Luchas
por la Tierra, Valle de Lurín: Carlos A. Rivas
Roque
Ramírez Cueva
LA
HISTORIOGRAFÍA DE LA LUCHA por la tenencia de la tierra es extensa como largo
es el tiempo histórico en que se inician los conflictos sociales por la
usurpación de tierras de parte de los señores feudales. La proyección de estos
barones y duques en la etapa del capitalismo mercantilista son los
latifundistas, estos adquirieron tierras mediante diversas transacciones, y la
mayor parte de estas, ilegítimas. En el Perú, La artimaña mayor que cometieron
fue usurpar las tierras de las comunidades indígenas en el ande. Desde luego,
con la misma intención ilícita se hicieron también de tierras en los valles
costeños.
Una
historia de estas luchas ha sido compendiada por Carlos Augusto Rivas, previa
indagación metódica, en el libro Crónicas
de las Luchas Campesinas en el Valle de Lurín, Lima, edición de la Casa de
Cultura de Lurín, 2018. El mismo que incluye un valioso prólogo de Héctor
Béjar, quien enfatiza en el aún existente problema agrario no resuelto, a pesar
de la Reforma Agraria impuesta por Juan Velasco Alvarado y la Junta Militar que
presidió. Esta postergada solución, ya dijimos, ha generado conflictos desde el
tiempo de los invasores, los usurpadores no la tuvieron fácil, los legítimos
propietarios, comuneros y campesinos, han ofrecido resistencia.
La
crónica de estas luchas campesinas en el Valle de Lurín, si bien hace referencia
a sucesos ocasionados en los siglos del estado colonial, se inicia
inmediatamente después de instaurado el proceso de la Reforma Agraria por parte
de un grupo de generales que se suponía respondían a los intereses de las
clases latifundistas y empresariado mercantilista de esas décadas; sin embargo,
previo proyecto implantaron una reforma agraria promovida desde las élites,
para beneficio de los campesinos. Hecho que sorprendió tanto a la clase
dominante desplazada como a las clases trabajadoras y populares. Y, es
necesario precisar que, con este acto, las organizaciones de izquierda se
terminaron de atomizar. Pero esta es otra historia aparte. En concreto y breve
decimos que se equivocaron de rabo a cubo, no supieron percibir la
trascendencia que lograría esta decisión de la élite militar progresista.
Carlos
A. Rivas es maestro de Historia y narrador. Este es el cuarto libro de historia
que publica, el primero nos cuenta la historia de un cristo llamado en Lurín
“El Señor de la Columna”, y el segundo resume la historia del distrito de San
Bartolo, y el tercero relata la historia de vida de un maestro, Isaías Ardiles. Y varios libros de ficción.
Esto permite entender como la investigación histórica la puede redactar de
manera amena, la hace digerible a todo lector, sin olvidar las categorías
propias de la la ciencia social y de las historias de vida.
Bien,
hecha la aclaración, todos podemos averiguar que la Reforma Agraria de 1969 le
confiscó las tierras a los terratenientes a nivel nacional y en todas las
regiones, excepto en las grandes ciudades donde los empresarios de la
construcción se disputaban con los terratenientes la propiedad de las tierras
con el fin de convertirlas en urbanizaciones o conjuntos de vivienda, debido al
fenómeno de expansión que se generaba en
las urbes. El Valle de Lurín narra
Carlos A. Rivas, se mantenía dentro de tales disputas, por eso estas
tierras no fueron incluidas en el proceso de confiscación de tierras iniciado
por el Presidente de la Junta Militar de Gobierno, Juan Velasco Alvarado. Así,
La Hacienda Casica no es afectada por la
reforma, e inicialmente los campesinos son expulsados de la misma, dándose el
problema social de familias campesinas que pasaban a ser desocupadas, y parias
porque además perdían el terruño donde morar y sobrevivir.
Estas
luchas resultaron singulares, similar a la Reforma Agraria, los campesinos
dieron el impulso a la acción de lucha pero parte de la dirigencia era
burocrática y los condujo por el lado del trámite legalista, ello los estancó
por cuatro años, es el director del Sinamos (un órgano corporativo de masas
montado por el gobierno militar) quien les da la salida al sugerir la invasión
de las tierras en disputa. Es necesario conocer que las luchas no sólo
comprenden al Valle de Lurín, sino también a campesinos del Valle del Rímac y
Chillón. De ese modo reorganizan sus comités de lucha y forman un frente de
masas de los tres valles para afrontar con mayor dinamismo la disputa por la
tierra que había ingresado a un estado de reflujo.
A
la par de las luchas campesinas de los valles de Lurín, Rímac y Chillón, Carlos
A. Rivas, apelando al método diacrónico, introduce un relato de anteriores
luchas, ya se mencionó la resistencia de los nativos peruanos contra el invasor
español, siendo las principales la lucha de Túpac Amaru en Perú y Túpac Katari
en Bolivia; rememora las luchas de campesinos de la Comunidad de Chalaco en la
Provincia de Morropón (Piura) en tiempos
de la Guerra con Chile, quienes evidenciaban una formación política; luego narra
las luchas de los campesinos de los Valles de La Concepción y Lares en el Cusco
en pos de tomar las tierras para recuperarlas de los gamonales usurpadores,
luchas que fueron lideradas con acierto por el infatigable guerrillero Hugo
Blanco. La mezquindad de ciertos liderazgos de Izquierda le restan aún
reconocimiento por su opción troskista. A estas alturas cabe hacerse una
pregunta ¿H. Blanco condujo el movimiento campesino cusqueño, aplicando
tácticas y estrategias troskistas o marxistas leninistas? Por cierto, la
respuesta es objeto de un estudio aparte.
Es
decir, el maestro e historiador Rivas no sólo nos ofrece un relato de la
crónica de esos conflictos de los campesinos de Lurín, Rímac y Chillón, sino
que esa transportación a la memoria de anteriores luchas, a la vez la emplea
como sustento para analizar los planteamientos políticos e ideológicos tanto de
las luchas campesinas en Lurín como en las otras peleas mencionadas, deduciendo
junto con estudios citados –incluidos en este libro- que la Toma de Tierras es
resultado de una planificación estratégica y no sólo de moverse impulsados por
el factor pobreza o el despojo, la desocupación. Esto último es el combustible,
Marx lo explicaba como el movilizador de masas, pero no es el instrumento ni el
pensamiento conductor, y toda lucha necesita de ambos. Lo dicho en este párrafo
se lee en las páginas 22 y 23, en líneas como la siguiente, donde los
campesinos antes discuten que hacer para recuperar sus tierras, “¿Y cuándo va a
suceder? / -Cuando nos organicemos y seamos fuertes,
cuando tengamos una organización de campesinos.” / “…podremos llegar a ser
libres, ya no seremos unos pobres campesinos sin tierra.” Así se organizaron en
la Liga Agraria de Lima.
Decíamos
que de la lectura de esta investigación realizada por el profesor Carlos A.
Rivas, entendemos que la lucha campesina iniciada en los valles atrás aludidos
es un conflicto social peculiar acompañado por altas autoridades de la élite
dirigente, en esos momentos. Culminada las acciones de masas de tomas de
tierras en Lurín y Chillón, y posesionados los campesinos de las mismas el
presidente Juan Velasco y su Junta Militar decretó la expropiación de las
tierras de los valles del Rímac, Chillón y Lurín. Sin embargo, a pesar de esta
circunstancia, las luchas campesinas fueron difíciles tanto en su proceso de
organización, en el tiempo de recuperación de las tierras, como en la posterior
defensa legal, juicios, que enfrentaron los dirigentes, obviamente los
latifundistas no se cruzaron de brazos.
Otro
asunto de interés que se nota en este libro Crónicas de las Luchas Campesinas en el Valle de Lurín, es una
revisión indirecta que se hace del proceso de la Reforma Agraria impuesta por
una élite militar progresista. Quiérase o no, y sobre ello hay consenso, este
proceso social modernizó al vetusto régimen que subsistía en el sector agrario,
con este llegó en mayor dimensión la industrialización del agro, fue eliminada
la clase latifundista en su condición de dominante junto a las oligarquías que
nos dominaron todo el siglo XX, surgen sectores burgueses financieros. Mas la
transformación que se da en todas las regiones rurales, incluidas sus zonas
urbanas provinciales, es un tema que no se le reconoce a la Junta Militar
presidida por Juan Velasco Alvarado, aún hay reticencia para aceptar el gran
aporte que significaron las reformas de este período.
No
olvidemos que aparte del agro, la Reforma Educativa fue gravitante al país y
América Latina. Los sectores dominantes de la burguesía mercantilista que
subsistieron y el pensamiento oligárquico que los acompaña –si es válido
otorgarle una nominación al tipo de pensar de estos sectores-, no sólo le
mezquinan este desarrollo logrado por Velasco y compañía, y que dígase de pasó
los benefició, la modernización económica benefició a quienes evolucionaron con
los cambios, y a los mercantilistas que no evolucionaron, un claro ejemplo lo
tenemos en la familia de los Romero de Piura y los Añaño de Ayacucho, de
latifundistas pasaron a ser industriales a nivel local e internacional, sin la
Reforma Agraria serían opacos gamonales de provincias. Después del gobierno militar
de Velasco se fortalece su perspectiva mercantilista, luego neoliberal, y
agrupados en la Confiep vienen dominando el país.
Por
el otro lado, la clase campesina, sus familias obtuvieron logros que cambiaron
el mapa social existente, gran parte de los hijos del campesinado pasaron a
fortalecer e incrementar la pequeña burguesía cuando no las clases medias. Y
esa mezquindad a Juan Velasco y sus reformas, tal vez se deba a que quienes han
tenido la voz cantante han sido y son intelectuales de clase media o pequeño
burgueses que han hecho lecturas ideológicas sesgadas. Mas la visión de los
mismos campesinos es diferente; En la página 43 leemos el siguiente testimonio
de un líder campesino, “La Reforma Agraria fue un momento histórico que vino a
significar un cambio social tremendo, vino a acabar con todo un período de
servidumbre para los pobres del campo…”.
Parte
de este cambio, siguiendo con los testimonios, lo observamos quienes estudiamos
en provincias la secundaria durante y posterior al gobierno militar presidido
por Velasco Alvarado, gran parte de nuestros compañeros de estudios provenían
de familias campesinas; y además, muchos de ellos se hicieron profesionales o
se convirtieron en comerciantes y técnicos, la reforma educativa les permitió
formarse como tales. En ese tiempo la educación terminó de masificarse en los
niveles primario y secundario, y se amplió en el nivel inicial, beneficiando a
las familias campesinas. Antes de la Reforma Agraria, la educación de los
campesinos no era posible porque los hacendados no permitían las escuelas en
sus vastas extensiones que comprendían distritos y provincias.
Cuando
mencionamos líneas atrás que Juan Velasco y los militares que lo acompañaron
formaron parte de una élite social progresista, se les evalúa desde la
perspectiva que formaron por primera vez un sector social dirigente, y
no dominante en siglos de nuestra historia, fue un período temporal pero
sucedió. Esta afirmación la inferimos de lo que Carlos A. Rivas nos recuerda en
su libro, página 110, al citar a José Carlos Mariátegui, lo dicho por él indica
que este grupo de militares e intelectuales civiles que lo acompañaron tuvo un
pensamiento que dio orientación a su programa político. Esta élite militar
solucionó un gran problema social basando sus decisiones en los fundamentos del
Amauta, “…no se puede liquidar la servidumbre que pesa sobre la raza indígena,
sin liquidar el latifundio”. Y ya sabemos, las clases dominantes que han
gobernado al país nunca han tenido un pensamiento claro de lo que querían o
quieren como sociedad para nuestro Perú.
Este
libro de historia, Crónicas de las
Luchas Campesinas en el Valle de Lurín, tiene un epílogo que narra lo
sucedido después de la toma de tierras, conformando una empresa de propiedad
social durante el gobierno de Velasco, y luego explica el desmontaje de dicho
proceso que realizaron el felón Morales Bermúdez y el vengativo Belaúnde Terry,
con la fragmentación de la propiedad de las tierras, al parcelarse las mismas.
El agradecimiento del autor a Héctor Béjar por el prólogo incluido en este
libro, merece destacarse porque las breves páginas de Béjar con la autoridad
académica que posee, destaca la importancia y méritos de este trabajo. Hago una
pregunta imprudente, ¿tenía que haberse publicado esta obra con dicho prólogo y
su firmante, para que tenga acogida de lectores académicos?
Estamos
complacidos de comentar esta investigación por todo lo afirmado, y felicitamos a su autor Carlos
Augusto Rivas por la labor terca de indagar sobre la historia de su distrito y
los protagonistas del pueblo, aparte del continuo trabajo literario que viene
realizando.
Alto de la Luna, la Voz Legítima del Narrador Juan A.
Osorio.
Roque
Ramírez Cueva
NUESTRO ESCRITOR COMENTADO ES
Huamanguino por adopción, la urbe lo atrajo por su perfil andino y las aulas de
una Universidad San Cristóbal, renovada en los años sesenta. Nacido en el Cusco
realiza su primera migración a Huamanga, las casonas y calles de ambas ciudades
lo involucran en la narración, en cada una de ellas las historias orales
centenarias se murmuran en los muros del vecindario, recuerdo que esa historia
de la amante del “señor” Cura que deja huella de mula al caminar –mágica en la
pluma de Vargas Vicuña- me la contó un gran maestro de grabado y dibujo, Mario
Jáuregui, en las bancas de la Plaza Sucre. Desde luego, el inicio creador de
Juan Alberto Osorio se da en su entrañable Sicuani.
Alto
de la Luna,
es un conjunto breve de relatos cuya estructura se erige sobre técnicas
narrativas no arraigadas en la tradición oral cusqueña ni huamanguina, a pesar
que la memoria de los narradores evoquen anécdotas ancestrales; y tampoco en el
lenguaje formal usado por el narrador –varios, veremos adelante- no se aprecian
significaciones que puedan devenir del quechua regional de tales ciudades; si
hay, digamos algunos vocablos, son ineludibles por ser topónimos o nominaciones
nativas. Incluso, para evitar la circunstancia de sitios comunes, apela al
anagrama para referirse a su ciudad natal, Inaucis.
Título además, de un extenso poema escrito y publicado en Huamanga, intuyo que
dichos versos los construyó encabalgado en su periplo Cusco Huamanga,
Huamanga Sicuani.
El
basamento narrativo en este libro breve se sustenta en las técnicas
incorporadas por los narradores urbanos de la Generación del 50, el flash back,
el raconto, el tiempo narrativo quebrado, y, sin duda, evidencia rasgos de una
experimentación que busca consolidar propuestas no ajenas, cimentando una
tradición ya perfilada –de narrar con técnicas diversas y sin eslabones-
iniciada, si no me equivoco por el Miguel Gutiérrez Correa de Hombres de Caminos y La Violencia del Tiempo. En la
escritura de Osorio Ticona dicha experimentación parte de las deudas asumidas
con europeos del siglo XIX, incluso más atrás con el griego de La Odisea, el ambiente claroscuro de
Poe, las estructuras oníricas de J. L. Borges, etc.
Los
relatos de El Alto de la Luna, se enlazan tomando como punto común ineludible,
el fragmento del paisaje atractivo a su memoria, la vía férrea del tren, además
de una temática incorporada desde la intimidad de sus ideas, pensamientos, sin
eludir una visión muy personal cargada de evocaciones concebidas en el mundo de
la infancia y extendidas hasta la transicional adolescencia y juventud, tiempos
en que al parecer los personajes –particularmente el testigo en primera persona
que retorna a Inaucis- empiezan a ser seducidos por aquella impredecible dama
nombrada soledad, que conduce a, ya lo dijimos, describir una ciudad de
ambientes descoloridos e invadidos irremediablemente de indolencia. El narrador
deja al arbitrio del lector percibir si es el tiempo quien da paso a la
indolencia o un estado ausente, en todo caso inoperante.
Digamos
que en El Alto de la Luna, no hay un narrador particular porque es el propio
creador quien da testimonio de su retorno a Inaucis a través de su alter ego
transitando el barro y polvo de sus calles. Y a medida que desanda veredas,
pasajes y calles la añoranza va rescatando imágenes fragmentadas que presentan
sucesos del pasado desde el retorno presente, siendo este último paso quien
escruta aquellos recuerdos todavía no perdidos. Y su temática anunciada en el
párrafo anterior, y en parte ya mencionada,
nos confrontará, tal como lo hacen los viejos amigos urgidos de echar
por la ventana la abrumadora nostalgia, con digresiones filosóficas que indagan
por –ya se dijo- la ausencia del padecimiento y presencia del abandono, por el
sentido de ser de un escritor testigo que se hace presente entre uno y otro
relato perturbado por la actitud de sus interlocutores, amigos o familia. Tales
tropos se agrupan estructurando el asunto literario.
Los
ámbitos descritos van desde los caminos rurales que cruzan pueblos y aldeas
hasta el área urbana, destaca la descripción del espacio íntimo filial de los
hogares que acunan al personaje del retorno. Un retorno no casual, predispuesto
a un saldar de cuentas mediante el reto a duelo de la reflexión crítica sobre
algunos sucesos que disturban a los personajes principales de la mayor parte de
relatos. Por cierto es un retorno impreciso en el sentido que los motivos que
lo traen de regreso permanecen en el claro oscuro de la memoria, y las
visualizaciones del entorno que transita
son igual de difusas. Los paisajes y lugares, las evocaciones se van
precipitando a medida que los personajes se muestran en escena y avanzan.
Ambos, personajes y recuerdos buscan librarse de toda perturbación. Tras toda
forma de perturbación, las soledades que abruman e indolencias manifiestas, se
generan infaltables temores que asaltan al narrador de los diversos relatos,
sea por lo obvio de hechos fundados o por presunciones asumidas. Y esta es otra
pugna de los personajes, el tratar de sobre ponerse a los miedos, y también a
los sentimientos de culpa que los invaden.
Una
cualidad particular de la técnica compositiva en parte de las narraciones de Alto de la Luna se observa –ya
adelantamos- en la incorporación del escritor en el rol de narrador testigo en
primera persona, quien nos cuenta las desazones
e inconvenientes de un día a día laborable de sí mismo. Sábato
estructura un personaje pintor en la novela breve El Túnel, y en la
novela Héroes y Tumbas disgrega acerca de las técnicas narrativas desde
la voz de un crítico literario, obvio lector sin duda. J. Alberto Osorio es
también ensayista, ello le facilita incorporar como personaje al lector de las
historias que relata en tercera persona un narrador. Y, por cierto, no es un
personaje neófito sino que se trata de un lector experimentado, como el propio
escritor, diseñado en los relatos “Aquellas llamadas” y “el personaje”. Mas se
trata de un personaje shakespeareano, celoso y confuso de las propias lecturas
mentales que hace de los hechos.
Lo
leído y comentado hasta aquí de algún modo se resume e integra en el
relato “Un partido de fútbol” donde dos
antiguos amigos se encuentran y empiezan a evocar sus pasos por Inaucis y los
años de su mocedad. No son, es decir nunca fueron los mejores amigos en esos
años tempranos pero dada las circunstancias en que muchos amigos de ellos ya no
se cuentan entre los vivos no pueden eludir tal reunión. Y no se les ocurre
mejor lugar que las gradas del estadio local, allí de espectadores observan dos
partidos, el que protagonizan el equipo actual de Inaucis y otro de un distrito
vecino, y aquel equipo y juego formado por futbolistas y años muertos,
describiendo al ineludible tren, sus vagones y rieles, la gente que desembarcó.
La atmósfera es propicia a la soledad que los juntó y trata de arropar.
Este
breve conjunto de relatos Alto de la
Luna, por cierto, ha sido impreso (en tiraje corto de 200 ejemplares) por
Ediciones Prometeo Desencadenado, y auspiciado por el Periódico Cultural
“Espada del Libertador” conducidos por estudiantes de la Escuela de Lingüística
y Literatura de la Universidad San Agustín
de Arequipa. Resaltamos el encomio puesto en esta edición artesanal. Hay
otra edición mayor y mejor elaborada a cargo de
Siete Culebras (revista de literatura, Cusco).
¿Cómo
los clasificamos? La respuesta nos proviene desde el propio autor, quien nos
manifiesta que los cuentos son elaborados con mayor exigencia porque la
estructura de esta especie literaria así lo demanda, y los cuentos largos que
nos refieren a Inaucis I, II y III son parte de dicho género, la excepción es
el brevísimo (llamado micro relato) “El personaje” como parte del rigor de
dicho grupo. Los demás se sitúan dentro
de la especie llamado relato, pero no obstante que lo desdice el mismo Juan A.
Osorio, indicando no demandar esfuerzo, son narraciones elaboradas con el rigor
que a él le distingue.
Finalmente,
es importante señalar que el leitmotiv de este conjunto de cuentos y relatos
queda indicado y resumido en el título del siguiente relato (no en la
estructura del mismo) “Atrapando los recuerdos que revolotean”. En aquellos se
pueden percibir todas las significaciones distintas relevadas y confrontadas a
los lectores, por los respectivos narradores. Como afirmamos arriba en los
titulares de nuestro comentario, en estas narraciones y en las de sus novelas,
Juan Alberto Osorio no deja de exigirse en reafirmar esa voz legítima que han
signado sus largos años de trabajo. Lo plasmado en Alto de la Luna lo muestra como un narrador ducho en el oficio, una
certera y mayor evidencia la encontramos en sus novelas.
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