miércoles, 1 de octubre de 2014

Páginas del Marxismo Latinoamericano

El Proletariado y la Máquina

Las Premisas Objetivas del Humanismo Proletario

(Segunda Parte)


Aníbal Ponce


Uno de los elementos he dicho, y nada más. Porque Marx sabía demasiado bien, y lo enunciaba a renglón se­guido que bajo el régimen capitalista ese sistema de educa­ción es irrealizable (26). Las exigencias naturales de la gran industria requieren, en efecto, el obrero de cultura general capaz de cambiar de "profesiones; bajo el régimen capitalista, sin embargo, esas "exigencias naturales" de la gran indus­tria se deforman a un grado tal que reaparece junto a la máquina el especialista ciego del tiempo de la manufactura, condenado a perpetuidad a realizar un mismo movimiento. La máquina, que es por esencia liberadora, acentúa bajo el capitalismo la estrechez de las especialidades con el "idiotis­mo profesional" que en poco tiempo crean.

Cómo pues entregar la máquina de la gran industria a sus "exigencias naturales"? Cómo devolver al individuo mu­tilado por la especialidad, su desarrollo completo, su sed de totalidad? Por la conquista del poder político que será el re­sultado de la victoria proletaria. Sin el advenimiento del pro­letariado es absolutamente irrealizable la unión de la teoría y de la práctica, de la inteligencia y de la voluntad, de la cultura y del trabajo productivo: todo eso, en fin, que la expresión "hombre completo" aspira a resumir en su pode­rosa brevedad. "Más de una vez—escribía Lenin en 1923— nuestros adversarios han afirmado que era una obra de in­sensatos la de querer implantar el comunismo en un país de cultura tan insuficiente como el nuestro. Pero se han en­gañado por completo en el sentido de que no hemos comen­zado por el final, tal como sus teorías de pedantes lo exigían, y que entre nosotros la revolución política y social ha pre­cedido a la revolución cultural frente a la cual nos encon­tramos hoy" (27). Por el gobierno obrero a la cultura para todos: he ahí la segunda premisa del humanismo proletario (28).
                                 ***

       Dieciocho años de revolución nos permiten ver con sufi­ciente claridad los resultados precisos de una obra cuyo as­pecto cultural tiene para nuestro curso, particular significado. Pero antes de entrar en ese asunto, que será motivo de la clase próxima, conviene destacar ahora en qué medida la educación politécnica que Marx proclamara ha resistido en la práctica a la prueba de los hechos. Para el que visita una escuela de la Rusia Nueva —y añádase desde ahora a todo lo que sigue el subrayado personal del hombre que lo ha visto— llama la atención en ese primer término la íntima unión con la vida más concreta. Cada escuela está relacio­nada siempre con una empresa, fábrica o Koljos, que la trata sobre un plano de igualdad, le presta colaboración o le so­licita su concurso" (29). La teoría y la práctica no se limitan así a los problemas que podríamos llamar de la enseñanza; esa teoría y esa práctica encerradas en las cuatro paredes de una escuela con la que ya se dan por satisfechos los teóricos bur­gueses de la llamada "escuela del trabajo": singular escuela —Arbeitsschule— que Kerschensteiner inauguró desde el púl­pito de una iglesia (30) y en la cual los pedagogos juegan a los obreros como los marqueses de Luis XV jugaban a los pastores. La teoría y la práctica, digo, no se reducen en la escuela del Soviet, a la "colaboración" del conocimiento cien­tífico, de un lado, y de la vida práctica, del otro. Colabo­ración todo lo estrecha que se quiera, pero colaboración que presupone la independencia de los dos que participan. En la escuela soviética —desde la más elemental hasta la Academia de Ciencias— la técnica no es una actividad grosera y subal­terna que la teoría de puro generosa hospeda muchas veces en su casa. Lo que para nosotros se llaman ciencias puras y ciencias aplicadas no son allí más que aspectos imposibles de separar o distinguir. A punto tal que en la ciencia única del hombre y de la sociedad que están formando, lo que para nosotros sería aplicación para ellos es una forma del conoci­miento en actitud de milicia, una forma de la inteligencia con voluntad de transformación. La revolución ha creado preci­samente la atmósfera moral que hace del trabajo productivo una función real de todo el mundo, y que por lo tanto sitúa al muchacho desde sus comienzos en una sociedad cuyos des­tinos conoce, cuya suerte comparte, cuyos sobresaltos le es­tremecen (31). Organo del proletariado para construir la so­ciedad sin clases, como la otra es el instrumento de la bur­guesía para prolongar sus privilegios, la escuela bajo los soviets ni disimula su carácter ni lo atenúa con engañifas. Aspira a hacer de cada alumno un obrero consciente de la construcción socialista, y le exige por eso junto a la moral de su clase, los deberes que la sociedad que construye tiene en ese mo­mento por más indispensables. Y si en determinada época de la revolución —la primera, la más dura, la más heroica— hubo en la escuela, como diríamos nosotros, un "exceso'  de valores técnicos, no fue ni por estrechez ni por descuido: fue porque la técnica —de acuerdo a la consigna famosa— es la que decide de todo en el período de la reconstrucción (32).

Hegel vería en ello cierta "astucia de la razón histórica", porque estos hombres que crean tractores son hombres son hombres a quie­nes los tractores reeducan (33). El trabajo ha perdido para ellos su traje de presidiario; y porque todos saben que luchan por un bien que es común, el obrero no se contenta con poner las máquinas en marcha y controlar las palancas de comando; es él mismo el que aporta las mejoras en la organización, los perfeccionamientos en la técnica (34). Lo que ocurre a diario entre los obreros de la burguesía sería para ellos de una mons­truosidad incomprensible. No hace mucho, por ejemplo, los obreros portuarios de Argel y de Rouen consiguieron una victoria bien extraña. Después de muchos meses de huelga obtuvieron que se retirara del trabajo una máquina capaz de cargar o descargar en 24 horas, por procedimientos mecánicos originales, 17,000 hectolitros de vino. En una sociedad en la cual la técnica estuviera al servicio de los hombres, esa máquina representaría un gran avance, y permitiría acortar casi enseguida la jornada de trabajo. Pero en una sociedad en la cual los progresos de la ciencia se vuelven contra los hombres, ¿qué tiene de extraño esa reacción del trabajador frente a las máquinas que sólo traen para él más desocupa­ción y más miseria? Y si eso ocurre en el campo obrero, ¿quién no conoce también que llegan desde el otro extremo recla­maciones parecidas? ¿Que Lord Melchet, por ejemplo, pro­pietario del consorcio químico mundial, ha pedido no hace mucho (1931-1933) la prohibición de todo nuevo invento con el objeto de defender así los precios que su monopolio impone? (35).

De un lado, pues, las máquinas torturando a los hombres; del otro, regenerando su vida, despertando en los obreros capacidades que ignoraban.

Por esos obreros, en verdad, centenares de almas nobles descendieron, en otros tiempos, desde sus privilegios, con la intención de elevarlos y educarlos. Pero esos seres generosos que "iban hacia el pueblo" exponiendo muchas veces su libertad y su vida, no dejaban por eso de mirarlo como un desdichado en tutela, como a un menos incapaz. Gestos inconscientes de "caridad" los traicionaban en su pré­dica, y cada vez que desparramaban sobre "el pueblo" sus puñados de cultura, algo había en ellos del señor generoso que regala de tiempo en tiempo a sus parientes pobres, la ropa usada y el calzado viejo. Cuando la clase obrera se puso de pie, más de uno entre esos "amigos" le descubrió el fondo del alma (36). Pero a su vez, el "eterno menor", el "des­dichado en tutela", pudo mostrar por vez primera en la his­toria del mundo algo que jamás se había podido prever en toda su magnitud. Bastó, en efecto, que la revolución desen­cadenara la fuerza creadora de las grandes masas para que la iniciativa de las masas mismas, bajo las formas más insospechadas de la emulación socialista, apresurara a tal extremo el ritmo del desarrollo que las condiciones de la revolución cultural llegaron a transformarse (37). Movilizados por los soviets que al día siguiente de la revolución confiaron la gestión di­recta de los asuntos públicos a millones y millones de obreros y campesinos, las grandes masas se vieron obligadas a orga­nizar, a administrar y a dirigir. Bajo la vigilancia directa de su vanguardia más consciente —el proletario de las usinas- la clase obrera en su conjunto ha logrado formar en poco tiempo los equipos calificados que la obra gigantesca nece­sita. "Cada cocinera —decía Lenin— debe aprender a ma­nejar el Estado" (38) y desde la base a la cumbre, en efecto, un movimiento prodigioso contagió a todo un mundo su ritmo acelerado. Incorporadas a la revolución y esclareciéndose con ella, las masas han aprendido en la lucha a elevarse a sí mismas (39).

* * *

Paso a paso se han ido formando con la revolución. En las diarias tareas de la granja o de la fábrica la granja de todos, la fábrica de todosla vida les imponía problemas a resolver, decisiones a tomar. Para lo uno y lo otro era necesario estudiar. Y estudiando y viviendo al mismo tiempo, aquel obrero obscuro que hasta 1917 no sabía leer es hoy nada menos que Kuznetzof, el director del Instituto de Medicina de Tachekent; y esta antigua prostituta que bebió las ignominias de la crápula hasta el fondo de la copa, es hoy la camarada Korevanona que desde el Instituto para el niño de Sverdlovsk ha recomenzado la cuenta de sus días; y este otro ex-muchacho vagabundo, ladrón casi siempre y criminal una vez, es nada menos que Avdeenko, uno de los más grandes no­velistas de la Rusia roja. ¿Quién con más derechos que él pudo invocar en el VII Congreso de los Soviets de la URSS la representación de esas masas liberadas por la revolución; de esas masas que él mismo ha llamado "la raza eternamente triste, los seres eternamente miserables"? Miserables y tristes, sí, hasta la Revolución; porque ¿acaso podría hoy recono­cerse a uno de esos desdichados en esta confesión en que Avdeenko cuenta su vida renovada, con la embriaguez gozosa que da a la Rusia actual, un colorido brillante, un regocijo triunfal? "Sano y fuerte, sueño en construir como escritor una obra inolvidable. Feliz, amo a la mujer con un amor que es nuevo. Dichoso de vivir, siento en mí un coraje in­quebrantable, y sólo la alegría de que habré de despertarme me compensa la pena de dormir todos los días. Cien años he de vivir, blanquearán mis cabellos, y yo seguiré siendo eternamente feliz, eternamente dichoso. Y todo esto es a ti, Partido, educador, a quien lo debo. Puedo volar hasta la luna si me place, viajar sobre el Artico, hacer descubrimientos, inventar construcciones prodigiosas porque mi energía creado­ra no está oprimida por ninguno. Como yo se cuentan por decenas de millares los hombres devueltos a la vida. En Sverdlovsk, mi amigo Kola Nicolaief, un antiguo píllete, ter­mina sus estudios en el Instituto de Construcciones y aspira a construir una máquina notable. Mi otro amigo Alexie Trikalof, va a egresar también del Instituto de Kief y sueña pintar una tela nunca vista. Innumerables somos ingenieros, escritores, aviadores, periodistas, ajustadores, mecánicos, elec­tricistas, miembros del gobierno, dueños de las ciudades, ex­ploradores del Artico, sabios y todo esto gracias a ti, edu­cador" (40).

Jamás —y el adverbio tiene aquí matemática precisión— jamás ha surgido del sueño de las masas una afirmación más completa de fe en la vida, de confianza en sí mismas, de orgullo exultante en el poderío del hombre. Poderío, en verdad, que Campanella contó hace varios siglos, que Leo­nardo reverenció en el Tratado de la Pintura, que Galileo dignificó en el Diálogo de los máximos sistemas; pero el hombre que los tres ayudaron a nacer, era el hombre muti­lado por la burguesía, el hombre que exige a millones de "monstruos sin cabeza" que trabajen y sufran y se destrocen para él. El hombre que anuncia, en cambio, este escritor que la Revolución ha reconstruido sobre las ruinas de un ladrón, es el hombre que el proletariado está construyendo después de aplastar el dominio de la burguesía como clase; es el hombre que sólo es posible que surja después que se haya extirpado de raíz mediante la diaria práctica de la revolución, la miseria moral de los hombres de presa; el hombre que no podrá nacer, en fin, hasta que la inmensa mayoría de los hombres no dejemos de vivir sobre la tierra ajena.

El 4 de mayo de este año, durante el acto de promoción de los alumnos de las academias del Ejército Rojo, Stalin afirmó que para el comunismo "el capital más precioso es el hombre" (41). Y porque es el jefe del poder obrero quien lo dice, la palabra Hombre resuena por vez primera con un timbre que hasta hoy no conocíamos. Lo que hasta ayer no era nada más que una esperanza, ya es en la sexta parte del globo una realidad viviente. Sobre la orilla al parecer inal­canzable, el robusto nadador ha puesto al fin su planta Torpes son todavía los primeros pasos. Pero en lo alto lleva los brazos desnudos.

Notas
[26] Marx, idem, t.III, págs.160-170.
[27] Kamenev, Ce que Lenine a dit de l'Ecole Polythecnique et de l'instituteur sovietique, en l'Ecole dans l'Ü.E.S.S., pág. 14, Voks, Moscú, 1933.
[28] A pesar del tiempo reducido que el proletariado revolucionario tuvo entre sus manos a la Comuna de París, la circular de Vaillante fechada el 17 de mayo de 1871, indica a las claras que se proponía una reforma radical de la enseñanza en que se unirían la cultura intelectual, la cultura física y la enseñanza técnica. Ver La Comuna de París Textes et Documents recueillis et Commentés par Amedée Duboid, págs.27-28, edición de “L’Humanbité”, París, 1925.
[29] Para una idea de conjunto sobre la enseñanza politécnica, aparte del número ya citado de Voks, sobre la escuela técnica en Rusia, ver Fkiedmann, Problèmes du Machinisme, págs. 24 y sig. Editions Sociales Internationales, París, 1933.
[30] En la iglesia de San Pedro de Zurich, el 12 de enero de 1908. Véase el carácter religioso y reaccionario de esa escuela en el conocido libro de Kerschensteiner, Concepto de la escuela del trabajo, traducción Luzuriaga, edición “La Lectura”, Madrid, 1928.
[31] Aunque ya bastante atrasado, puede leerse todavía con provecho el conocido libro de Pinkevi'cht, La nueva educación en la Rusia So­viética, traducción de Cansinos-Assens, editor Aguilar, Madrid, 1930. Digamos, entre paréntesis, que la edición española ha sido antojadizamente mutilada.
[32] Recordando ese período, Manuilski escribe: "En el transcurso de esos años, los músculos y los nervios del país estuvieron tensos como cables tirantes. Sólo vivíamos para nuestras construcciones. Cuando pen­sábamos, pensábamos en la cifra de aquellas construcciones; cuando hablábamos, sólo hablábamos de ellas; cuando nos reuníamos, no había más tema de debate ni de discusión, que ellas; cuando nos quedábamos dormidos, sólo soñábamos con ellas". El Triunfo del socialismo en la U.R.S.S., pág. 10, "Ediciones Sociales Internacionales", Barcelona, 1935.
[33] Véase como documento de un grandísimo valor sicológico Los Hombres de Stalingrado, edición Europa-América, Barcelona, 1935. Se trata de diez relatos escritos por diez obreros de la fábrica de tractores de Stalingrado.
[34] La burguesía en sus momentos de prosperidad intentó, mediante primas, estimular el espíritu inventivo del obrero: el suggestion system, como dicen los yanquis. Fuera de algunos éxitos parciales —ver Beller, L'Evolution de L'Industrie, pág. 207, editor Flammarion, París, 1014—, el suggestion system, no sólo desapareció junto con la prosperidad sino que se embotó mucho tiempo antes frente al espíritu de clase de los obreros.
[35] A propósito de cómo el monopolio ha llegado poco a poco hasta contener artificialmente el progreso técnico, ver LENIN, El Imperialismo, etapa­ superior del capitalismo, pág. 133, ediciones Europa-América, París, 1930, sin nombre de traductor.
[36] Sobre Chernov y Petnchov, notorios "populistas" rusos, ver las pá­ginas agudas de Polonski, La literatura rusa de la época revolucionaria, pág. 14, traducción de Nin, Editorial España, Madrid, 1932.
[37] Kurelia, La revolución culturelle, pág. 31 "Bureau d'Editions", París, 1931.
[38] Niourina, Femmes soviétiques, pág. 103, "Bureau d'Editions", París, 1934.
[39] "La coincidencia del cambio de las circunstancias y de la actividad humana no puede ser considerada y comprendida sino como práctica revolu­cionaria". "La vida social es esencialmente práctica. Todos los misterios que extravían la teoría en el escepticismo, encuentran su solución racional en la actividad práctica humana y en la comprensión de esa sociedad". Engels, Ludwig Feuerhach et la fin de la philosophie classique, págs. 142 y 144, edición "Les Revues", París, 1930.
[40] [1] Avdeenko, Discurso como delegado del Ural en el VII Congreso de los Soviets de la U.B.8.S. en "Commune", número 20, abril, 1935, pág. 829, París.
[41] Stalin, El capital más precioso es el hombre, pág. 13, ediciones Europa-América, Barcelona, 1935. Con el título de "El humanismo sovié­tico''', el diario "Pravda", de Moscú, comentó en su editorial del 21 de junio el discurso de Stalin a que hacemos referencia. Mostró con elocuencia el contraste entre las declamaciones hipócritas del humanismo burgués y este otro humanismo soviético que ha tomado a su cargo el hombre nuevo para asegurarle cuanto antes, dijo: "una vida libre, inteligente y feliz".

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