(Primera Parte)
Claudio Katz1
EN DICIEMBRE SE DESARROLLARÁ EN
ARGENTINA la conferencia de la Organización Mundial del Comercio (OMC) y en
julio del 2018 la cumbre del G 20. Son dos cónclaves de gran relevancia que
reúnen a los principales funcionarios del establishment internacional.
En
el primer encuentro los popes de las empresas transnacionales actualizarán la
agenda de la globalización. Discutirán un cronograma de liberalización del
agro, la industria y los servicios.
El
G 20 abordará las prioridades geopolíticas. Desde la crisis económica del 2008,
un nuevo grupo de actores estratégicos fue incorporado a la gobernabilidad
mundial.
Pero
ya nadie recuerda las pacíficas cumbres de los mandantes del sistema. El Brexit
y Trump modificaron radicalmente el tono de los encuentros presidenciales. Los
unánimes elogios al capitalismo neoliberal han sido sustituidos por reuniones
que concluyen a los gritos. En la última cita de Hamburgo los choques entre
Estados Unidos y Alemania desbordaron todos los protocolos de la diplomacia.
Estas
pugnas entre gigantes continuarán en Argentina y Macri espera lograr alguna
palmadita de los poderosos por su rol de anfitrión. Aspira a liderar la derecha
latinoamericana exhibiendo sintonía con todos los reaccionarios del orbe.
Para
lograr el beneplácito de Trump, el presidente argentino acepta las exigencias
estadounidenses de apertura comercial. Para ganar el favor de Merkel acelera
las negociaciones de un acuerdo de libre-comercio, que favorecería a la Unión
Europea en desmedro del Mercosur.
Pero
la percepción de las cumbres globales también ha cambiado en el ánimo popular.
Las disidencias por arriba incentivan las resistencias por abajo. Por eso
recobran fuerza las movilizaciones contra los dueños del mundo.
Siguiendo
la tradición que consagró la derrota del ALCA, ya se prepara en Argentina el
rechazo a la OMC y el G 20. Varias organizaciones trabajan en la gestación de
actividades para confrontar con el belicismo imperial estadounidense, el
globalismo librecambista de las firmas transnacionales y la restauración
conservadora en América Latina. Son tres batallas conjuntas contra los
opresores de los pueblos.
Pero
los cónclaves de los poderosos también obligan a evaluar el nuevo escenario.
¿Qué pretende Trump y cuál es la viabilidad de sus agresiones?
RECUPERAR PRIMACÍA ECONÓMICA
El millonario intenta aprovechar la
supremacía geopolítica y militar de su país para revertir el declive económico
de la primera potencia. Estados Unidos ha sido el principal impulsor de un
cambio neoliberal, que en las últimas décadas favoreció a China. El gigante
asiático se convirtió en una potencia central que compite por la primacía
económica global.
El
ocupante de la Casa Blanca intenta modificar ese resultado con un reordenamiento
pro-yanqui de los tratados comerciales. No encara un repliegue proteccionista y
es erróneo suponer que propicia la regresión a los bloques aduaneros de los
años 30.
Trump
no quiere, ni puede revertir el cambio estructural introducido por la
preeminencia de las empresas transnacionales. Ese proceso de
internacionalización de la economía se afianzó, al cabo de tres décadas
expansión de las inversiones extranjeras y crecimiento del comercio por encima
de la producción. El exótico mandatario sólo busca reordenar los términos de
esa globalización a favor de su país, mediante negociaciones a cara de perro.
Intenta
contrarrestar los grandes desbalances que afectan a Estados Unidos, evaluando
que la crisis del 2008-09 golpeó más a los rivales que a la primera potencia.
Pretende especialmente corregir el monumental déficit comercial estadounidense
con China, Alemania, Japón, México y Canadá. Exige a esos países una mayor
apertura en los sectores de alta competitividad yanqui.
En
el 2016 Estados Unidos registró un desequilibrio total del comercio de bienes
de 750.000 millones de dólares, pero un superávit de 250.000 millones en el
segmento de los servicios. Esa desproporción obedece a la emergencia de una
economía digital liderada por compañías norteamericanas (comunicaciones,
plataformas, finanzas, comercio electrónico).
Washington
solo puede extraer provecho de esas ventajas si restaura la negociación
bilateral y prioriza las leyes nacionales en desmedro de los arbitrajes
internacionales.
Muchas
reglas multilaterales de la OMC -que obstruyen las tratativas directas entre
los países- se han convertido en un obstáculo para Estados Unidos. Por eso
Trump pretende recuperar instrumentos de represalia unilateral, socavando los
mecanismos de la OMC para zanjar controversias. Este giro es el principal
sentido de su lema “America first”.
Las
negociaciones sobre el comercio electrónico son el punto de partida de esta
reorientación. Trump exige plena libertad de las empresas para el manejo de los
datos, los códigos y la localización de los servidores. Estas definiciones
convalidarían el control estadounidense del sector.
El
multimillonario repite la estrategia comercial agresiva que desplegó Reagan.
También retoma la política monetaria y cambiaria que ensayó su antecesor para
absorber capital foráneo. Por eso intenta conciliar tasas de interés elevadas
con un dólar fuerte y al mismo tiempo competitivo.
Trump
sabe que Estados Unidos no puede recuperar el empleo industrial perdido. Pero
favorece a las firmas de alta tecnología, con la intención de relocalizar
actividades automatizadas que utilizan mano de obra calificada. Refuerza
también la preponderancia internacional de Wall Street, con mayor desregulación
financiera y privilegios impositivos a los bancos.
Trabaja
además a favor del lobby petrolero eliminando restricciones a la contaminación.
Exhibe un descarado negacionismo climático en medio de huracanes, sequías y
variaciones extremas de la temperatura.
Con
un gran despliegue de xenofobia busca adicionalmente sustento en la clase
obrera para su política neoliberal. Propicia límites a la movilidad de la
fuerza de trabajo con la intención de actualizar la vieja segmentación de los
asalariados estadounidenses.
Su
estrategia apunta a doblegar a China. Trump demanda la apertura de áreas claves
de la economía oriental (telecomunicaciones, energía, finanzas) a las empresas
yanquis. Ofrece como contrapartida a Beijing cierta participación en la
renovación de la infraestructura norteamericana.
El
presidente de los exabruptos discute con los adversarios alemanes una agenda
semejante. En este caso despliega una agresividad menor, apostando a la
sumisión del estrecho aliado de posguerra. La negociación con los subordinados
o apéndices directos del imperio (como Japón y Canadá) es más amistosa.
SOCIOS MUY INCIERTOS
Trump necesita alguna sociedad con
países que puedan sintonizar con su estrategia. Desde el Brexit Inglaterra es
el principal candidato a esa convergencia. El mandatario bravucón ofrece a los
conservadores británicos respaldo bilateral para confrontar con Alemania, en la
dura negociación por la salida de la Unión Europea.
El
Brexit tiene parentescos con la estrategia de Trump y puede ser visto como una
versión reducida del mismo proyecto. Alienta la recuperación de posiciones
económicas británicas a través de fuertes restricciones a la inmigración, mayor
diversificación del comercio y creciente desregulación financiera.
Inglaterra
ha perdido posiciones económicas y pretende retener el máximo acceso al mercado
unificado de la Unión Europea. Pero intenta eludir al mismo tiempo el arancel
aduanero común de esa entidad. Busca libertad para concertar acuerdos
comerciales con otros países y para manejar su política inmigratoria.
Es
lo mismo que plantea Trump a una escala inferior. Mantener al país dentro de la
globalización, pero con estrategias comerciales propias y una gestión
unilateral de la fuerza de trabajo. Con esa modalidad del England First se intenta mejorar la performance de una vieja
potencia en la internacionalización europea.
Pero
con la economía estancada y la productividad en retroceso los británicos tienen
poco espacio para esa operación. No cuentan con las espaldas de Estados Unidos
para encarar una apuesta tan riesgosa. Por eso la salida rápida de la UE (hard Brexit) ya perdió peso frente a la
andanada de objeciones germanas.
Alemania
no acepta la revisión de los acuerdos comerciales, ni el olvido de los millonarios
compromisos presupuestarios que asumió Inglaterra al incorporarse a la Unión.
Como las tratativas se desenvuelven en un limbo, los bancos y las automotrices
no saben si quedarse o irse del país. Tampoco hay resolución a la vista para el
estatus de los tres millones de europeos que viven en Gran Bretaña y los dos
millones de ingleses afincados en Europa.
No
se sabe, además, cómo se mantendrá abierta la frontera de Irlanda del Norte con
el Sur (que permanece en la Unión). La propia existencia del Reino Unido está
en juego, si Escocia decide celebrar un nuevo referéndum para reconsiderar su
asociación de tres siglos con Inglaterra.
El
eventual empalme estadounidense con los británicos es tan incierto, como el
acuerdo que Trump intenta con Rusia. Moscú es el principal adversario
geopolítico de Washington desde hace mucho tiempo y el grueso del establishment
norteamericano (Pentágono, Departamento de Estado, CIA, prensa) se opone a cualquier
pacto de largo plazo.
Esa
animadversión hacia Rusia ya desbarató varios intentos de aproximación con
Putin. El complejo militar vetó el acercamiento y el partido Demócrata (junto a
la prensa hegemónica) esgrimieron una dudosa operación de espionaje
(Rusia-gate), para obstruir cualquier convergencia con el aliado seleccionado
por Trump.
El
escandaloso mandatario logró en cambio reafirmar la vieja asociación de
petróleo y armas, que Estados Unidos mantiene con Arabia Saudita. Esa conexión
es vital para sostener al dólar como moneda internacional, frente a los
intentos de sustituirla por una canasta de divisas que incluya al yuan. Los
sauditas accedieron, 4 además, a realizar compras multimillonarias al Pentágono
y a invertir en la infraestructura estadounidense.
¿INTERVENCIÓN DIRECTA O GUERRAS POR DELEGACIÓN?
El principal instrumento de la
estrategia económica de Trump es el poder imperial norteamericano. Su gran
dilema es cómo utilizar esa monumental fuerza geopolítica y militar. Afronta
dos posibilidades.
La
primera sería restaurar el unilateralismo bélico. Cuando proclama que su país
debe alistarse para “ganar guerras” parece retomar el modelo agresivo de Bush.
Insinúa grandes operaciones que sintonizarían con el clima ideológico creado
por sus diatribas contra las drogas, el terrorismo y los inmigrantes.
Esa
escalada también convergería con el interés del Pentágono, que ya logró un
nuevo aumento del presupuesto. Entre el 2001 y 2011 el incremento del gasto
militar permitió cuadruplicar las ganancias de los fabricantes de cadáveres. El
viejo complejo industrial militar ha integrado al pujante sector informático y
esa articulación requiere desenlaces bélicos para destruir capital sobrante.
Las guerras constituyen, además, el típico recurso de los mandatarios yanquis
para tapar escándalos políticos y desviar la atención de la población.
Una
segunda posibilidad supondría reconocer que Estados Unidos no está en
condiciones de consumar aventuras bélicas de gran escala. Por eso se
propiciarían las acciones protagonizadas por los socios o vasallos del imperio.
Esas guerras por delegación se desarrollan con asesoramiento del Pentágono,
pero sin la intervención directa de los marines.
¿Cuál
de las dos opciones está priorizando el reaccionario ocupante de la Casa
Blanca? Sin descartar la primera alternativa, hasta ahora ha optado por la segunda,
en los tres principales focos de tensión internacional.
Luego
de retomar los bombardeos en Siria eludió la presencia de tropas, en un país
ocupado por múltiples ejércitos. Llegó además a un acuerdo con Putin para
congelar el conflicto en un status de baja intensidad, con división de zonas
bajo la protección de cada contendiente. Incluso aceptó la continuidad de
Assad, diluyendo la programada contraofensiva de los mercenarios que financia
el Departamento de Estado.
Pero
Trump combinó esa tregua con un visto bueno a Israel para que actúe contra
Irán, a través de atentados o amenazas de ataque al laboratorio de armas
atómicas. También sostiene a los sauditas en su genocida guerra del Yemen y en
su ultimátum a Qatar para que rompa con Teherán.
El
mandatario yanqui avala el eje belicista de Arabia Saudita con Egipto, frente a
la línea conciliadora de Qatar con Turquía, que alienta acuerdos energéticos
con Rusia y una zona de comercio fluido con China. Como la guerra de Siria
afianzó la presencia de las potencias no occidentales en la región, Trump
quiere recuperar terreno con la agresividad de sus apéndices.
Pero
interviene a través de esos agentes y no mediante sus propias tropas. El
desbocado presidente confirmó esa política de acción indirecta, con la mega-bomba
que lanzó para impresionar a los vecinos de Afganistán. Elevó la escala de su
pedagogía del terror y reforzó la presencia militar en esa estratégica región.
En un lugar de gran entrecruzamiento de fronteras con China, Irán, India y las
ex repúblicas soviéticas, Trump exhibe el mismo alarde de poderío que
desplegaron sus precursores demócratas y republicanos.
El
millonario también ha subido el tono de las agresiones verbales contra Corea
del Norte, manteniendo hasta ahora la prudencia militar. Su amenaza de arrasar
ese país 5 es coherente con la masacre que perpetraron los yanquis en los años
50. Posteriormente convalidaron la misma agresión con la división del
territorio y la obstrucción de cualquier negociación de paz. Conviene recordar
que la única potencia que alguna vez utilizó la bomba fue Estados Unidos. Con
lenguajes primitivos Trump ni siquiera recurre al disfraz de las intervenciones
humanitarias.
Pero
entre tanto palabrerío oculta que los misiles probados por Corea son los mismos
que ensayan India y Francia. El diabolizado país suscita tanta reacción porque
viola un principio básico de la hipocresía nuclear, que asigna a ciertas
naciones el derecho a destruir y a otras el destino de ser destruidas.
Trump
sabe que las opciones militares son muy limitadas, en la medida que Pongyang
pueda convertir a Seúl o a Tokio en cenizas. Su tenencia de bombas nucleares
tiene efectos disuasivos y le impide a Washington repetir lo hecho en Irak o
Libia.
Para
lidiar con ese dato Trump militariza la zona con un sistema de anti-misiles que
barre a toda la región. Acelera el rearme de Japón y ya venció las reticencias
del gobierno surcoreano a la instalación de un arsenal nuclear más devastador.
Aumenta además la presión sobre China para que doblegue o asfixie económicamente
a Corea del Norte. Con esa combinación de acosos sigue buscando la forma de quebrantar
a un régimen aislado.
En
Europa, Trump actúa con menor belicismo que Obama. Ha disminuido la presión
sobre Ucrania y evita provocaciones en el manejo de los misiles que rodean a
Rusia. Su estrategia apunta a reducir la presencia de tropas estadounidenses en
el Viejo Continente, para involucrar a Alemania en un mayor financiamiento de
la OTAN. Exige un drástico aumento del gasto militar por parte de la Unión Europea.
Seguramente
Trump utiliza también los atentados yihadistas para conseguir sus objetivos.
Una parte de esos grupos es directamente manipulada por sus creadores del
Departamento de Estado. Los fundamentalistas se trasladan de un lugar a otro
sembrando el terror, bajo la sospechosa inacción de los servicios de
inteligencia. Su comportamiento bestial sirvió para demoler varios países
(Irak, Libia, Siria) y actualmente facilita la militarización de las relaciones
internacionales.
Este
clima contribuye a instaurar los estados policiales que propicia el Pentágono.
Trump incentiva esos regímenes para imponer la subordinación de Europa y el
debilitamiento del competidor alemán. Las tensiones bélicas son un gran
instrumento para reconstruir el poder económico estadounidense.
ATROPELLOS SIN RUMBO
¿A nueve meses de su asunción Trump
avanza en el relanzamiento de Estados Unidos? Hasta ahora sólo se vislumbran
tensiones sin desenlaces a la vista.
Sus
socios conservadores de Inglaterra fracasaron en las recientes elecciones y no
lograron encarrilar el Brexit. Los
sectores pro y antieuropeos tienen igual predicamento entre las clases
dominantes y el resurgido laborismo pone serios límites a la ruptura con el
Viejo Continente.
Todo
el paquete de restitución de potestades legales de Europa a Gran Bretaña está
frenado y el gobierno ya extendió el plazo límite, para el comienzo de la
separación (2019). Como el partido que promueve la salida en forma más extrema
(UKIP) se desmoronó en los últimos comicios, reaparecen las posibilidades de
reversión del Brexit.
Las
mismas desventuras afrontan los potenciales socios de Trump en la derecha
europea continental. El electorado de esa región busca a ciegas caminos para
oponerse al neoliberalismo de los partidos tradicionales, pero se distancia de
la ultra-derecha, cuando avizora su llegada al gobierno. Por eso Le Pen y los
reaccionarios de otros países (como Holanda) afrontan un serio techo. En los
hechos sus proyectos son parcialmente absorbidos por la derecha convencional.
Trump
tampoco logra espaldarazos entre sus cortejados colegas de la dirigencia rusa,
que consumó exitosas jugadas en Siria y Crimea. Esa elite desconfía del pérfido
funcionariado norteamericano. Sabe que Estados Unidos nunca ofrece
retribuciones significativas a cambio de la simple subordinación. Las
virulentas presiones anti-rusas del poder subyacente en Washington siguen
dinamitando cualquier acercamiento con Putin.
También
China demuestra poca disposición a negociar bajo chantaje con Trump. Responde
fuerte a las provocaciones del millonario y se ha embanderado con la agenda de
Davos de profundización del libre-comercio. Exhibe fidelidad al neoliberalismo
y busca atraer a las empresas transnacionales enemistadas con Trump.
La
resistencia más sorprendente al mandatario yanqui proviene de Alemania. Merkel
decidió confrontar con el magnate e intenta sumar a Macron a un eje común de
rechazo a las exigencias estadounidenses. Intensifica giras por el mundo para
ensayar políticas autónomas y sugiere la conveniencia de un alineamiento
militar con Francia. Esa reacción ha creado una severa crisis en la relación
transatlántica.
Pero
ninguno de esos obstáculos externos se equipara con la oposición que afronta
Trump dentro de su propio país. Su mandato transita por un tormentoso carril de
incontables conflictos. No logró disciplinar a su bancada para aprobar el
régimen sustituto del Obamacare y tiene trabado su plan de reforma tributaria.
Varios
jueces le impusieron, además, vetos a sus decretos de visado antimusulmán y el
intento de expulsar a los inmigrantes llegados en la infancia (dreamers) está
muy cuestionado.
La
improvisación, los fracasos y las renuncias son datos repetidos de su gestión,
mientras se multiplican los escándalos por corrupción que afectan a sus
allegados y familiares. La pretensión de forjar una presidencia bonapartista
para disciplinar a todos los lobistas de Washington naufraga día tras día.
Trump
debió eyectar a su principal hombre de confianza (Bannon) y su estratega
militar (Flynn) fue reemplazado por dos generales del Pentágono (Mattis,
McMaster). Mientras en su círculo de decisiones se afianzan los hombres de la
elite empresarial (Tillerson, Perry) y de Wall Street (Mnuchin, Cohn,
Rosenstein), los dueños del poder trabajan para desplazar a los últimos
espadachines del acaudalado (Pompeo, Navarro, Ross).
Trump
redobla su descarnada confrontación con la gran prensa y mantiene la fidelidad
de sus bases de la “América Profunda”. Pero no logra doblegar a los jóvenes y
militantes, que recientemente encabezaron el repudio a su complicidad con los
asesinatos racistas del sur.
La
continuidad de su administración es una incógnita y la conspiración para
colocar al previsible Pence en la presidencia está siempre abierta. Este
escenario es evaluado con mucha atención en América Latina. La agresiva
estrategia de Washington contra la región obliga a precisar ciertas
caracterizaciones, que desenvolvemos en la segunda parte de este texto.
26-9-2017
RESUMEN
En la OMC y el G 20 se verifican las
nuevas tensiones entre potencias. Estados Unidos intenta recuperar primacía
económica utilizando su poder geopolítico-militar. 7 Restaura el unilateralismo
comercial para hacer valer la competitividad de sus servicios, pero no logra
concertar alianzas internacionales. Trump afianza el belicismo eludiendo el uso
de los marines. Potencia las tensiones en la esfera internacional afrontando
una aguda crisis interna.
REFERENCIAS
-Petras, James. La Élite del Poder en
Tiempos de Trump, 11-9-2017, resumenlatinoamericano.org
-Scherrer, Christoph. La agenda de
política comercial de Trump: más liberalización, 29/06/2017,
/www.sinpermiso.info/textos/.
-Pieraccini, Federico. ¿A quién le
interesa un conflicto en Corea del Norte?, 20-5-2017, http://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article2243
-Armanian, Nazanín. ¡Yo creé el
terrorismo yihadista y no me arrepiento!, 20-8-
2017//blogs.publico.es/puntoyseguido/4143/
-Rodríguez, Olga. El rearme y el nuevo
puzle del poder, 8-6-2017, elperiodico.com/es/opinion/20170607/
-Ribeiro, Silvia. Trump, empleo y robots,
19-2-2017, www.motoreconomico.com.ar
-Justo, Marcelo. Gana aceptación la
idea de un Brexit blando, , 3-9- 2017 /www.pagina12.com.ar/60580
-Anderson, Perry. El sistema se
encuentra debilitado, pero no está en sus últimas horas, 19-7- 2017, http://contrahegemoniaweb.com.ar
-Pastor, Jaime. Deconstruir para
reconstruir, 13/03/2017, http://vientosur.info/spip.php?article12349
-Glazebrook, Dan. El bloqueo de Catar,
el "petro-yuán" y la próxima guerra contra Irán, 19-6- 2017
/www.rebelion.org/noticia.php?id=228094
___________
(1)
Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su
página web es: www.lahaine.org/katz
Una Pregunta, un Reto Para
Paul Krugman,
y Todos Aquellos que se Preocupan
por el Futuro de la Humanidad*
y Todos Aquellos que se Preocupan
por el Futuro de la Humanidad*
Bob Avakian
PAUL KRUGMAN, economista ganador de un
premio Nobel que publica regularmente comentarios en el New York Times,
escribió hace poco (en una columna del 11 de septiembre de 2017,
“Conspiraciones, corrupción y clima”) que, con Donald Trump en la Casa Blanca,
“el gobierno de Estados Unidos está en manos de conservadores ignorantes que se
oponen a la ciencia”. Y he aquí la declaración muy seria con la que concluye
esta columna:
El resultado final es que ahora nos gobierna gente que
se ha alejado por completo no solo de la comunidad científica, sino de la idea
científica: la noción de que una evaluación objetiva de la evidencia es la
forma de conocer el mundo. Esta ignorancia deliberada es profundamente
aterradora. De hecho, podría terminar por destruir la civilización.
[énfasis añadido]
Esto pone en relieve la pregunta: si,
de hecho, la gente en el poder puede terminar por destruir la civilización (y
esto podría ocurrir no sólo por medio de lo que hace en relación con el clima,
sino por medio de desatar de manera gratuita una guerra nuclear), ¿no requiere
esto que todos aquellos que están preocupados por los intereses fundamentales
de la humanidad, por su propio destino y futuro, actúen de unas maneras que de
veras están a la altura de esta profunda amenaza existencial?
De
hecho, hay gente que así lo está haciendo. La gente que ha reconocido la grave
amenaza que plantean aquellos que ahora nos gobiernan, y la urgencia de la
situación, y que por lo tanto está decidida a actuar ahora no sólo para
oponerse sino para sacar del poder a este régimen de pesadillas. La gente que
se ha negado a simplemente esperar que de alguna manera el “funcionamiento
normal” de un proceso que ha conducido a estas personas a su posición dominante
impida que actúen de acuerdo con su “ignorancia deliberada”, y cosas peores. La
gente que se une sobre la base de un Llamamiento de la organización Rechazar el
Fascismo con su posición franca:
“¡Esta pesadilla tiene que terminar: El régimen de
Trump y Pence tiene que marcharse!
¡En nombre de la humanidad, nos NEGAMOS a aceptar a un
Estados Unidos fascista!”
Esta gente trabaja incansablemente
para crear la base política y organizativa para una movilización masiva y
sostenida en todo Estados Unidos, a partir del 4 de noviembre de este año, cuya
posición unificadora es la insistencia de que hay que sacar del poder a este régimen
en su conjunto, ya. Como explica el folleto especial de Rechazar el Fascismo
(RefuseFascism.org) (en inglés): “Los crímenes del régimen de Trump y Pence
y cómo ser parte de sacarlos poder”:
Rechazar el Fascismo es un movimiento de personas de
varias perspectivas, unidas en nuestro reconocimiento de que Régimen de Trump y
Pence representa un peligro catastrófico para la humanidad y el planeta y que
es nuestra responsabilidad sacarlos del poder. Esto significa
trabajar y organizarnos con toda nuestra creatividad y determinación hacia el 4
de noviembre, cuando muchos miles de personas llenen las calles de ciudades y
pueblos, comenzando una lucha que debe continuar día tras día y noche tras
noche, llegando a incorporar a millones de personas, exigiendo: ¡Esta
pesadilla tiene que terminar: El régimen de Trump y Pence tiene que marcharse!
Extendemos una invitación de bienvenida a los
individuos y las organizaciones desde muchos puntos de vista diferentes que
comparten nuestra determinación de negarse a aceptar a un Estados Unidos
fascista para sumarse y/o asociarse con nosotros en esta gran causa.
Por lo tanto, eso es el punto crucial
de orientación y el reto: las personas que sostienen muchos puntos de vista
divergentes deben juntarse y actuar políticamente, en lo que es realmente una
manera significativa y poderosa, para hacer frente al desastre inminente —de
hecho el desastre en marcha— encarnado en este régimen de Trump y Pence, debido
a su obstinada oposición al método científico y su absoluto desprecio por la
verdad y su repetido aporreamiento de la verdad, debido a su abierta supremacía
blanca y misoginia, sus ataques xenófobos e intolerantes contra los
inmigrantes, musulmanes y personas LGBT, su descarado patrioterismo tipo
“Estados Unidos Ante Todo” y el grave peligro que representa para la existencia
humana mediante su enfoque depredador contra el medio ambiente y el
blandimiento belicoso del poderío militar, incluida su voluntad expresada y
amenazas descaradas de usar armas nucleares.
En
“Conspiraciones, corrupción y clima”, Paul Krugman se refiere a los que ahora
están en el poder como “conservadores ignorantes que se oponen a la ciencia”;
Rechazar Fascismo está de acuerdo en que son “ignorantes” y “se oponen a la
ciencia”, pero va más allá al identificarlos no sólo como “conservadores”, sino
como fascistas reales. Krugman es un defensor del capitalismo, mientras que yo
soy un defensor del comunismo, un nuevo comunismo, que está convencido de que
lo que en última instancia y fundamentalmente se requiere para hacer frente a
los horrores actuales que enfrentan las masas de la humanidad y la inminente
amenaza a la existencia misma de humanidad, es una revolución verdaderamente
radical y emancipadora. Pero eso no es la inmediata cuestión y reto que tenemos
ante nosotros en este momento actual. Más bien, es hacer frente al grave
peligro que representan los que ahora están en el poder, por medio de una
acción política no violenta pero masiva y sostenida — la movilización, primero
de miles, que crezcan a millones de personas, decididas a quedarse en las
calles hasta que este régimen sea sacado del poder. ¿No es cierto que el
reconocimiento mutuo de que este régimen “podría terminar por destruir la
civilización” nos exija —de todos los que, desde todos esos muchos puntos de
vista divergentes, podemos reconocer que esto es lo que está en juego para la
humanidad— que actuemos juntos y hagamos todo a nuestro alcance, para gestar la
manifestación política masiva que se necesita urgentemente para expulsar a este
régimen?
Con
este espíritu y con este entendimiento, es crucial que todos —aquellos, como
Paul Krugman, con una plataforma prominente desde la cual influir en la opinión
pública, así como aquellos que no tienen esa plataforma— que reconocen y se
angustian por lo que está en juego para la humanidad, actúen desde su propia
perspectiva, para dar un apoyo significativo y, de hecho, participar
activamente en el trabajo preparatorio crítico hacia el 4 de noviembre: apoyar
públicamente y promover el Llamamiento de Rechazar el Fascismo, ayudar a
abrir brechas en lo que es efectivamente una supresión de esto por parte de los
medios de comunicación, hacer donaciones y recaudar fondos, remitir a la gente
al sitio web de Rechazar el Fascismo (RefuseFascism.org), y de innumerables
otras maneras contribuir a desarrollar la necesaria base política y
organizativa para lo que Rechazar el Fascismo llama con mucha razón “esta gran
causa”. Pues es la masiva y sostenida movilización política convocada por
Rechazar el Fascismo la que realmente representa la perspectiva de forjar un
camino positivo en medio de esta situación extremadamente peligrosa y
potencialmente desastrosa, y más allá.
_____________
(*)
Tomado de Periódico Revolución (revcom.us), 14 de septiembre
de 2017.
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