Ubicación tendenciosa de
Mario Vargas Llosa
Julio Carmona
POR SUPUESTO, no dudamos que MV conozca lo que es el naturalismo literario.
Y, a estas alturas de nuestro trabajo, es pertinente precisar que no hemos
considerado en ningún momento que sea un neófito en los temas que estamos
tratando. Todo lo contrario. Aunque, en algunos casos —como lo hemos
demostrado— equivoca su apreciación respecto de ellos. O sea que sus equívocos
no responden a desconocimiento sino a convencimiento de que su error no es tal.
Es decir, que actúa con lo que Marx y Engels denominaban falsa conciencia. Y
que consiste, al decir de estos autores, en creer que «la frase en que se
expresa el problema real es el problema real mismo.» (E-1974: 99.) Y esta
manera de ver las cosas la grafica Marx con el siguiente ejemplo:
John Locke, que defendía
la nueva burguesía bajo todas sus formas, los industriales contra las clases
obreras y las indigentes (...) en una obra especial, había demostrado que la
inteligencia burguesa es la humana normal. (E-1961: 72.)1
Una opinión de MV, muy cercana a la de John Locke, es esta que convierte en
un absoluto a la democracia burguesa, y dice así: «... hoy se sabe por
comprobación empírica, y más aún con el desplome de los absolutismos marxistas,
que la democracia es el único sistema que garantiza desarrollo económico y progreso
social, derechos humanos y redistribución, control de la producción y respeto
al individuo.» (C-2004: 241.) Lo único que le faltó es agregar al sustantivo
«democracia» el adjetivo de «burguesa» y solo así, en efecto, se ve que
«es el único sistema que garantiza»: «desarrollo económico de la burguesía» (y
pobreza para la inmensa mayoría), «progreso social de la burguesía» (y atraso
social de la inmensa mayoría), «derechos humanos y redistribución para la
burguesía» (y atropello de derechos y estancamiento en la pobreza de la inmensa
mayoría), «control de la producción por la burguesía» (y negación absoluta del
acceso a los medios de producción a la inmensa mayoría), «respeto al individuo
burgués» (y despotismo contra la inmensa mayoría).
En ese sentido —y en relación
con el naturalismo— podemos decir que, así como hemos visto en el capítulo
precedente, que MV creía que había dos realismos (el que él mismo defendía, por
ejemplo, contra el ‘realismo socialista’), igualmente cree que hay dos naturalismos.
Uno positivo o rescatable y que corresponde al de la escuela naturalista del
siglo XIX, y otro negativo o devaluado que es el que atribuye a los autores de
la novela rural latinoamericana que, según él, es una literatura con un
«esquema maniqueo y hechura simplona (...) que repetía, sin saberlo, los temas
y maneras del naturalismo europeo importado medio siglo atrás.» (C-1983: 388.)
Ese naturalismo europeo, positivo, es el correspondiente a la generación que
—dice— «... reivindicó a Flaubert y lo consideró un maestro, aunque él se opuso
siempre a ocupar el lugar que Zola y los naturalistas le reservaban.» (B-1975:
48.)
En la historia de las
tendencias (las escuelas y los movimientos literarios) ha habido quienes han
pretendido borrar los límites que hay entre realismo y naturalismo. Y hay otros
que pretenden hacerlo, incluso, entre realismo y formalismo2. MV
pasa de una a otra pretensión con absoluta facilidad. No se olvide que en el
capítulo cuarto pudimos comprobar su intención de desacreditar al realismo,
hasta el extremo de llegar a plantear su inexistencia. Pues ahora cabe exponer
las pretensiones ya anotadas. Y así vemos cómo describe al naturalismo, y lo
diferencia del realismo (al menos el «realismo de Flaubert») indicando que el
problema no reside solo en «elegir un tema realista» sino, más que nada, en el
tratamiento formal que se le da. (B-1975: 255.) Pero lo interesante a destacar
es que, después de identificar ese alejamiento de «lo artístico» con el
naturalismo, pasa a considerar que quienes hacen eso son los «movimientos
realistas». Veámoslo:
Muchos movimientos que
se proclamaban realistas fracasaron porque para ellos el realismo consistía en
tomar pedazos de la realidad común y genérica y describirla con la mayor
fidelidad y una mínima elaboración artística. (Ibíd.)
Obsérvese que al explicar en qué consistía «el realismo» para ese tipo de
escritores, en realidad está hablando del naturalismo. Pero ahí no queda el
asunto, sino que dos páginas después de la cita precedente, sin hacer ya
ninguna distinción entre escritores «naturalistas» y «realistas», llamándolos a
todos con la expresión segunda, los opone a los formalistas, a quienes llama
escritores «artísticos». Dice:
... los autores
franceses del «nouveau roman», formalistas a ultranza, lo llamaron [a Flaubert]
su precursor por haberse planteado la literatura, un siglo antes que ellos,
como un problema de lenguaje. [Y agrega:] Una escala importante en esa línea de
descendientes «artísticos» (para oponerlos, con una fórmula esquemática, a los
«realistas») es Proust, para quien aquél [Flaubert] es sobre todo el maestro
del estilo. (Ibíd.: 257-258.)
Nótese cómo, a final de cuentas, se nos dice que el «realismo» no es
artístico, y, subliminalmente, se reserva esta cualidad para el formalismo. Y,
asimismo, comprobamos cómo ha hecho pasar a Flaubert de realista a naturalista
(o viceversa) y, finalmente, a formalista. Esa técnica discursiva de MV ya
hemos tenido oportunidad de analizarla en capítulos anteriores. Pero, hay que
reiterarlo también, no es una propuesta original. Pues había sido usada por
José Ortega y Gasset en el libro —ya citado— La deshumanización del arte3.
Veamos cómo maneja este autor el mismo método argumentativo que usa MV.
Primero, unifica a todas las escuelas que considera afines bajo la denominación
de ‘realistas’, para luego oponerlas a la tendencia ‘artística’:
Durante el siglo XIX los
artistas han procedido demasiado impuramente, reducían a un mínimun los
elementos estrictamente estéticos y hacían consistir la obra, casi por entero,
en la ficción de realidades humanas. En este sentido es preciso decir que, con
uno u otro cariz, todo el arte normal de la pasada centuria ha sido realista.
Realistas fueron Beethoven y Wagner. Realista Chautebriand como Zola. Romanticismo
y naturalismo, vistos desde la altura de hoy, se aproximan y descubren su común
raíz realista. (...) [Y, un poco más adelante, dice:] El arte nuevo es un arte
artístico. (E-1985: 18-19.)
La expresión «arte nuevo» de que habla Ortega, es equivalente a la «novela
moderna (formalista)» a que se refiere MV.
Pero, igualmente, veamos cómo Ortega —aunque en el ámbito de su
especialidad: la filosofía— establece la siguiente oposición: «realismo
antiguo» contra «idealismo». Dice Ortega: “De [la teoría del conocimiento]
resultaba que se descubría unas veces al pensar como un resultado del ser —y
esto era el realismo— y otras, viceversa, se mostraba que la estructura del ser
procedía del pensar mismo —y esto era el idealismo.» (E-1972: 90-91.) Y, luego
de describir a ambas tendencias filosóficas, Ortega ubica «su» filosofía: «Y
entre medias situaremos la posición que parece más discreta, a saber: la que
cree notar que el ser sólo en parte coincide con el pensar» [y he aquí la
primera semejanza con MV: quien —parcialmente— reconoce la teoría del reflejo
del realismo. Pero sigue Ortega:] «Una teoría del conocimiento regida por este
tercer punto de vista cuidará de dibujar severa, verazmente la línea de
coincidencias y discrepancias entre el universo y el pensamiento, dibujará un
mapa de lo objetivo donde habrá zonas visibles o que el pensar puede penetrar,
y zonas impenetrables, zonas irracionales del mundo» [y aquí vemos una segunda
coincidencia con la separación que hacía MV de la realidad: en una conocible y
otra desconocida.]
Finalmente, Ortega llega a la
conclusión de que el «antiguo realismo» y el «idealismo moderno» son superados
con «su» filosofía «del vivir». Es más —con una soberbia muy similar a la de
MV— dice:
Confirmamos que hemos llegado
a un nivel espiritual más alto porque si miramos a nuestros pies, a nuestro
punto de partida —el «vivir»— hallamos que en él están conservadas, integradas
una con otra y superadas, la antigüedad y la modernidad. (Ibíd.: 217.)
Pero, no ha ocurrido tal «superación». Y él mismo se encarga de
desmentirlo, pues, finalmente, llega a admitir que «su» filosofía es
subsidiaria de otra. Y no precisamente de una filosofía progresista, sino de la
más retardataria: la filosofía del fascismo, la filosofía de Heidegger4.
Y esto lo dice con sumo beneplácito:
Me complazco en
reconocer que en el análisis de la vida quien ha llegado más adentro es el
nuevo filósofo alemán Martin Heidegger. (Ibíd.: 228.)
De esa manera, Ortega ha recalado en el idealismo que pretendía superar,
porque —como concluye A. J. Ayer— el existencialismo no hace sino «marcar una
vuelta al idealismo absoluto.» (Op. cit.: 265.) Nada más equiparable a la
integración que hace MV de su «teoría» dentro del formalismo. Y ya hemos tenido
oportunidad de ver la relación que hay entre formalismo y naturalismo.
Pese a reclamarse el mismo MV
—como discípulo de Flaubert— un cuidadoso cultor de la forma, se deja ganar
siempre por su propensión a no despegarse de los hechos reales, como los
nadadores inseguros que, al ponerse a flotar en el agua, tienden a tantear el
fondo con los pies. MV dice: «lo pura o excesivamente intelectual, lo que
parece disociado de una muy directa experiencia vital me provoca un rechazo de
entrada.» (C-1993: 295.) Y esto lo explica él mismo cuando alude a sus dudas
vocacionales, entre la Literatura y la Historia, y, así, dice: «La influencia
que el curso de Porras tuvo sobre mí fue tan grande que durante esos primeros
meses en la universidad dudé muchas veces al preguntarme si debía seguir
Historia en vez de Literatura, pues aquélla, encarnada en Porras Barrenechea,
tenía el color, la fuerza dramática y la creatividad de ésta y parecía más
arraigada en la vida.» (Op. cit.: 237.)5 Pero esta
predilección por una escritura «más arraigada en la vida», más ligada a «la
experiencia vivida», tiene que ver también con su primigenia experiencia de
confrontación con escritores mayores que censuraron su primer trabajo, un
cuento titulado «La Parda», de tendencia abstraccionista o formalista:
Creo que el mal rato con
«La Parda» en la peña de Jorge Puccinelli tuvo el efecto de irme alejando de
los temas intemporales o cosmopolitas, que fueron los de la mayoría de relatos
que escribí en esos años, hacia otros, más realistas, en los que de manera
deliberada aprovechaba mis recuerdos. (Op. cit.: 290.)
O sea que no es que en literatura su inclinación primigenia fuera por la
tendencia realista. Y he ahí que queda al descubierto una mentira más: Él, por
propia confesión, prefirió la tendencia formalista6; nada más que,
por no tener éxito en ella, por esto optó por la tendencia «realista», es
decir, por puro formulismo, no por convicción. De ahí su defección naturalista
que —como hemos visto— tiene vasos comunicantes con el formalismo y con la
vanguardia. De ahí también que se sintiera más identificado con las formas
literarias hedonistas. Y así dice:
A diferencia de lo que
me ocurre con la novela, género en el que tengo una invencible debilidad por el
llamado realismo, en poesía siempre he preferido la lujosa irrealidad, sobre
todo si la acompaña una chispa de cursilería y buena música. (C-1993: 469.)
Obsérvese que con esa reducción del ‘realismo’ (cuando dice «el llamado
realismo») desliza el subliminal deseo de que no sea así, de: cómo pudiera
denominársele de otra manera; porque prefiere la literatura formalista como
degustador de la misma, aunque como creador se sienta impotente de poder
hacerla. En el caso del escritor realista no hay medias tintas: lo es en la
literatura —como totalidad— y, por supuesto, lo es también en la vida. Esa es
la única manera de explicarse por qué frente al «Sartre crítico» MV llega hasta
el extremo de considerar que este autor no se interesaba por la poesía, que
«nunca le gustó y que tampoco la entendió». Y esto lo argumenta así:
Es algo que descubrí en
la época de mayor sujeción a su influjo, al darme cuenta que en sus ensayos
sobre Baudelaire o sobre la poesía negra, citaba los versos como si fueran
prosa, es decir únicamente por los conceptos racionales que expresaban. Esta
incomprensión de la poesía hizo que fuera injusto con el surrealismo, en el que
no vio otra cosa que una manifestación estridente de iconoclastia burguesa y
que desdeñara el impacto que tuvo el movimiento en el arte y la sensibilidad de
nuestro tiempo. (C-1983: 389.)
En principio, no es atribuible a Sartre esa consideración del «racionalismo
poético», en tanto se sabe que él opinaba lo contrario. Dicha «racionalidad»
Sartre se la atribuye a la prosa. Para él, la poesía —el verso— está libre de
ella. Dice un crítico suyo: «Sartre ha sustentado una tesis de apariencia
iconoclasta, pero muy propia de su larvado positivismo: sostiene que la poesía,
la pintura, la música, etc. (es decir, todas las artes en su acepción más
estricta), son artes no significativas y que, en cambio, la prosa únicamente
trabaja con significados.» (Luis Juan Guerrero, 1956: 167.)7 Y
concluye diciendo Guerrero: «Las palabras son para el prosista, según Sartre,
convenciones útiles, instrumentos que se emplean y gastan. En cambio, para el
poeta, son más parecidas a las “cosas naturales”, en cuanto son entes que
conservan sus propias cualidades fonéticas. Por eso —dice Sartre—, “tocándolas,
palpándolas, descubrimos que poseen una luminosidad propia y afinidades con
todas las cosas creadas”.» (Op. cit.: 169.)
Por otro lado, obsérvese en la
cita de MV que está asumiendo —¡en teoría!— el punto de vista del «narrador
omnisciente», que él mismo describe como aquel «que sabe todas las cosas que
ocurren durante el tiempo de la novela» [incluida la subjetividad de los
personajes] (B-2004: 28), y, en este caso, MV sabe de los gustos y disgustos
estéticos de Sartre, y hasta de su ‘incapacidad para comprender la poesía’. Y,
en realidad, si se devalúa la capacidad de Sartre para comprender poesía, por
la apreciación que —dice MV— tuvo del surrealismo, pues entonces también
tendría que dudarse de esa misma comprensión en el caso de César Vallejo, quien
igualmente menospreció la experiencia de la escuela surrealista8.
Y ese juicio de MV, entonces, no pasa de ser más que un despropósito. Como lo
es el considerar que la poesía solo se puede apreciar por su «lujosa
irrealidad» o su «buena música» (o su «cursilería»), y que un análisis que
inquiera por su significado o, como dice MV, por sus «conceptos racionales»
implique incurrir en una «incomprensión» de ella. Tanto una como otra
posibilidades son válidas. Y eso no debe llevar a menospreciar la comprensión o
la sensibilidad de los analistas —cualquiera sea su opción de lectura— en su
relación con la poesía. Máxime si los mismos poetas reconocen que los nexos de
la poesía con la realidad no se pierden9. Paul Valéry, el
simbolista francés, cuya obra poética se caracteriza por su hermetismo u
oscuridad definitivos, cuando reflexionó sobre la poesía en general admitió que
«No hay discurso tan extraño ni decir tan extravagante ni palabra tan
incoherente que no podamos darle un sentido. Siempre hay una suposición que da
un sentido al lenguaje más extraño.» (E-1965: 299.) Porque, como diría don
Alfonso Reyes: «Todo lenguaje lleva implícita una interpretación del mundo.
Toda retórica es una ética. Toda cuestión de denominaciones es una cuestión
trascendental.»10 Juicios estos que dejan abierta al lector o
degustador de poesía la posibilidad de suponer un sentido o una «concepción
racionalista» en la poesía. Aparte de que, también, pueda extasiarse solo con
su belleza formal, porque un texto puede analizarse —como dice el mismo Valéry:
«de muchas maneras diferentes, pues es sucesivamente justiciable por la
fonética, la semántica, la sintaxis, la lógica, la retórica, la filología, sin
omitir la métrica, la prosodia y la etimología...» (E-1965-a: 182.)11 Y
no sólo Valéry —que, después de todo, era un racionalista— admite esa
posibilidad de inquirir por una alternativa conceptual en el poema. Un autor
anterior —tres siglos antes— a él, y —por su vocación teológica— ligado a una
concepción idealista, Pascal, decía:
El que no ha levantado
el velo no ve más que lo de fuera: él se detiene allí, y, no percibiendo nada
más, toma estas apariencias por la realidad, el signo por la cosa significada,
el efecto por la causa. El que ha levantado el velo percibe detrás de la letra
el espíritu, y detrás del efecto visible, la causa invisible que la explica y
que la hace ser. No destruye la letra, no la contradice: pero muestra que la
letra debe estar subordinada al espíritu, del cual ella recibe la luz, y que es
el único capaz de unir los contrarios, inconciliables, si uno se atiene a la
letra. Porque la letra mata, pero el espíritu vivifica.12
Y es esta una manera ecuánime de comprender el problema de la lectura
literaria y/o poética, y es sorprendente que no sea admitida por un
lector-crítico como MV que, en su apreciación lectora, dice alejarse del
«principio teórico de moda según el cual la obra literaria debe ser analizada
con prescindencia total de su autor...». Claro que MV aplica ese criterio al
estudio de la narrativa, pero se resiste a hacerlo con la lírica. Y esto lo
argumentó al discrepar de la fusión de los géneros literarios, en su polémica con
Ángel Rama. Discrepancia que el crítico uruguayo desestimó por inconsistente,
en su tercer artículo de la polémica, y de manera tan categórica que quedó sin
réplica. Ahí dice ÁR:
Podría anotarse que las
similitudes estéticas responden mucho menos a la utilización de un género
(narrativo, lírico, dramático) que a la estética de una determinada época que
impregna la totalidad creativa: la novela de García Márquez se parece más a la
poesía de Álvaro Mutis que a la narrativa de Eustaquio Rivera; la poesía de
Parra del Riego no se parece a la de Juan Ramón, sino a la cuentística de
Felisberto Hernández. (E-1973: 77.)
O sea, que, tanto en la narrativa como en la lírica, se puede hacer esa
lectura de búsqueda conceptual, reconociendo con Octavio Paz que «La
significación de la poesía (...) no está ni en los juicios del crítico ni en
las opiniones del poeta. La significación es cambiante y momentánea: brota en
el encuentro entre el poema y el lector.» (Cit. por José Prats Sariol, E-1983:
38.) Es decir, no se reclama que ella sea la única ni tampoco la mejor manera
de acercarse al poema; pero tampoco es lícito exigir su interdicción. Porque,
al decir de un crítico —tampoco ligado al realismo, sino más bien al
formalismo— I. A. Richards: «Los estudios de estilo divorciados del contenido,
raramente llegan más allá que los que siguen el enfoque inverso; pero
considerar sólo el procedimiento o el contenido significa mantenerse siempre a
distancia del poema en sí.» (E-1967: 83.)
Empero, la tendencia obsesiva
que tiene MV hacia el hedonismo o el sensualismo pretende justificarla con la
identificación subliminal que de sí mismo hace con las características
formativas del personaje Madame Bovary. Y es así que se pregunta: «¿cuáles son
las causas para que Emma sea capaz de enfrentarse a su medio —familia, clase,
sociedad?» Y responde: «Esas causas son muy simples y tienen que ver con algo
que ella y yo compartimos estrechamente: nuestro incurable materialismo nuestra
predilección por los placeres del cuerpo sobre los del alma, nuestro respeto
por los sentidos y el instinto, nuestra preferencia por esta vida terrenal a
cualquier otra.» (B-1975: 21-22. Cursiva nuestra.) Sin percatarse que
igualmente está llegando a consideraciones exclusivistas, contrarias
—inclusive— a su otro exclusivismo: el «idealismo lírico». Aunque, por supuesto
—y hay que reiterarlo—, aquí MV está aludiendo al materialismo vulgar, no al
materialismo filosófico, en tanto este último no tiene nada que ver con esa
«predilección» sensualoide. No obstante, esa propensión psicológica la traslada
al plano literario y dice: «prefiero a Tolstoi que a Dostoievski, la invención
realista a la fantástica, y entre irrealidades la que está más cerca de lo
concreto que de lo abstracto, por ejemplo la pornografía a la ciencia-ficción,
la literatura rosa a los cuentos de terror.» (Op. cit.: 19.) Y, finalmente,
confiesa sentir inclinación por la mezcla de lo noble con lo innoble; dice, por
ejemplo: «Una novela ha sido más seductora para mí en la medida en que en ella
aparecían, combinadas con pericia en una historia compacta, la rebeldía, la
violencia, el melodrama y el sexo» (Ibíd.: 20), o esta otra: «cuando una novela
es capaz de usar materiales melodramáticos dentro de un contexto más rico y con
talento artístico, como en Madame Bovary, mi felicidad no tiene límites»; pero
llega a la conclusión de que su afición por el melodrama «tiene que ver, en el
fondo, con la fijación realista» (es decir: ¡ya transfirió al realismo los
elementos de su gusto sesgado, con el expediente de que esa mezcla se asemeja
más a lo real!), dice: «el elemento melodramático me conmueve porque está más
cerca de lo real que el drama, la tragicomedia que la comedia o
la tragedia» (Op. cit.: 26-27-28); sin percatarse
que al hacer —luego— una serie de precisiones sobre lo que constituye el
producto híbrido (melodrama, tragicomedia), en realidad, no está definiendo al
realismo, sino al naturalismo. Veamos:
Cuando la obra de arte
incluye (...) ese lado cursi, patético, paródico, ruin, enajenado y estúpido, y
lo hace sin tomar una distancia irónica, sin establecer una superioridad
intelectual o moral, con respeto y verdad (ese héroe medieval que elabora unos
bollos con las uñas y cabellos de su amada y se los come, etc.) siento una
emoción idéntica a la que me produce la representación literaria de la rebeldía
y la violencia. (Ibíd.:28-29.)
Pero a esa descripción —del naturalismo, propiamente— le falta agregar la
predilección por los temas relacionados con la parte enferma de la sociedad:
la carroña de que hablaba Flaubert. «Ningún novelista vio tan claro
como él —y en ninguno ha sido más cierto— que esta vocación, como los buitres,
se alimenta preferentemente de carroña.» (B-1975: 106.) Y esa misma concepción
de la narrativa la hace suya en la práctica, aunque —hay que admitirlo—
transfiriéndola a uno de sus personajes, ‘Carlitos’, de Conversación en la
catedral, el mismo que al decir: «—Yo admiro las escorias humanas» (p. 219),
está graficando claramente el «materialismo» y/o naturalismo de MV.13 Y
es una frase que repite el mismo personaje, en la misma novela: «Lo que a mí me
gusta. Las escorias, mi elemento.» (p. 225.)
(1) En este mismo texto Marx expone la actitud que debe adoptar
una conciencia realista. Dice: «... conviene siempre recordar que
el sujeto —la sociedad burguesa moderna en este caso— está determinado en la
mentalidad tan bien como en la realidad, y que las categorías, por
consiguiente, expresan formas de vida, determinaciones de existencia, y a
menudo solamente aspectos aislados de esta sociedad determinada, de este
sujeto.» (Op. cit.: 235.)
(2) Creemos ya haber hecho alusión, en este sentido, a la
pretensión de Roger Garaudy, filósofo francés de formación marxista que
incurrió —al hacer lo denunciado— en un desviacionismo de derecha. Cf.:
Garaudy, E-1964.
(3) Y también ya hemos tenido oportunidad de señalar la afinidad
intelectual habida entre los dos, pregonada por el mismo MV. ¿No será Ortega
uno de los autores que integran la ‘suma de teóricos’ de que habla en la
primera respuesta a Ángel Rama? (C-1983: 182. Ver también: Rama, E-1973: 17.)
(4) Heidegger —dice A. J. Ayer— fue «discípulo de Husserl, al que por
una oportuna adhesión al partido nazi sustituyó en su cátedra
de Freiburg y fue nombrado rector de la universidad.» (E-1983: 257.)
(5) Más adelante dirá: «Algunas crónicas (...) como las del Inca
Garcilaso o Cieza de León, las leí con verdadero placer, como monumentos de un
género nuevo, que combinaba lo mejor de la literatura y la historia, pues
tenía, como ésta, los pies hundidos en la experiencia vivida y la cabeza en la
ficción.» (Op. cit.: 278.) Y páginas más adelante dice: «Hablar con él
[Sebastián Salazar Bondy] era un saludable contraste con otros entrevistados,
él era una prueba viviente de que un escritor peruano no tenía que ser
“telúrico”, que se podía tener los pies bien metidos en la vida peruana y la
inteligencia abierta a toda la buena literatura del mundo.» (Op. cit.: 346-347.)
(6) En la novela La tía Julia y el escribidor, en que su
propia experiencia se hace explícita, dice: «Iba a titular mi cuentoEl salto
cualitativo y quería que fuese frío, intelectual, condensado e irónico
como un cuento de Borges, a quien acababa de descubrir por esos días.» (A-2002:
48.)
(7) Dicha tesis sartreana se puede confutar en su famoso libro ¿Qué
es la literatura?, Buenos Aires, Losada, 1950, p. 75 y sgts.
(8) El superrealismo —decía Vallejo— «como cenáculo meramente
literario, fue siempre, como todas las escuelas, una impostura de la vida, un
vulgar espanta-pájaros. (...) El fondo histórico del superrealismo es casi
nulo, desde cualquier aspecto que se le examine.» (E-1973: 76-79.)
(9) Y no olvidemos que el mismo MV ha sostenido que «un poema, una
novela» (...) «Son una creación humana, y es lícito indagar cómo y por qué
nacieron, y qué han dado a la humanidad para que la literatura, cuyos remotos
orígenes se confunden con los de la escritura, haya durado tanto
tiempo.» (D-2001: 32).
(10) Alfonso Reyes. Cit. por Martha Robles, «Prólogo» a Posición de
América, E-1982: 8.
(11) Esta es una manera de ver las cosas muy cercana a la del gran
maestro mexicano, ya citado, Alfonso Reyes, quien dice que «la interpretación
tiene dos polos: la alegoría o busca del sentido oculto, germen de la crítica,
y la exégesis racionalista, que no se ocupa de la forma y propone explicaciones
no literarias.» (Op. cit.:323.)
(12) Pascal, Pensamientos, Madrid, Editorial Aguilar, s/f.
pp. 314-315.
(13) Es pertinente repetir aquí la opinión de
Arnold Hauser que establece los vínculos entre autor y personaje:
«Significativo de la mentalidad de un escritor no es tanto por quién toma
partido, como a través de los ojos de quien mira el mundo.» (E-1964-II: 384.)
Confesiones de Tamara Fiol ¿un novelón indigesto?
(Octava Parte)
Julio Carmona
1.2
Personajes Secundarios:
1.2.1 Muriel, la pareja peruana de Morgan
Ya en el apartado precedente se ha
precisado que Muriel es la periodista que MB conoce en una conferencia de
prensa en la Dincote (p. 332), y que después se habría de convertir en su
pareja amorosa durante el tiempo que permanecerá en Lima. Pero la primera vez
que habla de ella es en la p. 52: «La otra posibilidad era que aceptara la
invitación de Muriel de trasladarme a su departamento…» En el primer párrafo de
la p. 56 dice: «Al día siguiente» (de la entrevista con Arias y Bracamonte),
«celebramos con Muriel nuestro primer mes
como pareja»; pero en el párrafo siguiente dice: «Me invitó a ducharme con ella,
lo cual siempre era un placer, pues Muriel es una chica atractiva y recia (del
tipo que he oído que aquí llaman cholo), de pechos breves y de curvas
espectaculares. Luego hicimos el amor en el piso de la sala en honor a nuestro aniversario.»92
En el primer párrafo de la p. 56 dice de
Muriel que «además de convertirse en mi guía en la ciudad de Lima, me
proporcionó un importante contacto para mi crónica sobre las mujeres
senderistas y ahora (…), investigaba para mí sobre los vínculos de Arancibia con
el poder y con el narcotráfico.» Al terminar el segundo párrafo, dice que
Muriel le «entregó unas carillas con sus notas sobre Arancibia.» En esta cita
hay un error de escritura: en lugar de decir «convertirse en mi guía en la
ciudad», para evitar la repetición viciosa de la preposición «en», pudo decir:
‘convertirse en mi guía por la ciudad’; pero, asimismo, hay la mención de otro
ripio: «me proporcionó un importante contacto para mi crónica sobre las mujeres
senderistas», este es un «contacto» que no se llega a identificar, es decir, de
quien no se sabrá nada en lo sucesivo, pues la crónica aludida ya está
terminada, ¿para qué mencionarlo, sin especificarlo? Además, es decisivo saber
esto, porque después no se señala ningún otro indicio de que Muriel tuviera
alguna otra participación en el desarrollo del primer reportaje relacionado con
las mujeres de Sendero.
Luego, en el párrafo tercero de la p.
56, que concluye al comenzar la p. 57, se hace alusión a otro ripio: «Lo que te
prometí, flaco —me dijo—. Es mi regalo por este día» (del mes de relación que
Morgan ha llamado «aniversario»). «Las lees, después, con calma. Pero, escucha,
me hubiera gustado entrevistar al cabrón. Verdad que sí. Porque estos malditos
fascinan. Y hay mujeres a las que les gusta ser dominadas. ¿No será este el
caso de tu amiga Tamara? Tengo una teoría al respecto. Pero dejémosla ahí por
el momento, ¿te parece?”» (y sobre esa teoría de TF mujer que gusta ser
dominada no se vuelve a tratar más lo cual es, pues, otro ripio).
En la p. 324 se dice de Muriel lo
siguiente: «La primera vez que Muriel tuvo noticias de Arancibia fue durante
una conferencia que dio un veterano reportero de judiciales sobre crímenes
famosos que ocurrieron en Lima, en la década de 1960, cuando ella era estudiante
del segundo año de Periodismo del Instituto Bausate y Meza», y hay un error de
construcción pues no se sabe si la conferencia trata de temas ocurridos en la
década de los sesenta o si Muriel asistió a la conferencia en dicha década.
Debió quedar mejor así: ‘La primera vez que Muriel tuvo noticias de Arancibia
fue cuando ella era estudiante del segundo año de Periodismo del Instituto
Bausate y Meza, y asistió a una conferencia que dio un veterano reportero de
judiciales sobre crímenes famosos que ocurrieron en Lima, en la década de
1960’. De la otra forma se entiende que la conferencia a la que asistió fue en
la década de 1960, y si se sabe que en segundo año de periodismo tenía 17 años,
para 1992, tendría 49 años, y la forma cómo se la presenta [p. 56: «Muriel es
una chica atractiva y recia (del tipo que he oído que aquí llaman cholo), de
pechos breves y de curvas espectaculares»] no se condice con esa edad ni con la
de MB que tiene 34 años. En otro momento MB dice haberle ocultado a TF su
relación con Muriel: «… omití todo lo relativo a Muriel; pues de lo contrario
hubiera tenido que revelarle que nuestra relación no se basaba en el amor ni en
el enamoramiento, sino en la simpatía y el sexo, y sobre todo en la búsqueda de
consuelo mutuo, ya que ambos habíamos sido abandonados por nuestras respectivas
parejas» (p. 77). Sin embargo, él sí le refiere a Muriel sus conversaciones con
TF, lo cual no incluirían todos los modismos de ella ni mucho menos aquellos
que no se mencionan en la obra; por eso, llama la atención que, en la p. 175,
Muriel diga: «… antes de que yo viera la luz de este puto mundo, como diría tu
amiga Tamara», pues —por lo dicho— Muriel no puede saber cuáles son los
«modismos» que emplea TF, pues nunca ha conversado con ella. Y esto se va a confirmar
páginas más adelante, donde va a reconocer que es la primera vez que escucha su
voz en un casete: «… me prometiste contarme [sic: repetición viciosa del
pronombre] sobre la conversación telefónica que tuviste con ella. Esta vez
espero que la hayas grabado.» (…) Dice MB: «… con la grabadora puesta en la
mesa de centro nos dispusimos a escuchar la voz de Tamara.» (…) «¡Interesante
la tía! — dijo Muriel al acabarse la cinta—. La imagen que ya me habías
esbozado de ella resulta pálida luego de escucharla hablar. ¿Sabes? Para
nosotras la cosa fue más fácil. Tías como Tamara nos abrieron el camino» (p.
180). (¿El camino de qué?)
Por lo demás, si la misma Muriel adorna
su léxico con no pocas groserías no era necesario que se amparase en TF. Por
ejemplo, le refiere a MB lo siguiente: «Entrevistaré al decano de los asesinos
del Perú. Acaba de salir después de purgar cincuenta años de prisión. Es un
abuelo conchasumadre» (p. 174). Es decir, si Morgan es reportero de guerra,
pero entrevista a una mujer de conducta nada edificante, y Muriel es reportera
de asesinos, hacen una buena pareja de reporteros basura. Y no es que en la
novela no quepan las lisuras, es que se deben dosificar. La lisura usada por
Muriel, ¿es necesaria? Definitivamente, no; Muriel es una versión de TF en
pequeño. Por lo demás, ya hemos visto que ella misma lo reconoce: «Tías como
Tamara nos abrieron el camino.» Pero pongamos otras pruebas al canto: «… hay
dos zambas fortachonas que me adoran y protegen. Según ellas, con el trasero
que tengo estoy perdiendo plata como reportera. ¿Opinas tú lo mismo?» (p. 175).
Asimismo, en la p. 253, MB hace la paráfrasis de una conversación por teléfono
que tiene con Muriel (él se encuentra en Ayacucho):
Muriel
estaba alegre, eufórica, había pasado la noche en el canal en la sala de
ediciones y ya el reportaje, que había quedado de putamadre, estaba listo para
el programa de la noche y quería compartir conmigo su alegría. Después de un
respiro, continuó diciéndome que se había enterado del ataque de Sendero en
Rosario y de los pormenores de la entrega de armas a los ronderos y deduje que
no pudiste ir al territorio de los asháninkas porque Lucho, el camarógrafo, me
contó que te vio en la plaza aplaudiendo al cabrón del arzobispo (ja, ja, ja)
y, a propósito de cabrones, ¿leíste los materiales que llevaste sobre el perro
de Arancibia?; me dijo que, por su parte, había seguido pensando en el maldito
y que tenía nuevas ideas que discutiría conmigo apenas volviese a Lima. A todo
esto, ¿cómo había pasado la noche? ¿No hubo coches bomba ni balaceras ni
muertos arrojados a las calles? Pero de esto mejor no hables, ¡desconfía de los
teléfonos! De pronto, como si cayera en la cuenta de algo, calló. ¡Pucha estoy
aceledaraza [sic: aceleradaza] y tú ya te imaginas por qué, Morgan!” [sic:
cierra las comillas, pero no las ha abierto, lo cual ha debido ocurrir antes de
la expresión ‘pucha’, porque lo anterior es paráfrasis de lo dicho por Muriel y
que ha hecho el narrador, y del mismo modo continúa el párrafo], dijo luego de
un instante. ¿Y por qué la dejaba hablar como una cotorra? Yo bien sabía que
este no era su estilo. ¿O es que quería escucharla cuando estaba coqueada?
El
uso de drogas por parte de Muriel es compartido con MB, en varias ocasiones, y
ya ha habido ocasión de probar también la afición del reportero de guerra en
ese sentido, afición que arrastra desde sus épocas de estudiante o de hippy.
El mismo MB refiere: Por esos años, me
refiero a la era de Reagan, los hippys93 comenzaban a cortarse el
cabello y a vestir saco y corbata y a dedicarse a los negocios, así que, un
poco tardíamente (por el influjo de algunos amigos de origen latino que yo
había conocido en la universidad), me dejé crecer ostentosamente el cabello y
caminaba por allí mugriento y vistiendo harapos, pero tocado con una boina y un
polo que llevaba la imagen del Che Guevara (cuyo Diario, como tantos otros
jóvenes, leí), mientras por otro lado comenzaba a luchar por salirme de las
drogas (p. 256).94 ¡Qué bonita pareja!
1.2.2 Pepe Corso
Este personaje se insinúa con visos
interesantes (por su cercanía a TF), y pudo ser el que hubiera balanceado los
desniveles ideológicos que saturan la novela, pero —como es el caso de otros
personajes— su figura se diluye hasta, finalmente, desaparecer, y para ser aludido
al final, casi casi como función protocolar.
1.2.3 Taylor y Azpur
Ya hemos tenido oportunidad de tratar
sobre el personaje Taylor (en el apartado correspondiente a TF y su acción de
«favorecer» a Azpur para que viaje a USA). Veamos ahora que, en la p. 27, se
dice que: «… Taylor había recibido la visita de un emisario de Sendero. Quien
le ordenó su salida de Huamanga. Antes de la guerra Taylor había conocido a
gente de Sendero, alumnos suyos se habían enrolado en sus filas, uno de sus
discípulos más prometedores había muerto en el asalto a la cárcel de Ayacucho.
Por eso, quizá, no lo consideraban un enemigo todavía, pero sin duda se
convertiría en blanco del partido si desobedecía las órdenes.» Finalmente, no
se llega a decir cuáles eran las causas por las que se toma esa decisión contra
Taylor (¿se lo consideraba agente de la CIA, o era simple prejuicio racista?)
Por lo demás, no ha debido decirse: «si desobedecía las órdenes», sino solo «la
orden», porque para Taylor era una sola orden, además se entiende siempre que
las órdenes se dan a los subordinados; en este caso se trataría de una
imposición o una coacción.
Por lo que respecta a Azpur, en la p.
24, se dice «que siempre había andado por la periferia de Sendero Luminoso, se
quebró al no poder soportar más la violencia. La violencia por ambas partes. Y
los caídos que tuvieron la desgracia de estar entre dos fuerzas. Entonces se
sumó a la cruzada por la paz que inició la alcaldesa de Huamanga». Y,
obviamente, ponerse a predicar por la paz en momentos en que SL estaba en
avance tenía que ser considerado por sus activistas como un acto condenable
(nunca dejó de ser la de SL una actitud dictatorial). La propia TF reconocerá
que al actuar de esa manera la alcaldesa estaba firmando su sentencia de muerte,
en la p. 26 dice: «Cuando salió cargando la cruz por las calles de Huamanga los
pobladores supieron que había firmado su sentencia de muerte.» Pero TF
considera a la alcaldesa «una heroína» (p. 25). Y, en la p. 26, precisará que
fue SL quien la asesinó, dice: «… ahora nadie se acuerda de ella. Ni de su
asesinato. Tengo entendido que por Sendero.» Sin embargo, en la p. 25 ha
omitido precisar que es a SL que se refiere cuando, vagamente, dice: «Sus
enemigos y detractores dicen que era una ególatra enfermiza y que todo lo hizo
por figuración», se sobrentiende que sus enemigos y detractores eran los
senderistas, pero aquí omite decirlo, dejando entrever una censura encubierta,
pues agrega: «Qué estupidez. Qué mezquindad. Qué bajeza, aun si hubiera algo de
verdad en aquellas imputaciones. Pues bien sabes, cariño, hasta en las acciones
que la Historia reputa como más nobles, justas o humanas, jugaron su papel
motivaciones no necesariamente probas o incorruptas» (p. 25). O sea que, en el
fondo, está admitiendo que esas motivaciones sesgadas eran propias de la
alcaldesa. Pero también —indirectamente— son aplicables a SL, pues esta
organización reputaba sus acciones como las «más nobles, justas o humanas»,
pero, ahí se dice que hasta en este tipo de acciones también juegan «su papel
motivaciones no necesariamente probas o incorruptas.» Luego, en la p. 26, se
agrega que Azpur se unió a la prédica de la alcaldesa, a sabiendas que correría
la misma suerte, y por eso ella (TF) interviene para ayudarlo a huir de SL. Y describe
a Azpur de la siguiente manera: «… muchacho moderado, que también quería el
cambio social, pero que no pudo soportar el terrible derramamiento de sangre.»
En la p. 32 se dice que «… Azpur guardó
la guitarra en la vitrina y retomó la historia de su relación con Sendero.» Y
lo raro es que antes no ha empezado ninguna historia de esa relación y solo se
ha dicho que conoció a Nora, la mujer de Abimael Guzmán, con el agravante de
que ese «retomar» se queda solo en la enunciación, porque ahí se interrumpe la
escena (pensada o recordada por el narrador) y se regresa al bar en donde se
dice que TF retorna del baño; y nunca más se vuelve a mencionar la historia de
Azpur y su relación con Sendero. Es pertinente tratar aquí la referencia que se
hace a Azpur como guitarrista, porque se dan varias incongruencias. En la parte
final de la p. 11 se dice: «Fuera de los los (sic) ritmos caribeños de
Venezuela y Colombia, las zambas y bossa nova del Brasil, el tango argentino
era la única música de Sudamérica que yo conocía, hasta la noche aquella, en el
apartamento de Taylor de la avenida Lexington de Nueva York, en que Azpur me
hizo escuchar por segunda vez la desgarrada música ayacuchana» (comienzo de la
p. 12). Lo primero a cuestionar es la mezcla de plural (zambas) y singular
(bossa nova y tango). Y hay hasta tres observaciones más que hacer: a) no debió
decir ‘fuera de los ritmos de Venezuela, Colombia y Brasil’ sino ‘junto a
ellos, el tango era la única música’, porque si se dice que el tango era la
única, entonces la de los otros países no existe, es decir, está realmente
fuera, y, mejor, no se hubieran mencionado. b) Si dice que ‘Azpur le hizo
escuchar por segunda vez’, ¿qué pasó con la primera vez?, resulta que esa
primera vez —obviamente— adelanta a la segunda y entonces la música de los
países mencionados no era la única: ya estaba incluida la del huayno de la
primera vez. c) ¿Toda la música ayacuchana es «desgarrada»? Y esta aseveración
absolutista, al parecer, se busca morigerar en la p. 32, donde se dice: «Y así,
por segunda vez en esa noche, volví a escuchar (por lo menos para mí) la
extraña y lacerante música ayacuchana». Y esta fórmula no termina de convencer,
porque no se sabe si la «segunda vez» empalma con lo dicho en la p. 12, o si es
que en «esa noche» escuchó la música ayacuchana interpretada dos veces; si es
lo primero, hasta aquí no se ha hecho alusión a una primera vez distinta a la
de esa noche, ni tampoco se dice que en esa noche haya habido otra
interpretación distinta a esa llamada «segunda vez»; pero, todavía hay más,
porque la frase que va entre paréntesis, parece aducir que es «(por lo menos
para mí)» por segunda vez que la escucha, porque si se ha querido decir que el
paréntesis explicativo se refiere a los adjetivos de «extraña y lacerante
música», pues el paréntesis ha debido ir después de «la (por lo menos para mí)
extraña y lacerante música…». Y sigue en pie dilucidar si toda la música
ayacuchana es ‘desgarrada’, ‘extraña’ y ‘lacerante’, puede que algunas
composiciones lo sean, pero no toda la música ayacuchana lo es. Hay algunas
canciones ayacuchanas exultantes. (En la p. 213 se vuelve a aludir a esas
características deprimentes de la música ayacuchana, dice: «Aquella música
sombría eran harauis épicos, guerreros, pero, a diferencia de las marchas
castrenses de Occidente, tenían un trasfondo de dolor, de desesperación antigua
que hacía poner la piel de gallina y laceraba el alma»).
Por otro lado, la explicación de la
incongruencia entre «primera y segunda vez» podría trasladarse a la p. 59, en
que dice: «Recuerdo que la noche en que Azpur, en el apartamento de Taylor en
Nueva York, interpretó con su guitarra la música con que las bandas pueblerinas
acompañan las procesiones de Semana Santa en Huamanga, me pareció una música
que sin saber dónde yo ya había escuchado en mi infancia. Y ahora en mi sueño
esa escena resurgía con increíble nitidez. El hecho ocurrió cuando al cumplir
los diez años mi madre —una Batres Lemus— me llevó a El Salvador para que yo
nunca olvidara la tierra de mis antepasados. Y allí estaba la banda del pueblo
de Usulután que acompañaba la procesión de Jesús Nazareno en la que niños de mi
propia edad (¿estaba yo entre ellos?), con hábitos morados y con simulacros de
coronas de espinas y cargando una pequeña cruz, acompañan a Cristo hasta el
calvario.»95 Podría ser dable establecer esa relación entre esas
primera y segunda veces. Pero en la opinión primigenia en que alude a la
«segunda vez» que escuchó la música ayacuchana, debió precisar que la «primera
vez» era una música similar, mas no la ayacuchana. Por lo demás aquí hay un
error formal, porque dice: «ocurrió cuando al cumplir los diez años mi madre
(…) me llevó…» y, pues, así se entiende que quien cumplía los diez años era la
madre, y lo que ha debido hacer es poner comas: ‘ocurrió cuando, al cumplir los
diez años, mi madre (…) me llevó…’, se entiende que quien cumple los diez años
es él, y su madre lo lleva…
Ahora bien, al parecer, recién en la p.
205 se aclara que la primera vez que escuchó la música ayacuchana, antes de
hacerlo por medio de Azpur, fue en la exposición a la que lo invitó Taylor. Y
ahí dice que la ayacuchana «Era una música monocorde, extraña y sombría, cuyo
primer impacto sentí en la exposición de arte y música ayacuchanos a la que
Taylor me invitó en Nueva York» (Cursiva nuestra). «Después Azpur, con su
guitarra» (segunda vez), «me había enseñado a distinguir la música señorial de
las ciudades, la música de los campesinos de los bajíos y esta otra de los
indios monolingües quechuas, que, en efecto, lastimaba el corazón». Recién a
estas alturas (p. 205) de la novela se hace la distinción de a qué música se
refiere cuando en la p. 32 habla de la música angustiante ayacuchana, por lo
tanto no era pertinente calificar así a toda la música ayacuchana.96
[Sobre el particular — dirimir si la música ayacuchana es sombría o no—
remitimos al lector al texto que incluimos como anexo al final de este trabajo,
y que pertenece al maestro Leo Casas, músico, cantor y estudioso de la música
de los Andes del Sur, quien tuvo la generosidad de responder a mi consulta. Que
esta referencia sirva de homenaje a nuestra amistad]. El haber hecho la
precisión de veces (primera y segunda) que escuchó la música ayacuchana, en la
p. 205, cuando en las pp. 13-32, ha hablado de una segunda vez y ha omitido la
primera vez (que recién, reiteramos, se precisa en la p. 205, «precisión» hecha
al desgaire y que puede pasar desapercibida al lector desprevenido), lo que da
por resultado es una confusión que pudo evitarse, señalando desde el comienzo
cuándo se dio la primera vez que escuchó la música ayacuchana.
En la p. 26 se dice que: «Azpur había
sido su alumno [de Taylor] y con su guitarra le había hecho gustar la música
ayacuchana» y no hay otra referencia que encomie la habilidad musical de Azpur,
sin embargo, en la p. 32 el narrador dice que «Tamara tenía razón: Azpur era un
guitarrista estupendo», y, es más, en la p. 33, le dice a ella: «Tienes toda la
razón. Es un consumado guitarrista.» Pero, insistimos, en ningún momento TF ha
hecho esa ponderación, aquí hay que aplicar el aforismo de Chejov: «Si una
pistola es disparada debe de haber aparecido antes.»
En la p. 34 se habla de un cura Xavier
Ponte, quien —dice TF— «temía al arzobispo porque este no lo consideraba entre
sus seguidores, y antes lo tenía como un secreto simpatizante de Sendero.» Y
aquí hay una contradicción, puesto que si el cura era simpatizante de Sendero,
no podía proteger a Azpur que era perseguido por esa organización. En todo
caso, quien hubiera tenido que jugar ese papel protector es el arzobispo, que
estaba en contra de los senderistas.
En la p. 34, también TF reconoce que
ella no fue la que propuso sacar a Azpur por el aeropuerto. Ella solo convocó a
una conferencia de prensa para desviar la atención de la misma prensa y las
autoridades. Pero aquí también se manifiesta un error, pues dice que la
organización para la que trabajaba «haría una importante donación a favor de
los hijos de la guerra.» (Ver la misma expresión en la p. 433). Y hay error,
porque lo que ha debido decir es «los huérfanos de la guerra», pues los hijos
de la guerra, en el peor de los casos, serían los militares y los militantes de
Sendero, y tampoco es a los hijos de estos que alude la expresión. Los
«huérfanos de la guerra» son los hijos de los inocentes asesinados por ambos
bandos, de los que se encontraban entre los dos fuegos: los masacrados, los
desaparecidos, y estos son huérfanos, y no, hijos de la guerra.
1.2.4 César Arias Sotomayor
Desde la p. 51 se anuncia su aparición
(sin nombrarlo): «tenía (…) un almuerzo en la casa de Emperatriz para
presentarme a un ex amigo, ex camarada de Raúl Arancibia». En la p. 53 se habla
de dicho encuentro:
Se
llamaba César Arias Sotomayor y, aunque ahora ya no militaba en ninguno de los
partidos que se denominaban comunistas peruanos o del Perú, seguía siendo (me
había contado Emperatriz) un comunista de corazón o un leninista, como le
gustaba llamarse. Triste destino —dijo César Arias con amarga ironía— para un
leninista no militar en el partido, porque existe un solo partido de la clase
obrera.
Esta
última expresión solo puede ser ratificada por la práctica triunfante.97
Teóricamente, puede haber (y de hecho los hay) varios partidos que se proclaman
abanderados de la clase obrera. SL se lanzó a la práctica, que era el único
ámbito en el que se debía demostrar su legitimidad. Su derrota (y los errores
en que incurrieron sus líderes) lo descalifica como tal, ¿es a este partido
(SL) al que se refiere César Arias? Pero, al parecer está hablando de un
partido de los años sesenta; de ser así, hay incongruencia porque en esa década
ya se había dado la escisión entre moscovitas y pekineses, y Arias le ha dicho
al narrador que él fue expulsado por no querer adherir a ninguna de las dos
líneas (p. 396). Falta, pues, precisar cuál de esos dos grupos era ese «único
partido de la clase obrera». Si no se refiere a SL, entonces Arias no tiene por
qué lamentarse de estar sin partido, pues todos los que usaban ese nombre (al
momento de la entrevista, que es cuando da esa opinión), no merecían ser
considerados como tal, pues si «no militaba en ninguno de los partidos que se
denominaban comunistas peruanos o del Perú» se tendría que incluir en esa
variedad al mismo SL, y, entonces, o mencionaba al ‘único partido de la clase
obrera’ existente entonces, o, en caso contrario, no tenía por qué lamentarse:
no era culpa de él que no existiese ese «partido único de la clase obrera», y
podía seguir considerándose «un comunista de corazón», pero esta calificación
es descalificada al final de la novela por el mismo personaje (César Arias), al
ser preguntado por el «reportero de guerra» si seguía siendo un comunista,
dice:
Nadie
que no luche dentro del partido bolchevique por llevar adelante la revolución
proletaria puede llamarse comunista. Entiéndeme, Morgan: no existen los
comunistas de corazón. En 1964, cuando la implacable lucha interna que se venía
desarrollando desde años atrás en la organización alcanzó el punto de quiebre,
me negué a tomar partido por los llamados ‘moscovitas’ y por los ‘pekineses’.
Creí que las dos facciones estaban equivocadas. ¡No se podían fundar tiendas
aparte! ¡El partido del proletariado era único o no era nada! Y por tanto fui
un expulsado por partida doble (p. 396)
Y,
realmente, esta reflexión no tiene ni pies ni cabeza y solo resume una posición
pequeñoburguesa que, para eludir responsabilidades, apela a la existencia de
una entelequia partidaria, una concepción idealista del «partido único» que no
se da ni en las organizaciones religiosas. Ya el mismo Lenin decía: ‘los únicos
argumentos que no se prestan a contradicción son los axiomas matemáticos’. Cada
PC (cada «tienda» como ahí se las denomina) se cree con derecho a usar el
nombre. Es una lucha de principios. El Partido que logre llevar la revolución
hasta el triunfo final resultará ser el «verdadero», porque la práctica es el
único criterio de la verdad. Lo otro es pura especulación metafísica, ya
cuestionada por Marx en la tesis 11 sobre Feuerbach, en la que alude a la
transformación entendida como práctica, como actividad que incluye el
pensamiento abstracto y la teoría y no como un «hacer» desprendido de la
racionalidad.
En la p. 321 se siguen presentando otras
incongruencias: «Le señalé que la otra variante sobre la expulsión [de Arancibia
del partido] me parecía menos subjetiva. Me la había revelado César Arias,
hombre de partido, estalinista convencido, pero que por razones de disciplina
siguió militando en el partido en los tiempos de Kruschev» (…) «Años después,
cuando el partido se dividió en ‘moscovitas’ y ‘pekineses’, el pobre César
Arias, el veterano camarada Rodia, fue expulsado por ambas agrupaciones por
adoptar una posición tercerista en esa lucha cruenta que sostuvieron ambos
grupos.» En principio, si se está asegurando que era un «estalinista
convencido» entonces, definitivamente, no debía simpatizar con los moscovitas,
mas sí con los pekineses, pues uno de los puntos de quiebre fue, precisamente,
la figura de Stalin. Por tanto, aquí hay una contradicción insalvable. Por eso,
resulta incongruente que fuera expulsado por ambas agrupaciones —¿a la vez?—,
y, más aun, que eso fuera por adoptar una «posición tercerista», pues primero
tenía que ser expulsado por una agrupación (supongamos la moscovita) y no por
ser «pekinés» sino por haber adoptado una posición tercerista, entonces cómo
habría de ser admitido en la agrupación pekinesa (para luego ser expulsado de
esta) si ante esta agrupación habría tenido que admitir el ser ‘pekinés’ y
luego ser expulsado por reclamar una posición tercerista, posición esta última
que no se precisa cuál sería (¿yugoslavo, albanés, castrista?)
En la p. 322 se dice que «… aunque fue
condenado al ostracismo, César Arias no había abjurado de su fe en el
marxismo-leninismo, cosa difícil de entender ahora que se derrumbaba el mundo
comunista.» En principio, esa no abjuración del marxismo-leninismo, contradice
lo aseverado por el propio Arias respecto de que no se puede ser hombre de
partido si se está fuera de él; además, Engels y Lenin hablan de la «toma de
partido» desde una posición ideológica. Por otro lado, la expresión «derrumbaba
el mundo comunista» es inexacta, puesto que lo que se derrumbó fue el «Estado
burocrático» en que devino el «mundo socialista», forjado a partir de la
revolución rusa, la misma que —después de la muerte de Stalin— degeneró en un
revisionismo galopante, hasta culminar con el retorno al capitalismo, es decir,
un proceso de por lo menos tres décadas de socavamiento del socialismo iniciado
por Lenin y continuado hasta la muerte de Stalin en 1953. César Arias, pues, no
llena el vacío que hemos señalado se extraña para hacer contrapeso a los
desbarres ideológicos de que está saturada la novela.
1.2.5 Willy Rodríguez
En la p. 41 se menciona a Willy
Rodríguez (agente periodístico del narrador): este personaje —según el mismo
MB— «vaticina con desprecio» su «novela» a la que él todavía llama «crónica».
En la p. 55, se refiere al reportaje de TF (posterior al de «Las mujeres de
Sendero», y este se publicará antes de aquel), y dice que el de TF es «un
reportaje no pedido y que posiblemente Willy Rodríguez rechazaría». Algo
similar ha dicho en la p. 52: «La verdad es que mi dinero empezaba a escasear y
si Willy rechazaba mi proyecto tendría que abandonar ese bonito hostal de
Miraflores por un hospedaje más económico como el que usaban los turistas
gringos en el centro de Lima». En la p. 173 dice haber propuesto a Willy
Rodríguez trabajar un nuevo reportaje sobre «Sendero y los ashaninkas», el
mismo que nunca prosperará (convirtiéndose en otro ripio). En la p. 174,
insiste en su «proyecto» de escribir una crónica sobre los ashánincas (esta es
la forma correcta de escribirlo), pero, finalmente, dice: «Ni siquiera estoy
seguro de que me anime a escribir la crónica.» Es decir: va a viajar por las
puras y demuestra que sus proyectos no son nada serios.
En la p. 208 el narrador dice: «El
corazón se me desbocó cuando Willy Rodríguez, con el lenguaje procaz que lo
caracterizaba, me anunció que debía viajar a Yugoslavia para reemplazar al
corresponsal de The New Yorker a quien había hecho fiambre98 la
artillería serbia. El fax empezaba así: «‘¡Morgan, canalla! ¿No es que querías
quemarte el culo en Sarajevo? ¡Pues saca el trasero de donde estés y vente
volando a casa!’.» Y cabe preguntarse: si Morgan quería ‘quemarse el culo’ como
reportero de guerra, ¿por qué no lo hizo en la guerra interna del Perú, y se
dedicó a hurgar en la vida íntima de las mujeres de sendero, y en la vida
disipada de TF? Y continúa MB: «Unas líneas después, adelantándose a mi
probable pedido de extender mi estadía en el Perú, decía: ‘¿quiénes, carajo,
son esos asháninkas? ¡Olvídate de esos calatos! ¿A quién le interesa sus
chuchas vidas? Mira que te estoy dando la oportunidad de meterte en el centro
del volcán. No te me vayas a mariconear’.» Aquí hay dos cosas por relevar: Si
pregunta por los ashánincas en el sentido de ignorar quiénes son o de qué se
trata con ellos, ¿por qué asegura que son “calatos”?, y en segundo término, se
puede decir que en la guerra interna del Perú, Morgan sí se mariconeó, y en
lugar de meterse en el centro del volcán, se dedicó a hurgar en la vida íntima
de sus entrevistadas. En la p. 424 se menciona por última vez a este personaje:
«Después de que me implantaron la prótesis en una clínica de Nueva York (mi
agente, Willy Rodríguez, se encargó de todo), me vine a descansar y
rehabilitarme a Long Beach…» Es la última vez que se menciona a este personaje,
y no se le da una solución apropiada a su presencia en la novela.
1.2.6 Kymper
Kymper es un personaje que, con solo
este apellido (aparte de su seudónimo partidario de Cantuarias), figura en la
novela con función de comodín, es decir, la pieza que —según la definición del
DRAE— «se hace servir para fines diversos, según conviene al que lo usa». En este
caso, su participación le permite al narrador apuntalar la pretendida calidad
de luchadora, mujer de acción de TF, incluida su sagacidad política y correcta
posición ideológica; pero, igualmente —como ocurrirá con otros personajes, cuyo
ejemplo más cercano es el de Willy Rodríguez—, desaparecerá sin pena ni gloria.
Y lo extraño es que dos personajes que tenían menor desarrollo que él, Tamara
Fiol y Nolasco Vílchez, han cuajado en sendas novelas: Confesiones de Tamara
Fiol y Una pasión latina, a pesar de que la primera solo es sugerida al final
del artículo en que MG hace el relato de la novela que, supuestamente,
preparaba sobre el tema de la guerra interna iniciada por SL en la década de
los ochenta, aunque en ese caso el personaje iba a tener a Nora (la esposa de
Abimael Guzmán) como modelo. Veamos cómo la presenta: «SL, acusado de impulsar
una línea demasiado dura, necesita contar con una imagen femenina que sea como
el rostro romántico de la organización senderista. Y este no puede ser otro que
la esposa de Gonzalo, cuyo nombre de combate, como ya lo ha revelado la prensa,
es el de ‘camarada Nora’. El problema es que, según diversas fuentes, la
camarada Nora se suicidó. Y hasta donde yo tengo entendido las heroínas no se
suicidan. Pero sospecho que Kymper piensa de otra manera.» El artículo es:
«Épica y terror: un argumento de novela» (Quehacer, C.2001), «argumento de
novela» que tiene como protagonista a Kymper, y que el mismo MG resume así: «…
vive escondido pues lo buscan para matarlo tanto Sendero, como un grupo
paramilitar y sé también que su mujer desea verlo muerto», es decir era un
argumento que esbozaba otra novela en preparación (cf. Quehacer, op. cit.). Y
el otro personaje, es anunciado años después en La invención novelesca
(B.2008), también con otro nombre (Calixto Suárez). Y de Kymper, hasta ahora,
nada.
Y es pertinente señalar que tanto en el
artículo aludido como en la novela de TF, se alude a otro personaje del mismo
apellido. En el caso del artículo se lo menciona como el «comandante Kymper», y
figura como padre del tratado en CTF, donde se lo menciona como «Arsenio
Kymper», también militar pero con el grado de mayor, aunque sin establecer
ningún parentesco con el otro. Esto se da en la p. 115, y se dice que a él se
le encargó la insurrección aprista del 8 de octubre de 1948. Y creemos nosotros
que al no establecerse esa relación parental, el militar de la novela adquiere
visos de ripio (mayores que la ya acusada actuación excesivamente secundaria
del otro Kymper) aun cuando se lo vuelva a mencionar en la p. 118, en donde se
constata que fue abandonado por la dirigencia aprista. Además hay aquí un
pleonasmo, pues se dice: «fracasada insurrección aprista del 8 de octubre de
1948 (cuya dirección por acuerdo del APRA se le encargó al mayor Arsenio
Kymper)», obviamente si es definitivo que se trató de una «insurrección
aprista», está demás aclarar que fue «por acuerdo del APRA» que su dirección se
la encargó al referido militar (¡Y adiós, mayor Kymper!)
Pero volvamos al Kymper «comodín». En la
p. 151, se dice que TF militaba en la Juventud Comunista y ella misma refiere:
«me nombraron como jurado del tribunal que iba a juzgar a Kymper, un buen
camarada, quien por una sucia intriga, montada por Arancibia, había sido
acusado de inmoral.» Y en la p. 367: Vuelve a mencionarse el proceso a Kymper
que revertirá en contra de Arancibia. Y volverá a repetirse el argumento de la
novela esbozado en el artículo ya aludido: «Tamara titubeaba; pensaba en
Kymper; también a él, en otras circunstancias muy distintas, tres fuerzas lo
buscaban para matarlo.» Sin embargo, en la novela de TF, Kymper sirve para
desenmascarar a Arancibia, leemos en la p. 321: «Hasta que fue descubierta su
verdadera calaña» (de Arancibia) «durante el juicio que el partido le hacía a un
militante de apellido Kymper, precisamente por intrigas de Arancibia, donde fue
desenmascarado (según algunos por Kymper y según otros, —sic99 — por
la propia Tamara Fiol) como felón, intrigante y pervertido sexual.»100
Ya antes la misma TF ha dicho que votó contra Kymper (p. 98), y el caso Kymper
se ha mencionado en la p. 151; sin embargo, aquí se habla de él casi en
abstracto: «el juicio que el partido le hacía a un militante de apellido
Kymper».
La otra función de comodín está
relacionada directamente con la «identidad ideológica correcta» de TF. En la p.
368, ella —dirigiéndose a Arancibia— dice: «Por entonces, mi lealtad principal
era con el partido, con los camaradas del partido. Y Kymper, en ese momento,
representaba lo mejor del partido. Así que, en efecto, lo animé a que
desenmascarara la sucia intriga que le habías armado. Kymper, el cuadro más
respetado por la juventud, ¡acusado nada menos que por un tribunal del partido
como presunto violador y pervertido sexual!» Sin embargo, en páginas previas se
ha dicho que la lucha —representada por Kymper— era contra la línea
kruschevista y la coexistencia pacífica; ahora resulta que era una cuestión de
faldas. «Pero Kymper, que de verdad había tenido una relación con una
camaradita, creía que había perdido el derecho a ser el militante de un partido
que se proponía cambiar revolucionariamente el país y la sociedad humana en
general.» Kymper —según TF— «Pensaba que los revolucionarios no solo debían ser
los más esclarecidos por la luz del marxismo sino también los mejores desde la
perspectiva de la moral revolucionaria.» ¿Y para juzgar un hecho de moral
partidaria, llamaron a la inmoral TF que, además, estaba en la Juventud? Está
bien que ella diga que convenció a Kymper de que su caso era mínimo en comparación
con lo de ella, pero ¿cómo se entiende que ella siendo parte del «tribunal» que
lo juzga pueda conversar con él en estos términos?, ya no era imparcial; era
una persona incapacitada para dirimir un asunto de esa naturaleza. Es más, en
la p. 369, TF agrega: «Le conté a Kymper, para liberarlo de su sentimiento de
culpa, que yo ya me había acostado con muchos hombres antes de hacerlo contigo»
(Arancibia). «Y no fui la mujer pasiva que se somete a las fantasías sexuales
de un macho pervertido, sino que participé de manera activa en la búsqueda del
placer por el placer mismo. Yo también me convertí en una exploradora del sexo
no convencional.» Qué interesante coincidencia entre esa concepción hedonista
del «placer por el placer mismo» y del «arte por el arte» que ahora postula MG.
Entonces se impone la pregunta: ¿Es esto lo que perseguía el autor en su
proyecto de novela al idear una mujer que constituya «el lado romántico de SL»,
en contraposición a la imagen contraria que se tiene de las senderistas?, ¿para,
además, sustentar así su hoy declarada preferencia por la novela perfecta,
artísticamente, sin preocuparse de los valores sociales y políticos? Pero, por
último, se debe ratificar la personalidad inocentona y hasta candorosa —para
usar un término caro a MG— de Kymper, que debe ser «orientado» por una
jovencita inexperta políticamente que solo tiene el «mérito» de ser recorrida
en los ámbitos de la promiscuidad, la dipsomanía y el noctambulismo. No se
pierda de vista que es la segunda vez que TF dice haber ‘liberado a Kymper de
su sentimiento de culpa’, la primera se da en relación con la muerte del
aprista, ejecutada por él (ver p. 24).
1.2.7 Emperatriz e Isabela, amigas de TF
Los personajes mencionados en el
epígrafe son amigas de TF que tienen apariciones dispares en la novela, pues
con excepción de Emperatriz (que contribuye en proporcionar datos sobre la vida
de TF, para evitar la atosigante perorata de la protagonista), la segunda
(Isabela) es una especie de figura especular para atenuar la degeneración de la
protagonista. Y, tal vez, por esa función ancilar, se ha generado con
Emperatriz, por ejemplo, un desfase temporal. En la p. 352, Emperatriz «comenta
que han pasado más de treinta años desde que Tamara le hiciera la confidencia»,
y si esto se lo dice a MB en 1992, Emperatriz se está remitiendo a 1962. Y en
la página siguiente (353) dice que TF «siguió manteniendo por unos años la
relación con un sujeto degenerado como Arancibia.» Si ese dato vago «unos años»
se concretiza en, digamos, dos años, se puede decir que esa relación duró hasta
1964. En la p. 375, dice que «Tamara Fiol recordaba las confidencias que le
había hecho Arancibia en los años que mantuvieron relaciones». Aunque en la p.
356 Arancibia dice: «¿Te acuerdas de los boleros que escuchábamos en las
rocolas en los meses locos que vivimos?» (Total: ¿fueron meses o años que duró
esa relación?)
De Isabela, la misma TF dice que: «…
ejercía de cuando en cuando una prostitución selectiva, me dijo una vez, que
bebíamos a solas, que el color de mi piel y la textura de mi cabellera negra
enloquecía a los gringos» (p. 150). Es decir, explícitamente se la presenta
como una prostituta, pero además como una ladrona —asaltante de bancos— y
traidora con sus cómplices. Veamos la cita:
TF:
Sobre estos temas hablábamos con Emperatriz e Isabela. Emperatriz siempre se
negó a militar, aunque desde la periferia cumplía tareas de apoyo social, como
organizar eventos para reunir fondos de ayuda a los sindicatos en huelga o
visitar a los presos políticos en las cárceles de Lima. Isabela era aun más
anárquica y no ocultaba sus simpatías por los troscos; incluso corrió el rumor
que tuvo alguna participación en los asaltos a los bancos de los años sesenta.
Después se apartó de los amigos y, sin avisar a nadie, emigró a Australia. A
propósito del viaje de Isabela, hubo toda suerte de rumores (…) había cierta
lógica en vincular su viaje con la desaparición del cuantioso botín de uno de
los atracos a los bancos (p. 89).
Y
en la p. 416 se vuelve a insinuar que Isabela participó en el asalto a un
banco, ocurrido en la década de los sesenta, y que huyó a Australia con el
botín: «Isabela había viajado a Australia sin avisar a nadie, nos enteramos
porque mandó una postal.» Al final, p. 416-417, en la discusión entre TF y
Arancibia, este hace un recuento de hechos y dice: «La boda y la despedida
conjunta de solteros se realizaron en una casa grande y lujosa que un antiguo
amante, no sé si de Emperatriz o de Isabela, o de las dos, tenía en la octava
cuadra de la avenida Javier Prado, 867. Nunca podré olvidarme de ese número
chuchasumadre.» Al presentar a las dos amigas de TF, igualmente como
promiscuas, MG —al parecer— se está ensañando con el sexo femenino (por más que
en el trasfondo quiera presentarse el hecho como un acontecimiento de
liberación feminista) e incurre en el móvil que, en La generación del 50, le
achaca a MVLl, ahí dice:
…
VLl utiliza la novela como instrumento de venganza o de arreglo de cuentas,
aunque esto no le confiera sosiego y liberación, sino gratificaciones
sadomasoquistas (…) hace de la mujer, de la figura femenina, una traidora, un
objeto compartido (Teresa, Lalita, Jurema), una suerte de tarada (Ana, la mujer
de Zavalita), una prostituta (la Selvática).
En
la frase de esta cita: «instrumento de venganza o de arreglo de cuentas», se
pudo evitar la repetición viciosa de la preposición «de», eliminando la «de
arreglo de cuentas». Por otro lado, la precisión de la dirección hecha por
Arancibia: Javier Prado, 867, también parece usarse como «instrumento de
venganza o arreglo de cuentas», pues nunca se llega a explicar ese puntillismo
ni por qué estimula en Arancibia el exabrupto de: «Nunca podré olvidarme de ese
número chuchasumadre.»
_____
Notas
(92)
Es evidente el error, pues no hay aniversarios de un mes.
(93)
El plural de hippy es hippies. Y ya ha habido oportunidad de ver que MB siendo
originario de USA, no domina su propio idioma.
(94)
¿Por qué la imagen del Che junto al consumo de drogas?, se pudo poner la imagen
de otra figura ligada al hipismo: Hendrix, Santana, etc. Y otra vez se ve el
uso desaprensivo del término ‘lucha’ relacionado con otros no concomitantes.
(95)
De este paralelo entre la música de El Salvador y la ayacuchana se colige que
existe similitud entre ambas; pero esto va a ser negado al final de la novela
cuando MB, el narrador, dice que: «… por la noche le hice escuchar a mamá la
guitarra de Azpur, cuya música le pareció extraña y tristísima» (p. 429); es
decir, ambas músicas son diferentes y extrañas, y se entiende que si la ayacuchana
es tristísima, la de El Salvador, no; si no, no existiera la extrañeza de la
madre.
(96)
En la p. 380 vuelve a hacer alusión a la música, pero transfiriendo sus
calificativos al país: «… con seguridad escucharé con mi madre la música de
este país sombrío, hermético, cruel, desconcertante y maravilloso.»
(97)
«El desarrollo del sistema de las sectas socialistas y el del verdadero
movimiento obrero siempre están en relación inversa entre sí. Mientras se
justifica (históricamente) la existencia de las sectas, la clase obrera no está
aún madura para un movimiento histórico independiente. En cuanto alcanza su
madurez, todas las sectas son esencialmente reaccionarias» (Carta de Marx a
Bolte; Marx-Engels, A-1976: 260).
(98)
Expresión muy peruana, impropia en Morgan, a quien Muriel le aclara otras
expresiones (y difícil pensar que lo ha hecho con esta expresión,
precisamente).
(99)
El signo ‘sic’ alude a que esa coma solo se justifica si hay otra después de la
conjunción ‘y’, así: ‘y, según otros,’.
(100)
Cabe preguntar: ¿y por qué no se hizo lo mismo con TF de desenmascararla como
‘felona, intrigante y pervertida sexual’?
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