miércoles, 2 de enero de 2019

Testimonio

Para Terminar un Año e Iniciar Otro. Diálogo Para un Recuerdo

Julio Carmona

El 07 de marzo de 2018, la «Casa de la Literatura Peruana» publicó el siguiente post en su página de Facebook:

LA ANÉCDOTA

Un 27 de octubre de 1948, a puertas del golpe de Estado del general Manuel A. Odría contra el presidente José Luis Bustamante y Rivero, un grupo de conocidos encontró al poeta Martín Adán bebiendo en el bar Zela. El autor de La casa de cartón bebía con ansiedad. Como estos amigos sabían que el vate era amigo de Bustamante, le informaron de la rebelión de este militar y que el golpe era inminente. Adán, ebrio, pero con gran lucidez, respondió: “Por fin el Perú ha vuelto a la normalidad”.»

Este post fue difundido, a su vez, por el poeta Roger Santiváñez, cuya página de Facebook tiene contacto con la mía. Y ahí lo leí (cuando ya había un primer comentario, que es el siguiente de Víctor Ruiz Velasco: Años antes, mientras Martín Adán vivía en Arequipa, donde se hizo amigo de Bustamante y Rivero, el poeta tuvo un vaticinio excepcionalmente certero: «En diez años usted será presidente, José Luis». Ojalá entonces hubiera visto cuál iba a ser el «final» de su mandato. Dato curioso: a Billinghurst, amigo de Abraham Valdelomar, también lo derrocaron. Entonces Valdelomar era cónsul en Roma. ¿Qué poeta será amigo de PPK?

Luego RS respondió a este comentario de la siguiente manera: Y cuando gobernaba Bustamante, amigos mutuos le pidieron a Martín Adán —tras hablar con el presidente— que fuera a verlo a Palacio sobre el tema de una chamba para el poeta. Adán concurrió a la cita que era a las 11 am. Pero Bustamante estaba ocupado por unas cosas urgentes y le pidió a su secretaria le dijera a Adán que esperara unos minutos. A las 11.30 Martín Adán se acercó a la secretaria y le confió: «Dígale a José Luis que debo irme: a las 12 sirven el almuerzo en el Hospital» (se refería al Larco Herrera) y desapareció volando. Sobre tu frase final querido Víctor Ruiz Velasco: muy buena pregunta, maestro).

El segundo comentario a la anécdota de Martín Adán la hice yo, y suscitó un diálogo que registro a continuación:

Julio Carmona ¿No es lo mismo que dijo Borges cuando dieron sus respectivos cuartelazos Videla y Pinochet? —Y Roger Santiváñez respondió: Buen dato querido Julio Carmona, no sabía eso, amigo mío.
Julio Carmona: Mi querido Roger Santiváñez a los poetas de la derecha se les respeta sus opiniones sobre poesía (porque toda visión de ella es respetable venga de donde venga), pero cuando opinan sobre política siempre se les sale el faschio.

Roger Santiváñez: De acuerdo pero en el caso de Adán su frase es irónica, burlona y tiene un sesgo crítico, mi estimado.

Julio Carmona: Así es, estimado poeta. Cuestión de interpretación. Pero de alguien que nunca se preocupó porque haya continuidad de gobiernos democráticos pues nunca protestó por las continuas dictaduras castrenses, también se puede interpretar su ironía como una ‘normalidad aceptada’. ¿Qué crédito de sesgo crítico queda para darle a alguien que si no protesta contra la esclavitud, está apoyando a los esclavistas? Respetable el poeta, pero —al menos para mí— no su sesgo crítico.

Roger Santiváñez: Esa es tu opinión como bien lo dices, mi querido Julio. No es la mía: para mí a un poeta lo que debe exigírsele es que escriba bien. Lo demás es política y no poesía amigo mío. Tú tienes la libertad de criticarlo desde tu punto de vista político, pero eso no tiene nada que ver con la poesía de Martin Adán, que es extraordinaria.

Julio Carmona: Eso mismo que dices tú lo he reiterado en mis comentarios anteriores. Para nada he criticado negativamente la poesía de MA. He criticado su opinión política. En otro contexto de análisis crítico literario sí doy mi opinión respecto de eso que tú llamas ‘extraordinaria poesía’, y que sin menospreciarla solo trato de ubicarla en su verdadera dimensión clasista.

Julio Carmona: Ok, Julio, tanto tú como yo ya expresamos nuestros puntos de vista. Te mando un abrazo en poesía siempre.

Julio Carmona: Siempre, en poesías...

A propósito de ese diálogo interesante y fructífero, aunque reiterativo de dos posiciones discrepantes respecto de lo que las personas consideran qué es aquello que se denomina «poesía», en singular —como lo hace Roger, cuando dice: «… un abrazo en poesía siempre», o como retruco yo, al retornar ese abrazo: «Siempre, en poesías…». A propósito de eso, recordé una escena a la que asistí, a fines de los años setenta del siglo pasado, y se dio en la casa de Miguel Gutiérrez, en un momento previo a la sesión del grupo Narración, en el que yo tenía la condición de colaborador. Alguien —no recuerdo exactamente quién de los reunidos— planteó el tema de si se podía exonerar a la poesía de Martín Adán de un análisis clasista, es decir, si se debía determinar o no su carácter de clase. Recuerdo, sí, que quien opinó en sentido negativo fue Gregorio Martínez, aduciendo más o menos el mismo criterio de Roger Santiváñez: que la poesía de MA es extraordinaria y que sus ideas políticas no la enturbian. El diálogo era alturado. Y aunque otras voces fueron discrepantes de esa posición, no hubo ninguna exacerbación de los ánimos. Y recuerdo que con ese mismo criterio de respeto a las opiniones contrarias, aunque sin pretender inclinar el fiel de la balanza, Miguel Gutiérrez, hizo el siguiente planteamiento: ‘Lo preocupante es que a fines de los años 30 y hasta mediados de los 40 [es decir en el lapso de dos acontecimientos cruciales para la humanidad y que conmovían a los espíritus más nobles de la intelectualidad mundial: la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial] Martín Adán no hizo ningún pronunciamiento, a pesar de que las noticias reportaban el derramamiento de sangre de miles de españoles y de millones de europeos, respectivamente. Y, más bien, prefirió preparar su enjundioso estudio académico De lo barroco en el Perú.’ Ese fue el comentario de MG. Y, luego, como la hora avanzaba, y ya estábamos todos los miembros del grupo, se dio por zanjado el episodio. Pero obsérvese que MG no cuestionó la posición «apolítica» de MA en relación con su poesía, sino con un trabajo de prosa reflexiva. Ahora, ya pasados los años, y después de haber analizado yo, no solo la prosa reflexiva de MG sino también su prosa narrativa posterior a su novela La violencia del tiempo, ahora puedo constatar que, en el fondo, MG cuestionaba al MA ciudadano pero no al poeta. Por supuesto, no se trata de «condenar» a un poeta por el hecho de que en su poesía estén ausentes las vicisitudes que acucian a las preocupaciones de la humanidad. Pero tampoco esa no intrusión en su «libertad creadora» impide o desautoriza a que se pueda buscar un esclarecimiento a esa abstención. Y, precisamente, sin descalificar su trabajo poético (excelente, admirable y hasta extraordinario, si se quiere) uno puede preguntarse, ¿por qué el poeta asumió esa actitud indiferente ante al sufrimiento de miles y de hasta millones de seres humanos? Y se puede responder con la misma frase con que el poeta MA reaccionó cuando le comunicaron que se había producido la destitución del Presidente Bustamante (amigo suyo) por la acción de un golpe de Estado militar: porque con esos genocidios el mundo volvió «a la normalidad». Pero, ¿qué es la normalidad? No solo los hechos evidentes y catastróficos (que caracterizan al sistema socio-político imperante). La normalidad también es el statu quo, es decir, la conformidad con el hecho de dejar las cosas tal como están para que no suceda algo fuera de la normalidad. Y ¿por qué alguien puede estar de acuerdo con la normalidad, con el statu quo? Porque el hecho de no estarlo puede conducir al riesgo de perder determinados privilegios que lo establecido le otorga. Y en este punto hay que reconocer que así como no existe una sola humanidad, tampoco existe una sola realidad social, política, económica y cultural y poética. Todo depende del color del cristal con que se mira. MA miraba esa realidad con los lentes de su clase social, aristocrático-burguesa, o sea que la miraba desde «una posición ligeramente oblicua en relación al universo» (E.M. Forster, cit. por MG, La generación del cincuenta, 1988: 82). Y por eso su poesía era el reflejo de esa parte de la humanidad, y mientras los acontecimientos del mundo no colisionasen con ella, lo que ocurriera con la otra parte de la humanidad que mira a esa realidad con anteojos de conciencia, diferentes y hasta opuestos e irreconciliables, lo mantenían sin cuidado. Y a MA le era más apremiante afinar su técnica poética (la misma que se suele calificar de excelente, admirable y extraordinaria) para mejor expresar la visión ideológica de su humanidad1 (no de toda la humanidad). Y en esto yo encuentro una cierta contradicción en quienes asumen esa calificación hiperbólica de la poesía de MA, pues son conscientes de que sus desplantes anecdóticos resumancierto tono ‘irónico, burlón y tienen un sesgo crítico’—como destaca RS—, porque en su «destino interviene el azar de la insularidad personal con la necesidad histórica de la declinación de un determinado orden social» —como asimismo refiere MG, Ibíd.) Es decir, que MAsesiente«ajeno» a la debacle de su mundo, y por eso no es su «fiador» ni su «notario», pero tampoco es su censor. Y esa posición «neutral» (aunque irónica y burlona) resulta ser condescendiente y, trágicamente, dulcificada.

Lo excelente, admirable y extraordinario de esa poesía no exonera a su productor de ser procesado (dándole a este término el sentido «judicial» que J.C. Mariátegui le da en su «Proceso de la literatura peruana»), porque la ignorancia de las leyes o exigencias humanas no exime a nadie de responsabilidad ni le da carta blanca para su incumplimiento.

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(1) Precisamente, en el libro citado, MG dice: «Adán enseña a trabajar la cláusula, utilizando de manera insólita los signos de puntuación, la enumeración caótica, la adjetivación profusa pero escogida y formas de relieve como la reiteración de una misma palabra, de un mismo adjetivo; enseña, asimismo, a registrar las sensaciones —olores, sabores, excrecencias— y a valerse de imágenes y metáforas para condensar el paisaje urbano» (p. 89).

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