Dos Irreverencias a Julio R. Ribeyro y César
A. Vallejo
Julio Carmona
HACE ALGUNOS AÑOS hice una investigación sobre la narrativa corta de Julio Ramón Ribeyro (la misma que sigue «condenada» a permanecer inédita, ojalá no sea a cadena perpetua), y en esa ocasión leí en uno de sus libros de La tentación del fracaso una composición en verso: dos cuartetos alejandrinos (versos de catorce sílabas), y por la forma estrófica y de rima me dio la impresión de que había sido concebida para ser un soneto. Y, entonces, tuve el atrevimiento (o la irreverencia) de agregar a los dos cuartetos originales los dos tercetos que completaron el soneto, este fue publicado por Jorge Castillo Fan en su colección de Editorial América bajo el título de Reflejos / Intertextualidad. Y el resultado fue el siguiente:
Como barco que sale en busca
del naufragio
levo anclas cada día para
hacerme a la vida.
no temo ni avería, mar brava
o mal presagio
otros antes jugaron
semejante partida.
Mi arrojo no demuestra más
que el arte del plagio
si zozobro, ¿qué importa? En
mi tumba perdida
que pongan vino rojo, el
aire de un adagio,
una pluma quebrada y el
verso de un suicida.
En
todo hombre hay el moho de un duelo desolado,
la
raíz de una sombra que huye de sus dos pasos,
el
corazón reseco de un colibrí asustado,
la
corriente de un río muriendo en varios brazos
para
llegar al puerto de un mar nunca anhelado,
que
a golpes inició La tentación del fracaso.
Y, bueno, ahora que estoy empeñado en leer con detenimiento la obra poética completa de nuestro César Vallejo y, habiendo llegado ya al poema titulado «Hasta el día en que vuelva» que, en el contexto del libro Poemas humanos, es el número siete,1 también sospecho que la intención primigenia del poeta fue escribir un soneto, para lo cual escribió dos cuartetos (en versos endecasílabos), que son los siguientes:
Hasta el día en que vuelva,
de esta piedra
nacerá mi talón definitivo,
con su juego de crímenes, su
yedra,
su obstinación dramática, su
olivo.
Hasta el día en que vuelva,
prosiguiendo,
con franca rectitud de cojo
amargo,
de pozo en pozo, mi periplo,
entiendo
que el hombre ha de ser bueno, sin embargo.
Y
aun agregó el primer terceto:
Hasta el día en que vuelva y
hasta que ande
el animal que soy, entre sus
jueces,
nuestro bravo meñique será
grande,
Pero dejó inconcluso el segundo terceto, agregando un verso más al terceto precedente, que queda así:
digno, infinito dedo entre los
dedos.
Ahora bien, a este último verso del poema de Vallejo, le he cambiado su última palabra «dedos» por dieces,2 dando por resultado esta versión intertextual del soneto sospechado, que constituye una continuación irreverente de mi parte, por lo que pido disculpas a la susceptibilidad lectora. Pero para que estas disculpas se hagan efectivas tengo que hacer pública la irreverencia:
Hasta el día en que vuelva,
de esta piedra
nacerá mi talón definitivo,
con su juego de crímenes, su
yedra,
su obstinación dramática, su
olivo.
Hasta el día en que vuelva,
prosiguiendo,
con franca rectitud de cojo
amargo,
de pozo en pozo, mi periplo,
entiendo
que el hombre ha de ser
bueno, sin embargo.
Hasta el día en que vuelva y
hasta que ande
el animal que soy, entre sus
jueces,
nuestro bravo meñique será
grande,
digno, infinito dedo entre
los dieces
que
obedece sin fin a quien lo mande
como
el grano que sabe hacerse mieses.
____________
(1) Sobre
este empeño de una lectura totalizadora de la poesía vallejiana, preciso aquí
que ya he concluido la interpretación de los poemas de Trilce (aparte de haber publicado el año pasado, 2020, el
correspondiente a Los heraldos negros,
bajo el título genérico de Vallejo para
no iniciados I, y el de Trilce,
será —si no hay inconvenientes— el próximo año, 2022, como homenaje a su
centenario), y del tercero que corresponde a Poemas humanos, ya llevo leídos y comentados cuarenta y seis, de un
total de setenta y seis.
(2) En
el poema «Los desgraciados» hay el siguiente verso: «¡Con cuántos doses ¡ay! estás tan solo!» en el que se
pluraliza el número «dos» llamándolo «doses»; en ese sentido es que yo
pluralizo los diez dedos en «dieces», de varios actores.
Comentario al Libro de Julio Carmona: Vallejo para no Iniciados. Una Lectura de Los Heraldos Negros
Eduardo Ibarra
ASUMIENDO UNA AFIRMACIÓN de Marx sobre la necesidad «de la divulgación, es decir, de exponer las cosas para lectores indoctos», Julio Carmona (en adelante: JC) ha publicado un libro sobre la opera prima de César Vallejo (en adelante: CV): Los heraldos negros. Desafío grande, primero, y, luego, logro inmenso. Ahora los indoctos en poesía tienen un libro que, sin duda, es una orientación para una asimilación propia, lógica y emocional a la vez, del celebérrimo poemario.
Pues bien, lo que marca la línea interpretativa del libro
que comento (así como toda la obra de crítica literaria de JC), es su adhesión
a una concepción del mundo que ha resistido todas las críticas, pretenciosas y
no pretenciosas, retorcidas y no retorcidas, y que, no obstante los
acontecimientos que parecen negarla, continúa siendo el método insuperado en la
interpretación y la transformación del mundo alienado donde vivimos hasta ahora
mismo. Pero no solo eso. También la línea interpretativa de JC se revela en su
canon estético, congruente, como es obvio, con su concepción del mundo. Con
esta doble herramienta nuestro autor ha acometido la tarea de exponer el
significado de los poemas que conforman Los
heraldos negros o, como él mismo dice en el prólogo de su libro1,
de buscar «algún significado oculto en los versos del poeta.»
La aprehensión del mundo por el ser humano tiene dos vías y se presenta bajo dos formas: la racional-científica y la emocional-estética. Entre estas vías y estas formas existe una evidente interpenetración: el ser humano no llega a la comprensión teórica del mundo objetivo sin que lo no racional juegue en ello un determinado papel estimulante, como ya señalaba el viejo Hegel; tampoco llega a la aprehensión estética de las cosas del mundo sin que ello no conduzca a una debida teorización: teoría literaria, estética, etcétera.
De otro lado, en la reflexión sobre la realidad
psicológica del fenómeno humano suele encontrarse la idea según la cual el
mundo interior de cada individuo es irreproducible tal cual en el mundo
interior de otro individuo, es decir que nadie puede experimentar exactamente
igual el mundo interior de otro: tu gozo es tu gozo, mi dolor es mi dolor, para
decirlo simplificadamente. Es decir, el mundo interior, subjetivo, de cada
quien (reflejo, huelga decirlo, del mundo objetivo, incluso cuando aparece como
un reflejo invertido2) se verifica como algo exclusivo del
individuo. Así, pues, cada ser humano es un caso de lo único en el universo.
Esta realidad, sin embargo, no ha impedido ni podía impedir la asociación de
los individuos ni podrá impedir la realización del reino de la libertad como la
forma superior de la asociación humana.
Es decir la existencia humana es una realidad de dos dimensiones, íntimamente relacionadas entre sí. El materialismo dialéctico sostiene la precedencia de la materia en relación a la conciencia y, congruente con esto, el materialismo histórico afirma la determinación de la conciencia social por el ser social. Pero el ser social no es solamente la economía, como puede creerse superficialmente, sino toda la extensión, toda la diversidad, toda la complejidad de la existencia de los individuos. Por eso el materialismo histórico no niega que el mundo interior de cada quien esté determinado asimismo por una multitud de factores correspondientes a las diversas esferas de la vida humana: el arte, el amor, la religión, la relación con la naturaleza, etcétera. Por eso ni los gemelos monocigotos son espiritualmente iguales. Debo repetirlo: cada ser humano es un caso de lo único en el universo y, precisamente esta diversidad infinita, es uno de los fundamentos de la unidad de la especie humana como tal especie, y, así pues, esta diversidad dentro de la unidad es base cardinal de su riqueza y de su capacidad de potencia en el plano de la creación artística.
El hecho de que cada ser humano como realidad bio-psico-social sea un caso de lo único en el universo, es una cuestión perteneciente a la realidad objetiva de su existencia. Ciertamente la situación de clase de los individuos determina, de alguna forma, su conciencia social, pero esta determinación debe comprenderse como el aspecto macro de la cuestión, por así decirlo; relacionado a este aspecto, existe otro: los numerosos factores de diversa índole que influyen directamente en la formación del carácter, el temperamento, la afectividad, el gusto estético, etcétera, del individuo, determinando así su personalidad. Este es el aspecto micro de la cuestión, por así decirlo. Y, naturalmente, entre ambos aspectos existe una interpenetración permanente.
La poesía es un caso paradigmático de comunicación del mundo interior de un individuo. Por eso, la penetración en ese mundo interior es, asimismo, un caso paradigmático. Si uno de los rasgos del habla que utilizamos normalmente, cotidianamente, es la emocionalidad, en la poesía este rasgo aparece como emoción estética: emoción estética del poeta en el momento de la creación, y emoción estética del lector en el momento de la lectura.
A propósito, refiriéndose a CV, JC sostiene:
… el autor/poeta tiene como punto de
partida una realidad que hace suya para la creación de su poesía, porque esa
realidad ha impactado en su conciencia, generando en ella reacciones mentales y
respuestas que él quiere compartir con sus lectores –alejado de todo intento de
manipulación subliminal– y, más bien, tratando de vincular ese impacto personal
con una intuida percepción humana extensiva.
Y asienta su afirmación en esta cita del mismo CV extraída del libro Desde Europa. Crónicas y artículos: 1923-1938:
El artista absorbe y concatena
las inquietudes sociales y ambientales y las suyas propias individuales, no
para devolverlas tal como las absorbió sino para convertirlas en puras esencias
revolucionarias de su espíritu, distintas en la forma e idénticas en el fondo a
las materias primas absorbidas.
JC se refiere, como es obvio, a la poesía de CV, pero es menester destacar una de sus afirmaciones, pues tiene un alcance general: aquella con la cual sostiene el principio materialista de que la realidad objetiva impacta en la conciencia del poeta, en la que, como consecuencia, surgen «reacciones mentales y respuestas» (JC). Y, en el caso específico que analiza, esta situación es entendida por JC como el intento de CV de «vincular ese impacto personal con una intuida percepción humana extensiva.» Este es, pues, un caso ejemplar en que el poeta se pone al servicio de la causa de la inmensa mayoría que aspira a transformar el mundo.
Pero ocurre también que un poeta, en vez de reflejar
realistamente la realidad objetiva, la distorsiona hasta el punto de caer en la
arbitrariedad, en el subjetivismo, en el formalismo, y, de este modo, su poesía
resulta favoreciendo a la causa de quienes aspiran a conservar el mundo
alienado en que vivimos. Empero el principio materialista, que en el caso
indicado aparece, por acción del poeta, vuelto al revés, para decirlo
plásticamente, de todas maneras es lo determinante de sus respuestas mentales.
Por eso la poesía siempre dice algo incluso cuando parece no decir nada: cuando
parece no decir nada en sus versos, dice mucho de la conciencia del poeta, de
su desubicación ante la realidad, de su alienación. Aunque no puntualmente, la
siguiente afirmación de JC da cuenta de todos modos de esa desubicación: «… es
la poesía la que permite al lector explicar la realidad del autor.»
Preguntémonos: ¿puede el poeta transmitir plenamente su mundo interior? El poeta soviético Marshak, escribió al respecto:
La palabra colérica, aguda,
exacta, no acudirá a nuestra memoria si no nos sentimos realmente irritados. No
hallamos palabras fogosas, tiernas y dulces mientras no estamos dominados por
una verdadera ternura. Por eso Maiakovski habla de extraer la palabra valiosa
“de los profundos manantiales del hombre”. (Citado por M. Sidorov en Cómo el hombre llegó a pensar).
El gran poeta es, pues, precisamente aquel que es capaz de expresar las capas más profundas de su mundo interior, sus más profundos manantiales, en un lenguaje conformado a las leyes de la belleza. Pero una cosa es que el poeta pueda transmitir plenamente su mundo interior, y otra cosa es que esta interioridad pueda reproducirse exactamente en el lector. Es aquí justamente cuando, a la problemática de clase, se agregan los problemas derivados de la interpretación de lo que un poema tiene de expresión de la individualidad de su autor.
Es decir el lector interpreta el poema que lee con un
entendimiento mediado por su propia subjetividad determinada por su situación
de clase y, al mismo tiempo, por su experiencia vital, determinada a su vez, de
alguna forma y en cierta medida, por aquella situación de clase: esta situación
y la experiencia vital del individuo, aunque no son exactamente una y la misma
cosa, no están separadas por una muralla china.
¿Quiere decir que no existe la verdad en la poesía y, por lo tanto, no es posible el acuerdo sobre el contenido de un poema?
Bien se sabe que la primera forma del lenguaje humano no
fue el lenguaje predominantemente lógico que nos caracteriza, sino primeramente
un lenguaje emocional3 y, después, un lenguaje metafórico. El ser
humano primitivo que, enfrentado a la necesidad de la comunicación en el curso
del trabajo que realizaba en común, desarrollaba la facultad del habla en la
forma de lenguaje metafórico y, por lo tanto, cuando se comunicaba estimulaba
en el oyente no una sola, sino varias ideas. La poesía ha conservado esta
virtud del lenguaje primitivo.
En el ámbito de las ciencias exactas y la técnica, la verdad objetiva es capaz de suscitar la unanimidad. Pero en el ámbito de la poesía el reconocimiento de la verdad objetiva se presenta problemático. La poesía resulta de una aprehensión fundamentalmente emocional-estética de la realidad objetiva y, por esta razón, la verdad objetiva de un poema está mezclada con los elementos del mundo interior del poeta, o sea, de su subjetividad, de su individualidad, de su verdad subjetiva. Precisamente por eso el lector de un poema aprehende la verdad objetiva del poema (acerca de la cual, como dice JC, el autor-poeta «tiene la primera y última palabra»), pero lo hace fundamentalmente a través del prisma de su mundo interior. Y, como ya apunté, es aquí que surge la dificultad en el trabajo de interpretación de la poesía (de un poema, de un poemario), pero también, al mismo tiempo, la riqueza del resultado social: la existencia de muchas interpretaciones de un poema, interpretaciones que, en el mundo donde vivimos, presentan necesariamente determinaciones de clase, pero también, a la vez, innegables micro-determinaciones4.
Por eso CV escribió:
La correspondencia entre la vida
individual y social del artista y su obra, es pues, constante y ella se opera
consciente o subconscientemente y aún sin que lo quiera ni se lo proponga el
artista y aunque éste quiera evitarlo. La
cuestión para la crítica está en saberla descubrir. (Citado por JC como
epígrafe de su libro).
Además, por otro lado está la cuestión de la naturaleza del lenguaje natural. A diferencia de otros sistemas de señales (como el cartográfico, el químico, el matemático, etcétera), cuyos signos y operaciones son unívocos, el lenguaje natural es suficientemente flexible como para que cada palabra no sea necesariamente entendida en un solo sentido. Y ya solo por eso la poesía, caracterizada en alto grado por un lenguaje metafórico, no puede ser comprendida, en cada una de sus expresiones concretas, en un sentido unívoco. La polisemia es connatural al lenguaje poético.
Consciente de estas cuestiones, JC precisa el límite de su interpretación:
La que presento en este
trabajo es mi lectura de Los heraldos negros. Una lectura que no
desdeña los sentidos (múltiples) del texto.
Es decir, JC reconoce que puede haber (y que hay) otras lecturas. Por eso agrega:
… solo… sugiero [mi lectura] a
todo lector de ese libro de CV, para que haga él mismo también su lectura.
El estudio que hace JC de los poemas de Los heraldos negros comienza por lo semántico y termina por la interpretación-comprensión. Este procedimiento le permite, primero, establecer los sentidos preceptivos de las palabras (como él mismo dice, su lectura «hurga en las palabras de cada verso»), aunque dejando margen a aquellos otros sentidos «que el lector reconozca basado en su experiencia»; y segundo, le permite proponer una interpretación-comprensión de cada poema, que no pretende ser un canon magister sino una estimulante propuesta para que el lector haga «su lectura».
Por eso sostiene lo que sigue:
No comparto la idea… de que exista una
sola manera de leer poesía. La lectura de los poetas (desde los más antiguos
hasta los contemporáneos) no tiene por qué restringirse a una sola línea de
comprensión o de interpretación. Cada quien es libre de realizar la lectura que
más le plazca. Con la única atingencia de que esa libertad deba terminar donde
comienza la libertad de los demás.
Así JC relativiza todas las lecturas: cada lectura puede coincidir, poco o mucho, con otras lecturas, pero al fin y al cabo cada quien tiene la suya propia, sencillamente porque cada lector tiene una experiencia vital distinta, única, un mundo interior propio, una subjetividad exclusiva.
JC es consciente de las determinaciones
de clase y, por eso, tiene en cuenta la línea demarcatoria que separa su
concepción del mundo y su canon estético, de un lado, y la concepción del mundo
y el canon estético burgueses del otro.
En este cuadro de macro-determinaciones de clase y de
micro-determinaciones existenciales (que no es lo mismo que existencialismo),
JC confronta sus puntos de vista con los de otros críticos. Así, por ejemplo,
critica la ilusión de un solo tipo de lectura que promueve Ricardo Gonzáles
Vigil, el formalismo estético de Eugenio Chang-Rodríguez y la crítica
falsamente apolítica de José Miguel Oviedo.
O sea que aquella afirmación de JC según la cual él, en su función de crítico –o interpretador– no desdeña los múltiples sentidos que pueden tener para los distintos lectores los poemas que hacen Los heraldos negros, tiene su exacto sentido en el marco de la relación entre su experiencia vital y la de sus lectores5, así como el deslinde que sustenta con respecto a otros críticos como los nombrados arriba, tiene su estricto sentido en el marco de la confrontación entre su concepción marxista y la concepción burguesa, entre su canon estético materialista y el canon estético idealista.
En esta confrontación de ideas, JC sostiene tesis válidas
para el pueblo tanto en el presente histórico como en la sociedad socialista,
pues las mismas, al tener directa implicancia en el ámbito de lo político,
sugieren que la función revolucionaria del liberalismo (de aquel liberalismo
que cumpliera un rol revolucionario contra el pensamiento y las estructuras económicas,
políticas y sociales del Medioevo) ha pasado al socialismo.
Mariátegui señaló con acierto:
El
Congreso [el Tercer Congreso Científico Pan-Americano) no quiere que en los
colegios y en las universidades americanas se estudie y explore diversos
conceptos estéticos, sino que se adopte uno uniforme, único, máximo, sobre
medida. Que se le declare el concepto estético por antonomasia. La libertad
artística asusta a la fauna tropical. La cátedra pan-americana aspira a
sistematizar y a mecanizar el arte. América necesita una norma uniforme de creación
estética más o menos del mismo modo que necesita una norma uniforme de control
de la leche… Mientras en Europa el arte se dispersa en cien estilos, cien
escuelas y cien conceptos, en América debe conformarse con un solo estilo, una
sola escuela y un solo concepto. (Peruanicemos
al Perú).
Posteriormente, a fin de promover el desarrollo del arte y de la ciencia e impulsar el florecimiento de la cultura socialista en China, Mao Zedong enunció la orientación de «que se abran cien flores y compitan cien escuelas».
Es decir, en el seno del pueblo la unanimidad es
infecunda, mientras la diversidad es todo lo contrario. En esta línea de
pensamiento y de política cultural se apuntan las tesis de JC.
Escrito con verdadero talento y ejemplar modestia, el libro
de JC comentado en estas líneas, es, sin la menor duda, una notable
contribución a la bibliografía peruana. Por eso es una iniciativa saludable
sugerirle a nuestro autor que acometa el estudio de los otros poemarios de CV.
No solo los lectores no iniciados, sino también los lectores doctos en
literatura le extenderían su reconocimiento.
____________
(1) Todas las citas de JC copiadas aquí son del aludido prólogo, excepto aquella que aparece en la siguiente nota al pie, cuya fuente se encuentra en el texto mismo del libro.
(2)
Precisamente en la «comprensión» del poema «Nervazón de angustia», JC ha dejado
anotada esta afirmación: «… no se pierda de vista que lo metafísico también
tiene “existencia” en la realidad, nada más que en la subjetividad humana…».
Esta existencia, nada más que en la subjetividad, es la parte
subjetiva de la subjetividad (no es lo mismo subjetivismo que subjetividad).
(3)
Las interjecciones fueron la primera forma de comunicación entre los hombres
primitivos.
(4)
Consideremos el caso de dos marxistas que, no obstante su obvia comunidad
ideológica y política, divergen en sus gustos pictóricos: uno prefiere a
Francisco de Goya, mientras el otro prefiere a Pablo Picasso.
(5) Lo mismo puede decirse de esta otra afirmación de JC: «Antes de exponerla al lector [su lectura de los poemas de Los heraldos negros] transcribo el poema para que él [el lector] haga su lectura libre de influencias.» Esta frase, «libre de influencias», que parece excesiva, tiene su ubicación y, por lo tanto, su explicación en la relación entre la experiencia vital de JC en su situación de transmisor y la experiencia vital del lector en su situación de receptor; en esta relación, en efecto, el lector puede hacer su propia lectura conforme a su experiencia, o sea, libre de influencias. Aquí JC no está hablando, pues, de la relación entre su concepción del mundo (filosofía, ideología, etcétera) y la concepción del mundo del lector, relación en la que, si no existiera afinidad, sí sería razonable tratar de influir sobre el lector. Este es el trasfondo del aserto de Marx: «Habrá necesidad de preocuparse en todo momento de la divulgación…», trasfondo que da cuenta del propósito político de la divulgación en el plano de la fundamental contienda entre la concepción proletaria del mundo y la concepción burguesa. Por eso, como hemos visto, JC deslinda con el exclusivismo, el formalismo y el apoliticismo como base para su interpretación-comprensión del libro de CV.
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