sábado, 2 de enero de 2021

Creación

Letanía del Dolor sin Olvido

 

Julio Carmona

 

“Los que caímos más de siete veces

y aun en cada paso,

y sin embargo, no somos los caídos; sentimos un extraño dolor por los caídos…”

Javier Sologuren.

 

Y nosotros no olvidemos nuestros muertos;

A pesar de la sombra desatada en su sangre y en su

        noble

Corazón lleno de sueños enterrados

Entre noches y distancias

        no es de pena

que me ponga a besar las manos claras de los muer-

        tos

atorados en paredes y barrotes y patadas y salivas

y metrallas de pues negra, si me pongo

a besar estas entrañas: Tierra y sangre, arcilla amable

        no es de pena

y es de todo y es por todo el espacio recorrido

por los nuestros

muertos que nunca olvidamos.

Y aun es larga la jornada y es amargo

este trago, tiene llanto de madres y las viudas

de los huérfanos y hermanos; pero vamos por el agua

que le falta a la risa de los nuestros; vamos.

vamos a esperarnos

vamos también a no olvidarnos

de las manos delatoras y traidoras y asesinas, cono-

        cemos

los sangrientos uniformes, las medallas horrorosas.

        No olvidemos).

                Y no olvidemos

a las manos empapando las caricias

el arado, la hoz, el pico, la semilla;

a las manos horadando las montañas como caries

        amorosas;

a las manos dando vida a los latidos de los émbolos

        y fuelles;

a las manos cercadoras del espacio y dadoras de la

        sombra requerida;

a las manos destructoras de la helada y del sol viejo;

a las manos llenadoras de pizarras y conciencias y

        cuadernos;

a las manos, manos claras, detenidas o cortadas

tantas veces silenciadas, cercenadas;

manos ricas de amor, manos

como cántaro de sangre, manos largas, hilachadas

hacia todos los rincones de la patria; manos, manos

deshojadas.

        También ojos

sin pestañas, labios rotos

y los dientes derramados;

y los vientres chamuscados;

y los pelos trasplantados

en el viento; y los sueños

desvirgados; y las armas

de hombre heridas

        (en un cuarto

tan oscuro como el rostro o como el pozo

de esa boca gritadora hijoeputacomunistavendepa-

        triarojoemierda;

y el cemento, como el pecho de esa boca, helado:

Y todo

como un sueño de ahogado,

como un peso sin constancia,

como un fiero puñetazo, como el humo

de un cigarro apagado en el ombligo,

como diez uñas de rabia,

como un falo de animal,

como un puntapié debajo).

Ni los gritos, ni los llantos, ni las cartas

de protesta; todo inútil, nada, nada pudo hacer que

        se detenga

esa rabia de los fieros

defensores de su grasa y de sus perros

extranjeros, y caballos

millonarios, y garajes atorados,

de los ciegos llenadores de hondas cajas que son

        tumbas de la fuerza de las manos de los simples,

        de los llanos sembradores, constructores, hace-

        dores;

de los nuestros,

muertos nuestros

que jamás

nunca

olvidamos.

 


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