Una Lectura de «Los nueve monstruos»
Julio Carmona
ESTA ACCIÓN LECTORA ya la he
ejercido sobre los dos primeros libros de César Vallejo: Los heraldos negros
y Trilce, lectura que llegué a publicar, al cumplirse los respectivos
centenarios de sus primeras ediciones: 1919-2019 y 1922-2022, bajo el título de
Vallejo para no iniciados 1 y 2. Con la lectura de «Los nueve
monstruos», que ahora doy a conocer, quiero indicar que ya he concluido de
hacer lo mismo con todo el libro que lo contiene, Poemas humanos. Y no
quisiera esperar, para editar esta tercera lectura, hasta el centenario de su
primera edición (1939-2039). Pero no lo hago antes, aunque quisiera y pudiera,
por una razón archisabida: que la mayor parte de los ejemplares de los dos Vallejo
para no iniciados, ocupan gran parte de los estantes, además de varios
cajones, en el estudio de mi hogar, agregar otra cantidad de libros similar a
la ya mencionada, sería una monstruosidad o, para decirlo con verso
genial de Vallejo: «¡Cómo, hermanos humanos, / no deciros que ya no puedo y /
ya no puedo con tánto cajón!»
Y como tampoco
debo excederme más en este introito, como es de estilo, presento, primero, el
poema, para luego proceder a su interpretación.
I, desgraciadamente,
el dolor crece en el mundo a cada rato,
crece a treinta minutos por segundo, paso a paso,
y la naturaleza del dolor, es el dolor dos veces
y la condición del martirio, carnívora, voraz,
es el dolor dos veces
y la función de la yerba purísima, el dolor
dos veces
y el bien de sér, dolernos doblemente.
Jamás, hombres humanos,
hubo tánto dolor en el pecho, en la solapa, en la
cartera,
en el vaso, en la carnicería, en la aritmética!
Jamás tánto cariño doloroso,
jamás tan cerca arremetió lo lejos,
jamás el fuego nunca
jugó mejor su rol de frío muerto!
Jamás, señor ministro de salud, fue la salud
más mortal
y la migraña extrajo tánta frente de la frente!
Y el mueble tuvo en su cajón, dolor,
el corazón, en su cajón, dolor,
la lagartija, en su cajón, dolor.
Crece la desdicha, hermanos hombres,
más pronto que la máquina, a diez máquinas, y crece
con la res de Rousseau, con nuestras barbas;
crece el mal por razones que ignoramos
y es una inundación con propios líquidos,
con propio barro y propia nube sólida!
Invierte el sufrimiento posiciones, da función
en que el humor acuoso es vertical
al pavimento,
el ojo es visto y esta oreja oída,
y esta oreja da nueve campanadas a la hora
del rayo, y nueve carcajadas
a la hora del trigo, y nueve sones hembras
a la hora del llanto, y nueve cánticos
a la hora del hambre y nueve truenos
y nueve látigos, menos un grito.
El dolor nos agarra, hermanos hombres,
por detrás, de perfil,
y nos aloca en los cinemas,
nos clava en los gramófonos,
nos desclava en los lechos, cae perpendicularmente
a nuestros boletos, a nuestras cartas;
y es muy grave sufrir, puede uno orar...
Pues de resultas
del dolor, hay algunos
que nacen, otros crecen, otros mueren,
y otros que nacen y no mueren, otros
que sin haber nacido, mueren, y otros
que no nacen ni mueren (son los más)
Y también de resultas
del sufrimiento, estoy triste
hasta la cabeza, y más triste hasta el tobillo,
de ver al pan, crucificado, al nabo,
ensangrentado,
llorando, a la cebolla,
al cereal, en general, harina,
a la sal, hecha polvo, al agua, huyendo,
al vino, un ecce-homo,
tan pálida a la nieve, al sol tan ardio!
¡Cómo, hermanos humanos,
no deciros que ya no puedo y
ya no puedo con tánto cajón,
tánto minuto, tánta
lagartija y tánta
inversión, tánto lejos y tánta sed de sed!
Señor Ministro de Salud: ¿qué hacer?
¡Ah! desgraciadamente, hombres humanos,
hay, hermanos, muchísimo que hacer!
Introducción
Alberto
Escobar explica el título de este poema de la siguiente forma: «El rasgo que me
parece más saltante procede del desacuerdo que transparenta el texto, entre su
fuente que remonta a la Biblia, pues los nueve monstruos se nos figuran una
versión actualizada de las “nueve plagas”, y la definición contemporánea de las
situaciones y coyunturas en las que el dolor sorprende a los “hermanos
hombres”» (1973: 266-267). Y es atendible la propuesta del maestro Escobar,
aunque —creo yo— le faltó identificar en el poema a esos mencionados (mas no
explicitados) nueve monstruos. Para
ello pienso que es preciso ponerse de acuerdo en los límites perceptivos de la
palabra «monstruo» y de sus derivados monstruoso
y monstruosidad. En tal sentido, destaco las siguientes acepciones del
DRAE, primero, de monstruo: a.
Producción contra el orden regular de la naturaleza. b. Cosa excesivamente
grande o extraordinaria en cualquier línea. c. Persona o cosa muy fea. d.
Persona muy cruel y perversa. Y, segundo, de monstruosidad: Desorden grave en la proporción que deben tener las
cosas, según lo natural o regular.
Leídas las acepciones del DRAE, yo,
particularmente, opto por las dos primeras de ambos vocablos: como algo que ha
crecido de manera excesiva, desordenada según lo natural o regular. Y esto se pone de manifiesto con el
crecimiento descomunal del dolor (que
vendría a ser el monstruo primero) el mismo que, a su vez, ocupa todo el
espacio, y su aparición en el poema la hace en un tiempo también exagerado (el monstruo segundo); y en el
ámbito de esos dos monstruos (espacio y tiempo) están los «hombres humanos» o,
en una palabra, la humanidad también
agigantada en sus proporciones y problemas (el monstruo tercero), hasta
el extremo de existir dentro de ella otros hombres que no son humanos, lo cual hace ver que no
es redundante diferenciar a estos de los «hombres humanos»; y la causa de ese dolor (espacio y tiempo y humanidad, desequilibrados) es la enfermedad que se sintetiza en una salud monstruosa (monstruo cuarto); luego, se describe a la sociedad o sistema capitalista imperante
(monstruo quinto) como organización de hermanos en lucha de contrarios, y en la que contienden los otros
ocho monstruos que la apabullan (menos un grito:
el 0 —el cero, que va después del nueve— o propuesta gráfica de la boca que
grita en el vacío, en la nada). Y después viene el hombre individuo (monstruo
sexto), siempre hermanado, pero como lobo de sí mismo: el hombre como
agente del mal y el hombre como su paciente, es decir, todos: el mismo «todos» del poema «Piedra negra sobre una piedra
blanca» en el que se puede interpretar: que son los opresores (con el palo) y
los oprimidos (con la soga) que le pegan al locutor poético de dicho poema. Y
toda la tecnología (monstruo
sétimo): cinemas, gramófonos, lechos, boletos, cartas: todas las cosas que
crecen desmesuradamente. Y como resultado de todo eso: la vida/muerte desquiciada (monstruo
octavo). Y, por último, la naturaleza
(monstruo noveno) que ha sido desnaturalizada, llevada al extremo de
verla convertida como enemiga del hombre, pues «… también de resultas / del
sufrimiento, estoy triste / hasta la cabeza, y más triste hasta el tobillo, /
de ver al pan, crucificado, al nabo, / ensangrentado, / llorando a la cebolla, / al cereal, en general, harina,
/ a la sal, hecha polvo, al agua, huyendo, / al vino, un ecce homo, / tan pálida a la nieve, al sol tan ardio!»
He ahí «Los nueve monstruos» latentes en el poema.
Interpretación
del poema «Los nueve monstruos»
I, desgraciadamente,
el dolor crece en el mundo a cada rato,
crece a treinta minutos por segundo, paso a paso,
(1)
y la
naturaleza del dolor, es el dolor dos veces
y la
condición del martirio, carnívora, voraz,
es el dolor
dos veces
y la
función de la yerba purísima, el dolor
dos veces
y el bien
de sér, dolernos doblemente. (2)
(1) «I, desgraciadamente, / el dolor crece en el mundo a cada rato, / crece a treinta minutos por segundo, paso a paso». Obsérvese, en primer lugar, el cambio de la «Y» por la «I» en el inicio del primer verso [aquí es pertinente referirse a las propuestas de don Manuel González Prada y Andrés Bello que sugerían cambiar en ciertas palabras la «g» por la «j», y también la «y griega» por la «i latina»; de esto último puede tratarse en este caso; también hay esta otra interpretación de Ricardo González Vigil, que dice: «Respetamos (¿) que Vallejo comenzó el poema con una I, y no con Y. Connota el dolor de una Pasión, ya que la cruz de Cristo llevaba la inscripción INRI» (Vallejo, 2013: 460)], y, en segundo término, hay que ver la función que cumple esa «I», como conjunción, que agrega lo que sigue a una propuesta previa; es una especie de adición (de suma: 1 y (i) 1, igual 2), de tal suerte que «el dolor» (que inicia el segundo verso) es lo que antecede a todo dolor venidero, y, en ese sentido, es que se duplica, siempre (y el dolor adquiere la cualidad de primer monstruo: el primero en ser mencionado, como causante y también como consecuencia de sí mismo —o de cinismo, porque no tiene salvación, si, como digo en la introducción, ocupa todo espacio), lo cual es una desgracia, porque su crecimiento se da «en el mundo a cada rato», y lo hace con una rapidez catastrófica: «treinta minutos por segundo», en el camino de cada quien, es decir, «paso a paso», convirtiéndose, así, el tiempo en el segundo monstruo que asola al ser humano.
(2) «y la naturaleza del dolor, es
el dolor dos veces / y la condición del martirio, carnívora, voraz, / es el
dolor dos veces / y la función de la yerba purísima, el dolor / dos veces / y
el bien de sér, dolernos doblemente.» Entonces, ese dolor es monstruoso, no
porque le suceda a cada persona, separadamente, sino que la propia naturaleza
humana está comprometida con el dolor de todos sus seres, o sea que «la
naturaleza del dolor, es el dolor dos veces», y eso se aplica a todos los
sufrimientos humanos: el «martirio», y hasta «la yerba purísima» que se corta
para curar dolores, ella es «el dolor dos veces», porque el vivir mismo —el ser (de existir), que es un «bien»— ‘nos duele doblemente’.
hubo tánto
dolor en el pecho, en la solapa, en la cartera,
en el vaso,
en la carnicería, en la aritmética! (3)
jamás tan
cerca arremetió lo lejos,
jamás el
fuego nunca
jugó mejor
su rol de frío muerto! (4)
Jamás, señor ministro de salud, fue la salud
más mortal
y la migraña extrajo tánta frente de la frente! (5)
Y el mueble
tuvo en su cajón, dolor,
el corazón,
en su cajón, dolor,
la
lagartija, en su cajón, dolor. (6)
(3) «Jamás, hombres humanos, / hubo tánto dolor en el pecho, en la solapa, en la cartera, / en el vaso, en la carnicería, en la aritmética!» Con este verso: «Jamás, hombres humanos,» el locutor poético considera que la humanidad también se ha vuelto un monstruo (el tercer mosntruo. Ver Vallejo, 2011: 340, donde CV escribe: «La humanidad es terrible»); pero, asimismo, plantea una diferenciación, separando a los hombres enajenados, cosificados, deshumanizados (que no sienten ni su propio dolor), mientras que los «hombres humanos» aunque no padezcan ellos mismos un dolor puntual se conmueven por el dolor de los demás (incluido el de los deshumanizados), y a esos ‘hombres verdaderamente humanos’ es a quienes apela el locutor poético, para hacerles ver que nunca antes como hoy («jamás») «hubo tánto dolor» no solo en el cuerpo («el pecho») sino en la propia ropa («la solapa») y en los utensilios de uso diario («en la cartera, / en el vaso») y hasta en los lugares en los que hay el dolor de otros seres: «en la carnicería» o en la escuela: el dolor de los niños para aprender «aritmética».
(4) «Jamás tánto cariño doloroso, /
jamás tan cerca arremetió lo lejos, / jamás el fuego nunca / jugó mejor su rol
de frío muerto!» Y los enamorados (as) que sufren por su «cariño» no
correspondido, multiplican su dolor por dos; y así se explica por qué ‘tan
cerca arremete lo lejos’ [¿cómo no dolerse, por ejemplo, con el dolor del
pueblo palestino, hogaño?], y así, igualmente, se debe entender el sentido de
los dos versos siguientes: «jamás el fuego nunca / jugó mejor su rol de frío
muerto!», es decir, que el «fuego» del amor humano (que se distancia de la
persona amada) y que no puede hacerse llegar a ese otro dolor lejano,
realmente, está jugando de la «mejor» manera «su rol de frío muerto!»
(5) «Jamás, señor ministro de salud,
fue la salud / más mortal», esta es una paradoja (o contradicción) que deja al
desnudo una realidad nunca vista, puesto que el Ministerio de Salud que es
quien debe garantizar el triunfo de la vida sobre la enfermedad se convierte en
otra monstruosidad, pues resulta que la salud pública es una mortandad
(el cuarto monstruo), con el agravante (actual) de haberse convertido en
un negocio. Y, es así que nunca antes «la migraña extrajo tánta frente de la
frente», es decir: el dolor de la migraña que iba de un lugar a otro de la
frente, ha hecho que se duplique no solo el dolor sino la frente misma, pues
jamás «… la migraña extrajo tánta frente de la frente!»
(6) «Y el mueble tuvo en su cajón,
dolor». Si, así como la migraña tiene un lugar donde guardarse, «la frente» que
viene a ser su «cajón», del mismo modo, todo
tiene, a su vez, «su cajón»: «el mueble tuvo en su cajón, dolor,» y «el
corazón, en su cajón [en el pecho], dolor,» y «la lagartija, en su cajón [en su
madriguera], dolor.»
Crece la desdicha, hermanos hombres,
más pronto que la máquina, a diez máquinas, y crece
con la res de Rousseau, con nuestras barbas; (7)
crece el
mal por razones que ignoramos
y es una
inundación con propios líquidos,
con propio
barro y propia nube sólida! (8)
Invierte el
sufrimiento posiciones, da función
en que el
humor acuoso es vertical
al
pavimento,
el ojo es
visto y esta oreja oída, (9)
y esta
oreja da nueve campanadas a la hora
del rayo, y
nueve carcajadas
a la hora
del trigo, y nueve sones hembras
a la hora
del llanto, y nueve cánticos
a la hora
del hambre y nueve truenos
y nueve
látigos, menos un grito. (10)
(7) De la expresión latína res publica que significa literalmente «cosa pública», deriva la palabra «república» que es la sociedad a la que Rousseau aplica su «contrato social» para mejor administrar la «cosa pública» o el «bien común». Y la sociedad es el otro monstruo (el quinto monstruo) en el que «Crece la desdicha» más rápido que la máquina: símbolo de la sociedad moderna, y así como crece esta, lo hace también su símbolo, la máquina que, en representación de la sociedad capitalista (el sistema o modo de producción imperante en la sociedad moderna), se ha convertido en la desdicha de los trabajadores que la ven crecer como ven crecer sus barbas, sin ninguna reacción a su favor.
(8) «crece el mal por razones que
ignoramos / y es una inundación con propios líquidos, / con propio barro y
propia nube sólida!» Esa desdicha de los trabajadores (de los «hermanos
hombres») es producto del «mal» que impera en la «sociedad anónima», que es la
sigla de las instituciones que tienen el control del «contrato», y por eso los
«hermanos hombres» ‘ignoramos las razones del crecimiento de ese mal’, ‘pero
que inunda todo con sus propios líquidos’, que, a su vez, generan su «propio
barro», y quedan protegidos o encubiertos de impunidad con su «propia nube
sólida»: sus leyes y medios de comunicación.
(9) «Invierte el sufrimiento
posiciones, da función / en que el humor acuoso es vertical / al pavimento, /
el ojo es visto y esta oreja oída,» o sea que esa realidad lo invierte todo, y
hace que altere su razón de ser, comenzando por «el sufrimiento» que hace «que
el humor acuoso» del ojo que debe funcionar horizontalmente lo hace de manera
«vertical / al pavimento», es decir, que se camina con la cabeza gacha, y,
entonces, el ojo que debe ver, «es
visto» (es controlado), y la oreja
que debe oír, «es oída» (se escudriñan sus secretos).
(10) «y esta oreja da nueve
campanadas a la hora / del rayo, y nueve carcajadas / a la hora del trigo, y
nueve sones hembras / a la hora del llanto, y nueve cánticos / a la hora del
hambre y nueve truenos / y nueve látigos, menos un grito.» Es aquí, pues, que
el locutor poético pone de manifiesto cómo se reacciona ante esos «nueve
monstruos» que asolan a la sociedad, desde los inicios de la era cristiana
(cabe, pues, aquí admitir la explicación que Alberto Escobar da para explicar
el título, citada en la Introducción), y asolan a los «hermanos hombres», cuya
oreja «da nueve campanadas a la hora / del rayo», si se admite también la frase
figurada que dice «Echar rayos» para referirse a alguien que manifiesta grande
ira o enojo con acciones o palabras, el dar esas «nueve campanadas» es estar
protestando contra la acción de los nueve
monstruos; «y nueve carcajadas / a la hora del trigo», esta última frase se
relaciona con la figura de denunciar que el
trigo no es limpio, con la que se da a entender que una persona o un asunto
no es tan intachable como a primera vista parece o que adolece de un grave
defecto, y esto puede hacer que se manifieste el rechazo con burlas o
carcajadas contra la acción de los nueve
monstruos; «y nueve sones hembras / a la hora del llanto», los «sones» se
refieren al plural de «son» o sonido que afecta agradablemente al oído, y si
esos «sones» son «hembras» tienen la cualidad de reproducirse favorablemente en
contra del «llanto» que produce la acción de los nueve monstruos, y
esos «sones hembras» pueden ser también los senos o huecos en los que
los hombres humanos son obligados a sobrevivir; «y nueve cánticos / a la
hora del hambre», lo que da a entender que el hambre de los «hermanos hombres»
no los mata, porque ellos saben capear el temporal, aunque sea cantando «Ave
María purísima» contra la acción de los
nueve monstruos; y los «nueve truenos» es el rechazo a viva voz contra la
acción de los nueve monstruos; y los
«nueve látigos» es la respuesta de los nueve monstruos contra esa protesta, y
«menos un grito» es el grito solitario y solidario de los «hermanos hombres»,
como saldo de la represión a la protesta colectiva contra la acción de los nueve monstruos.
El dolor nos agarra, hermanos hombres,
por detrás, de perfil,
y nos aloca en los cinemas,
nos clava en los gramófonos,
nos desclava en los lechos, cae perpendicularmente
a nuestros boletos, a nuestras cartas;
y es muy grave sufrir, puede uno orar... (11)
(11)
«El dolor», por más que cambie de aspecto (el martirio, la desdicha, el
sufrimiento), es traicionero:
sorprende a los «hombres humanos» o «hermanos hombres» desde cualquier
perspectiva social: «por detrás, de perfil,» y el monstruo sociedad es complementado por la otra
monstruosidad que es el crecimiento tecnológico (el sexto monstruo), que
se manifiesta en cualquier circunstancia: «en los cinemas»,
haciéndonos creer en ilusiones que en lugar de liberarnos nos alocan más; «en los gramófonos» el dolor «nos clava», dice el
locutor poético, ofreciéndonos otra forma de evasión, que es otra forma de
permanecer atados a su voz; y,
después de esos intentos de mantenernos clavados
en el sistema, «nos desclava en los lechos»: en la rutina del coito familiar y
cotidiano (que es otra forma de hacerse presente el dolor, al terminar o
despertar ante su mismo rostro), y, como si fuera regido por la ley de la
gravedad, ‘cae de manera perpendicular’: de arriba hacia abajo, o sea que el
dolor no sube hacia abajo (según la
visión vallejiana: desde Los heraldos
negros y Trilce, CV hace esta
propuesta poética de que se sube para
abajo, por ejemplo en el poema LXXVII de Trilce dice: «… hay siempre que subir ¡nunca bajar! / ¿No subimos
acaso para abajo?») sino que cae hacia
abajo, a los actos consuetudinarios, los «boletos» del transporte urbano, y
la comunicación («cartas») con los demás. Y todas estas manifestaciones del
sufrimiento constituyen algo muy grave, ante las cuales no hay salida… claro:
«puede uno orar…»; así: qué gracia (¡después de dos mil años de oraciones!)
Pues de resultas
del dolor, hay algunos
que nacen, otros crecen, otros mueren,
y otros que nacen y no mueren, otros
que sin haber nacido, mueren, y otros
que no nacen ni mueren (son los más) (12)
(12) Y esa acumulación monstruosa se
da en la vida (que es inseparable de su gemela: la muerte), porque, como
‘resultado del martirio, de la desdicha, del sufrimiento’, en una palabra, «del dolor», ‘hay algunos humanos’
«que nacen» (pero no crecen), hay ‘otros que sí crecen y otros mueren’, y hay
«otros que nacen y no mueren», es decir, que no tienen muerte conocida, y
«otros que sin haber nacido, mueren,» estos son los abortados, y, finalmente,
«otros que no nacen ni mueren» (son los más) y son los que no dejan ninguna
señal de su paso por este mundo (constituyéndose, así, la dupla vida/muerte
en otra monstruosidad: el octavo monstruo).
Y también de resultas
del sufrimiento, estoy triste
hasta la cabeza, y más triste hasta el tobillo,
de ver al pan, crucificado, al nabo,
ensangrentado,
llorando, a la cebolla,
al cereal, en general, harina,
a la sal, hecha polvo, al agua, huyendo,
al vino, un ecce-homo,
tan pálida a la nieve, al sol tan ardio! (13)
(13) Obsérvese que en todos los
apartados anteriores el locutor poético ha hablado en forma genérica del dolor,
y de quienes lo padecen en plural (nosotros), pero en este lo hace en singular
(yo), y dice que ‘como resultado del sufrimiento’ él ‘está triste’ en toda su
estatura: ‘de la cabeza hasta el tobillo’ al ver que las cosas elementales de
la naturaleza también participan de esa monstruosidad: el pan crucificado, el
nabo ensangrentado, llorando a la cebolla, a todos los cereales convertidos en
harina, a la sal hecha polvo (no se olvide la superstición que atribuye
desgracia al hecho de que caiga la sal sobre la tierra), al agua que no viene
sino que huye, y el vino asume la imagen del hombre (también ensangrentado: ecce homo, literalmente significa: este
es el hombre), como se lee en la Biblia: «Y salió Jesús, llevando la corona de
espinas y el manto de púrpura. Y Pilato les dijo: ¡He aquí el hombre!», y
finalmente, hasta la nieve se muere, está pálida, porque el sol está colérico:
«ardio», ardiente, ardoroso. O sea que el dolor acusado también ha convertido a
la naturaleza en el noveno monstruo.
¡Cómo, hermanos humanos,
no deciros que ya no puedo y
ya no puedo con tánto cajón,
tánto minuto, tánta
lagartija y tánta
inversión, tánto lejos y tánta sed de sed!
Señor Ministro de Salud: ¿qué hacer?
¡Ah! desgraciadamente, hombres humanos,
hay, hermanos, muchísimo que hacer! (14)
(14) Frente a esa acción de los nueve monstruos, el locutor poético
exclama ‘¡cómo decirles a los hermanos humanos que ya no puede (con un
dolor) y ya no puede (con el dolor duplicado) con tánto cajón!’, es decir con
una realidad «encajonada», que más parece un cementerio. Y ya no puede con la
velocidad de ese dolor encajonado «tánto minuto»: si son «treinta minutos por
segundo», y ya no puede con «tánta lagartija» que vive en su cajón (ya dije: en
su madriguera) y deviene en indeseable y, por eso, la pone junto a «tanta
inversión»: la inversión del sistema capitalista que solo beneficia a las
lagartijas. Y si a eso se suma el dolor que viene de «tánto lejos», y a la sed de esos que la sufren lejos,
entonces se descarta el rezo, la oración, porque el dolor de la tierra lo
solucionamos en la Tierra, no en el cielo. Y si ese dolor es una enfermedad
social se le tiene que reclamar al responsable de la salud: «Señor Ministro de
Salud: ¿qué hacer?» «¡Ah! desgraciadamente, hombres humanos»,» se vuelve al
círculo del cerco: reiterando la apelación a los verdaderos humanos, a los
hombres humanos, a los hermanos humanos: «hay, hermanos, muchísimo que hacer!
Referencias
bibliográficas
Escobar,
Alberto (1973). Cómo leer a Vallejo.
Lima: PL Villanueva Editor.
Vallejo, César (2011). Correspondencia completa. Valencia:
Pre-textos. (Edición de Jesús Cabel).
“
(2018). Poesía completa. Lima: Planeta. (Edición, prólogo y notas de
Ricardo González Vigil).
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