2018 El Año en que se
Esbozó la Mundialización de la Guerra*
SI 2018 HA SIDO, antes que ninguna otra cosa, un año
marcado por la vuelta de la clase trabajadora a las luchas masivas,
también ha sido el año de la guerra comercial y la agudización de los
conflictos imperialistas.
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Parece
mentira hoy que el año comenzara con todo tipo de refutaciones oficiales de
la existencia de una guerra comercial en curso a pesar de que estaba
ya tan presente que en ese momento estaba dando forma abiertamente a la
nueva «doctrina de seguridad nacional» de EEUU. De hecho ese ha sido el primer
elemento destacable de lo que hemos visto este año: la alimentación mutua y
continua entre guerra comercial y militar sobre un mapa que reproduce cada vez
más como frentes de batalla la lucha desesperada de todos los capitales
nacionales por hacerse con mercados.
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Las
líneas fronterizas entre EEUU y China elevaron su temperatura bélica. Los medios
los ocupó sobre todo Corea, pero en realidad, como todas las burguesías
asiáticas saben, el escenario es mucho más amplio -dejando de lado fracturas
«transversales» como el rearme de Japón y sus tensiones constantes con Corea
del Sur-, su punto álgido en Asia está en el Mar de la China Meridional.
Pero sería una ilusión pensar que el conflicto EEUU-China es meramente regional
o incluso continental. La «Ruta de la Seda», el gran proyecto articulador de
las expectativas imperialistas chinas, llega ya hasta el Pireo, Algeciras
y Portugal. Y más al Sur, en Africa, EEUU está transformando toda su política
económica y militar para «hacer frente» a China.
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Y
es que Africa está volviendo a convertirse en un tablero activo del juego
imperialista con nuevos jugadores. El primero de ellos, Turquía. El
capital turco ha visto cómo los mercados centroasiáticos -los países turcómanos
otrora eje de su política imperialista- se le han ido cerrando conforme las
inversiones millonarias de la «Ruta de la Seda» china copaban el negocio de
infraestructuras que hasta ahora había sido un monopolio ruso-ruso. En su
frontera Sur, saudíes y norteamericanos consolidaban a las guerrillas kurdas
del PKK-YPG. Y en las aguas chipriotas -que considera compartidas- griegos,
israelíes y egipcios, con petroleras americanas, españolas e italianas, se
disponen a crear, dejándole fuera, un suministro alternativo al gas ruso para
Europa Central. Las consecuencias se han dado en cascada. Para equilibrar a los
saudíes, Erdogan cerró un acuerdo con Sudán y reabrió una vieja base militar de
la época del sultanato en el Mar Rojo. Resultado: Emiratíes y saudíes,
previo acuerdo con China, reordenan todo el cuerno de Africa empezando por su
pieza central, Etiopía.
El
mismo intento de equilibrar a saudíes y emiratíes en Siria, le orienta a una
política cercana a Irán, lo cual produce un rifirafe creciente con EEUU
que pasa directamente a abrir una guerra económica que destroza la lira
turca y pone en cuestión la viabilidad misma del régimen. Pero el juego no
acabó ahí. Erdogan jugó magistralmente la oportunidad abierta por el
asesinato de Jamal Khashoggi por los saudíes para obtener de Trump la
retirada de sanciones, convertirse en el albacea de las posiciones
americanas en el Norte de Siria y a partir de ahí renegociar con
Rusia y Alemania -a pesar de la resistencia de Francia – un
nuevo encaje… lo cual, evidentemente, inquieta a los griegos que
saben cuán voluble resulta el apoyo americano, porque la siguiente gran
batalla, que veremos ya en 2019, será la lucha por la participación turca en
el gran negocio del gas chipriota.
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Pero
en un mercado global saturado en el que el capital se ahoga y lucha desesperado
por colocarse, no hay movimientos «locales», ni «regionales». El juego
imperialista tiene inmediatas y profundas consecuencias globales. La más
importante de 2018, sin duda, la aparición del fantasma de la guerra
imperialista en América Central y del Sur. De Cuba y Venezuela a Argentina,
Uruguay y Chile el «modelo exportador», ya agotado, se asfixia en un marco de
guerra comercial global. Los capitales, incapaces de encontrar colocación
productiva, huyen dejando a la vista la fragilidad del capital nacional
argentino. La ruptura por EEUU del tratado de no-proliferación con Irán, una
jugada en la que el ataque comercial a Europa era un objetivo importante, se
convierte en un tsunami que lleva al capital argentino de cabeza al rescate del
FMI. Pero por mucho crédito que reciba, con una guerra comercial global en
marcha, el capital argentino no puede encontrar nuevos mercados ni socios que
incrementen la demanda, modernicen su aparato productivo y frenen la
devaluación llevando capitales. En octubre EEUU sube sus tipos de interés, la
Fed quiere compensar la guerra de divisas con la que China trata de erosionar
los aranceles americanos. El resultado en Argentina es una nueva fuga de
capitales y el famoso «apretón monetario».
Pero
Argentina no es un caso particular. Brasil, un capital y un mercado mucho más
potente, sufría no solo los embates de la crisis económica global y las resacas
de la guerra comercial, sino la revuelta de su pequeña burguesía y la
descomposición de su aparato político por las fracturas internas de su
burguesía. El resultado es el ascenso de Bolsonaro a pesar de la
resistencia de la burguesía financiera paulista. Apoyado por la
agroindustria exportadora, el programa de Bolsonaro pasa por dinamitar el
Mercosur, realinearse con EEUU y «reordenar Sudamérica». El resultado, un nuevo
juego de alianzas en el que Europa queda fuera, Chile se convierte en el
principal aliado en el Pacífico e Israel aporta la tecnología para una
supremacía militar abrumadora en el continente.
La
burguesía argentina, que ve como su valor para la UE cae en picado sin la
asociación con Brasil y que su última industria automotriz bien puede cruzar la
frontera hacia el polo paulista o quebrar, se ve ante una carrera
militar de la que no puede escapar pero que tampoco puede permitirse sin atacar
las condiciones de vida aun más brutalmente. El G20 es la oportunidad de Macri.
Firma con China un acuerdo de swap de monedas por 60.000 millones de
yuanes y 5.000 millones de dólares en inversión y cooperación. La
burguesía argentina está exultante con los acuerdos: el consenso
pro-macri se extiende entre ellos, el presidente se emociona… ¿todos
felices?
El
imperialismo no funciona como las películas moralizantes americanas de
sobremesa. Cada «salida», cada «éxito» y sobre todo cada nueva llegada de un
concurrente, eleva el nivel y la violencia de las contradicciones. Argentina
intenta aprovechar la nueva alianza con China mientras retrasa las rupturas que
sus propios movimientos hacen inevitables, para no quedar ni del todo fuera ni
del todo enfrente de Brasil por un lado y Alemania por otro. Pero eso va a ser
difícilmente posible más allá de una estrechísima ventana de tiempo. Porque
mientras, Alemania, azuzada por la pérdida de ventajas competitivas en el
cambio al coche eléctrico, ha optado por hacer suyo el litio boliviano,
abriendo la batalla por el trazado y propiedad del corredor bioceánico con
China… y Brasil, que a su vez se ve abocado, cada vez más, a ahogar a Argentina
con un juego de alianzas y una carrera armamentística cada vez más
agresivas. Mercosur entero se ha convertido en un tremendo avispero que
se proyecta continentalmente. Sobre las brasas, las agresiones venezolanas
a petroleras norteamericanas en aguas de Guayana, el vistoso apoyo militar
ruso y la denuncia colombiana de un intento de magnicidio
supuestamente alentado por Maduro, solo pueden servir de gasolina para un
incendio, que no será desde luego el último. En menos de un año hemos visto a
América del Sur embocarse hacia una zona de conflicto imperialista: se han
multiplicado el número de jugadores y sus apuestas, ha comenzado una carrera
armamentística y se habla ya de «casus belli» con naturalidad. Definitivamente,
ha vuelto el fantasma de la guerra y lo ha hecho como nunca antes al
continente.
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No
hay incremento del conflicto interimperialista que no incremente a su vez las
líneas de fractura interna de los grupos en el poder que participan en él. Eso
aplica a las burguesías nacionales pero sobre todo a las alianzas entre ellas.
El último ejemplo, hoy mismo: España rompe el bloqueo militar de la UE a
Venezuela y modernizará sus tanques. Es solo una más, quizá la menos relevante,
aunque también de las menos esperadas, fugas y retos sufridos por el proyecto
de bloque del eje franco-alemán en Europa este año. La primera, obviamente,
el interminable y tortuoso «Brexit» que no solo ha aumentado las
tensiones interimperialistas dentro de la UE -véase el rifirafe en Gibraltar sin
ir más lejos y más dramáticamente Camerún– sino que, como
apuntábamos hace un año, se está traduciendo ya en un rearme militar
británico con apertura de nuevas bases en el Caribe y Asia.
Pero
es la ruptura abierta de la alianza con EEUU, que la prensa alemana llama
«la debacle del bloque occidental», la que, a pesar de la tregua entre
ambos en la guerra comercial, ha propiciado una relación cada vez más
conflictiva con la OTAN y la afirmación -y financiación- de un
ejército europeo… que se justifica, abiertamente por parte de Merkel, en
la perspectiva de una generalización de la guerra. Este año Francia y Alemania
redoblaron financiación y esfuerzos para mantener la guerra en
el Sahel y se vieron cada vez más retados en Libia por… Italia,
entraron en el juego sirio utilizando al PKK-YPG kurdo contra Turquía y
trataron de evitar verse arrastrados a un conflicto directo con Rusia en
Ucrania que solo hubiera reforzado a EEUU. Porque mientras Europa no tenga
un ejército capaz de competir con Rusia y EEUU, la ruptura de los tratados
de no proliferación entre Rusia y EEUU y la nueva carrera nuclear de
armamentos solo remarcan la dependencia militar europea respecto al
ex-aliado americano y le dan poder en las negociaciones comerciales.
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Crisis
económica, guerra comercial, el desarrollo de conflictos imperialistas con más
de dos potencias involucradas, la nueva carrera nuclear… todo apunta hacia
una aceleración de las tendencias hacia una guerra global. Y en ese marco
la guerra en Yemen -con Arabia Saudí y Emiratos chocando con Irán abiertamente-
y, especialmente, en Siria -con iraníes, saudíes, rusos, turcos,
norteamericanos, franceses, británicos y cada vez más, israelíes- son las
que más peligro han producido de un conflicto directo entre grandes
potencias. Lo que no ha evitado, ni mucho menos, matanzas masivas, hambrunas
catastróficas y millones de refugiados.
Lo que 2018 nos ha enseñado
es que, en un marco en el que la perspectiva de una guerra global se insinúa ya
en el horizonte, la generalización de la guerra a todos los continentes se está
esbozando ya. Siria y Yemen solo son un adelanto de hacia dónde apuntan las
inercias de un sistema económico decrépito en el que todos los
capitales nacionales son, y solo pueden ser, imperialistas. Un capitalismo que
solo puede vivir para ya orientado hacia la guerra y que solo tiene
enfrente a un antagonista posible: las luchas de los trabajadores.
(*) Tomado de https://nuevocurso.org/2018-el-ano-en-que-se-esbozo-la-mundializacion-de-la-guerra/
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