miércoles, 1 de abril de 2020

Filosofía


La Contradicción Como Categoría de la Lógica Dialéctica*

I. V. Ilienkov

LA CONTRADICCIÓN como unidad concreta de contrarios que se excluyen mutuamente es el verdadero núcleo de la dialéctica, su categoría central. A este respecto no puede haber entre los marxistas dos opiniones. Sin embargo, tan pronto se toca la cuestión de la “dialéctica subjetiva”, de la dialéctica como lógica del pensamiento, afloran inmediatamente no pocas dificultades. Si cualquier objeto es una contradicción viva, ¿qué debe ser entonces el pensamiento (el juicio sobre el objeto), que lo expresa? ¿La contradicción objetiva puede y debe hallar reflejo en el pensamiento y en qué forma?

        La contradicción en las determinaciones teóricas del objeto es, ante todo, un hecho que se reproduce de modo constante con el movimiento de la ciencia y que no niega ni el dialéctico, ni el metafísico, ni el materialista, ni el idealista. La cuestión sobre la cual discuten consiste en otro asunto: ¿cuál es la relación de la contradicción en el pensamiento con el objeto? En otras palabras, ¿es ella posible en el pensamiento verídico, correcto?

        El lógico metafísico trata de demostrar la inaplicabilidad de la ley dialéctica de la coincidencia de contrarios, que llega hasta su identidad, al proceso del pensamiento. Tales lógicos, a veces, están listos a reconocer incluso que el objeto en concordancia con la dialéctica puede ser interiormente de por sí contradictorio. En el objeto de la contradicción puede existir, pero en el pensamiento no debe haberla. El metafísico no puede ya de ninguna manera permitirse reconocer el carácter correcto de la ley, que constituye el núcleo de la dialéctica, con relación al proceso lógico. El veto de la contradicción se transforma en un criterio absoluto formal de la verdad, en canon apriorístico indubitable, en principio supremo de la lógica.

        Esta posición, que sería difícil no llamar ecléctica, tratan de argumentarla algunos lógicos con alusiones a la práctica de la ciencia. Cualquier ciencia, si tropieza con una contradicción en las determinaciones del objeto, siempre procura resolverla. ¿No actúa ella en ese caso conforme a las recetas de la metafísica, que considera cualquier contradicción en el pensamiento como algo intolerable, de lo cual es necesario desembarazarse cueste lo que cueste? El metafísico en lógica interpreta así semejantes momentos en el desarrollo de la ciencia. La ciencia –dice– procura siempre liberarse de las contradicciones, pero en dialéctica el metafísico ve una intención opuesta.

        La opinión examinada se basa en la incomprensión, más exactamente, en el simple desconocimiento del importante hecho histórico de que la dialéctica nace allí donde el pensamiento metafísico (es decir, el pensamiento que no conoce y que no desea conocer otra lógica, excepto la lógica formal) se enreda definitivamente en las contradicciones lógicas que él alumbra precisamente por observar tenaz y consecuentemente el veto de cualquier contradicción en las determinaciones. La dialéctica como lógica es el medio de resolver semejantes contradicciones. De modo que no vale la pena acusar a la dialéctica de afán de amontonar contradicciones. No es cuerdo ver la causa de la enfermedad en la presencia del médico. El problema puede consistir sólo en una cosa: si la dialéctica cura con éxito o no de tales contradicciones, en las cuales cae el pensamiento precisamente como resultado de la rigurosísima dieta metafísica, que prohíbe incondicionalmente toda contradicción, y si cura con éxito, entonces ¿cómo, precisamente?

        Volvamos al análisis de un ejemplo evidente, de un caso típico de cómo las montañas de contradicciones lógicas fueron precisamente con ayuda de la lógica formal absolutizada, y fueron resueltas de modo racional sólo con ayuda de la lógica dialéctica. Nos referimos a la historia de la economía política, a la historia de la descomposición de la escuela de Ricardo y del surgimiento de la teoría económica de Marx. La salida del atolladero de las paradojas teóricas y de las antinomias, en las cuales cayó dicha escuela, fue hallada, como se sabe, sólo por Marx, con ayuda de la dialéctica como lógica.

        El hecho de que la teoría de Ricardo contenía una masa de contradicciones lógicas, no lo descubrió Marx. Esto lo veían perfectamente bien Malthus, Sismondi, McCulloch y Proudhon. Pero únicamente Marx pudo comprender el carácter real de las contradicciones de la teoría del valor por el trabajo. Veamos, siguiendo a Marx, una de ellas, la más típica y aguda: la antinomia de la ley del valor y de la ley de la cuota media de ganancia.

        La ley del valor de David Ricardo establece que el trabajo humano vivo es la única fuente de la substancia del valor. Esta afirmación constituyó un gran paso adelante por el camino hacia la verdad objetiva. Pero la ganancia también es valor. Al intentar expresarla teóricamente, es decir, con la ley del valor, se obtiene una contradicción lógica evidente. La cosa es que la ganancia es el valor nuevo, creado de nuevo o, más exactamente, una parte de él. Esto es indudablemente una determinación analítica correcta. Pero el nuevo valor lo produce sólo un nuevo trabajo. Más qué hacer entonces con el hecho empírico absolutamente evidente de la magnitud de la ganancia no se determina de ninguna manera por la cantidad de trabajo vivo gastada para su producción. Ella depende exclusivamente de la magnitud del capital en conjunto y en ningún caso de la magnitud de aquella parte suya que se destina al pago del salario. Incluso es todavía más paradójico que la ganancia sea tanto mayor, cuanto menor sea el trabajo vivo consumido para su producción.

        La ley de la cuota media de ganancia, que establece la dependencia del tamaño de la ganancia de la magnitud del capital en conjunto, y la ley del valor, que establece que sólo el trabajo vivo produce el nuevo valor, devienen en la teoría de Ricardo en una relación de contradicción abierta, que se excluye mutuamente. Sin embargo, ambas leyes determinan uno y el mismo objeto (la ganancia). En su tiempo, Malthus señaló con maligna satisfacción esta antinomia.

        En esto consistía el problema, que no podía resolverse con ayuda de los principios de la lógica formal. Y si el pensamiento llegó aquí a la antinomia, a la contradicción lógica, es difícil en este caso acusar a la dialéctica. Ni Ricardo, ni Malthus tenían noción de ella. Ambos conocían sólo la teoría de Locke sobre la cognición y la lógica (precisamente formal) correspondiente a ella. Los cánones de esta última eran para ellos indiscutibles y únicos. La ley universal (en este caso la ley del valor) es justificada por esta lógica únicamente en el caso de que haya sido demostrada como regla empírica directamente general, con la cual se resumen sin contradicción todos los hechos, sin excepción.

        Se descubrió que esa relación entre la ley del valor y las formas de su manifestación propia no existe. La ganancia, tan pronto intentan entenderla teóricamente, es decir, comprenderla por la ley del valor, resulta inesperadamente una contradicción absurda. Si la ley del valor es universal, entonces la ganancia es imposible por principio. Ella refuta con su existencia la universalidad abstracta de la ley del valor, de la ley de su propia existencia.

        El creador de la teoría del valor por el trabajo se preocupó ante todo de la correspondencia de los juicios teóricos con el objeto. Juiciosa e incluso cínicamente expresaba la situación real de las cosas, y, naturalmente, que esta última está preñada de antagonismos insolubles, en el pensamiento también se presenta como un sistema de conflictos, antagonismos y contradicciones lógicas. Esta circunstancia, en la cual los teóricos burgueses veían una prueba de debilidad y de falta de elaboración de la teoría de Ricardo, testimoniaba precisamente lo contrario: la fuerza y la objetividad de su teoría.

        Cuando los discípulos y los continuadores de Ricardo hacen preocupación básica suya no ya la correspondencia de la teoría con el objeto, sino las concordancias de las determinaciones teóricas elaboradas con las exigencias de la consecuencia lógico formal, con cánones de unidad formal de la teoría, entonces empieza la descomposición de la teoría del valor por el trabajo. Marx escribe acerca de James Mill: “Lo que él buscaba era la sucesión lógica formal. ‘Por eso’, con él empieza la descomposición de la escuela de Ricardo”1.

        En realidad, como demostró Marx, la ley universal del valor se halla en una relación de contradicción que se excluye mutuamente con la forma empírica de su propia manifestación: con la ley de la cuota media de ganancia. Esa es una contradicción real del objeto real. Y no hay nada asombroso en que al intentar hacer pasar una ley por otra de modo abierto y directo resulte una contradicción lógica. Cuando continúan a pesar de todo las tentativas de armonizar directamente y sin contradicción el valor y la ganancia, “se enfrentan con un problema –según palabras de Marx–, de más difícil solución que el de la cuadratura del círculo. Es como querer probar la existencia de algo que no existe”2

        El teórico que piensa metafísicamente, al tropezar con tal paradoja, la interpreta sin falta como consecuencia de errores cometidos por el pensamiento antes, en la elaboración y formulación de la ley universal. Es natural que él busque la solución de la paradoja por vía del análisis puramente formal de la teoría, por la vía de la precisión de los conceptos, de la corrección de los giros, etc. Con motivo de tal enfoque de la solución del problema, Marx escribe: “La contradicción entre la ley general y las relaciones concretas más desarrolladas quieren resolverla aquí no mediante el hallazgo de los eslabones intermedios, sino mediante el acercamiento directo de lo concreto con lo abstracto y mediante la adaptación inmediata de lo concreto a lo abstracto. Y esto quieren lograrlo con ayuda de la ficción verbal, por la vía del cambio vera rerum vocabula (de las denominaciones correctas de las cosas. –N. de la Edit.). (Ante nosotros tenemos realmente una “disputa de palabras”, pero es disputa “de palabras” debido a que las contradicciones reales, que no han sido resueltas, tratan de resolverlas aquí con ayuda de frases.)3.

        Si la ley universal contradice la situación general empírica de las cosas, inmediatamente el empírico ve la salida en el cambio de la formulación de la ley, calculando que lo general empírico se acerque directamente a ella. A primera vista así debe ser: si el pensamiento contradice los hechos, es necesario cambiar el pensamiento, ponerlo en correspondencia con lo general, dado directamente en la superficie de los fenómenos. En realidad, tal camino es teóricamente falso, y precisamente por él llega la escuela de Ricardo a la renuncia completa de la teoría del valor por el trabajo. La ley universal, teóricamente revelada por Ricardo, se sacrifica en aras de la empírea grosera, el tosco empirismo degenera en “falsa metafísica, en un escolasticismo incapaz de hacer frente a fenómenos empíricos innegables, en la tendencia a presentarlos, por mera abstracción, como corolarios de la ley general o para hacerlos pasar ladinamente por esta ley”4.

        La lógica formal y la metafísica que la absolutiza conocen únicamente dos caminos para resolver las contradicciones en el pensamiento. El primer camino consiste en adaptar directamente la ley universal a la situación general de las cosas, empíricamente evidente. Aquí, como ya vemos, ocurre la pérdida del concepto de valor. El segundo camino consiste en presentar la contradicción interna, expresada en el pensamiento en forma de contradicción lógica, como contradicción exterior de dos cosas, cada una de las cuales no es contradicción de por sí. Este procedimiento se llama reducción de la contradicción interior a contradicción 2en diferentes relaciones o en diferente tiempo”.

        La llamada “forma profesoral de la desintegración de la teoría” escogió el segundo camino. ¿No se explica la ganancia por el valor sin contradicción? ¡Bueno, y qué! No es necesario obstinarse en la unilateralidad, es necesario admitir que la ganancia proviene en realidad no sólo del trabajo, sino también de muchos otros factores. Es necesario prestar atención al papel de la tierra, al papel de las máquinas, al papel de la oferta y la demanda y muchas otras cosas. La cuestión, dicen, no está en las contradicciones, sino en la plenitud… Así nace la célebre fórmula triúnica de la economía vulgar: “Capital – por ciento, tierra – renta, trabajo – salario”. Aquí no hay, ciertamente, contradicción lógica, pero en cambio hay una absurdidad simple, semejante “al logaritmo amarillo”, como señala de modo cáustico Marx. La contradicción lógica desaparece, pero junto con ella desaparece el enfoque teórico de las cosas en general.

        La conclusión es evidente: no todo modo de resolver las contradicciones conduce al desarrollo de la teoría. Los dos modos citados significan una “solución” tal de las contradicciones, que es idéntica a la conversión de la teoría en una ecléctica empírica. Pues la teoría en general existe únicamente allí donde existe la aspiración consciente y ejecutada por principio de comprender todos los fenómenos singulares como modificaciones necesarias de una y la misma substancia universal concreta, en este caso de la substancia del valor: del trabajo humano vivo.

         El único teórico que logró resolver las contradicciones de la teoría de Ricardo, de modo que resultase no la desintegración, sino en realidad el desarrollo de la teoría del valor por el trabajo, fue, como se sabe, Carlos Marx. ¿En qué consiste su método materialista dialéctico de resolver las antinomias? Ante todo es necesario constatar que las contradicciones reales, reveladas por Ricardo, no desaparecen en el sistema de Marx. Es más, ellas se presentan aquí como contradicciones necesarias del objeto, y de ninguna manera como resultado del carácter erróneo del pensamiento, de la inexactitud de las determinaciones, etc. En el primer tomo del El Capital, por ejemplo, se demuestra que la plusvalía es producto exclusivo de aquella parte del capital que, gastada en salarios, se transforma en trabajo vivo, es decir, del capital variable. La tesis del tercer tomo, sin embargo, dice así: “Sea de ello lo que quiera, lo cierto es que la plusvalía brota simultáneamente de todas las partes que forman el capital invertido”5.

        Entre la primera y la segunda tesis se ha desarrollado todo un sistema, toda una cadena de eslabones intermedios, sin embargo se ha conservado entre ellas una relación de contradicción que se excluye mutuamente, que cae bajo el veto de la lógica formal. Precisamente por eso, los economistas vulgares, después de publicado el tercer tomo de El Capital, declararon solemnemente que Marx no había cumplido sus promesas, que las antinomias de la teoría del valor por el trabajo las había dejado sin resolver y que, por consiguiente, todo El Capital no es más que un juego de manos dialéctico-especulativo.

        Lo universal, pues, también en El Capital contradice su manifestación singular, y la contradicción entre ellos no desaparece porque entre ellos se ha desarrollado toda una cadena de eslabones intermedios. Al contrario, esto demuestra precisamente que las antinomias de la teoría del valor por el trabajo no son en absoluto contradicciones lógicas del objeto, sino contradicciones reales del objeto, expresadas correctamente por Ricardo, aunque no las comprendía. Las antinomias de la teoría del valor por el trabajo no se suprimen de ninguna manera en El Capital como algo subjetivo. Ellas aquí son comprendidas, es decir, obtenidas en la composición de una comprensión teórica más profunda y concreta. En otras palabras, ellas son conservadas, pero pierden el carácter de contradicciones lógicas, se transforman en momentos abstractos de la comprensión concreta de la realidad económica. Y no es asombroso: cualquier sistema concreto que se desarrolla incluye en sí la contradicción como principio de su autodesarrollo y como forma en la cual se funde el desarrollo.

        Comparemos, pues, la comprensión del valor por el metafísico Ricardo y por el dialéctico Marx. Como se sabe, Ricardo no hizo el análisis del valor según su forma. Su abstracción del valor, de una parte, es incompleta, y de otra, es formal, precisamente por eso no es correcta. ¿En qué ve Marx la plenitud y la riqueza de contenido del análisis del valor, que le faltan a Ricardo?

        Ante todo en que el valor es una contradicción viva y concreta. Ricardo mostró el valor apenas por el lado de la substancia, es decir, tomó el trabajo como substancia del valor. En lo que se refiere a Marx, él, digámoslo con un giro de la Fenomenología del Espíritu de Hegel, comprendió el valor no sólo como substancia, sino también como sujeto. El valor se presenta como substancia-sujeto de todas las formas desarrolladas y de las categorías de la economía política. De aquí arranca la dialéctica consciente en esta ciencia. Pues el sujeto en la comprensión de Marx (en este caso él emplea la terminología de la Fenomenología del espíritu) es la realidad, que se desarrolla a través de sus contradicciones internas.

        Veamos más de cerca el análisis marxista del valor. Se investiga directamente el intercambio de una mercancía por otras, sin intervención del dinero. En el intercambio, en el curso del cual una mercancía se sustituye por otra, el valor sólo aparece, sólo se expresa, pero en ningún caso se crea. Se manifiesta así: una mercancía juega el papel de valor relativo, y la otra, que se opone a ella, juega el papel de equivalente. Con la particularidad de que “… una misma mercancía no puede asumir al mismo tiempo ambas formas en la misma expresión de valor. Esta formas se excluyen la una a la otra como los dos polos o los dos extremos de una línea”6.

        Un metafísico se alegrará, sin duda, al leer esto: dos formas económicas que se excluyen mutuamente ¡no pueden coincidir simultáneamente en una mercancía! ¿Pero puede decirse que Marx rechaza la posibilidad de coincidencia de determinaciones que se excluyen mutuamente en el objeto y en su comprensión? Precisamente es todo lo contrario. La cosa es que ahora no se trata del concepto de valor, del valor como tal. El fragmento citado da cima al análisis de la forma de manifestación del valor. El valor mismo queda por ahora oculto y la esencia de cada una de las mercancías no expresada teóricamente. En la superficie de los fenómenos él aparece realmente de modo que son visibles las dos formas unilaterales abstractas de su manifestación. Pero el valor mismo no coincide con ninguna de estas formas, ni con su simple unidad mecánica. El es algo tercero, algo que se halla más profundamente. El lienzo como mercancía aparece con respecto a su poseedor únicamente en forma relativa del valor. El lienzo no puede ser simultáneamente también equivalente en esta misma relación.

        Pero así aparece la cuestión únicamente desde el punto de vista unilateral abstracto. Ya que el poseedor del lienzo tiene derechos absolutamente iguales al poseedor de la levita, pero desde la posición de este último la relación examinada se halla en abierta oposición. De modo que tenemos no “dos relaciones distintas”, sino una relación objetiva concreta, la relación mutua de dos poseedores de mercancías. Y desde el punto de vista concreto cada una de las dos mercancías –el lienzo y la levita– miden una a otra su valor y sirven mutuamente como material, en el cual él se mide. En otras palabras, cada una de ellas supone mutuamente que en la otra mercancía está realizada la forma equivalente del valor, forma en la cual la otra mercancía no puede hallarse ya porque se halla en la forma relativa.

        Con otras palabras, el intercambio que se realiza efectivamente presupone que cada una de las dos mercancías que se correlacionan mutuamente en él adquiere para sí inmediatamente ambas formas económicas de manifestación del valor: ella mide su valor y sirve como material para expresar el valor de la otra mercancía. Y si desde el punto de vista unilateral-abstracto cada una de ellas se halla sólo en una forma, aparece como valor relativo en una relación y como equivalente en otra, desde el punto de vista concreto, es decir, en realidad, cada una de las mercancías se halla simultáneamente y, además, en el interior de una misma relación, en ambas formas de expresión del valor que se excluyen mutuamente. Si las dos mercancías no se reconocen una a otra como equivalentes, entonces el intercambio simplemente no se lleva a cabo. Si el intercambio se efectúa, significa que en cada una de las dos mercancías coincidieron ambas formas del valor que se excluyen de modo polar.

        ¿Qué resulta de todo esto –dirá el metafísico–, por lo visto, Marx se contradice a sí mismo? Unas veces dice que las dos formas polares de expresión del valor no pueden coincidir en una mercancía, otras veces afirma que en el intercambio real ellas, sin embargo, coinciden. Esta es la respuesta: el estudio concreto de la cosa refuta el resultado que se obtiene con el enfoque unilateral abstracto de ella, muestra su no veracidad. La verdad del intercambio de mercancías consiste precisamente en que en él se realiza una relación absolutamente imposible desde el punto de vista de la concepción unilateral abstracta.

        En la forma de la contradicción examinada, como muestra el análisis, se manifiesta algo otro, a saber: el contenido absoluto de cada una de las mercancías, su valor, la contradicción interna del valor y del valor de uso. Marx dice: “Por tanto, la antítesis interna de valor de uso y valor que se alberga en la mercancía toma cuerpo en una antítesis externa, es decir, en la relación entre dos mercancías, de las cuales una, cuyo valor trata de expresarse, sólo interesa directamente como valor de uso, mientras que la otra, en que se expresa el valor, interesa sólo directamente como valor de cambio. La forma simple de valor de una mercancía es, por tanto, la forma simple en que se manifiesta la antítesis de valor de uso y de valor encerrada en ella”7.

        Desde el punto de vista de la lógica este lugar es extraordinariamente aleccionador. El metafísico, que tropieza con el hecho de la coincidencia de determinaciones opuestas en el concepto, en el juicio sobre la cosa, verá aquí una expresión teórica no verídica y se esforzará para reducir la contradicción interna a una contradicción exterior de dos cosas, cada una de las cuales, según su opinión, no es contradictoria interiormente, a una contradicción “en relaciones distintas” o “en tiempo distinto”. Marx procede exactamente al contrario. Muestra que en la contradicción de orden exterior se manifiesta la contradicción interna oculta en cada una de las cosas mutuamente relacionadas únicamente en forma exterior.

        En suma, el valor se presenta como una relación interna de la mercancía consigo misma, que se manifiesta en forma externa a través de la relación con otra mercancía. La otra mercancía juega únicamente el papel de espejo, en el cual se refleja la naturaleza contradictoria interna de la mercancía, que expresa su valor. Hablando en lenguaje filosófico, la contradicción exterior se presenta únicamente como fenómeno, y la relación con otra mercancía –como intermediada a través de esta relación– se presenta como relación de la mercancía consigo misma. La relación interna, la relación consigo misma, es valor como contenido económico absoluto de cada una de las mercancías que se correlacionan mutuamente.

        El metafísico trata siempre de reducir la relación interior a relación exterior. Para él la contradicción “en una relación” es índice del carácter abstracto del conocimiento, índice de confusión de planos distintos de la abstracción, etc., y la contradicción externa es sinónimo del carácter “concreto” del conocimiento. Para Marx, por el contrario, si el objeto se presenta en el pensamiento sólo como contradicción exterior, esto es un índice de unilateralidad, del conocimiento superficial. Significa que en vez de la contradicción interna se ha logrado captar únicamente la forma externa de su manifestación. La dialéctica obliga siempre a ver tras la relación con otro la relación, oculta tras él, consigo mismo, la relación interna de la cosa.

        De manera que la diferencia entre la dialéctica y la metafísica no consiste de ningún modo en que la primera reconoce únicamente contradicciones interiores, y la segunda –únicamente exteriores. La metafísica procura siempre reducir la contradicción interior a contradicción “en distintas relaciones”, negando la importancia objetiva de la contradicción interna. La dialéctica no reduce de ninguna manera una contradicción a otra. Ella reconoce la objetividad de unas y otras. Pero la cuestión no está en reducir la contradicción exterior a contradicción interior, sino en deducir de lo interior lo exterior y comprender lo uno y lo otro en su necesidad objetiva. Además, no niega el hecho de que la contradicción interna aparece siempre en el fenómeno como contradicción externa.

        La coincidencia directa de las determinaciones económicas que se excluyen mutuamente una a otra (del valor y del valor de uso) en cada una de las dos mercancías que se encuentran en el intercambio es la expresión teórica auténtica de la esencia del intercambio mercantil simple. Tal esencia es el valor. El concepto de valor (a diferencia de la forma exterior de su manifestación en el acto del intercambio) se caracteriza desde el aspecto lógico en que se presenta como una contradicción directa, como una coincidencia directa de dos formas del ser económico que se excluyen una a otra de modo polar.

        Así, pues, en el acto real del intercambio se realiza lo que desde el punto de vista del razonamiento abstracto (lógico formal) se considera imposible: la identificación directa de contrarios. Tal es la expresión teórica del hecho real de que el intercambio mercantil directo no puede llevarse a cabo sin dificultades, sin colisiones, sin conflictos, sin contradicciones y sin crisis. La cosa es que el intercambio mercantil directo no está en condiciones de expresar la medida social necesaria del gasto de trabajo en las distintas ramas de la producción social, es decir, el valor. Por eso, en los límites de la forma mercantil simple, el problema del valor es insoluble, es una antinomia insoluble. Aquí la mercancía debe y no puede hallarse en las dos formas polares de expresión del valor y, por consiguiente, el intercambio real por el valor es imposible. Pero él, sin embargo, en cierta medida se lleva a cabo y, por tanto, ambas formas polares del valor en cierta medida coinciden en cada mercancía. La antinomia no tiene salida. Y el mérito de Marx consiste en haberla comprendido y reflejado teóricamente.

        Por cuanto el intercambio a través del mercado continúa siendo la forma universal única del intercambio social de cosas, por tanto la antinomia del valor halla su solución en el movimiento del mercado mismo. El mismo crea los medios de solucionar sus propias contradicciones. Así nace el dinero. El intercambio deviene de directo en intermediado por el dinero. Y la coincidencia de las formas económicas que se excluyen mutuamente en la mercancía es como si se suspendiese, en la medida que ella se desdobla en dos “relaciones distintas”: en el acto de la venta (de la transformación del valor de uso en valor) y en el acto de la compra (de la transformación del valor en valor de uso). Dos actos que se excluyen antinómicamente por su contenido económico no coinciden ya directamente, y se llevan a cabo en distinto tiempo y en distintos lugares del mercado.

        A primera vista, parece que la antinomia queda resuelta según todas las reglas de la lógica formal. Pero el parecido aquí es puramente exterior. En realidad, la antinomia no ha desaparecido en absoluto, únicamente ha tomado una nueva forma de expresión. El dinero no deviene en absoluto en valor puro, ni la mercancía, en puro valor de uso. La mercancía y el dinero –como antes–están preñados de contradicción interna que, como antes, se expresa en el pensamiento en forma de contradicción en las determinaciones, una vez más no solucionada y no solucionable, y en la forma más ostensible, se manifiesta, en verdad, sólo de cuando en cuando, por ejemplo, en las crisis. Pero se hace sentir mucho más fuertemente.

        “Únicamente la mercancía es dinero”, dice el poseedor de mercancía cuando esta contradicción no aparece en la superficie. “Únicamente el dinero es mercancía”, afirma en forma abiertamente contraria en la época de crisis, refutando su propio juicio abstracto. El pensamiento concreto y teórico de Marx muestra que la contradicción interna de las determinaciones económicas del dinero existe en cada instante, y en ese caso no se manifiesta de modo evidente, sino que está oculta en la mercancía y en el dinero, cuando marcha en apariencia felizmente y la contradicción parece definitivamente resuelta.

        En las determinaciones teóricas del dinero se conserva por completo la antinomia del valor anteriormente revelada, aquí constituye la “esencia simple” de la mercancía y del dinero, aunque en la superficie de los fenómenos se halla apagada, desdoblada en dos “relaciones distintas”. Esta últimas, lo mismo que durante el intercambio directo de mercancía por mercancía, constituyen la unidad interna, que se conserva en toda su agudeza y tensión en la mercancía y en el dinero, y, por consiguiente, también en las determinaciones teóricas de ambos. El valor continúa siendo –como antes– una relación interna contradictoria de la mercancía consigo misma, que, en verdad, se manifiesta en la superficie ya no a través de la relación directa con otra mercancía semejante, sino a través de la relación con el dinero. El dinero aparece como un medio con ayuda del cual se realiza la transformación opuesta mutua de los dos polos primarios de expresión del valor (del valor y del valor de uso).

        Toda la lógica de El Capital, desde este punto de vista, se destaca por un aspecto nuevo, muy importante. Cualquier categoría concreta se presenta como una de las metamorfosis, a través de la cual pasan el valor y el valor de uso en el proceso de su transformación recíproca de uno en otro. El proceso de formación del sistema capitalista mercantil aparece en el análisis teórico de Marx como un proceso de complicación de la cadena de eslabones intermediadores, a través de los cuales están constreñidos a pasar ambos polos del valor que se atraen mutuamente y simultáneamente se excluyen uno a otro. El camino de la transformación mutua del valor y del valor de uso es cada vez más largo y complejo, la tensión entre los polos aumenta. Su solución relativa y temporal se lleva a cabo a través de la crisis, la solución definitiva se halla en la revolución socialista.

        Tal enfoque de las cosas da inmediatamente al pensamiento una orientación para analizar cualquier forma de relación económica. En realidad, así como el mercado de mercancías halla la solución relativa de sus contradicciones objetivas en el nacimiento del dinero, así también las determinaciones teóricas del dinero en El Capital sirven como medio de solución relativa de la contradicción teórica, revelada en el análisis de la forma simple del valor. La antinomia del valor, en los límites de la forma simple, queda insoluble y se fija por el pensamiento como contradicción en el concepto. La única solución lógica correcta de la antinomia consiste en observar cómo se resuelve objetivamente, en la práctica, en el curso del movimiento del mercado de mercancías. En el descubrimiento de la nueva realidad, que se desarrolló en virtud de la imposibilidad de resolver la contradicción objetiva originariamente revelada, consiste el movimiento del pensamiento que investiga.

        De suerte que el mismo curso del pensamiento teórico no deviene en peregrinaje caótico, sino en un proceso orientado rigurosamente hacia un objetivo. Aquí el pensamiento se remite a los hechos empíricos en la búsqueda de condiciones, de datos, que le hacen falta para resolver la tarea o el problema exactamente formulado. Por eso la teoría se presenta como un proceso de solución constante de problemas, promovidos por la misma investigación de los hechos empíricos.

        La investigación de la circulación monetario-mercantil conduce a la antinomia. Marx escribe: “No hay que darle vueltas; el resultado es siempre el mismo. Si se cambian equivalentes, no se produce plusvalía, ni se produce tampoco aunque se cambien valores no equivalentes”8. Así, concluye Marx, el capital no puede surgir de la circulación y exactamente lo mismo no puede surgir fuera de la circulación. El debe surgir “en la órbita de la circulación y fuera de ella a un mismo tiempo. Tales son las condiciones del problema. Hic Rhodus, hic salta! (¡Aquí Rodos, aquí salta!–N. de la Edit.)”9.

          Para Marx no es casual de ningún modo tal forma de plantear el problema, ni es tampoco un simple procedimiento retórico. Ella está entroncada con la esencia misma del método dialéctico de desarrollo de la teoría, que sigue tras el desarrollo del objeto real. Al planteamiento del problema corresponde la solución. El problema, que surge en el pensamiento en forma de contradicción en la determinación, puede ser resuelto sólo en el caso de que el teórico (como también el poseedor real de dinero) “fuese tan afortunado, que dentro de la órbita de la circulación, en el mercado descubriese una mercancía cuyo valor de uso poseyese la peregrina cualidad de ser fuente de valor, cuyo consumo efectivo fuese, pues, al propio tiempo, materialización de trabajo, y por tanto creación de valor”10.

        La realidad objetiva se desarrolla siempre a través del surgimiento de una contradicción concreta en su interior, que halla solución en la generación de una forma de desarrollo nueva, más elevada y compleja. La contradicción es insoluble en el interior de la forma inicial del desarrollo. Siendo expresada en el pensamiento, ella, naturalmente, aparece como contradicción en las determinaciones del concepto, que refleja el estadio inicial del desarrollo. Y ésta no sólo es la forma correcta del movimiento del pensamiento que investiga, sino la única correcta, aunque en ella hay contradicción. Tal género de contradicción en las determinaciones no se resuelve mediante la precisión del concepto, que refleja la forma dada de desarrollo, sino mediante la investigación ulterior de la realidad, mediante el descubrimiento de aquella otra forma nueva, superior del desarrollo, en la cual la contradicción inicial halla solución real, de hecho, constatable empíricamente.

        No es casual que la vieja lógica eludiese, como “interrogante”, a tan importante forma lógica. Es que las cuestiones reales, los problemas reales, que surgen en el movimiento del pensamiento que investiga, se alzan siempre ante el pensamiento en forma de contradicciones en la determinación, en la expresión teórica de los hechos. La contradicción concreta, que surge en el pensamiento, orienta al estudio ulterior de los hechos y, además, hacia un objetivo, al descubrimiento y análisis de aquellos hechos que hacen falta para resolver el problema, para resolver la contradicción teórica dada.

        Y si en la expresión teórica de la realidad surge la contradicción como una necesidad del curso mismo de la investigación, ella no es la llamada contradicción lógica, aunque posee los rasgos formales de tal, sino una expresión lógicamente correcta de la realidad. Y, al contrario, como contradicción lógica, que no debe de estar en la investigación teórica, hay que reconocer a la contradicción de origen y propiedad semántico-terminológica. El análisis formal está obligado a revelar ese género de contradicción en las determinaciones. El veto lógico-formal de la contradicción es aquí enteramente oportuno. Rigurosamente hablando, él se refiere al uso de los términos, y no al proceso del movimiento de los conceptos. Este último es objeto de la lógica dialéctica. Pero aquí rige otra ley: la ley de la unidad, de la coincidencia de contrarios, además, de una coincidencia, que llega hasta su identidad. Ella constituye, precisamente, el verdadero núcleo de la dialéctica como lógica del pensamiento, que sigue el desarrollo de la realidad.

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(*) E. V. Iliénkov. “Lógica Dialéctica” Ensayos de historia y teoría. Editorial Progreso, Moscú, 1977. Décimo ensayo, págs. 353-379.
(1) C. Marx. El Capital. C. Marx y F. Engels. Obras, t. 26, parte III, págs. 81-82.
(2) Ibídem. pág. 85.
(3) Ibídem.
(4) Ibídem, parte I, pág. 64.
(5) Ibídem, t. 25, parte I, pág. 43.
(6) C. Marx. El Capital. C. Marx y F. Engels. Obras, t. 23, pág. 58.
(7) Ibídem, pág. 71.
(8) C. Marx. El Capital. C. Marx y F. Engels. Obras, t. 23, pág. 174.
(9) Ibídem, pág. 177.
(10) Ibídem, págs. 177-178.

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