Confesiones de Tamara Fiol ¿un novelón indigesto?
(Decimocuarta Parte)
Julio Carmona
3.1
En El pacto con el diablo
Vamos, pues, a analizar en este primer
apartado el libro enunciado en el epígrafe. No será, desde luego, un análisis
exhaustivo o pormenorizado. Tocaremos solo algunas ideas clave que demuestren
lo arriba expresado. Ahí dice que busca «ofrecer material seguro y actualizado
sobre las obras y autores tratados y contribuir al debate de las ideas» (p.
13). El comienzo de la frase citada es una «declaración de parte» del autor que
se cumple, satisfactoriamente. El final, es una propuesta planteada al lector.
Propuesta que es refrendada en la página 16, cuando dice que «corresponde al
lector juzgar la pertinencia o no de mis enfoques», y, a pie juntillas, agrega:
«pero sobre todo el espíritu con que fueron concebidos y escritos dichos
trabajos.» Para decirlo con expresión popular, MG «está poniendo el parche
antes de que salte el chupo», es decir, está advirtiendo que el espíritu de la
época de Narración o de La generación del cincuenta: un mundo
dividido (décadas de los sesenta y ochenta del siglo pasado, respectivamente)
no es el mismo que el de El pacto con el
diablo (2007); y esta diferencia de espíritu es la que, sobre todo, le
interesa que sea tomada en cuenta al momento que se juzguen sus ensayos. Y,
recogiendo ese espíritu de debate propuesto, es lo que haremos aquí. Pues bien,
ahora, en la primera década del presente siglo (XXI), en el prólogo del libro
aludido, EPD (2007), y refiriéndose a
Mao Tse-Tung, MG escribe:
Aparte
de sus concepciones ideológico-políticas, me interesó de Mao la limpidez y
sencillez de su estilo, su conocimiento de la cultura clásica china y la
libertad de espíritu que mostraba al citar, si el razonamiento lo requería,
poemas y novelas (de Sueño en el pabellón
rojo dijo que era uno de los cuatro aportes —los otros eran la brújula, el papel
y la imprenta— que la China antigua había legado a la humanidad), y a
historiadores y filósofos de las épocas esclavista o feudal, como Lao Tse,
Confucio y Mencio. (p. 14).
Obviamente,
así como al presente no se le puede cargar la culpa de los errores del pasado,
los hombres del presente no pueden cargarles a todos los hombres del pasado los
errores de su tiempo. Pero eso no quiere decir que se deje de precisar cuál es
el carácter de clase de su pensamiento. Y Mao no incurrió en esa omisión, ni se
propuso sobreponer «la limpidez y sencillez de su estilo» a «sus concepciones
ideológico-políticas», porque Mao, como todo marxista, sabía que ambas van
unidas, pues —al decir de Marx— ‘la forma es buena en tanto es la forma de su
contenido.’ (Citado por Brecht, A-1973: 123).
El hecho de no precisar el carácter de
clase de las obras lleva a imprecisiones como la que se ve en esta pregunta que
hace Víctor A. Belaunde frente al esquema marxista-clasista de los estudios
literarios. Este autor parte de la siguiente proposición: Si el marxismo dice
que en la Plena Edad Media europea existió literatura feudal —pregunta él: «¿En
qué sitio quedan los cantos medioevales, revelación y síntesis del alma
popular?» (A1991: 99). Y la explicación es esta: porque los juglares, autores
de tales cantos y, por lo común, de origen popular, creían que los aristócratas
eran puestos allí por Dios para dirigir a los pueblos en sus guerras a favor de
los reyes. Y, entonces, Rodrigo Díaz de Vivar del Cantar de Mío Cid, el Roldán de la canción
francesa del mismo nombre, y Sigfrido del cantar alemán de Los Nibelungos, no son sino los representantes literarios del orden
feudal por el cual y en el cual realizaban sus hazañas, las mismas que eran
asumidas como propias por el pueblo.149 Y lo mismo se puede decir
del carácter aristocrático de la épica antigua, aun cuando sus autores no
pertenecieran a la aristocracia, sino a la plebe, y aun cuando los pueblos
asumieran a tales poemas como propios: caso típico de los poemas homéricos. Es
decir que a Homero —por ejemplo— no se le puede condenar por su concepción del
mundo ligada a la aristocracia griega (pese a que, es lo más probable, él no
perteneciera a esa clase), porque también en su época —como ya dijimos que
ocurría en el feudalismo— estaba generalizado el pensamiento de que los
aristócratas descendían de los dioses, y el pueblo mismo se hacía partícipe de
esta concepción. Esa concepción genérica del «pueblo» griego no quiere decir
que hubiera dejado de haber hombres de ese pueblo que disintieran de ello, y este
caso lo ilustra el mismo Homero con la figura de Tersites pero sin
solidarizarse con él, presentándolo más bien de manera esperpéntica. O sea que,
asumiendo esa comprensión de valorar de manera positiva el trabajo poético de
Homero, ello no debe conducir a que se borre su identidad o carácter de clase,
favorable a la aristocracia griega.
Y por el hecho de que Mao se pronunciase
respetando los valores de autores «de las épocas antigua o feudal» —como bien
dice MG— no ha de concluirse que los estuviera poniendo en la misma
clasificación que otros autores de pensamiento —digamos— proletario.150
Aunque se diga que ambos «escriben para la humanidad», pues esta, «la
humanidad» —como tantas otras grandes palabras—, no es una sola en sociedades
divididas en explotados y explotadores. Y estas categorías de «explotados y
explotadores» no son abstracciones que flotan por encima de la realidad. Ellas
se concretizan en individuos de carne y hueso, los cuales se caracterizan por
tener un yo distinto del otro. En tal sentido, José Carlos Mariátegui, que es
uno de los estudiosos de esa literatura que exacerbaba la preeminencia del «yo»
(la literatura de la vanguardia), coincide con otros en precisar que es el
individualismo, reflejado a través de la «manifestación del yo», el leitmotiv característico de la poesía
moderna. Pero no el yo «tomado naturalmente como símbolo de “todos”» —que dice
César Vallejo (B-1973: 100)—, sino el
«yo personal», con toda una carga existencial aplastante, que, en efecto, puede
constatarse en la producción poética de muchos, si no de todos, los poetas que
expresan una ideología burguesa o pequeñoburguesa. Esta caracterización del yo
la propuso MG en uno de sus ensayos —aunque no de la mejor manera:
Por
encima de las generaciones (sic) la literatura (y el arte y el pensamiento)
surgida durante la crisis del siglo XX, para utilizar la tipificación del
historiador Vicens Vives [a], posee características comunes que la diferencian
de la literatura de los siglos anteriores [b]. Las vicisitudes del yo, he aquí
uno de los temas centrales de la lírica y la novela de nuestra época [c]. En
registro serio, cómico o tragicómico se dan estas tres posibilidades: el yo
cautivo y solipsista, el yo en contienda con el mundo y el yo en busca de lo
comunitario [d]: Eliot, Benn, el segundo Brecht, el último Vallejo; y en novela
Joyce, Kafka y Beckett, y Hemingway, G. Greene y Malraux [e]. En la poesía
peruana en lengua española, sea con el sistema del verso hispánico, francés o
angloamericano, expresan estas aventuras y desventuras del yo poético miembros
de diferentes generaciones como son el Vallejo de Trilce (sic), Westphalen,
Eielson, Hinostrosa, Verástegui o Chirinos (B-1988: 29).
A
propósito de esta incisión epistemológica (entendida como aporte de nuevos
problemas a —o respuestas a viejos problemas de— la ciencia literaria) vamos a
hacerle, por nuestra parte, algunas incisiones ya sugeridas con las letras
entre corchetes:
a) Con
esta aclaración: «para utilizar la tipificación del historiador Vicens Vives»,
se genera una ambigüedad, pues no se sabe si la tipificación de Vives se
refiere a la frase «crisis del siglo XX» o a la siguiente ‘tripartición de las
vicisitudes del yo’. De ser lo primero, valido estaría Pero Grullo, y si es lo
segundo, creemos que dicha aclaración debió ir después de la ‘tripartición’.
Por lo que respecta al signo «sic», consideramos que, siendo una frase
incidental, debió ir seguida de una coma.
b) Cabe
preguntar: ¿con quién más la literatura del siglo XX posee ‘características
comunes’? No puede ser que las tenga con ella misma, pues, en ese caso, serían
características «propias» y no «comunes». Si es con el ‘arte y el pensamiento
del siglo XX’ se ha debido decir: ‘poseen características comunes’.
c) «Las
vicisitudes del yo, he aquí uno de los
temas centrales de la lírica y la novela de nuestra época.» De esta frase
se desprende que «las vicisitudes del yo» es una sola característica. Y, como
no se vuelve a mencionar ninguna otra característica, de ello se sigue que no
se debió decir que ‘la literatura del siglo XX posee características comunes’,
pues se debe mencionar a más de una de esas características, y precisar que son
comunes a algo más que a solo la literatura.
d) Esta
tripartición («el yo cautivo y solipsista, el yo en contienda con el mundo y el
yo en busca de lo comunitario») resulta ser excesiva pues, con más precisión,
se ha de convenir que la opción del ‘yo en contienda con el mundo’ es común a
las otras dos, y, entonces, debió tratarse de bipartición.151 Y, en
puridad de los hechos, la ‘contienda del yo poético con el mundo’ ha estado
también presente en la literatura de los siglos anteriores, y no como en la
cita se dice que por esa característica «se diferencia de los siglos
anteriores». No en vano se dice que la poesía lírica es expresión de un yo. E,
igualmente, por eso se hace derivar la novela moderna a partir de El Quijote de la Mancha, por tratar las
peripecias de un individuo.
e) Si
se quiere ejemplificar cada una de las ‘tres posibilidades o vicisitudes del
yo’ se ha debido hacer con sendos escritores para cada una; pero si se menciona
a cuatro escritores sin especificar a cuál de ellas corresponde cada quien, se
genera otra ambigüedad: si se está dejando al lector la libertad de establecer
esa relación, o si lo único que se quiere es decir que en todos ellos está
presente la característica del yo. Y por lo que respecta al último «sic»: la
falta de cursiva o de negrita en el título es del original.
Por lo
que se refiere a César Vallejo, no es, pues, que ‘la vicisitud del yo’ esté
presente solo en Trilce; pues debe
reconocerse que también lo está en sus otras obras. Y tampoco se debe dejar sin
precisar que esa ‘vicisitud del yo’ no corresponde a la posibilidad
‘solipsista’, aunque sí a la de ‘contienda con el mundo’ (común a toda la
literatura) e igualmente a la posibilidad de ‘en busca de lo comunitario’.
Porque, precisamente, esta búsqueda de lo comunitario en CV se da aun cuando se
encuentre en prisión (se sabe que gran parte de los poemas de Trilce fueron escritos en prisión o
sobre la base del recuerdo de ella), pues su afán es de comunicación con otro,
y mejor si es con otros. Y eso se percibe en todos los poemas. Pongamos dos
ejemplos:
Y si
supiera si ha de volver;
y si
supiera qué mañana entrará
a
entregarme las ropas lavadas, mi aquella
lavandera
del alma. Qué mañana entrará
satisfecha,
capulí de obrería, dichosa
de
probar que sí sabe, que sí puede
¡CÓMO NO VA A PODER!
azular
y planchar todos los caos. (Trilce,
VI)
Oh
piedra, almohada bienfaciente al fin. Amémonos
los
vivos a los vivos, que a las buenas cosas muertas
será
después. Cuánto tenemos que quererlas
y
estrecharlas, cuánto. Amemos las actuali-
dades,
que siempre no estaremos como estamos. (Trilce,
LXX)
¿Que
estos versos son herméticos? Sí. Pero en ellos no hay solipsismo. Como tampoco
lo hay en los otros poemas de este libro, por más herméticos que sean (ni en
los de los otros libros). No creemos que «hermetismo» tenga como correlato
único el «solipsismo». De otra forma se estará cayendo en el más cerril de los
formalismos. El hermetismo solipsista de un Eliot tiene motivaciones
ideológicas diferentes del hermetismo solidario o, si se quiere, comunitario de
César Vallejo. Ese olvido del factor ideológico
clasista en la literatura —imperdonable en alguien que se reclama marxista—
hizo que MG equiparara a Vallejo y a Eielson, que son dos poetas de tendencias
opuestas. Veamos el caso. Analizando la obra poética de Jorge E. Eielson, en el
libro comentado, Miguel Gutiérrez se pregunta:
«¿Es
Eielson el gran poeta que la Generación del 50 ha dado al Perú? ¿Pero qué es
ser un gran poeta? ¿Existen diferentes formas de grandeza? Desde luego no lo
sería (no puede serlo) en la dimensión de Vallejo, que es el gran poeta de una
lengua, de una clase y de un pueblo. ¿Entonces lo es a la manera de Martín
Adán? Eielson es un poeta desgarrado, acaso de la estirpe de un Cavafis o de un
Cernuda. Y Eielson —nos atreveremos a afirmar— no es inferior a ellos ni en
capacidad para manejar esos “cuerpos gloriosos” que son las palabras ni en
sensibilidad para asumir con hondura la conciencia de su marginalidad» (B-1988:
81).
De lo
citado se colige que MG establece la diferencia entre Eielson y Vallejo,
considerando que el primero se inserta en la ‘vicisitud del yo solipsista’,
pues no es «el poeta de una lengua, de una clase y de un pueblo», como sí lo es
Vallejo.152 Y, por eso, al final del capítulo, dice: «No, Eielson no
es un gran poeta, pero sí, tal vez, el primero entre los excelentes poetas de
su generación» (op. cit., pág. 84). Sin embargo, en El pacto con el diablo vuelve a tratar de la obra de Eielson (no
solo poética), y —lo dice expresamente— con el fin de rectificar su apreciación
anterior: ‘de que no era un gran poeta’153. Y dice que «Jorge
Eduardo Eielson es un gran poeta, uno de los grandes poetas en lengua española
del siglo XX» (op. cit., p. 333). Ahora bien, sería desfasado censurarlo por
ese juicio; pero lo censurable, sí, es la conclusión a que llega después de ese
aserto: que el sitio de Eielson «en el canon de la literatura peruana debe
estar al lado o muy cerca de Vallejo» (Ibídem), y es censurable porque, en
principio, en la literatura peruana — como en cualquier otra— no hay un solo
canon; cuando se habla de solo un canon se debe reconocer que constituye una
función de la sociedad en que se vive, impuesto por una pequeña porción de la
sociedad a los demás, de acuerdo con los propios gustos e ideología de esa
pequeña porción de la sociedad, que, como un árbitro de esos asuntos, ha
determinado cuáles son las «normas» a seguir en literatura y arte. Siendo así,
el «canon» varía desde la concepción estética misma de los involucrados:
Eielson responde al canon de la estética formalista; Vallejo, al de la estética
realista. Y, más aun, si a esas estéticas se las confronta con los intereses de
cada clase del espectro social. Y esta precisión no debe conducir a poner a
Eielson en una posición inferior a Vallejo. Lo que sí busca es precisar que
tanto uno como otro son ‘grandes poetas en lengua española del siglo XX’, pero
cada uno con una identificación de clase distinta, lo cual obliga a restringir
la apreciación de MG cuando concluye que ‘Eielson debe estar al lado o muy
cerca de Vallejo’. Y se debe decir que no es así: que no están juntos (al lado,
uno del otro), no. Están separados. Porque sus obras responden a distintas
estéticas, poéticas y políticas. Porque Vallejo —en múltiples ocasiones de su
obra— se encargó de precisar que ‘él escribía para el analfabeto’, es decir,
escribía para «el otro», que dejará de ser analfabeto a través de sus herederos
en un mundo nuevo. Y Eielson también llegó a precisar la posición de su
escritura dentro de esa humanidad: que él escribía para «el yo», es decir, para
sí mismo o, lo que es lo mismo, para otro que como él se sienta encerrado «en
una habitación tan oscura / sin puertas y sin ventanas / pero claveteada por
dentro / sellada por fuera.»154
Ahora bien, por nuestra parte, podemos
explicar ese giro dado por MG, estableciendo que en su trayectoria intelectual
se puede hablar también de un «primer y un segundo MG»: el de antes de los 90 y
el de después de los 90. Y en esos casos de diáspora ideológica, hay que saber
distinguir muy bien el grano de la paja, cuando —por ejemplo— se cita frases
como la de «doctores del marxismo» de Vallejo. Sobre la base de ella no se
puede acusar a Brecht de «doctor del marxismo» porque calificó al llamado —por
otros, no por él— «padre de la poesía moderna», Charles Baudelaire, como «el
poeta de la pequeña burguesía francesa»:
de una
época [precisa Brecht] en que era indiscutible que los servicios de esbirro que
ella había prestado a la gran burguesía con la sangrienta opresión de la clase
obrera, no serían recompensados. Es el canto del gallo, que consta de tres
estrofas. La pobreza en él es la pobreza del trapero; la desesperación, aquella
del parásito; el escarnio, el del zángano (op. cit.: 306).
Lo que
hace Brecht es ser fiel a los principios del marxismo: analizar la poesía desde
la perspectiva de clase, y no obnubilarse con su «belleza formal», la misma que
no se devalúa con su calificación clasista o identificación de clase o posición
política. Y aun cabe cuestionarse si sería aplicable esa calificación de
«doctor del marxismo» al mismo Vallejo cuando afirma lo siguiente: «No es poeta
el que hoy pasa insensible a la tragedia obrera. Paul Valéry, Maeterlinck, no
son» (A-1973: 75). Vallejo aquí está usando un lenguaje hiperbólico, y más
sentimental que racional. La razón nos debe llevar a afirmar que Valéry y
Maeterlinck sí son poetas, pero de sus respectivas clases sociales. La clase
obrera consciente —el proletariado— no permitirá que se diga de Vallejo ‘que no
es poeta’; no lo será de la burguesía o de una supuesta «literatura única
peruana», pero sí lo es del proletariado y de las clases aliadas de este. Con
todo, lo ostensible es que el «último MG» ha decidido darle más énfasis a lo
poético que a lo político, en una entrevista que dio al diario Perú21, en el 2007 (mismo año de EPD), dice:
Hasta
mis ensayos del 80 puse el acento en las ideas, en los esclarecimientos
ideológicos y políticos. Claro, sin dejar de lado los aspectos formales y
estructurales de los textos. Sin embargo, en los últimos diecisiete años he
puesto énfasis en la dimensión del placer que produce el leer una obra. En
cualquier caso, en ambas etapas, ya una tercera intención: deseo suscitar en el
lector el amor a la literatura, ahora le doy más importancia a la dimensión
estética, al placer que genera. (Diario Perú21, 2007).
Y, no
obstante esa ostensible tendencia hedonista, MG sigue sosteniendo la posición
—que el marxismo también asume— de que: «La lectura ideológica de un texto
literario es absolutamente legítima, a condición de que no se descalifique en
el plano estético una obra sólo por las opciones políticas del autor». Y,
ciertamente, si alguien, llamándose marxista, hace lo contrario (descalificar
lo poético por lo político), debe hacerse merecedor del calificativo de «doctor
del marxismo». Pero de ahí a poner en el mismo nivel a dos escritores de
tendencias opuestas (Eielson/Vallejo) hay gran distancia, y más todavía si se
habla de «una sola literatura peruana», regida por un solo canon, con lo cual,
pues, los escritores que bregan por una literatura clasista opuesta a la
literatura burguesa, siempre van a correr el riesgo de ver devaluado su trabajo
si va a ser medido con ese único canon que, justamente, ellos están tratando de
eludir: la belleza por la belleza, el placer por el placer, la forma por la
forma. Y es, a todas luces, esta última la posición asumida por el «último MG».
Y tal parece que ha hecho carne en él, pues en un libro publicado en el año
2011, La cabeza y los pies de la
dialéctica, vuelve a censurar a los críticos de filiación marxista, y con
más virulencia:
… desde
la muerte de Mariátegui existía un gran vacío en los estudios y la crítica de
filiación marxista. Salvo encomiables excepciones, como algunos trabajos de
Manuel Baquerizo, la crítica marxista, o la que se hacía pasar por tal, tenía
un carácter dogmático y panfletario que revelaba incomprensión frente al hecho
literario en sí mismo y desprecio por la labor de los escritores dedicados a la
creación literaria (p. 15).
Obsérvese
que pone el ejemplo positivo (Manuel Baquerizo), mas no hace lo mismo con los
que denigra como ‘dogmáticos, panfletarios y hasta poco inteligentes y
despóticos’, es decir, calificativos que debieran usarse contra los enemigos de
clase, y no con quienes se ubican en el seno del pueblo, aunque se tenga
discrepancia con ellos. Sin embargo, MG insiste en ser severo con los
«dogmáticos marxistas» y complaciente con los «simpáticos reaccionarios»; por
ejemplo de Mario Vargas dice: «En cuanto a mí, creo que Vargas Llosa es un gran
novelista y un ensayista notable, irritante muchas veces por las ideas que
defiende, pero siempre deleitable por su escritura» (p. 15). Y, lo que es más
alarmante, dice que esas ideas de MV corresponden a las de la democracia,
cuando en realidad provienen de la dictadura burguesa expresada a través de la
ideología cara al escribidor: el neoliberalismo. Dice MG que MV en la
actualidad se encuentra en la fase:
… de
combate por la democracia desde una posición más bien libertaria, como lo viene
haciendo en la coyuntura política por la que atraviesa el Perú.155
La
apreciación de MG aplicada a la obra de escritores como Vargas Llosa o Eielson
fuera plenamente válida, si con ella no estuviera, de paso, restringiendo valor
a la obra de Romualdo, Rose, Scorza o Valcárcel, pues de estos dice, por
ejemplo: «… la poesía social de Romualdo, como la del primer Rose, la de
Scorza, la de Valcárcel, sin contar la de los epígonos, resulta insuficiente,
limitada (…) En cualquier forma se trata de una poesía poco dialéctica,
demasiado pasional y tal vez candorosa…» (La generación…, p. 76). «Sin contar
con los epígonos», dice; o sea que si los poetas mencionados (Rose, Romualdo,
Scorza, Valcárcel) son, para él, poetas menores; «los epígonos», prácticamente,
«no son poetas». Y todo esto lo dice alguien que en el 2011 acusará a los
críticos marxistas de ser ‘dogmáticos, panfletarios, poco inteligentes’ y,
además, despóticos, pues revelaban «desprecio por la labor de los escritores
dedicados a la creación literaria» (op. cit., p. 15. Ver cita supra). Se está
cumpliendo, así, lo dicho antes: de la situación de desventaja en que quedan
los poetas de las clases que luchan contra el sistema capitalista (incluida su
poética), si a todos se los incluye en una sola «literatura peruana» para ser
valorada con un solo canon estético; porque —como decía Aristóteles, citado por
Marx—:
todo
arte que tiene su objeto en sí mismo [que es el caso de la llamada «poesía
pura»] puede considerarse infinito en su ambición, ya que trata de aproximarse
cada vez más a dicho fin, a diferencia de las artes cuyo objeto exterior [que
es el caso de la llamada «poesía social»] se alcanza enseguida», y Marx agrega:
‘Por haber confundido ambas expresiones artísticas, algunos han creído
erróneamente que la elaboración formal y su incrementación hasta el infinito
son el objetivo final del arte’. (Marx, 1972-1: 157).156
Adherirse
al uso de un solo canon estético, pues, ha conducido a MG a reconocer su
existencia de manera magistral en los escritores (del verso o la prosa) de
ideología burguesa o pequeñoburguesa, atenuando la crítica a su ideología, como
hemos visto hace con Vargas Llosa o Eielson; pero también lo conduce a
restringir el mérito formal de los clasistas,
y para justificar esta crítica apela, precisamente, a su planteamiento de ver a
la poesía peruana como una sola, lo cual se ratifica con palabras del mismo MG,
al aludir a las —según él— «deficiencias de la poesía social»: «… pasar por
alto tales deficiencias —dice— revelaría una actitud patriarcal, de
condescendencia, no de relaciones de igualdad» (La generación… p. 77). Y no. La actitud patriarcal no se elimina
conciliando a los contrarios, tratándolos como iguales, sino actuando
dialécticamente, vale decir: marcando sus diferencias a nivel de concepción del
mundo y de ubicación en el mundo, juzgándolos en su época, que es algo que no
hace MG. Por ejemplo, cuando hace un balance de la «poesía social de los años
cincuenta», dice:
En arte
no se puede recorrer dos veces el mismo camino —sea el de Brecht o el de
Vallejo— y la poesía social, legítima en sí misma, debe seguir desarrollándose,
pero partiendo de que el mundo y la lucha por el socialismo se han tornado
infinitamente más complejos que en los años 50.
Es
decir, aquello que recomienda a los poetas sociales posteriores a la generación
del cincuenta, prácticamente se lo está haciendo como crítica a los mismos
poetas del cincuenta. MG, pues, está clausurando el «canon literario» de la
poesía social del cincuenta (y no vemos que haga lo mismo con el canon de la
poesía pura). O sea que esa prescripción absolutista de que «en arte no se
puede recorrer dos veces el mismo camino», es algo que debe verse con mayor
flexibilidad, si el mismo MG lo admite en la relación de Washington Delgado y
Bertolt Brecht o de Pablo Guevara y Dante Alighieri (La generación…), ¿por qué los poetas del futuro no pueden —o no
deben— asumir esa relación con Brecht y Vallejo e inclusive con Romualdo, Rose,
Scorza o Valcárcel sin que sea una relación mimética o servil? Si a todos ellos
se los debe ver como parte integrante de una tradición viva y no como elementos
desechables por el solo hecho de haberse constituido en pasado. Por otro lado,
es verdad que «el mundo y la lucha por el socialismo se han tornado
infinitamente más complejos», y, obviamente, en la actualidad no son los mismos
que en los años cincuenta del siglo pasado, pero ¿se debe aplicar esa
restricción a la base crucial que les da sustento: la lucha de clases? Una
lucha de clases que, precisamente, da vitalidad a esa tradición política y
poética de las clases explotadas. Lo que debe hacerse, en todo caso, es una
depuración de lo tradicional (incluida la tradición purista) buscando la
restauración de los mejores y auténticos valores del pasado, valores de los que
son depositarios sus mejores y auténticos poetas —valga la redundancia—.
El privilegiar un solo canon conduce a
asumir riesgos, evitables; por ejemplo, adoptar una actitud metafísica, porque
se instaura un absoluto: la poesía occidental; además de reconocer como
inmutable a la literatura y la cultura burguesa que es la que domina en
Occidente. De ahí que MG, abogue por un tópico de esa literatura: el permanente
cambio formal, porque se estima que la forma es la que prima en lo poético. Y,
desde esa perspectiva, se condena a todo aquel que muestra en su poesía los
ecos del pasado, aunque sea un pasado valioso como es la tradición poética de
lengua hispánica y, adoptando el cosmopolitismo propio de la vanguardia de comienzos
del siglo XX (que ya va también para pasado valioso), se propugna que lo
correcto es insertarse en la literatura inglesa, de preferencia, y después las
otras, europeas o no. En este sentido, refiriéndose siempre a la generación del
cincuenta, MG dice que no obstante algunos avances en la adopción de otras
tradiciones diferentes a la hispánica, como la inglesa, francesa, para la
generación del cincuenta «sin duda todavía no es el momento de la influencia de
la poesía en lengua inglesa: este llegará con los poetas del 60, quienes además
de introducir a Saint-John Perse, se abrirán a la poesía de otras culturas,
como la china…» (op. cit.: 67), y se supone que con la influencia inglesa
habría de llegar la liberación de lo hispánico y del «tiránico» endecasílabo;
pero esto no es tan apodíctico, como lo demostraremos con el caso de uno de los
más representativos usuarios del canon anglosajón, Antonio Cisneros. Veamos esa
alusión hecha —con cierta ironía— al uso del endecasílabo español. Dice:
… la
musicalidad y el ritmo [de la poética del 50] proceden del sistema hispánico
del verso, sea de Arte menor o de Arte mayor, con el predominio despótico del endecasílabo (… cursiva nuestra,
JC) (despotismo, tiranía, de la que ni el propio Vallejo pudo liberarse del
todo).157
Y es
esta una recusación del endecasílabo planteada muy al desgaire, sin ningún
sustento que la justifique. Igual se puede decir de otros «metros»: el
hexasílabo, el octosílabo, el dodecasílabo o cualquier otro. Con ello se sigue
tratando un asunto puramente formal que no empece a lo poético. Un verso libre,
de ascendencia inglesa, bien puede ser líricamente pedestre; por ejemplo: «El
miedo es la iluminación, ¿verdad? / Y nos acostamos silenciosamente después del
castigo / diario de los momentos presentes» (Manuel Velásquez Rojas158).
Mientras que estos endecasílabos sí rezuman un hondo lirismo: «¿Quién ha dicho
que en plena medianoche / no debe hacerse un canto de amor puro?» (Gustavo
Valcárcel159). En verdad no se explica ese vilipendio al endecasílabo,
si es un metro que se filtra —sin desmerecerlo— en el verso libre de, por
ejemplo, Antonio Cisneros (también de estirpe anglosajona): «En el piso más
alto de la casa —fuentes de mármol y rosas talismán— vive la vieja dama del
imperio»; es la estructura de un solo verso libre, y se puede apreciar en él la
existencia de tres miembros melódicos, separados los extremos (endecasílabos)
por el que va en medio entre guiones (dodecasílabo).160 Veamos otro
ejemplo, similar al de Cisneros. Los siguientes versos libres de Heraud: «Y es
aquí cuando/ más me precipito./ Cuando puedo llegar/ a los corazones,/ cuando
puedo/ cogerlos por la sangre,/ cuando puedo/ mirarlos desde/ adentro»161,
versos estos que pueden adoptar la siguiente estructura: ‘Y es aquí cuando más
me precipito (11), Cuando puedo llegar a los corazones (12), cuando puedo
cogerlos por la sangre (11), cuando puedo mirarlos desde adentro’ (11). Esta
situación ya la previó con sagacidad don Manuel González Prada. Decía el
Maestro: «Lo que da forma a cada verso, lo que le infunde un aire peculiar o de
familia, es la unidad rítmica, la continuidad en el ritmo [es decir] las pausas
que periódicamente le dividan en partes capaces de ser dislocadas como otras
especies de versos»162, que es lo que hemos visto ha ocurrido con
los versos de Cisneros (el verso largo se subdivide en versos cortos) y de
Heraud (los versos cortos se integran en versos largos), sin que la presencia
del endecasílabo, en cada caso, cause desazón. Es decir, insistimos, el problema
no es el endecasílabo. El quid del
asunto está en la estructura rítmica, la misma que, si nos atenemos, a los
conceptos de Dámaso Alonso sobre el ritmo de la prosa163, podemos
—en relación con sus pausas fónicas— ver que en ella misma puede saltar la liebre
del ritmo endecasílabo, como es el caso de la prosa que el propio MG usa —sin
lirismo por cierto— en, por ejemplo, Confesiones
de Tamara Fiol (que cito al azar):
Era un
retrato de estudio que ella 11
sílabas
Se
había tomado a los veintiocho años 11
sílabas
Pocos
meses antes del accidente… 11
sílabas (p. 12).
¡No
quiero saber nada de esa perra! 11 sílabas (p. 53)
Después
del rock, la salsa era mi ritmo 11
sílabas
Y mis
ídolos preferidos eran 11
sílabas
Jimmy
Hendrix y el primer Santana 11 sílabas
Pero no
había bailado boleros… 11 sílabas (p. 313).
El
problema —repetimos— no es el endecasílabo o el octosílabo o el hexasílabo; y,
a propósito, ya Rubén Darío, hacía la siguiente observación (al parecer a
quienes despotricaban del hexámetro o hexasílabo): «En todos los países cultos
de Europa se ha usado del hexámetro absolutamente clásico sin que la mayoría
letrada y, sobre todo, la minoría leída se asustasen de semejante manera de
cantar. En Italia ha mucho tiempo, sin citar antiguos, que Carducci ha
autorizado los hexámetros; en inglés, no me atrevería casi a indicar, por
respeto a la cultura de mis lectores, que la Evangelina de Longfellow está en los mismos versos en que Horacio
dijo sus mejores pensares…» (es decir: en hexámetros).164
Insistimos, el problema no es del endecasílabo, el octosílabo o el hexasílabo,
estos son basamentos formales que no deciden la suerte del poema. Cuánta razón
tenía José Carlos Mariátegui165, cuando dijo que: «… no es el caso
de hablar de modernismo. El modernismo no es solo una cuestión de forma, sino,
sobre todo, de esencia. No es modernista el que se contenta de una audacia o
una arbitrariedad externas de sintaxis o de metro. Bajo el traje huachafamente
nuevo, se siente intacta la vieja sustancia.» Pero, además y por último, esa
injusta valoración literaria comparada, a partir de un solo canon, lleva a MG a
practicar cierto eclecticismo contradictorio, a reconocer primero que la novela
Así se templó el acero de Ostrovski
es un ‘libro conmovedor e intenso’ (p. 30 de EPD), pero en la p. 292, dice:
La
defectividad, la masoquista degradación, la lenta caída en el vacío del joven
Santiago Zavala no son consecuencia de la ominosa, corrupta y mediocre
dictadura odriísta (que apenas lo rozó), ni del dogmatismo y chatura
intelectual de los integrantes de la cédula (sic: ha debido decir ‘célula’)
“Cahuide” del PCP, ardientes y enajenados lectores de una novela tan ‘primitiva
y maniquea’ como Así se templó el acero…,
sin
percatarse de que, en los años en que se sitúa Conversación en La Catedral, no podía ocurrir con esos personajes
lectores de Así se templó el acero
algo distinto que la admiración. Y esa apreciación que MG hace de MV lo lleva
incluso a formular proposiciones como esta, controvertible por decir lo menos:
Vargas
Llosa se convirtió en un escritor polémico, provocador, lo cual en sí mismo es
legítimo y saludable en la medida que se atrevía a exponer su pensamiento en momentos en que el mundo aún giraba por
el camino de las revoluciones. (EPD-2007: 15).
Es
decir, según esa propuesta (resaltada con cursiva por nosotros), «el camino de
las revoluciones» ya está clausurado. Porque, si esa época confrontacional de
MV con la revolución se ubica en la década de los setenta, y vemos que es hacia
el año 2007 que MG dice que en los setenta «el mundo aún giraba por el camino
de las revoluciones», entonces parece decir que eso ya pertenece al pasado y el
camino de la revolución ya ha sido clausurado. Una revolución de la que todavía
en la década de los ochenta MG decía — avanzando en la lectura del libro— que
habiendo caducado ya «la era de las revoluciones demo-liberales, y con el
triunfo de la revolución bolchevique se había inaugurado la era de la
revolución proletaria mundial y de las revoluciones de Nueva Democracia
dirigidas por el proletariado» (p. 272), y, sin duda, MG se está refiriendo al
camino de la revolución proletaria que — como la demoliberal— ya habría
caducado hacia el 2007, porque si en los setenta «el mundo aún giraba por el camino de las revoluciones», después de entonces
—se sugiere con ese «aún»–: ya no estaría ocurriendo eso (como si las
revoluciones tuvieran fecha de producción y de caducidad). Expuestas las cosas así, todo parece indicar
que el prólogo de EPD constituye lo
que podría llamarse una especie de ‘redefinición de la posición y concepción
del mundo’ de su autor.166 Veamos lo que dice en la parte final de
dicho prólogo:
Visto
desde la perspectiva que confieren los años, el autor de los trabajos aquí
reunidos es un individuo que, persistiendo en los principios básicos que han
orientado su vida —su adhesión a la causa popular y al socialismo, y su
distancia frente a los poderes que gobiernan el mundo—, no ha permanecido
inmune ante los acontecimientos históricos, sociales y políticos que sacudieron
al Perú y el mundo en las décadas finales del siglo pasado y comienzos del
siglo XXI. Este proceso, naturalmente, ha influido en mi pensamiento y en mi
escritura. Así, he morigerado en algo el tono confrontacional de mis
exposiciones, he cuidado en matizar más mis planteamientos, he conferido más
peso a la línea del placer que toda obra válida suscita, he acentuado cierto
espíritu heterodoxo que siempre estuvo en mí y he añadido una razonable dosis
de escepticismo a todas mis certezas sociales humanas.
Leído,
con objetividad, este último párrafo del prólogo citado, se puede concluir que
no es una declaración sino una abjuración167 de principios,
empezando por eso de «la perspectiva que confieren los años», como si la vejez
se convirtiera en salvoconducto para la evasión. Más deslumbrante es la frase
de José Saramago: «Soy más viejo, por tanto más libre, por tanto más radical.»
Y, en esa encrucijada del estilo usado por la juventud y por la vejez, Marx
(ese fabuloso viejo) le decía a su amigo Engels:
Cuando
releía de nuevo tu libro he advertido con dolor que nos hacemos viejos. ¡Con
qué fragancia y pasión, con qué audaz previsión, sin dudas eruditas y
científicas está escrito! La misma ilusión de que mañana o pasado mañana se
podrá ver con los propios ojos el resultado histórico, infunde a todo tanto
calor y optimismo, que nuestra manera posterior de escribir ‘en tonos sombríos’
produce un sentimiento de endiablado disgusto (A-1976: 324-325).
Y,
volviendo al planteamiento de MG, este es expuesto a través de
dos mecanismos sorprendentes en su estilo: a) el cambio de persona (que
él mismo cuestionó en Arguedas168): ir de la primera persona a la
tercera, para volver otra vez a la primera, y b) la proposición silogística,
por la que se plantean las premisas condicionantes para llegar a una
conclusión. Y, en el primer caso, eso le permite al autor tomar distancia de
los hechos, para convertirse —desde la tercera persona— en «un individuo que
persiste en sus principios (...) y no ha permanecido inmune» a la época que le
tocó vivir; para —con el segundo mecanismo— llegar de esas ‘premisas
condicionantes y con distanciamiento’, a las siguientes conclusiones —que ahora
asume el autor, retomando la primera persona: ‘he morigerado en algo el tono
confrontacional, he cuidado en matizar más mis planteamientos, he conferido más
peso a la línea del placer, he acentuado cierto espíritu heterodoxo, he añadido
una razonable dosis de escepticismo a todas mis certezas sociales humanas’.
Es decir, de inmediato salta a la vista
que hay una contradicción en ese planteamiento. En principio, al hablar de los
acontecimientos «que sacudieron» al siglo pasado y que —él mismo lo reconoce—
continúan en los comienzos del siglo XXI, ¿se puede decir que ya se han
superado las causas que los originaron y originan, al extremo que se pueda ya
morigerar el tono, matizar los planteamientos primigenios, desviarse hacia el esteticismo
(que, obviamente, entraría en contradicción con un tono radical y con
planteamientos maximalistas), y reconocer que nunca se ha sido ortodoxo o que,
en todo caso, la ortodoxia reconocida a la época de Narración169 fue
aparente, porque —dice— «he acentuado cierto espíritu heterodoxo que siempre
estuvo en mí», y, peor todavía, que a toda esa metamorfosis de los arrestos
optimistas de la juventud, se le cargue una concepción contraria: la ideología
del escepticismo, y, para colmo, un escepticismo que alcanza «a todas —dice—
mis certezas sociales humanas»? Si todo eso no es abjuración de los principios
primigenios, es por lo menos lo que decía Marx: un «chalanear con los
principios». Porque se puede hacer concesiones en las tácticas, pero no en los
principios. Recordando esta posición marxista, Lenin dice:
La
doctrina de Marx y Engels no es un dogma que aprendemos de memoria. Hay que
tomarla como guía para la acción. Lo hemos dicho siempre y creo que hemos
actuado en concordancia con ello, sin caer nunca en el oportunismo, sino
modificando la táctica. Pero esto no es en modo alguno un abandono de la
doctrina y de ningún modo se puede calificar de oportunismo. He dicho y lo
repito una y otra vez, que la doctrina no es un dogma, sino una guía para la acción
(En: «Prólogo» a Marx, Correspondencia,
A-1976: 21.)
______________
(149)
«Hemos de guardarnos bien de aventurarnos en frases como ‘todas las grandes
obras de arte fueron populares’. Un pequeño cálculo nos mostrará que es del
todo imposible calificar de grande únicamente lo que es popular, es decir,
declarar la frase válida para todos los tiempos. Son necesarias circunstancias
sociales muy bien determinadas para que el carácter de popular pueda ser tomado
como criterio de grandeza» (Brecht, A-1973: 244).
(150)
«Puede ser —dice Brecht— que en algunas de las declaraciones se señalaran
criterios demasiado formales para el estilo realista, y puede que a más de un
lector se le ocurriera, por ello, pensar que lo que se quería dar a entender es
que un libro ha sido escrito de forma realista cuando ‘está escrito como las
novelas realistas burguesas del siglo pasado’. Naturalmente esta no era la
idea. Un escrito realista solo puede distinguirse de uno no realista
confrontándolo con la realidad misma de la que trata. No hay formalidades
especiales que observar. Será bueno tal vez presentar aquí al lector un
escritor del pasado que escribió de modo diferente al de los novelistas
burgueses y, sin embargo, hay que calificarlo de gran realista» (1973: 250.)
(151)
«Es incuestionable —dice Guillermo de Torre— que existe una desintegración del
individuo en todos los campos de la experiencia contemporánea, una escisión
divergente: de un lado el yo
colectivo, funcional, que se ensancha, y de otro el yo humano, realmente,
personal, que se reduce, asaltado por técnicas, políticas, y masificaciones. La
colectividad escinde el ser desde fuera; los procesos ideológicos y
psicológicos, desde dentro» («Panorama actual de las literaturas», en: Cuadernos del idioma N° 8, Buenos Aires:
Editorial CODEX, 1967, pp. 71-72).
(152)
Eielson —diría J.C. Mariátegui— es de la estirpe de Eguren.
(153)
Apreciación que MG explica en parte por «los factores ideológicos y hasta las
turbulencias del momento político», y, en otro momento, reitera: «no puedo
descartar las interferencias ideológicas que obraron en mi valoración de la
poesía de Eielson» (B-2007: 323-324). El texto específico se titula: «En busca
de Jorge Eduardo Eielson: rectificación obligada».
(154)
«Poema para leer de pie en el autobús entre la Puerta Flamínea y El Tritone»,
en: Mirko Lauer y Abelardo Oquendo, Vuelta
a la otra margen, Lima, Casa de la Cultura del Perú, 1970, p. 168. Y esta
antología resulta ser un testimonio clarísimo de esa separación que hemos
planteado aquí, en tanto en ella no se incluyen poemas de César Vallejo. Ello
indica que los antólogos consideran que César Vallejo está en la margen opuesta
a la de Eielson y los otros antologados.
(155)
MG, «De marginales, heterodoxos, bufones de la corte y otros frente al poder»,
en: La cabeza y los pies de la dialéctica,
B-2011: 408. Al parecer MG confunde «liberal» (el ideólogo burgués) con
«libertario» (el ideólogo anarquista). Y, por más que se tratara de la debacle
del gobierno de Fujimori (el artículo fue escrito en el año 2000), la
participación de MV nunca fue de lucha por la democracia verdadera, popular,
sino por la continuidad de la democracia burguesa, es decir, por la dictadura
de la burguesía. Y eso es algo que un marxista no podía dejar de ver.
(156)
La conclusión de Marx en el original se refiere a la economía, por eso hemos
hecho una paráfrasis para adecuarla al arte y, por extensión, a la poesía.
(157)
Esta cita la hacemos de la segunda edición de La generación… (B-2008: 79). Aquí se ha corregido un error de la
primera edición, en esta dice: «(despotismo, tiranía, [de la] que ni el propio
Vallejo pudo liberarse del todo)» (p. 62), la corrección corresponde al
agregado que va aquí entre corchetes, agregado que faltaba en la primera
edición; pero, aun así, persiste un error en la concordancia de género, pues ha
debido decirse ‘despotismo, tiranía, del
que (o, en todo caso, pudo decir: ‘de que’) Vallejo...’ Asimismo, es confuso el
que «predominio despótico del endecasílabo» vaya después de «Arte menor o de
Arte mayor», ya que el endecasílabo no puede estar en los dos.
(158)
Manuel Velásquez Rojas, «La voz del tiempo», en: Alberto Escobar, Antología de la poesía peruana, Lima,
Ediciones Nuevo Mundo, 1965, p. 189. (Fue sintomático que en la segunda edición
de esta antología, el antólogo no volviera a seleccionar a este autor.)
(159)
Gustavo Valcárcel, «Canto I» de Cantos
del amor terrestre, México, Editorial Espacios, 1957.
(160)
Antonio Cisneros, El libro de Dios y de los
húngaros, Lima, Libre 1 Editores, 1968, p. 35.
(161)
Javier Heraud, fragmento del poema 4 de El
río, en: Poesías completas y homenaje,
Lima, Ediciones de la Rama Florida, 1964, pp. 33-34.
(162)
Manuel González Prada, Ortometría.
Apuntes para una rítmica, Lima, UNMSM, 1977, p. 20.
(163)
Cf. «Ritmo del verso y ritmo de la prosa», en: «La musicalidad de la prosa en
Valle Inclán», Dámaso Alonso, Materia y
forma en poesía, Madrid, Gredos, 1965, pp. 271-275.
(164)
Rubén Darío, «Prólogo» a Cantos de vida y
esperanza, Buenos Aires, Espasa-Calpe, 1964, p. 20.
(165)
José Carlos Mariátegui, «Poetas nuevos y poesía vieja», en: Peruanicemos al Perú, Lima, Amauta,
1972, p. 18.
(166)
«Durante años estudié los textos clásicos del marxismo, en especial las obras
de Mariátegui y Mao TseTung», EPD,
13.
(167)
«Retractarse, renegar, a veces públicamente, de una creencia o compromiso que
antes se ha profesado o asumido» DRAE.
(168)
Refiriéndose a Los ríos profundos, MG
precisa que es muy crítico o aventurado «pasar abruptamente de un punto de
vista a otro. Es decir, mientras más del sesenta por ciento del texto lo lleva
en primera persona, en el resto pasa a tercera persona, algo que un escritor
con formación más moderna no se permitiría» (Cf. Arroyo, A-1992: 115).
(169)
«El tono de combate de mis artículos —muy acentuado en los tiempos de
Narración— fue el resultado de mi adhesión al pensamiento marxista» (EPD, 13).
Respetuosa crítica a la crítica
Julio Carmona
Aludo
en el título de este artículo a la estudiosa mexicana de la literatura Araceli
Soní Soto, de quien he leído un artículo en torno a uno de los poemas de Trilce,
de nuestro inmarcesible César Vallejo. Ella dice que Trilce dio
impulso «a los cambios gestantes del movimiento literario de vanguardia en
América Latina»[1]. Según esta autora, resulta que CV, sin saberlo, no solo perteneció a
la vanguardia (por haber actuado en la misma época, como veremos que dice ella
más adelante) sino que le da impulso a su gestación. (Pero cabe preguntarse,
entre paréntesis: ¿cómo podía Trilce ‘impulsar los cambios
gestantes de la vanguardia en América Latina’, si en su mismo país ‘nació en el
mayor vacío’, y el interés —tardío— que despertó fue después de ser publicado en
España, en los años treinta?) Pero, además, la autora agrega otras opiniones
realmente traídas de los cabellos. Dice:
«Vallejo no recurre en esta ocasión al ensayo, al artículo o a la
crítica para explicar y justificar el surgimiento del nuevo movimiento[2] y la necesidad de búsqueda de nuevas formas expresivas que los
poetas de su generación intentaron infringir, sino que a través de un poema, el
LV, nos hace comprender el porqué de la transgresión de las normas sintácticas,
gramaticales, léxicas y fonéticas de la vanguardia, frente a los versos
medidos, la perfección de los hemistiquios y la exquisitez de las expresiones,
que por esas fechas, los poetas de la época comenzaron a valorar como un
lenguaje de fórmula.»
Y, a continuación agrega que en su trabajo va a ubicar «a Trilce dentro
del contexto literario en el cual surgió [es decir: lo va a ubicar dentro de la
vanguardia y]; de este modo observaremos hasta qué punto responde a las
características de la época, dado su hermetismo y su difícil comprensión» [o
sea que está reduciendo a la vanguardia a las características de la
experimentación formal cuyas consecuencias serían el hermetismo y la difícil
comprensión]. Y también dice que: «El poema LV es tan sólo un ejemplo del
estilo de Trilce y constituye un ejercicio metapoético, en el
que están presentes dos estilos diferentes que tratan el mismo tema. El primero
representa, al lado de Samain, la estética simbolista decadente y el segundo,
el de vanguardia, cuyo ejemplo más notable es Trilce, al lado de César
Vallejo». Pues bien, si dice que el poema LV «es tan solo un ejemplo del estilo
de Trilce», se debe colegir que en Trilce hay otros ejemplos del
estilo no solo de Trilce sino de CV, que no se reducen a la
pura experimentación formal. Y esto lo reconoce la autora en lo sucesivo, pues
dice que el poema LV
«Es un ejemplo palpable de los cambios gestantes en la vanguardia y
más allá de ella, puesto que, como sabemos, Trilce trasciende
las características formales de ese movimiento a favor de expresiones auténticas
y vivenciales».
Pero, después de punto seguido agrega otra idea que es también
discutible. Dice: «Ambos poetas, Samain y Vallejo aluden a la muerte, pero lo
hacen de modo distinto». Sin embargo, si se lee el verso de Samain que CV cita
en el poema (y es el siguiente: «el aire es quieto y de una contenida
tristeza»), en este verso no veo por dónde aparece la muerte. Y aunque CV sí
menciona a la muerte en su contraposición:
«Vallejo dice hoy la Muerte está soldando cada lindero a cada hebra de
cabello perdido, desde la cubeta de un frontal, donde hay algas, toronjiles que
cantan divinos almácigos en guardia, y versos anti sépticos sin dueño»,
lo
que está confrontando no es propiamente (como dice la autora) dos maneras de
comprender la poesía ni que ‘el poema constituya un ejercicio metapoético’,
sino una manera de entender la vida. Samain la presenta como motivo de
contemplación, que es «como ver llover»: ‘como un aire quieto y de una
contenida tristeza’. Entonces con el símbolo del aire, más bien se puede decir
que Samain está aludiendo a la vida, porque hasta el más acérrimo idealista no
puede dejar de reconocer que sin el aire se acaba la vida, aunque, sí, el
idealista aprecia a la vida pero como algo estático. Mientras que un poeta
realista —y es el caso de CV— la ve en constante movimiento. Y nos dice que la
única alternativa que tiene el hombre para constatar que se acerca al fin de la
vida es el avance de su edad (es decir: su movimiento vital) y un símbolo de
esta es el «cabello perdido» [valga hacer aquí la siguiente atingencia: que un
poeta realista no tiene por qué enemistarse con los recursos poéticos que
existen independientemente de sus creadores, como el símbolo o la metáfora],
pero además de ese signo de avance en la edad (el cabello perdido), hay en el
hombre todo un cúmulo de elementos materiales, comunes, domésticos (‘algas,
toronjiles como almácigos en guardia’) que se van almacenando en la conciencia,
actuando esta como «la cubeta de un frontal», y el último de esos elementos
(que causa cierto desconcierto) es los «versos antisépticos sin dueño» que
—recurriendo al significado de la palabra antiséptico: sustancia o medicamento
que se emplea para destruir los gérmenes que infectan un organismo vivo o para
evitar su existencia— se puede inferir que lo que salva al hombre de la muerte
es su capacidad creadora: y los versos son la expresión de esa capacidad, y con
esos ‘versos sin dueño’ se puede impedir el triunfo de la muerte, porque todo
lo que crea el hombre no tiene dueño, y por eso decía arriba que los recursos
poéticos existen independientemente de sus creadores. Y hacen que prevalezca el
triunfo de la vida, vista como acción y no como contemplación, que es lo que
denuncia CV en la concepción simbolista que él ilustra con el verso de Samain.
Porque, sí, en efecto, el poema de CV es una contraposición de visiones,
pero no metapoéticas, ni mucho menos que sea para que CV proponga la poética
vanguardista como pretende la autora.
Biografía del Hombre Caviloso y de Chanzas:
Vallejo
Roque Ramírez Cueva
Existen hombres en el mundo cuya creación
sirve para que otros, muchos, pigmeos pretendan alcanzar estaturas negadas, y
no para reventarle cuetes, a la obra, como bien merecido lo tienen sus
creadores. En ese propósito tales pigmeos, geniecillos se alucinan, osan emular
al doctor Frankenstein e intentan construir su monstruo, sin poder entender que
esos hombres de obra única y genial son ya “monstruos” en sí, si lo entendemos desde
la visión desenfadada de los jóvenes. Los lectores conocemos, en este país, a
varios remedos de creador del monstruo más popular salido del paraíso
romanticista.
Desde esta premisa, vamos a percibir como
nuestro poeta universal ha sido esquematizado de sufrido y taciturno por gente
y poderes que lo hubiesen reconstruido –si pudieran- en un gentil hombre de
letras, bohemio, sempiterno afligido y adusto, de triste figura como el
caballero de Cervantes. Sin embargo, contrario a esa imagen, Vallejo fue un
hombre mesurado, no locuaz como casi todo el clan de los hombres de la Sierra
de antes de 1940, de vida aldeana aún, más la alegría andaba con él, por eso
sonreía al describir los parajes y gente andinos en su mundo letrado, ese sonreír queda
impregnado por siglos sobre todo en sus versos: “¡papales, cebadales,
alfalfares, cosa buena” (poema “Telúrica y Magnética”); estas dos últimas voces
ufanan a ese ser parco, sobrio hombre de sierra y lo hacen sino carcajear,
sonreír, al simbolizar los histriónicos “¡Oh, patrióticos asnos de mi vida!”, y
la broma coprolálica de los campesinos norteños “¡y los demás, me las pelan!”. Los
indicados pigmeos, ignorantes de asuntos relacionados con la escritura vital,
obedientes al mandato de los censores, pretendieron despojarlo de esa faz
divertida, irónica y sagaz.
Estas percepciones divergentes, se
evidencian en el libro de Stephen M. Hart, titulado César Vallejo. Una Biografía Literaria. Lima, editorial Cátedra
Vallejo, 2014. Traducido de la versión original César Vallejo. A Literary Biography, Tamesis Book, 2013; única en
su especie, como bien nos hace recordar el firmante de la presentación de este
volumen biográfico, Marco Martos, por ser la primera biografía completa que
registra los sucesos vitales de Vallejo desde su nacimiento hasta su
posteridad. El poeta Martos también nos hace notar que los hechos conocidos y
difundidos sobre la ida y obra del poeta del “Perú al pie del orbe”, hasta
antes del trabajo de Hart, son fragmentos inconexos publicados por distintos
autores, obviamente con diferentes puntos de vista al reconstruir la vida del
predilecto de Santiago de Chuco, desde el testimonio del amigo europeo Juan
Larrea, hasta los datos vertidos por su viuda Georgette, pasando por otros que
en su investigación menciona Hart.
Esta relación acerca de la existencia de
nuestro poeta universal y Chuco santiaguino, importante por ser –ya dijimos- la
primera biografía integral de César Vallejo, nos plantea preguntas cuando no
dudas por la información obtenida de fuentes no objetivas. Como aquello del
niño César marginado por la maledicencia prejuiciosa de creyentes pueblerinos,
supuestamente, por el hecho de ser descendiente de un abuelo sacerdote. Es
difícil demostrar cuál habría sido la comprensión y la actitud psicológica con
que el niño asume la noticia de tener un abuelo Cura, y ¿si el niño se sintió
marginado? Además, sí hubo cuestionamientos a su descendencia no necesariamente
sus efectos perdurarían a lo largo de su existencia; ejemplo, el hecho de
acceder a la universidad, luego integrar y codearse con la élite intelectual
trujillana, en su juventud, lo colocaba en una situación social y cultural privilegiada
y envidiada, respecto de sus compañeros y vecinos marginadores.
Bien sabemos los peruanos que buena parte
de los escritores y artistas provincianos provenientes de hogares humildes, han
pasado y pasan por estas circunstancias, una vez que se consolidan por su obra,
son cuando menos sino invitados, saludados por la élite provinciana que, a
pesar de no interesarle el arte ni la cultura, los asumen como logros del
orgullo de sus terruños. De esta manera, después de todo, sólo se trató –de ser
cierta la objeción- de chanzas o burlas de niños, y estas se acabaron cuando terminó
la escuela y parte a otro lar, Huamachuco, a estudiar la secundaria y luego a
Trujillo. En todo caso, es dura y cruel, e incluso se vuelve un gran problema,
la marginación socio económica generada por los
latifundistas, la familia de éstos, por autoridades y funcionarios que
respaldan el latifundismo antes, y hoy el capitalismo. Y de esto tampoco hay
certeza que Vallejo la haya padecido en extremo.
Las fotografías de la familia Vallejo
Mendoza muestran que la ropa vestida por sus miembros, no indica que hayan
formado parte del último escalón en el ámbito social, visten sus mejores galas
y no se les ve con pantalones, camisas y vestidos domingueros, propios de la
usanza campesina. Usan trajes de librea y corbata michi, las mujeres no usan
polleras de campesinas. Esta contradicción la deja advertir el mismo Stephen
Hart al revelar que el padre de nuestro poeta tenía cierto estatus, llegó a ser
gobernador del distrito, no se aclara si fue un Subprefecto (título dado a
quien representa al estado), aparte de ser “abogado defensor”. Visto así, los
niños Vallejo crecieron en un ambiente de resguardo económico –pequeña
burguesía- que incluso les garantizaba acceder a la universidad, asunto difícil
en la época por ser un nivel de estudios reservado a las élites latifundistas y
mercantilistas, la pequeña burguesía accedió por el destacado talento de sus
hijos, en contadas ocasiones.
Otro sustento dado al supuesto “trauma”
padecido por Vallejo, es el hecho de que sus padres –por ser hijos de Cura-
fueran enterrados fuera de los lindes del terreno del cementerio. Pudieron ser
enterrados fuera del campo santo por
diversos hechos; por un litigio de tierras que le restó extensión al terreno;
por un fenómeno climático que reacomodó el espacio del cementerio, etc. Veamos,
la familia no fue estigmatizada por la Iglesia, todos fueron bautizados incluso
César; y si fueron bautizados los padres e hijos, y fueron aceptados en el seno
institucional de la Parroquia, ¿Cómo explicar que a la muerte del padre, fuera
marginado enterrándolo fuera del terreno del cementerio? El Párroco no pudo
haber influido porque fueron aceptados en las ceremonias católicas, los
poblanos no podían imponerse a las decisiones de la Iglesia en esa época.
Parece ser una especulación subjetiva de las fuentes consultadas por Hart.
En su niñez, dice Hart, Vallejo fue
estimado, cuando no querido, por los vecinos y las familias de los vendedores
alrededor de su vivienda. Si era estimado por los padres, los hijos de éstos y
sus compañeros de juego y de clase, también lo iban a estimar por el ejemplo
que recibían de sus mayores. Luego, la figura de paria y acomplejado social,
por ser nieto de Curas, no tiene solidez. Entonces, en la primaria realizada en
Santiago de Chuco es estimado; y la secundaria la realiza en Huamachuco, ciudad
que lo mantiene alejado de las “maledicencias” de los santiaguinos, aunque no
de los propios familiares, fuente oral y escrita interesada en presumir de
tales presunciones.
No obstante, la biografía de Hart es
detallada en información recogida de escritores como Izquierdo Ríos y Esteban
Pavletich, Ciro Alegría y Spelucín. Sus datos nos cuentan las andanzas de
Vallejo trabajando de maestro en la Sierra Central, en Cerro de Pasco, donde
trabaría relación amical con el anarquista italiano Américo España, la primera
influencia de un pensamiento rebelde asida por Vallejo, si es que antes no
conoció en la Universidad de San Marcos, algún amigo o maestro que le hablara
de ideas revolucionarias, de trasformaciones sociales. Su primer soneto lo
publica en 1911 en la revista “El minero Ilustrado; y en este poema –hace notar
Hart- ya se percibe el sello de experimentación lingüística que distinguirá a
Vallejo, entre versos formales incluye la voz “soledumbre” de nítido uso y
raigambre popular.
Volviendo al perfil triste con que algunos
esbozan su retrato, según se advierte al inicio de estos apuntes. Espejo A. y
Ciro Alegría lo describen como alguien que emana tristeza, no sabemos si por
influencia de ese clisé tendencioso de opacarlo con esa supuesta melancolía que
“desde siempre” lo envolvió; tal vez por la errada observación de fotografías
(sabemos sólo son expresión fugaz de un momento) que muestran, antes que una
actitud una incierta pose. En el fondo, confunden la expresión de un hombre pensativo,
caviloso, en tanto estaría preocupado e inquieto por los acontecimientos, por
la cruda realidad que experimentaba de continuo, a diario; o simplemente
ocupaba su mente en las labores y exigencias del estudio. No olvidar que Hart
en probada información lo recuerda como un brillante estudiante; y todos
sabemos que no se es capacitado y sobresaliente por inspiración y talento nato,
sino por –como dirían los abuelos- machacarle a los libros, esto es leer y
analizar de constante, por ejercitar la reflexión crítica, por entrenar la
memoria (actualizarla). El trabajo riguroso que demandó la elaboración de su
tesis, así lo evidencia.
Si la información de Hart indica que
Vallejo en su niñez fue parco, de apariencia adusta, a la vez que alegre,
divertido y bromista; esta configuración no puede haber variado mucho de
adulto, entendiendo que –tal como lo indica la psicología- la personalidad de
las personas se forma y define hasta los 18 a 20 años de edad, y luego no se
modifica, no cambia. Entonces la alegría se mantendrá junto con la adustez.
Aparte que una persona puede ser de look (apariencia) adusto, parecer
melancólico, a la vez que ser bromista, divertido con la familia y amigos más
íntimos.
Esa expresión desgarradora que dicen
percibir Ciro Alegría y Espejo A., son actitudes asumidas para respaldar un
discurso oficial “políticamente correcto” que pretenden ver en la figura de
César Abraham. Es una percepción sesgada como la de muchos que intentan
establecer una relación entre el hombre caviloso y el desgarro de sus
expresiones poéticas. Y, sí, en su poesía hay desgarro intenso pero sólo cuando
la imagen poética lo necesita, como también hay optimismo, ironía y alegría,
según el contenido y forma de sus versos lo exijan. Sin embargo, creemos que la
opción de Ciro Alegría se aproxima más a la de un afecto solidario de querer
compartir un desgarro humano cuya sensibilidad de escritor le obliga a condenar
y entender, tal como las voces poéticas vallejeanas lo hacen.
La biografía de Hart incorpora la exégesis,
la crítica literaria para ampliar desde otro ángulo, el de la lectura crítica,
el dato histórico. Leamos, le dedica páginas, varias, al poema acerca la muerte
de su hermano Miguel; y otras tantas, a los supuestos amores reales no
ficticios del autor Vallejo, por lo cual intentan relacionar dichos amores
reales con los personajes ficticios que mencionan sus voces poéticas. Esto es
interesante para el lector no entrenado en la lectura de obras; sin embargo,
por qué complacer en la presente biografía al lector llano, quien como el
pedestre habitante de aldeas quiere esculcar la vida íntima del prójimo. ¿Por
qué preocuparse de ser el descubridor de la identidad de los personajes
ficticios que supuestamente el autor los
trasladó desde la vida real? Difícilmente, el poeta haría esa permuta simple de
trasladar sus reales amores femeninos al ámbito de la ficción, sólo cambiando
su nombre, ¿esa es la genialidad del poeta que tanto aplauden?
Seguimos preguntando, ¿qué es importante,
interpretar la expresión y sentimientos y emociones de las voces poéticas; o
relacionar la identidad y castidad fidedignas de los personajes femeninos de
entre el entorno de las mujeres y doncellas que frecuentó Vallejo? En nuestra
opinión de lego, se prioriza un interés nimio
de averiguar detalles superficiales del vecindario, y trasladarlos a los
espacios relevantes de la literatura. Para muestra un botón: “…, y es probable
que varios de los demás poemas de esa sección se refieran a su aventura amorosa
con la misma mujer” (p.59). Acaso las biografías no se construyen en base a lo
esencial y poco común de la vida de un hombre.
En ese interés pedestre por averiguar sobre
las mujeres de carne y hueso que Vallejo conoció y pudo haber proyectado,
rendido pleitesía en sus versos, se llega a dar un dato erróneo que Espejo
Asturrizaga creemos no contrastó. Este
habla de “una joven dama llamada Murguía” (citado por Hart, p. 59).
Al respecto, nosotros sabemos que, de entre los posibles nombres de uso en la
época y lugar, no se van a encontrar mujeres llamadas Murguía. En cambio, lo que si tenemos claro es que Murguía es el
apellido de familias prominentes situadas entre la élite y la plebe de
Trujillo. En las últimas décadas del S. XX, y las dos primeras del presente, muchos
de sus miembros han dado que hablar en los periódicos; aparte que hay una
referencia fonética con José Murgia,
alcalde por 5 periodos y uno de gobernador en la Región La Libertad, 25
años en total. Esta información de las familias de apellido Murguía, puede
habérsele pasado a Espejo A., porque en su época ella no fue comentario
obligado de la comidilla de los trujillanos. Pero hace una década o lustro
resulta difícil, por cuanto –para el caso de la investigación- el apellido de
los Murguía sonaba de constante en la ciudad liberteña. Queremos creer que la
omisión se deba a una dificultad del idioma español que no domina el
investigador.
La exageración de una preocupación poco
interesante en cuanto a ver plasmados los amores reales del poeta, en los
versos de éste, la observamos al leer en varias páginas los lances y desazones
que habría tenido César con una querida -amante- de Cura, quien fue su vecina
del frente, llamada Gavina, y quien lo habría mantenido en angustias duplicadas
por no conseguir sus favores sexuales y, luego, por la satisfacción de haberla
gozado. Pero, el colmo se observa cuando el biógrafo inglés deduce, en su
imaginario y no en los hechos, esas apetencias y goces sexuales en los versos
del poeta, lo cual despertaría el desgarrador recuerdo del abuelo Cura amándose
con su abuela laica, e incluso propone que si fue un suceso de repercusión
empírica antes que literaria. (p.65) Y remata que los amores –supuestos para
nosotros- del poeta con Otilia Vallejo (sobrina) y con Gavina Salamanca (la
vecina) tienen una connotación enfermiza: “Ambas aventuras amorosas…
confirmaron para Vallejo que el amor era algo ‘enfermo’ ” (pp. 67-68). Y al
afán de informar sobre la relación entre Vallejo y su sobrina Otilia, se puede
calificar que excede los detalles para aproximarse a lo obsesivo, se les
menciona cuando no se les dedica largos párrafos desde la página 55 hasta la
por lo menos 101.
El otro asunto en que Hart comulga con el
discurso oficial de aquello llamado “políticamente correcto” junto a otros
críticos de la obra y vida de Vallejo, es acerca de lo que el indagador inglés
llama “angustia teológica”, a partir de concebir que Vallejo se inquieta por los designios y
encarnaciones divinos, por la omnipresencia de las sentencias de Dios, y su involucramiento
en los destinos humanos. Este juicio
crítico acerca de las imágenes literarias relacionadas con las expresiones
cristiano-católicas elaboradas en la poesía de nuestro poeta Chuco-santiaguino ya
lo hemos sustentado en otro comentario (blogs, 2015), donde referimos dos
circunstancias por las cuales el poeta recurre a las expresiones cristianas.
Uno es porque hasta su juventud estuvo influenciado por la cultura campesina
que se manifiesta a través de creencias religiosas –católicas-, y él responde a
esa confesión de ideas. Dos, ya en Europa con su formación marxista Vallejo
sigue apelando a imágenes poéticas de la interculturalidad donde se respalda en
voces cristianas, con la intención clara de voltear sus significados y
significantes y expresar una connotación si no distinta, opuesta al credo
cristiano. Lo dijimos así:
“¿Cuál es la propuesta del creador? A
partir de usar como recurso toda una simbología religiosa aceptada en todos los
sub conscientes populares, por tanto en los lectores que tienen empatía con el
cristianismo, que en América somos muchos o casi todos. Dichos símbolos son
transmutados en sus acepciones, en su semántica, otorgándoles otras de tal modo
que, connotativamente, expresen los temas ejes de dicho libro [España, aparta de mí este cáliz]: el
sufrimiento del pueblo español (símbolo bisémico); y, siguiendo lecturas, lo
comprendemos como la inmolación y rebeldía del pueblo hispano (símbolo
polisémico).” Corchetes y negritas nuestros. (Blogs Redacción Popular y
Creación Heroica, 2015).
Hart coincide con nosotros en ese
transmutar las acepciones de las palabras, de que hace magia verbal Vallejo,
sólo que el biógrafo habla de ponerla al revés, y la trasmutación implica una
transformación de significados y significantes. Hart al interpretar el
poema “El poeta a su amada”, en la p. 70
dice, “…el poema parece abordar la idea del amalgamiento de lo religioso y el
amor sexual, de manera tal que casi pone la idea al revés”. Esta afirmación la
complementa en p. 71, “Este sentido de Vallejo, de poner la retórica de su
época al revés, se confirma con la estrofa final de ‘El poeta a su amada’, la
cual –en un viraje iconoclasta- se retira de la representación de la sexualidad
para evocar una castidad casi infantil”. Nosotros hicimos esta proposición por
Junio de 1999, en que una entrevista a Carlos Fuentes, publicada en el
suplemento Culturas del diario La República, nos motivó a redactar un
comentario refutando la supuesta tradición cristiana en la poesía de Vallejo;
mas la idea nos la había sugerido antes el poeta Víctor Mazzi Trujillo.
Pese a la insistencia del biógrafo inglés de describir los tiempos
donde se apreciaría el desgarro, la tristeza que envuelven a César, se obligará
a mostrar sus otros días de alegría y optimismo, ya asentado en Lima. Sabemos,
es detallista en la descripción de los amores del poeta, y son correspondidos,
sin martirios. En Lima se siente en una especie de “paraíso arcaico”, también
se manifiesta “reidor” tal como le confiesa a su amigo Oscar Imaña (p. 85).
Allí se ve con Valdelomar, conoce a Gonzales Prada, a Eguren, aun a Clemente
Palma, ¿lo recuerdan? El que lo mandó a cosechar papas. Su buen ánimo es
opacado sólo por la muerte de su madre. Y bueno, Hart insiste en relacionar los
escarceos sexuales físicos de Vallejo con las referencias poéticas en Trilce.
Luego la biografía de Hart e extiende por
varias páginas (de la 101 a 130) a relatar sucesos que lo llevarían a una
injusta prisión; a la publicación de Trilce y otros textos; un capítulo a su
experiencia en la Ciudad Luz; su colaboración en España con el bando
republicano; publicación de sus obras mayores, y sus amores parisinos; y el
último capítulo, a sus días finales. Temas que trata a detalle y solvencia, los
cuales leeremos en voz alta y firmada en
otra oportunidad.
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