Vallejo
para no Iniciados: Al Maestro con Cariño III
Julio
Carmona
ESTE ES UN TERCER ARTÍCULO
que escribo sobre algunos comentarios que, en este caso: en torno al marxismo,
he leído en un texto de Marco Martos (en lo sucesivo, MM, 2014. Poéticas de César Vallejo. Lima:
Editorial Cátedra Vallejo). Comencemos con este: «El marxismo está vinculado
con el romanticismo y con la utopía social» (p. 14). Y sobre ese vínculo que MM
asigna al marxismo con el romanticismo y la «utopía social», se podría decir
—con frase de J.C. Mariátegui— que «esto no es exacto sino a condición de que
se defina y precise los límites temporales e históricos» de dichos términos.
Si
bien en la época que vivió Marx (siglo XIX) el romanticismo constituyó un
movimiento no solo artístico-literario (que es como más se le conoce) sino que
abarcó otras disciplinas de las ciencias sociales (y hasta las naturales); sin
embargo, eso no quiere decir que, por coincidencia epocal, hubiese «vínculos»
entre el romanticismo y el marxismo. En principio, porque el sustento
ideológico, la concepción del mundo del romanticismo, es el idealismo y la
metafísica. Y hasta un estudiante del primer año de Letras de la Universidad
Nacional Mayor de San Marcos sabe que el idealismo (y su método metafísico) fue
objeto de negación dialéctica por parte del marxismo. Es decir, si entre ellos
hay algo en común para decir que están «vinculados», se tiene que concluir que
su vínculo es de rechazo, de negación, como el agua con el fuego o como el agua
y el aceite. Y esta diáspora explica que la preferencia literaria y artística
de Marx no fuera, precisamente, la que lo acercase al romanticismo, sino a su
opuesto: el realismo (que renació en esa época).
Por
otro lado, decir que el marxismo está vinculado con la «utopía social» es
tergiversar la esencia materialista del marxismo, pues este no se alimenta de
«idealidades» (y la utopía lo es) sino de realidades. Precisamente, Marx, antes
de detenerse a explicar lo que será el socialismo o el comunismo, empezó por
explicar lo que era y es el capitalismo, y para llegar al estudio de esa
realidad se remontó a sus orígenes, investigando sobre los hechos concretos de
la economía y la evolución de la sociedad desde sus etapas más antiguas.1
Y, por supuesto, así como las formas de producción anteriores al capitalismo
tuvieron defectos que fueron superados por el devenir histórico; sin embargo, a
su turno, el capitalismo conservó algunos de esos defectos que eran de su
conveniencia y generó otros con los que se mantiene hasta ahora; y es a partir
de esos defectos conservados por el capitalismo (y los suyos propios) que Marx
proyectó su cambio con una nueva forma de producción: la socialista (que
después sería puesta en práctica por la Unión Soviética). Todo ello, pues, no
tiene nada de utópico. Y, más bien, la expresión «utopía social» se halla más
cercana del socialismo utópico, que
fue una ideología política combatida por los padres del socialismo científico, Marx y Engels, este último tiene
precisamente un texto titulado Del
socialismo utópico al socialismo científico, en el que no comulga para nada
con esa ideología utópica que se mueve en el plano de la fantasía o la
especulación metafísica, sin poner los pies en la realidad.
Luego
de esa aventurada (o desventurada) comparación del marxismo con el romanticismo
y la utopía, MM continúa diciendo que el marxismo: «Encandila a millones y
millones de personas en todo el mundo hablando del progreso desde la esclavitud
hasta el reino futuro de la justicia definitiva. Hace un parangón entre la
doctrina teológica de la caída del hombre, del pecado original y de la redención
final, y los términos sociales e históricos.»
Tanto en esta cita como en la anterior lo que se
extraña es la inexistencia de citas que refrenden lo aseverado, y es mayor la
extrañeza porque se hace usando conceptos —por decir lo menos— inapropiados.
Decir que el marxismo «encandila a millones y millones de personas» es como que
esas personas se dejan impresionar de manera irreflexiva. Y lo cierto es que el
marxismo, además de ser una doctrina con principios científicamente
sustentados, ofrece un método (el dialéctico materialista) que permite a
cualquier persona a no dejarse «encandilar» por fuegos fatuos o artificiales,
como ocurre con las ideologías del capitalismo, sino a reflexionar frente a los
problemas que acucian su preocupación cotidiana. Entonces no es que el marxismo
encandile a esos millones de personas
«hablando del progreso desde la esclavitud hasta el reino futuro de la justicia
definitiva»; estas frases no hacen sino tergiversar la esencia de la propuesta
marxista, porque no es lo mismo «progreso» que superación dialéctica. El progreso, por supuesto, se da, pero a
través de avances coyunturales que no cambian la esencia del orden establecido.2
Y lo que propugna el marxismo no es su cambio formal sino esencial. El progreso
es un complemento del reformismo. La superación o transformación de la realidad
es lo que el marxismo propugna con la revolución. Y todos los cambios sociales
en los modos de producción habidos hasta antes del capitalismo se han dado con
revoluciones no con progresos reformistas. Y, por supuesto, la frase con la que
sigue su discurso MM, de que el marxismo «hace un parangón entre la doctrina
teológica de la caída del hombre, del pecado original y de la redención final,
y los términos sociales e históricos» es poco menos que un despropósito. Nada
más alejado de la teología que el marxismo. No en vano Marx llamó a la religión
«el opio del pueblo», de ningún modo (ni como figura literaria) existe un texto
marxista en el que se encuentre algo parecido a ese «parangón».
Y de patinada en patinada, MM sigue falseando la
realidad del marxismo. A pie juntillas de lo ya citado, agrega: «Marx tuvo la
dificultad de admirar la magnificencia de la antigua Grecia como la más alta
cima alcanzada por el ser humano y al mismo tiempo abominar la esclavitud que
estaba en el desarrollo primario de la economía griega». Lo que se podría
suponer de ese intríngulis es que «la dificultad» de Marx fue debatirse entre
admirar la genialidad de los griegos y lamentar («abominar» dice MM) su modo de
producción esclavista; lo que se debe seguir de este razonamiento es
que Marx no supo resolver esa contradicción. Pero, para quien ha leído a Marx,
de primera mano y no a través de exégetas contrarios a él (como es el caso de
MM que lo hace a través de George Steiner, pues, a pesar de haber hecho él esa
cita de Marx, indica que la ha tomado del libro de George Steiner, Nostalgia del absoluto), esa aparente
contradicción fue plenamente resuelta por Marx al precisar que «Las
determinaciones naturales subjetivas y objetivas, tribus, razas, etc., deben de
tomarse, como es justo, como punto de partida.»
O
sea que Marx constató la existencia del modo esclavista en la antigüedad; pero
no abominó de él, porque fue una
realidad propia de la época que el mismo desarrollo histórico de la humanidad
se encargó de «modificar» (hasta llegar a la esclavitud moderna, actual3).
Y, de esa constatación, Marx continúa hablando del arte, y dice: «En cuanto al
arte, ya se sabe que los períodos de florecimiento determinados no están, ni mucho
menos, en relación con el desarrollo general de la sociedad, ni, por
consiguiente, con la base material, el esqueleto, en cierto modo, de su
organización» (Marx, 1961, Crítica de la
economía política. México: Editora Nacional. p. 239). Es decir que, en una
sociedad económicamente atrasada, como la griega, se pudo desarrollar un arte y
una cultura altamente desarrollados, que aun, modernamente pueden «procurarnos
goces estéticos» y pueden considerarse «en
ciertos casos como norma y modelo inmarcesibles» (op. cit., p. 240). E
inversamente, puede darse el caso de que en una sociedad altamente
desarrollada, como la capitalista, el arte se encuentre —también en algunos
casos— en un nivel de decadencia altamente alarmante. O sea que no hay tal
supuesta «dificultad» que hubiera tenido Marx para explicar las relaciones
sociales y sus intercambios entre la estructura social y la superestructura
ideológica de la antigüedad o de cualquier otro tipo de sociedad.
Lo
que sorprende es que, siguiendo linealmente la lectura del texto de MM, uno se
da cuenta de que sus interpretaciones, explicaciones o especulaciones no le son
propias; es decir, que no está opinando sobre una lectura directa de los textos
marxistas, sino que lo hace a través de una lectura de George Steiner. Sin
embargo, empieza diciendo de Marx que:
«En sus escritos de 1844 dijo: “Supongamos que el hombre es hombre y su
relación con el mundo es una relación humana. Entonces se puede
cambiar amor con amor. Entonces se puede cambiar confianza solamente por confianza”
(Cf. Marx ápud Steiner 2001).»
Obsérvese, primero, que la
palabra «ápud» es una preposición que se usa para señalar algo que está en la
obra, o en el libro de alguien. Entonces, la cita de Marx la ha tomado del
libro de Steiner. Y MM, a pie juntillas, agrega: «Suena bíblico, ¿no? Pero el
hombre, según el mismo Marx, vive un estado de caída, solo pensando en el
dinero; y el dinero es la aptitud, en sus propias palabras, “alienada” del
hombre. El dinero es humanidad alienada del hombre.» Y, realmente, no sé si
este complemento que hace MM a la cita de Marx corresponde también a Steiner
(no poseo ese libro); pero, sea como fuere (complemento explicativo de MM o de
Steiner), es una manipulación grosera de la cita que se hace de Marx, sacándola
de su contexto; porque el texto de Marx (que sí lo tengo) para nada dice que
«el hombre (…) vive un estado de caída, solo pensando en el dinero» (y MM ha
intercalado: «según el mismo Marx»). Y, más aún, amplía el infundio: «el dinero
es la aptitud, en sus propias palabras,
“alienada” del hombۚre», o sea que, según Marx
(a través de MM) ‘el hombre tiene una aptitud alienada’, que el hombre está apto para ser alienado. Y
lo que dice Marx es que la alienación le viene de fuera, no que él tenga esa
aptitud. Textualmente, Marx explica:
«... el dinero, en cuanto concepto existente y
activo del valor, confunde y cambia todas las cosas, es la confusión y
el trueque universal de todo, es decir, el mundo invertido, la confusión
y el trueque de todas las cualidades naturales y humanas» (Manuscritos.
Economía y filosofía. Madrid: Alianza Editorial: p. 181).
Y, después de un párrafo
extenso, con ejemplos de ese desfase, Marx concluye con la cita que de él ha
hecho MM, y, si se observa bien, lo que plantea ahí es una hipótesis, una
abstracción subjetiva de la objetividad concreta. Es decir: si el hombre no hubiera
sido alienado por el dinero, y fuera verdaderamente humano, podría esperar
recibir amor y confianza si es que él diera eso: amor y confianza. Por lo
tanto, lo dicho por Marx no tiene nada de bíblico, es una observación
totalmente objetiva de la realidad social. El error, pues no está en Marx sino
en MM, como también —para terminar con él— está en la siguiente antojadiza y
absolutamente equivocada especulación de lo que —según él— es el marxismo:
El marxismo pide a sus adherentes un compromiso
total y ofrece a cambio una explicación completa de la función del hombre en la
realidad biológica y social. Sin embargo, la más importante predicción marxista
no se ha cumplido: el derrumbe del capitalismo. Antes, por el contrario, lo que
ha desaparecido es la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, el llamado
socialismo realmente existente, y la China, el otro gigante socialista,
manteniendo el lenguaje revolucionario, incorporando a su práctica conductas y
procedimientos de origen capitalista» (op. cit., 14-15).
Primero, que el marxismo no
pide a nadie adhesión y compromiso total a su doctrina, porque no es un dogma
de fe, sino de reflexión. Y ya es decisión de quien aplica sus principios y
método el seguirlos con objetividad y sin tergiversaciones. Precisamente,
cuando Marx se enteró de que había algunos «adherentes» que tergiversaban lo
dicho por él y se llamaban «marxistas», él dijo su famosa frase: «Así, yo no
soy marxista».
Segundo,
hay que decir que la subjetividad es mala consejera cuando con ella se pretende
reemplazar la objetividad de un autor, en este caso Marx, diciendo que el
marxismo ofrece «una explicación completa de la función del hombre en la
realidad biológica y social» (¡?), y peor aun si se hace no desde su misma
fuente sino bebiendo esas adulteraciones de intérpretes nada confiables como
Steiner quien, es por demás sabido, no fue marxista o si lo fue, por lo tomado
de él por MM, es mejor decir, con Marx, yo tampoco soy marxista.
Tercero,
y, por supuesto, como MM se cree a sí mismo (o le cree a Steiner) todo lo que
ha desbarrado, entonces, llega a la conclusión de que el marxismo ha fracasado,
porque «la más importante predicción marxista no se ha cumplido: el derrumbe
del capitalismo». Y, por supuesto, ningún marxista (y mucho menos los fundadores
de sus tesis principistas) fueron adivinos ni prestidigitadores de feria para
andar haciendo predicciones de ninguna especie. Y mucho menos predijeron «el
derrumbe del capitalismo». Todo lo contrario. Ellos dijeron que para el mayor
desarrollo de la sociedad socialista se tiene que aprovechar los logros más
avanzados del capitalismo, y que, en los países, atrasados se tenía que
fomentar ese desarrollo. Por eso es que en la Unión Soviética se impulsó el
desarrollo industrial, económico y cultural en un país heredado del zarismo que
se encontraba en la mayor parte de su territorio lastrado de feudalismo. Fue
así que en menos de 30 años (de 1917, triunfo de la revolución socialista, a
1945, derrota del nazi-fascismo) ahí se sentaron las bases de una sociedad
socialista, hasta llegar a ser la segunda potencia mundial, en franca
competencia con el líder del sistema capitalista (USA), con más de 150 años, si
se cuenta desde la revolución francesa hasta el fin de la segunda guerra
mundial.
Y,
cuarto, entonces, en lugar de hacer especulaciones metafísicas para explicar el
receso de la Unión Soviética, lo que
se tiene que observar es lo que los marxistas sostienen: que una revolución
socialista en un país no está segura con su triunfo, mientras exista otro u
otros países capitalistas que buscan su derrota. No fue el sistema socialista
el que fracasó —como dicen sus enemigos o sus oficiosos detractores— sino que
lo hicieron fracasar —en ese país específico, Rusia— sus enemigos externos e
internos.
Pero
el mismo MM entra en contradicción pues ha dicho «que lo que ha desaparecido es
la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, (es decir, agrega MM) el llamado
socialismo realmente existente»; sin embargo, en seguida dice que es «la China,
el otro gigante socialista», total, ¿no es que había «desaparecido (…) el
llamado socialismo realmente existente»? Y, precisamente, a propósito de China,
MM no solo lo reconoce —sin quererlo— como ‘otro gigante socialista realmente
existente’, sino que China también está demostrando que no se trata de
«derrumbar al capitalismo» sino de aprovechar sus logros, lo que
dialécticamente se conoce como: la negación de la negación. Dice Marx:
«El monopolio del capital se convierte en traba del
modo de producción que ha florecido junto a él y bajo su amparo. La
centralización de los medios de producción y la socialización del trabajo
llegan a tal punto que se hacen incompatibles con su envoltura capitalista.
Esta se rompe. Le llega la hora a la propiedad privada capitalista. Los expropiadores
son expropiados. (…) la producción capitalista engendra, con la fuerza
inexorable de un proceso de la naturaleza, su propia negación. Es la negación
de la negación. Esta no restaura la propiedad privada, sino la propiedad
individual, basada en los progresos de la era capitalista: en la
cooperación y en la posesión colectiva de la tierra y de los medios de
producción creados por el propio trabajo» (Marx y Engels, en: Obras
escogidas. Moscú: Progreso, 1969, p. 246. Cursiva mía).
__________
(1) En palabras del mismo
Marx: «Por lo tanto, no analizamos aquí una forma particular del capital, ni la
diversidad de capitales particulares, ni sus diferencias respectivas.
Observamos su génesis. Ese movimiento dialéctico no es sino la expresión ideal
del devenir real del capital. Podemos considerar las relaciones ulteriores como
desarrollos producto de este germen. Pero antes, a fin de evitar toda
confusión, tenemos que señalar la forma determinada en cierto punto de su
desarrollo para hacer su análisis» (Fundamentos
de la crítica de la economía política. La Habana: Editorial de Ciencias
Sociales. 1970. p. 221).
(2) Dice Marx: «Todos los
progresos de la civilización, es decir, todo aumento de las fuerzas productivas
sociales o, si se prefiere, de las fuerzas productivas del trabajo mismo, no
enriquecen al obrero sino al capitalista, y esto al mismo título que los
resultados de la ciencia, de los descubrimientos, de la división y de la
combinación del trabajo, del mejoramiento de los medios de comunicación, de la
acción del mercado mundial o del uso de las máquinas. Todo ello aumenta
únicamente la fuerza productiva del capital, y como el capital se halla en
oposición con el obrero, todo ello no hace más que acrecentar su dominación
material sobre el trabajo» (Fundamentos…,
op. cit., p. 219).
(3) Esta evolución de la
esclavitud, Marx la describe así: «… la riqueza autónoma supone el trabajo
forzado inmediato (o sea: la esclavitud) o, si no, el trabajo forzado bajo
forma inmediata (es decir, el trabajo asalariado)» [o sea la esclavitud
moderna]. (Fundamentos…, op. cit., p.
234).
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