Nota:
El artículo que reproducimos a continuación es un
análisis ponderado de algunos aspectos de la actuación de José Stalin al frente
del Estado soviético. Contra la propaganda anticomunista de la reacción mundial
y su eco en algunos sectores de izquierda permeables a dicha propaganda, R. Andreu
recapitula una serie de hechos que prueban que, si bien es cierto que Stalin cometió
excesos en la represión a los contrarrevolucionarios, la imagen que de él vende
la propaganda reaccionaria está lejos de corresponder a la realidad.
La desclasificación de los archivos secretos
del KGB en 1993 desmiente la propaganda reaccionaria y deja sin piso a sus
despintados repetidores. Esto queda demostrado en el artículo que sigue.
01.08.2018.
Comité de Redacción.
El Mito del Gulag
R. Andreu
LA ACTUAL IMAGEN DE STALIN y de su etapa frente a la
URSS ha sido objeto de una deformación sistemática, primero a iniciativa de la
propaganda hitleriana y luego al amparo de la guerra fría. Indudablemente esa
campaña, por más que se haya probado su inconsistencia y absoluta falta de
rigor, ha calado: Stalin es hoy sinónimo de terror, persecución, genocidio y
campos de trabajo.
No cabe
duda: la burguesía tiene pánico a Stalin y ese temor nos transmite a diario por
todos los medios de intoxicación. Las razones son obvias: el movimiento
comunista internacional alcanzó su fase de máxima pujanza precisamente bajo
Stalin; la situación llegó a ser tan crítica para el imperialismo que realmente
llegaron a temer su desplome. Había que hacer algo, borrar la imagen gloriosa
de la Revolución de Octubre y de los bolcheviques e imponer una nueva imagen de
diseño, plagada de tergiversaciones, mentiras y falsificaciones históricas de
lo más burdas.
Los
imperialistas nos insistieron durante décadas que la apertura de los archivos
secretos del KGB demostraría sus afirmaciones; Gorbachov ordenó abrir esos
archivos en 1989 y los primeros informes completos con las conclusiones se
publicaron en 1993. Estas conclusiones no ha tenido el eco mediático que
merecían, sin duda porque refutan plenamente la campaña intoxicadora que hemos
padecido durante tantos años.
El proceso
contra Dimitrov
La primera campaña propagandística contra la URSS y el
movimiento comunista internacional se inició con la quema del Reichstag en
1933, nada más subir los nazis al poder en Alemania. Estaba perfectamente
preparada: Dimitrov, dirigente de la Internacional Comunista, fue acusado del
incendio y los nazis desataron una ofensiva publicitaria de dimensiones hasta
entonces desconocidas. Hoy está probado que fueron los propios nazis quienes
quemaron un Parlamento que ya no les servía para nada, pero la primera campaña
de intoxicación demostró que la técnica funcionaba. El legendario Partido
Comunista Alemán fue perseguido, su secretario general Thälmann encarcelado
junto con otros miles de camaradas que inauguraron los primeros campos de
concentración y, como luego escribió Bertold Brecht, tras los comunistas fueron
los antifascistas y, finalmente, los judíos y muchas otras víctimas del terror
imperialista.
Era el
primer ejemplo histórico de la nueva propaganda imperialista, basada en la
estrecha unión de la policía política (la famosa Gestapo) y los medios de
comunicación. Los nazis inventaron la figura del periodista-policía, una nueva
estirpe de siniestros funcionarios al servicio de las más burdas mentiras.
Göbbels resumió esta nueva técnica en una frase muy conocida: Una mentira que se repite un millón de veces
acaba convirtiéndose en una verdad. Pero nadie reconoce que los comunistas
fueron los primeros en padecer la infamia sistemática de los nazis.
Los
trotskistas salen a escena
A aquella primera campaña de propaganda anticomunista,
le siguió otra con la leyenda de un supuesto genocidio cometido en Ucrania
contra los campesinos por la
colectivización socialista. Según aquellas informaciones difundidas por la
Gestapo, la colectivización habría supuesto una terrible catástrofe en la que
millones de campesinos murieron de hambre.
La
colectivización del campo, un episodio más de la lucha de clases bajo el
socialismo en la URSS, como no podía ser de otra forma, corría paralela a una
fuerte polémica –también otra más– en el interior del Partido bolchevique entre
dos corrientes políticas opuestas. Triunfó la línea marxista-leninista de
continuar la construcción del socialismo que encabezaba Stalin, y las
posiciones derrotistas y claudicadoras que bullían en su seno fueron depuradas
y expulsadas del Partido.
La más
conocida –pero no la más importante– de esas corrientes es la trotskista, un
movimiento insignificante inflado hasta la saciedad por la propaganda
imperialista. En realidad Trotski nunca formó parte del Partido bolchevique,
hasta pocos días antes de la revolución, cuando en plena efervescencia del
movimiento de masas, se incorporó –como tantos otros– a las filas bolcheviques
a las que antes había combatido sin cesar.
Trotski
fue admitido en la dirección del Partido y asumió importantes funciones tras la
Revolución como responsable del Ejército Rojo, en el que tuvo que ser
destituido pocos meses después, tras sus reiterados fracasos en la dirección de
la guerra con los contrarrevolucionarios. Fue sustituido en esa función por
Stalin y a partir de ahí sus desvaríos no cesaron. A pesar de ello, los
bolcheviques demostraron una paciencia más propia de los franciscanos que de
los revolucionarios. Tuvo que ser destituido de la dirección del Partido, luego
expulsado de él, luego expulsado de la URSS y, finalmente, ejecutado en México.
La
burguesía imperialista siempre ha presentado esta lucha como una pugna personal
por el poder entre Stalin y Trotski y no como un aspecto más de la lucha de
clases contra la burguesía en el seno del Partido. Porque mientras Trotski
volvió finalmente al lugar del que había salido, a las filas de la reacción,
Stalin siguió también donde siempre había estado: entre los bolcheviques. Así
que la inmensa mayoría del Partido estaba por un lado, y Stalin con ella,
mientras por el otro estaban Trotski y un reducido número de militantes que se
podían contar con los dedos de las manos.
Por tanto,
la fama de Trotski proviene de su obstinada lucha contra los bolcheviques,
prolongada durante varias décadas, y del apoyo que a esa lucha le proporcionó
la burguesía. Trotski proporcionó al imperialismo algo muy valioso que éste no
tenía: información de primera mano, del mismo interior de las filas
revolucionarias en las que se había infiltrado.
Esto dio
un tono distinto a la campaña de infamias
contra Stalin y el comunismo a través de un cúmulo de grupúsculos trotskistas
que no eran más que el caballo de Troya
del imperialismo camuflado entre algunos sectores estudiantes o intelectuales.
El nazismo nunca desperdició esta ayuda de los trotskistas en su guerra
psicológica contra el movimiento comunista internacional. A su vez, los
trotskistas se beneficiaron de los altavoces que el imperialismo les
proporcionó en la prensa y la radio.
De Göbbels
a Hearst
La característica común de las dos primeras campañas de
guerra psicológica es que, no obstante su amplitud, no trascendieron de las
fronteras de la Alemania nazi, salvo un cierto eco en la prensa reaccionaria inglesa.
Es aquí
donde surge la figura del magnate de la prensa amarilla estadounidense Hearst,
que en 1934 viajó a Alemania, donde fue recibido por Hitler como invitado y
amigo leal. A partir de entonces, comenzó a abrir espacios en sus periódicos
para difundir artículos firmados por Göring. El descrédito y las presiones
populares le obligaron rápidamente a suspender la difusión de tales artículos,
pero continuó informando acerca de la
URSS con materiales más refinados que la Gestapo le remitía directamente desde
Berlín, alusivos a masacres, esclavitud, presidios, etc. Entonces la noticia
estrella era el genocidio en Ucrania a causa de las colectivizaciones, campaña
iniciada el 18 de febrero de 1935 en el periódico sensacionalista Hearst Chicago American. A través de
Hearst la Gestapo avanzó las primeras cifras: 6 millones de muertos por hambre
en Ucrania.
¿Qué hay de cierto en ello?
Ucrania era conocida como el granero de Europa, un país agrícola muy
rico, ambicionado por Alemania y otras potencias imperialistas rivales como
despensa alimenticia en sus preparativos de guerra. Cuando en 1935 el PCUS
promovió la colectivización, 120 millones de campesinos pobres se levantaron
contra los kulaks, los 10 millones de terratenientes que a través de los
koljoses se habían enriquecido con el socialismo.
Se abrió un período de fuertes
luchas en el campo, en toda la URSS. Los Kulaks reaccionaron armándose y
creando bandas que asaltaban a los campesinos pobres, incendiaban los graneros
y destruían las cosechas. Surgió la escasez de grano y el hambre, lo que
finalmente desembocó en epidemias, un fenómeno muy común en aquella época, ya
que la penicilina no se inventó hasta la segunda mitad de los años cuarenta.
Por ejemplo, en Europa occidental una epidemia de la llamada gripe española costó 20 millones de
muertos entre 1918 y 1920.
La colectivización, por tanto, no
causó ningún estrago especial entre la población ucraniana, más que la propia
del aplastamiento de la reacción kulak. Por el contrario, fue la
colectivización la que permitió el aprovisionamiento del Ejército Rojo y de los
obreros soviéticos en la guerra mundial que estallaría sólo seis años después. En
la guerra mundial, los kulaks supervivientes de la colectivización volvieron a
Ucrania y colaboraron en la invasión nazi, privatizando las tierras de nuevo y
asesinando a los campesinos por millones. Pero de estas matanzas nada ha
difundido el imperialismo.
Robert
Conquest toma el relevo de la Gestapo
La guerra mundial no acabó con la URSS como
pretendieron las grandes potencias imperialistas. Por el contrario, el
socialismo salió reforzado de la misma, obligando a una nueva ofensiva de
guerra psicológica para encubrir su tremendo fracaso. Incapaces de derrotar por
la guerra al socialismo, desataron una forma singular de agresión permanente y
larvada: la guerra fría.
En Estados
Unidos el senador McCarthy inició una violenta campaña de persecución contra
los comunistas y cualquier asomo de movimiento progresista que acabó
extendiendo por todo el mundo como una fiebre de histeria. Desempolvaron los
viejos argumentos de la Gestapo y Hearst. En 1953, financiado por los exiliados
ucranianos en Estados Unidos, se publicó el libro Los sucesos negros del Kremlin(1) en el que inventaban toda una serie
de matanzas truculentas en la URSS.
Pero el personajillo que se
especializaría en esta tarea fue Robert Conquest, ex-agente de la policía
británica elevado unos años más tarde a profesor de la Universidad de Stanford
en California, que escribió en 1969 El
gran terror y en 1986 Cosechas de
amarguras(2). Aquel mismo año
escribió por encargo de Reagan un libro inolvidable cuyo título lo dice todo
acerca de su talla universitaria: ¿Qué
hacer cuando los rusos vengan? Manual de supervivencia.
La fuente de información de Conquest
eran los kulaks ucranianos que habían colaborado con el Ejército hitleriano en
la ocupación de la URSS y que los Estados Unidos acogieron después como
exiliados políticos. La mayor parte de esos ucranianos eran criminales de
guerra, como Mykola Lebed, jefe de seguridad en Lvov durante la ocupación nazi
que colaboró en la persecución contra los judíos en aquella ciudad en 1942. En
1949 Estados Unidos le acogió como desinformador y comenzó a trabajar en la
CIA.
Las siniestras conexiones de
Conquest no fueron conocidas hasta que el periódico británico The Guardian las desveló en un artículo
publicado el 27 de enero de 1978. Los servicios secretos ingleses habían creado
en 1947 para la guerra fría un departamento especial dedicado en exclusiva a la
intoxicación periodística que se llamaba IRD (Information Research Department),
aunque su nombre originario era también bastante ilustrativo: Communist
Information Department. Su tarea era combatir la influencia comunista entre el proletariado
británico con noticias e informaciones inventadas, por medio de contactos en
las redacciones de los periódicos y en las emisoras de radio, comprando
noticias, sobornando a los periodistas, etc. Cuando en 1977 se disolvió por sus
escandalosos contactos con los fascistas británicos, se comprobó que unos 100
periodistas conocidos de la prensa, radio y la televisión cobraban de sus
presupuestos y que regularmente recibían informes
para su difusión.
Conquest fue agente del IRD desde
los comienzos hasta 1956 y su tarea era escribir noticias siniestras de la URSS para difundirlas en la prensa y la
radio. Su libro El gran terror no es
más que una recopilación de los artículos sensacionalistas que como agente del
IRD escribió durante años sobre la URSS. Una tercera parte de los libros fueron
comprados por la editorial Praeger que es la que habitualmente distribuye los
libros de intoxicación de la CIA. Y por su libro Cosecha de amargura Conquest cobró 80.000 dólares de los exiliados
fascistas ucranianos.
Las cifras
del gulag
Según Conquest (y tras él toda la propaganda
imperialista) los bolcheviques mataron a 26 millones de personas, con el siguiente desglose: 12 millones de presos
ejecutados entre 1930 y 1953 y otros 14 millones muertos de hambre en la década
de los años veinte. También siguiendo sus cálculos, en 1950 había de 25 a 30
millones de presos en los campos de trabajo soviéticos, de los que 12 de ellos
eran presos políticos, o sea contrarrevolucionarios.
Añade que en las depuraciones de 1936 a 1939 fueron ejecutadas un millón de personas
y otros dos millones murieron de hambre. El resultado de estas depuraciones
serían 9 millones de presos políticos
y 3 millones de muertos.
Soljenitsin, un fascista-zarista que
recibió el Premio Nobel de Literatura(3) en pago a sus servicios, infló todavía más las cifras de Conquest. Según él, los
bolcheviques mataron a 110 millones de personas: 44 millones en la II Guerra
Mundial y otros 66 millones desde la colectivización hasta la muerte de Stalin
en 1953. Finalmente, calculaba que en 1953 en los campos de trabajo había 25
millones de presos.
Estas son las cifras que luego la
prensa imperialista ha reproducido millones de veces por todo el mundo, por
supuesto de fuentes fidedignas.
Los
archivos del KGB
Naturalmente, las conclusiones de la apertura de los
archivos secretos por Gorbachov en 1993 no han recibido la misma dimensión
informativa y sólo han alcanzado a las publicaciones científicas restringidas.
Las conclusiones del estudio se han compendiado en 9.000 páginas redactadas por
tres académicos rusos (Zemskov, Dougin y Xlevnjuk) nada sospechosos de
simpatías stalinistas. Estas conclusiones han sido reproducidas también por
Nicolas Werth del CNRS (Instituto Francés de Investigaciones Científicas) en la
revista L’Histoire en setiembre de
1993, y por J. Archc Getty profesor de Historia de la Universidad de River Side
en California en la revista American Historical Review.
Todos los informes académicos son
unánimes en desmentir la campaña tergiversadora.
En la URSS en 1940 existían 53
campos y 425 colonias de trabajo, los famosos gulags. Se diferenciaban porque las colonias eran más pequeñas y
con un régimen penitenciario más relajado que los campos y a ellas se
destinaban los presos con condenas más reducidas. En los campos y colonias los
presos no estaban recluidos en espacios cerrados sino que trabajaban y cobraban
el mismo sueldo que los demás trabajadores, sobre la base del principio de que
los presos no podían resultar una carga para la sociedad. Trabajaban durante su
jornada laboral (7 horas diarias) y luego debían recluirse en los recintos
cerrados y custodiados. En la URSS no había cárceles como las que conocemos
aquí, en las que impera la ociosidad: trabajar era una obligación para todos, y
no un derecho. Imperaba el conocido principio general de que quien no trabaja no come.
En 1939 en
los campos y colonias había un total de 2 millones de presos, de los que
454.000 eran contrarrevolucionarios. De ellos murieron 160.000 por causas
diversas, especialmente epidemias, enfermedades contagiosas y falta de
medicinas. Después de la guerra, en 1950, el número de contrarrevolucionarios
presos subió a 578.000, pero el porcentaje de presos que en total purgaban sus
condenas nunca pasó del 2’4 por ciento de la población adulta de aquella época.
¿Qué
significan estas cifras? Hagamos comparaciones…
En Estados
Unidos hoy viven 252 millones de personas y hay 5’5 millones de presos en
total, es decir, un 2’8 por ciento de la población adulta. Más que en la URSS
de la época de Stalin. Y Estados Unidos ni padece un levantamiento armado de
las proporciones de la guerra civil en la URSS, ni tampoco la amenaza exterior
de ninguna potencia. Por el contrario, la URSS surge de una guerra mundial,
padece una guerra civil, una invasión exterior de las grandes potencias, un
sabotaje permanente de espías y contrarrevolucionarios y, finalmente, una nueva
guerra mundial. A pesar de ello, el número total de presos era inferior al
actual en Estados Unidos.
En cuanto
a las muertes en los campos y colonias de trabajo, los porcentajes van del 5’2 por
ciento en 1934 al 0’3 por ciento en 1953, lo que hace un total aproximado de un
millón de presos, la mitad de ellos en el período de 1934 a 1939, y siempre por
causas involuntarias, como se demostró al difundirse tras la II Guerra Mundial
el uso de antibióticos, que redujo notablemente el volumen de fallecimientos.
En la URSS
existió la pena de muerte, que se ejecutaba sólo en los casos más graves de
levantamientos armados contra el socialismo. Dimitri Volkogonov, nombrado por
Yeltsin jefe de los antiguos archivos soviéticos, ha calculado en 30.514 el
número de fusilados entre 1936 y 1938 y, según cifras actuales del KGB, desde
1930 hasta 1953 habrían sido condenados a muerte 786.000 detenidos.
Pero esta
última cifra no parece convincente y puede referirse al total de ejecuciones
entre delincuentes comunes y contrarrevolucionarios. Quizá pueda deberse
también a que el KGB contabilizó todas las sentencias de muerte, incluso
aquellas que luego no se ejecutaban y se conmutan por otras. En todo caso,
puede decirse que los fusilamientos en una de las fases más aguda de la lucha
de clases en la URSS entre 1936 y 1939, la época llamada del gran terror entre los imperialistas,
serían de unos 100.000. Por tanto, muy lejos de los millones de la propaganda
con la que nos han bombardeado durante años.
Pero hay
detalles muy poco conocidos. Por ejemplo, hasta 1937 la pena máxima establecida
por las leyes soviéticas era de 10 años, y el 82 por ciento de los condenados
lo eran a penas inferiores a 5 años. Las penas dictadas por los tribunales
populares eran algo superiores, pero en todo caso, sólo el 51 por ciento de los
contrarrevolucionarios fueron condenados en 1936 a penas superiores a los 5
años. Cuando en 1937 se elevó el tope de las penas, sólo el 1 por ciento de los
contrarrevolucionarios fueron condenados a penas superiores a los 10 años. Ni
existía la condena a perpetuidad como en Estados Unidos, ni nadie cumplía
condenas de más de 20 años, como en España.
Los
comentarios, una vez más, sobran.
Los
convictos del gulag
Pero todas esas cifras expuestas no nos darían una
imagen ni siquiera una imagen ni siquiera aproximada de la URSS en los años
treinta y las durísimas condiciones en la que se desarrollaba la lucha de
clases de los obreros y los campesinos pobres. Pese a la colectivización, los kulaks
no desistieron en su empeño de doblegar a los campesinos pobres, asesinando a
los militantes comunistas, a los funcionarios del Estado y a los
cooperativistas, incendiando las cosechas, provocando plagas, matando a los
animales de trabajo y provocando el hambre. El Partido Comunista y los
campesinos pobres tuvieron que luchar en las condiciones más adversas porque
los kulaks contaban con importantes apoyos exteriores y tenían experiencia de
años en el control de todos los resortes del poder en el campo. Sin duda la
represión debió ser dura y los kulaks más destacados por sus crímenes fuero
justamente ejecutados o condenados a los campos de trabajo. No obstante, de los
10 millones de kulaks existentes antes de la colectivización sólo resultaron
condenados 1’8 millones de ellos a diversas penas.
Es seguro
que cuando la lucha es tan encarnizada y de tan vastas proporciones, se
produjeron errores, injusticias y venganzas particulares. Pero en su conjunto,
la lucha fue acertada, permitió subsistir a la URSS y salvó aun muchas más
vidas de las que costó. Y sobre todo: esas vidas que se salvaron eran las de
los obreros, los campesinos pobres, los cooperativistas y la población en
general de todos los pueblos de la URSS.
Además, la
situación no se ceñía exclusivamente al campo. También en las fábricas y en el
Ejército ocurría algo parecido. Numerosos cuadros y técnicos provenían de las
filas de la burguesía, ya que eran cuadros cualificados de los que no se pudo
prescindir inicialmente. La mayor parte de ellos colaboraron lealmente con los
obreros en los planes quinquenales, pero otros saboteaban la producción,
retrasaban los suministros, destruían la maquinaria y boicoteaban las tareas,
causando un extraordinario perjuicio a la producción, en unos momentos clave en
que la amenaza exterior del imperialismo acechaba.
La
revolución, cabe concluir, no es un camino de rosas, desgraciadamente. Pero no
será porque los revolucionarios estén sedientos de sangre. Es seguro que si los
capitalistas renunciaran voluntariamente a sus privilegios, todo resultaría más
fácil. La Historia demuestra que eso no ha sucedido nunca y que los que lo
tienen todo no dudan en masacrar a los que no tienen nada para salvaguardar sus
prebendas. Y luego encima nos vuelven la historia del revés.
Notas
[1] Black deeds
of the Kremlin.
[2] Harvest of
sorrow.
[3] Por sus libros Archipiélago
gulag y Un día en la vida de Ivan
Denisovich.
* Seis meses
después de aparecer este artículo, el diario La Vanguardia de 5 de 2001 publicó una entrevista sobre este mismo
tema con el historiador ruso Viktor Zemskov, al cual aludimos en el artículo.
El historiador dice que es a primera entrevista que concede a la prensa
extranjero, que no se ha interesado para nada en establecer una falsedad
millones veces repetida: Ya es hora de
que la propaganda dé paso a la historia, y la suposición al documento. Hace
diez años que en Rusia se sabe que Stalin y su régimen mataron mucho menos de
lo que se ha dicho, comienza a decir el periodista en el encabezamiento,
mientras que Zemskov dice que en Occidente
se habían engañado mucho al respecto, es decir, sobre el volumen de la
represión. El Estado soviético llevaba un control absoluto y preciso de cada
detenido y de cada fusilado: La estadística
del Gulag es considerada por nuestros historiadores como una de las mejores […]
Un solo caso de un preso desaparecido en un naufragio o fugado, genera todo un
dossier de documentos y correspondencia. Como es natural, no se dice
absolutamente nada de los motivos por los cuales fueron enviadas al Gulag todas
esas personas. Zemskov confirma también que el principal manipulador de las
estadísticas ha sido Robert Conquest, cuyas
cifras de represaliados y muertos quintuplican la evidencia documental,
dice Zemskov, aunque no explica el perfil biográfico de Conquest. Según las
conclusiones que extraer el propio periodista, en el momento culminante de la represión stalinista, el ‘gran terror’ de
1937-1938 en la URSS se practicaron 2’5 millones de detenciones, y entre 1921 y
1953, se fusiló por motivos políticos a 800.000 personas. Pero el
historiador no dice fusilados sino algo bien distinto: condenados a fusilamiento, es decir, que no existe confirmación de
que la pena se ejecutara en todos los casos, por lo que debe tomarse como una
aproximación. Esta cifra coincide aproximadamente con la que nosotros
adelantamos y las diferencias pueden deberse a que nosotros tomamos un periodo
de tiempo más corto.
* Muchos de
los millones de muertos imputados al
comunismo en la Unión Soviética provienen de la hambruna en Ucrania,
supuestamente a consecuencia de la colectivización. El periodista canadiense
Douglas Tottle publicó un libro titulado Fraude,
hambre y fascismo: el mito del genocidio ucraniano, de Hitler a Harvard (Fraud, famine and fascism. The Ukrainian
Genocide Myth from Hitler to Harvard, Toronto, Progress Book, 1987). La colectivización se inició a
finales de 1929 y el hambre apareció en 1934 (casualmente al año siguiente de
la llegada de Hitler al gobierno de Berlín). En su libro Tottle demuestra que
las fotografías publicadas, que exhiben supuestas escenas de niños muertos de
hambre, se tomaron, en realidad, de publicaciones de 1922 mostrando las muertes
de hambre causadas por la intervención de ocho potencias imperialistas en la
guerra civil de 1918-1921.
* Estas
falsificaciones también han sido
denunciadas por Louis Fisher, corresponsal en Moscú del periódico americano The Nation. Fisher denunció que el
periodista M. Parrot, el auténtico corresponsal de la cadena Hearst en Moscú,
envió reportajes que jamás se publicaron acerca de las excelentes cosechas en
Ucrania. Tottle demuestra que el periodista que envió durante mucho tiempo los
reportajes y fotografías falsos sobre el hambre de Ucrania, Thomas Walker, se
llamaba en realidad Robert Green, que se había escapado de una cárcel de
Colorado. Cuando Green regresó a Estados Unidos fue detenido y confesó al tribunal
que jamás había estado en Ucrania y que sólo estuvo cinco días en Moscú.
* Sobre los millones de muertos de hambre en
Ucrania existe una curiosa carta en los archivos del Ministerio francés de
Asuntos Exteriores escrita por su embajador en Moscú Charles Alphand y dirigida
a Paul Boncour, el titular entonces del Ministerio en París, de fecha 13 de
setiembre de 1933. La carta relata un viaje por la Unión Soviética de Alphand
acompañando a Herriot. Dice así:
Invitado
oficialmente por el gobierno soviético para participar en el viaje de Herriot
al sur de la URSS, seis días en Ucrania y en el norte del Cáucaso […]
Este viaje
[…] ocasionó manifestaciones de lo más cariñosas respecto a Francia que por
todas partes recibió los aplausos unánimes de la muchedumbre soviética sin que
[…] viera una nota discordante. El solo hecho de que se les haya permitido e
incluso provocado, muestra el deseo de los gobernantes de mostrar su deseo de
acercamiento con Francia.
Además de
museos y monumentos antiguos, hemos visitado el mayor número posible de fábricas
y explotaciones agrícolas […] maravillado por el Dnieprostroi donde, además, se
encuentra la fábrica hidroeléctrica más importante de Europa. Sobre una estepa
rusa se eleva desde hace cuatro años una ciudad de 150.000 de habitantes, de
los que 40.000 son obreros […] Salvo para el aluminio (sólo se logró un sexto
de lo previsto), las fábricas aún están en fase de equipamiento y la producción
no alcanzará su pleno rendimiento hasta dentro de tres o cuatro años, según os
técnicos que he podido consultar. Visita a las fábricas de panificación de
Kiev, de turbinas y tractores de Jarkov, maquinaria agrícola, cosechadoras en
Rostov, rodamientos y motores en Moscú. Concordando esas constataciones de las
informaciones ya proporcionadas al Departamento sobre las formidables
industrias de los Urales (Magnitogorsk y Kuznietsk), sobre los proyectos
hidroeléctricos del Volga y de Siberia, sobre las fábricas de Gorki y de
Leningrado, se ve el esfuerzo industrial enorme del Gobierno los Soviets. Dada
la peculiar situación de la URSS, el único país del mundo que progresa, ese
desarrollo no puede perjudicar a las industrias europeas, más que cerrándoles
el mercado ruso, porque las posibilidades de absorción de ese mercado son tan
grandes que pasarán 50 o incluso 100 años antes de que los Soviets alcancen una
sobreproducción que no sean capaces de absorber por ellos mismos. Pero hay un
grave problema […] el de os transportes: insuficiencia de la red ferroviaria y
vial […] En esta vía podemos plantearnos la colaboración franco-soviética.
Al margen
de la cuestión industrial, se desprende una impresión del viaje la URSS, el de
un esfuerzo en la construcción de alojamientos para una población que en diez
años aumenta la población de Francia. Lo mis en Moscú que en Leningrado de un
plumazo se alzan grandes casas obreras casi en cada calle, pero el éxito más
grande desde el punto de vista del urbanismo está en Jarkov donde en cuatro
años una ciudad entera de aspecto netamente americano se ha edificado al lado
de la ciudad antigua.
En fin, una
de las partes más importante de nuestra gira ha sido la vita a las
organizaciones soviéticas en Ucrania y en el norte del Cáucaso, el centro mismo
de los territorios donde, según recientes campañas de prensa, reinaba un hambre
comparable a la de 1922.
Usted verá,
me habían dicho, que en el último momento esta parte del viaje será suprimida;
no le llevarán a ese infierno de miseria. Para encontrar en Moscú a Molotov,
que partía de vacaciones, se suprimió del programa la excursión a Crimea que tenía
un carácter particularmente turístico; el viaje a Ucrania se desarrolló
normalmente. Hemos atravesado de parte a parte, en los dos sentidos, en
ferrocarril, este inmenso campo de cereales cuyos cultivos se interrumpen allá
donde no alcanza la vista, de espeso humus negro que hace innecesario el abono.
A 60 y 70 kilómetros de las ciudades, hemos visitado koljoses y sovjoses, y
volvemos con la impresión muy clara de la falsedad de las noticias difundidas en
la prensa y la convicción que yo esbocé en mi correspondencia de una campaña
inspirada por Alemania y los rusos blancos deseosos de oponerse al acercamiento
franco-soviético.
Antes de
recorrer el país, yo mismo me he hecho eco de esas habladurías difundidas por
los enemigos del régimen y tengo hoy la certidumbre de su exageración.
Sin duda,
se nos dirá, los esclavos, después del Potemkin, tienen un maravilloso sentido de
la puesta en escena, sólo os han mostrado lo que querían que viérais, ¿cómo
pretende Usted, en una excursión de una semana, no hablando ruso, apercibirse
del estado de una región tan extensa? Sin embargo, hemos mirado por las
ventanas durante el trayecto de más de 3.000 kilómetros, y no se ha podido
trucar completamente la población, que nos ha parecido en el mejor estado
físico y de vestuario que la de las ciudades del norte, de donde venimos.
Nuestro coche ha podido ap0lastar pollos de más de cuatro meses; nos hemos dado
cuenta de la extensión de esos campos que acaban de proporcionar una cosecha
que todos están de acuerdo en calificar de excepcional. Si verdaderamente
millones de hombres estuvieran muertos de hambre en esas regiones, los
infortunados hubieran comido sus pollos antes de pensar en alimentarse de
cadáveres. Hubieran sido necesarios millones desoldados para impedirles comerse
las semillas.
¿Qué dicen
a este respecto las autoridades que hemos interrogado? El año pasado tuvo lugar
efectivamente, un episodio de los más graves de la Revolución para la
aplicación del régimen colectivista en la agricultura. En esas regiones particularmente
ricas, hemos tenido que luchar contra los campesinos ricos que no cultivaban
por sí mismos sus tierras sino que utilizaban asalariados; contra esos Kulaks,
más o menos abiertamente sostenidos por Alemania, que lleva en Ucrania su
campaña separatista. Con la esperanza de desórdenes graves, esos elementos
contrarrevolucionarios intentaron suscitar la huelga de brazos caídos. De ahí
resultó una disminución de la producción de cereales que en un momento dado
amenazó seriamente Moscú y supuso no solamente graves dificultades en las
regiones donde se organizó el sabotaje de la cosecha, sino también la
obligación de imponer restricciones importantes en la distribución de víveres.
Que ha habido hambre está fuera de duda. Pero por una acción enérgica del poder
central, acción combinada de la policía y de los elementos políticos
comunistas, gracias a ciertas concesiones ofrecidas al interés personal
(propiedad de una vaca y de productos de la huerta), la situación ha podido ser
restablecida durante estos últimos meses y Stalin, según una expresión de Radek
[…] ha ganado su ‘batalla del Marne’ agraria.
Dos
ejemplos típicos de esta campaña y de las dificultades […] nos los ofreció
Kalinin, a quien interrogamos sobre este grave problema del hambre. Nos dio el
ejemplo de la comuna de Tver que hoy lleva su nombre, donde hay tres koljoses.
El primero ha trabajado muy bien, ha realizado una buena cosecha y sus miembros
han obtenido buenos beneficios; el segundo ha alcanzado los dos objetivos; pero
el tercero, por impulso de nuestros adversarios, ha saboteado la cosecha y sus
afiliados han corrido el peligro de morir de hambre. A petición mía [de
Kalinin], el Gobierno les ha hecho llegar ayuda. A causa de ello, me he atraído
la enemistad de los oteros dos koljoses que pensaban que no importaba hacer las
cosas mal si, no haciendo nada, se obtenía sin embargo la subsistencia […].
El segundo
ejemplo de Kalinin es el siguiente: el año pasado faltó la leche en Moscú y se
restringió la distribución incluso a los niños y a los obreros empleados en
trabajos nocivos. Pero la persona encargada de la distribución era precisamente
el gran negociante de preguerra que aseguraba el mismo servicio bajo el régimen
zarista. El Presidente Kalinin llamó a ese funcionario para preguntarle cómo
con una cantidad doble de leche no llegaba para suministrar a las categorías
restringidas indicadas. El interesado apenas tuvo que mostrar que la cantidad
era hoy insuficiente porque antes la leche era un privilegio de la clase noble
y rica de Moscú.
Aumento considerable de las
necesidades, resistencias políticas de los elementos reaccionarios, tales son
las causas del desequilibrio que revuelve nuestros espíritus occidentales pero
que parecen naturales al espíritu eslavo fatalista que, poco deseoso de
intereses inmediatos individualistas, está centrado en el cumplimiento del
amplio programa que se ha propuesto.
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