A
propósito del Movimiento Contra el Peaje en Puente Piedra
Santiago
Ibarra Rosario
EL 17 DE ENERO Castañeda Lossio,
Alcalde de Lima, afirmaba: “Quiero anunciarles que el peaje de Chillón no va…
haremos respetar los derechos del Perú y de cada uno de los limeños que me
encargaron una tarea de defenderlos…”. Así fue cómo Castañeda intentaba
aparecer en la noche de la serenata a Lima como un político que representa los
intereses generales de la población y no los particulares del gran capital
peruano, las transnacionales y la derecha política. No obstante, la verdad es que
el mencionado no hacía sino buscar limpiar la imagen que él mismo había
ensuciado días atrás, cuando afirmaba que “nos guste o no, los contratos se
cumplen”.
El peaje es una de
las cláusulas que contempla el contrato con la empresa brasilera Odebrecht -la
misma que es protagonista de una de las mayores redes de corrupción en Brasil y
Perú-, y que había empezado a funcionar cobrando cinco soles a las personas por
salir y cinco soles adicionales para entrar nuevamente. Ese dinero se hubiera
constituido en una más de las fuentes de las multimillonarias ganancias de esa
empresa. Para la persona que vive de su trabajo, empero, se constituye en un pesado
fardo con el cual cargar porque incluso habría significado para la mayoría de
las familias sacrificar el dinero que se destina normalmente a la alimentación,
a la salud y al vestido. El pueblo comprendió que era desde todo punto de vista
injusto e ilegítimo ese cobro y que no respondía a ningún interés general, sino
al interés egoísta de una empresa. En realidad, como ya se ha dicho, en la
ciudad de Lima, NO debe existir ningún
peaje.
Así, los días 5 y
12 de enero decenas de miles de trabajadores de Puente Piedra salieron
masivamente a la calle a exigir que se cierre el peaje que se había abierto en
diciembre del año pasado en el kilómetro 25.5 de la Panamericana Norte. Fueron
dos jornadas de lucha duras, de más de 12 horas de duración, con 88 detenidos y
varias personas afectadas por la lluvia de gases lacrimógenos y perdigones que
la policía disparó.
Las marchas contra
el peaje han sido las más importantes que se han protagonizado en Lima en los
últimos años y cuya contundencia y efectividad se miden por las medidas que obligaron a tomar al Alcalde Castañeda
Lossio. Desde luego, en la decisión
final de Castañeda hay que considerar además que Odebrecht ya viene siguiendo
un juicio por corrupción en Brasil y en el Perú, lo que la debilitaba anticipadamente
en las negociaciones. En el poder ejecutivo muy pronto entendieron que el peaje
no iba y que la Municipalidad de Lima Metropolitana debía negociar con la
empresa en cuestión. Hasta el momento, no se conocen los resultados de esas
negociaciones.
De otro lado, el
tamaño y la contundencia de las marchas muestran por sí mismas que el malestar y la inconformidad con el
estado actual de cosas, con las políticas económicas de los sucesivos gobiernos
no se limitan a las regiones donde se han producido movilizaciones contra la
inversión minera, entre las que destacan las de Conga (Cajamarca), Tía María
(Arequipa) y Las Bambas (Apurímac), sino que esos sentimientos, actitudes y
pensamientos están presentes en Lima Metropolitana, lo que -es importante
tenerlo en cuenta- no necesariamente se traduce en el activismo en alguna
organización social y menos en una
militancia partidista, dado que el pueblo peruano y limeño en particular sufren
todavía las consecuencias de la destrucción del tejido social y de la creación
de grandes sectores de la población marginados del acceso a la cultura social y humanística crítica provocados por las
políticas neoliberales impuestas por el gobierno de Alberto Fujimori.
La acción directa
de masas del valiente pueblo de Puente Piedra ha derrotado a Castañeda y a
Odebrecht, es cierto, pero el Perú requiere la movilización concertada,
organizada y planificada de las amplias mayorías para cambiar el Perú de raíz y
construir políticas económicas que estén al servicio de esas mismas mayorías, y
para ello es necesario crear,
desarrollar y fortalecer las organizaciones de masas, en cuya tarea las
organizaciones matrices y las organizaciones políticas de izquierda tienen un
rol primordial que cumplir.
Otra cuestión que
debe ser observada es la criminalización de la protesta. La prensa del país,
como siempre, criminalizó el movimiento, oponiéndolo a la democracia. La prensa
escrita, la televisión y la radio contraponen apriorística, arbitraria y
malévolamente movimientos de masas a democracia. Al mismo tiempo, a ese sistema
que se reclama de la democracia representativa pero que no representa a las
mayorías sino a una minoría de ricos, lo deja intacto y nunca lo cuestiona y lo
muestra como el único sistema político posible.
El movimiento
contra el peaje ha sido la forma en que la población de Puente Piedra ha
defendido sus intereses, ha sido ampliamente representativo del sentir y el
pensar de esa población y de la población de otros sectores de Lima
Metropolitana y otras regiones del país, pues no en vano el movimiento inspiró
otros similares en la misma ciudad de Lima y en Chimbote.
La criminalización
de los movimientos de masas es una técnica que el Estado y los medios de
comunicación al servicio de los poderes constituidos usan para desbaratar
expresiones democráticas que cuestionan el “orden” establecido.
Desarrollar el
movimiento de masas para cuestionar un “orden” establecido que lo que hace es
esquilmar a la población trabajadora, conservar políticas fiscales regresivas,
políticas comerciales y monetarias que favorecen al capital extranjero, que
deja los bosques y recursos naturales en general desprotegidos frente a los
apetitos de ganancia ilimitada de las transnacionales y empresas privadas, y
que destina a la salud y a la educación un porcentaje mínimo del producto
interno bruto es fundamental y una necesidad de las mayorías del país.
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