miércoles, 1 de noviembre de 2017

Internacionales


Belicismo, Globalismo y Autoritarismo

(Primera Parte)

Claudio Katz1

EN DICIEMBRE SE DESARROLLARÁ EN ARGENTINA la conferencia de la Organización Mundial del Comercio (OMC) y en julio del 2018 la cumbre del G 20. Son dos cónclaves de gran relevancia que reúnen a los principales funcionarios del establishment internacional.

        En el primer encuentro los popes de las empresas transnacionales actualizarán la agenda de la globalización. Discutirán un cronograma de liberalización del agro, la industria y los servicios.

        El G 20 abordará las prioridades geopolíticas. Desde la crisis económica del 2008, un nuevo grupo de actores estratégicos fue incorporado a la gobernabilidad mundial.

        Pero ya nadie recuerda las pacíficas cumbres de los mandantes del sistema. El Brexit y Trump modificaron radicalmente el tono de los encuentros presidenciales. Los unánimes elogios al capitalismo neoliberal han sido sustituidos por reuniones que concluyen a los gritos. En la última cita de Hamburgo los choques entre Estados Unidos y Alemania desbordaron todos los protocolos de la diplomacia.

        Estas pugnas entre gigantes continuarán en Argentina y Macri espera lograr alguna palmadita de los poderosos por su rol de anfitrión. Aspira a liderar la derecha latinoamericana exhibiendo sintonía con todos los reaccionarios del orbe.

        Para lograr el beneplácito de Trump, el presidente argentino acepta las exigencias estadounidenses de apertura comercial. Para ganar el favor de Merkel acelera las negociaciones de un acuerdo de libre-comercio, que favorecería a la Unión Europea en desmedro del Mercosur.

        Pero la percepción de las cumbres globales también ha cambiado en el ánimo popular. Las disidencias por arriba incentivan las resistencias por abajo. Por eso recobran fuerza las movilizaciones contra los dueños del mundo.

        Siguiendo la tradición que consagró la derrota del ALCA, ya se prepara en Argentina el rechazo a la OMC y el G 20. Varias organizaciones trabajan en la gestación de actividades para confrontar con el belicismo imperial estadounidense, el globalismo librecambista de las firmas transnacionales y la restauración conservadora en América Latina. Son tres batallas conjuntas contra los opresores de los pueblos.

        Pero los cónclaves de los poderosos también obligan a evaluar el nuevo escenario. ¿Qué pretende Trump y cuál es la viabilidad de sus agresiones?

RECUPERAR PRIMACÍA ECONÓMICA

El millonario intenta aprovechar la supremacía geopolítica y militar de su país para revertir el declive económico de la primera potencia. Estados Unidos ha sido el principal impulsor de un cambio neoliberal, que en las últimas décadas favoreció a China. El gigante asiático se convirtió en una potencia central que compite por la primacía económica global.

        El ocupante de la Casa Blanca intenta modificar ese resultado con un reordenamiento pro-yanqui de los tratados comerciales. No encara un repliegue proteccionista y es erróneo suponer que propicia la regresión a los bloques aduaneros de los años 30.

        Trump no quiere, ni puede revertir el cambio estructural introducido por la preeminencia de las empresas transnacionales. Ese proceso de internacionalización de la economía se afianzó, al cabo de tres décadas expansión de las inversiones extranjeras y crecimiento del comercio por encima de la producción. El exótico mandatario sólo busca reordenar los términos de esa globalización a favor de su país, mediante negociaciones a cara de perro.

        Intenta contrarrestar los grandes desbalances que afectan a Estados Unidos, evaluando que la crisis del 2008-09 golpeó más a los rivales que a la primera potencia. Pretende especialmente corregir el monumental déficit comercial estadounidense con China, Alemania, Japón, México y Canadá. Exige a esos países una mayor apertura en los sectores de alta competitividad yanqui.

        En el 2016 Estados Unidos registró un desequilibrio total del comercio de bienes de 750.000 millones de dólares, pero un superávit de 250.000 millones en el segmento de los servicios. Esa desproporción obedece a la emergencia de una economía digital liderada por compañías norteamericanas (comunicaciones, plataformas, finanzas, comercio electrónico).

        Washington solo puede extraer provecho de esas ventajas si restaura la negociación bilateral y prioriza las leyes nacionales en desmedro de los arbitrajes internacionales.

        Muchas reglas multilaterales de la OMC -que obstruyen las tratativas directas entre los países- se han convertido en un obstáculo para Estados Unidos. Por eso Trump pretende recuperar instrumentos de represalia unilateral, socavando los mecanismos de la OMC para zanjar controversias. Este giro es el principal sentido de su lema “America first”.

        Las negociaciones sobre el comercio electrónico son el punto de partida de esta reorientación. Trump exige plena libertad de las empresas para el manejo de los datos, los códigos y la localización de los servidores. Estas definiciones convalidarían el control estadounidense del sector.

        El multimillonario repite la estrategia comercial agresiva que desplegó Reagan. También retoma la política monetaria y cambiaria que ensayó su antecesor para absorber capital foráneo. Por eso intenta conciliar tasas de interés elevadas con un dólar fuerte y al mismo tiempo competitivo.

        Trump sabe que Estados Unidos no puede recuperar el empleo industrial perdido. Pero favorece a las firmas de alta tecnología, con la intención de relocalizar actividades automatizadas que utilizan mano de obra calificada. Refuerza también la preponderancia internacional de Wall Street, con mayor desregulación financiera y privilegios impositivos a los bancos.

        Trabaja además a favor del lobby petrolero eliminando restricciones a la contaminación. Exhibe un descarado negacionismo climático en medio de huracanes, sequías y variaciones extremas de la temperatura.

        Con un gran despliegue de xenofobia busca adicionalmente sustento en la clase obrera para su política neoliberal. Propicia límites a la movilidad de la fuerza de trabajo con la intención de actualizar la vieja segmentación de los asalariados estadounidenses.

        Su estrategia apunta a doblegar a China. Trump demanda la apertura de áreas claves de la economía oriental (telecomunicaciones, energía, finanzas) a las empresas yanquis. Ofrece como contrapartida a Beijing cierta participación en la renovación de la infraestructura norteamericana.

        El presidente de los exabruptos discute con los adversarios alemanes una agenda semejante. En este caso despliega una agresividad menor, apostando a la sumisión del estrecho aliado de posguerra. La negociación con los subordinados o apéndices directos del imperio (como Japón y Canadá) es más amistosa.

SOCIOS MUY INCIERTOS

Trump necesita alguna sociedad con países que puedan sintonizar con su estrategia. Desde el Brexit Inglaterra es el principal candidato a esa convergencia. El mandatario bravucón ofrece a los conservadores británicos respaldo bilateral para confrontar con Alemania, en la dura negociación por la salida de la Unión Europea.

        El Brexit tiene parentescos con la estrategia de Trump y puede ser visto como una versión reducida del mismo proyecto. Alienta la recuperación de posiciones económicas británicas a través de fuertes restricciones a la inmigración, mayor diversificación del comercio y creciente desregulación financiera.

        Inglaterra ha perdido posiciones económicas y pretende retener el máximo acceso al mercado unificado de la Unión Europea. Pero intenta eludir al mismo tiempo el arancel aduanero común de esa entidad. Busca libertad para concertar acuerdos comerciales con otros países y para manejar su política inmigratoria.

        Es lo mismo que plantea Trump a una escala inferior. Mantener al país dentro de la globalización, pero con estrategias comerciales propias y una gestión unilateral de la fuerza de trabajo. Con esa modalidad del England First se intenta mejorar la performance de una vieja potencia en la internacionalización europea.

        Pero con la economía estancada y la productividad en retroceso los británicos tienen poco espacio para esa operación. No cuentan con las espaldas de Estados Unidos para encarar una apuesta tan riesgosa. Por eso la salida rápida de la UE (hard Brexit) ya perdió peso frente a la andanada de objeciones germanas.

        Alemania no acepta la revisión de los acuerdos comerciales, ni el olvido de los millonarios compromisos presupuestarios que asumió Inglaterra al incorporarse a la Unión. Como las tratativas se desenvuelven en un limbo, los bancos y las automotrices no saben si quedarse o irse del país. Tampoco hay resolución a la vista para el estatus de los tres millones de europeos que viven en Gran Bretaña y los dos millones de ingleses afincados en Europa.

        No se sabe, además, cómo se mantendrá abierta la frontera de Irlanda del Norte con el Sur (que permanece en la Unión). La propia existencia del Reino Unido está en juego, si Escocia decide celebrar un nuevo referéndum para reconsiderar su asociación de tres siglos con Inglaterra.

        El eventual empalme estadounidense con los británicos es tan incierto, como el acuerdo que Trump intenta con Rusia. Moscú es el principal adversario geopolítico de Washington desde hace mucho tiempo y el grueso del establishment norteamericano (Pentágono, Departamento de Estado, CIA, prensa) se opone a cualquier pacto de largo plazo.

        Esa animadversión hacia Rusia ya desbarató varios intentos de aproximación con Putin. El complejo militar vetó el acercamiento y el partido Demócrata (junto a la prensa hegemónica) esgrimieron una dudosa operación de espionaje (Rusia-gate), para obstruir cualquier convergencia con el aliado seleccionado por Trump.

        El escandaloso mandatario logró en cambio reafirmar la vieja asociación de petróleo y armas, que Estados Unidos mantiene con Arabia Saudita. Esa conexión es vital para sostener al dólar como moneda internacional, frente a los intentos de sustituirla por una canasta de divisas que incluya al yuan. Los sauditas accedieron, 4 además, a realizar compras multimillonarias al Pentágono y a invertir en la infraestructura estadounidense.

¿INTERVENCIÓN DIRECTA O GUERRAS POR DELEGACIÓN?

El principal instrumento de la estrategia económica de Trump es el poder imperial norteamericano. Su gran dilema es cómo utilizar esa monumental fuerza geopolítica y militar. Afronta dos posibilidades.

        La primera sería restaurar el unilateralismo bélico. Cuando proclama que su país debe alistarse para “ganar guerras” parece retomar el modelo agresivo de Bush. Insinúa grandes operaciones que sintonizarían con el clima ideológico creado por sus diatribas contra las drogas, el terrorismo y los inmigrantes.

        Esa escalada también convergería con el interés del Pentágono, que ya logró un nuevo aumento del presupuesto. Entre el 2001 y 2011 el incremento del gasto militar permitió cuadruplicar las ganancias de los fabricantes de cadáveres. El viejo complejo industrial militar ha integrado al pujante sector informático y esa articulación requiere desenlaces bélicos para destruir capital sobrante. Las guerras constituyen, además, el típico recurso de los mandatarios yanquis para tapar escándalos políticos y desviar la atención de la población.

        Una segunda posibilidad supondría reconocer que Estados Unidos no está en condiciones de consumar aventuras bélicas de gran escala. Por eso se propiciarían las acciones protagonizadas por los socios o vasallos del imperio. Esas guerras por delegación se desarrollan con asesoramiento del Pentágono, pero sin la intervención directa de los marines.

        ¿Cuál de las dos opciones está priorizando el reaccionario ocupante de la Casa Blanca? Sin descartar la primera alternativa, hasta ahora ha optado por la segunda, en los tres principales focos de tensión internacional.

        Luego de retomar los bombardeos en Siria eludió la presencia de tropas, en un país ocupado por múltiples ejércitos. Llegó además a un acuerdo con Putin para congelar el conflicto en un status de baja intensidad, con división de zonas bajo la protección de cada contendiente. Incluso aceptó la continuidad de Assad, diluyendo la programada contraofensiva de los mercenarios que financia el Departamento de Estado.

        Pero Trump combinó esa tregua con un visto bueno a Israel para que actúe contra Irán, a través de atentados o amenazas de ataque al laboratorio de armas atómicas. También sostiene a los sauditas en su genocida guerra del Yemen y en su ultimátum a Qatar para que rompa con Teherán.

        El mandatario yanqui avala el eje belicista de Arabia Saudita con Egipto, frente a la línea conciliadora de Qatar con Turquía, que alienta acuerdos energéticos con Rusia y una zona de comercio fluido con China. Como la guerra de Siria afianzó la presencia de las potencias no occidentales en la región, Trump quiere recuperar terreno con la agresividad de sus apéndices.

        Pero interviene a través de esos agentes y no mediante sus propias tropas. El desbocado presidente confirmó esa política de acción indirecta, con la mega-bomba que lanzó para impresionar a los vecinos de Afganistán. Elevó la escala de su pedagogía del terror y reforzó la presencia militar en esa estratégica región. En un lugar de gran entrecruzamiento de fronteras con China, Irán, India y las ex repúblicas soviéticas, Trump exhibe el mismo alarde de poderío que desplegaron sus precursores demócratas y republicanos.

        El millonario también ha subido el tono de las agresiones verbales contra Corea del Norte, manteniendo hasta ahora la prudencia militar. Su amenaza de arrasar ese país 5 es coherente con la masacre que perpetraron los yanquis en los años 50. Posteriormente convalidaron la misma agresión con la división del territorio y la obstrucción de cualquier negociación de paz. Conviene recordar que la única potencia que alguna vez utilizó la bomba fue Estados Unidos. Con lenguajes primitivos Trump ni siquiera recurre al disfraz de las intervenciones humanitarias.

        Pero entre tanto palabrerío oculta que los misiles probados por Corea son los mismos que ensayan India y Francia. El diabolizado país suscita tanta reacción porque viola un principio básico de la hipocresía nuclear, que asigna a ciertas naciones el derecho a destruir y a otras el destino de ser destruidas.

        Trump sabe que las opciones militares son muy limitadas, en la medida que Pongyang pueda convertir a Seúl o a Tokio en cenizas. Su tenencia de bombas nucleares tiene efectos disuasivos y le impide a Washington repetir lo hecho en Irak o Libia.

        Para lidiar con ese dato Trump militariza la zona con un sistema de anti-misiles que barre a toda la región. Acelera el rearme de Japón y ya venció las reticencias del gobierno surcoreano a la instalación de un arsenal nuclear más devastador. Aumenta además la presión sobre China para que doblegue o asfixie económicamente a Corea del Norte. Con esa combinación de acosos sigue buscando la forma de quebrantar a un régimen aislado.

        En Europa, Trump actúa con menor belicismo que Obama. Ha disminuido la presión sobre Ucrania y evita provocaciones en el manejo de los misiles que rodean a Rusia. Su estrategia apunta a reducir la presencia de tropas estadounidenses en el Viejo Continente, para involucrar a Alemania en un mayor financiamiento de la OTAN. Exige un drástico aumento del gasto militar por parte de la Unión Europea.

        Seguramente Trump utiliza también los atentados yihadistas para conseguir sus objetivos. Una parte de esos grupos es directamente manipulada por sus creadores del Departamento de Estado. Los fundamentalistas se trasladan de un lugar a otro sembrando el terror, bajo la sospechosa inacción de los servicios de inteligencia. Su comportamiento bestial sirvió para demoler varios países (Irak, Libia, Siria) y actualmente facilita la militarización de las relaciones internacionales.

        Este clima contribuye a instaurar los estados policiales que propicia el Pentágono. Trump incentiva esos regímenes para imponer la subordinación de Europa y el debilitamiento del competidor alemán. Las tensiones bélicas son un gran instrumento para reconstruir el poder económico estadounidense.

ATROPELLOS SIN RUMBO

¿A nueve meses de su asunción Trump avanza en el relanzamiento de Estados Unidos? Hasta ahora sólo se vislumbran tensiones sin desenlaces a la vista.

        Sus socios conservadores de Inglaterra fracasaron en las recientes elecciones y no lograron encarrilar el Brexit. Los sectores pro y antieuropeos tienen igual predicamento entre las clases dominantes y el resurgido laborismo pone serios límites a la ruptura con el Viejo Continente.

        Todo el paquete de restitución de potestades legales de Europa a Gran Bretaña está frenado y el gobierno ya extendió el plazo límite, para el comienzo de la separación (2019). Como el partido que promueve la salida en forma más extrema (UKIP) se desmoronó en los últimos comicios, reaparecen las posibilidades de reversión del Brexit.

        Las mismas desventuras afrontan los potenciales socios de Trump en la derecha europea continental. El electorado de esa región busca a ciegas caminos para oponerse al neoliberalismo de los partidos tradicionales, pero se distancia de la ultra-derecha, cuando avizora su llegada al gobierno. Por eso Le Pen y los reaccionarios de otros países (como Holanda) afrontan un serio techo. En los hechos sus proyectos son parcialmente absorbidos por la derecha convencional.

        Trump tampoco logra espaldarazos entre sus cortejados colegas de la dirigencia rusa, que consumó exitosas jugadas en Siria y Crimea. Esa elite desconfía del pérfido funcionariado norteamericano. Sabe que Estados Unidos nunca ofrece retribuciones significativas a cambio de la simple subordinación. Las virulentas presiones anti-rusas del poder subyacente en Washington siguen dinamitando cualquier acercamiento con Putin.

        También China demuestra poca disposición a negociar bajo chantaje con Trump. Responde fuerte a las provocaciones del millonario y se ha embanderado con la agenda de Davos de profundización del libre-comercio. Exhibe fidelidad al neoliberalismo y busca atraer a las empresas transnacionales enemistadas con Trump.

        La resistencia más sorprendente al mandatario yanqui proviene de Alemania. Merkel decidió confrontar con el magnate e intenta sumar a Macron a un eje común de rechazo a las exigencias estadounidenses. Intensifica giras por el mundo para ensayar políticas autónomas y sugiere la conveniencia de un alineamiento militar con Francia. Esa reacción ha creado una severa crisis en la relación transatlántica.

        Pero ninguno de esos obstáculos externos se equipara con la oposición que afronta Trump dentro de su propio país. Su mandato transita por un tormentoso carril de incontables conflictos. No logró disciplinar a su bancada para aprobar el régimen sustituto del Obamacare y tiene trabado su plan de reforma tributaria.

        Varios jueces le impusieron, además, vetos a sus decretos de visado antimusulmán y el intento de expulsar a los inmigrantes llegados en la infancia (dreamers) está muy cuestionado.

        La improvisación, los fracasos y las renuncias son datos repetidos de su gestión, mientras se multiplican los escándalos por corrupción que afectan a sus allegados y familiares. La pretensión de forjar una presidencia bonapartista para disciplinar a todos los lobistas de Washington naufraga día tras día.

        Trump debió eyectar a su principal hombre de confianza (Bannon) y su estratega militar (Flynn) fue reemplazado por dos generales del Pentágono (Mattis, McMaster). Mientras en su círculo de decisiones se afianzan los hombres de la elite empresarial (Tillerson, Perry) y de Wall Street (Mnuchin, Cohn, Rosenstein), los dueños del poder trabajan para desplazar a los últimos espadachines del acaudalado (Pompeo, Navarro, Ross).

        Trump redobla su descarnada confrontación con la gran prensa y mantiene la fidelidad de sus bases de la “América Profunda”. Pero no logra doblegar a los jóvenes y militantes, que recientemente encabezaron el repudio a su complicidad con los asesinatos racistas del sur.

        La continuidad de su administración es una incógnita y la conspiración para colocar al previsible Pence en la presidencia está siempre abierta. Este escenario es evaluado con mucha atención en América Latina. La agresiva estrategia de Washington contra la región obliga a precisar ciertas caracterizaciones, que desenvolvemos en la segunda parte de este texto.

26-9-2017

RESUMEN

En la OMC y el G 20 se verifican las nuevas tensiones entre potencias. Estados Unidos intenta recuperar primacía económica utilizando su poder geopolítico-militar. 7 Restaura el unilateralismo comercial para hacer valer la competitividad de sus servicios, pero no logra concertar alianzas internacionales. Trump afianza el belicismo eludiendo el uso de los marines. Potencia las tensiones en la esfera internacional afrontando una aguda crisis interna.

REFERENCIAS

-Petras, James. La Élite del Poder en Tiempos de Trump, 11-9-2017, resumenlatinoamericano.org
-Scherrer, Christoph. La agenda de política comercial de Trump: más liberalización, 29/06/2017, /www.sinpermiso.info/textos/.
-Pieraccini, Federico. ¿A quién le interesa un conflicto en Corea del Norte?, 20-5-2017, http://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article2243
-Armanian, Nazanín. ¡Yo creé el terrorismo yihadista y no me arrepiento!, 20-8- 2017//blogs.publico.es/puntoyseguido/4143/
-Rodríguez, Olga. El rearme y el nuevo puzle del poder, 8-6-2017, elperiodico.com/es/opinion/20170607/
-Ribeiro, Silvia. Trump, empleo y robots, 19-2-2017, www.motoreconomico.com.ar
-Justo, Marcelo. Gana aceptación la idea de un Brexit blando, , 3-9- 2017 /www.pagina12.com.ar/60580
-Anderson, Perry. El sistema se encuentra debilitado, pero no está en sus últimas horas, 19-7- 2017, http://contrahegemoniaweb.com.ar
-Pastor, Jaime. Deconstruir para reconstruir, 13/03/2017, http://vientosur.info/spip.php?article12349
-Glazebrook, Dan. El bloqueo de Catar, el "petro-yuán" y la próxima guerra contra Irán, 19-6- 2017 /www.rebelion.org/noticia.php?id=228094
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(1) Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz





Una Pregunta, un Reto Para Paul Krugman,
y Todos Aquellos que se Preocupan
por el Futuro de la Humanidad*

Bob Avakian

PAUL KRUGMAN, economista ganador de un premio Nobel que publica regularmente comentarios en el New York Times, escribió hace poco (en una columna del 11 de septiembre de 2017, “Conspiraciones, corrupción y clima”) que, con Donald Trump en la Casa Blanca, “el gobierno de Estados Unidos está en manos de conservadores ignorantes que se oponen a la ciencia”. Y he aquí la declaración muy seria con la que concluye esta columna:

El resultado final es que ahora nos gobierna gente que se ha alejado por completo no solo de la comunidad científica, sino de la idea científica: la noción de que una evaluación objetiva de la evidencia es la forma de conocer el mundo. Esta ignorancia deliberada es profundamente aterradora. De hecho, podría terminar por destruir la civilización. [énfasis añadido]

Esto pone en relieve la pregunta: si, de hecho, la gente en el poder puede terminar por destruir la civilización (y esto podría ocurrir no sólo por medio de lo que hace en relación con el clima, sino por medio de desatar de manera gratuita una guerra nuclear), ¿no requiere esto que todos aquellos que están preocupados por los intereses fundamentales de la humanidad, por su propio destino y futuro, actúen de unas maneras que de veras están a la altura de esta profunda amenaza existencial?

        De hecho, hay gente que así lo está haciendo. La gente que ha reconocido la grave amenaza que plantean aquellos que ahora nos gobiernan, y la urgencia de la situación, y que por lo tanto está decidida a actuar ahora no sólo para oponerse sino para sacar del poder a este régimen de pesadillas. La gente que se ha negado a simplemente esperar que de alguna manera el “funcionamiento normal” de un proceso que ha conducido a estas personas a su posición dominante impida que actúen de acuerdo con su “ignorancia deliberada”, y cosas peores. La gente que se une sobre la base de un Llamamiento de la organización Rechazar el Fascismo con su posición franca:

“¡Esta pesadilla tiene que terminar: El régimen de Trump y Pence tiene que marcharse!

¡En nombre de la humanidad, nos NEGAMOS a aceptar a un Estados Unidos fascista!”

Esta gente trabaja incansablemente para crear la base política y organizativa para una movilización masiva y sostenida en todo Estados Unidos, a partir del 4 de noviembre de este año, cuya posición unificadora es la insistencia de que hay que sacar del poder a este régimen en su conjunto, ya. Como explica el folleto especial de Rechazar el Fascismo (RefuseFascism.org) (en inglés): “Los crímenes del régimen de Trump y Pence y cómo ser parte de sacarlos poder”:

Rechazar el Fascismo es un movimiento de personas de varias perspectivas, unidas en nuestro reconocimiento de que Régimen de Trump y Pence representa un peligro catastrófico para la humanidad y el planeta y que es nuestra responsabilidad sacarlos del poder. Esto significa trabajar y organizarnos con toda nuestra creatividad y determinación hacia el 4 de noviembre, cuando muchos miles de personas llenen las calles de ciudades y pueblos, comenzando una lucha que debe continuar día tras día y noche tras noche, llegando a incorporar a millones de personas, exigiendo: ¡Esta pesadilla tiene que terminar: El régimen de Trump y Pence tiene que marcharse!

Extendemos una invitación de bienvenida a los individuos y las organizaciones desde muchos puntos de vista diferentes que comparten nuestra determinación de negarse a aceptar a un Estados Unidos fascista para sumarse y/o asociarse con nosotros en esta gran causa.

Por lo tanto, eso es el punto crucial de orientación y el reto: las personas que sostienen muchos puntos de vista divergentes deben juntarse y actuar políticamente, en lo que es realmente una manera significativa y poderosa, para hacer frente al desastre inminente —de hecho el desastre en marcha— encarnado en este régimen de Trump y Pence, debido a su obstinada oposición al método científico y su absoluto desprecio por la verdad y su repetido aporreamiento de la verdad, debido a su abierta supremacía blanca y misoginia, sus ataques xenófobos e intolerantes contra los inmigrantes, musulmanes y personas LGBT, su descarado patrioterismo tipo “Estados Unidos Ante Todo” y el grave peligro que representa para la existencia humana mediante su enfoque depredador contra el medio ambiente y el blandimiento belicoso del poderío militar, incluida su voluntad expresada y amenazas descaradas de usar armas nucleares.

        En “Conspiraciones, corrupción y clima”, Paul Krugman se refiere a los que ahora están en el poder como “conservadores ignorantes que se oponen a la ciencia”; Rechazar Fascismo está de acuerdo en que son “ignorantes” y “se oponen a la ciencia”, pero va más allá al identificarlos no sólo como “conservadores”, sino como fascistas reales. Krugman es un defensor del capitalismo, mientras que yo soy un defensor del comunismo, un nuevo comunismo, que está convencido de que lo que en última instancia y fundamentalmente se requiere para hacer frente a los horrores actuales que enfrentan las masas de la humanidad y la inminente amenaza a la existencia misma de humanidad, es una revolución verdaderamente radical y emancipadora. Pero eso no es la inmediata cuestión y reto que tenemos ante nosotros en este momento actual. Más bien, es hacer frente al grave peligro que representan los que ahora están en el poder, por medio de una acción política no violenta pero masiva y sostenida — la movilización, primero de miles, que crezcan a millones de personas, decididas a quedarse en las calles hasta que este régimen sea sacado del poder. ¿No es cierto que el reconocimiento mutuo de que este régimen “podría terminar por destruir la civilización” nos exija —de todos los que, desde todos esos muchos puntos de vista divergentes, podemos reconocer que esto es lo que está en juego para la humanidad— que actuemos juntos y hagamos todo a nuestro alcance, para gestar la manifestación política masiva que se necesita urgentemente para expulsar a este régimen?

        Con este espíritu y con este entendimiento, es crucial que todos —aquellos, como Paul Krugman, con una plataforma prominente desde la cual influir en la opinión pública, así como aquellos que no tienen esa plataforma— que reconocen y se angustian por lo que está en juego para la humanidad, actúen desde su propia perspectiva, para dar un apoyo significativo y, de hecho, participar activamente en el trabajo preparatorio crítico hacia el 4 de noviembre: apoyar públicamente y promover el Llamamiento de  Rechazar el Fascismo, ayudar a abrir brechas en lo que es efectivamente una supresión de esto por parte de los medios de comunicación, hacer donaciones y recaudar fondos, remitir a la gente al sitio web de Rechazar el Fascismo (RefuseFascism.org), y de innumerables otras maneras contribuir a desarrollar la necesaria base política y organizativa para lo que Rechazar el Fascismo llama con mucha razón “esta gran causa”. Pues es la masiva y sostenida movilización política convocada por Rechazar el Fascismo la que realmente representa la perspectiva de forjar un camino positivo en medio de esta situación extremadamente peligrosa y potencialmente desastrosa, y más allá.
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(*) Tomado de Periódico Revolución (revcom.us), 14 de septiembre de 2017.

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