miércoles, 1 de febrero de 2023

Filosofía

Dialéctica de la Regulación Consciente e Inconsciente de la Conducta*

E. V. Shorojova

LA COMBINACIÓN PECULIAR de lo consciente e inconsciente no solo tiene lugar en el proceso del reflejo de la realidad, sino también en el proceso de la regulación de la conducta humana. El sentido vital del reflejo psíquico consiste en que cumple el papel de regulador de la conducta al orientar al hombre en el medio circundante. En unos casos, se trata de una regulación consciente y en otros inconsciente.

Los movimientos y las acciones involuntarias, que son las más frecuentes en la conducta humana, se regulan por el reflejo inconsciente. En casos de movimientos involuntarios, que se originan por el reflejo de estímulos de signalización biológica directa, el papel regulador está a cargo de la excitabilidad. La base fisiológica de esas acciones son los reflejos incondicionados. De un modo semejante se regula también la compleja actividad instintiva refleja condicionada. Cuando se desconecta la actividad de los sectores superiores del cerebro, puede observarse una regulación no psíquica del movimiento. Por ejemplo, algunos animales, al tener destruidos los hemisferios cerebrales, se orientan en sus simples relaciones espaciales y reciben impresiones visuales de los objetos que les rodean: al desplazarse entre los objetos no tropiezan con ellos. En algunos casos especiales se manifiesta en el hombre con mayor claridad la regulación psíquica inconsciente de movimientos y acciones. Es bien conocido que los sonámbulos efectúan en estado inconsciente movimientos y acciones de extraordinaria complejidad que en estado consciente son, a veces, incapaces de realizar. En estos casos, el regulador del movimiento son las percepciones inconscientes de los objetos y fenómenos circundantes, sensaciones producidas por la actividad de los tendones, músculos y ligamentos de los órganos que toman parte en el movimiento. La excepcional adaptación de esos movimientos a las condiciones circundantes, que sorprende frecuentemente a los observadores, demuestra que las reacciones motoras se regulan finamente por el reflejo de las peculiaridades de aquellos objetos hacia los cuales va dirigida la actividad y por el reflejo de objetos y fenómenos relacionados de algún modo con la realización al nivel del primer sistema de señales.

Las impresiones inconscientes producidas por las condiciones del medio ambiente y por el estado del sistema muscular-motor del hombre regulan algunos movimientos automáticos del hombre. El más corriente de todos es la marcha. Durante la marcha -cuando el hombre la domina- no hay necesidad de ser consciente de cada paso, ni de las condiciones en que ésta se efectúa. El acto de marchar, que posee un mecanismo reflejo condicionado, se realiza gracias a la percepción de las peculiaridades de la superficie que pisan sucesivamente los pies y de aquellos impulsos interreceptivos que envían al cerebro los músculos que participan en el movimiento. En algunas dolencias el sentido muscular, como regulador principal del movimiento durante la marcha, desaparece, siendo sustituido por las percepciones visuales de la superficie por la cual camina el hombre. La exclusión del analizador visual en este caso conduce a la infracción del acto normal y automatizado de la marcha.

A diferencia de la regulación inconsciente del movimiento en casos de reflejos incondicionados simples y complejos, en los movimientos automatizados la regulación, que fue anteriormente consciente, deja de serlo a medida que se domina el movimiento. El hábito se distingue, precisamente, por el hecho de que los diversos sistemas de movimiento, que forman parte de una u otra actividad, empiezan a realizarse gradualmente sin control de la conciencia, de un modo automático, debido a su realización inicial bien meditada y a sus múltiples repeticiones. En el caso dado no se tiene conciencia de las condiciones de la actividad, de algunas de sus operaciones. Una actividad consciente, específica para el hombre (escribir, leer, tocar el piano, etc.), incluye, en su conjunto, modos inconscientes y automáticos de ejecución. Los movimientos y las acciones automáticas, a los cuales se refieren los hábitos y las costumbres, se forman con la constante participación del segundo sistema de signalización, pero transcurren, preferentemente, en la esfera del primer sistema de señales. “Es evidente -escribía Pávlov- que nuestra educación, estudios, toda clase de disciplina, diversas costumbres, constituyen largas series de reflejos condicionados. ¿Quién ignora que las conexiones establecidas, adquiridas, de ciertas condiciones, es decir, de excitaciones determinadas, con nuestra actividad se reproducen tenazmente por sí solas en contra incluso de una oposición intencionada por nuestra parte?  Esto se refiere por igual tanto a la producción de unas u otras acciones como a su retención intencionada, es decir, tanto a reflejos positivos como a los negativos. Es igualmente sabido lo difícil que es, a veces, desarrollar una inhibición necesaria tanto durante los juegos como en casos de algunos movimientos superfluos, en diversas manipulaciones artísticas, y también en acciobes”.1

La formación y la realización de los hábitos y las costumbres humanas se distingue por una compleja relación recíproca, por el entremezclamiento de una regulación consciente e inconsciente. La caracterización completa de esa relación exige un número mayor de investigaciones experimentales.

La conducta volitiva del hombre se regula por la conciencia. La voluntariedad como cualidad de la conducta constituye el rasgo peculiar del reflejo consciente. La atención, la percepción, la recordación, la reproducción y la imaginación. La característica del proceso psíquico, como proceso voluntario, coincide, si no plenamente, por lo menos en muchos aspectos, con la determinación del grado de su conciencia, mientras que el proceso involuntario se relaciona con su inconsciencia. Las cualidades de consciente e inconsciente se revelan con la máxima claridad en la conducta voluntaria e involuntaria.

Una conducta consciente es una conducta voluntaria. A diferencia de los movimientos y las acciones automáticas, las acciones voluntarias del hombre son conscientes. La conducta voluntaria se distingue porque el hombre se plantea un objetivo, prevé los resultados de su actividad y es consciente de los modos de alcanzar sus resultados. La conducta voluntaria es la actividad consciente, intencionada y adecuada a un fin. El objetivo de la actividad, que tiene por origen determinadas necesidades, se forma debido a que el hombre tiene conciencia de ellas y aspira a satisfacerlas. En la conducta voluntaria, el hombre no solo tiene conciencia de las posiciones iniciales de la actividad, de los correspondientes motivos de la conducta, de la preparación psíquica necesaria para realizar la acción (lucha de motivos, toma de decisión), sino también de la propia realización de esa actividad. La conciencia de cada uno de esos eslabones constituye la peculiaridad esencial de la conducta voluntaria. Si uno de esos eslabones deja de ser consciente, se quebranta la estructura del acto voluntario. Por ejemplo, si no se tiene suficiente conciencia del objetivo de la actividad y de los efectos que proporciona, o se infringe el control de la conciencia por la realización de los actos voluntarios, la conducta voluntaria se convierte en una cadena de acciones impulsivas: el hombre deja de dominarse. La capacidad de ser consciente del fin propuesto, de los resultados y los modos de conseguirlo se combina en la conducta voluntaria con la conciencia de uno mismo como sujeto activo. Esto último se expresa en la lucha de motivos, en la toma de decisión, en el dominio de uno mismo, es decir, en el constante control de los propios actos. La conciencia de la conducta voluntaria se manifiesta también en que la superación certera de las dificultades, tanto internas como externas, depende de que el hombre tenga ciertas convicciones firmes, una concepción correspondiente de mundo. Estas concepciones firmes y su concepción del mundo vienen a ser la forma en que el hombre toma conciencia de las relaciones recíprocas con las condiciones de su existencia, con los hombres que le rodean, con la clase, con la sociedad en su conjunto. Del grado de la plenitud, exactitud y objetividad con que se reflejan esas relaciones dependerá la conciencia de la conducta del hombre como miembro de la sociedad.

En las discusiones con motivo de lo inconsciente suele negarse la existencia del inconsciente como categoría psicológica. Dicen que lo psíquico y lo consciente son conceptos idénticos. Sin embargo, al analizar las efectivas relaciones sociales del hombre, los investigadores tropiezan con el hecho de que no todo individuo es consciente de todas sus acciones, de los lejanos efectos sociales de su conducta. El hombre, en una serie de casos, al actuar de un modo plenamente consciente en su actividad individual, no es consciente de los resultados de la actividad conjunta del grupo social al que pertenece.

La categoría de lo inconsciente, aplicada en la sociología burguesa según hemos indicado ya, está llamada a cumplir un determinado objetivo social. En diversas concepciones sociológicas y psicológicas lo inconsciente se emplea para describir la actividad de la “muchedumbre”, de la “masa”. Esa “masa” -a su vez- fue identificada poco después con las clases “bajas”, con la plebe, con las heces de la sociedad. Destaca en este sentido la “concepción” de Le Bon.2 Al crear su peculiar “psicología del socialismo”, Le Bon trató de pintar el triunfo del alma inconsciente de las masas, representada por un conjunto de bandidos y asesinos.

Le Bon prefiere a la razón, como peculiaridad característica del hombre-miembro de la sociedad, un algo místico, mágico e inconsciente. Según él, poseen razón los representantes de las clases superiores, lo inconsciente se considera como propiedad del pueblo trabajador.

Freud admitió la teoría de lo inconsciente social3 y la “argumentó” psicológicamente en su teoría de lo inconsciente. Según esa teoría, lo inconsciente en la vida social se reduce a los mismos deseos sexuales reprimidos que Freud analizaba al estudiar la conducta del hombre aislado. Esos deseos reprimidos, según dice, son inherentes a toda la humanidad desde el período prehistórico. Desde ese punto de vista toda la cultura y todos los hábitos de los pueblos vienen a ser la realización simbólica de esos primeros deseos reprimidos.

El problema del inconsciente no se resuelve con su simple transferencia desde la vida social a la psique del individuo aislado, o viceversa.

Según la psicología marxista, el hombre es un ser social y el proceso de la toma de conciencia de sus relaciones constituye el proceso del descubrimiento de los vínculos reales entre el hombre y la sociedad, de la exteriorización de las leyes objetivas que rigen los fenómenos sociales cuyo testigo o participante es el hombre. Lo mismo que la conciencia de los propios procesos psíquicos elementales y de las causas que los han provocado tiene diversos grados de amplitud y profundidad, así también la conciencia de las condiciones objetivas más complejas de la actividad humana, del ser social, suele tener diverso grado de amplitud y profundidad.

El propio hombre, como ser social, está unido -a lo largo de toda su vida individual- por múltiples hilos de la realidad objetivamente existente. En conjunto de esos nexos efectivos en la sociedad determina la existencia objetiva del hombre, determina lo que es él en realidad. En la conciencia individual, el reflejo de la situación que el hombre ocupa no coincide, a veces, con su posición efectiva. Lo que el hombre piensa y dice de sí mismo no coincide frecuentemente con lo que es él en la realidad.

Esa complejidad del conocimiento consciente de su propia existencia se explica, en gran medida, por el hecho de que la misma conciencia es un aspecto indispensable de la existencia individual.

Desde su infancia, el hombre se enfrenta con condiciones objetivas y relaciones sociales que no dependen de su conciencia y voluntad. Se adapta a esas condiciones y a esas relaciones sin ser consciente de ellas ni de los efectos sociales reales de su actividad. Sin embargo, no debe deducirse del hecho que la masa de los hombres se adapte inconscientemente a esas relaciones y no sea consciente, frecuentemente, de sus vínculos sociales, que los individuos no son seres conscientes. “De que los hombres -escribía Lenin-, al ponerse en contacto con otros, lo hagan como seres conscientes, no se deduce de ningún modo que la conciencia social sea idéntica al ser social. En todas las formaciones sociales más o menos complejas, y sobre todo, en la formación social capitalista, los hombres, cuando entran en relación unos con otros, no tienen conciencia de cuáles son las relaciones sociales que se establecen entre ellos, de las leyes que presiden el desarrollo de esas relaciones, etc. Por ejemplo, un campesino, al vender su trigo, entra en “relación” con los productores mundiales de trigo en el mercado mundial, pero sin tener conciencia de ello, sin tener conciencia tampoco de cuáles son las relaciones sociales que se forman a consecuencia del cambio. La conciencia social refleja el ser social, tal es la doctrina de Marx. El reflejo puede ser una copia aproximadamente verdadera de lo reflejado, pero es absurdo hablar aquí de identidad”.4

Los clásicos del marxismo indicaban que todo cuanto incita al hombre a la actividad pasa por su conciencia, mas la forma que adopten esos móviles en la cabeza de un individuo determinado dependerá de muchas circunstancias. En una serie de casos, la conciencia de las condiciones sociales, de las relaciones sociales, puede ser deforme; el individuo, según Engels, puede tener una “conciencia errónea.”

Al caracterizar el reflejo de las condiciones sociales de existencia, de las relaciones determinadas que establece el hombre, puede hablarse de lo inconsciente como de un reflejo incompleto, de una comprensión inexacta de las leyes realmente objetivas del desarrollo social ocultas tras la apariencia de los fenómenos.

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(*) E. V. Shorojova, El problema de la conciencia, capítulo V: Fenómenos psíquicos conscientes e inconscientes, punto 4.

(1) I. P. Pávlov, Obras completas, ed. cit., t. IV, pág. 415.

(2) G. Le Bon, Psicología de las masas, San Petersburgo, 1896.

(3) S. Freud, “Massenpsychologie und Ich-Analyse”, Gesammelte Werke, t. 13, Londres, 1947.

(4) V. I. Lenin, Materialismo y empiriocriticismo, ed. esp. cit., págs. 361-362.

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