miércoles, 1 de mayo de 2019

Literatura


Acerca de Shólojov*

Konstantín Fedin

SI LA BIOGRAFÍA DEL ARTISTA sirve de cauce principal de su visión del mundo, y esto es realmente así, a la vida de Shólojov le ha cabido en suerte una de las corrientes más tumultuosas y profundas que conoce la revolución social de Rusia. ¿En qué otra parte se desencadenaron tempestades tan borrascosas como en la tierra cosaca? Las riberas roqueñas del viejo género de vida eran capaces, al parecer, de resistir los embates de las olas más impetuosas. Pero no obstante, la marejada de la nueva vida venció también a las rocas.

        Shólojov era un muchacho cuando en el Don empezó a borbotar la guerra civil. Esta fue su escuela y aguzó en él la voluntad de revolucionario y, al mismo tiempo, el don de artista que le había otorgado la naturaleza.

        En este sentido, su suerte es una de las más inusitadas. A los dieciocho años empieza ya a publicar, y dos años después ve la luz un libro suyo de narraciones. Nuestra vieja generación recuerda cómo acogieron los lectores en el periodo inicial la formación de la novelística soviética el primero tomo de El Don apacible. El autor tenía entonces 23 años. El eco despertado por la novela fue ruidoso, alegre, sorprendente y, a veces, un tanto amenazador, ya que las profecías no han sido siempre placenteras. “¿Qué espera el escritor en adelante?”, esta pregunta inquietaba a todos. Los cinco años siguientes trajeron consigo una sorpresa tras otra, y cada una de ellas confirmaba que la literatura soviética rusa poseía un nuevo escritor de talento épico: tras la publicación de los tomos segundo y tercero de la epopeya apareció el primer libro de Los campos roturados.

        Con la salida de este libro se hizo evidente el amplio diapasón de las fuerzas artísticas del escritor. El salto, que se requería de él para, después de aplazar el trabajo en una novela, ponerse a escribir otra, no sólo consistía en que abordaba un nuevo tema vital muy distinto del anterior, sino también que el objeto de este tema eran los acontecimientos del día que fluían impetuosamente. La historia de la guerra civil, que durante años se había apoderado de la imaginación del artista, tenía que ceder el puesto a la lucha por la colectivización de la agricultura de nuestro país, que se desarrollaba ante los ojos del escritor. Shólojov resolvió con éxito su complicadísimo problema en virtud de su contacto ininterrumpido con la vida, en virtud de su gran conocimiento de los hombres del trabajo, con los que marcha al compás. Y, claro está, el éxito fue logrado también gracias al brillante don poético de Mijaíl Shólojov.

        No paso revista a sus trabajos, que son grandes por su importancia para el desarrollo del arte de la palabra, tan apasionadamente querido por nuestra literatura y tan atrayente para la inconmensurable masa de lectores. Sólo quiero señalar dos cualidades peculiares de la prosa de Shólojov.

        El inmenso mérito del escritor reside en la valentía de sus obras. No ha soslayado nunca las contradicciones propias de la vida, sea cual sea la época representada por él. Sus libros muestran en toda su plenitud la lucha del pasado y del presente. Recuerdo el juramento que León Tolstói se hizo a sí mismo en la juventud, el juramento de no mentir hablando y de no mentir callando. Shólojov no calla, escribe toda la verdad. No convierte la tragedia en drama y del drama no hace lectura amena. No oculta las situaciones trágicas en consoladores ramilletes de flores silvestres. Pero la fuerza de la verdad es tan grande que la amargura de la vida, por muy horrible que sea, es superada por el ansia de felicidad, por el deseo de conseguirla y por la alegría de lograrla. Creo que es efectivamente así, puesto que no en vano hemos asimilado la noción de tragedia optimista, sabiendo muy bien que no es en absoluto un huero juego de palabras. Y, percibiendo en toda su hondura el fondo trágico de un hecho u otro, mostrado por el literato, cerramos su libro con una impresión luminosa. Así es, en particular, el maravilloso tomo final del El Don apacible.

        Otra peculiaridad cualitativa de la prosa de Shólojov es la fecunda continuidad de la tradición nacional de la prosa épica rusa. Esto no significa marchar por los caminos y senderos abiertos por nuestros predecesores clásicos. No, Shólojov ha dado una prueba emocionalmente convincente de que el progreso en el arte se logra por medio de la afinidad orgánica del escritor con la contemporaneidad. Lo que llamamos contenido de la obra es inseparable del conjunto de opiniones del escritor sobre su tiempo. Cuando tomamos un libro de Shólojov, tenemos en las manos nuestro tiempo, matizado por las convicciones, las ideas y los objetivos humanos de la época. El escritor toma lo más valioso de la experiencia realista del pasado, cuando no contradice a la vida nueva y sirve de terreno para su desarrollo. La experiencia de nuestros clásicos no es extraña al realismo de la contemporaneidad, sino que se funde con él, contribuyendo a crear las riquezas de la literatura del realismo socialista, de la que Mijaíl Shólojov es un eximio maestro.
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(*) Mijaíl Aleksándrovich Shólojov, nacido el 24 de mayo de 1905 en el jútor de Kruzhílino y fallecido el 21 de febrero de 1984.

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