Nota:
A
continuación reproducimos la sexta y última parte del libro del compañero Jorge
Beinstein, Macri. Orígenes e Instalación
de una Dictadura Mafiosa, con el deseo de que el mismo constituya un
material de estudio y de discusión acerca de las características de la
coyuntura política latinoamericana, la construcción del sujeto político y la
formulación de estrategias acordes a la instauración de procesos de
democratización real y de superación del capitalismo contemporáneo en
decadencia, que perpetúa el poder de los grandes grupos económicos sacrificando
a nuestros pueblos con el hambre, la penuria económica y la falta de acceso a
los servicios básicos de educación y salud.
El comité de
redacción
Macri. Orígenes e Instalación de una
Dictadura Mafiosa
(Sexta
y última parte)
Jorge Beinstein
Capítulo 10
La instalación hegemónica del
parasitismo argentino
Este
texto fue escrito en el exilio en 1981 y publicado en la revista francesa “Les
Temps Modernes” (*) fundada por Jean-Paul Sartre, fallecido un año antes, y en
ese momento bajo la dirección de Simone de Beauvoir. Se trató de una edición de
la revista dedicada al tema argentino. El artículo redactado en francés y
sometido luego a la “corrección de estilo” de la revista, había sido pensado en
“argentino”, cargado con el espíritu de la época. Reeditarlo 36 años después en
el idioma en que fue pensado obliga a un intenso esfuerzo de memoria y de
adaptación. Lo que yo allí trataba de explicar era que esa dictadura militar,
además de ser la más sanguinaria de la historia argentina, marcaba una mutación
decisiva en la clase dominante del país: el parasitismo pasaba a ser su
característica principal. Los aspectos “productivos” (agrario, industrial,
minero, etc.) quedaban subordinados a un comportamiento decadente que como se
pudo constatar en lo años posteriores y hasta la actualidad explica la dinámica
del capitalismo argentino. No se trataba de un fenómeno inesperado sino de la
culminación de un proceso perverso que hundía sus raíces en la historia nacional.
(*) Jorge Beinstein, “Argentine à l’heure du bilan”,
Les Temps Modernes, Juillet-Aout 1981, nª 420- 421, París.
“Sellaremos
con sangre y fundiremos con el sable, de una vez y para siempre, esta
nacionalidad argentina que tiene que formarse, como las pirámides de Egipto y
el poder de los imperios, a costa de la sangre y el sudor de muchas
generaciones”.
General Julio
A. Roca, 23 de abril de 1880 (39)
“Ahora
escribimos este letrero en las paredes: la vida es subversiva”
Ernesto
Cardenal (40)
LA
TRAGEDIA ARGENTINA PODRÍA SER SINTETIZADA con la ayuda de la siguiente
paradoja: la élite dominante ha demostrado su “ineficacia” para desarrollar un
país rico en recursos naturales y dotado de una población calificada. Y sin
embargo se ha mostrado bastante “eficaz” para impedir que las clases populares,
víctimas de su dominación, impongan cambios de estructuras radicales eliminando
así las trabas que se oponen al progreso.
Eficacia para dominar y parasitar, ineficacia para
superar un sistema socioeconómico decadente. Modernismo mezclado con
conservadurismo, absorción de ciertos progresos técnicos, incorporación de
formas culturales nuevas... pero que se adaptan a estructuras parasitarias cuya
rigidez impide al país salir del círculo vicioso del subdesarrollo.
Esta “dualidad” en el comportamiento de la alta
burguesía local expresa bien el carácter contradictorio, casi aberrante, de un
capitalismo periférico condenado desde su nacimiento a reproducir eternamente
(y de manera cada vez más bárbara) el subdesarrollo, a través de diferentes
niveles de urbanización, de industrialización, etc. Ha transcurrido un siglo
desde que, hacia 1880, la oligarquía cívico-militar fundó la República, la
Argentina moderna. Durante todo ese tiempo se han sucedido las reformas fracasadas,
las revueltas populares, un vasto proceso de industrialización... pero la
hegemonía elitista-conservadora no pudo ser anulada.
Finalmente llegamos a la degradación actual, proceso
dramático que combina la putrefacción, la disgregación de las fuerzas
productivas y la instalación de un Estado totalitario, elitista, que invade
completamente la sociedad civil (alimentándose de su desarticulación) en un
combate que no está aún zanjado y que tiene como objetivo su domesticación
total, su transformación en un conjunto caótico de actividades vegetativas.
Desde hace cerca de medio siglo la economía rural
permanece estancada (leer aclaración en el pie de página)41. La industria, que
representa actualmente cerca del 35% del Producto Bruto Nacional, no ha conocido,
en el transcurso de los veinticinco últimos años, sino algunas innovaciones
parciales que le han permitido adaptarse anárquicamente a los cambios
(modernizaciones) introducidos en el sistema de consumo, pero al precio de un
alto nivel de desnacionalización y de monopolización, acentuando todavía más su
dependencia tecnológica y financiera externa. Esta dinámica económica
(principalmente entre 1955 y 1975) donde predominaron las prácticas
parasitarias, con débiles tasas de inversión productiva y beneficios elevados a
corto plazo, ha contribuido de manera decisiva a la inestabilidad general del
sistema.
En cuanto al sector agrícola, centrado en la gran
propiedad, ha podido hasta ahora compensar sus bajos niveles de productividad
mediante fuertes transferencias de ingresos a su favor, gracias a un poder
político que, luego del golpe de Estado de 1955, se mostró excesivamente
sensible a sus demandas.
Todo esto ha provocado durante el último cuarto de
siglo un proceso de concentración de ingresos que ha socavado el mercado de
consumo de masas, sostén de la industria y de una buena parte de la actividad
rural.
Fue sobre la base de la inestabilidad de los precios
(causada por la sucesión de rapiñas de la alta burguesía) combinada con el
estancamiento o crecimiento muy lento de la demanda interna (en una sociedad
moderna muy urbanizada) que diversas firmas multinacionales penetraron en el
país en el transcurso de los años sesenta ocupando los sectores más dinámicos
de la industria. Su desarrollo se integró al proceso general de
lumpen-aristocratización social desencadenado por el golpe de 1955, dándole un
impulso decisivo. El capital extranjero funcionó desde el comienzo con tasas de
ganancia extremadamente elevadas y tomando muy pocos riesgos. Sus estrategias
tenían como objetivo central la recuperación ultra-rápida de las inversiones.
Una componente fundamental del comportamiento del
empresario argentino es la inmediatez, la subestimación del largo plazo, la
búsqueda de ganancias fáciles y rápidas. Conducta típica del subdesarrollo que
no ha obedecido a ninguna casualidad histórica, a ninguna desviación
psicológica momentánea; por el contrario constituye un verdadero factor
estructural que hunde sus raíces en los orígenes de la sociedad argentina y que
se perpetúa a través del tiempo. Más aún, el conjunto de nuestra cultura
nacional (subcultura periférica) ha estado siempre impregnada por la
inmediatez, la mayor parte de las actividades sociales no han podido liberarse
de esta forma primitiva de racionalidad que ha inhibido, bloqueado el
desarrollo de la conciencia en las masas populares.
El pragmatismo cínico, disfrazado de “viveza criolla”,
que ha sido a veces considerado como uno de los elementos fundamentales del
“comportamiento argentino”, es para la élite dominante y para los arribistas
que aspiran desesperadamente al poder y a la riqueza, una especie de
justificación legitimadora de su degradación moral; para las masas dominadas,
para las clases populares, esta manera de ser funciona como una justificación
de la impotencia, como una escapatoria individual (y a veces colectiva), como
un verdadero opio. Para el conjunto del cuerpo social, todo esto toma la forma
de una esquizofrenia que se exacerba con el tiempo y conduce inexorablemente al
desastre.
El oportunismo provechoso para una minoría tal como se
ha presentado históricamente en Argentina, es uno de los productos del bloqueo
oligárquico; aparece para las mayorías como un conjunto de ilusiones destinadas
al fracaso: ilusión de arreglo negociado en la antecámara de la represión,
ilusión de prosperidad en medio de la decadencia...
Los bloqueos estructurales (desde monopolio oligárquico
sobre la tierra hasta el actual protagonismo de las camarillas financieras) se
han convertido a nivel cultural en trabas ideológicas al desarrollo de la
racionalidad social, como interiorización por parte del pueblo de mitos, normas
de conducta producidos por la élite dominante. La sumisión física de los de
abajo obtenida durante el siglo XIX mediante una larga y sanguinaria guerra
civil fue coronada por un profundo sometimiento cultural que se ha expresado al
interior de los movimientos populares opuestos al régimen, inhibiendo su
capacidad crítica y por consiguiente, su potencial de lucha.
En estos últimos cinco años se ha producido un
gigantesco salto cualitativo, el capitalismo oligárquico tradicional, incluidas
sus extensiones burguesas (industrial, comercial, etc.) se ha transformado en
saqueo, en destrucción de fuerzas productivas, la dominación elitista se ha convertido
en represión feroz. La miseria y el genocidio borran de un plumazo numerosos
mitos, numerosas ilusiones... el terror es hoy el instrumento principal en el
proceso de reproducción del capitalismo argentino. Pero, como la clase
dominante que está a la cabeza de la República Militar sabe que ese terror es
insuficiente, que su eficacia se deteriora con el tiempo, busca hacer revivir
la antigua comedia recurriendo a los juegos de la vieja política elitista. Pero
es probable que el círculo vicioso, constituido por el bloqueo estructural y
las ilusiones de cambio, esté en la actualidad seriamente dañado.
Resulta difícil hacer pronósticos acerca de la
capacidad de la élite, en medio de la mayor crisis social de la historia
argentina, para organizar una nueva red de compromisos en paralelo al
despliegue represivo así como anticipar rupturas y rebeliones populares… el
futuro es muy incierto…
La oligarquía
Es
posible localizar las raíces del subdesarrollo argentino en la forma
específica, periférica, a la vez degradada y caótica, que ha revestido en esta
parte del mundo la civilización burguesa. Reproducida sobre la base del bloqueo
elitista, del recurso cíclico a la violencia, la subcultura oligárquica aparece
como el fundamento del “fascismo” argentino, combinación de despotismo,
pragmatismo sin escrúpulos y cinismo político. Es necesario remontarnos al fin
de la colonización española en 1810 y aún antes, la élite que nace en Buenos
Aires, engendrada por el contrabando y la especulación, se transformó poco a
poco, para convertirse, a través de una larga ruta marcada con sangre, en la
clase dominante que conocemos hoy.
Basada en la ciudad-puerto fue en sus orígenes una
burguesía comercial urbana inestable que fortaleció sus vínculos con el mercado
mundial (en especial con el Imperio Británico) apropiándose luego de vastas
extensiones de tierra en la pampa, gigantesco espacio fértil.
Las exportaciones de cueros, carnes saladas, lana,
carne bovina y cereales marcan diferentes etapas en el proceso de incorporación
del territorio al comercio internacional.
Al final de la primera etapa de su formación, hacia
1880, la oligarquía ya consolidada en tanto élite rural y urbana (propietaria
de tierras y grandes empresas en Buenos Aires y otras ciudades) había dejado
detrás una vasta obra de destrucción. La población indígena había sido
exterminada, las masas populares del interior aplastadas sin piedad; Paraguay
fue sometido a un gran genocidio, más de la mitad de su población fue masacrada
por los ejércitos combinados de Argentina, Brasil y Uruguay.
La trayectoria del general Roca, verdadero fundador de
la Argentina moderna y de su ejército, son muy esclarecedoras. Combatió en la
guerra del Paraguay, enfrentó militarmente a los caudillos del interior como
Felipe Varela, López Jordán o Peñaloza, y dirigió finalmente la famosa “Campaña
del Desierto”, amplia operación de exterminio de las poblaciones indígenas cuyo
objetivo era la apropiación de millones de hectáreas de tierras fértiles42 .
Desde su nacimiento, la oligarquía fue una clase
inestable que se desarrolló a través de una sucesión de golpes de suerte,
gracias a los avatares de la guerra civil, de un comercio internacional
imprevisible, de la apropiación fraudulenta de las “tierras públicas” que eran
en realidad propiedad de los indios, de la especulación urbana, etc. Aparece en
consecuencia como una amalgama de poder económico y militar, de intereses
rurales y urbanos, locales y extranjeros.
A lo largo de los últimos cien años pudo reproducirse
principalmente en tres escenas políticas diferentes: la República Civil
Fraudulenta (entre 1880 y 1916, durante los años 30 y entre 1958 y 1966), la
República Militar (durante el golpe de 1930, entre 1955 y 1958, entre 1966 y
1973, a partir de 1976) o bien bajo regímenes populares democratizadores
(1916-1930, 1945-1955, 1973-1974) durante los cuales efectuaba repliegues
tácticos hábiles que le permitían conservar su dominación estratégica sobre los
sectores clave de la economía y del aparato de Estado. Esta habilidad, esta
capacidad de adaptación política combinando la represión con las negociaciones
tramposas, se extendió también a la economía; es así como atravesó la etapa de
las exportaciones agrícola-ganaderas (hasta la Segunda Guerra Mundial), la
industrial-nacionalista (1945-1955) y la industrial colonizada (1955-1976) para
asumir ahora las características de una lumpenburguesía cívico-militar.
Diversificación de intereses,
división-recuperación-represión de sus enemigos internos sobre la base no
negociable del mantenimiento-transformación-adaptación del modelo elitista que
traba simultáneamente el desarrollo de las fuerzas productivas y de las formas
democráticas de organización social.
Las Fuerzas Armadas
Las
Fuerzas Armadas argentinas constituyen la expresión institucional más elaborada
de la subcultura oligárquica. Nacidas en la últimas décadas del siglo XIX sobre
la base de la represión interna (exterminio de pueblos originarios,
aplastamiento de los movimientos populares del interior del país) y de la guerra
colonial contra el Paraguay, fueron formadas en base al modelo prusiano.
Garante sólido de los regímenes civiles más elitistas o asumiendo otras veces
abiertamente el poder político para preservar “el orden social”, el poder
militar constituye uno de los factores esenciales del proceso de reproducción
del subdesarrollo. Su imagen actual, en tanto “aparato represivo-fascista” no
es el producto de una situación extraordinaria, sino el resultado de toda su
historia.
Es necesario señalar la existencia de dos mitos, de dos
falsificaciones obstinadamente preservadas contra viento y marea.
Un primer mito es el del lazo que los militares (y el
conjunto de la cultura oficial) han pretendido establecer entre el actual
ejército profesional y los ejércitos improvisados (en realidad milicias
populares) que libraron a comienzos del siglo XIX la guerra de la independencia
contra el colonialismo español.
Intentan establecer una suerte de legitimidad de origen
del aparato represivo actual. En realidad el ejército de la independencia se
disolvió a lo largo de las guerras civiles que devastaron al país durante el
siglo XIX. El ejército profesional apareció mucho después como instrumento de
represión interna, animado por un espíritu elitista, como producto (y artífice)
de la consolidación de la oligarquía. La legitimidad de origen se convierte en
pecado original, marca sangrienta antipopular. El fundador de las Fuerzas
Armadas argentinas no fue el general San Martín –héroe de la independencia–,
sino el general Roca: “héroe” de las masacres de gauchos, indios y paraguayos,
de la corrupción económica, de la sumisión al Imperio Británico.
El segundo mito, es el de la existencia de una
importante tradición a la vez nacionalista y popular en las Fuerzas Armadas.
Durante los últimos veinticinco años han surgido, en varias oportunidades, en
el campo civil, personas a la búsqueda del militar “patriota”, “amigo del
pueblo”. La realidad marcada por una sucesión de golpes de Estado militares
reaccionarios, se encargó de desmentir esas esperanzas.
El nacimiento del peronismo, alrededor de 1945, ha sido
a veces interpretado como el producto de una suerte de alianza entre las masas
populares y las Fuerzas Armadas. En realidad, Perón mismo, durante su largo
exilio, se encargó de desmentir muchas veces dicha afirmación.
Esto no impide que, incluso hoy, a pesar de lo ocurrido
en estos últimos años, haya quienes nos recuerden que “en 1945 los militares se
unieron al pueblo”. Pero la realidad fue diferente. Los militares argentinos,
influenciados por las ideas autoritarias (que habían animado el golpe de 1930
que derrocó al régimen popular-liberal de Hipólito Yrigoyen) realizaron un
golpe de Estado en 1943 con el doble objetivo de llenar el vacío político
dejado por un gobierno conservador decadente y de “adaptarse” a la nueva
configuración mundial donde Alemania aparecía en plena guerra mundial como
potencia central emergente.
El aislamiento del poder militar, hostigado por las
fuerzas políticas tradicionales y mal ubicado frente al rápido cambio en el
curso de la guerra provocó una profunda crisis en su seno43.
Perón, entonces coronel, emergió como líder de las
masas populares sobre la base de tres fenómenos principales: en primer lugar la
crisis militar que quebrantó seriamente la estructura jerárquica del Ejército,
luego la incapacidad de los políticos tradicionales (comprometidos con el viejo
régimen oligárquico) para recuperar el poder; por último, la irrupción, gracias
al proceso de industrialización a partir de los años 30, de un nuevo
proletariado industrial, así como de un amplio abanico de grupos sociales
modernos (una burguesía urbana innovadora, nuevas clases medias, etc.). Fueron
estas fuerzas sociales emergentes (especialmente la clase obrera) las que
consolidaron al movimiento peronista. La oligarquía en su conjunto, los
partidos tradicionales y la derecha militar, efectuaron en ese momento uno de
sus repliegues tácticos tan conocidos, destinados, por un lado a calmar y a
moderar al movimiento popular naciente, y por el otro a recuperar fuerzas, a
reconstruir su cohesión interna.
Cinco años más tarde, desde comienzos de los años 50,
la derecha pasó al ataque aprovechando contradicciones y debilidades de un
régimen prisionero del conservadorismo que esos sectores habían contribuido a
imponer.
La ofensiva reaccionaria culminó en 1955 con el golpe
de estado antiperonista que abrió un largo período (de 18 años) de dictaduras
militares o de “gobiernos civiles” (bajo el control más o menos directo de las
Fuerzas Armadas), surgidos de “elecciones” donde el movimiento peronista
mayoritario había sido excluido.
El liderazgo de Perón no fue el resultado de la
convergencia entre las masas populares y el Ejército, por el contrario, el
peronismo triunfó en 1945 con un militar atípico a la cabeza gracias
precisamente al quiebre de la tradición militar más sólida, del elitismo, del
conservadorismo, fuertemente impregnado de elementos ideológicos autoritarios.
La recomposición ideológica y política de las Fuerzas
Armadas fue uno de los elementos clave de la contrarrevolución de 1955.
Por otra parte no es exagerado atribuir las dudas e
inhibiciones conservadoras de Perón principalmente a su educación militar.
El proceso de concentración de ingresos iniciado en
1955 provocó la resistencia tenaz de la clase obrera (agrupada en los
sindicatos creados bajo el peronismo) y de sectores crecientes de las clases
medias.
El descontento social ascendente paralelo a su cada vez
mayor radicalización política se encontró frente a un aparato represivo
centrado en las Fuerzas Armadas, cuyo desarrollo fue proporcional a la
oposición popular.
1976 simbolizó el salto decisivo en la evolución
militar; en su interior la relación de fuerzas fue cada vez más favorable a las
estructuras operacionales y de inteligencia especializadas en la represión; las
Fuerzas Armadas completaron una transformación laboriosamente preparada. Es
entonces que emerge un ejército de ocupación que va a enfrentar a la sociedad
civil en tanto “enemigo” a someter integralmente. Nacidas del gigantesco baño
de sangre de las últimas décadas del siglo XIX las Fuerzas Armadas, gracias a
la crisis y al desmoronamiento económico y social asumen su rol original, su
más profunda razón de ser.
La debilidad estratégica de los
movimientos populares
Hemos
visto cómo la oligarquía, mezcla elitista de militares, terratenientes y
especuladores diversos, ha logrado, gracias a un juego complejo de repliegues
tácticos y represiones feroces, de “adaptaciones” económicas y de parasitismo,
conservar los fundamentos de la república burguesa.
Frente a ella, las fuerzas populares se han mostrado
impotentes no sólo para obtener un cambio definitivo de estructuras sino,
incluso, para garantizar la permanencia de algunas reformas democráticas.
Dejando de lado la evaluación de la oposición mas
radicalizada que no pudo transformarse en un gran movimiento antioligárquico
mayoritario44 observamos que, tanto el radicalismo yrigoyenista (hasta la
Segunda Guerra Mundial) como el peronismo histórico, entre 1945 y el inicio de
la dictadura militar en 1976, fueron vencidos, víctimas de sus debilidades
estratégicas.
La causa principal de estas debilidades reside en el
nivel de penetración lograda en su seno de un conjunto de valores, normas de
conducta y mitos que formaban parte del núcleo duro de la subcultura
oligárquica (es decir, de la cultura burguesa con las características
particulares que reviste en el caso argentino).
La composición social de los dos movimientos y sus
tramas culturales, en particular de sus sectores más amplios pueden ayudarnos a
entender el fenómeno. El yrigoyenismo alimentado por una clase media plebeya
emergente, que oscilaba entre la rebelión antioligárquica y el ascenso al
interior de la sociedad existente; el peronismo, alimentado por un proletariado
urbano inmaduro que accedió rápidamente a las ventajas obtenidas por la
prosperidad capitalista de la posguerra, parecían condenados a una moderación y
a un autocontrol de sus ofensivas que los privó de una victoria definitiva.
Ello se tradujo por un lado en el refuerzo de las
direcciones personalistas que tenían como función conservar la unidad popular
impidiendo los “desbordes”, la radicalización de las aspiraciones democráticas
del pueblo45 y, por otro lado, el predominio de los “estilos políticos” que
privilegiaban el pragmatismo, “la inmediatez” (particularmente en el
peronismo), y subestimaban las formulaciones de carácter estratégico, la
profundización de la crítica social, es decir, el desarrollo en profundidad de
la racionalidad, de la conciencia popular.
Porque se mostraban incapaces para conquistar la
democracia, para cambiar las estructuras, porque se quedaban paralizados frente
a los bastiones de poder de la alta burguesía, esta última pudo vencerlos. La
debilidad estratégica de estos movimientos populares, incapaces de realizar una
ruptura radical con la cultura dominante los dejó prisioneros de los procesos
de reproducción de los bloqueos sociales.
Los grandes cambios de los últimos
cinco años
Es
posible constatar un conjunto de cambios en la sociedad argentina entre 1976 y
1981, los mismos maduraron gradualmente durante un largo período
(aproximadamente veinte años) de inestabilidad institucional y decadencia
económica y cultural.
La República Militar no ha surgido del azar; muy por el
contrario es la resultante (fascista) de la descomposición de un sistema social
bloqueado.
No tengo intención de hacer aquí un análisis completo
de los cambios que han marcado el ascenso de un régimen dictatorial con bajo
nivel de actividad económica, me limitaré solamente a señalar tres tendencias
dominantes: el desarrollo de la especulación en detrimento de las actividades
productivas, la militarización de un amplio conjunto de actividades sociales y
finalmente el incremento de la dependencia externa (en suma, la conformación
bajo la forma de República Militar de un esquema de dominación elitista dictatorial,
parasitario y colonial46).
A-
La
hegemonía parasitaria
Durante
el período que va entre 1976 y 1980, haciendo la medición en términos reales,
mientras que el sector productor de bienes (agricultura y ganadería, minería,
industria y construcción) crecía un 5,7 % el sector financiero lo hacía en un
44,5 %47. Estas cifras revelan la enorme transferencia de capitales operada
desde la producción hacia la especulación.
La caída de la demanda interna causada principalmente
por la reducción de los salarios reales, la reducción de las barreras aduaneras
y la introducción de una política monetaria contraria a las inversiones
productivas48 han provocado el desmoronamiento de la industria. En efecto, el
volumen de la producción industrial en 1980 se situó por debajo del promedio de
los años 60. Las inversiones productivas en el sector agrícola (para no citar
más que la compra de tractores) cayeron igualmente en forma espectacular. El
doble efecto producido por la alta inflación y la recesión instauró un clima
propicio para el crecimiento del “sector financiero” y de otras actividades
parasitarias; la continuidad de este proceso engendró a comienzos de los años
80 una crisis profunda en el seno mismo del “sector financiero” (ocasionado por
la sobreacumulación de deudas impagas). Esta crisis tuvo, a su turno,
repercusiones desfavorables en el sector productivo conformándose un proceso de
“bola de nieve” que arrastró a los principales bancos privados del país y a
miles de empresas.
Se puede considerar esta degradación económica general
como un elemento esencial de la desarticulación del conjunto de la sociedad
civil. A la caída de los índices de producción se agregan los de salud,
educación, etc.
B – Militarización económica
En
el plano económico, la desarticulación del sector de la producción privada
estuvo “compensada” por un refuerzo relativo del sector estatal controlado por
las Fuerzas Armadas. Es lo que se puede observar, tanto en el caso de la
absorción de empresas en quiebra por parte del gobierno como en el aumento
espectacular de los gastos militares y otros gastos del Estado, a los cuales
habría que agregar la ampliación sin precedentes del aparato represivo así como
de otros instrumentos de control social lo que tiende a conformar una suerte de
Estado militar parasitario hipertrofiado expandiéndose sobre una sociedad civil
desarticulada.
En 1976, los recursos corrientes del Estado
representaban el 22% del Producto Bruto Interno, en 1980, ese porcentaje se
elevó a 31% (el incremento fue asignado en su mayor parte a gastos
improductivos).
Teniendo en cuenta el descenso del consumo nacional
entre 1975 y 1979, el consumo del Estado se aceleró a una tasa media anual de
7,7% mientras que en el mismo período el consumo privado disminuía alrededor
del 2% anual.
Este Estado militar, especie de carcelero-devorador de
la sociedad civil, aparece bajo la forma de un bloque parasitario, donde domina
la corrupción bajo diversas formas. Asocia a sectores decisivos de la
oligarquía civil en el seno de lo que aparece como una siniestra combinación de
negocios y represión. La lumpenburguesía cívico-militar aparece como la fuerza
dominante de la contrarrevolución.
C - Agravamiento de la dependencia
La
difícil situación financiera de las empresas, a la que se agregó en 1980 el
déficit de la balanza comercial, provocó un gigantesco endeudamiento externo.
La deuda externa total, que era inferior a 10 mil millones de dólares en 1976,
cuando se instaló la dictadura, es hoy superior a 30 mil millones de dólares.
El sector del Estado pesó de manera definitiva en el endeudamiento general del
país. En 1976, la deuda externa del Estado era inferior a 6 mil millones de dólares;
a fin del año 80, llegaba casi a 16 mil millones de dólares.
Con respecto a la deuda externa global (pública y
privada), el endeudamiento a corto plazo se reforzó de manera significativa. El
déficit comercial y los vencimientos a corto plazo exceden ampliamente al valor
de las exportaciones y de las entradas previsibles de capitales, lo que vuelve
a poner en el orden del día el fantasma de la cesación de pagos. Recientemente,
un grupo de representantes de la alta burguesía industrial propuso al gobierno
interrumpir las importaciones durante seis meses.
Autoritarismo, democracia y
subversión
Terrorismo
de Estado y lumpen-capitalismo constituyen las dos caras de una misma moneda:
la reproducción bárbara del capitalismo subdesarrollado.
El capitalismo argentino es naturalmente autoritario,
su reproducción a largo plazo (crecientemente degradada) se contrapone
estratégicamente al funcionamiento pleno de un sistema de democracia
representativa basada en el libre ejercicio de la soberanía popular, solo podría
coexistir, de manera inestable, con gobiernos civiles muy limitados por
barreras “institucionales” o de otro tipo, expresión de factores de poder
desplegando los bloqueos económicos y sociales propios de la dominación
oligárquica, de su evolución decadente.
Nuestra burguesía histórica, la oligarquía, se adaptó a
los grandes cambios económicos (en particular, a la industrialización),
deformándolos y reduciéndolos al nivel de su capacidad de control. La
preservación del elitismo y del parasitismo afectó de manera decisiva desde
fines de los años 20, cuando terminaba la etapa de la expansión
agroexportadora, todas las tentativas posteriores de industrialización y de
democratización social y política. Finalmente, el estancamiento se volvió
involución, descomposición de las fuerzas productivas, en ese momento el
autoritarismo tomó la forma dictadura militar.
En síntesis, democracia y oligarquía son históricamente
incompatibles, la incomprensión de este hecho mayor ha estado en el origen de
la derrota de los grandes movimientos populares.
Ninguna democratización real, seria, de la vida
argentina es posible sin la eliminación del lumpen-capitalismo y su aparato
represivo.
Ahora bien, el impulso democrático de las masas
populares pudo a veces expresarse frente al poder oligárquico, sin embargo este
impulso no pudo hasta el presente desprenderse del peso de la cultura dominante
lo que redujo su potencial de combate. El burocratismo sindical, las
tradiciones políticas e ideológicas autoritarias, la inmediatez, el elitismo,
el desprecio del pluralismo, la subestimación del pensamiento crítico, co nstituyeron los aliados objetivos de la
oligarquía desde el interior de los movimientos populares.
En el transcurso de estos últimos cinco años, se
expresaron en Argentina diversas formas de resistencia civil. Estallaron
numerosos conflictos obreros, a menudo acompañados de importantes
movilizaciones en las cuales participaban diversos sectores sociales. Éstos
conflictos, así como las luchas por los derechos humanos, fueron tomando cada
vez más amplitud a pesar del terrorismo de Estado.
En el último semestre, como lo señala incluso la prensa
de Buenos Aires (pese a estar sometida a la censura) el malestar social aumentó
en proporciones considerables. La mayor parte del tiempo estos conflictos
sociales no obedecen a ninguna fuerza política tradicional ni a los viejos
aparatos sindicales. Se trata de movimientos nacidos en la base, que expresan,
en mi opinión, el impulso democrático siempre latente en nuestro pueblo. El
futuro dirá si a partir de esas luchas, de esta práctica popular democrática,
emergerá un movimiento de emancipación social. Es muy difícil hacer pronósticos
sobre su programa, sin embargo, se impone una observación: el poder militar
intentó librar una guerra a muerte contra lo que calificó de “subversión”, este
concepto, utilizado en principio para designar a los movimientos de guerrilla
se extendió luego a las manifestaciones más diversas de la vida civil que no
están controladas por la dictadura. Para los militares “la subversión” es un
monstruo de mil cabezas que se disimula detrás de los obreros en huelga, de los
intelectuales que no son conservadores o que reivindican un poco de libertad.
En suma, para la oligarquía civil y militar la
democracia es subversiva (salvo sus caricaturas autoritarias). El carácter
multidimensional del fenómeno democrático (económico, político, cultural)
siembra pánico en las filas de una élite que comprendió que la atomización del
mismo (la separación voluntarista, por ejemplo, entre “democracia política” y
democratización económica) es a largo plazo imposible.
La crisis redujo en proporciones considerables la
capacidad de maniobra de la clase dominante. La dictadura se encarga de mostrar
cada día a los oprimidos que toda tentativa para librarse del nihilismo
fascista, es decir la voluntad de vivir, no es otra cosa que “subversión”.
Vivir o someterse a la barbarie, combatir un régimen
injusto, cruel, o resignarse a morir cada día un poco más… millones de
argentinos aprenden a través de su dura experiencia que los milagros no son de
este mundo, que sólo una lucha consecuente, tenaz, podrá abrir el camino de la
libertad.
Notas:
(39)
Carta del general Julio A. Roca a Dardo Rocha, 23 de abril de 1880, en Natalio
E. Botana, El orden conservador, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1979.
(40)
Ernesto Cardenal (antología de Antonio Melis). La vita e’souversiva, Edizioni
Accademia, Milán, 1977.
(41)
Nota del autor algo más de 35 años después: en 1981 era imposible prever el
futuro boom sojero de la agricultura argentina, que sin embargo no superó (en
realidad reforzó) la trampa del subdesarrollo, menos previsible aún era que uno
de los grandes clientes de esa producción sería China, convertida en la segunda
potencia económica capitalista del mundo.
(42)
“Durante los 18 años que transcurrieron entre 1862 y 1880, Roca sirvió al
ejército de su país en todas las acciones que contribuyeron a la consolidación
del poder político central: estuvo bajo las órdenes del general Paunero contra
Peñaloza, combatió en la guerra del Paraguay, se enfrentó con Felipe Varela en
la batalla de Salinas de Pastos Grandes, derrotó a Ricardo López Jordán en la
batalla de Ñaembé, dirigió la Campaña del Desierto que culminó con la anexión
de 1500 leguas de tierras nuevas. Esta trayectoria militar le permitió a Roca
mantener contactos permanentes con las clases gobernantes emergentes”. N. E.
Botana, op. cit. p. 33.
(43)
El golpe militar se produjo el 4 de Junio de 1943, pero algunos meses antes
(febrero de 1943) terminaba la Batalla de Stalingrado, punto de inflexión en la
guerra que marcó la declinación del poderío militar alemán, aunque muchos
estrategas occidentales y por supuesto alemanes, consideraban en ese momento la
posibilidad de una rápida recomposición de la ofensiva nazi en el frente
oriental. Pero llegó la Batalla de Kursk (julio-agosto de 1943) que señaló el
principio del fin del militarismo alemán y el comienzo de la ofensiva soviética
que terminó en mayo de 1945 con la caída de Berlín.
(44)
Por ejemplo, el proletariado anarquista de comienzos del siglo XX, incapaz de
romper su aislamiento, o bien las organizaciones armadas de los años 1960-1970
que no pudieron desplegar una dinámica de masas arrolladora.
(45)
El democratismo espontáneo de las masas populares era deformado, “controlado”
por sus direcciones. El autoritarismo, el bloqueo social impuesto por las
clases dominantes era así interiorizado por los movimientos populares,
reproduciendo en su seno formas jerárquicas conservadoras. El débil desarrollo
de la democracia interna inhibía la radicalización de la base, el despliegue de
una dinámica democrática “incontrolable” que pudiera hacer estallar el sistema
burgués subdesarrollado. La democracia (como estilo militante) era reemplazada
en muchos casos por una mezcla de folklore sectario, de pragmatismo y de
oportunismo.
(46)
Comentario del autor en 2017: lo que deja abierta la posibilidad teórica de una
“república civil” cubriendo un entramado de dominación parecido.
(47)
Clarín Económico, página 8, Buenos Aires, 3 de mayo de 1981.
(48)
El gobierno fomentó la instauración de una tasa de interés que es, en dólares,
una de las más altas del mundo. Gracias a esta política monetaria obtuvo una
entrada de capitales especulativos del exterior cuya importancia no tiene
precedentes y una caída brutal de las inversiones productivas.
Tres Ejes
del Sionismo: Expansión, Oscurantismo y Crisis
El estado israelita reprime a los palestinos en la Franja de Gaza. |
Expansión
Los
palestinos nunca han sido el único objetivo en los planes de dominio y
ocupación sionista sino el prioritario, puesto que su presencia independiente y
viable como pueblo niega la esencia de la entidad sionista. Una entidad que, a
fin de cuentas, no es más que una base terrenal del sionismo. O sea, de una
concepción que, como tal, representa precisamente los intereses del gran
capital financiero internacional que pretende dominar el mundo. Por lo que cada
estado árabe, y especialmente aquellos con direcciones nacionalistas claras y
cohesionadas que atisben como oponentes, han sido y son también su objetivo
real tarde o temprano, como lo son Siria e Irak, o Yemen, y lo fue Sudan.
Expresión
de esas ambiciones fue la guerra sionista de 1967, la cual les permitió no sólo
apoderarse del territorio palestino que luego de la guerra del 48 había quedado
bajo el control egipcio y jordano, sino además de la península del Sinaí hasta
las márgenes del Canal de Suez, territorio egipcio que se ve obligado a
devolver en el año 1979 tras los acuerdos de Camp David. Y también apoderarse
de las Alturas del Golán, de soberanía siria, que ocupo durante la Guerra de
Yom Kipur (1973) expulsando a más de 90000 de sus habitantes. Territorio que
desde 1981 fue anexado en la práctica por los sionistas como parte de su
entidad, a pesar de que en la Resolución 497 del Consejo de Seguridad de la ONU
se declaró que la decisión israelí de imponer sus leyes, su jurisdicción y su
administración al territorio sirio ocupado de las Alturas del Golán es nula y
sin valor, aunque lamentablemente en la realidad nada hizo ni hace para
implementarla y obligar a la entidad sionista a devolverlo.
El
denominado Plan Yinon, conocido Plan sionista para debilitar y dividir el Medio
Oriente, es también una manifestación más de esas ambiciones conformando, junto
a la concepción norteamericana del “Arco de Crisis” y el “Caos Constructivo”,
los más viejos cimientos de la geopolítica que actualmente aplica Estados
Unidos en esa zona, o sea, la “Balcanización”. Geopolítica que busca desmembrar
esa región en territorios enfrentados entre sí, atomizados y políticamente
débiles, reconfigurando la zona en función de los intereses sionistas e
imperialistas y de sus aliados occidentales y árabes. Y la cual, desde el ángulo
de su impacto práctico ha provocado una nueva “catástrofe”, una Nabka que
amenaza a todo el Medio Oriente con divisiones y guerras, y lo ha convertido en
un verdadero infierno.
“Balcanización”
que pretendieron buscar a través del uso táctico de los grupos terroristas mal
llamados “islámicos”, y que ahora el Parlamento de la entidad sionista
(Knesset) intenta legalizar a través de un proyecto de ley que explora las
formas en las que el régimen de Tel Aviv podría ayudar a los separatistas
kurdos a establecer un estado independiente que apoye al régimen sionista y que
tome partes de Siria, Iraq y Turquía.
La
ocupación y destrucción sionista de Palestina, así como la expulsión masiva de
la población nativa y la instauración allí de una entidad gendarme, no ha sido
más, por consiguiente, que el primer paso de todos esos planes. A ello debe
seguir la ocupación y destrucción de, por lo menos, Líbano, Siria, Jordania,
Irak y partes de Egipto y Arabia Saudita, hasta crear el sueño sionista, o sea,
un estado que abarque - y no es casualidad - desde el Nilo al Éufrates,
pretensión que explica la constante negativa de esa entidad a fijar fronteras.
Y todo ello para que el imperial-sionismo norteamericano domine dos de las tres
zonas con mayor producción mundial de petróleo: el Oriente Medio y una parte
importante de la correspondiente a la antigua URSS: el Cáucaso y el Asia
central. Todo lo cual le permitiría someter y controlar todo el planeta,
apoderarse de sus recursos naturales y tener mayor poder sobre los demás.
Oscurantismo
Decimos
que no por casualidad, refiriéndonos al territorio con el que sueñan los
sionistas porque, aunque parezca casi imposible de creer en pleno siglo XXI y
difícil de detectar por su camuflaje y sutileza, tanto la creación como la
existencia de la entidad sionista están basados en un oscurantismo de tipo
medieval que evita deliberadamente que se conozca la historia del pueblo
originario de la región: el palestino, sustituyéndola por la historia herencial
sionista que hace exclusivos a los judíos y atribuye un origen divino a esa
exclusividad.
Un
oscurantismo que, manipulando los mitos de la fe popular cristiana y judía, así
como las ideas místicas sustentadas en lo fundamental en los mitos cristianos
hiperbolizados por la Reforma Protestante, deforma e invierte las condiciones
materiales reales del surgimiento de la fe judía para crear un origen, una
nacionalidad y una razón de ser política a la existencia de los judíos que,
aunque falsa, les ha permitido lograr sus fines y legitimar sus intereses. Un
oscurantismo que se ha convertido a su vez en una herramienta de exclusión
social, ya que al absolutizar la historia sionista e impedir por todos los
medios consciente y deliberadamente la difusión de la realidad, ignoran y
desconocen la de los palestinos.
Este
oscurantismo se ha multiplicado en un conjunto de estrategias que incluyen su
utilización como instrumento movilizador para la importación de judíos hacia su
base terrenal, la entidad sionista. Muestra de lo cual es la lucha sionista
para evitar la llamada “asimilación” judía”, dirigida a desnaturalizar a los
judíos, estimular su emigración para usarlos como instrumento de colonización,
ocupación y destrucción y, sobre todo, asimilarlos a su entidad para
integrarlos como células conformantes de la misma. Y también lo es el fomento
del antisemitismo, dirigido a estigmatizar a todos aquellos que se opongan a
ellos. Estrategias que persiguen mantener los mitos y mentiras formalizadas
para ocultar la verdadera esencia reaccionaria, racista y genocida del
sionismo. Y condenar a todo aquel que lo denuncia. Y oscurantismo del cual,
podría decirse, hacen ostentación de forma abierta, sin que nadie les salga al
paso, se conmueva ni inmute.
Un
ejemplo de lo anterior ha sido el caso, hace sólo unos días, de la inauguración
de la embajada de Estados Unidos en Jerusalén, donde Benjamín Netanyahu, en su
discurso de apertura, mientras sus soldados asesinaban palestinos en Gaza,
justificó la ocupación sionista de esa ciudad por el pretendido papel que
jugaron y las supuestas acciones que realizaron en ella, según su historia
herencial, personajes como Abraham y los reyes David y Salomón. O sea, dando
como verdades absolutas e indiscutibles el papel de personajes que los
científicos y la arqueología han demostrado que son sólo figuras literarias,
cuya existencia real no puede ser históricamente documentada [1]. E
ignorando, a su vez, que Jerusalén es una ciudad Santa no sólo para una fe,
sino que lo es para las tres grandes religiones monoteístas - la judía, la cristiana
y la islámica -, todas ellas asociadas a la figura de Abraham. Lo que hace
evidente que los argumentos sionistas lo que persiguen es ocultar y encubrir el
hecho real de que Palestina fue un territorio en el cual vivieron y
compartieron una misma tierra y un solo país los judíos, cristianos y
musulmanes con su única identidad de palestinos [2].
Y lo más
terrible aún, un oscurantismo que persigue que su pretendida y auto-adjudicada
acreditación como elegidos por Dios, les dé derecho a ocupar y destruir
territorios, y a someter, actuar bestialmente y asesinar impunemente la
población palestina.
Crisis
En cuanto
a la consolidación de su base territorial como territorio libre de oponentes,
los sionistas y sus aliados, incluyendo por supuesto a las monarquías feudales
y los gobiernos reaccionarios árabes, han ido logrado que el pueblo palestino,
a pesar de los casi dos siglos de lucha contra la colonización y la ocupación
de su territorio, esté enfrentando hoy una profunda crisis territorial,
demográfica, política y económica. Crisis agravada desde Oslo, además, por una
nueva y más compleja estrategia imperial-sionista diseñada para un largo plazo
la cual ha buscado minar, dividir y debilitar al propio pueblo palestino desde
dentro, a partir del colaboracionismo de ciertos sectores palestinos y el
incremento de sus contradicciones internas. Pero crisis generada
conscientemente por los sionistas con el fin de hacerlo desaparecer y/o
claudicar en su lucha.
En
efecto, los sionistas han dejado al pueblo palestino prácticamente sin
territorio, y el que disponen está formado por un rompecabezas de pedazos
fraccionados sin coherencia territorial ni continuidad, desconectados entre sí
y bordeado por puntos de control sionistas y obstrucciones de todo tipo.
Al igual que
el territorio, la población palestina ha sido convertida por el sionismo en un
rompecabezas de pedazos fraccionados, estando parte de ella imposibilitada de
retornar a su país, obligada a permanecer viviendo en muchos casos – como otros
dentro de la misma Palestina - en campamentos de refugiados de la UNRWA,
organización a la cual Washington recortó en enero su aportación como método de
presión a la Autoridad Palestina. Mientras que los que viven en la entidad
sionista, a los que concedieron tarjetas de identificación y reconocieron
“teóricamente” la ciudadanía - no para incorporarlos a la vida cívica y
política, sino para evitar el retorno de los que habían sido expulsados -
sufren una discriminación sistemática generalizada en casi todos los aspectos de
la vida y viven en inferioridad de derechos con respecto a los colonos judíos
que allí habitan.
Por otro
lado, el sionismo se ha ocupado de convertir la economía Palestina en una
economía de “de-desarrollo”, denominación que dio la economista norteamericana
Sara Roy de la Universidad de Harvard, para caracterizar una economía que
presenta una constante erosión o debilitamiento de la capacidad de crecimiento
y expansión debido al continuo robo de tierras y recursos naturales que
desgastan su base productiva, cuyas fronteras han sido y están controlados por
los sionistas y la importación de insumos restringida, todo lo cual incrementa
los costos de producción, deprime las inversiones e, inevitablemente, sitúa a
la economía en una trayectoria distorsionada de alto desempleo y pobreza
generalizada.
Una
economía en la que el de-desarrollo coexiste con una ANP con un aparato de
estado desproporcionado que se ha convertido en el primer proveedor de empleo -
la mitad de ellos en fuerzas de seguridad -, cuyos ingresos provienen de los
impuestos recaudados lo que genera una amplia red de clientelismo y de
corrupción, los impuestos controlados por los sionistas y la ayuda
internacional los cuales son utilizados como instrumentos políticos de presión
sobre ella.
Los
resultados anteriores, sin hablar ya de las masacres, los asesinatos, los
bombardeos, las acciones punitivas, los cortes de electricidad y de agua, los
prisioneros y los atropellos que se están cometiendo contra los niños
palestinos, los asentamientos y las agresiones de los colonos y el robo constante
de tierra. Sin hablar de ello, los resultados descritos anteriormente de por
sí, constituyen condiciones materiales reales que, junto a la voluntad y
concepciones sionistas, limitan y/o imposibilitan la creación de un estado
palestino medianamente creíble en la actualidad. Lo que en cierta forma explica
que el gobierno norteamericano, bajo la presidencia hoy de Donald Trump, haya
pretendido, aplicando la fuerza, encaminar las negociaciones con la Autoridad
Palestina, entre otras variantes y en el mejor de los casos, hacia la
aceptación de un status quo que reduzca los palestinos a Gaza y algunas partes
de Cisjordania; o permita, quizás, una solución federativa jordano-palestina, o
la expulsión de éstos hacia el Sinaí, con la anuencia del gobierno colaboracionista
de Egipto.
En
cualquier caso, no obstante, se trata sin dudas de liquidar la causa Palestina,
posibilitando así la aceptación pública de la entidad sionista y su coalición
en una alineación regional junto a las naciones árabes reaccionarias y monárquicas
más fuertes para lograr el dominio de la región.
La
Palestina de hoy, sin dudas, es sólo el espejo más representativo de lo que
espera a otros. O mejor, de lo que nos espera a los demás…
Notas:
[1] Ver,
entre otras obras, Albert de Pury. Abraham. what kind of an
ancestor is he? http://www.unige.ch/theologie/distance/courslibre/atjacobdt2005/lecon2/abraham.pdf.
Emmanuel Anati. Palestine before the Hebrews: a history, from the
earliest arrival of man to the conquest of Canaan. http://science.sciencemag.org/content/140/3562/41.1
.
[2] Suhail
Hani Daher Akel. La tierra palestina, su pérdida y su día. http://akelwww.suhailakeljerusalem.com/elind020408.html.
Fuente: Artículo tomado de Rebelión.
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