E. V. Shorojova
EL SENTIDO VITAL DE LA CONCIENCIA no
estaría justificado si no se hallara vinculado a la conducta real del hombre, a
su actividad. Así, pues, para comprender la naturaleza de la conciencia y las
peculiaridades específicas de la actividad refleja del hombre se ha de
caracterizar el nexo de la conciencia con la actividad.
Este
problema es uno de los más fundamentales en el sistema de los conocimientos
psicológicos, y constituye la piedra angular de la teoría psicológica. En esto
se asemeja al problema psicofísico, que fue una peculiar piedra de toque en la
cual se ponía a prueba el credo filosófico de muchas concepciones psicológicas.
El
problema metodológico general de las relaciones recíprocas entre la conciencia
y la actividad ha sido tratado desde muy diversos aspectos a lo largo de la
historia de la psicología. Se ha abordado su solución desde diferentes puntos,
analizándose tanto en su aspecto general como en sus aspectos particulares con
el propósito de llegar a una solución general. Esto fue lo que ocurrió al
plantearse el problema de las relaciones entre la sensación como proceso
psíquico elemental y el movimiento como un factor de actividad. Muchos
idealistas, al divorciar la actividad y la conciencia, empezaban, en general,
por ese eslabón. Los que negaban toda conexión entre la conciencia y la
actividad llegaban a la conclusión de que la psique es incognoscible y que la
conciencia está encerrada en sí misma. El curso de los razonamientos que les
conducía a semejantes conclusiones era, más o menos, el siguiente: Todo cuanto
conocemos influye sobre nuestros sentidos. Esta influencia se efectúa por medio
del movimiento. El espíritu es algo capaz de existir, ver, sentir y juzgar;
entre el espíritu y el movimiento no hay ninguna similitud natural. Como el
movimiento no puede ser más que desplazamiento, cambio de lugar, que sufren las
partículas de la materia y lo psíquico no se desplaza, entre ese hecho físico
del movimiento mecánico y el fenómeno psíquico (deseo, emoción, sensación) no
existe ninguna semejanza. Partiendo de la idea de que los hechos del movimiento
y la conciencia no son idénticos entre sí, los idealistas llegan a la
afirmación de que la diferencia entre la conciencia y la actividad son tan
profundas que deben considerarse de principio, o sea que se deben separar
absolutamente la conciencia y la actividad.
La
tesis de que la conciencia y la actividad están desligadas recíprocamente se
confirmaba, al parecer, por el hecho de que el movimiento, a veces, no iba
acompañado por la conciencia. Cuando la actividad del cerebro se perturba, los
movimientos se conservan, pero el hombre no es consciente de ellos. Por
ejemplo, el cosquilleo de la planta del pie produce la contracción de los
músculos correspondientes, más el hombre puede no ser consciente de esas
contracciones. En cambio, si el cerebro funciona normalmente, a excepción de
esa reacción refleja, motora involuntaria, dicen los partidarios de esa teoría,
surge un nuevo fenómeno, la sensación, que es experimentada por el sujeto, por
el “yo” del hombre. Es precisamente el “yo” quien siente el cosquilleo, y esa
sensación es suficiente para reconocer que el “yo” posee conciencia. De este
modo, la conciencia es considerada como un fenómeno adicional al movimiento e
independiente de él. La actividad aferente y eferente del sistema nervioso se
separa metafísicamente.
En
un plano más amplio, el problema de la conciencia y la actividad se presenta
como el problema de las relaciones recíprocas entre la conducta y la
conciencia. La psicología introspectiva, al encerrar la conciencia en el
círculo de sus fenómenos, deja completamente al margen el análisis de la
conducta, convirtiéndose en una psicología de conciencia pura. La psicología
introspectiva no resuelve el problema de los vínculos entre la conciencia y la
actividad; se limita a ignorarlo, no incluyéndolo en el orden del día de las
discusiones y las investigaciones científicas. Los conductistas
(behavioristas), al combatir el idealismo de la psicología introspectiva,
tampoco lo resuelven, pues se limitan al análisis de la conducta exterior del
individuo. Los fenómenos de la conciencia y la actividad, unidos en la vida
real, se sitúan en polos diferentes, por decirlo así, y son objeto de estudio
de tendencias psicológicas diferentes por sus posiciones de partida. La
conciencia, que se situaba en un polo, se convertía en una contemplación pasiva
y se consideraba como un estado inactivo internamente propio del hombre. La actividad
inconsciente se situaba en otro polo. Este divorcio pudo ser superado no
mediante la comparación exterior de la conciencia y la actividad, de la
combinación externa de los fenómenos comprendidos al modo idealista, sino
mediante el estudio tanto de no como de otro, como formas de interacción humana
con la realidad objetiva. La salida del callejón en que se han metido de hecho
la psicología introspectiva y el conductismo es la de considerar la psique como
el reflejo del mundo exterior por el hombre concreto, vivo y operante en
determinadas situaciones.
La
psicología científica, en la solución de sus tareas específicas con respecto a
las relaciones entre la conciencia y la actividad, se basa en la doctrina
materialista dialéctica de la unidad de la teoría y la práctica. La concepción
filosófica general sobre la unión de la práctica y la teoría, del trabajo y la
vida, se basa, además de todo lo restante, en los datos que proporciona el
estudio del papel que ha desempeñado el trabajo en la formación del pensamiento
humano.
La
práctica sirve de base del conocimiento. Esta tesis se confirma tanto por el
estudio del proceso de la evolución histórica del conocimiento científico como
por el análisis del proceso cognoscitivo, que efectúa constantemente cada individuo.
El
materialismo dialéctico ha superado la concepción idealista de que los hombres
obran conscientemente cuando su voluntad y su pensamiento anteceden a la
acción, se adelantan a ella, que, según dicen, demuestra el carácter primario
de la conciencia con respecto a la actividad material de los hombres, su
práctica. Al subrayar la unidad de la teoría y la práctica, el materialismo
dialéctico demuestra que las ideas de los hombres son una respuesta a las
demandas de la práctica, que el modo de vida determina el modo de pensar de los
hombres. Al mismo tiempo, la filosofía marxista no rechaza la actividad de la
razón, sino que, señalando esta actividad, analiza la fuente material de ella.
Marx escribía que “la naturaleza no construye máquinas, locomotoras, vías
férreas, telégrafos eléctricos, factorías agrícolas, etc. Todo eso son
productos de la actividad humana; son materiales de la naturaleza convertidos
en órganos del poder de la voluntad humana sobre la naturaleza o en órganos de
ejecución de esa voluntad en la naturaleza. Todo eso son órganos del cerebro humano creados por la mano humana; es la
fuerza material del saber”.1
Las
tesis generales del materialismo dialéctico sobre el vínculo entre la teoría y
la práctica han servido de base para el planteamiento y la elaboración en
psicología de cuestiones vinculadas al problema de las relaciones recíprocas de
la conciencia y la actividad.
Para
la psicología, el vínculo indisoluble entre la conciencia y la actividad radica
en el vínculo indisoluble de la sensación y el movimiento. Se basa, al mismo
tiempo, en los datos de las ciencias naturales y parte de la tesis de la
naturaleza refleja de cualquier fenómeno psíquico. Séchenov desempeñó un papel
destacadísimo en la fundamentación científica de esta tesis. La actividad
psíquica, según Séchenov, se expresa por indicios exteriores, y todos los
hombres, por lo común, tanto los que saben como los que no saben, tanto los que
cultivan las ciencias naturales como los que se dedican a investigar el espíritu,
juzgan de la actividad psíquica por los indicios exteriores.
Séchenov
consideraba que toda la infinita diversidad de las manifestaciones exteriores
de la actividad cerebral se reducen al movimiento muscular. “Lo mismo cuando
ríe n niño al ver un juguete que cuando sonríe Garibaldi impulsado por un
inmenso amor a la patria, que cuando se estremece una muchacha al pensar por
primera vez en el amor o crea Newton las leyes universales y las anota en el
papel, el hecho definitivo es siempre el movimiento muscular. Para ayudar a los
lectores a reconciliarse lo antes posible con esa idea, les recordaré el marco
creado por la inteligencia de los pueblos y en el cual caben todas las
manifestaciones generales de la actividad cerebral; ese marco es: palabra y acción. Por acción, el entendimiento popular
comprende, sin duda, toda actividad mecánica exterior del hombre que solo es
posible por medio de los músculos. Y por palabra,
ya habrá usted comprendido, amable lector, gracias a su desarrollo, una
determinada combinación de sonidos que se producen en la laringe y la cavidad
bucal también por medio de esos mismos movimientos musculares”.2
Considerando
como condición ineludible para el conocimiento científico de la psique el
descubrimiento de los vínculos entre los fenómenos psíquicos y la actividad
humana como la conexión de los dos primeros tercios del reflejo cerebral con su
última tercera parte, Séchenov afirma que la actividad es la condición
indispensable para el desarrollo de los propios órganos humanos. “Las
observaciones hechas sobre adultos, niños y animales –escribe Séchenov–
demuestran que la primera condición para el mantenimiento de la integridad
material y, por consiguiente, de las funciones de todos los nervios y músculos
sin excepción, exige el correspondiente ejercicio de esos órganos; así, por
ejemplo, la luz ha de actuar sobre el nervio óptico, el nervio motor ha de ser
excitado y su músculo debe contraerse, etc. Por otra parte, se sabe que siempre
que el ejercicio de cualquiera de esos órganos se interrumpe violentamente, el
hombre experimenta un sentimiento penoso que le obliga a buscar el ejercicio
que le falta”.3
Entre
la conciencia y la actividad no existe una conexión unilateral, sino una
interacción recíproca que, como toda interacción, es bilateral; exige la
participación de ambas partes e imprime su huella en los factores
interactuantes.
Una
manifestación de ese vínculo recíproco es la influencia de la conciencia sobre
la actividad.
La
peculiaridad específica de la actividad vital del hombre, como se ha señalado
ya, consiste en que el hombre trabaja. La conciencia, que surge a base del
trabajo y se forma en el proceso de la actividad vital concreta del hombre, es
la reguladora de la actividad humana. La propia actividad adquiere un carácter
consciente y adecuado a fines. En esa actividad adecuada a fines es donde se
revela, precisamente, el papel específico del reflejo consciente de la
realidad. El hombre, al producir en el proceso del trabajo los objetos
destinados a satisfacer sus necesidades y las necesidades de la colectividad,
tiene en su mente, en forma de representaciones, el resultado posible de su
actividad. Al actuar, además de tomar en cuenta las condiciones presentes de su
actividad, el hombre realiza su plan mental interno que antecede al
cumplimiento de las acciones concretas.
Solo
la forma superior de reflejo de la realidad, la conciencia, permite al hombre
subordinar sus acciones a las ideas y conceptos que surgen en su mente, así
como actuar mentalmente. Este hecho es el que determina el papel específico que
desempeña la conciencia en la actividad humana.
De
este modo, el reflejo consciente del medio circundante y de los nexos del
individuo con el medio ambiente constituye un factor sumamente activo para
determinar la actividad del hombre dirigida a modificar el mundo que le rodea.
El
hecho de que la conciencia sea un reflejo no significa que no cumpla un papel
activo en la vida. La conciencia es, ante todo, el producto de la actividad
vital del hombre, de su práctica social. Por ser un reflejo de la realidad,
desempeña un papel importante en la regulación de esa misma actividad cuyo
producto es. La conciencia viene a ser un medio que dirige la actividad a la
consecución de fines determinados. El sentido vital de la conciencia se
manifiesta, precisamente, en el hecho de que regula, a base del reflejo de la
realidad, las complejísimas interrelaciones sociales y la relación de la
sociedad humana con esa realidad. Solo esto justifica la aparición de la
conciencia en el proceso del desarrollo histórico de la humanidad.
El
papel regulador de la conciencia se manifiesta, ante todo, en los procesos volitivos
del hombre. Mas el papel activo de la conciencia no se limita a eso. En su
interacción activa con la realidad, el hombre percibe emocionalmente el mundo
exterior. En la psicología idealista, la actividad de los procesos volitivos se
entendía como la manifestación activa del principio espiritual, y las emociones
se consideraban como el resultado de la actividad interna de la conciencia.
El
hombre, en el curso de su actividad, al sufrir la acción de los objetos y
fenómenos del mundo exterior, al ocupar una posición determinada frente a ellos
y sus cambios, mantiene una cierta actitud frente a esos objetos, los vive
emocionalmente. La actitud emocional del hombre frente a la realidad puede
convertirse a su vez en un estímulo para su actividad. Las emociones, en cierto
sentido, individualizan toda la actividad consciente del hombre.
La
caracterización científica de las interrelaciones de la conciencia y la
actividad sería unilateral si nos limitásemos a señalar el papel de la
conciencia en la actividad del hombre. Esa interrelación tiene también otro
aspecto: la actividad influye sobre la formación de la conciencia.
La
psicología marxista ha superado el defecto del pensamiento teórico al que
aludía Engels cuando escribía: “Tanto las ciencias naturales como la filosofía
han desdeñado completamente la influencia que la actividad del hombre ejerce
sobre su pensamiento y conocen solamente, de una parte, la naturaleza y de la
otra el pensamiento. Pero el fundamento más esencial y más próximo del
pensamiento humano es, precisamente, la transformación
de la naturaleza por el hombre, y no la naturaleza por sí sola, la
naturaleza en cuanto tal, y la inteligencia humana ha ido creciendo en la misma
proporción en que el hombre iba aprendiendo a transformar la naturaleza.”4
Todos los procesos psíquicos del hombre transcurren siempre en medio de alguna
actividad. Esto no ocurre en los procesos volitivos únicamente, cosa que de por
sí se entiende, sino también en los cognoscitivos y emocionales. El hombre
actúa siempre de uno u otro modo y en el curso de su actividad conoce la vida
real y se originan en su ánimo determinadas emociones.
La
psicología marxista, al señalar el vínculo entre la conciencia y la actividad,
al indicar que la conciencia y la actividad, como la teoría y la práctica,
están constantemente vinculadas la una con la otra y se penetran
recíprocamente, no las identifica entre sí. El nexo entre la conciencia y la
actividad puede ser más o menos estrecho, y esto se determina cada vez por las
condiciones concretas y todo el curso de la actividad vital del hombre.
La
idea del nexo entre la conciencia y la actividad no significa que, al enjuiciar
el mundo interior del hombre por el carácter de sus manifestaciones exteriores,
toda la actividad psíquica se reduzca a las reacciones exteriores del hombre.
La psicología no niega el mundo interior del hombre, sino que lo sitúa en el
lugar que le corresponde. Desde ese punto de vista, la conciencia y la
actividad constituyen los diversos aspectos de las efectivas relaciones
recíprocas del hombre con el mundo exterior.
Únicamente
el estudio de los nexos de la conciencia con la actividad permite darse cuenta
del verdadero puesto de la conciencia en el sistema de los fenómenos psíquicos
y comprender más profundamente su esencia.
Resumiendo,
cabe decir que la conciencia se caracteriza por ser reflejo de la realidad. Se
distingue por la posición activa del hombre frente a la realidad, frente a sí
mismo, sus actos y su conducta, por una actividad dirigida a la consecución de
los objetivos planteados. La conciencia es la capacidad del hombre de
comprender el mundo circundante, los procesos que en él se verifican, sus
propios pensamientos y acciones, así como su propia actitud ante el mundo y
hacia sí mismo. La conciencia del hombre se forma y se manifiesta en si
actividad de trabajo, en su comportamiento y acciones, en su actitud hacia los
demás hombres y la sociedad en su conjunto.
____________
(*) Tomado de E. V. Shorojova, El problema de la conciencia. Cap. IV. Parte 3. Editorial
Grijalbo, 1963.
(1) “Manuscritos no publicados de
Marx”. En la revista Bolshevik, núms
11-12, 1939, pág. 63 (en ruso).
(2) I. M. Séchenov, Obras filosófica y psicológicas escogidas,
pág. 71.
(3) I. M. Séchenov, Obras filosófica y psicológicas escogidas,
pág. 71.
(4)
F. Engels, Dialéctica de la naturaleza, ed. esp. Cit., pág. 196.
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