Stalin. Historia y Crítica de Una Leyenda Negra
(5)
Domenico
Losurdo
La carencia de «sensatez» y
las «deportaciones en masa de pueblos enteros»
Autor en 1913 de un libro
que le había consagrado como teórico de la cuestión nacional, y comisario del pueblo
para las nacionalidades inmediatamente después de la Revolución de Octubre, por
la manera en que había desarrollado su labor, Stalin se había ganado el
reconocimiento de personalidades tan diferentes como Arendt y De Gasperi. La
reflexión sobre la cuestión nacional había desembocado finalmente en un ensayo
sobre lingüística dirigido a demostrar que, lejos de disolverse tras el
derrocamiento de una clase social determinada, la lengua de una nación tiene
una notable estabilidad, al igual que goza de estabilidad la nación que se
sirve de ella. Este ensayo había contribuido también a consolidar la fama de
Stalin como teórico de la cuestión nacional. Todavía en 1965, pese a hacerlo
desde una posición de dura condena, Louis Althusser atribuirá a Stalin el mérito
de haberse opuesto a la «locura» que pretendía «a cualquier precio, hacer de la
lengua una super-estructura» ideológica: gracias a estas «simples paginitas»
—concluirá el filósofo francés— «vislumbramos que el uso del criterio de clase
no era ilimitado»92. La desacralización-liquidación en la que
participó Kruschov en 1956 no podía dejar de prestar atención, para
ridiculizarlo, al teórico y político que había dedicado una atención especial a
la cuestión nacional. Al condenar «las deportaciones en masa de naciones
enteras», el Informe secreto sentencia:
No
es necesario ser marxistas-leninistas para entenderlo: cualquier persona de
buen juicio se pregunta cómo es posible hacer a naciones enteras responsables
de actos hostiles, sin hacer excepción con las mujeres, niños, viejos,
comunistas y miembros del Komsomol [la juventud comunista] hasta el extremo de
emprender contra ellos una represión general, arrojándolos a la miseria y
sufrimiento sin otro motivo que la venganza por algún error perpetrado por
individuos o grupos aislados93.
Fuera de discusión están el
castigo colectivo, la deportación impuesta a poblaciones sospechosas de escasa
lealtad patriótica. Desgraciadamente, lejos de remitir a la locura de un único
individuo, esta práctica caracteriza en profundidad a la Segunda guerra de los
Treinta años, comenzando por la Rusia zarista, que pese a ser aliada del
Occidente liberal, durante el primer conflicto mundial conoce «una oleada de
deportaciones» de «dimensiones desconocidas en Europa», que afectaron a
alrededor de un millón de personas sobre todo de origen judío o alemán94.
De dimensiones más reducidas, pero igualmente significativa, es la medida que
se toma durante la Segunda guerra mundial con los americanos de origen japonés,
deportados y encerrados en campos de concentración (infra, pp. 177- 178).
Aparte de la intención de
eliminar una potencial quinta columna, la expulsión y deportación de pueblos
enteros puede ser llevada a cabo en función de la reconstrucción o redefinición
de la geografía política. En el transcurso de la primera mitad del siglo
veinte, esta práctica arrecia a nivel planetario, desde el Medio Oriente, donde
los hebreos que habían conseguido escapar a la «solución final» obligan a huir
a árabes y palestinos, hasta Asia, donde la división en India y Pakistán de la
joya del Imperio británico pasa a través de la «mayor migración forzada, a
nivel mundial, del siglo»95. Quedándonos todavía en el continente
asiático, merece la pena echar un vistazo a lo que ocurre en una región
administrada por una personalidad o nombre de una personalidad el 14° Dalai
Lama, destinada posteriormente a conseguir el premio Nobel de la Paz y a
convertirse en sinónimo de no-violencia: «En julio de 1949 todos los han
residentes [durante varias generaciones] en Lhasa fueron expulsados del Tíbet»
con el fin tanto de «hacer frente a la posibilidad de una "quinta
columna"», como de hacer más homogénea la composición demográfica.96
Aquí se trata de una
práctica no solamente llevada a cabo en las áreas geográficas y
político-culturales más variadas, sino en aquellos años respaldada teóricamente
por grandes personalidades. En 1938 David Ben Gurion, el futuro padre de la
patria de Israel, declara: «Estoy a favor del traslado forzado [de los árabes palestinos];
no le veo nada de inmoral»97. De hecho, a este programa se ceñirá él
mismo diez años después. Pero aquí es necesario concentrar la atención sobre
todo en Europa centro-oriental, donde se produce una tragedia silenciada, si
bien de las más grandes del siglo veinte. En total, alrededor de dieciséis
millones y medio de alemanes fueron obligados a abandonar sus casas, y dos
millones y medio no sobrevivieron a la gigantesca operación de limpieza, o
contra-limpieza, étnica.98 En este caso es posible proceder a una
comparación directa entre Stalin por un lado, y los estadistas occidentales y
filo— occidentales por el otro. ¿Qué actitud asumieron estos últimos en tales
circunstancias? Lo analizaremos siempre a partir de una historiografía que no
puede ser sospechosa de indulgencia respecto a la Unión Soviética:
Fue
el gobierno británico el que desde 1942 impulsó un traslado de poblaciones
desde los territorios alemanes orientales y desde los Sudetes [...]. El
subsecretario de Estado Sargent fue más lejos que nadie, al pedir una
investigación para determinar «si Gran Bretaña no debería impulsar el traslado
a Siberia de los alemanes de Prusia oriental y del Alta Silesia».99
En una intervención en la Cámara de los Comunes, el 15 de diciembre de 1944,
sobre el programado «traslado de varios millones» de alemanes, Churchill dejó
clara de esta manera su opinión: Por lo que hemos podido comprender, la
expulsión es el método más satisfactorio y más duradero. No habrá más mezcla de
poblaciones provocando un desorden sin fin, como ha ocurrido en el caso de
Alsacia y Lorena. Se realizará un corte limpio. No me alarma la perspectiva de
la separación entre las poblaciones, así como no me alarman los traslados a
gran escala, que en las condiciones modernas son mucho más factibles de lo que
hayan sido nunca en el pasado.100
F. D. Roosevelt se adheriría
poco después, en junio de 1943, a los planes de deportación; «Stalin cedió casi
al momento a las presiones de Benes para la expulsión de Checoslovaquia de los
alemanes de los Sudetes»101. Un historiador estadounidense cree
poder ahora concluir que
al
final, sobre la cuestión de la expulsión de los alemanes en Checoslovaquia o en
la Polonia de postguerra, no hubo ninguna diferencia entre políticos comunistas
y no comunistas: respecto a este tema Benes y Gottwald, Mikolajczyk y Bierut,
Stalin y Churchill, hablaban todos la misma lengua.102
Esta conclusión ya bastaría
por sí sola a refutar la contraposición en blanco y negro implícita en el
Informe Kruschov. En realidad, al menos en lo que respecta a los alemanes de
Europa oriental, quien tomó la iniciativa respecto a las «deportaciones en masa
de pueblos enteros» no fue Stalin; las responsabilidades no se distribuyen de
manera equivalente. Acaba por reconocerlo el mismo historiador estadounidense
antes citado. En Checoslovaquia, Jan Masaryk expresó la convicción según la
cual «el alemán no tiene alma, y las palabras que mejor entiende son las
ráfagas de ametralladora». No es una actitud aislada: «También la Iglesia
católica checa hace oír su voz. Monseñor Bohumil Stasek, canónigo de Vysehrad,
declaró: "Tras mil años ha llegado el momento de ajustar cuentas con los
alemanes, gente malvada para los que el mandamiento “Ama a tu prójimo” no se
aplica"»103. En estas circunstancias, un testimonio alemán
recuerda: «A menudo tuvimos que pedir ayuda a los rusos contra los checos, cosa
que hicieron a menudo, siempre que no se tratara de poner las manos encima a
una mujer»104. Pero hay más. Demos de nuevo la palabra al historiador
estadounidense: «En el antiguo campo nazi de Theresienstadt, los alemanes
internados se preguntaban qué les habría ocurrido si el comandante ruso local
no les hubiese protegido de los checos». Un informe secreto soviético enviado
al Comité central del partido comunista, en Moscú, informaba de las súplicas
dirigidas a las tropas soviéticas para que permanecieran: «"Si el Ejército
Rojo se va, estamos acabados". Las manifestaciones de odio contra los
alemanes son evidentes. [Los checos] no los matan pero los atormentan como si
se tratara de bestias salvajes. Los consideran animales.» En efecto —continúa
el historiador al que cito— «el horrible trato dado por los checos les llevó a
la desesperación. Según estadísticas checas, solamente en 1946 los alemanes que
se suicidaron fueron 5.558»105. Algo parecido ocurrió en Polonia. En
conclusión:
Los alemanes encontraron al
personal militar ruso mucho más humano y responsable que los encargados checos
o polacos. En ocasiones, los rusos dieron de comer a niños alemanes
hambrientos, allí donde los checos les dejaban morir de inanición. A veces las
tropas soviéticas daban a los exhaustos alemanes un paseo en sus vehículos
durante las largas marchas para salir del país, mientras los checos se quedaban
mirándolos con desprecio o indiferencia106.
El historiador
estadounidense habla de «checos» o de «polacos» en general, pero de manera no
completamente correcta, como se observa en su mismo relato:
La
cuestión de la expulsión de los alemanes puso a los comunistas checos —y de
otros países— en serias dificultades. Durante la guerra, la posición de los
comunistas, definida por Dimitrov en Moscú, consistía en que los alemanes
responsables de la guerra y de sus crímenes, tuvieran que ser procesados y
condenados, mientras los obreros y campesinos alemanes debían ser reeducados107.
De hecho «en Checoslovaquia
fueron los comunistas, una vez conquistado el poder en febrero de 1948, los que
pusieron fin a la persecución de las pocas minorías étnicas que habían
sobrevivido»108
Al contrario de lo que
insinuaba Kruschov, en comparación con los dirigentes burgueses de Europa
occidental y centro-oriental, al menos en este caso son Stalin y el movimiento
comunista dirigido por él los que demuestran estar menos desprovistos de
«sentido común».
Aquello no fue casual. Si
hacia el final de la guerra F. D. Roosevelt afirma estar «más sediento que
nunca de sangre alemana» a causa de las atrocidades cometidas por ellos, e
incluso llega a acariciar por algún tiempo la idea de la «castración» de un
pueblo tan perverso, Stalin actúa de manera muy diferente, y apenas
desencadenada la operación Barbarroja afirma que la resistencia soviética puede
contar con el apoyo de «todos los mejores hombres de Alemania» e incluso del
«pueblo alemán a las órdenes de los oficiales hitlerianos»109.
Especialmente solemne es la toma de posición de febrero de 1942:
Sería
ridículo identificar a la camarilla hitleriana con el pueblo alemán, con el
Estado alemán. La experiencia histórica demuestra que los Hitler vienen y van,
pero que el pueblo alemán, el Estado alemán, permanece. La fuerza del Ejército
rojo reside en el hecho de que no nutre ni puede nutrir ningún odio racial
contra otros pueblos, y por tanto tampoco contra el pueblo alemán; está educado
en el espíritu de la igualdad de todos los pueblos y todas las razas, en el
espíritu del respeto de los derechos de los otros pueblos.
Incluso un anticomunista
inflexible como Ernst Nolte se ve obligado a reconocer que la actitud asumida
por la Unión Soviética respecto al pueblo alemán no muestra esos tonos
racistas, por lo demás bien presentes en las potencias occidentales110.
Para concluir a este respecto: si bien distribuida desigualmente, la carencia
de "sentido común" estaba bastante difundida entre los líderes
políticos del siglo veinte. Hasta aquí me he ocupado de las deportaciones
provocadas por la guerra y por el período de guerra, es decir por la
reconstrucción y redistribución de la geografía política. Al menos hasta los
años cuarenta, en los Estados Unidos continúan sin embargo arreciando las
deportaciones realizadas en los centros urbanos, que quieren ser, como
advierten los carteles colocados en su entrada, para whites only. Aparte de los
afroamericanos, los perjudicados también son mexicanos, reclasificados como
no-blancos en base a un censo de 1930: se ven así deportados a México «miles de
trabajadores y sus familias, incluidos muchos americanos de origen mexicano».
Las medidas de expulsión y deportación de las ciudades que quieren ser «sólo
para blancos» es decir «sólo para caucásicos» no eximen ni siquiera a los
judíos.111
El Informe secreto retrata a
Stalin como un tirano tan privado del sentido de la realidad que, al tomar
medidas colectivas contra determinados grupos étnicos, no duda en castigar a
inocentes y a sus mismos compañeros de partido. Viene a la memoria el caso de
los exiliados alemanes en su mayoría enemigos declarados de Hitler que, apenas
acabada la guerra con Alemania, son recluidos en bloque en los campos de
concentración franceses (infra, p. 177). Pero es inútil querer buscar un
esfuerzo de análisis comparado en el discurso de Kruschov.
Su intención es dar la
vuelta a dos temas hasta aquel momento difundidos no sólo por la propaganda
oficial, sino también por la opinión pública y los medios internacionales: el
gran líder que había contribuido de manera decisiva a la destrucción del Tercer
Reich se transforma así en un torpe diletante que apenas consigue orientarse en
un mapamundi; el destacado teórico de la cuestión nacional se revela
precisamente como alguien carente de todo «sentido común». Los reconocimientos
hasta aquél momento tributados a Stalin son todos atribuidos a un culto de la
personalidad que ahora hay que liquidar para siempre.
____________
(92)
Althusser 1967), p. 6.
(93)
Kruschov 1958), p. 187.
(94)
Graziosi 2007), pp. 70-1
(95)
Torri 200099. Torri 2000), p. 617.
(96)
Grunfeld 1996), p. 107.
(97)
En Pappe 2008), p. 3.
(98)
MacDonogh 2007), p. 1.
(99)
Hillgruber 1991), p. 439.
(100)
Churchill 1974), p. 7069. 101 Hillgruber 1991), p. 439 102 Naimark 2002), p.
134.
(103)
Ibid, p. 136.
(104)
Ibid, pp. 137-8.
(105)
Ibid, p. 139.
(106)
Ibid, p. 138.
(107)
Ibid, p. 133.
(108)
Deák 2002), p. 48.
(109)
Stalin 1971-73), vol. 14, pp. 238 y 241.
(110)
Cfr. Losurdo 1996), cap. iv, § 2 para Nolte) y cap. iv, § 5 para F. D.
Roosevelt y la «castración» de los alemanes).
(111)
Loewen 2006), pp. 42 y 125-7.
Millones de Muertos:
de Hitler y Hearst a Cinquest y Solzjenitsyn
La historia de los supuestos millones de presos y muertos en los campos de trabajo y los muertos por el hambre en la Unión Soviética en los tiempos de Stalin.
(4)
Mario Sousa
Las mentiras sobre la URSS: Un breve debate sobre los informes de los investigadores.
Las investigaciones de los historiadores rusos revelan una realidad totalmente diferente de la que ha sido enseñada en las escuelas y Universidades del mundo capitalista durante los últimos 50 años. Durante esos años de guerra fría fueron varias las generaciones que aprendieron mentiras sobre la Unión Soviética y esto ha dejado huellas profundas en muchas personas. Este hecho constatado también se verifica en los informes de los investigadores franceses y norteamericanos. Estos informes nos entregan cifras y tablas con estadísticas sobre presos y muertos, discutiéndose esas cifras en un trabajo de gran amplitud, pero lo principal y más importante, los crímenes cometidos por los presos ¡nunca es tema de discusión seria! La propaganda política de los capitalistas siempre se ha referido a los presos en la URSS como víctimas y los investigadores utilizan este término sin poner en cuestión su veracidad. Cuando los investigadores pasan de las estadísticas a los comentarios sobre los acontecimientos, salen a relucir las concepciones burguesas y el resultado es a veces macabro. Los condenados en el sistema correccional soviético son asesinos, violadores, etc. Delincuentes de este tipo nunca serían tratados como víctimas en la prensa si los crímenes hubiesen sido cometidos en Europa o en los EEUU, pero como los crímenes fueron cometidos en la URSS todo es posible.
Llamar víctima a un asesino o violador
reincidente en estos delitos es muy sucio. Tomar posición por la justicia
soviética en lo que respecta a los delincuentes comunes condenados por crímenes
violentos debería ser evidente, si no en el tipo de pena, por lo menos en lo
referente a condenar el crimen.
Los Kulakos y la contrarrevolución.
En lo que respecta a los contrarrevolucionarios es también importante discutir acerca de los crímenes por los cuales fueron acusados. Tomemos dos ejemplos para mostrar el fondo de la cuestión.
En primer lugar los Kulakos condenados a comienzos de la década de los años 30 y después los conjurados y contrarrevolucionarios condenados en 1936 a 1938.
Según los informes publicados sobre los Kulakos (campesinos ricos), fueron 381.000 familias, o sea, cerca de 1,8 millones de personas condenadas al exilio. Una pequeña parte de estas fueron personas condenadas a penas en los campos y colonias de trabajo. Pero ¿cuál fue la causa de las condenas de esos Kulakos?
El campesino rico sometió a los campesinos pobres durante centenas de años a una opresión sin límites y a una explotación sin consideraciones. De los 120 millones de campesinos en 1927, vivían 10 millones de Kulakos en la abundancia y 110 millones en la pobreza, en la más completa miseria antes de la revolución. La riqueza de los Kulakos venía del trabajo mal pagado a los campesinos pobres. Cuando los campesinos pobres comenzaron a organizarse en colectivos agrícolas desapareció así la principal fuente de riqueza de los Kulakos. Pero los Kulakos no desistieron en sus intentos de retomar la explotación a través del hambre. Grupos de Kulakos armados atacaban los colectivos agrícolas, mataban campesinos pobres y funcionarios del partido, prendían fuego a los sembrados, mataban los animales de trabajo y provocando el hambre entre los campesinos pobres, intentaban asegurar la continuación de la pobreza y de sus posiciones de poder.
Los acontecimientos que se sucedieron no fueron los que los asesinos habían pensado. Esta vez los campesinos pobres eran apoyados por la revolución y eran más fuertes que los Kulakos que fueron derrotados, presos y condenados al exilio o a penas en los campos de trabajo. De los 10 millones de Kulakos, 1,8 millones fueron condenados. Hubo tal vez injusticias en esta enorme lucha de clases que incluyó a 120 millones de personas en el campo soviético. Pero ¿podemos acusar a los pobres y oprimidos en su lucha por una vida que valga la pena de vivir? ¿Podemos acusarlos de no ser civilizados o no tener clemencia en sus juicios durante su lucha para que sus hijos no fuesen analfabetos con hambre? ¿Acaso se puede acusar de ser no ser civilizados a los que durante centenas de años nunca tuvieron acceso a los avances de la civilización?
Y digamos ¿cuándo fue la clase explotadora de
los Kulakos civilizada o clemente para con los campesinos pobres durante los
años de la explotación?
Las depuraciones de 1937.
Nuestro segundo ejemplo, sobre los contrarrevolucionarios condenados en los juicios de 1936 al 38 después de las depuraciones en el partido, en el ejército y en el aparato estatal, tiene raíces en la historia del movimiento revolucionario en Rusia.
Millones de personas participaron en la lucha victoriosa en contra del Zar y la burguesía rusa, ingresando muchos de ellos al partido comunista. Entre todas esas personas estaban desgraciadamente los que habían ingresado al partido por razones que no eran la lucha por el poder proletario y por el socialismo. Pero la lucha de clases era tal que muchas veces no había tiempo ni posibilidades para poner a prueba a los militantes. Hasta los mismos militantes de otros partidos que se decían socialistas y que habían combatido al partido bolchevique fueron aceptados en el partido comunista.
A una parte de esos nuevos militantes fueron otorgados puestos importantes en el partido bolchevique, en el Estado y en el Ejército, dependiendo todo de sus capacidades individuales para conducir la lucha de clases. Eran tiempos muy difíciles para el joven Estado soviético y la gran falta de cuadros o simplemente de personas que supiesen leer, obligaba al partido a no poner grandes exigencias en lo que respecta a las cualidades de los nuevos militantes y cuadros.
De todos estos problemas se creó con el tiempo una contradicción que dividió al partido en dos campos. Por un lado los que querían avanzar en la lucha por la sociedad socialista y por otro lado, los que consideraban que aún no había condiciones para realizar el socialismo y que propugnaban una política socialdemócrata. El origen de estas últimas ideas venía de Trotsky que había entrado al partido comunista en julio de 1917. Trotsky fue con el tiempo obteniendo apoyo de algunos de los bolcheviques más conocidos. Esta Oposición Unida en contra de los ideales bolcheviques originales, era una de las oposiciones en las votaciones partidarias sobre la política a seguir por el partido y realizada el 27 de diciembre de 1927. Antes de esta votación se había llevado a cabo durante varios años una gran discusión partidaria y no hay duda sobre el resultado. De los 725.000 votos, la oposición solo consiguió 6.000, o sea, menos del 1% de los militantes del partido apoyaron a la Oposición Unida. A consecuencia de la votación y una vez que la oposición trabajaba por una política diferente en el partido, el Comité Central del partido comunista decidió expulsar del partido a los principales dirigentes de la oposición. La persona principal de esta oposición -Trotsky- fue expulsado de la URSS.
Pero la historia de la oposición no terminó aquí. Sinoviev, Kamanjev y Edokinov hicieron poco después una autocrítica al igual que varios de los principales trotskistas como por ejemplo: Pjatakov, Radek, Preobrajenski y Smirnof. Todos ellos fueron nuevamente aceptados como militantes del partido y recuperaron sus trabajos en el partido y en el Estado. Con el tiempo se descubrió que la autocrítica de la oposición no era una expresión sincera, estando los principales miembros de la Oposición Unida al lado de la contrarrevolución cada vez que la lucha de clases se agudizaba en la URSS.
La mayoría de los opositores fueron expulsados y
readmitidos más de una vez antes que la decisión final fuera tomada en 1937 y
1938.
Sabotaje industrial
El asesinato de Kirov, presidente del partido en Leningrado y una de las personas más importantes del Comité Central (en diciembre de 1934), dio origen al descubrimiento de una organización secreta que preparaba una conspiración para tomar cargos de dirección en el partido y el gobierno del país a través de acciones violentas. La lucha política que habían perdido en 1927 querían ahora ganar por medio de la violencia organizada en contra del Estado. La organización tenía una red de apoyo en el partido, en el ejército y en el aparato estatal en todo el país, siendo las actividades más importantes el sabotaje industrial, el terrorismo y la corrupción.
Trotsky, el principal inspirador de la oposición dirigía las actividades desde el extranjero. El sabotaje industrial causaba una pérdida terrible para el Estado soviético con un costo económico enorme como por ejemplo, para las máquinas importadas que se estropeaban sin posibilidades de reparación y una enorme baja de la productividad de las minas y las fábricas.
Una de las personas que en 1939 descubrieron el
problema fue el ingeniero norteamericano John Littlepage, uno de los
especialistas extranjeros contratados por la URSS. Littlepage trabajó 10 años
(1927 a 1937) en la industria minera soviética, principalmente en las minas de
oro. En su libro “In search of soviet gold” (En la búsqueda del oro soviético)
escribe: “Yo nunca tuve interés por las sutilidades y las maniobras políticas
en Rusia en cuanto podía evitarlas, pero yo tuve que estudiar lo que acontecía
en la industria soviética para poder hacer un buen trabajo. Yo estoy
completamente convencido de que a Stalin y sus colaboradores les llevó mucho
tiempo descubrir que comunistas revolucionarios descontentos eran sus enemigos
más peligrosos”. Littlepage escribió también que su propia experiencia
confirmaba las declaraciones oficiales de que una conspiración conducida desde
el exterior usaba el sabotaje industrial a gran escala como parte de un proceso
para hacer caer al gobierno. Ya en 1931 Littlepage había sido obligado a
constatar eso durante un trabajo en las minas de cobre y plomo en los Urales y
en Kazakstán. Las minas eran una parte del gran complejo de Cobre-Plomo cuyo
jefe máximo era Pjatakov, el Vice-Comisario del Pueblo para la industria
pesada. El estado de las minas era catastrófico en lo que respecta a la
producción y el bienestar de los trabajadores. La conclusión de Littlepage fue
que había un sabotaje organizado proveniente de la dirección superior del complejo
de Cobre-Plomo. El libro de John Littlepage nos da también la llave del
conocimiento de dónde la oposición trotskista recibía dinero necesario para
pagar la actividad contrarrevolucionaria. Varios miembros de la oposición secreta
utilizaban sus puestos en la URSS para aprobar la compra de máquinas de ciertas
fábricas en el extranjero. Los productos aprobados eran de baja calidad, pero
eran pagados por el gobierno soviético a precios más altos. La diferencia
económica que estas transacciones dejaban eran enviadas por las fábricas extranjeras
a las organizaciones trotskistas en el extranjero a cambio de que Trotsky y sus
acólitos conjurados en la URSS continuaran haciendo más compras en esas mismas
fábricas.
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