viernes, 1 de abril de 2022

Aviso de publicación

Aviso 

LLEGÓ AL PAÍS EL LIBRO DE EDUARDO IBARRA CUYA CARÁTULA Y CUYO CONTENIDO VAN A CONTINUACIÓN

 


Contenido

Prólogo                                                                                                             

Capítulo I

La Revista Nuestra Época y el Socialismo Peruano

Capítulo II

Notas Sobre la Creación Heroica de Mariátegui

Capítulo III

Una Vez Más Sobre la Creación Heroica de Mariátegui

Capítulo IV

Una Nota Reveladora

Capítulo V

Acerca del Socialismo Peruano

Capítulo VI

Una Vez Más Acerca Del Socialismo Peruano

Capítulo VII

Contribución a la Teoría de las Generaciones del Socialismo Peruano

Capítulo VIII

Observaciones Críticas a la Lista de la Primera Generación

Dizque del Socialismo Peruano

Capítulo IX

El Punto de Partida de la Revolución Peruana

Notas

Referencias Bibliográficas


EL LIBRO ESTÁ EN VENTA EN LIBRERÍAS Y PUESTOS DE LIBROS. TAMBIÉN BAJO LA FORMA DE VENTA DIRECTA.

Comité de Redacción de CREACIÓN HEROICA.

Política

Lineamientos programáticos

 

 

La Supresión de la Contradicción entre la Ciudad y el Campo en el Programa General del Partido

 

Eduardo Ibarra

 

LA INDUSTRIALIZACIÓN SOCIALISTA no se limita ni puede limitarse al espacio urbano, pues uno de los objetivos del socialismo es suprimir progresivamente la secular contradicción entre la ciudad (industria) y el campo (agricultura).

 

Marx señaló que la oposición entre la ciudad y el campo constituye una de las bases materiales de una serie de contradicciones propias de las sociedades clasistas. Por eso la supresión progresiva de dicha oposición es una cuestión fundamental en la construcción de la civilización comunista.

 

Históricamente, la ciudad industrial es un producto del capitalismo. La ciudad antigua, la ciudad medieval, fueron ciudades que, de algún modo y en alguna medida, aparecían como una extensión del campo. En cambio, la ciudad industrial se reveló tempranamente como la negación de la vida rural, como el espacio al que arribaban masivamente los campesinos despojados de sus medios de vida.

 

Para suprimir el antagonismo entre la ciudad y el campo, el socialismo tiene que impulsar, entre otras cosas, un nuevo reparto espacial de las fuerzas productivas, lo que significa el desarrollo industrial de las regiones rurales, así como mantener un desarrollo industrial en los espacios urbanos que no lleve a un acrecentamiento de la población.

 

Como es obvio, el nuevo reparto espacial de las fuerzas productivas implica un nuevo reparto espacial de la fuerza de trabajo, y esta es la base para el necesario reordenamiento demográfico.

 

De lo que se trata, pues, es de crear la «agricultura urbana» y la industria rural, «desurbanizar» lo necesario la ciudad y «urbanizar» lo necesario el campo, desconcentrar lo preciso la población de la ciudad y concentrar lo preciso la población del campo, de establecer un intercambio económico racional entre la urbe y el mundo rural.

 

Pero todos estos procesos no se llevan adelante en el socialismo por razones puramente económicas, sino también por razones ideológicas y políticas que permitan activar en el seno del campesinado la lucha por la construcción del socialismo y la realización del comunismo.

 

Mariátegui señaló con acierto:

 

… el espíritu revolucionario reside siempre en la ciudad. Y este hecho tiene claros motivos históricos. Es en la ciudad donde el capitalismo ha llegado a su plenitud y donde se libra la batalla actual entre el orden individualista y la idea socialista. (El alma matinal).

 

Esto escribía Mariátegui en octubre de 1924, cuando Europa era el teatro principal de la lucha de clase del proletariado, aunque la revolución democrática contra la opresión imperialista empezaba a desplegarse en China y otros países de Oriente.

 

Sin embargo, puede decirse, de todos modos, que el marxismo es un producto urbano, y este concepto tiene una evidente estabilidad. Las razones de esto son obvias y, por eso, no es necesario extendernos aquí sobre el tema.

 

Pero sí es menester señalar la consecuencia de ello. La revolución rusa mostró que, en 1917, el partido bolchevique no había alcanzado asentarse en el campo, lo que trajo aparejado serias dificultades a la revolución. En la revolución china no sucedió lo mismo, porque el PCCh se construyó y ejerció la dirección de la revolución teniendo como base social sobre todo el campesinado.

 

        Pero no solo cuestiones ideológicas y políticas diferencian a la ciudad y el campo. También existen diferencias de ambiente, de mentalidad y de psicología entre el habitante citadino y el habitante rural. Mariátegui escribió al respecto:

 

Lo que distingue y separa a la ciudad del campo no es… ni la revolución ni la reacción. Es, sobre todo, una diferencia de mentalidad y de espíritu que emana de una diferencia de función. En el panorama de una sociedad, la ciudad es la cima y el campo es la llanura. La ciudad es la cede de la civilización. A medida que la civilización se perfecciona, se acentúan las distancias espirituales y psicológicas entre el hombre de la urbe y el hombre del agro. El hombre de la urbe vive aprisa. (La velocidad es una invención urbana, una cosa moderna). El campesino vive monótona y lentamente. Su trabajo y su producción están gobernados por las estaciones. Arada por el buey o la máquina, la tierra da en el mismo tiempo y en la misma estación sus espigas. La urbe y la campiña producen dos distintas psicologías, dos ánimas diversas. (Ob. cit.)

 

Precisamente la industrialización y la urbanización del campo son factores decisivos para la penetración de la concepción marxista del mundo entre los campesinos, pues constituyen la base para que, en el proceso de la lucha de clases, los mismos se allanen conscientemente a las relaciones socialistas de producción y, por lo tanto, a la transformación de sus vidas con arreglo a la lucha por la realización del comunismo.

 

Así, pues, se entiende que la supresión progresiva del antagonismo entre la ciudad y el campo es, en su base, una cuestión económica, pero que de hecho es una cuestión política: solo la dictadura revolucionaria del proletariado puede impulsar y llevar hasta el fin dicha supresión.

 

En el Perú, si la revolución se produce antes de la desaparición de la comunidad campesina, su transformación en cooperativa podrá significar que cumpla el papel de factor nuclear en la lucha por la construcción del socialismo en el campo. Mariátegui señaló a propósito:

 

… es el Perú uno de los países de la América Latina donde la cooperación encuentra elementos más espontáneos y peculiares de arraigo. Las comunidades indígenas reúnen la mayor cantidad posible de aptitudes morales y materiales para transformarse en cooperativas de producción y de consumo. Castro Pozo, ha estudiado con acierto, esta capacidad de las “comunidades”, en las cuales reside, indudablemente, contra el interesado escepticismo de algunos, un elemento activo y vital de realizaciones socialistas. (Ideología y política)

 

A casi cien años de escrita, esta cita ha perdido algo de su rigor. La comunidad campesina se encuentra hoy en un punto avanzado de desintegración, y los comuneros no son los mismos que aquellos de los tiempos de Mariátegui: la masiva parcelación de la tierra en las comunidades no solo ha significado la erosión de la propiedad colectiva, sino asimismo la penetración de valores capitalistas en la vida de los comuneros. Pero aun así, diversas formas de trabajo solidario superviven y, por lo tanto, si la revolución no se atrasa, pueden servir de base a la cooperativización socialista de la economía comunal.

 

El socialismo no es solamente, como creen algunos, el desarrollo de las fuerzas productivas materiales. El socialismo es también –y de manera determinante– el progresivo dominio de los trabajadores sobre las condiciones de su producción, la progresiva absorción por las clases trabajadoras de las funciones estatales, la progresiva realización de las bases de la realización del comunismo.

 

En este cuadro se entiende la necesidad ineludible de suprimir progresivamente el antagonismo entre la ciudad y el campo. Huelga decir que, como en muchas otras cosas, esta supresión no puede ser sino un proceso planificado cuyas fases y procedimientos, normas y demás cuestiones prácticas, tendrán que ser determinados y llevados adelante por las generaciones que afronten concretamente la tarea.

 

Por lo expuesto, se entiende que una cuestión tan importante como la que hemos examinado aquí brevemente, tiene que ocupar un lugar en el Programa General del Partido.

 

17.08.2019.


Economía

Guerra Imperialista, Sanciones Económicas y Crisis Económica Mundial

Cesar Risso

LA SITUACIÓN ECONÓMICA que estamos atravesando es consecuencia de la actual guerra entre Rusia y Ucrania; guerra que no es otra cosa que un conflicto entre el bloque liderado por los EEUU, y el bloque que se ha ido forjando entre China, Rusia, etc., que, por lo tanto, es una guerra imperialista por la hegemonía mundial, y que está haciendo naufragar a la economía capitalista en su conjunto.

        El entrelazamiento de la economía mundial es de tal magnitud que cualquier medida punitiva contra alguna de las potencias económicas imperialistas, repercutirá en la economía mundial. Como ya hemos podido observar, las medidas de no comprar gas a Rusia, ha afectado considerablemente la producción alemana, y con ella al resto de Europa, así como a los Estados Unidos, y a la economía mundial. Es lógico que así sea, pues la base energética de la economía capitalista mundial es el gas, el petróleo y sus derivados.

        De un lado la base energética capitalista mundial, y del otro el entrelazamiento planetario de la economía capitalista, atenazan a esta forma de organización mundial de la sociedad.

Ya la pandemia había puesto en evidencia que el neoliberalismo era insostenible, pues no permitía atender las urgencias que esta provocaba: la necesidad de atención médica, la necesidad de plantas de oxígeno, la necesidad de medicamentos, asimismo, la necesidad de proveer a los desplazados del mercado laboral de los recursos para satisfacer sus necesidades básicas, entre las más urgentes. El mundo se nos presentó durante la pandemia como realmente es: una despiadada explotación planetaria de los trabajadores y de las naciones por parte de un puñado de países imperialistas, liderados por las llamadas élites, es decir, por la burguesía imperialista, ante la cual las burguesías nacionales se han sometido, haciendo el papel de intermediarios en la explotación de sus pueblos y trabajadores en nombre de los intereses imperialistas.

No es tanto el capricho, o la libre voluntad, de la burguesía imperialista el imponer el neoliberalismo, sino las leyes del desarrollo capitalista en su fase imperialista las que conducen en esta dirección. La gigantesca política de privatización que se inició en la década del 80 del siglo pasado, ha llegado a sus límites con la pandemia. El reconocimiento de esta situación por parte del FMI y del Banco Mundial, dan cuenta de que por este camino, al menos por el momento, ya no puede continuar la política imperialista. La destrucción de la fuerza de trabajo es insostenible, así que están buscando los mecanismos que permitan a la burguesía imperialista seguir obteniendo trabajo no remunerado sin agotar la fuente de sus ganancias.

Igualmente, la política imperialista de una mayor presencia del Estado en la economía, es una alternativa ya puesta en práctica después de la crisis de 1929, y parcialmente en la crisis del año 2008, así como en la actual crisis de la pandemia.

La misma robotización de la producción a que ha conducido la competencia entre las grandes empresas, causa la disminución de la cuota media de ganancia, al contener cada mercancía menos tiempo de trabajo socialmente necesario; pero que el mismo dominio imperialista compensa a través de una serie de políticas, como los precios de monopolio, dada su posición de dominio en el mercado. Pero esta situación está conduciendo a tener mercancías en abundancia, sin trabajadores que las produzcan, y sin ingresos, y que en consecuencia no habrá quienes compren dichas mercancías, es decir, las mercancías no se podrían realizar, haciéndose imposible las ganancias.

El incremento de precios como parte del proceso de la crisis desatada por el conflicto armado, se enmarca en la estructura del mercado oligopólico. La ley del valor se impone de forma natural en la formación social capitalista. Bajo la forma privada de explotación del trabajo asalariado, con la anarquía de la producción imperante, la ley de la acumulación capitalista y la ley del valor se abren paso, así como la crisis económica como una de las leyes de la economía capitalista.

El precio que pueden poner a sus mercancías los monopolios, y cualquier forma empresarial en la fase imperialista del capitalismo, tiene límites insuperables. Si los precios son muy altos, entonces muy pocos podrán comprar las mercancías, con lo cual las empresas no solo no podrán obtener las ganancias esperadas, sino que ni siquiera podrán recuperar los costos de producción. De modo que el poder absoluto que las empresas creen tener es un poder muy limitado.

        La división social del trabajo, que se expresa en la división internacional del trabajo entre países altamente industrializados y países escasamente industrializados y dependientes, en la confrontación entre el campo y la ciudad, entre formas precapitalistas de producción y formas capitalistas desarrolladas, pero ligadas al proceso global de la producción capitalista, etc., por la dimensión que ha alcanzado, una de cuyas manifestaciones es la mundialización (globalización) de la economía, evidencia un entrelazamiento, una interdependencia, que no permite atacar económicamente a un país imperialista sin que el país que ataca sufra las consecuencias, al igual que todas las economías del planeta.

        La medida propuesta por Rusia, de vender gas y petróleo en rublos, desechando el dólar como divisa en el comercio exterior, tiene una consecuencia inmediata en la economía mundial. El exceso de dólares en la economía mundial provocará la caída del valor del dólar, y con ello la pérdida de valor de las reservas internacionales de todos los países que mantienen sus reservas en dólares. La depreciación del dólar afectará a la economía mundial, incluyendo a Rusia y a China. Dólares baratos en el mundo generará un aumento de los precios de todas las mercancías que se comercializan internacionalmente, e inmediatamente el incremento de precios en el mercado norteamericano.

        La depreciación del dólar, al afectar a la economía mundial provocaría la recesión, y con esta disminución de la producción, el comercio mundial se reduciría considerablemente, afectando el crecimiento económico. Así, la producción y el sistema que la sostiene, colapsarían, aunque temporalmente.

        La escasez de mercancías en el mercado mundial y el aumento del precio de los combustibles, debido al conflicto entre Rusia y Ucrania, provoca el aumento de los precios como parte de la lógica del funcionamiento del sistema capitalista global. Aunque estamos comentando el panorama económico mundial en general, cabe precisar que las empresas transnacionales norteamericanas, exportadoras de gas, están obteniendo ganancias extraordinarias en esta coyuntura. Sin embargo, como parte del ciclo de reproducción del capital, estas empresas se verán afectadas a la hora de adquirir los insumos y otros materiales para el desarrollo de su actividad.

        En el marco del imperialismo no hay salida; todos nos estamos viendo afectados por el conflicto interimperialista por la hegemonía capitalista mundial.

        La lógica del capital frente a la escasez es el aumento de precios; y si se aplicase el control de precios, lo más probable es que se reduzca más aun la producción de las mercancías sometidas a este control. Esto evidentemente es así por la lógica del capital, pero en la realidad, se trata de la pugna permanente entre el capital y el trabajo, entre la burguesía y el proletariado. De modo que, el control de precios no puede ser una medida estrictamente económica, sino política, es decir, tiene que ser una medida de fuerza. Pero es una medida de fuerza para evitar que los sectores populares (obreros, campesinos pobres, informales, etc.) se vean diezmados, lo que traería como consecuencia el sostenimiento del sistema capitalista.

        En la crisis económica actual, la escasez, se resuelve en el incremento de precios, debido a la anarquía de la producción a nivel mundial. Esta anarquía de la producción, que tiene como condición la división social del trabajo y, esta, la producción privada, conduce a favorecer a quienes tienen ingresos más altos, pues por su situación de burgueses, que viven del trabajo de los demás, pueden acceder a las mercancías que necesitan. En una situación de escasez semejante, en el sistema socialista, la planificación de la producción conduciría al racionamiento de los bienes, entregándolos a quienes más los necesitan, y dosificándolos para así sortear la temporal escasez.

        En el plano nacional, probablemente algún representante del capitalismo en el gobierno, podría plantear una política de entregar bonos a las personas de escasos recursos para no romper la cadena de pagos, como ya se hiciera durante la pandemia; aunque existen otras formas en la que la burguesía puede apoyar a los sectores populares, como los subsidios, etc. No romper la cadena de pagos quiere decir permitir que el capitalismo siga funcionando. Esto quiere decir que la solución a la crisis económica capitalista es mantener a flote el capitalismo.

        La interdependencia que hemos destacado nos permite ver que la economía capitalista tiene un carácter mundial, que no permite la libre decisión de la burguesía imperialista, que esta clase explotadora está atrapada en su condición. Esto quiere decir que la unidad económica del mundo es el dominio del capitalismo, y que por ello sus leyes prevalecen a nivel planetario. Por eso aquello del pensamiento único tiene una base material. Pero, debemos añadir que la interdependencia que hemos comentado se da entre los países imperialistas; y esta interdependencia tiene nombre propio y base material en el carácter semicolonial de los países “dependientes”.

Para la burguesía imperialista, o nacional, no hay más solución a la crisis actual que el propio capitalismo, es decir, la explotación del trabajo asalariado en todo el mundo, tanto en el seno de los países imperialistas como en los países semicoloniales.

Internacionales

La Guerra Federación Rusa-Ucrania 

Eduardo Ibarra

¿Cuál es el fondo de la guerra entre la Federación Rusa y Ucrania? ¿Qué es lo que está en juego en esta guerra? Estos interrogantes requieren respuesta precisa, de manera que el proletariado revolucionario pueda establecer una táctica correcta y actuar en consecuencia.

Cualquier marxista sabe que tanto la Federación Rusa como Ucrania son países capitalistas, y que, por eso, ninguno de ellos tiene un solo pelo de socialismo.

Pero, en la coyuntura dada, hay dos diferencias evidentes entre ambos contendientes: 1) mientras la Federación Rusa es el país agresor, Ucrania es el país agredido; 2) mientras la Federación Rusa está en una situación de antagonismo con la tríada Estados Unidos-Europa-Japón, Ucrania es aliada de esta triada.

En 1990, en una conversación sobre el futuro papel de la OTAN en el contexto de una Alemania unificada, el entonces secretario de Estado estadounidense James Baker le aseguró a Mijaíl Gorbachov que “no se ampliaría la jurisdicción de la OTAN para las fuerzas de la OTAN ni un centímetro hacia el este”. Palabras de imperialista, pues desde fines de los años noventa, la OTAN comenzó a expandirse hacia el este. En 1999, la República Checa, Hungría y Polonia fueron asimiladas por la OTAN; en 2004, Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Rumanía, Eslovaquia y Eslovenia se incorporaron al mencionado organismo. Desde entonces la OTAN se expandió hacia las fronteras de Rusia: Albania, Croacia, Montenegro y Macedonia del Norte recientemente, se agregaron a la membresía de la OTAN. Esa expansión dio lugar a la posibilidad de que Ucrania aumentara dicha membresía.

Como se sabe, Ucrania limita con la Federación Rusa y la intención del imperialismo occidental (y especialmente del estadounidense) era instalar en el territorio ucraniano bases militares y armas nucleares, a fin de tener a la mencionada Federación al alcance de un rápido ataque. Ciertamente Ucrania es una pieza importante en la estrategia de la OTAN contra la Federación Rusa.

Cuando la “crisis de octubre” en la Cuba de 1962, Estados Unidos, que se sentía amenazado por los cohetes instalados en la isla, reaccionó inmediatamente poniendo al mundo al borde de la guerra nuclear. La situación actual en Ucrania es el resultado del bloqueo de la OTAN a la Federación Rusa. Pero entre ambos hechos hay una diferencia: en 1962 no hubo invasión a Cuba (el equilibrio estadounidense-soviético era entonces una realidad, cosa que tuvieron en cuenta los estrategas estadounidenses), y ahora hay una invasión a Ucrania (el desequilibrio que significa que Ucrania no sea miembro de la OTAN, es cosa que ha estado en el cálculo de los estrategas rusos).

Entonces, es claro que la guerra que comentamos tuvo su detonante en la aspiración de Ucrania de asimilarse a la OTAN, o, mejor dicho, en la estrategia del imperialismo occidental de extremar el amenazante bloqueo contra la Federación Rusa incorporando a Ucrania a dicho organismo.

Así, pues, la Federación Rusa ha tenido su razón geopolítica para invadir Ucrania. Con esta invasión agrieta un poco el “orden internacional” liderado por el imperialismo estadounidense, pero solo con el propósito de volver, en cierto modo, al statu quo internacional anterior a la medida de fuerza. Y, el imperialismo occidental, militarmente atado de manos en la medida en que Ucrania –hay que repetirlo– no es miembro de la OTAN, recurre a una medida supletoria: ayuda militar a Ucrania y severas medidas económicas contra la Federación Rusa a fin de ponerla en una situación de debilidad que no le permita sostener una guerra más o menos prolongada. Esto está en el cálculo de los estrategas de la OTAN.

Pero, a estas alturas, es un hecho que la invasión a Ucrania ha podido contener, al menos por ahora, la estrategia de bloqueo extremo a la Federación Rusa.

Después de la Segunda Guerra Mundial el imperialismo estadounidense surgió como el enemigo principal de los pueblos del mundo, condición que mantiene hasta hoy.

Pues bien, en relación a la guerra que comentamos, ¿cuál debe ser la posición del proletariado revolucionario? ¿Debe apoyar al capitalismo ruso solo porque está enfrentado al imperialismo occidental liderado por Estados Unidos? ¿Coinciden los intereses del proletariado revolucionario con los intereses que están detrás de la invasión rusa a Ucrania y, por lo tanto, detrás de la estrategia rusa de disputar la hegemonía mundial?

En el capitalismo las guerras son inevitables, incluidas las guerras mundiales. Pero, por lo general, las guerras traen aparejadas situaciones revolucionarias. En las guerras entre los tiburones capitalistas e imperialistas son los pueblos los que ponen los heridos, los muertos, los mutilados, y, por eso, se oponen a semejante tipo de guerras. Pero no se oponen ni tendrían por qué oponerse a las guerras revolucionarias que destruyan el poder de la burguesía.

Precisamente la confrontación global entre la estrategia estadounidense y la estrategia rusa (que es lo que hay detrás de la guerra que comentamos), tiene un indudable carácter de clase capitalista. Así, los intereses de los pueblos del mundo no coinciden con los intereses del imperialismo occidental, y tampoco con los intereses de la Federación Rusa. ¿Acaso los intereses de la burguesía rusa son los intereses de los pueblos? Los intereses de la burguesía rusa son los intereses de un país capitalista de alto desarrollo (no obstante sus problemas económicos) que, con la invasión a Ucrania, busca resolver, satisfactoriamente para ella, el problema que tiene delante a fin de, primero, defenderse de la política de bloqueo del imperialismo estadounidense, y, después, avanzar en la lucha por la hegemonía mundial. No es posible hacerse el ciego ante esta realidad.

Por lo tanto, lo que tienen que hacer los pueblos del mundo es desenmascarar el fondo de clase de la lucha entre el imperialismo occidental y la Federación Rusa. En la actual situación, China y la Federación Rusa, adversarios del imperialismo occidental (y por eso mismo en la mira de este imperialismo), no están en condiciones de confrontarse militarmente con la tríada Estados Unidos-Europa-Japón: no lo están con la seguridad de alcanzar la victoria. La superioridad militar y económica de dicha tríada sobre la Federación Rusa y China sigue siendo un hecho. Pero en tres o cuatro décadas –o algo más–, cuando estos dos últimos países hayan desarrollado su economía y sus fuerzas militares hasta el punto de equilibrar la correlación de fuerzas a nivel mundial (el progresivo declive del imperialismo estadounidense juega a favor de esta perspectiva), sí lo estarán.

Por eso la Federación Rusa ha anunciado que no tiene el propósito de asimilarse a Ucrania. Y China se ha declarado favorable a una solución negociada. Estas dos superpotencias se preparan, pues, para el futuro.

Pero, como se sobreentiende, cualquier negociación sobre el conflicto solo puede ser satisfactoria para los rusos si Ucrania se compromete a no incorporarse a la OTAN y a no montar bases militares extranjeras en su territorio. Este resultado significaría un cierto alivio para la Federación Rusa, al mismo tiempo que algo de impulso para su estrategia.

Por tratarse de una acción enmarcada en la lucha de las superpotencias por un nuevo reparto del territorio económico del mundo, la invasión de Ucrania no puede ser legitimada por el proletariado revolucionario.

Ahora que los pueblos se han sentido amenazados por el peligro de una guerra atómica, deben actuar en consecuencia masificando en todo el planeta la lucha por la prohibición completa de las armas nucleares.

Fragmentado, debilitado e, incluso, sin un centro unificado de dirección, el proletariado revolucionario solo tiene que oponerse al peligro de una guerra mundial y preparar sus fuerzas para tomar el poder en todos los países donde se presente una situación revolucionaria.

 

¡Desenmascarar la disputa entre las superpotencias por un nuevo reparto del mundo!

¡Por una solución negociada de la guerra Federación Rusa-Ucrania!

 

¡Por la prohibición completa de las armas nucleares en todo el planeta!

 

¡Proletarios de todos los países y pueblos oprimidos del mundo, uníos!

 

¡Viva la revolución socialista mundial!

 

22.03.2022.

Capital Humano

La Concepción del «Capital Humano»*

Fundamentos teóricos

HASTA NO HACE MUCHO la problemática relacionada con los procesos de la fuerza de trabajo estaba al margen de los intereses científicos de los economistas occidentales. Se dedicaba preferentemente atención a los problemas de la utilización y no de la formación de los recursos humanos. Pero la revolución científico-técnica exigió la solución inmediata de multitud de cuestiones relacionadas con la creación de una fuerza de trabajo cualitativamente nueva. Los cambios estructurales en la economía del capitalismo contemporáneo fueron precisamente la base objetiva sobre la que apareció la teoría del «capital humano». Pero el impulso intelectual directo para su creación partió de obras en las que se estudiaban los problemas del crecimiento económico1. Estos trabajos pusieron de manifiesto el enorme papel que desempeñan en el proceso del crecimiento económico los cambios cualitativos del trabajo. La admisión tradicional de la teoría de los factores de la producción en cuanto a la homogeneidad cualitativa de los factores quedó socavada. El planteo de las diferencias en la calidad de uno de esos factores -el trabajo- llevó lógicamente a analizar las causas de su heterogeneidad interna y atrajo la atención de los economistas hacia problemas tales como la educación, la acumulación de experiencia productiva, etc., que se convirtieron en objeto de estudio en la concepción del «capital humano».

        Esta concepción adquirió forma definitiva entre fines de la década del 50 y comienzos de la del 60. Les cupo el papel más activo en su creación a renombrados economistas norteamericanos como Gary Becker, Burton Weisbrod, Jacob Mincer, Lee Jansen, Theorode Schultz. Posteriormente aportaron a su desarrollo Samuel Bowles, Yoram Weiss, Yoram Ben-Porath, Finis Welch, Barry Chiswick y otros.

        La concepción del «capital humano» en su conjunto se va desarrollando en el espíritu de la corriente neoclásica. Pero utiliza el conjunto de los instrumentos analíticos de la escuela neoclásica para estudiar aquellas instituciones sociales (educación, sanidad, etc.) que antes, por lo común, quedaban al margen de la investigación económica. A la vez, se pone énfasis en el análisis cuantitativo, aunque los factores institucionales más difícilmente susceptibles de una expresión cuantitativa (por ejemplo, el papel de los sindicatos) se desplazan a segundo plano.

        Como ya se ha señalado, hasta hace relativamente poco tiempo, la economía política burguesa solo de un modo esporádico se refería a la temática de formación de la fuerza de trabajo. No existía el arsenal de instrumentos analíticos necesario para estudiar este proceso. En tales condiciones resultaba completamente natural atender a la parte de la teoría donde se analiza el proceso de formación del capital y tomar de ella muchos elementos importantes del aparato conceptual. La tesis sobre la analogía entre estos dos procesos de formación constituye el núcleo de la teoría del «capital humano». Así está ya expresado en su concepto central que ha dado el nombre a toda la concepción. Por «capital humano» se entienden los conocimientos, hábitos y capacidades del hombre, que contribuyen al aumento de la fuerza productiva de su trabajo: «Es una forma de capital porque es fuente de futuras ganancias o de futuras satisfacciones, o de ambas cosas. Es humano porque es una parte integrante del hombre»2.

        Entre las principales formas de inversiones en el hombre figuran la instrucción, la preparación para la producción, la atención médica, la migración, la búsqueda de información sobre precios e ingresos, el nacimiento y educación de los niños. La instrucción y la preparación para la producción elevan el nivel de los conocimientos del hombre, es decir, aumentan el volumen del «capital humano»; el cuidado de la salud, al reducir la morbilidad y la mortalidad, prolonga su plazo de servicio; la migración y la búsqueda de información ayudan a trasladar mano de obra a las zonas y ramas donde el trabajo es mejor pagado, es decir, que eleva el precio por el servicio del «capital humano»; el nacimiento y el cuidado de los niños producen «capital humano» en la siguiente generación.

        No es difícil ver que todos los factores que se incluyen en el rubro de «inversiones en capital humano» son los diferentes elementos en el proceso de reproducción de la fuerza de trabajo. Pero tal clasificación de los factores es incompleta y no sistemática: incompleta, porque el valor de la fuerza de trabajo depende de muchos otros factores y, sobre todo, del valor de los medios necesarios para «… mantener al individuo trabajador en su estado normal de vida y de trabajo»3; no sistemática, porque la instrucción, la sanidad, la migración y la búsqueda de información pertenecen a distintas etapas de la reproducción de la fuerza de trabajo e influyen de distinto modo sobre su valor y precio.

        La instrucción y la sanidad son factores de acción prolongada. El producto del proceso de instrucción es una fuerza de trabajo cualitativamente nueva, con un elevado nivel de calificación, capaz de realizar un trabajo de gran complejidad. El cuidado de la salud hace al hombre capaz de un trabajo más intensivo y prolongado. A diferencia de éstos, la migración y la búsqueda de información actúan como factores de acción transitoria. Mientras que la instrucción y el cuidado de la salud están vinculados con el auténtico crecimiento del valor de la fuerza de trabajo, la migración y la búsqueda de información reflejan los procesos de fluctuación del precio de la fuerza de trabajo en torno de su valor. La migración y la búsqueda de información son procesos de tipo distributivo, mientras que la instrucción y la sanidad son aspectos diferentes en la producción de la fuerza de trabajo.

        La formulación de concepto «capital humano» es estimada por los autores burgueses como una enorme conquista teórica, y la economista norteamericana Mary Bowman llegó a menciona este hecho como una «revolución en el pensamiento económico»4.

        Pero en realidad la idea acerca de la similitud entre los conocimientos y capacidades humanas y el capital físico no es nueva; en una u otra forma siempre estuvo presente dentro del instrumental del análisis económico. Por ejemplo, ya en su Investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones, Adam Smith escribió: «La mayor destreza de un obrero puede ser considerada desde el mismo punto de vista que una máquina o instrumento de producción que facilita o abrevia el trabajo y que, si bien exige cierto gasto, lo reintegra junto con una ganancia»5.

        En este sentido surgen dos interrogantes: ¿hasta qué punto se justifica dicha analogía?, ¿existe en esta comparación un núcleo racional?

        Cabe señalar que, como método analítico, la comparación del proceso de formación de la fuerza de trabajo con el proceso de formación de los medios materiales de producción es legítima. A un método de análisis similar recurrió Marx en El Capital para explicar, por ejemplo, el diferente papel del capital constante y el variable en el proceso de creación del valor. Y esto resulta fecundo, puesto que a través de esa comparación se revela la especificidad de los fenómenos en estudio. Más aun, desde el punto de vista del proceso directo de producción, el desarrollo de las capacidades humanas «puede considerarse como la producción del capital básico, en tanto que ese capital básico es el hombre mismo»6.

        Pero comparar dos cosas no significa igualarlas una a otra. La comparación presupone descubrir las particularidades en cada uno de los objetos que se comparan.

        Precisamente es esto lo que no tienen en cuenta los partidarios de la teoría del «capital humano», que absolutizan la similitud en detrimento de las diferencias. Es cierto que algunos economistas burgueses también señalan la limitación de las analogías entre el capital físico y el «capital humano», y la enumeración de las disimilitudes al respecto que ven los autores occidentales no es pequeña. Por ejemplo, se considera que el «capital humano» se diferencia del físico por su grado de liquidez7. El período de inversión en el capital físico (un promedio de un año y medio a dos años) es considerablemente más breve en comparación con el «capital humano». En la forma de inversiones en el hombre como es la instrucción, «el período de inversión» (plazo de aprendizaje) puede llevar de 12 a 20 años. Las inversiones en instrucción se distinguen por un mayor grado de riesgo e indeterminación, etc., que las inversiones de capital «comunes».

        La enumeración de estas diferencias podría prolongarse, pero todas ellas son diferencias de orden técnico que modifican un tanto el procedimiento habitual de la toma de decisiones inversionistas, pero no se puede decir que en principio separen el capital físico del «humano».

        Pero en la realidad la naturaleza económica del capital físico y el «capital humano» (por consiguiente, de los medios de producción y la fuerza de trabajo) es profundamente diferente. El «capital humano» crea valor, el capital físico lo trasfiere; el primero es objeto de explotación, el segundo, instrumento de la misma. El valor latente de los medios de producción está rigurosamente limitado, son solo capaces de trasferir el valor que está plasmado en ellos. Como escribió Marx: «… en la medida en que un instrumento de producción es él mismo un valor, trabajo materializado, nada aporta como fuerza productiva»8. El hombre, en cambio, es capaz de crear un valor mayor que el destinado a la reproducción de su fuerza de trabajo, incluso a su preparación. El «capital humano» (es decir, los conocimientos y capacidades del trabajador) puede realizarse solo en el trabajo de su portador. Por el contrario, el acrecentamiento del valor del capital no demanda de su propietario ningún gasto de trabajo de su parte.

        Precisamente a esto le prestó atención Marx cuando criticó las teorías en las que la fuerza de trabajo es considerada como capital. «El salario es considerado aquí -escribió- como interés, y, por tanto, la fuerza de trabajo como el capital que lo arroja. Si, por ejemplo, el salario de un año = 50 libras esterlinas y el tipo de interés el 5%, tendremos que la fuerza anual de trabajo equivaldrá a un capital de 1.000 libras esterlinas. El absurdo de la concepción capitalista alcanza aquí su punto culminante, pues en vez de explicar la valorización del capital por la explotación de la fuerza de trabajo se procede a la inversa, explicando la productividad de la fuerza de trabajo como si ésta fuese también esa cosa mística que se llama el capital a interés … Hay, sin embargo, desgraciadamente, dos factores que se interponen de un modo fastidioso ante esta vacua idea: el primero es que el obrero necesita trabajar para percibir ese interés, y, el segundo que no puede convertir en dinero por medio de la transferencia el valor-capital de su fuerza de trabajo. Lejos de ello, el valor anual de su fuerza de trabajo equivale a su salario anual medio y lo que a su comprador le tiene que reponer mediante su trabajo es este valor mismo más la plusvalía, que representa la valorización de dicho valor»9.

        Los economistas burgueses pasan por alto la circunstancia de que el capital no es meramente una «reserva de bienes», sino determinada relación social que se estable a raíz de esa «reserva». El enfoque puramente técnico, según el cual se entiende por inversiones cualquier tipo de gastos que suscite la renuncia al consumo actual en aras de obtener una «ventaja» en el futuro, puede engendrar la idea de que existe una identidad entre el «capital humano» y el capital físico.

        Si el mayor grado de instrucción está vinculado a la obtención de un salario complementario que supera el valor de aquélla, los gastos para adquirir instrucción pueden ser calificados como valor acrecentado. Pero decir que esto es capital, es decir, un valor que se acrecienta por sí mismo, sería, a nuestro modo de ver, absurdo. El valor de la calificación no aumenta por sí mismo: la condición ineludible es aquí el trabajo de su portador. La acumulación de conocimientos y hábitos constituye «…el principal resultado que se conserva del trabajo precedente, que existe, no obstante, en el propio trabajo vivo»10.

        En el enfoque de los economistas burgueses se pierde de vista que la propiedad de los medios de producción es no solo la posesión de cierta «reserva de bienes de capital», sino también el poder económico sobre aquellos que carecen de esa «reserva»: «…el proceso de producción capitalista reproduce, por consiguiente, por su propio mecanismo, el divorcio entre la fuerza de trabajo y las condiciones de trabajo, reproduciendo y eternizando de este modo las condiciones de explotación del obrero. Obliga constantemente al obrero a vender su fuerza de trabajo para vivir y permite constantemente al capitalista comprarla para enriquecerse»11.

        A diferencia de la propiedad de los medios de producción, el poseer una calificación no está vinculado a la explotación de trabajo ajeno asalariado; no hay en este caso relaciones de control y subordinación, y por ese motivo encarar las capacidades del hombre como capital lleva a tergiversar la naturaleza interior del modo capitalista de producción.

        Pero aun diferenciándose por su contenido político-económico, la formación del capital y la formación de la fuerza de trabajo tienen cierta semejanza técnico-económica: una y otra exigen distraer considerables recursos en detrimento del consumo actual, de ambas depende el nivel de desarrollo de la economía en el futuro; ambos tipos de inversión rinden un efecto productivo de carácter prolongado. Como se sabe, el enfoque ampliado de la categoría «capital» por los economistas burgueses contemporáneos se remonta a la teoría del científico norteamericano Irving Fisher, quien entendía por capital cualquier «reserva» de bienes que existiera en un momento dado. Al capital le contraponía Fisher el ingreso, y definía este último como «afluencia de bienes» en el curso de cierto período.

        ¿Qué significó desde este punto de vista la promoción del concepto «capital humano»? Nada más que la comprensión del hecho de que los hábitos y capacidades de los hombres pueden ser una reserva, es decir, pueden ser acumulables. En otras palabras, la economía política burguesa parece haber redescubierto lo que ya sabían Smith y Ricardo, y a lo que más de una vez se refirió Marx12.

        Por consiguiente, la atención que la economía política burguesa dedica a la idea del «capital humano» tiene dos sentidos. Por una parte, este concepto posee una orientación ideológica totalmente clara. Por otra parte, en el hecho en sí de utilizar esta idea se manifiestan las tentativas de los economistas occidentales de tener en cuenta los cambios reales que se operan en la economía nacional y que se han expresado en que, en las actuales condiciones, la acumulación de elementos de riqueza inmateriales ha adquirido prioridad para todo el curso de la reproducción social.

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(*) Tomado de Economía Política no Marxista Actual: Un Análisis Crítico. Varios autores. Capítulo XI: La Concepción del «Capital Humano», redactado por R. I. Kapeliúshnikov. Editorial Progreso. 1981.

(1) Véase, en particular: G. Becker. Human Capital: A Theoretical and Empirical Analyzis, with Special Reference to Education. N. Y., 1964, p. 1.

(2) T. Schultz. Human Capital: Policy Issues and Research Opportunities. «Human Resources, Fiftieth Anniversary Colloquium VI», N. Y., 1972, p. 5.

(3) C. Marx. El Capital. C. Marx y F. Engels. Obras, t. 23, p. 182.

(4) Véase Mary J. Bowman. «Te Human Investment Revolution in Economic Thought». Sociology of Education, 1966, vol. 39, N° 2.

        Compárese también la siguiente declaración: «El concepto de capital humano constituye un avance de extraordinaria importancia en el análisis económico. El capital humano hace que resulte fácil aplicar el sistema analítico que ha sido elaborado para la inversión física en la inversión humana». (L. Thurow. Investment in Human Capital. Belmont, 1970, p. 121.)

(5) Adam Smith. Investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones. Moscú, 1962, p. 208.

(6) C. Marx. Crítica de la Economía Política. C. Marx y F. Engels. Obras. t. 46, parte II, p. 221.

(7) «El atributo más decisivo del capital humano deriva del hecho de que la persona y su capital humano son inseparables». (T. Schultz. Op. cit., p. 8.)

(8) C. Marx. Crítica de la Economía Política. C. Marx y F. Engels. Obras. t. 26, parte II, p. 279.

(9) C. Marx. El Capital. C. Marx y F. Engels. Obras, t. 25, parte II, p. 8.

(10) C. Marx. El Capital. C. Marx y F. Engels. Obras, t. 26, parte III, p. 306.

(11) C. Marx. El Capital. C. Marx y F. Engels. Obras, t. 23, sección 7, p. 590.

(12) «La reproducción de la clase obrera incluye la acumulación de su maestría que es trasmitida de generación en generación». (C. Marx y F. Engels. Obras, t. 49, p. 201.)


Lógica Dialéctica

Dialéctica del Concepto

Mitrofan N. Alexeiev

La extensión y el contenido como reflejo de la contradicción objetiva en el concepto

EN EL PARÁGRAFO ANTERIOR se estableció la naturaleza doble del concepto, que encierra la extensión y el contenido. Así aparece el conceto en su manifestación, en su modo exterior de existencia. Ahora debemos introducirnos en la naturaleza interna de esta dualidad, mostrando qué se oculta detrás de ella y cuáles son los factores objetivos que la determinan.

        En la extensión del concepto se reflejan los diversos objetos; en el contenido los caracteres esenciales y necesarios. La extensión indica de qué elementos está compuesta la clase; el contenido, cuáles son los rasgos que la caracterizan. Pero señalar los elementos de qué están compuesta la clase significa, en esencia, fijar su unicidad, su irrepetibilidad. Al decir, por ejemplo, que en la clase de las ciencias entran la matemática, la física, la química, etc., por el solo hecho de enumerar destacamos la particularidad de la matemática, la física, la química (aunque no las revelamos en su totalidad), partiendo de que cada una de ellas es individual. Por otra parte, reflejar los caracteres esenciales y necesarios en el concepto significa fijar las propiedades comunes a todos los objetos, sin las cueles éstos, en rigor, no existen, y que los unifican en un todo indivisible. Al determinar el concepto “ciencia” por los caracteres esenciales y necesarios, tales como el de ser forma de la conciencia social, el de guardar estrecha relación con la práctica etc., indicamos los rasgos generales inherentes a la matemática, la física, la química y otras ciencias.

        Por consiguiente, en la extensión del concepto se revelan las propiedades singulares de los objetos, y en el contenido, las generales. Esto exige una explicación de lo singular y lo universal, así como de la relación que existe entre ellos.

        Se llama universal lo que es inherente, no a un objeto cualquiera, sino a todos los objetos de la clase dada. Así, por ejemplo, lo universal para Moscú, Leningrado, Kíev, Vorónezh, es que todas ellas son ciudades; para China, EE.UU., Francia, la República Popular de Mongolia, que son Estados; para el tilo, el arce, el abedul, el roble, son los caracteres del árbol, etc. Análoga interpretación de los universal es la de Aristóteles, quien afirma: “Llamo ‘universal’ a lo que es inherente a todos y [es] por sí mismo, y en tanto que es lo que es”1. Nótese que Aristóteles toma las dos últimas expresiones, según él mismo subraya, como idénticas.

        Lo singular, o individual, por el contrario, es lo inherente, no a todos o a algunos objetos de la clase dada, sino solo a uno de ellos. Así, la URSS es algo singular porque no hay otro Estado igual en el mundo. La tierra también es singular, porque en nuestro sistema solar es única en su género, en su particularidad. Aristóteles define lo singular diciendo que “hay entre las cosas algunas que no pueden ser jamás atribuidas a otras con verdad de una manera universal; por ejemplo, Cleón, Callias y todo lo que es individual y perceptible por los sentidos. A éstas, por el contrario, pueden atribuirse las demás cosas…”2

        La categoría de lo singular y lo universal pueden hallarse en cada cosa por separado, en todo fenómeno u objeto. Cada objeto por sí es único, concreto, tiene un infinito número de caracteres que son solo suyos y de ningún otro. El conjunto de estas propiedades o caracteres distingue al objeto dado de cualquier otro, lo determina en forma específica. Así, la estructura económico-social capitalista tiene las siguientes propiedades singulares: se origina en el feudalismo y precede de modo inmediato al socialismo, encierra la contradicción entre el carácter social del trabajo y la forma capitalista privada de apropiación, la fuerza de trabajo se transforma en mercancía, y por lo mismo sirve de objeto de venta, etc. Estos caracteres, en su conjunto, no existen ni pueden existir en otra formación social. En este sentido la formación capitalista es única.

        Pero al mismo cada objeto o fenómeno tienen caracteres y rasgos comunes a todos los demás objetos y fenómenos. El capitalismo, por ejemplo, como estructura económico-social antagónica, no se diferencia en absoluto de las demás formaciones antagónicas. Lo mismo que la esclavitud y el feudalismo, se funda en la explotación del hombre por el hombre; su remplazo por otra formación superior se efectúa por vía revolucionaria; su historia, como la de la esclavitud y el feudalismo, es la historia de la ininterrumpida lucha de clases, etc. Dichos caracteres son propios, no solo del capitalismo, sino también de todas las demás formaciones de clases. Por eso no son singulares, sino generales.

        Vemos que el capitalismo tiene al mismo tiempo caracteres singulares, inherentes solo a él, y otros universales, comunes a todas las formaciones sociales antagónicas.

        Se puede aportar un infinito número de ejemplos que confirman la tesis sobre la existencia de caracteres singulares y universales en los objetos. Sin embargo, lo esencial no está en los ejemplos, sino en lay que los comprende. Ésta puede formularse de la siguiente manera: todos los objetos, fenómenos o procesos aislados son al mismo tiempo singulares y universales. No existe lo singular sin lo universal, ni lo universal sin lo singular. Estos caracteres opuestos ponen de manifiesto la naturaleza dialéctica de cada objeto, por simple o complejo que sea.

        La dialéctica de dichos caracteres consiste en que al mismo tiempo que son opuestos y se niegan entre sí, cada uno presupone al otro, forman una unidad. Lo singular se opone a lo universal, puesto que solo es inherente a un objeto, y no a todos. Lo universal es opuesto a lo singular, porque es propio de todos los objetos, y no de uno solo.

        La unidad de ambos se manifiesta en que son inseparables, y que en determinadas condiciones cada uno de ellos puede convertirse en el otro. En el ejemplo mencionado, “capitalismo” es lo singular; “formación económico-social antagónica” es lo universal. Pero, si tomamos otro nexo, “capitalismo inglés” y simplemente “capitalismo”, aquí lo singular será ya “capitalismo inglés”, porque es lo que fija los caracteres irrepetibles, mientras que lo universal es lo que en el primer caso fue singular, o sea “capitalismo”.

        Las mencionadas propiedades dialécticas de las cosas, sus caracteres singulares y universales, encuentran su expresión en los dos aspectos del concepto que se llaman extensión y contenido. La extensión indica los caracteres individuales e irrepetibles de las cosas; el contenido, los caracteres universales, que se repiten. Tal es la esencia de la extensión y el contenido de los conceptos.

        Los aspectos opuestos del concepto -extensión y contenido- que antes parecían puramente lógicos, relacionados tan solo con el objeto y la nota, aparecen ahora como manifestación, como reflejo de los caracteres singulares y universales de la realidad objetiva. En la extensión y el contenido se revela, por lo tanto, la aptitud de los conceptos para fijar los caracteres singulares y universales. Es cierto que con ello la esencia de la extensión y el contenido no se agota por completo. Hay en ella otros momentos que también deben ser analizados.

        Como se indicó, lo singular es lo inherente solo a un objeto; lo universal, lo que es propio de muchos, en rigor, de todos los objetos. Así definimos las categorías de lo singular y lo universal, poniendo en claro la naturaleza de la extensión y el contenido de los conceptos. Pero los conceptos “uno” y “todos”, que expresan lo singular y lo universal; son características puramente cuantitativas de los objetos, detrás de las cuales se ocultan las cualitativas. Cuando decimos “uno”, “muchos”, “todos”, “algunos”, indicamos las propiedades externas, puramente cuantitativas de las cosas, y no tocamos en absoluto sus cualidades. Las cosas, sin embargo, son una unidad de la cantidad y la cualidad. Es necesario determinar entonces con qué característica cualitativa se vincula esta característica cuantitativa de las cosas.

        Al indicar que lo singular es inherente solo a un objeto, y no a muchos, fijamos sus caracteres específicos, subrayamos la diferencia que existe entre éste y los otros. Al señalar que lo universal es inherente a todos los objetos, y no a uno solo, destacamos, por el contrario, que los mismos tienen algo semejante, uniforme o idéntico. Analicemos este punto mediante un ejemplo concreto. Cuando se afirma que en la clase de las ciencias figuran la física, la química, la biología, se hace patente la particularidad, la diferencia con las que está relacionada esta clase. Porque al decir ciencia física se separan los caracteres específicos de esta ciencia, se parte de la noción de que cada ciencia es distinta de otra. En cambio, al indicar los caracteres universales de las ciencias, se fija su identidad, algo uniforme, que se repite. Al distinguir caracteres tales como forma de la conciencia social, vínculo estrecho con la práctica, señalamos propiedades idénticas para todas las ciencias. Por el carácter universal de las ciencias no se puede juzgar sus rasgos específicos, de igual modo que al apoyarse en los caracteres singulares no se puede decir nada sobre su identidad. Es cierto que lo análogo, y lo idéntico que se expresa en ello, son algo concreto y reiteradamente desmembrado, por lo cual tampoco le es extraña la diferencia. Sin embargo, este ya es otro problema, referido a la composición de lo universal, lo idéntico, que ahora no nos ocupa y que será examinado al final.

        Así, las propiedades singulares de las cosas expresan su diferencia; las universales, su identidad. Esta es una nueva relación, más profunda que la existente entre lo singular y lo universal. Si la relación “singular-universal” alude al aspecto cuantitativo del objeto (un objeto o todos los objetos), la relación “diferencia-identidad” se refiere ya a la cualidad de los mismos. Se puede hablar de identidad y diferencia, independientemente de la cantidad de objetos; dichos caracteres existen, tanto en un objeto aislado como en una clase de ellos.

        Para revelar en lo singular y universal (y con ello en la extensión y contenido) las diferencias e identidades, debemos analizar de modo algo más detallado estas nuevas categorías dialécticas.

        La diferencia y la identidad, a semejanza de lo singular y lo universal, son categorías universales del ser. Tienen vigencia en amplios dominios, y abarcan los fenómenos de la naturaleza y la sociedad, como también el pensamiento. La diferencia y la identidad pueden encontrarse, tanto en las cosas materiales (la naturaleza orgánica e inorgánica) como en el reflejo de éstas en nuestra conciencia. No hay nada en el cielo ni en la tierra que no encierre la diferencia y la identidad.

        Sin embargo, lo dicho es válido para la diferencia e identidad concretas, y no con respecto a la diferencia.

        El hecho es que se puede hablar de la diferencia e identidad, tanto en sentido abstracto, absoluto, como en sentido concreto, relativo. La diferencia e identidad abstractas se toman aisladamente: la diferencia en sí, la identidad en sí. Ambas están separadas entre sí por un abismo insalvable. No se puede hacer coincidir, se encuentran en absoluta oposición. Es desde todo punto de vista evidente que tal diferencia e identidad abstractas no existen en la naturaleza. En el mundo real toda identidad existe junto con la diferencia, porque cada cosa es a la vez igual a sí misma (así como a otras cosas), idéntica, y no igual a sí misma (y a otras cosas), no idéntica, distinta. Veamos un ejemplo. El lirio es, por cierto, el lirio, y no la rosa, la amapola, etc. Pero al mismo tiempo no es simplemente el lirio, porque también es flor, planta, organismo vivo. Como lirio es idéntico a sí mismo; como planta, es distinto de sí. Por consiguiente, en la misma flor, el lirio, hay tanto identidad, igualdad consigo misma, como no identidad, desigualdad consigo misma. Y así ocurre con cualquier objeto, sea cual fuere el campo de la realidad al que pertenezca.

        Todas las cosas que existen de modo objetivo son a la par idénticas a sí mismas y distintas de sí. En ellas la identidad y la diferencia son inseparables. La identidad implica de por sí la no identidad, la distinción de sí, y esta última entraña, por el contrario, la identidad consigo misma.

        La dialéctica de la identidad y la diferencia consiste en que siendo opuestas, están al mismo tiempo inseparablemente unidas.

        La identidad expresa algo análogo, uniforme, estable. La diferencia, por el contrario, manifiesta algo no uniforme, disímil, inestable. Si el carácter es idéntico, no es diferente, y, por el contrario, si es diferente, no es idéntico. Por lo tanto, la identidad niega la diferencia, y la diferencia, por su parte, niega la identidad. Esta es precisamente la oposición que existe entre identidad y diferencia.

        En grado no menor, también salta a la vista su unidad. La diferencia es el complemento imprescindible de la identidad y ésta de aquélla; cada uno condiciona la existencia del otro. La identidad es siempre identidad tan solo respecto a la diferencia, sobre el fondo de la misma. La diferencia existe en las cosas que en algún sentido son idénticas, y la identidad en las cosas que en determinada forma están diferenciadas. De este modo, no habría identidad sin diferencia, y viceversa. La unidad de ambas es tan estrecha y orgánica, que se trasforma por sí misma en una identidad, que tiene lugar en la trasformación (en condiciones determinadas para cada caso) de la diferencia en identidad y de ésta en aquélla. Veamos un ejemplo. Lo que diferencia la física de la biología no es solo el análisis de los diversos estados de los cuerpos (líquido, sólido, gaseoso), sino el estudio, por parte de la segunda, de los organismos vivos. Por el contrario, hay una unidad entre ellas en cuanto ambas son ciencias naturales. Pero comparemos ahora la física con algunas de las ciencias humanas, como por ejemplo la historia. El carácter que primeramente fue idéntico (ciencia natural) se tornará ahora diferente, pues diferencia, separa la física de otra ciencia (historia). Por consiguiente, el mismo carácter (ciencia natural) idéntico en un aspecto se trasforma al cambiar éste, en un carácter diverso. Esto indica la naturaleza dialéctica de la diferencia y la identidad. Resulta evidente, así, el profundo error de los metafísicos, al suponer que la identidad y la diferencia son opuestos inconciliables. Estos son, en rigor, polos unilaterales que representan algo verdadero solo en su acción recíproca y en la transición de uno a otro, en la inclusión de la diferencia en la identidad, y de ésta en aquélla.

        La diferencia y la identidad existentes en cada cosa, la dialéctica de su transformación mutua, se expresan (como lo singular con lo universal) en los dos aspectos opuestos del concepto: la diferencia en la extensión; la identidad, en el contenido. La extensión fija la diferencia entre los objetos, porque indica los ejemplares de que se compone la clase; el contenido refleja la identidad, porque relaciona dichos ejemplares con caracteres uniformes. Pero, a diferencia de las categorías de lo singular y lo universal, la identidad y la diferencia son relaciones más profundas de la realidad, y no se refieren necesariamente a las características cuantitativas de los objetos.

        Vemos así que en los aspectos opuestos del concepto -extensión y contenido- se reflejan, no solo el objeto y la nota, sino también lo singular y lo universal, la diferencia y la identidad. En la extensión se refleja lo singular, la diferencia en el contenido, lo universal, la identidad. Esto pone de manifiesto la naturaleza dialéctica del concepto, al mismo tiempo que no permite ya considerarlo tan solo como un conjunto de notas generales e idénticas, pues, como se advierte, junto con lo general e idéntico también existen en él lo singular, lo diferente.

        Formularemos algunas conclusiones.

        Al comienzo de nuestra investigación, el concepto apareció ante nosotros como una unidad de extensión y contenido. Por lo demás, la extensión surgió como reflejo del conjunto de objetos; el contenido, como reflejo del conjunto de caracteres. Extensión y contenido expresaban aspectos opuestos del concepto, que se complementaban entre sí.

        Luego dedujimos que estos aspectos opuestos del concepto no expresan más que la contradicción de las cosas: en la extensión se fijan las propiedades singulares de las mismas, y en el contenido, las propiedades generales. Lo singular y lo general forman la base interna de la extensión y el contenido del concepto.

        Sin embargo, detrás de las propiedades singulares y generales, relacionadas con las características puramente cuantitativas de los objetos, hay propiedades aun más profundas: la diferencia y la identidad. En la base de las notas singulares está la diferencia; en la de las generales, la identidad, puesto que la singularidad indica los caracteres específicos de los objetos, mientras que la universalidad muestra su semejanza.

        Por consiguiente, respecto del concepto tenemos todo un sistema de contradicciones, cada una de las cuales es una profundización y desarrollo de la contradicción precedente. La contradicción “singular-universal” es un desarrollo de la contradicción “extensión-contenido” (u “objeto-nota”), mientras que la contradicción “diferencia-identidad” es el desarrollo de la contradicción “singular-universal”. La gran importancia cognoscitiva del concepto se explica justamente porque refleja en las cosas la singularidad y la universalidad, la identidad y la diferencia, etc. Si no fuera así, el concepto desempeñaría un papel de segundo orden en el conocimiento.

        Pasaremos a examinar ahora la forma misma del contenido del concepto, o sea, los caracteres esenciales y necesarios que se reflejan en él. Nos detendremos en este aspecto del concepto (y no en la extensión), por causas que no son en modo alguno casuales: en el sistema contradictorio del concepto, el contenido desempeña un papel principal, decisivo. Es más movible y variable, en él se fijan antes los resultados del conocimiento. Por lo demás, en virtud de estar orgánicamente relacionado con la extensión, las formas principales del contenido, que se establecen más adelante, también son aplicables, mutatis mutandis, a la extensión. Los momentos fundamentales del contenido del concepto (singularidad, particularidad, universalidad) lo son al mismo tiempo de la extensión.

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(*) En Mitrofan N. Alexeiev. Dialéctica de las formas del pensamiento. Capítulo I: Dialéctica del concepto. Editorial Platina, Buenos Aires, 1964.

(1) Aristóteles, Analíticos, ed. rusa, pág. 189.

(2) Aristóteles, Lógica, t. II, ed. cit., pág. 132.