martes, 1 de octubre de 2024

Stalin

Stalin. Historia y Crítica de Una Leyenda Negra

(8)

Domenico Losurdo

LOS BOLCHEVIQUES, DEL CONFLICTO IDEOLÓGICO A LA GUERRA CIVIL

La Revolución rusa y la dialéctica de Saturno

A ojos de Kruschov, Stalin se mancha con crímenes horrendos en perjuicio de sus mismos compañeros de partido, desviándose del leninismo y del bolchevismo, y traicionando los ideales del socialismo. De hecho, es precisamente la acusación recíproca de traición la que, estimulando o profundizando el desangramiento interno del mismo grupo dirigente de la revolución de octubre de 1917, contribuye de manera destacada a las tragedias acaecidas en la Rusia soviética. ¿Cómo explicar este desangramiento? La dialéctica en base a la cual "Saturno devora a sus hijos" no es ciertamente una característica exclusiva de la Revolución de Octubre: la unidad coral que antecede al derrocamiento de un antiguo régimen rechazado por la mayoría de la población inevitablemente se pudre o disuelve en el momento en el que se intenta decidir el nuevo orden que debe ser construido. Esto vale también para la Revolución inglesa y la americana123. Pero esta dialéctica se ha manifestado en Rusia de manera especialmente violenta y prolongada. Ya en el momento del derrumbe de la autocracia zarista, mientras se siguen los intentos de restauración monárquica o de instauración de una dictadura militar, entre aquellos que también están decididos a evitar el retorno al pasado se imponen en todo caso decisiones bastante dolorosas: ¿esforzarse antes por la paz o, como sostienen los mencheviques, continuar o incluso intensificar los esfuerzos bélicos, agitando ahora también en Rusia las proclamas del intervencionismo democrático?

La consolidación de la victoria de los bolcheviques no acaba desde luego con la dialéctica de Saturno, que de hecho se intensifica aún más. El llamado de Lenin a la conquista del poder y a la transformación en sentido socialista de la revolución aparece como una intolerable desviación del marxismo a ojos de Kamenev y de Zinoviev, que ponen al corriente de la situación a los mencheviques y así atraen sobre sí la acusación de traición lanzada por la mayoría del partido bolchevique. Es un debate que atraviesa las fronteras de Rusia y del mismo movimiento comunista: los primeros en poner la voz en grito por el abandono de la ortodoxia, que excluía la revolución socialista en un país que todavía no había alcanzado un pleno desarrollo capitalista, son en primer lugar los socialdemócratas, mientras que por un lado Karl Kautsky, y por otro Rosa Luxemburg condenaban la aceptación por parte de Lenin del lema de "la tierra para los campesinos" como un abandono del camino hacia el socialismo.

Pero conviene aquí concentrarse sobre las rupturas que ocurren dentro del mismo grupo dirigente bolchevique. Una explicación de la fuerza especialmente devastadora que asume la dialéctica de Saturno es la actitud mesiánica suscitada por un cúmulo de circunstancias, objetivas y subjetivas. El azoramiento e indignación, universalmente compartidos, por la innombrable carnicería y el enfrentamiento entre los diferentes Estados como si de sanguinarios Moloch se tratase, decididos a sacrificar a millones y millones de hombres en el altar de la defensa de la patria, cuando en realidad compiten en una carrera imperialista por la hegemonía mundial, todo ello estimula la reivindicación de un orden político-social completamente nuevo: se trataba de arrancar de una vez por todas las raíces de las que surgieron los horrores acaecidos desde 1914. Alimentada ulteriormente por una visión del mundo que con Marx y Engels parece invocar un futuro carente de límites nacionales, de relaciones mercantiles, de aparato estatal e incluso de coerción jurídica y por una relación casi religiosa con los textos de los padres fundadores del movimiento comunista, esta reivindicación no puede verse desilusionada a medida que la construcción del nuevo orden comienza a tomar cuerpo.

He aquí por qué, poco antes de irrumpir en el núcleo de la reflexión de Trotsky, y después de haber aparecido ya durante el derrumbe de la autocracia zarista, el motivo de la revolución traicionada acompaña como su sombra a la historia iniciada con la llegada al poder de los bolcheviques. La acusación o la sospecha de traición emerge a cada paso de esta revolución especialmente tortuosa, impulsada por las necesidades para la actuación del gobierno de repensar ciertos motivos utópicos originarios y en todo caso obligada a medir sus grandes ambiciones con la extremada dificultad de la situación objetiva.

El primer desafío afrontado por el nuevo poder es el representado por la disolución del aparato estatal y por la continuidad del anarquismo, muy extendido entre los campesinos todavía más acá de toda visión estatal y nacional, por tanto sustancialmente indiferentes al drama de las ciudades, carentes de recursos alimentarios. Inclinado a fundar efímeras «Repúblicas campesinas», el anarquismo estaba presente también entre los desertores, ya refractarios a toda disciplina lo confirma el surgimiento en un distrito de Besarabia de una «República libre de los desertores». En este caso, el calificado de traidor es Trotsky, que como dirigente del ejército está en primera fila en el restablecimiento del poder central y del principio mismo de Estado: es entonces cuando campesinos, desertores entre los cuales no faltan desertores del Ejército rojo y desplazados invocan al "auténtico" socialismo y a los "verdaderos" Soviets, añoran a Lenin había avalado o estimulado la revuelta contra el poder estatal y consideran a Trotsky y a los judíos vulgares usurpadores124. En este mismo contexto puede colocarse la revuelta de los marineros de Kronstadt en 1921. Por lo que parece, en tal ocasión Stalin se habría pronunciado en favor de un enfoque más cauto, es decir, mantenerse a la espera en función de las reservas de víveres y combustible a disposición de la fortaleza asediada; pero, en una situación en la que no se habían diluido todavía los peligros de la guerra civil interna y la intervención de las potencias contrarrevolucionarias, acaba por imponerse una rápida solución militar. De nuevo, el que es considerado «defensor de la organización burocrática», «dictador» y en última instancia traidor al espíritu originario de la revolución, es el «gendarme», o el «mariscal» Trotsky. Este, a su vez, sospecha que Zinoviev haya alimentado durante semanas la agitación desembocada después en la revuelta, agitando demagógicamente la bandera de la «democracia obrera [...] como en 1917»125. A juzgar por estos hechos, la primera acusación de "traición" marca el paso — inevitable en toda revolución pero tanto más doloroso por cuanto se da en una revolución realizada también en nombre de la extinción del Estado— del derrocamiento del antiguo régimen a la construcción del nuevo orden; de la fase "libertaria" a la "autoritaria”. Y, naturalmente, la acusación o sospecha de «traición» se entrelaza con las ambiciones personales y la lucha por el poder.

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(123) Cfr. Losurdo 1996), cap. II.

(124) Werth 2007a), pp. 49-50.

(125) Broué 1991), pp. 274-7.

 


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