Nota:
Publicamos a continuación una nota de Telesur que da cuenta de una carta enviada por el presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Nicolás Maduro, a la OPEP, en la que denuncia la agresión que sufre su país por parte del gran matón global, Estados Unidos. Maduro defiende la soberanía de Venezuela y su derecho a mantener el control sobre sus recursos naturales. El día sábado 29 de noviembre el presidente de Estados Unidos, D. Trump, ordenó el cierre del espacio aéreo venezolano, sin estar facultado para ello por el derecho internacional, razón por la cual la alerta de agresión militar del imperialismo estadounidense contra Venezuela ha subido al máximo. Creación Heroica se manifiesta sin dudas de ninguna índole en defensa de Venezuela, que equivale a la defensa de la patria grande y de la humanidad.
Comité de redacción.
01.12.2025.
Venezuela Denuncia Ante la OPEP que EE.UU. Pretende Apoderarse de su Petróleo
El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, mediante una misiva denunció que el despliegue militar de Estados Unidos en el Caribe está orientado al objetivo de “apoderarse de las vastas reservas de petróleo de Venezuela, la más grande del planeta, por medio del uso de la fuerza militar letal”. La denuncia sucedió durante la 192ª reunión del Comité Ministerial de la OPEP y la OPEP+, y está dirigida al Secretario General de la organización petrolera, Haitham Al Ghais.
La vicepresidenta ejecutiva y ministra de Hidrocarburos, Delcy Rodríguez, leyó en el foro una carta del mandatario en la que subrayó las “crecientes e ilegales amenazas del gobierno estadounidense contra la República Bolivariana”. Maduro alertó que la campaña de hostigamiento iniciada por el presidente Donald Trump desde mediados de agosto representa un peligro claro para “la paz, seguridad y estabilidad regional e internacional”, especialmente en materia de energía.
En su misiva, el jefe de Estado detalló que el despliegue incluye “más de 14 buques de guerra y 15 mil efectivos”, sumado a “más de 20 bombardeos contra pequeñas embarcaciones que derivaron en el asesinato extrajudicial de más de 80 personas”. Denunció que las amenazas reiteradas de “uso de la fuerza” violan de forma flagrante la Carta de las Naciones Unidas y el Derecho Internacional”.
El presidente venezolano hizo un llamado a los países miembros de la OPEP y OPEP+ a considerar las consecuencias de intervenciones militares similares en otras naciones petroleras, citando los casos de Iraq y Libia. Advirtió que la pretensión estadounidense pone en “grave peligro la estabilidad de la producción petrolera venezolana y el mercado mundial”.
Maduro reafirmó la postura de su
gobierno de defender los recursos naturales energéticos y rechazar “cualquier
tipo de chantaje o amenaza”, concluyendo con la frase: “¡Nada nos detendrá!
¡Seguiremos siendo libres y soberanos!”. Asimismo, solicitó que su carta sea
distribuida entre los países miembros y convocó a una “unión productiva
soberana, sin perturbaciones externas”.
Fuente: Telesur
Latinoamérica en Llamas: la Guerra Silenciosa por su Conciencia Política
LA DISPUTA CENTRAL del siglo XXI en América Latina no es solo económica ni electoral: es espiritual. La región atraviesa una mutación religiosa que reconfigura el poder político y redefine quién decide el rumbo social del continente.
Durante medio milenio, la identidad latinoamericana se sostuvo sobre la arquitectura del catolicismo. Pero hoy ese edificio cruje. El retroceso de la Iglesia no es un simple declive institucional: es el derrumbe de un horizonte cultural que ya no logra ordenar el sentido colectivo.
Mientras el Vaticano osciló entre modernizarse y atrincherarse, terminó dejando un vacío que nunca supo administrar. La ofensiva contra la Teología de la Liberación —una doctrina que había devuelto la política a los pobres— abrió la puerta a nuevas corrientes religiosas más alineadas con la agenda conservadora global.
Los datos son elocuentes: en una región donde casi todos crecieron bajo el rito católico, una porción creciente migra hacia espacios evangélicos que ofrecen menos tradición y más emocionalidad; menos estructura y más pertenencia. El catolicismo se burocratizó, los seminarios se vaciaron y la liturgia institucional perdió impulso frente a grupos que prometen transformación inmediata.
Ese hueco fue ocupado por iglesias evangélicas de estilo empresarial, con expansión veloz y un discurso perfectamente adaptado al clima neoliberal. Su combustible ideológico es una doctrina que convierte la acumulación material en un sello de bendición divina, un sistema que desplaza la solidaridad por la competencia y que categoriza la pobreza como una falla personal antes que como una injusticia estructural.
Este marco teológico encaja sin fricción en la maquinaria de las nuevas derechas. No es fe inocua: es arquitectura de poder. Muchos líderes religiosos participan directamente en política, administran recursos considerables y manejan redes de contención emocional en barrios que el Estado abandonó. Desde allí empujan una agenda regresiva en derechos sociales, género, educación y libertad cultural.
Mientras tanto, el catolicismo —que alguna vez administró hegemonía— apenas logra articularse como un contrapeso ético. Habla desde afuera, mientras los nuevos pastores legislan desde adentro.
El catolicismo carga una paradoja histórica: predica solidaridad, pero durante décadas avaló proyectos que la negaban. Esa fractura —entre doctrina social y conducta política— es una herida que arrastra desde el siglo XIX. La incapacidad de sus élites para sostener una posición firme ante los autoritarismos, el neoliberalismo radical o la desigualdad estructural debilitó su credibilidad.
Esa contradicción estalló cuando sectores de derecha comenzaron a atacar no solo las banderas sociales de la Iglesia, sino al propio Papa. Cuando se transformó en blanco de la furia libertaria, el catolicismo volvió —tarde, pero volvió— a abrazar la defensa de los excluidos. Surgieron curas que, lejos de la indiferencia institucional, se plantaron para exigir coherencia moral y denunciar la desigualdad como pecado público.
Con la llegada de un sucesor que promete retomar el espíritu renovador del Concilio Vaticano II, el mundo católico intenta reconstruirse. Pero enfrenta una batalla doble: reorganizar su propia casa y recuperar a fieles desencantados —muchos de los cuales votan en contra de la justicia social que la Iglesia dice defender.
Lo que avanza no es un fenómeno religioso, sino un cambio estructural en la arquitectura política de América Latina. Mientras el catolicismo se ve obligado a actuar como un “contrapoder moral”, los movimientos evangélicos condicionan gobiernos, moldean culturas públicas y operan con eficacia electoral.
La pregunta de fondo es quién captura el corazón político de la región. Porque no se discute solo teología: se discute el modelo de desarrollo, la idea de igualdad, la legitimidad del Estado y la concepción misma de justicia.
Si la Iglesia no logra recuperar su vínculo con los sectores populares y reconstruir una narrativa ética que dialogue con sus propias bases, la ola conservadora seguirá expandiéndose hasta fijar un orden que naturaliza la desigualdad y santifica el ajuste.
La identidad latinoamericana está en un cruce de caminos. O reconstruye un proyecto de comunidad organizada —donde el Estado proteja a los últimos y no a los primeros— o quedará atrapada en un modelo que convierte al desigual en culpable y al privilegiado en elegido.
Lo que está en
juego es el alma social de la región. Y esa batalla, aunque silenciosa, ya está
en marcha.
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