viernes, 2 de septiembre de 2022

Política

¿Por Qué Reconstitución del Partido de Mariátegui? 

Eduardo Ibarra

COMO PUEDE CONSTATARSE, el concepto reconstitución del partido de Mariátegui no siempre ha sido debidamente comprendido e, incluso, ha sido abandonado por un cierto grupo y, finalmente, no es asumido hasta hoy mismo por algunas fuerzas marxista-leninistas. Esta realidad hace necesario volver sobre esta fundamental cuestión a fin de esclarecernos.

I 

El Partido Socialista del Perú, fundado el 7 de octubre de 1928, fue un partido adherido al marxismo-leninismo y al internacionalismo proletario, con una correcta concepción de la revolución, una igualmente correcta línea política (táctica incluida), una militancia pensante y operante y con un carácter clandestino, aunque proyectado con un estatus legal que no tenía por qué negar dicho carácter. Esta realidad partidaria determina una relación necesaria entre el pasado y el presente históricos del proletariado peruano, la absoluta necesidad de reconstituir el partido de Mariátegui. 

Por esta razón, es menester recapitular aquí el contenido del proyecto mariateguiano de partido, los caracteres fundamentales del Partido Socialista del Perú. Procedamos. 

En la tesis «Antecedentes y desarrollo de la acción clasista», el autor de 7 ensayos recordó: 


Mariátegui regresa en este tiempo de Europa [1923], con el propósito de trabajar por la organización de un partido de clase1.

Tal propósito expresaba un acuerdo del «Comité de Génova», primera célula marxista peruana constituida en 1922.

        En la carta colectiva a la «célula de México», Mariátegui sostuvo:


Los elementos de izquierda que en el Perú concurrimos a su formación [del Apra], constituimos de hecho –y organizaremos formalmente– un grupo o Partido Socialista, de filiación y orientación definidas2.

De esta forma, a más de definir a su grupo como Partido Socialista, el maestro anunció la organización formal de este partido.

En carta del 31 de diciembre de 1928 a Eudocio Ravines, Mariátegui sostuvo: 


Cualquiera que sea el sesgo que siga la política nacional, y en particular la acción de los elementos con que hasta ayer habíamos colaborado identificados en apariencia –hemos descubierto ahora que era en apariencia– los intelectuales que nos hemos entregado al socialismo, tenemos la obligación de reivindicar el derecho de la clase obrera a organizarse en un partido autónomo3.

Aquí, frente al proyecto de Haya de la Torre de fundar un partido doctrinariamente heterogéneo, el primer marxista de América reivindicó el derecho de la clase obrera a organizarse en un partido de clase, es decir, en un partido marxista-leninista.

         En carta del 30 de julio de 1929 a Arroyo Posadas, Mariátegui escribió:


Todos los elementos responsables y autorizados de nuestra tendencia ideológica, están con nosotros, en el trabajo de dar vida a una agrupación definida, realista, de masas4.

Y, en carta del 14 de octubre del mismo año a César Vallejo, expresó la idea citada de un modo más exacto aún:


… no cejaré en el empeño de dar vida a un partido de masas y de ideas, el primer gran partido de masas y de ideas de toda nuestra historia republicana5.

El proyecto de partido de Mariátegui, así pues, era de un partido de masas y de ideas, de un partido de masas marxista-leninista. De esta forma tuvo en cuenta el tipo de organización que le permite a las clases trabajadoras acceder al poder. Pero, según prueba su acción partidaria, no contrapuso el concepto de partido de masas al concepto de partido de cuadros, pues lo que intentó fundar públicamente en marzo de 1930, fue precisamente un partido de este tipo (cosa que no se concretó, sin embargo, por causas ajenas a su voluntad), lo cual significó un replanteamiento de la cuestión de la constitución del Partido, lo que permite reconocer la Reunión de Barranco del 7 de octubre de 1928 como la Reunión Fundacional del Partido Socialista del Perú. En otras palabras, el proyecto de partido de Mariátegui aparece, en la práctica, como un proceso que iba del partido de cuadros al partido de masas.

En resumidas cuentas, Mariátegui tuvo toda la razón del mundo al definir al PSP como una

facción orgánica y doctrinariamente homogénea…6

Esta definición implícita del PSP es particularmente importante, pues liquida todas las especulaciones, viejas y nuevas, acerca de un nivel orgánico secreto permanente en el Partido. El PSP fue un partido orgánica y doctrinariamente homogéneo. 

II 

El partido de masas es una variante del partido de cuadros, pues, por una parte, aquel partido no deja de ser un partido de dirigentes, y, por otra parte, porque se revela como la continuación de la fuerte ligazón del partido de cuadros con las masas, es decir, de su carácter de masas. En el lenguaje habitual de los marxistas, partido de masas quiere decir, entonces, partido con un extenso número de militantes. 

Partido de ideas quiere decir partido con una filiación marxista-leninista, con una teoría de la realidad y la revolución peruanas y una teoría del proceso y la situación concreta de la revolución mundial. En los años veinte, todo ello fue obra de Mariátegui. 

III 

En el «Mensaje al Congreso Obrero», el maestro escribió:

 

El marxismo, del cual todos hablan pero que muy pocos conocen y, sobre todo, comprenden, es un método fundamentalmente dialéctico. Esto es, un método que se apoya íntegramente en la realidad, en los hechos. No es, como algunos erróneamente suponen, un cuerpo de principios de consecuencias rígidas, iguales para todos los climas históricos y todas las latitudes sociales. Marx extrajo su método de la entraña de la historia. El marxismo, en cada país, en cada pueblo, opera y acciona sobre el ambiente, sobre el medio, sin descuidar ninguna de sus modalidades7.

Así, Mariátegui sostuvo el principio de aplicar la verdad universal del marxismo-leninismo a la práctica concreta de la revolución peruana.

En Defensa del marxismo, subrayó:


… la revolución rusa, en Lenin, Trotsky y otros, ha producido un tipo de hombre pensante y operante

Marx inició este tipo de hombre de acción y de pensamiento8.

De esta forma propugnó la cualidad pensante y operante de la militancia partidaria.

En el «Programa del Partido» («Principios programáticos del Partido Socialista»), acordó: 


El marxismo-leninismo es el método revolucionario de la etapa del imperialismo y de los monopolios. El Partido Socialista del Perú, lo adopta como su método de lucha9.

De este modo los fundadores reconocieron el desarrollo del marxismo que tuvo lugar con el surgimiento y desarrollo del leninismo.

También acordó Mariátegui:

 

La organización de los obreros y campesinos con carácter netamente clasista constituye el objeto de nuestro esfuerzo y nuestra propaganda, y la base de la lucha contra el imperialismo extranjero y la burguesía nacional.

(…) De acuerdo con las condiciones concretas actuales del Perú, el Comité concurrirá a la constitución de un partido socialista, basado en las masas obreras y campesinas organizadas10.

Así proporcionó una idea de la ligazón del PSP con la clase y las masas, lo mismo en su fase de partido de cuadros como en su proyectada fase de partido de masas.

En el «Prefacio a “El amauta Atusparia”», sostuvo: 


Cuando la revuelta aspiró a transformarse en una revolución, se sintió impotente por falta de fusiles, de programa y de doctrina11.

Es decir, Mariátegui estableció la necesidad de los tres instrumentos de la revolución: ejército revolucionario, frente unido del pueblo y partido de clase.

En el artículo «“La revolución mexicana”, por Luis Araquistain», subrayó: 


… una revolución continúa la tradición de un pueblo, en el sentido de que es una energía creadora de cosas e ideas que incorpora definitivamente en esa tradición enriqueciéndola y acrecentándola. Pero la revolución trae siempre un orden nuevo, que habría sido imposible ayer. La revolución se hace con materiales históricos; pero, como diseño y como función, corresponde a necesidades y propósitos nuevos12.

De esta guisa mantuvo que la revolución socialista es la continuación histórica de las tradiciones positivas de un pueblo, pero que, como plan y como función, corresponde al objetivo de tomar el poder, edificar el socialismo y realizar el comunismo.

Así, pues, en conclusión, el Partido Socialista del Perú presentó los siguientes caracteres fundamentales:

En lo ideológico, el marxismo-leninismo; en lo teórico, el principio de integrar el marxismo-leninismo con la práctica concreta de la revolución peruana; en lo político, una línea y una táctica ajustadas a nuestra realidad concreta; en lo orgánico, una militancia homogeneizada sobre la base del marxismo-leninismo y con la cualidad de ser pensante y operante. 

IV 

Pues bien, las citadas tesis de Mariátegui, ¿se ajustan a la concepción marxista de la revolución y del partido proletario? 

        Engels reveló:


[Para que el proletariado] sea lo bastante fuerte como para triunfar en el día decisivo, [debe] formar un partido independiente, distinto de todos los demás y opuesto a ellos, un partido clasista y consciente… eso es lo que Marx y yo hemos propugnado desde 184713.

Por eso señaló, casi a manera de ejemplo, que la Liga de los Comunistas tuvo sus orígenes 


… en “dos corrientes independientes”: de una parte, “un puro movimiento de los trabajadores”, y, por la otra, “un movimiento teórico, proveniente de la desintegración de la filosofía hegeliana”, asociado predominantemente con Marx. “El Manifiesto comunista de 1848”, agregaba, “marca la fusión de ambas corrientes”14.

De esta manera el autor del Origen de la familia expresó la realidad de que el partido del proletariado es un partido que resulta de la fusión del comunismo científico con el movimiento obrero. 

Por otra parte, Lenin sostuvo: 


La historia… ha confirmado hoy a gran escala, a escala histórica universal, la opinión que hemos defendido siempre, a saber: que la socialdemocracia revolucionaria alemana… estaba más cerca que nadie de ser el partido que necesitaba el proletariado revolucionario para triunfar15.

Y, en el mismo lugar, precisó: 


Al surgir en 1903, el bolchevismo heredó la tradición de lucha implacable contra el revolucionarismo pequeño burgués, semianarquista (o capaz de coquetear con el anarquismo), tradición que había existido siempre en la socialdemocracia revolucionaria y que se consolidó, sobre todo, en nuestro país de 1900 a 1903, cuando se sentaron las bases del partido de masas del proletariado revolucionario de Rusia16.

Pero además, el jefe bolchevique afirmó: 


El dialéctico Engels, en el ocaso de su existencia, sigue siendo fiel a la dialéctica. Marx y yo –nos dice– teníamos un hermoso nombre, un nombre científicamente exacto, para el partido, pero no teníamos un verdadero partido, es decir, un Partido proletario de masas17.

Es decir, así como para Marx y Engels, también para Lenin un «verdadero partido» es un partido marxista-leninista de masas. 

V 

En 1895, Engels sostuvo: 


Si han cambiado las condiciones de la guerra entre naciones, no menos han cambiado las de la lucha de clases. La época de los ataques por sorpresa, de las revoluciones hechas por pequeñas minorías conscientes a la cabeza de las masas inconscientes, ha pasado. Allí donde se trate de una transformación completa de la organización social, tienen que intervenir directamente las masas, tienen que haber comprendido ya por sí mismas de qué se trata, por qué dan su sangre y su vida. Esto nos lo ha enseñado la historia de los últimos cincuenta años. Y para que las masas comprendan lo que hay que hacer, hace falta una labor larga y perseverante. Esta labor es precisamente la que estamos realizando ahora, y con un éxito que sume en la desesperación a nuestros adversarios18. 

Por su parte, Mariátegui subrayó: 


Una revolución no es un golpe de mano. Es una obra multitudinaria. Es una obra de la historia. Los comunistas lo saben bien. Su teoría y su praxis se han forjado en la escuela y en la experiencia del materialismo histórico. No es probable, por ende, que se alimenten de ilusiones19. 

Tanto la cita de Engels como la de Mariátegui, permiten afirmar que la revolución de masas no puede ser dirigida hasta la victoria sino por un partido de masas20. Consciente de esta verdad, ya en 1906 Lenin llamó a transformar el partido bolchevique en un partido de masas. Así, en un proceso más o menos prolongado, el partido bolchevique alcanzó la condición de partido de masas en 1917, lo que permitió que alcanzase el poder en octubre del mismo año (7 de noviembre según el calendario gregoriano). 

En octubre de 1939, Mao llamó a transformar el PCCh en un partido de masas: 


… construir un Partido Comunista de China bolchevizado que abarque todo el país, tenga un amplio carácter de masas y esté plenamente consolidado en los terrenos ideológico, político y organizativo. Es imperioso para la victoria de la revolución china construir tal Partido, y ya están dadas, en lo fundamental, las condiciones subjetivas y objetivas para ello…21 

Así, transformado ya en un partido de masas, el PCCh tomó el poder en 1949.

 Si la transformación completa de la organización social vigente no puede ser sino una obra multitudinaria, entonces los marxista-leninistas no pueden alimentarse de la ilusión de que una pequeña minoría consciente a la cabeza de las masas inconscientes pueda conducir la revolución a la victoria. 

Precisamente, como ninguna otra en la historia, la revolución socialista es una revolución de masas y, por esto, insistimos: esta revolución solo puede alcanzar el triunfo si es dirigida por un partido de masas.  

Así, pues, el proyecto mariateguiano de un partido de masas (de masas y de ideas), corresponde completamente a la teoría marxista y a la experiencia histórica del proletariado. 

VI 

El concepto de reconstitución significa retomar los fundamentos ideológicos, teóricos, políticos y orgánicos del partido de Mariátegui y, concomitante con ello, retomar el proyecto de un partido de masas partiendo de un partido de cuadros. 

Brevemente, el fundamento ideológico del PSP fue el marxismo-leninismo y, por eso, su fundamento teórico fue la aplicación de esta doctrina a las condiciones concretas del Perú; su fundamento político fue la línea y la táctica de la revolución peruana y, como consecuencia, su fundamento orgánico fue su unidad y su cohesión sobre la base de su homogeneidad ideológica y política. 

Mariátegui señaló: 


8º-Cumplida su etapa democrático burguesa, la revolución deviene en sus objetivos y en su doctrina revolución proletaria. El partido del proletariado, capacitado por la lucha para el ejercicio del poder y el desarrollo de su propio programa, realiza en esta etapa las tareas de la organización y defensa del orden socialista.

9º-El Partido Socialista del Perú es la vanguardia del proletariado, la fuerza política que asume la tarea de su orientación y dirección en la lucha por la realización de sus ideales de clase22. 

Como vemos, en estas afirmaciones –ni en ninguna otra, por lo demás– Mariátegui plantea la constitución del Partido para «la guerra popular» o para cualquier otra forma específica de lucha. Es decir, el Partido ni se constituye ni se reconstituye específicamente para una forma de lucha, así se trate de la forma principal en una situación determinada23. O sea, el Partido se constituye para la revolución y se reconstituye también para la revolución. 

        No obstante, con su «reconstitución del partido para la guerra popular», el revisionismo de «izquierda» llevó adelante una reconstitución unilateral, limitada y limitante24. Por su parte, el liquidacionismo de derecha terminó como tenía que terminar: renunciando a la Reconstitución. 

        De hecho, el fondo ideológico y político de tales posiciones con respecto a la Reconstitución es la negación, desde puntos de vista formalmente diferentes, de los fundamentos del partido de Mariátegui. Veamos esto. 

Mariátegui acordó el marxismo-leninismo como la base de unidad del PSP, por la sencilla razón de que correctamente los fundadores entendieron el leninismo como el marxismo de nuestra época. 

        Pero, haciendo a un lado el método de Stalin para dilucidar el desarrollo del marxismo y replicando a algunos autores nacionales y extranjeros, el revisionismo de «izquierda» publicitó el maoísmo como «tercera etapa del marxismo». De esta forma negó el leninismo como el marxismo de la época del imperialismo y de la revolución proletaria y el hecho de que el marxismo se ha desarrollado por épocas25. Por su parte, el liquidacionismo de derecha ha abjurado sin más del marxismo-leninismo. 

        Mariátegui fue maestro en la aplicación creadora del marxismo-leninismo a las condiciones concretas de la revolución peruana, y no hace falta extendernos en la fundamentación de esta reconocida verdad. 

        Pero el revisionismo de «izquierda» aplicó mecánicamente la verdad universal. Por su parte, el liquidacionismo de derecha aplica en cuestiones decisivas el revisionismo, y no el marxismo. 

Mariátegui trazó la línea política y la táctica de la revolución peruana en consonancia con nuestra realidad concreta.       

Pero el revisionismo de «izquierda» negó dicha línea política al ignorar la particularidad de nuestra realidad (especialmente con respecto a la realidad de la vieja China, de la que se amamantó dogmáticamente). Por su parte, el liquidacionismo de derecha niega la línea política mariateguiana con su pretendido «camino municipal al socialismo» y su libresca asunción de la teoría engelsiana del termómetro del sufragio. 

Mariátegui construyó el PSP como un partido orgánicamente homogéneo sobre la base del marxismo-leninismo y propugnó una militancia pensante y operante. 

Pero el revisionismo de «izquierda» construyó un partido sobre la base del llamado «marxismo-leninismo-maoísmo-pensamiento Gonzalo», y estableció una relación teológica entre sus militantes y su jefatura. Por su parte, siguiendo a Julio Portocarrero, Hugo Pesce y Jorge del Prado, el liquidacionismo de derecha postula un partido con dos niveles orgánicos doctrinariamente desemejantes, es decir, un partido doctrinariamente heterogéneo, y ha promovido la servidumbre mental de sus miembros con respecto a quien funge de cabeza de los mismos. 

El resultado de esta negación de los fundamentos del partido de Mariátegui, es que, desde hace décadas, tanto el revisionismo de «izquierda» como el liquidacionismo de derecha se encuentran en una posición contraria a la Reconstitución. 

VII 

Como hemos visto, los fundamentos del partido de nuestro proletariado existen desde los tiempos primeros del Socialismo Peruano. Por lo tanto, actualmente los marxistas afrontan la tarea de defender tales fundamentos y materializarlos en un partido unido. ¿No sostenemos los marxistas que el pensamiento de Mariátegui está vigente? Pues, en consecuencia, para todas las organizaciones, grupos y personas marxista-leninistas, la cuestión se presenta así: 1) adhesión al marxismo-leninismo (que hoy tiene que ser entendido como la doctrina de Marx, Engels, Lenin, Stalin, Mao); 2) integración de la verdad universal del marxismo-leninismo a la práctica concreta de la revolución peruana; 3) desarrollo de la línea política y la táctica mariateguianas y definición del tipo de forma superior de lucha que corresponde a la realidad actual; 4) construcción de un partido de cuadros, pensantes y operantes, fuertemente ligado a la clase y las masas y su transformación, llegado el momento propicio, en un partido de masas por la extensa cantidad de sus militantes. 

He ahí todo el «secreto» de la Reconstitución, todo su contenido esencial, todo lo que, por lo tanto, exige la unidad de los marxista-leninistas. Ahora bien, si en el movimiento marxista-leninista hay todavía quienes eluden el término reconstitución, en cambio no hay nadie que eluda el concepto que encierra: los fundamentos del Partido establecidos por Mariátegui, cuestión suficientemente expuesta en las presentes notas. Por lo tanto, cualquier incomprensión acerca de la pertinencia del término reconstitución26, se diluye en la práctica de quienes transitan el camino de la construcción de un partido marxista-leninista. Dicho de otro modo, si, por cualquier motivo, se es esquivo con respecto al término reconstitución, en cambio ningún marxista puede mostrarse adverso al marxismo-leninismo y al pensamiento de Mariátegui27. Por lo tanto, la no asunción del término reconstitución aparece como un puro prejuicio. Y, como es de conocimiento general, el marxismo es contrario a todo prejuicio28. 

11.08.2022.

_____________

(1) Ideología y política, 1986, p. 100.

(2) Martínez, Ricardo, Apuntes para una interpretación marxista de historia social del Perú, Lima, t. II, p. 301; en adelante, Apuntes.

(3) José Carlos Mariátegui, Correspondencia 1915-1930, Empresa Editora Amauta, Lima, 1984, t. II, p. 490; en adelante, Correspondencia.

(4) Ob cit., t. II, p. 611.

(5) Anuario Mariateguiano, v. I, nº 1, EEA, Lima, 1989, p. 146.

(6) Martínez, Ricardo, Apuntes, p. 300. En el contexto de la carta donde aparece la cita, no puede caber ninguna duda que Mariátegui estaba definiendo al partido cuya fundación anunciaba en el mismo lugar.

(7) Ideología y política, pp. 111-112.

(8) Defensa del marxismo, 1988, p. 44.

(9) Ideología y política, p. 160.

(10) Martínez, Ricardo, Apuntes, t. II, p.

(11) Ideología y política, pp. 186-187.

(12) Temas de nuestra América, 1988, p. 93.

(13) Teoría marxista del partido político, autores varios, Ediciones Pasado y Presente, Córdova, p. 133; cursivas nuestras.

(14) Citado por Monty Jhonstone en Teoría marxista del partido político, p. 108.

(15) Obras escogidas en doce tomos, Editorial Progreso, Moscú, 1977, t. XI, p. 14.

(16) Ob. cit., p. 13; cursivas nuestras.

(17) El estado y la revolución, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Pekín, 1975, p. 99; cursivas nuestras.

(18) «Introducción» a Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850 de Marx, ELE, Moscú, s.f., p. 24.

(19) La escena contemporánea, 1988, p. 135.

(20) Lenin señaló con acierto: «Yo no excluyo en absoluto que la revolución pueda ser iniciada también por un partido muy pequeño y llevada hasta la victoria. Pero es necesario conocer los métodos para ganarse a las masas.» (Discursos pronunciados en los congresos de la Internacional Comunista, recopilación, editorial Progreso, Moscú, s.f., p. 105). Es decir, la victoria de la revolución es posible únicamente si es conducida por un partido de masas, tanto si el partido que dirige la revolución existiera como un partido pequeño con fuerte ligazón con las masas y, por lo tanto, como un partido de masas por su carácter, como si existiera como un partido de masas por la extensa cantidad de sus militantes.

(21) Obras escogidas, ELE, Pekín, 1972, t. II, p. 293.

(22) Ideología y política, p. 182.

(23) Ciertamente la forma principal de lucha en una situación determinada exige un reajuste de la organización partidaria, pero esto no es lo mismo que la Reconstitución.

(24) Ver Ibarra, Eduardo, El pez fuera del agua. Crítica al ultraizquierdismo gonzaliano, Jaime Lastra Editor, Lima, 2010.

(25) Ver Ibarra, Eduardo, El desarrollo de la teoría del proletariado y el problema de su denominación, Ediciones Creación Heroica, Lima, 2012.

(26) El término reconstitución hace parte de la literatura marxista desde principios del siglo XX y, concretamente, la frase reconstitución del Partido de Mariátegui encierra un concepto rico en contenido, un concepto que abre un caudal de posibilidades reales para solucionar problemas fundamentales de la revolución peruana.

(27) Como se sabe, los liquidadores han renunciado al marxismo-leninismo y tergiversado el pensamiento de Mariátegui en cuestiones dirimentes fundamentales y, por eso, es natural que hayan renunciado también a la tarea de la Reconstitución (de la cual fueron teóricamente partidarios y prácticamente adversarios), y que, como consecuencia, propugnen ahora un partido doctrinariamente heterogéneo, mostrando así, sin ruborizarse, su abjuración de los fundamentos ideológicos, teóricos, políticos y orgánicos establecidos por Mariátegui.

(28) Por lo demás, es un hecho que el concepto de Reconstitución, en su correcto significado, ha surgido recién en el presente siglo (ver Ibarra, Eduardo, El partido de Mariátegui hoy: Constitución, nombre, reconstitución).


Economía

El Camino Común de Pedro Castillo y la Burguesía

Cesar Risso

LOS INTELECTUALES BURGUESES comienzan a indicar públicamente la necesidad de enrumbar conjuntamente el destino de la economía de nuestro país, refiriéndose a la necesidad de dejar a un lado, al menos temporalmente, la confrontación entre el poder ejecutivo y el legislativo; aunque esta confrontación aparece focalizada en estos dos poderes, en realidad está extendida al gobierno del poder en general, vale decir que está diseminada en todo el aparato estatal.

Al parecer, la burguesía quiere recuperar el curso normal de la explotación de los trabajadores, sin invertir más tiempo en luchar contra un gobierno que, más allá de los diversos cuestionamientos de los que ha sido objeto, ha trabajado para que las cosas sigan siendo “normales” desde el punto de vista del sistema capitalista.

“Es muy cierto, la inversión está en 0% y esto es una consecuencia de la incertidumbre, del nombramiento de técnicos no idóneos, del mensaje que se da. No se debe dar un mensaje de disputa o discordia, sino empujar el auto en la misma dirección. Falta un rol de liderazgo en el Estado y nuevas ideas. No hay un norte definido.”*

No se trata pues, para la burguesía, de disponer de defensores de sus intereses en el aparato estatal con nombre propio, sino de que, quienes asuman el “destino” de nuestro país, independientemente de su origen, operen en el marco de la lógica del capital, puesto que es la única “racionalidad” posible; dado que en el capitalismo si se quiere que la producción crezca, se tiene, necesaria e inevitablemente, que promover la inversión privada, haciéndola “atractiva” a la burguesía, dándole facilidades para que pueda tener elevadas ganancias.

        Si esta es la tendencia de la coyuntura actual, puede que se deba a la presentación de la Ley de Presupuesto por parte del ejecutivo. En esta Ley se propone la inversión pública, que como se sabe, entre otras cosas, considera el monto de inversión en los diversos sectores. Se trata entonces de amainar en el intento de vacancia del presidente Pedro Castillo, para poder hacerse acreedores de los negocios promovidos por el gobierno para el año 2023.

         La burguesía, si actuase como lo hace en el seno de sus empresas, debería de haber despedido hace varios meses a sus “servidores” políticos. Estos han demostrado una extrema incapacidad para defender los intereses de su “empleadores”. La disputa de los “políticos” por hacerse del trabajo de defensores exclusivos de los intereses de su “amos”, ha significado un gasto considerable de parte de los empresarios, sin obtener a cambio la “rentabilidad” esperada. Ha sido un desperdicio, alimentado por la expectativa de obtener mejores y más genuflexos representantes en el poder ejecutivo.

        Seguramente, a estas alturas, en su balance, la burguesía ha caído en la cuenta de que no tiene sentido continuar sosteniendo la confrontación política debido a que el gobierno no tiene otra mira que la de que la economía crezca para favorecer a los llamados sectores vulnerables, cerrando las “brechas” sociales; pero resulta que este crecimiento se tiene que dar, en el capitalismo, por medio de las ganancias de la burguesía, sin las cuales no hay incentivo para la inversión.

        De a pocos se va llegando a la confianza mutua entre los empresarios y el Poder Ejecutivo. La propaganda en contra de Pedro Castillo tiñó la confrontación política como si fuera la lucha por la defensa del capitalismo en contra de la implantación del socialismo. El ánimo de los políticos fue el de alzarse con el financiamiento para llevar adelante esta lucha a favor de la burguesía. Diluida la coloración artificial inicial, la burguesía vuelve a su objetivo permanente, que es el de mantener el poder, cualquiera sea quien ejerza el gobierno del mismo, para seguir monopolizando la propiedad de los medios de producción y actuar así la explotación de los trabajadores bajo la forma de trabajo asalariado, sin dejar de mantener las estructuras supervivientes de las comunidades campesinas, nativas, etc., amalgamadas a nuestra forma particular de capitalismo semicolonial.

        Se le critica a Kurt Burneo de dar una mala señal a los inversionistas al decir que nos encaminamos a la recesión. El ministro de economía es un investigador ducho. Es posible que esta afirmación busque justamente promover la “unidad” temporal para capear la posibilidad de la recesión. El mensaje puede ser, en consecuencia, o dejamos esta lucha por la vacancia en la cual se pierde tiempo y se mantiene la incertidumbre, o llegamos a ciertos acuerdos, más implícitos que explícitos, para avanzar en evitar la recesión y garantizar el crecimiento y las ganancias.

“Hay bastantes señales que pueden indicar un camino a la recesión. Algunos economistas señalan que no se debería decir esto porque se puede ahuyentar la inversión. Si bien el ministro Kurt Burneo dio la alerta, lo que debería hacer es dar la solución.”

De cambiar el actual enfrentamiento político, pasarían los "políticos" a la condición de “suspensión perfecta” de labores en su afán de representar los intereses de la burguesía.

         La actual confrontación imperialista ha conducido a la inflación, que ha llevado a la burguesía imperialista a aplicar la medida de incrementar la tasa de interés, con lo cual se encarece el crédito, y en consecuencia se reduce la inversión. Esta política aplicada por el imperialismo ha sido imitada por los países semicoloniales como el nuestro. El objetivo es controlar la inflación reduciendo la cantidad de dinero en la economía. Hay, así lo entienden los intelectuales burgueses, más dinero y demanda de la que debiera haber, por lo cual hay que reducirlos. Evidentemente esta política es recesiva. De modo que es la recesión lo que se promueve en los países imperialistas, y particularmente en nuestro país por parte de Julio Velarde en la dirección del BCR.

        La alarma por la posibilidad de la recesión en nuestro país, promovida por Julio Velarde, responde a la teoría económica burguesa. La reflexión económica de la burguesía no puede trasgredir los límites del sistema. De modo que para resolver el problema de la inflación tienen que recesar la economía. Pero para el proletariado y las clases explotadas, es necesario mirar fuera del capitalismo. Hay que superar la lógica de la ganancia. Para esto hay que proponer la solución en un programa que plantee con claridad y abiertamente que la situación que vivimos no es el resultado de tal o cual personaje, ladrón o no, corrupto o no, sino simplemente de la implementación de las medidas que sostienen el capitalismo.

        En este último sentido, la lucha histórica por la superación del capitalismo y la construcción del socialismo, ha pasado a un segundo plano por la falta de propaganda masiva del socialismo proletario, habiéndose el socialismo seudo proletario (socialismo desorientado), contraído a la defensa de Pedro Castillo.

        Más allá del origen popular y sindicalista de Pedro Castillo, lo cierto es que representa a la pequeña burguesía. Es un socialdemócrata pequeño burgués. Es políticamente un representante del ala izquierda de la burguesía, al igual que Perú Libre y su líder Vladimir Cerrón.

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(*) Las citas han sido tomadas de https://lacamara.pe/jorge-guillen-si-la-tasa-de-interes-sube-mas-el-desempleo-se-disparara/

Internacionales

Nota:

Desde la perspectiva del socialismo como conclusión, es decir, como punto de arribo de las luchas de las clases trabajadoras, la evaluación del cambio de la Constitución burguesa, debe de consistir en consolidar los logros alcanzados, como por ejemplo la eliminación del trabajo asalariado, la eliminación de la propiedad privada de los medios de producción, entre otros. Sin embargo, analizando las condiciones concretas actuales, en las que el proletariado no ha alcanzado a encabezar las luchas, la lectura del cambio de Constitución en Chile, debe observarse como transformación en proceso, que va desde la política neoliberal del capitalismo semicolonial, a la política socialdemócrata, también del capitalismo semicolonial, de la burguesía, en el tránsito hacia la derrota total de la burguesía nativa e imperialista, y la superación del capitalismo.

En este segundo sentido es que proponemos la lectura del siguiente artículo, que, evidentemente, por la posición del autor, como análisis socialdemócrata del cambio de Constitución; pero que, desde el punto de vista del proletariado, trazando un arco desde el periodo histórico actual, se puede ver como punto de tránsito, desde la perspectiva histórica de logro del socialismo.

Dado que el capitalismo es un sistema que se basa en la explotación de los trabajadores bajo la forma de trabajo asalariado y la propiedad privada de los medios de producción, consideramos que la actual primavera democrática chilena será temporal.

Comité de Reconstitución José Carlos Mariátegui (CRJCM)

02.09.2022

 

La Nueva Constitución de Chile en el Contexto Latinoamericano y Mundial*

Por Javier Tolcachier** | 24/08/2022 | Chile

Chile se acerca a pasos raudos a la concreción de un hito largamente acariciado: la oportunidad de dejar atrás un molde constitucional impuesto con indecible dolor y sufrimiento por una dictadura bárbara al servicio de un modelo neoliberal.

El próximo 4 de septiembre las comunidades que habitan esa larga y angosta franja de territorio tendrán a su alcance la posibilidad de dirimir el futuro en un plebiscito vinculante y de sufragio obligatorio que consagrará, de resultar nuevamente victorioso el Apruebo, un nuevo texto constitucional.

El despertar chileno a una nueva Constitución

“¡Chile despertó!” fue la consigna que animó y develó el significado de las masivas manifestaciones en aquel mítico Octubre de 2019. Movilizaciones que no surgieron de la noche a la mañana, sino que se enhebran en un proceso de repetidas marchas y acciones cuyas reivindicaciones temáticas y sectoriales se anudaron con el objeto de destrabar el cerrojo de mercantilización asfixiante al que estaba sometida la población.

En medio del clímax del despertar aparecen los Cabildos Ciudadanos, en los que personas de las más diferentes procedencias, edades y territorios debaten sobre los cambios que requiere el país, abriendo la senda a una conclusión común, la necesidad de dar paso a una Asamblea Constituyente.

El impulso de la efervescencia popular se canaliza – en un intento de amortiguarla, con exclusión de una parte de la oposición y no sin pocas críticas- en un acuerdo entre gobierno y algunos partidos en el llamado Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución, que habilita la convocatoria a un plebiscito para modificar la ley fundamental.

La arrolladora victoria, cercana al 80%, de las opciones por una Nueva Constitución y la modalidad de Convención Constitucional electa de modo directo, con paridad de género y representación de pueblos originarios, indicaron que aquel impulso no se había apagado, al menos en la mitad de los votantes habilitados que participó de esa gesta.

El proceso se completó con la elección de convencionales, en la que la derecha no pudo imponer vetos y cobraron fuerza opciones ciudadanas independientes del clásico esquema político y, finalmente, con el proceso de redacción del nuevo texto constitucional.

Luego de casi medio siglo de dictadura del capital y 30 años de democracia tutelada por el poder económico, las y los chilenos deberán ratificar o rechazar la propuesta que, a todas luces, sellaría el advenimiento de un nuevo tiempo histórico.

Una constitución a la “altura de los tiempos”

Los textos constitucionales, en tanto expresión fundacional de la intersubjetividad social – al menos los concebidos en democracia y no los impuestos por dictaduras – no pueden sino ser un reflejo de las intenciones presentes en la época en la que se formalizan.

En ellos se ven reflejadas las aspiraciones transformadoras, pero también resistencias de la memoria social a la dinamización y reemplazo de estructuras anteriores. Esas líneas cuidadosamente modeladas tienen la virtud de ser la bisagra entre tiempos, constituyéndose a la vez en fruto de un ciclo anterior y semilla de uno posterior. Son, a pesar de atisbarse en ellas el inicio de una edad colectiva innovadora, el producto de -al decir de Ortega y Gasset- la “altura de los tiempos”, es decir, la circunstancia histórica en la cual tienen vigencia determinados conceptos, formas y creencias.

De hecho, la nueva propuesta constitucional chilena exhibe estas cualidades a la perfección. En apretada síntesis, se abre con ella una mayor representatividad y participación popular, se garantizan derechos sociales antes vedados por la insensibilidad capitalista y se fijan directrices proactivas de equidad y protección ante la violencia para mujeres, niñez, ancianes y pueblos indígenas.

En esta nueva formulación constitucional, se exige al Estado responsabilidad primaria en la nivelación de las condiciones de vida – profundamente dispares en el Chile de hoy-, se descentraliza el poder político, se afirma la necesidad de proteger los bienes naturales comunes de la avaricia particular, instando a una mayor empatía con otras especies sintientes.

El signo incluyente y contrario a toda forma de discriminación se evidencia en el reconocimiento de la diversidad como riqueza y virtud, tanto en lo concerniente a las naciones y culturas que habitan el territorio, como a la ampliación del abanico de opciones en términos de confesión, pluralismo de ideas, medios de expresión y en la libre elección de la sexoafectividad, la maternidad o la muerte digna, entre otras cuestiones existenciales.

En síntesis, refleja las principales pulsiones de la época: el indetenible avance de las mujeres por igualdad de derechos, la necesidad de nivelar desigualdades históricas, el imperativo de preservar la casa común, la ampliación de la libertad de elección y la dirección hacia la descentralización y apertura a formas más avanzadas de democracia.

La significación del plebiscito de salida en el contexto de la región y el mundo

El primer domingo de septiembre, el pueblo chileno tomará la decisión final. Pero ¿en qué contexto se produce? y ¿qué implicancias tendrá un resultado favorable? Estas dos son cuestiones que ameritan reflexión, ya que ningún fenómeno está aislado, sino que intrínsecamente relacionado en estructura con otros. Mucho más en una época de mundialización que se dirige, más temprano que tarde y a pesar de las apariencias contingentes, camino a una Nación Humana Universal.

El escenario mundial se encuentra surcado en la actualidad por el declive del poder unipolar de los Estados Unidos y la hegemonía que su complejo militar-industrial, tecnológico y financiero instaló en el sistema de relaciones y gobernanza internacional luego de 1945. Poder y hegemonía que se asentaron en la imposición del dólar como patrón de moneda y la primacía de su influencia en instituciones multilaterales como Naciones Unidas o el Fondo Monetario Internacional, pero también en la expansión de los propios mandatos culturales y modalidades de organización política.

Sometimiento al que el pretendido imperio sumó innúmeras incursiones bélicas, ocupación de territorios ajenos e indebida injerencia en la soberanía de otras naciones bajo la falaz excusa de “defender el mundo libre, la democracia o los derechos humanos”.

Esta política violenta y sus evidentes efectos destructivos han conducido al rechazo mayoritario, abriendo espacios a desarrollos autónomos y soberanos y a nuevas instancias de articulación como formas alternativas de contrapoder. En esos espacios de orientación multipolar destaca hoy la influencia de China y Rusia, pero también la de múltiples Estados como Turquía, la India, el Irán, Sudáfrica o México, por solo mencionar unos pocos.

Incluso la unidad de naciones anteriormente en conflicto en Europa había logrado generar progresivamente un polo de creciente autodeterminación. Probablemente haya sido ese intento, junto a la creciente inclinación de sus relaciones hacia Oriente, una causa fundamental en el forzamiento de la guerra ocasionada por la extensión de la OTAN – estructura militar bajo el comando de los Estados Unidos- hacia el Este europeo. Conflicto cuyo objetivo estratégico es instalar una nueva “Cortina de Hierro” occidental para disciplinar a los supuestos “aliados” – en realidad territorios todavía ocupados por la presencia armada norteamericana.

En ese marco de reposicionamiento global de fuerzas, las naciones de América Latina y el Caribe ven nuevas oportunidades en su búsqueda por superar el dominio del hegemón del Norte. Una tiranía geopolítica en la que sus pueblos, al igual que en la época colonial y poscolonial fueron saqueados, empobrecidos y discriminados, viendo coartada toda posibilidad de elegir libremente su camino.

Los vientos emancipadores nuevamente soplan en el Sur, de diverso modo. Y esta diversidad es la clave para comprender una época en la que la desestructuración conlleva el peligro de la atomización, pero a la vez imposibilita los dictados únicos, centralistas y homogéneos propios de otros tiempos.

Alentado por esta correntada histórica, en la que cabalgan hoy sublevados con renovada altivez distintos pueblos de la región -todos violentados por el mismo poder-, el colectivo chileno supo desandar con vocación decididamente no violenta, un camino minado de dificultades por la conservación, el vasallaje y el temor.

Sin embargo, el caso de Chile agrega un ingrediente especial a esta rebelión general, a este nuevo oleaje independentista. Es el signo que le imprime una generación joven, que forjada al calor de la resiliencia y la resistencia al feroz mandato individualista, hoy extiende su influencia feminista, ambientalista, pluralista y de una mayor horizontalidad en los recintos decisores.

Por otra parte, el proceso constituyente chileno reaviva la llama de las “revoluciones constituyentes”, que ya habían sentado bases sociales e institucionales más justas, incluyentes, plurinacionales y democráticas en Venezuela (1999), Bolivia (2006-2007) y Ecuador (2007-2008).

Del mismo modo, el Apruebo chileno reforzará la posibilidad de encaminar sendas reformulaciones constitucionales en países como Perú, Guatemala o Brasil, en las que ínfimas pero poderosas élites mantienen maniatado el espíritu de autodeterminación, libertad y justicia social de sus poblaciones. Por el mismo camino, la Colombia liderada por Petro verá alentada su determinación de hacer valer los logros de la Constitución de 1991, que abrió la puerta a una mayor participación ciudadana, autonomía territorial y pluralismo político.

El movimiento social ha mostrado en Chile que la unidad en la diversidad es fuente de fortaleza y que, aún en el marco de una extrema desigualdad, concentración de poder y una legalidad ilegítima y amañada, sí se puede avanzar hacia nuevos horizontes.

La aprobación plebiscitaria de la nueva Constitución de Chile dará un nuevo empuje a las fuerzas emancipadoras e integracionistas de la región, pero en perspectiva histórica, esta nueva sensibilidad emergente, tributaria de la rebelión mundial inconclusa de 2011, que aun late viva en los pliegues del imaginario de esta cohorte, acaso abra un nuevo capítulo en la historia de esta región y del mundo.

Un capítulo en el que la vida triunfe, en el que la humanidad logre imprimir un nuevo sentido a la existencia hoy reducida a consumo, depredación y vacío, en el que los seres humanos podamos encontrarnos y valorarnos, en el que la reparación y la reconciliación cierren para siempre la fosa letal de la violencia y la venganza.

Si el pueblo de Chile decide aprobar su nuevo contrato social, será un gran paso en esa dirección. Y será hermoso. Sin duda que será hermoso.

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(*) Tomado de https://rebelion.org/la-nueva-constitucion-de-chile-en-el-contexto-latinoamericano-y-mundial/

(**) Javier Tolcachier es investigador en el Centro Mundial de Estudios Humanistas y comunicador en agencia internacional de noticias Pressenza. 

Psicología

El Hombre:1 El Problema de la Persona en Psicología*

Sergei Leonidovich Rubinstein

TANTO LA SOLUCIÓN del problema de la persona, como los términos de su planteamiento, en psicología, dependen esencialmente de los principios teóricos generales de que se parta. A su vez, la solución que se de al problema de la persona determina de modo esencial la concepción teórica general de la psicología.

        La introducción del concepto de persona en la psicología significa ante todo que en la explicación de los fenómenos psíquicos se parte del hombre como ser material en sus interrelaciones con el mundo. Todos los fenómenos psíquicos, en sus interconexiones, pertenecen a un hombre concreto, vivo, actuante; dependen y se derivan del ser natural y social del hombre y de las leyes a que éste se halla sujeto.

        Este principio se aclara y alcanza su ulterior desarrollo en la concepción materialista dialéctica de la determinación de los fenómenos psíquicos. En la explicación de los fenómenos psíquicos, la psicología de la persona parte con frecuencia de una posición directamente contrapuesta al determinismo mecanicista. Este pretende inferir directamente de las influencias externas los fenómenos psíquicos. La psicología personalista, es decir, la psicología que parte de la persona al explicar los fenómenos psíquicos, cae fácilmente en la posición contraria, en la explicación de los fenómenos psíquicos partiendo solo de las propiedades internas a de las tendencias de la persona. El intento de explicar así los fenómenos psíquicos constituye solo el reverso de la concepción mecanicista. De ahí que resulte imposible buscar la solución al problema y la superación de esta antítesis en la unión de los dos criterios afirmando que es necesario tener en cuenta las influencias externas y el carácter condicionado interno -por parte de la persona- de los fenómenos psíquicos, aceptando, de este modo, la teoría de los dos factores. Las influencias externas y las condiciones internas han de correlacionarse entre sí de un determinado modo. Nosotros partimos de que las causas externas (las influencias externas) actúan siempre únicamente de modo mediato a través de las condiciones internas. A esta concepción del determinismo se halla unido el verdadero significado que adquiere la persona como conjunto íntegro de condiciones internas para la comprensión de las leyes de los procesos psíquicos. Así comprendido el determinismo, el planteamiento del problema de la persona queda libre de metafísica, de subjetivismo, y adquiere todo su significado para la psicología. Al explicar los fenómenos psíquicos, cualesquiera que sean, la persona aparece como conjunto de condiciones internas -concatenadas en una unidad- a través de las cuales se refractan todas las influencias externas. (Entre las condiciones internas se incluyen las propiedades de la actividad nerviosa superior, la orientación de la persona, etc.) Por este motivo, introducir la persona en la psicología constituye una premisa necesaria para la explicación de los fenómenos psíquicos. El principio de que las influencias externas se hallan ligadas a su efecto psíquico solo de manera mediata, a través de la persona misma, constituye el centro determinante de la orientación teórica con que se enfoca el estudio de todos los problemas relativos a la psicología de la persona, así como a la psicología en general. En la interconexión de las condiciones externas e internas, el papel principal corresponde a las primeras, pero el problema fundamental de la psicología estriba en poner de manifiesto el papel de las condiciones internas. Las leyes de los fenómenos psíquicos son leyes internas exteriormente condicionadas; este modo de entender las leyes de los fenómenos psíquicos y la noción de persona como eslabón necesario de la psicología constituyen proposiciones unívocas.

        Como quiera que las condiciones internas a través de las cuales en cada momento dado se refractan las influencias externas sobre la persona se han formado, a su vez, en dependencia de las interacciones externas precedentes, el principio de que el efecto de las influencias externas depende de las condiciones internas de la persona, sobre las que dichas influencias se ejerzan, significa también que el efecto psicológico de cada influencia (incluida la pedagógica) sobre la persona está condicionado por la historia de su desarrollo, por su leyes internas. Al decir que la historia condiciona la estructura de la persona, hay que entender la palabra en su sentido amplio: la historia incluye todo el proceso de evolución de los seres vivos como la historia propiamente dicha de la humanidad y la del desarrollo personal de un individuo dado. En virtud de esta condicionalidad histórica, en la psicología de la persona se descubren componentes que poseen distinto grado de generalidad y persistencia y se modifican a ritmo distinto.

        Así, pues, como hemos visto, la psicología de cada persona incluye en sí rasgos que dependen de condiciones naturales y que son comunes a todos los hombres. (Tales son, por ejemplo, las propiedades de la vista a que da lugar la difusión de los rayos solares por la tierra y la consecuente estructura del ojo.) Como quiera que estas condiciones son invariables y se fijan en la estructura misma del aparato visual y de sus funciones, las correspondientes propiedades de la vista resultan asimismo comunes a todas las personas. Existen otras condiciones que se transforman en decurso de la evolución histórica de la humanidad. Tales son, por ejemplo, como ya hemos indicado más arriba, las particularidades del oído fonemático condicionadas por el régimen fonemático de la lengua vernácula. Dichas particularidades no solo son distintas para los pueblos que hablan en lenguas diversas, sino que también cambian en el decurso de la evolución de un mismo pueblo. Se registran determinados avances y cambios en las características psíquicas de los individuos cuando cambian las formaciones sociales. Aunque existen leyes de motivación comunes a todas las personas, en contenido concreto de los motivos, la correlación entre los motivos sociales y personales cambian en las personas al modificarse el régimen social. Tales cambian son típicamente generales para cuantas personas viven en un régimen social dado. En cada persona se presentan en refracción individual en dependencia de correlaciones internas y externas que son específicas para ella. En virtud de esta correlación con las condiciones internas, unas mismas condiciones externas iguales -por lo menos formalmente (por ejemplo, las condiciones de vida y educación para los hijos de una misma familia)- resultan en esencia, por su sentido vital, distintas para el individuo. En la historia individual del desarrollo se van formando las propiedades individuales o particulares de la persona. Tenemos, pues, que las propiedades de la persona no se reducen de ningún modo a sus particularidades individuales, sino que incluye lo general, lo particular y lo singular. La persona es tanto más importante cuanto más representado se da en su refracción individual lo que es común a todos los hombres. Las propiedades individuales de la persona y las propiedades personales de individuo (es decir, las que lo caracterizan como personalidad) no son una misma cosa.

        En calidad de propiedades personales propiamente dichas suelen destacarse las múltiples propiedades del hombre las que condicionan su conducta o actividad de significado social. De ahí que en ellas corresponda un lugar esencial al sistema de motivos y problemas que el hombre se plantea a sí mismo, es decir, aquellos actos en que trasciende o se refleja la actitud del hombre respecto a otras personas. Corresponde en ella, asimismo, un lugar esencial a las aptitudes, es decir, a las propiedades que hacen al hombre apto para actividades socialmente útiles surgidas en el transcurso de la evolución histórica.

        No es necesario detenerse aquí en la historia del concepto de persona, historia que se halla estudiada en algunos trabajos de Trendelenburg, de Rheinfelder y otros.2 Allport da un breve resumen de dichos trabajos.3 Según estas investigaciones, la palabra persona designaba, al principio en etrusco, la máscara que se ponía el actor, y luego designaba a este mismo y a su papel. Entre los romanos, la palabra persona no se utilizaba más que en el contexto persona patris, regis accusatoris (persona del padre del rey, del fiscal, etc.).

        Basándose en las investigaciones de Trendelenburg sobre tales hechos, K. Bühler observó que actualmente el concepto de persona ha cambiado de modo radical. Hoy este concepto designa no una función social del hombre, sino su esencia interna (Wesenart). Sin embargo, tampoco es justa la contraposición puramente externa entre esencia interna y función social de la persona, tal como plantea metafísicamente K. Bühler. Es obvio que la persona humana no puede ser identificada directamente con su función social, jurídica o económica. No solo el individuo como tal puede actuar como persona jurídica; por otra parte, el hombre (individuo, persona) puede presentarse fuera de la condición de persona jurídica, y, en todo caso, no es nunca simplemente persona jurídica -función jurídica personificada-. De modo análogo en economía política, Marx dice de “los papeles económicos representados por los hombres” que son “…personificaciones de las relaciones económicas en representación de las cuales se enfrentan [los hombres] los unos con los otros”,4 y más adelante observa que no es justo considerar a la persona solo como categorías sociales personificadas y no como individuos.5

        Sin embargo, conservamos un rasgo esencial de la noción de persona contenida en el primer significado de esta palabra, en el sentido de papel que el actor representaba en la obra y, por tanto, el ser humano en la vida. Dicho rasgo consiste en que la persona se define por sus actitudes respecto al mundo circundante, al medio social, a otras personas. Esas actitudes trascienden a la actividad de las personas, a la actividad que permite al hombre entrar en conocimiento del mundo, de la naturaleza, de la sociedad, cambiarlos. No es posible de ningún modo desvincular la persona del papel que desempeña en la vida. La importancia de la persona es determinada no tanto por las propiedades que posee, tomada de por sí, cuanto por la trascendencia de las fuerzas histórico-sociales de que ella es portadora, por los hechos reales que la persona lleva a cabo gracias a dichas fuerzas. La distancia que separa una personalidad histórica de un hombre corriente es determinada no por la correlación de sus propiedades naturales tomadas por mismas, sino por la trascendencia de los hechos que la personalidad histórica lleva a cabo -en virtud de sus facultades naturales dadas y, además, por la convergencia de determinadas circunstancias del desarrollo histórico y de su propia vida-. Es el papel de gran figura histórica -y no sus facultades tomadas por sí mismas- lo que determina la correlación de proporciones entre la figura dada y el hombre corriente. Hacer depender estas diferencias única y exclusivamente del desarrollo de las condiciones naturales primarias es una consecuencia de una falsa contraposición entre genio y muchedumbre y da origen a falsas perspectivas en la valoración de las posibilidades abiertas ante cada individuo.

        La persona se forma en virtud de la interacción existente entre el individuo y el mundo circundante. En dicha interacción con el mundo, en su actividad, el hombre no solo se manifiesta como es, sino que, además, se forma. De ahí que la actividad del hombre sea de importancia fundamental para la psicología. La persona humana, es decir, la realidad objetiva designada por el concepto de persona y que presenta esta cualidad es, en último término, el hombre real, el hombre vivo, que actúa. (No existe ninguna persona como formación psicofísica “neutral” -W. Stern- ni como formación puramente espiritual -Klages- ni existe ciencia particular alguna acerca de la “persona” así entendida.)

        En su condición de persona, el hombre se presenta como “unidad” en el sistema de relaciones sociales, como sujeto real de estas últimas. En ello radica el núcleo positivo del punto de vista según el cual el concepto de persona es una categoría social y no psicológica. Ello no excluye, sin embargo, el hecho de que la misma persona como realidad -como trozo de la realidad- que posee diversas propiedades, no solo sociales, sino además naturales, sea objeto de estudio por parte de ciencias distintas, cada una de las cuales lo verifica tomando la realidad según concatenaciones específicas. Entre dichas ciencias figura necesariamente la psicología, pues no existe persona sin psique, ni siquiera sin conciencia. Además, el aspecto psíquico de la persona no se halla en el mismo plano que los demás aspectos de la misma; los fenómenos psíquicos se enlazan orgánicamente con la vida total de la persona, dado que la función vital básica de los fenómenos y procesos psíquicos sin excepción estriba en regular la actividad de las personas. Condicionados por las influencias externas, los procesos psíquicos determinan la conducta haciendo mediata su dependencia respecto a las condiciones objetivas.6

        El hombre es una individualidad porque se dan en él propiedades especiales, únicas, que no se repiten; el hombre es persona en virtud de que determina conscientemente su actitud respecto a lo que le rodea. El hombre es persona porque tiene faz propia. Lo es en grado máximo cuando en él se dan un mínimo de neutralidad, de indiferencia y el más alto grado de “partidismo” respecto a todo cuanto tiene significado social. De ahí que para el individuo como persona posea un significado tan fundamental la conciencia, pero no solo como saber, sino, además, como actitud. Sin conciencia, sin la facultad de adoptar conscientemente una determinada posición, la persona no existe.

        A la vez que se subraya el papel de la conciencia, es necesario tener en cuenta que lo psíquico se da en varios planos, que los procesos psíquicos transcurren en niveles diferentes. El estudio de la psique en un solo plano es siempre un estudio superficial, incluso si se elige alguna “capa profunda”. Si se tienen en cuenta sus planos diversos, la integridad del carácter psíquico del hombre se conserva en virtud de la interconexión de todas sus propiedades y tendencias, a veces contradictorias.

        El principio de que los procesos psíquicos transcurren en niveles distinto es de importancia fundamental para la comprensión de la estructura psicológica de la persona misma. En particular, el problema de la persona como sujeto psicológico está directamente ligado a la correlación que se da entre los procesos involuntarios y los denominados procesos voluntarios. El sujeto en sentido específico de la palabra (como “yo”) es sujeto de una actividad consciente y voluntaria. Su núcleo está compuesto de incitaciones aprehendidas por la conciencia, de motivos de los actos conscientes. Toda persona es sujeto en el sentido de “yo”, mas el concepto de persona aplicado también a la psicología no puede quedar reducido a este sentido estrecho y específico. El contenido psíquico de la persona humana no queda agotado con los motivos de la actividad consciente; incluye, además, una multiplicidad de tendencias de las que no se tiene conciencia: estímulos de la actividad involuntaria. El “yo” como sujeto constituye una formación situada en un plano elevado y es inseparable del conjunto de tendencias dadas en varios planos y que constituyen, en conjunto, la característica psicológica de la persona. Para la caracterización general de la persona es preciso, además, tener en cuenta la “ideología”, las ideas aceptadas por el individuo como principios que le sirven de base para valorar sus propios actos y los de las demás personas; estos principios están determinados por incitaciones, las cuales, sin embargo, no aparecen como estímulos respecto a la actividad del propio individuo. En la psicología de la persona entra el estudio de todas estas formaciones en sus interrelaciones.

        Un examen que abarque todos los procesos psíquicos -percepción, pensamiento (y que no se limite, por ejemplo, a los sentimientos)- ha de incluir también el aspecto personal, concerniente a los motivos de la conducta, de la correspondiente actividad; es decir, ha de poner de manifiesto la relación que se da entre la persona y los objetivos que se le presentan. Ello no significa, empero, de ningún modo, que pueda examinarse la percepción, el pensamiento, etc., únicamente como manifestación particular -que se da solo de vez en cuando- de la relación cambiante de la persona respecto a la situación en que se encuentre. No cabe hacer caso omiso de la dinámica de dichas relaciones en el examen de los procesos psíquicos, mas tampoco cabe disolverlo todo en esta dinámica de relaciones excluyendo totalmente la estática de las propiedades relativamente estables. Reducirlo todo a la dinámica de las relaciones personales significa olvidarse de que existen en el hombre propiedades estables que se han ido formando y consolidando en el transcurso de la historia.

        En la psicología, reducirlo todo a la dinámica de las relaciones que se dan entre la persona y lo circundante es tan erróneo y unilateral como hacer caso omiso de dichas relaciones y limitarse a considerar solo el aspecto estático de las propiedades del hombre. No es posible, por ejemplo, examinar la percepción tan solo como exponente de las relaciones dadas entre el hombre y lo percibido y no tener en cuenta las leyes psicofisiológicas de la sensibilidad comunes a todas las personas y situaciones, ni la actividad de los aparatos perceptores. Es un error afirmar la integridad y la dinámica de los procesos psíquicos rechazando, a la vez, todo lo estático (lo estable) y toda la relativa independencia de las partes (de los analizadores, etc.). Es necesario tener en cuenta el aspecto personal en el estudio de la percepción, del pensamiento, etc.; sin ello no cabe el estudio exhaustivo y concreto de ningún proceso; pero, a pesar de todo, ello no es más que un aspecto; considerarlo como único significa cerrarse el camino para el descubrimiento de todas las leyes de la actividad psíquica, ante todo de las más generales.

        En los procesos psíquicos, lo mismo que en las propiedades psíquicas de la persona, se dan propiedades generales y otras específicas. Ponerla de manifiesto -tanto las primeras como las segundas- es objeto propio de la investigación. Según deba estudiar unas u otras, el investigador a de elegir las condiciones en que el aspecto dado -más general o más particular- aparece en el primer plano.

        Por lo común se entiende que a la psicología de la persona pertenece ante todo el conjunto de propiedades psíquicas del hombre (sobre todo de las propiedades que corresponden al carácter y a las facultades del individuo) vinculadas y condicionadas entre sí según determinadas relaciones de subordinación. (Lo esencial no estriba solo en las condiciones psíquicas que el hombre domina, sino, además, en el papel -rector o subordinado- que cada una de ellas desempeña en la manera de ser general de la persona dada.)

        Sin embargo, es errónea la idea de que la psicología de la persona -que se reduce, en este caso, al conjunto de sus propiedades psíquicas- y la psicología de los procesos psíquicos constituyen dos esferas de estudio separadas una de la otra. La noción de psicología de la persona como algo desligado del estudio de los procesos psíquicos y la idea de procesos psíquicos como funciones abstractas separadas de la persona, constituyen dos facetas de una misma concepción errónea. En realidad, no es posible estructurar ni una doctrina de las propiedades psíquicas del hombre al margen del estudio de la actividad psíquica de este último, ni una doctrina de la actividad psíquica, de las leyes que regulan los procesos psíquicos, sin tener en cuenta su dependencia respecto a las propiedades psíquicas de la persona.

        La inconsistencia de tal separación se revela nítidamente tanto en la doctrina de las aptitudes como en la del carácter. El defecto principal de las formas tradicionales de examen del intelecto estriba, precisamente, en que éstas se verifican desvinculadas de la psicología del pensamiento. En los exámenes que se realizan a base de tests se juzga del intelecto como aptitud partiendo del resultado a que llega el individuo sin tener en cuenta el proceso que lleva a dicho resultado. Naturalmente, este último ha de tomarse en consideración, mas, por sí mismo, no constituye un exponente unívoco para juzgar del intelecto de una persona ni de sus facultades. Psicológicamente, en el plano de la persona y como diagnóstico, el resultado es esencial como expresión derivada de un proceso, de una actividad mental. Tan solo si se tiene en cuenta dicha actividad, cabe juzgar con fundamento de causa acerca de cómo piensa -o si piensa en general- un hombre dado que alcanza en el examen un exponente u otro, determinante del resultado obtenido. (Estas consideraciones bastan ya para mostrar el por qué y en qué sentido no resulta satisfactorio el diagnóstico obtenido por medio de tests.)

        No solo resultaría imposible el diagnóstico de las facultades, sino, incluso, su formación, si las facultades, las propiedades de la persona no tuvieran relación alguna con los procesos psíquicos ni con su actividad. Como hemos visto, los procesos y resultados de la actividad del hombre -cognoscitiva, estética, etc.- consolidados y como sedimentados en él, entran a formar parte de la propia composición de sus facultades.

        Es análogo lo que ocurre con las propiedades del carácter. Cada una de ellas constituye siempre una tendencia a realizar ciertos actos en determinadas condiciones. Las raíces de carácter del hombre y la llave de su formación estriban en las incitaciones y en los motivos de su actividad. El motivo condicionado por una situación o el estímulo para realizar un determinado acto constituyen precisamente un rasgo de carácter personal en su génesis. Por este motivo, el intento de elaborar una caracterología como disciplina especial, separada de la psicología, presupone situarse en un camino falso.

        Con menor motivo pueden ser aun desvinculados de los procesos los estados psíquicos más dinámicos de la persona. Los estados psíquicos del individuo constituyen en efecto dinámico inmediato de su actividad y el fondo de que dichos estados surgen. Tales son, en primer lugar, los estados afectivos que dependen del éxito o del fracaso de las acciones. La dinámica de dichos estados afectivos y las leyes a que se subordinan constituyen, indudablemente, un componente importante de la psicología de la persona, a todas luces inseparable de la dinámica de los procesos psíquicos. Estos últimos, a su vez, no pueden separarse de la propiedad psíquicas y de los estados de la persona, de la correlación que se da entre el nivel de lo que ésta alcanza y el nivel de sus aspiraciones, fruto de su actividad precedente (K. Levin). La desvinculación de las propiedades psíquicas respecto a los procesos psíquicos -y, por ende, de la actividad que dichos procesos regulan- lleva implícita la idea de que la conducta del hombre se determina solo desde el interior, por medio de condiciones internas; a su vez, la desvinculación de los procesos psíquicos respecto a las propiedades y estados de la persona presupone negar el papel que desempeñan las condiciones internas en la determinación de dichos procesos. El significado que posee la persona precisamente como conjunto de condiciones internas que afectan a todos los procesos psíquicos excluye la posibilidad de separar de este modo los procesos psíquicos respecto a la persona, a sus propiedades y estados. Separar unas de otras las propiedades y los procesos psíquicos es el resultado llevado al interior de lo psíquico de separar unas de otras las condiciones externas y las internas.

         La concepción general de que las causas externas actúan a través de las condiciones internas, concepción que determina, en última instancia, nuestro modo de enfocar el estudio de la psicología de la persona, determina, asimismo, la comprensión de los caminos que sigue esta última en su desarrollo psíquico.

        Como quiera que las causas externas solo actúan a través de las condiciones internas, lo que condiciona externamente el desarrollo de la persona se combina de modo sujeto a ley con lo “espontáneo” de su desarrollo. En la psicología de la persona en formación, todo se halla de uno u otro modo exteriormente condicionado, pero en el desarrollo de la misma nada puede deducirse directamente de las influencias externas. Las condiciones internas, aunque se forman bajo la acción de las externas, no son, sin embargo, una proyección mecánica y directa de estas últimas. Al formarse y modificarse durante el proceso de desarrollo, las condiciones internas mismas trascienden al circulo específico de influencias externas que pueden actuar sobre un fenómeno dado. Este principio general es de singular importancia para la comprensión del desenvolvimiento de la persona. Las leyes del desarrollo -exteriormente condicionado- de la persona son leyes internas. De ello ha de partir la solución auténtica del capitalísimo problema del desarrollo y la enseñanza, del desarrollo y la educación.

        Cuando se considera, con cándido criterio mecanicista, que las influencias pedagógicas trascienden en el niño de manera inmediata, resulta innecesario todo trabajo especial sobre el desarrollo y la formación de este último y también organizar el trabajo pedagógico de modo que la enseñanza tenga un resultado formativo, y la educación, además de pertrechar con unas reglas de conducta, forje el carácter, la actitud interior de la persona respecto a las influencias a que está sujeta. La visión errónea de este problema y su insuficiente estudio en nuestra pedagogía constituyen una de las fallas capitales en lo que concierne a la educación de las nuevas generaciones.

        En este caso, como es habitual, un problema teórico de gran magnitud aparece necesariamente desde otro punto de vista como un problema práctico, vital.

        En realidad, todo conocimiento, por teórico que sea, está relacionado -y no puede no estarlo- con la vida, con el hacer práctico, con el destino de las personas, puesto que como tal conocimiento pone de manifiesto la realidad y condiciona la posibilidad de influir sobre la misma. De esta suerte, el conocimiento teórico constituye también un conocimiento práctico, si bien de perspectiva más lejana y amplia. En virtud de su conexión con el hacer práctico, todo conocimiento científico tiene una relación directa con el destino de los hombres. Así se explica que la actitud frente a la ciencia constituya a la vez una actitud frente al hombre y tenga, por ende, un aspecto moral. El auténtico objetivo de la psicología estriba precisamente en comprender a las personas para contribuir a su perfeccionamiento. Para ello es necesario comprender de qué modo los fenómenos psíquicos se incluyen en la vida del hombre tanto en su calidad de fenómenos condicionados por las circunstancias de la vida de aquél como en calidad de fenómenos que condicionan la actividad por medio de la cual el hombre modifica tales circunstancias; esto constituye, a la vez, una parte de un problema más general acerca del lugar de lo psíquico en la interconexión universal de los fenómenos del mundo material. Para nosotros se presenta en esta forma, aquí, el problema central de la filosofía, el problema de la correlación entre el ser y la conciencia.

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(*) S. L. Rubinstein, El Ser y la Conciencia. Capítulo III: Actividad psíquica y propiedades psíquicas del hombre. Parte 3. Editorial Juan Grijalbo, México, 1963.

(1) El tema del hombre es importantísimo en el plano filosófico y, ante todo, ético (lo ético no se reduce, a nuestro modo de ver, a la moral en el sentido de moralización, en el sentido de sermón de circunstancias; el problema de lo ético es el de la esencia misma del hombre en su relación con los demás hombres). Aquí nos referimos solo a un aspecto especial de este tema: el problema de la persona en psicología.

(2) A. Trendelenburg, “Zur Geischichte des Wortes” “Person”. Kantstudien, 1908, 13, S. 4-5 Rheinfelder. Das Wort “Person” Zsch. f. Roman. Phil. 1928, Belheft 77, S. 22-23.

(3) G. W. Allport, Personality. A Psychological Interpretation, Ch. II – “Defining Personality”, 1937, págs. 24-54.

(4) C. Marx, El Capital, t. I, pág. P2. (Ibídem, tomo I, pág. 95).

(5) “…Nuestra perplejidad proviene acaso de que nos hemos limitado a enfocar las personas como categorías personificadas y no con su personalidad individual”. Ibídem, pág. 169. ((Ibídem, tomo I, pág. 180).

(6) A menudo se afirma que la persona no entra en la esfera de la psicología. Esto, naturalmente, es cierto en el sentido de que en su conjunto la persona no constituye una formación psicológica y, por ende, no puede ser objeto exclusivo de la psicología. Pero si, en este sentido, es cierto que la persona no entra en la psicología, no es menos cierto también que los fenómenos psíquicos entran, de modo necesario, en la persona. De ahí que sin la psicología no pueda realizarse un estudio completo de la persona.