La Contradicción Como Categoría de la Lógica Dialéctica*
I. V. Ilienkov
LA CONTRADICCIÓN como unidad concreta
de contrarios que se excluyen mutuamente es el verdadero núcleo de la
dialéctica, su categoría central. A este respecto no puede haber entre los
marxistas dos opiniones. Sin embargo, tan pronto se toca la cuestión de la
“dialéctica subjetiva”, de la dialéctica como lógica del pensamiento, afloran
inmediatamente no pocas dificultades. Si cualquier objeto es una contradicción
viva, ¿qué debe ser entonces el pensamiento (el juicio sobre el objeto), que lo
expresa? ¿La contradicción objetiva puede y debe hallar reflejo en el
pensamiento y en qué forma?
La
contradicción en las determinaciones teóricas del objeto es, ante todo, un
hecho que se reproduce de modo constante con el movimiento de la ciencia y que
no niega ni el dialéctico, ni el metafísico, ni el materialista, ni el
idealista. La cuestión sobre la cual discuten consiste en otro asunto: ¿cuál es
la relación de la contradicción en el pensamiento con el objeto? En otras
palabras, ¿es ella posible en el pensamiento verídico, correcto?
El
lógico metafísico trata de demostrar la inaplicabilidad de la ley dialéctica de
la coincidencia de contrarios, que llega hasta su identidad, al proceso del pensamiento.
Tales lógicos, a veces, están listos a reconocer incluso que el objeto en
concordancia con la dialéctica puede ser interiormente de por sí
contradictorio. En el objeto de la contradicción puede existir, pero en el
pensamiento no debe haberla. El metafísico no puede ya de ninguna manera
permitirse reconocer el carácter correcto de la ley, que constituye el núcleo
de la dialéctica, con relación al proceso lógico. El veto de la contradicción
se transforma en un criterio absoluto formal de la verdad, en canon
apriorístico indubitable, en principio supremo de la lógica.
Esta
posición, que sería difícil no llamar ecléctica, tratan de argumentarla algunos
lógicos con alusiones a la práctica de la ciencia. Cualquier ciencia, si
tropieza con una contradicción en las determinaciones del objeto, siempre
procura resolverla. ¿No actúa ella en ese caso conforme a las recetas de la
metafísica, que considera cualquier contradicción en el pensamiento como algo
intolerable, de lo cual es necesario desembarazarse cueste lo que cueste? El
metafísico en lógica interpreta así semejantes momentos en el desarrollo de la
ciencia. La ciencia –dice– procura siempre liberarse de las contradicciones,
pero en dialéctica el metafísico ve una intención opuesta.
La
opinión examinada se basa en la incomprensión, más exactamente, en el simple
desconocimiento del importante hecho histórico de que la dialéctica nace allí
donde el pensamiento metafísico (es decir, el pensamiento que no conoce y que
no desea conocer otra lógica, excepto la lógica formal) se enreda
definitivamente en las contradicciones lógicas que él alumbra precisamente por
observar tenaz y consecuentemente el veto de cualquier contradicción en las
determinaciones. La dialéctica como lógica es el medio de resolver semejantes
contradicciones. De modo que no vale la pena acusar a la dialéctica de afán de
amontonar contradicciones. No es cuerdo ver la causa de la enfermedad en la
presencia del médico. El problema puede consistir sólo en una cosa: si la
dialéctica cura con éxito o no de tales contradicciones, en las cuales cae el
pensamiento precisamente como resultado de la rigurosísima dieta metafísica,
que prohíbe incondicionalmente toda contradicción, y si cura con éxito,
entonces ¿cómo, precisamente?
Volvamos
al análisis de un ejemplo evidente, de un caso típico de cómo las montañas de
contradicciones lógicas fueron precisamente con ayuda de la lógica formal
absolutizada, y fueron resueltas de modo racional sólo con ayuda de la lógica
dialéctica. Nos referimos a la historia de la economía política, a la historia
de la descomposición de la escuela de Ricardo y del surgimiento de la teoría
económica de Marx. La salida del atolladero de las paradojas teóricas y de las
antinomias, en las cuales cayó dicha escuela, fue hallada, como se sabe, sólo
por Marx, con ayuda de la dialéctica como lógica.
El
hecho de que la teoría de Ricardo contenía una masa de contradicciones lógicas,
no lo descubrió Marx. Esto lo veían perfectamente bien Malthus, Sismondi,
McCulloch y Proudhon. Pero únicamente Marx pudo comprender el carácter real de
las contradicciones de la teoría del valor por el trabajo. Veamos, siguiendo a
Marx, una de ellas, la más típica y aguda: la antinomia de la ley del valor y
de la ley de la cuota media de ganancia.
La
ley del valor de David Ricardo establece que el trabajo humano vivo es la única
fuente de la substancia del valor. Esta afirmación constituyó un gran paso
adelante por el camino hacia la verdad objetiva. Pero la ganancia también es
valor. Al intentar expresarla teóricamente, es decir, con la ley del valor, se
obtiene una contradicción lógica evidente. La cosa es que la ganancia es el
valor nuevo, creado de nuevo o, más exactamente, una parte de él. Esto es
indudablemente una determinación analítica correcta. Pero el nuevo valor lo
produce sólo un nuevo trabajo. Más qué hacer entonces con el hecho empírico
absolutamente evidente de la magnitud de la ganancia no se determina de ninguna
manera por la cantidad de trabajo vivo gastada para su producción. Ella depende
exclusivamente de la magnitud del capital en conjunto y en ningún caso de la
magnitud de aquella parte suya que se destina al pago del salario. Incluso es
todavía más paradójico que la ganancia sea tanto mayor, cuanto menor sea el
trabajo vivo consumido para su producción.
La
ley de la cuota media de ganancia, que establece la dependencia del tamaño de
la ganancia de la magnitud del capital en conjunto, y la ley del valor, que
establece que sólo el trabajo vivo produce el nuevo valor, devienen en la
teoría de Ricardo en una relación de contradicción abierta, que se excluye
mutuamente. Sin embargo, ambas leyes determinan uno y el mismo objeto (la
ganancia). En su tiempo, Malthus señaló con maligna satisfacción esta
antinomia.
En
esto consistía el problema, que no podía resolverse con ayuda de los principios
de la lógica formal. Y si el pensamiento llegó aquí a la antinomia, a la
contradicción lógica, es difícil en este caso acusar a la dialéctica. Ni
Ricardo, ni Malthus tenían noción de ella. Ambos conocían sólo la teoría de
Locke sobre la cognición y la lógica (precisamente formal) correspondiente a
ella. Los cánones de esta última eran para ellos indiscutibles y únicos. La ley
universal (en este caso la ley del valor) es justificada por esta lógica
únicamente en el caso de que haya sido demostrada como regla empírica
directamente general, con la cual se resumen sin contradicción todos los hechos,
sin excepción.
Se
descubrió que esa relación entre la ley del valor y las formas de su manifestación
propia no existe. La ganancia, tan pronto intentan entenderla teóricamente, es
decir, comprenderla por la ley del valor, resulta inesperadamente una
contradicción absurda. Si la ley del valor es universal, entonces la ganancia
es imposible por principio. Ella refuta con su existencia la universalidad
abstracta de la ley del valor, de la ley de su propia existencia.
El
creador de la teoría del valor por el trabajo se preocupó ante todo de la
correspondencia de los juicios teóricos con el objeto. Juiciosa e incluso
cínicamente expresaba la situación real de las cosas, y, naturalmente, que esta
última está preñada de antagonismos insolubles, en el pensamiento también se
presenta como un sistema de conflictos, antagonismos y contradicciones lógicas.
Esta circunstancia, en la cual los teóricos burgueses veían una prueba de
debilidad y de falta de elaboración de la teoría de Ricardo, testimoniaba
precisamente lo contrario: la fuerza y la objetividad de su teoría.
Cuando
los discípulos y los continuadores de Ricardo hacen preocupación básica suya no
ya la correspondencia de la teoría con el objeto, sino las concordancias de las
determinaciones teóricas elaboradas con las exigencias de la consecuencia
lógico formal, con cánones de unidad formal de la teoría, entonces empieza la
descomposición de la teoría del valor por el trabajo. Marx escribe acerca de
James Mill: “Lo que él buscaba era la sucesión lógica formal. ‘Por eso’, con él
empieza la descomposición de la
escuela de Ricardo”1.
En
realidad, como demostró Marx, la ley universal del valor se halla en una
relación de contradicción que se excluye mutuamente con la forma empírica de su
propia manifestación: con la ley de la cuota media de ganancia. Esa es una contradicción real del objeto real. Y no
hay nada asombroso en que al intentar hacer pasar una ley por otra de modo
abierto y directo resulte una contradicción lógica. Cuando continúan a pesar de
todo las tentativas de armonizar directamente y sin contradicción el valor y la ganancia, “se enfrentan con un
problema –según palabras de Marx–, de más difícil solución que el de la
cuadratura del círculo. Es como querer probar la existencia de algo que no
existe”2
El
teórico que piensa metafísicamente, al tropezar con tal paradoja, la interpreta
sin falta como consecuencia de errores cometidos por el pensamiento antes, en
la elaboración y formulación de la ley universal. Es natural que él busque la
solución de la paradoja por vía del análisis puramente formal de la teoría, por
la vía de la precisión de los conceptos, de la corrección de los giros, etc.
Con motivo de tal enfoque de la solución del problema, Marx escribe: “La
contradicción entre la ley general y las relaciones concretas más desarrolladas
quieren resolverla aquí no mediante el hallazgo de los eslabones intermedios,
sino mediante el acercamiento directo de lo concreto con lo abstracto y
mediante la adaptación inmediata de lo concreto a lo abstracto. Y esto quieren
lograrlo con ayuda de la ficción verbal,
por la vía del cambio vera rerum vocabula
(de las denominaciones correctas de las cosas. –N. de la Edit.). (Ante nosotros tenemos realmente una “disputa de
palabras”, pero es disputa “de palabras” debido a que las contradicciones
reales, que no han sido resueltas, tratan de resolverlas aquí con ayuda de
frases.)3.
Si
la ley universal contradice la situación general empírica de las cosas,
inmediatamente el empírico ve la salida en el cambio de la formulación de la
ley, calculando que lo general empírico se acerque directamente a ella. A primera
vista así debe ser: si el pensamiento contradice los hechos, es necesario
cambiar el pensamiento, ponerlo en correspondencia con lo general, dado
directamente en la superficie de los fenómenos. En realidad, tal camino es
teóricamente falso, y precisamente por él llega la escuela de Ricardo a la
renuncia completa de la teoría del valor por el trabajo. La ley universal,
teóricamente revelada por Ricardo, se sacrifica en aras de la empírea grosera,
el tosco empirismo degenera en “falsa metafísica, en un escolasticismo incapaz
de hacer frente a fenómenos empíricos innegables, en la tendencia a
presentarlos, por mera abstracción, como corolarios de la ley general o para
hacerlos pasar ladinamente por esta ley”4.
La
lógica formal y la metafísica que la absolutiza conocen únicamente dos caminos
para resolver las contradicciones en el pensamiento. El primer camino consiste
en adaptar directamente la ley universal a la situación general de las cosas,
empíricamente evidente. Aquí, como ya vemos, ocurre la pérdida del concepto de
valor. El segundo camino consiste en presentar la contradicción interna,
expresada en el pensamiento en forma de contradicción lógica, como
contradicción exterior de dos cosas, cada una de las cuales no es contradicción
de por sí. Este procedimiento se llama reducción de la contradicción interior a
contradicción 2en diferentes relaciones o en diferente tiempo”.
La
llamada “forma profesoral de la desintegración de la teoría” escogió el segundo
camino. ¿No se explica la ganancia por el valor sin contradicción? ¡Bueno, y
qué! No es necesario obstinarse en la unilateralidad, es necesario admitir que
la ganancia proviene en realidad no sólo del trabajo, sino también de muchos
otros factores. Es necesario prestar atención al papel de la tierra, al papel
de las máquinas, al papel de la oferta y la demanda y muchas otras cosas. La
cuestión, dicen, no está en las contradicciones, sino en la plenitud… Así nace
la célebre fórmula triúnica de la economía vulgar: “Capital – por ciento,
tierra – renta, trabajo – salario”. Aquí no hay, ciertamente, contradicción
lógica, pero en cambio hay una absurdidad simple, semejante “al logaritmo
amarillo”, como señala de modo cáustico Marx. La contradicción lógica
desaparece, pero junto con ella desaparece el enfoque teórico de las cosas en
general.
La
conclusión es evidente: no todo modo de resolver las contradicciones conduce al
desarrollo de la teoría. Los dos
modos citados significan una “solución” tal de las contradicciones, que es
idéntica a la conversión de la teoría en una ecléctica empírica. Pues la teoría
en general existe únicamente allí donde existe la aspiración consciente y
ejecutada por principio de comprender todos los fenómenos singulares como
modificaciones necesarias de una y la misma substancia universal concreta, en
este caso de la substancia del valor: del trabajo humano vivo.
El único teórico que logró resolver las
contradicciones de la teoría de Ricardo, de modo que resultase no la
desintegración, sino en realidad el desarrollo
de la teoría del valor por el trabajo, fue, como se sabe, Carlos Marx. ¿En qué
consiste su método materialista dialéctico de resolver las antinomias? Ante
todo es necesario constatar que las contradicciones reales, reveladas por
Ricardo, no desaparecen en el sistema de Marx. Es más, ellas se presentan aquí
como contradicciones necesarias del
objeto, y de ninguna manera como resultado del carácter erróneo del
pensamiento, de la inexactitud de las determinaciones, etc. En el primer tomo
del El Capital, por ejemplo, se demuestra que la plusvalía es producto
exclusivo de aquella parte del capital que, gastada en salarios, se transforma
en trabajo vivo, es decir, del capital variable. La tesis del tercer tomo, sin
embargo, dice así: “Sea de ello lo que quiera, lo cierto es que la plusvalía
brota simultáneamente de todas las partes que forman el capital invertido”5.
Entre
la primera y la segunda tesis se ha desarrollado todo un sistema, toda una
cadena de eslabones intermedios, sin embargo se ha conservado entre ellas una
relación de contradicción que se excluye mutuamente, que cae bajo el veto de la
lógica formal. Precisamente por eso, los economistas vulgares, después de
publicado el tercer tomo de El Capital,
declararon solemnemente que Marx no había cumplido sus promesas, que las
antinomias de la teoría del valor por el trabajo las había dejado sin resolver
y que, por consiguiente, todo El Capital
no es más que un juego de manos dialéctico-especulativo.
Lo
universal, pues, también en El Capital
contradice su manifestación singular, y la contradicción entre ellos no
desaparece porque entre ellos se ha desarrollado toda una cadena de eslabones
intermedios. Al contrario, esto demuestra precisamente que las antinomias de la
teoría del valor por el trabajo no son en absoluto contradicciones lógicas del
objeto, sino contradicciones reales del objeto, expresadas correctamente por
Ricardo, aunque no las comprendía. Las antinomias de la teoría del valor por el
trabajo no se suprimen de ninguna manera en El
Capital como algo subjetivo. Ellas aquí son comprendidas, es decir, obtenidas en la composición de una
comprensión teórica más profunda y concreta. En otras palabras, ellas son conservadas, pero pierden el carácter de
contradicciones lógicas, se transforman en momentos abstractos de la
comprensión concreta de la realidad económica. Y no es asombroso: cualquier
sistema concreto que se desarrolla incluye en sí la contradicción como
principio de su autodesarrollo y como forma en la cual se funde el desarrollo.
Comparemos,
pues, la comprensión del valor por el metafísico Ricardo y por el dialéctico
Marx. Como se sabe, Ricardo no hizo el análisis del valor según su forma. Su
abstracción del valor, de una parte, es incompleta, y de otra, es formal,
precisamente por eso no es correcta. ¿En qué ve Marx la plenitud y la riqueza
de contenido del análisis del valor, que le faltan a Ricardo?
Ante
todo en que el valor es una contradicción viva y concreta. Ricardo mostró el
valor apenas por el lado de la substancia, es decir, tomó el trabajo como
substancia del valor. En lo que se refiere a Marx, él, digámoslo con un giro de
la Fenomenología del Espíritu de
Hegel, comprendió el valor no sólo como substancia, sino también como sujeto. El
valor se presenta como substancia-sujeto de todas las formas desarrolladas y de
las categorías de la economía política. De aquí arranca la dialéctica
consciente en esta ciencia. Pues el sujeto en la comprensión de Marx (en este
caso él emplea la terminología de la Fenomenología
del espíritu) es la realidad, que se desarrolla a través de sus
contradicciones internas.
Veamos
más de cerca el análisis marxista del valor. Se investiga directamente el
intercambio de una mercancía por otras, sin intervención del dinero. En el
intercambio, en el curso del cual una mercancía se sustituye por otra, el valor
sólo aparece, sólo se expresa, pero en ningún caso se crea. Se manifiesta así:
una mercancía juega el papel de valor relativo, y la otra, que se opone a ella,
juega el papel de equivalente. Con la particularidad de que “… una misma
mercancía no puede asumir al mismo tiempo ambas formas en la misma expresión de
valor. Esta formas se excluyen la una a la otra como los dos polos o los dos
extremos de una línea”6.
Un
metafísico se alegrará, sin duda, al leer esto: dos formas económicas que se
excluyen mutuamente ¡no pueden coincidir simultáneamente en una mercancía!
¿Pero puede decirse que Marx rechaza la posibilidad de coincidencia de
determinaciones que se excluyen mutuamente en el objeto y en su comprensión?
Precisamente es todo lo contrario. La cosa es que ahora no se trata del concepto de valor, del valor como tal. El
fragmento citado da cima al análisis de la forma
de manifestación del valor. El valor mismo queda por ahora oculto y la
esencia de cada una de las mercancías no expresada teóricamente. En la
superficie de los fenómenos él aparece realmente de modo que son visibles las
dos formas unilaterales abstractas de su manifestación. Pero el valor mismo no
coincide con ninguna de estas formas, ni con su simple unidad mecánica. El es
algo tercero, algo que se halla más profundamente. El lienzo como mercancía
aparece con respecto a su poseedor únicamente en forma relativa del valor. El
lienzo no puede ser simultáneamente también equivalente en esta misma relación.
Pero
así aparece la cuestión únicamente desde el punto de vista unilateral abstracto. Ya que el poseedor del lienzo tiene derechos
absolutamente iguales al poseedor de la levita, pero desde la posición de este
último la relación examinada se halla en abierta oposición. De modo que tenemos
no “dos relaciones distintas”, sino una
relación objetiva concreta, la relación mutua de dos poseedores de
mercancías. Y desde el punto de vista concreto
cada una de las dos mercancías –el lienzo y la levita– miden una a otra su
valor y sirven mutuamente como
material, en el cual él se mide. En otras palabras, cada una de ellas supone
mutuamente que en la otra mercancía está realizada la forma equivalente del
valor, forma en la cual la otra mercancía no puede hallarse ya porque se halla
en la forma relativa.
Con
otras palabras, el intercambio que se realiza efectivamente presupone que cada una de las dos mercancías que se
correlacionan mutuamente en él adquiere para sí inmediatamente ambas formas
económicas de manifestación del valor: ella mide su valor y sirve como material
para expresar el valor de la otra mercancía. Y si desde el punto de vista
unilateral-abstracto cada una de ellas se halla sólo en una forma, aparece como
valor relativo en una relación y como equivalente en otra, desde el punto de
vista concreto, es decir, en realidad, cada una de las mercancías se halla simultáneamente y, además, en el interior de una misma relación, en
ambas formas de expresión del valor que se excluyen mutuamente. Si las dos
mercancías no se reconocen una a otra como equivalentes, entonces el
intercambio simplemente no se lleva a cabo. Si el intercambio se efectúa,
significa que en cada una de las dos mercancías coincidieron ambas formas del
valor que se excluyen de modo polar.
¿Qué
resulta de todo esto –dirá el metafísico–, por lo visto, Marx se contradice a
sí mismo? Unas veces dice que las dos formas polares de expresión del valor no
pueden coincidir en una mercancía, otras veces afirma que en el intercambio
real ellas, sin embargo, coinciden. Esta es la respuesta: el estudio concreto
de la cosa refuta el resultado que se obtiene con el enfoque unilateral
abstracto de ella, muestra su no veracidad. La verdad del intercambio de
mercancías consiste precisamente en que en él se realiza una relación
absolutamente imposible desde el punto de vista de la concepción unilateral
abstracta.
En
la forma de la contradicción examinada, como muestra el análisis, se manifiesta
algo otro, a saber: el contenido absoluto de cada una de las mercancías, su
valor, la contradicción interna del
valor y del valor de uso. Marx dice: “Por tanto, la antítesis interna de valor
de uso y valor que se alberga en la mercancía toma cuerpo en una antítesis
externa, es decir, en la relación entre dos mercancías, de las cuales una, cuyo valor trata de expresarse, sólo
interesa directamente como valor de uso, mientras que la otra, en que se expresa el valor, interesa
sólo directamente como valor de cambio. La forma simple de valor de una
mercancía es, por tanto, la forma simple en que se manifiesta la antítesis de
valor de uso y de valor encerrada en ella”7.
Desde
el punto de vista de la lógica este lugar es extraordinariamente aleccionador.
El metafísico, que tropieza con el hecho de la coincidencia de determinaciones
opuestas en el concepto, en el juicio sobre la cosa, verá aquí una expresión
teórica no verídica y se esforzará para reducir la contradicción interna a una
contradicción exterior de dos cosas, cada una de las cuales, según su opinión,
no es contradictoria interiormente, a una contradicción “en relaciones
distintas” o “en tiempo distinto”. Marx procede exactamente al contrario.
Muestra que en la contradicción de orden exterior se manifiesta la
contradicción interna oculta en cada una de las cosas mutuamente relacionadas
únicamente en forma exterior.
En
suma, el valor se presenta como una relación interna de la mercancía consigo misma, que se manifiesta en
forma externa a través de la relación con otra mercancía. La otra mercancía
juega únicamente el papel de espejo, en el cual se refleja la naturaleza
contradictoria interna de la mercancía, que expresa su valor. Hablando en
lenguaje filosófico, la contradicción exterior se presenta únicamente como
fenómeno, y la relación con otra mercancía –como intermediada a través de esta
relación– se presenta como relación de la mercancía consigo misma. La relación interna, la relación consigo misma, es
valor como contenido económico absoluto de cada una de las mercancías que se
correlacionan mutuamente.
El
metafísico trata siempre de reducir la relación interior a relación exterior.
Para él la contradicción “en una relación” es índice del carácter abstracto del
conocimiento, índice de confusión de planos distintos de la abstracción, etc.,
y la contradicción externa es sinónimo del carácter “concreto” del conocimiento.
Para Marx, por el contrario, si el objeto se presenta en el pensamiento sólo
como contradicción exterior, esto es un índice de unilateralidad, del
conocimiento superficial. Significa que en vez de la contradicción interna se
ha logrado captar únicamente la forma externa de su manifestación. La
dialéctica obliga siempre a ver tras la relación con otro la relación, oculta
tras él, consigo mismo, la relación interna de la cosa.
De
manera que la diferencia entre la dialéctica y la metafísica no consiste de
ningún modo en que la primera reconoce únicamente contradicciones interiores, y
la segunda –únicamente exteriores. La metafísica procura siempre reducir la
contradicción interior a contradicción “en distintas relaciones”, negando la
importancia objetiva de la contradicción interna. La dialéctica no reduce de
ninguna manera una contradicción a otra. Ella reconoce la objetividad de unas y
otras. Pero la cuestión no está en reducir la contradicción exterior a
contradicción interior, sino en deducir
de lo interior lo exterior y comprender lo uno y lo otro en su necesidad
objetiva. Además, no niega el hecho de que la contradicción interna aparece
siempre en el fenómeno como contradicción externa.
La
coincidencia directa de las determinaciones económicas que se excluyen
mutuamente una a otra (del valor y del valor de uso) en cada una de las dos mercancías que se encuentran en el intercambio
es la expresión teórica auténtica de la esencia del intercambio mercantil
simple. Tal esencia es el valor. El concepto de valor (a diferencia de la forma
exterior de su manifestación en el acto del intercambio) se caracteriza desde
el aspecto lógico en que se presenta como una contradicción directa, como una
coincidencia directa de dos formas del ser económico que se excluyen una a otra
de modo polar.
Así,
pues, en el acto real del intercambio se realiza lo que desde el punto de vista
del razonamiento abstracto (lógico formal) se considera imposible: la
identificación directa de contrarios. Tal es la expresión teórica del hecho
real de que el intercambio mercantil directo no puede llevarse a cabo sin
dificultades, sin colisiones, sin conflictos, sin contradicciones y sin crisis.
La cosa es que el intercambio mercantil directo no está en condiciones de
expresar la medida social necesaria del gasto de trabajo en las distintas ramas
de la producción social, es decir, el valor. Por eso, en los límites de la
forma mercantil simple, el problema del valor es insoluble, es una antinomia
insoluble. Aquí la mercancía debe y no puede hallarse en las dos formas
polares de expresión del valor y, por consiguiente, el intercambio real por el
valor es imposible. Pero él, sin embargo, en cierta medida se lleva a cabo y,
por tanto, ambas formas polares del valor en cierta medida coinciden en cada
mercancía. La antinomia no tiene salida. Y el mérito de Marx consiste en
haberla comprendido y reflejado teóricamente.
Por
cuanto el intercambio a través del mercado continúa siendo la forma universal
única del intercambio social de cosas, por tanto la antinomia del valor halla
su solución en el movimiento del mercado mismo. El mismo crea los medios de
solucionar sus propias contradicciones. Así nace el dinero. El intercambio
deviene de directo en intermediado por el dinero. Y la coincidencia de las
formas económicas que se excluyen mutuamente en la mercancía es como si se
suspendiese, en la medida que ella se desdobla en dos “relaciones distintas”:
en el acto de la venta (de la transformación del valor de uso en valor) y en el
acto de la compra (de la transformación del valor en valor de uso). Dos actos
que se excluyen antinómicamente por su contenido económico no coinciden ya
directamente, y se llevan a cabo en distinto tiempo y en distintos lugares del
mercado.
A
primera vista, parece que la antinomia queda resuelta según todas las reglas de
la lógica formal. Pero el parecido aquí es puramente exterior. En realidad, la
antinomia no ha desaparecido en absoluto, únicamente ha tomado una nueva forma
de expresión. El dinero no deviene en absoluto en valor puro, ni la mercancía,
en puro valor de uso. La mercancía y el dinero –como antes–están preñados de
contradicción interna que, como antes, se expresa en el pensamiento en forma de
contradicción en las determinaciones, una vez más no solucionada y no
solucionable, y en la forma más ostensible, se manifiesta, en verdad, sólo de
cuando en cuando, por ejemplo, en las crisis. Pero se hace sentir mucho más
fuertemente.
“Únicamente
la mercancía es dinero”, dice el poseedor de mercancía cuando esta contradicción
no aparece en la superficie. “Únicamente el dinero es mercancía”, afirma en
forma abiertamente contraria en la época de crisis, refutando su propio juicio
abstracto. El pensamiento concreto y teórico de Marx muestra que la
contradicción interna de las determinaciones económicas del dinero existe en
cada instante, y en ese caso no se manifiesta de modo evidente, sino que está
oculta en la mercancía y en el dinero, cuando marcha en apariencia felizmente y
la contradicción parece definitivamente resuelta.
En
las determinaciones teóricas del dinero se conserva por completo la antinomia
del valor anteriormente revelada, aquí constituye la “esencia simple” de la
mercancía y del dinero, aunque en la superficie de los fenómenos se halla
apagada, desdoblada en dos “relaciones distintas”. Esta últimas, lo mismo que
durante el intercambio directo de mercancía por mercancía, constituyen la
unidad interna, que se conserva en toda su agudeza y tensión en la mercancía y
en el dinero, y, por consiguiente, también en las determinaciones teóricas de
ambos. El valor continúa siendo –como antes– una relación interna
contradictoria de la mercancía consigo misma, que, en verdad, se manifiesta en
la superficie ya no a través de la relación directa con otra mercancía
semejante, sino a través de la relación con el dinero. El dinero aparece como
un medio con ayuda del cual se realiza la transformación opuesta mutua de los
dos polos primarios de expresión del valor (del valor y del valor de uso).
Toda
la lógica de El Capital, desde este
punto de vista, se destaca por un aspecto nuevo, muy importante. Cualquier
categoría concreta se presenta como una de las metamorfosis, a través de la
cual pasan el valor y el valor de uso en el proceso de su transformación
recíproca de uno en otro. El proceso de formación del sistema capitalista
mercantil aparece en el análisis teórico de Marx como un proceso de
complicación de la cadena de eslabones intermediadores, a través de los cuales
están constreñidos a pasar ambos polos del valor que se atraen mutuamente y
simultáneamente se excluyen uno a otro. El camino de la transformación mutua
del valor y del valor de uso es cada vez más largo y complejo, la tensión entre
los polos aumenta. Su solución relativa y temporal se lleva a cabo a través de
la crisis, la solución definitiva se halla en la revolución socialista.
Tal
enfoque de las cosas da inmediatamente al pensamiento una orientación para
analizar cualquier forma de relación económica. En realidad, así como el
mercado de mercancías halla la solución relativa de sus contradicciones
objetivas en el nacimiento del dinero, así también las determinaciones teóricas
del dinero en El Capital sirven como
medio de solución relativa de la contradicción teórica, revelada en el análisis
de la forma simple del valor. La antinomia del valor, en los límites de la
forma simple, queda insoluble y se fija por el pensamiento como contradicción
en el concepto. La única solución lógica correcta de la antinomia consiste en
observar cómo se resuelve objetivamente, en la práctica, en el curso del
movimiento del mercado de mercancías. En el descubrimiento de la nueva
realidad, que se desarrolló en virtud de la imposibilidad de resolver la
contradicción objetiva originariamente revelada, consiste el movimiento del
pensamiento que investiga.
De
suerte que el mismo curso del pensamiento teórico no deviene en peregrinaje
caótico, sino en un proceso orientado rigurosamente hacia un objetivo. Aquí el
pensamiento se remite a los hechos empíricos en la búsqueda de condiciones, de
datos, que le hacen falta para resolver la tarea o el problema exactamente
formulado. Por eso la teoría se presenta como un proceso de solución constante
de problemas, promovidos por la misma investigación de los hechos empíricos.
La
investigación de la circulación monetario-mercantil conduce a la antinomia.
Marx escribe: “No hay que darle vueltas; el resultado es siempre el mismo. Si
se cambian equivalentes, no se produce plusvalía, ni se produce tampoco aunque
se cambien valores no equivalentes”8. Así, concluye Marx, el capital
no puede surgir de la circulación y exactamente lo mismo no puede surgir fuera
de la circulación. El debe surgir “en la órbita de la circulación y fuera de
ella a un mismo tiempo. Tales son las condiciones del problema. Hic Rhodus, hic salta! (¡Aquí Rodos,
aquí salta!–N. de la Edit.)”9.
Para Marx no es casual de ningún modo tal
forma de plantear el problema, ni es tampoco un simple procedimiento retórico.
Ella está entroncada con la esencia misma del método dialéctico de desarrollo de
la teoría, que sigue tras el desarrollo del objeto real. Al planteamiento del
problema corresponde la solución. El problema, que surge en el pensamiento en
forma de contradicción en la determinación, puede ser resuelto sólo en el caso
de que el teórico (como también el poseedor real de dinero) “fuese tan
afortunado, que dentro de la órbita de la circulación, en el mercado
descubriese una mercancía cuyo valor de uso poseyese la peregrina cualidad de
ser fuente de valor, cuyo consumo efectivo fuese, pues, al propio tiempo, materialización
de trabajo, y por tanto creación de valor”10.
La
realidad objetiva se desarrolla siempre a través del surgimiento de una
contradicción concreta en su interior, que halla solución en la generación de
una forma de desarrollo nueva, más elevada y compleja. La contradicción es
insoluble en el interior de la forma inicial del desarrollo. Siendo expresada
en el pensamiento, ella, naturalmente, aparece como contradicción en las
determinaciones del concepto, que refleja el estadio inicial del desarrollo. Y
ésta no sólo es la forma correcta del movimiento del pensamiento que investiga,
sino la única correcta, aunque en ella hay contradicción. Tal género de
contradicción en las determinaciones no se resuelve mediante la precisión del
concepto, que refleja la forma dada de desarrollo, sino mediante la
investigación ulterior de la realidad, mediante el descubrimiento de aquella
otra forma nueva, superior del desarrollo, en la cual la contradicción inicial
halla solución real, de hecho, constatable empíricamente.
No
es casual que la vieja lógica eludiese, como “interrogante”, a tan importante
forma lógica. Es que las cuestiones reales, los problemas reales, que surgen en
el movimiento del pensamiento que investiga, se alzan siempre ante el
pensamiento en forma de contradicciones en la determinación, en la expresión
teórica de los hechos. La contradicción concreta, que surge en el pensamiento,
orienta al estudio ulterior de los hechos y, además, hacia un objetivo, al
descubrimiento y análisis de aquellos hechos que hacen falta para resolver el
problema, para resolver la contradicción teórica dada.
Y
si en la expresión teórica de la realidad surge la contradicción como una
necesidad del curso mismo de la investigación, ella no es la llamada
contradicción lógica, aunque posee los rasgos formales de tal, sino una
expresión lógicamente correcta de la realidad. Y, al contrario, como
contradicción lógica, que no debe de estar en la investigación teórica, hay que
reconocer a la contradicción de origen y propiedad semántico-terminológica. El
análisis formal está obligado a revelar ese género de contradicción en las
determinaciones. El veto lógico-formal de la contradicción es aquí enteramente
oportuno. Rigurosamente hablando, él se refiere al uso de los términos, y no al
proceso del movimiento de los conceptos. Este último es objeto de la lógica
dialéctica. Pero aquí rige otra ley: la ley de la unidad, de la coincidencia de
contrarios, además, de una coincidencia, que llega hasta su identidad. Ella
constituye, precisamente, el verdadero núcleo de la dialéctica como lógica del
pensamiento, que sigue el desarrollo de la realidad.
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(*) E. V. Iliénkov. “Lógica Dialéctica”
Ensayos de historia y teoría.
Editorial Progreso, Moscú, 1977. Décimo ensayo, págs. 353-379.
(1) C. Marx. El Capital. C. Marx y F. Engels. Obras, t. 26, parte III, págs. 81-82.
(2) Ibídem. pág. 85.
(3) Ibídem.
(4) Ibídem, parte I, pág. 64.
(5) Ibídem, t. 25, parte I, pág. 43.
(6) C. Marx. El Capital. C. Marx y F. Engels. Obras, t. 23, pág. 58.
(7) Ibídem, pág. 71.
(8) C. Marx. El Capital. C. Marx y F. Engels. Obras, t. 23, pág. 174.
(9) Ibídem, pág. 177.
(10) Ibídem, págs. 177-178.