ellas;
cuando nos reuníamos, no había más tema de debate ni de discusión, que ellas;
cuando nos quedábamos dormidos, sólo soñábamos con ellas". El Triunfo del socialismo en la U.R.S.S.,
pág. 10, "Ediciones Sociales Internacionales", Barcelona, 1935.
[33] Véase como documento de un grandísimo valor
sicológico Los Hombres de Stalingrado, edición Europa-América,
Barcelona, 1935. Se trata de diez relatos escritos por diez obreros de la
fábrica de tractores de Stalingrado.
[34] La burguesía en sus momentos de prosperidad
intentó, mediante primas, estimular el espíritu inventivo del obrero: el
suggestion system, como dicen los yanquis. Fuera de algunos éxitos parciales
—ver Beller, L'Evolution de L'Industrie, pág.
207, editor Flammarion, París, 1014—, el suggestion system, no sólo desapareció
junto con la prosperidad sino que
se embotó mucho tiempo antes frente al espíritu de clase de los obreros.
[35]
A propósito de cómo el monopolio ha llegado poco a poco hasta contener
artificialmente el progreso técnico, ver LENIN, El Imperialismo, etapa
superior
del capitalismo, pág. 133, ediciones
Europa-América, París, 1930, sin nombre de traductor.
[36] Sobre Chernov y Petnchov, notorios
"populistas" rusos, ver las páginas agudas de Polonski, La literatura
rusa de la época revolucionaria, pág.
14, traducción de Nin, Editorial España, Madrid, 1932.
[37] Kurelia, La revolución
culturelle, pág. 31 "Bureau
d'Editions", París, 1931.
[38] Niourina, Femmes soviétiques, pág. 103, "Bureau d'Editions", París, 1934.
[39]
"La coincidencia del cambio de las circunstancias y de la actividad humana
no puede ser considerada y comprendida sino como práctica revolucionaria".
"La vida social es esencialmente práctica. Todos los misterios que
extravían la teoría en el escepticismo, encuentran su solución racional en la
actividad práctica humana y en la comprensión de esa sociedad". Engels, Ludwig Feuerhach et la fin de la philosophie classique, págs. 142 y 144,
edición "Les Revues", París, 1930.
[40]
[1] Avdeenko, Discurso como delegado del Ural en el VII Congreso de los Soviets de la U.B.8.S. en
"Commune", número 20, abril, 1935, pág. 829, París.
[41] Stalin, El capital
más precioso es el hombre, pág. 13, ediciones Europa-América, Barcelona, 1935. Con el título de "El humanismo soviético''',
el diario "Pravda", de Moscú, comentó en su editorial del 21 de junio
el discurso de Stalin a que hacemos referencia. Mostró con elocuencia el
contraste entre las declamaciones hipócritas del humanismo burgués y este otro
humanismo soviético que ha tomado a su cargo el hombre nuevo para asegurarle
cuanto antes, dijo: "una vida libre, inteligente y feliz".
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