Capítulo Cuarto de El Mentiroso y el Escribidor
Julio Carmona
Introducción
En este
capítulo nos proponemos revisar la problemática que busca determinar en qué
concepción artística se debe insertar el trabajo literario de Mario Vargas
Llosa. En realidad, esta determinación ha dado lugar a opiniones encontradas.
Algunos estudiosos -entre los muchos que han abordado este tipo de enfoque-
sostienen que la obra de MV debe situarse dentro de la corriente realista. Y el
mismo MV ha sugerido esa posibilidad de ser calificado como realista. Asimismo,
otros autores se inclinan por catalogar dicho trabajo artístico–literario en el
ámbito de la corriente naturalista (lo cual es tema del próximo capítulo.)
La
solución a esta controversia, como se puede colegir, es compleja y debe
dirimirse precisando las características diferenciales de las tendencias
aludidas. Consideremos, primero, la
tendencia formalista que, en su afán básico de crear un “mundo autónomo”, pareciera,
en los casos más extremos, prescindir de todo vínculo con la realidad (sociedad
y naturaleza) incidiendo más en situaciones abstractas, subjetivas o
intelectuales. Borges constituye un caso emblemático, pues se dice que en su
obra da la impresión que no es el mundo de lo real el que proporciona sus
materiales a la ficción sino que es ésta la que se infiltra en él.
Por
otro lado, el naturalismo exacerbó su acercamiento al mundo social, antes que
al mundo natural -a pesar de su denominación-, aunque prescindiendo -además- de
la visión subjetiva de lo real; todo esto, por dos razones: primera, porque
tanto la visión del mundo natural como la visión subjetiva de lo real habían
sido acaparadas por el romanticismo:
«Una de las creencias más difundidas respecto a
Madame Bovary -dice MV- es que canceló el romanticismo e inauguró la corriente
realista. Sería más justo hablar de un romanticismo completado que negado. Los
románticos describían exclusiva (Lamartine, Chautebriand) o preferentemente
(Victor Hugo) la versión subjetiva de lo real, sustituían la realidad por la
ilusión. En Madame Bovary, Flaubert extendió esta realidad mutilada,
añadiéndole la mitad abolida por la fantasía romántica (pero sin suprimir la
primera, como harían más tarde Zola, Huysmans, Daudet.)» (B-1975: 172.)
Y,
segunda, porque quisieron ir más allá de lo que fue la escuela realista del
XIX, que se circunscribió al mundo social, pero sin profundizar en las causas
de sus males. El naturalismo prescinde del elemento ideal o subjetivo, de
manera hasta -si se quiere- agresiva, para incidir -y esto es lo decisorio- en
las partes negativas y hasta escatológicas de la sociedad.
Finalmente,
la tendencia realista que (siendo más que la escuela realista del siglo XIX),
en su búsqueda de acercamiento a la realidad, no suprime el elemento ideal o
subjetivo que de ella se tiene, incluida la fantasía, la magia y lo maravilloso
(que el formalismo pretende acaparar), y que, asimismo, integra no sólo la
dimensión social de la realidad, sino también los dominios del mundo natural,
vale decir que: asume a la realidad en su integridad, pero lo hace
realistamente, es decir, sabiendo que -como dice Mariátegui- «nuestro juicio y
nuestra imaginación se sentirán siempre en retardo respecto a la totalidad» [de
lo real.] (E-1972: 11.)
Lo
complicado de esta dirimencia, tratándose de la obra de MV, radica en el hecho
binario que hemos establecido como objeto de estudio: su teoría y su práctica
literarias, porque mientras en una (teoría) suele plantear algunos parámetros
relacionados con la tendencia realista, en la otra (práctica) tiende más bien a
contradecirlos. Pudiendo aplicarse a casos como éste el famoso aforismo bíblico
que dice: «Por sus obras los conoceréis», no por su prédica. Y en la
literatura, lo apodíctico es la práctica artística. La teoría literaria tiende
a la especulación abstracta y se apoya muchas veces en una «falsa conciencia»
del escritor o de los exegetas.
4.1
Marchas y contramarchas
Entre
las opiniones que destacan el carácter realista de la obra de MV, podemos
considerar las siguientes. En primer lugar, es digna de relieve la de Emir
Rodríguez Monegal, quien admite dicho carácter realista, pero como una
situación negativa, ya que -destacando sus méritos artísticos- lamenta que esto
se dé sin que haya ‘superado el realismo’. Esto lo señala Paúl Llaque, citando
al mismo ERM y dice que ‘la revelación de MV se produce con La ciudad y los
perros, La casa verde y Conversación en La Catedral’:
«... tres novelas en que el realismo no está
tanto superado como incorporado en un complejo sistema de referencias
estructurales que abona la ilusión de profundidad.»
Y, por
su parte, Jorge Ninapayta (que también recoge la opinión de ERM) acota que “las historias narradas [por MV]
muestran la misma temática realista de la
novela latinoamericana tradicional” (Ibíd.), aunque -citando a José Luis
Martín- dice que «la temática tradicional renovada con las nuevas técnicas se
obtiene gracias a ‘una visión moderna que vivifica el viejo realismo,
transformándolo en neorrealismo’.» Obsérvese que la denominación ‘neorrealismo’
tiene un trasfondo de medición cronológica, en tanto se lo confronta con un
“viejo realismo”. Y eso implica una incomprensión del tema. No hay un “viejo
realismo”. Al que se está calificando así es al realismo del siglo XIX, que es
parte del realismo de siempre. En nuestra época correspondería hablar de nuevo
realismo (como lo sugerimos nosotros) sólo para evitar la confusión con la
«escuela realista del XIX», nada más, y no porque se oponga a ésta,
suprimiéndola o reemplazándola. Ocurre que, como diría Ángel Rama: «el realismo
sigue ganando sus batallas, en una continuidad histórica, que atraviesa siglos y
milenios.» (D-2001-a: 232.)
Quien
otorga a MV la calidad de realista con convicción tajante (aunque sin sustento
convincente) es Edmundo Bendezú Aibar. Empieza dicho trabajo diciendo:
«Conversación en la Catedral (1969) es indudablemente la mejor novela del
realismo peruano, el que con ella alcanza su madurez, aquel realismo que
representa una realidad histórica determinada, los problemas de una sociedad
específica y la vida privada de algunas gentes de esa sociedad.» Desde luego,
esta visión del realismo no es la más justa. Pensamos más bien que es
restrictiva de su real magnitud. Y esto se torna patético con el siguiente agregado:
«También en la estructura extensa y amplia, Vargas Llosa sigue el patrón ya
casi común en el realismo peruano, a diferencia de la brevedad del modernismo,
patrón que encaja en el concepto de novela-río.» Y estos juicios de Bendezú -o,
mejor, prejuicios- devienen contradictorios en tanto también atribuye a la
novela aludida de MV una «complejidad barroca», lo que la haría, más bien,
antípoda del realismo; agregando que esa «fascinación barroca (...) antes era
un obstáculo [¿La casa verde?] y ahora es una fiesta.» (Ibíd.) Pero la
contradicción llega al máximo cuando señala que el conjunto de personajes de la
novela citada «es toda una fauna grotesca del neo-naturalismo vargasllosiano.»
(Ibíd.: 177.) Es decir, si el sustento temático del texto de EBA es «el
realismo de MV», lo que es respaldado por este autor con la mención que hace
del crítico inglés Gerald Martin, quien habría considerado que «las tres
primeras novelas de Vargas Llosa están entre las más grandes novelas
latinoamericanas y más aún son las más grandes novelas del realismo
latinoamericano» (Ibíd.: 190), entonces, resulta poco menos que incongruente
decir que, por un lado, sea una literatura barroca y, por otro, que en ella
haya un «neo-naturalismo» característico de MV. Esto último conduce a pensar
que EBA considera a ambas categorías como sinónimas. En caso contrario, tendría
que quedarse sólo con una, pues -sin ninguna duda- son divergentes.
Por
lo que respecta a la propia calificación que MV ha hecho de su trabajo
literario como realista, quizá la más antigua sea la que data de 1966, en la
entrevista que tuvo con Alfonso Tealdo, y en la que con absoluta convicción
dice: «Soy escritor realista.» (C-2004: 32.) Aunque, en el contexto, pareciera
que el calificativo no tiene un sentido literario, sino pragmático.
Lamentablemente, no se incluye la pregunta del entrevistador. Pero, en este
caso, parece ser que debió estar orientada en la disyuntiva de elegir entre
quedarse en el Perú o irse al extranjero, en tanto la respuesta, completa, así
lo sugiere: «Soy escritor realista y prefiero el Perú. Pero, eso sí, no estoy
dispuesto a sacrificar la literatura por el Perú.» Es decir: él preferiría
quedarse en el Perú... ¡pero!, viéndolo con realismo, el Perú no le ofrece las
condiciones óptimas que requiere para desarrollarse como escritor. Y, por eso
dice:
«Quiero salvar mi vocación y que nada me aparte
de la literatura. Sé que el exilio es peligroso, que borra la perspectiva, que
uno pierde contacto con el idioma vivo y de la calle, pero me voy. Me voy
dentro de tres días.» (Ibíd.)
Y esta
visión desesperanzada de lo que significaba quedarse en el Perú, la ratifica en
El pez en el agua, cuando refiere que
a su retorno -luego de dieciséis años- reabrió las cajas y cajones en que había
guardado sus libros:
«Varios de ellos
ofrecían un espectáculo pavoroso (...) Muchas de esas cajas eran ya sólo polvo,
mistura y alimañas y debieron ir a la basura. Menos del tercio de mi biblioteca
sobrevivió a la inclemencia iletrada de Lima.» (C-1993: 469.)
Evidentemente,
en la última aseveración hay una confusión de planos alarmante: ¿cómo puede
deducirse la indigencia intelectual de una ciudad (o una sociedad) por la
voracidad de las polillas? Pero esa expresión grafica la idea deplorable que MV
tenía (o tiene) del nivel cultural del Perú. Empero, por lo que respecta al
realismo, démosle, el beneficio de la duda y admitamos (como, al parecer, lo
hace Alfredo Barnechea, en otra entrevista) que, desde sus primeras
declaraciones (y la hecha a Tealdo es una de ellas), era «un escritor que
aspiraba a ‘ser fundamentalmente realista’.» Aunque esa admisión de duda
benéfica sólo sirva para constatar su desilusión frente al realismo, pues a
Barnechea le responde:
«-He comprobado o
vuelto a comprobar lo que siempre supe o al menos siempre sospeché: que el
realismo no existe. Lo único que existe es una ficción del realismo.» (C-2004:
113.)
Claro
que, admita o rechace ser escritor realista, en ambos casos nuevamente está
entrando en contradicción consigo mismo, en la medida que en otra ocasión ha
dicho que «uno no es nunca un buen juez de lo que escribe.» (C-2004: 158.) Pero
es interesante ver esta última cita completa. Refiriéndose a Historia de Mayta, dice «que es una
novela profundamente literaria, es decir, hay una preocupación por la forma tan
extrema como en las novelas más ‘formalistas’ que he escrito, como La casa verde, Los cachorros.» O sea, que (sin cuidarse de su duda sobre el
escritor como buen juez de sí mismo e ignorando olímpicamente «sus primeras
declaraciones» -aludidas por Barnechea- de reclamarse un escritor realista),
ahí, admite ser un escritor de «novelas formalistas». Resulta, entonces, que
-en efecto- no se puede confiar en las propias declaraciones del escritor para
la calificación o caracterización de su obra. Y el mismo MV dice que nunca se
ha planteado «comunicar un mensaje pesimista u optimista en lo que escribo», lo
que de hecho obedece al criterio formalista que sobredimensiona la intervención
de lo irracional en el proceso creativo; de ahí que, en la continuación de la
cita, diga: «Si lo que resulta es una visión más bien negativa del ser humano,
quizá es la parte inconsciente la que imprime una dirección determinada a lo
que escribo.» (C-2004: 185.) Con esta última declaración y auto calificación
parece, sí, estar acertando. Y confirma, por anticipado, el juicio que
planteamos en el titular de este capítulo: La teoría y la práctica de MV no
responden a los postulados del realismo. Porque el escritor realista no sólo es
consciente de su acercamiento a la realidad sino también de lo que busca
realizar en ella con su trabajo. Como decía don Antonio Machado, refiriéndose a
los «escritores inconscientes»: «Lo que a usted le pasa, en el rinconcito de su
sentir, que empieza a no ser comunicable, acabará por no ser nada.» (Machado,
E-1968: 53.) Sin embargo, es pertinente aclarar en ese sentido que la
conciencia del escritor realista -en su relación con la realidad- no debe
entenderse que se da sólo en la dimensión política. Como dice Rafael Bosch:
«Un hombre sin ideas
políticas declaradas, como Quiroga, puede ser un narrador realista y un
cronista de la selva infinitamente superior al autor de La casa verde, aunque
este último visite [o visitara] la conferencia tricontinental de La Habana. La
única ideología que cuenta es la que está objetiva y materialmente realizada en
la obra: ésa no puede ser utópica.» (E-1972: 135.)
Posteriormente,
en el prólogo a La verdad de las mentiras,
escrito en 1989, MV describe -por enésima vez- el proceso de creación de la
novela, y dice que: «Al traducirse en lenguaje, al ser contados, los hechos
sufren una profunda modificación. El hecho real (...) es uno, en tanto que los
signos que podrían describirlo son innumerables. Al elegir unos y descartar
otros, el novelista privilegia una y asesina otras mil posibilidades o
versiones de aquello que describe: esto, entonces, muda de naturaleza, lo que
describe se convierte en lo descrito.» (La primera cursiva es nuestra; las dos
restantes, de MV.) Luego de esta cita, MV pregunta:
«¿Me refiero sólo al
caso del escritor realista, aquella secta, escuela o tradición a la que sin
duda pertenezco, cuyas novelas relatan sucesos que los lectores pueden
reconocer como posibles a través de su propia vivencia de la realidad?»
(B-2002: 18.)
En esta
cita vuelve a aparecer la actitud confusionista de MV (ya denunciada en los
capítulos anteriores.) Y bien se sabe que la confusión conceptual nace de lo
más elemental: la confusión terminológica. Veamos. En principio, MV habla ahí
del «escritor realista» utilizando tres términos inexactos, literariamente
hablando, porque -primero- en literatura no hay «sectas» (y en este caso denota
una desvaloración), segundo, porque el realismo dejó de ser una escuela,
después del siglo XIX, y, por último, en el caso específico de la cita, antes
que de ‘tradición’, es más justo hablar de tendencia. No obstante esa
devaluación que sufre la expresión «escritor realista» con la aplicación de los
términos aludidos, MV se incluye en ella, agregando que lo es sin duda, porque
considera que su propia producción encaja dentro de la descripción que él da de
ese realismo (devaluado), es decir, aquel «cuyas novelas relatan sucesos que
los lectores pueden reconocer como posibles a través de su propia vivencia de
la realidad», descripción que dígase de paso, es restrictiva de lo que es el
realismo. Porque, si se considera que dentro de éste se incluyen obras como La metamorfosis, de Kafka, por ejemplo,
y ésta no ‘relata un suceso que los lectores pueden reconocer como posible a
través de su propia vivencia de la realidad’, pues entonces, parece que debe
reclamarse una descripción diferente y más conveniente del realismo. Y esto lo
reconoce el mismo MV. Dice:
«Claro, La
metamorfosis es una obra “realista” -universal- pero a un nivel muy oblicuo,
muy mediatizado por un “elemento añadido” bastante inusual, al mismo tiempo que
con un gran poder de persuasión.» (C-1972: 62.)
Esa
actitud ambivalente y confusionista, conduce a pensar que, en realidad, MV
sigue usando la táctica del «Caballo de Troya» para atacar al realismo desde
adentro. Y ya hemos visto que él, en principio, admite el fundamento realista
del reflejo. Por lo tanto, no puede dejar de llamarse realista, a sí mismo,
para no incurrir en incoherencia. Pero ya hemos visto que lo hace de una manera
zigzagueante o vergonzante. Para, finalmente, reconocer que también hace
novelas formalistas y, teóricamente, admitir que todas las novelas adquieren
autonomía absoluta, lo cual es estar acogiéndose al sustento del formalismo
puro, y para, finalmente, negar la existencia del realismo. Y todo esto se
demuestra, de manera fehaciente, con la siguiente opinión suya:
«Si a ninguna gran
novela se la puede calificar, sin decir un cierto contrasentido, de realista
-porque, una de dos: o lo son todas, pues todas se nutren de datos reales, o no
lo es ninguna, pues incluso las más mediocres realizan una mínima
transfiguración de su materia para tornarla ficción-, sorprende que durante más
de un siglo se haya tenido a Madame Bovary, una novela donde el espíritu se
vuelve materia y la materia espíritu, como un ejemplo de realismo, entendido
este término en el sentido de mera duplicación literaria de lo real.» (B-1975:
149.)
Con esta
argumentación, obviamente, MV busca desacreditar al realismo. Primero, usando
los extremos negativos: no hay novela realista, pues para qué llamar a una con
la característica de todas, simplemente se la llama ‘novela’; y si todas se
alejan de la realidad, eso, con mayor razón, hace que ninguna lo sea. Ese es el
silogismo que busca eliminar la denominación de realismo aplicado a la novela,
en particular, o al arte, en general. Y, segundo, usando el ejemplo «clásico»
de Flaubert, pues en la novela de éste (Madame Bovary) «el espíritu se vuelve
materia y la materia espíritu», y, según el razonamiento de MV, eso es
incompatible con el realismo. Lo cual es inexacto, porque, precisamente, el
verdadero realismo es el que trasciende los hechos «puramente materiales» e
incluye a aquellos otros elementos, ideales, espirituales o abstractos: ¡que
también son parte de la realidad! Y es por eso -en tercer lugar- que se ve
obligado a restringir el concepto de realismo que está tratando de desacreditar
señalando que se trata de ‘un realismo entendido en el sentido de duplicación
literaria de lo real’, es decir, un realismo fotográfico que -como el mismo MV
lo reconoce- no existe, pues hasta las obras más extremas en ese sentido
(mediocres, las llama él: B-1975: 149) no pueden dejar de despegarse de lo
«puramente material o real».
Esa
ambivalencia convierte al pensamiento de MV no en dialéctico sino en
paradójico. Hasta aquí hemos visto opiniones suyas restrictivas del realismo.
No obstante en otras, vemos que rompe lanzas a su favor. Por ejemplo dice:
«Ha hecho tanto daño el realismo socialista,
frustró a tantos escritores que sacrificaron su espontaneidad, su locura y
fantasía a nombre de una revolución, que ahora, por temor a caer de nuevo en
ese esquematismo, ha nacido una especie de aversión contra el realismo a secas.
Pretendiendo condenar el realismo socialista o rehuir sus peligros, lo que se
condena es en última instancia el realismo, algo (sic) que de ninguna manera
está representado por aquél.» (C-1972: 35.)
En
principio, resaltemos ese repentino apego al realismo, defendiéndolo de ciertas
desviaciones que, con el afán de preservarlo de la contaminación que significa
el realismo socialista -dice- están condenándolo en bloque. Pero obsérvese que
esa «satanización» del realismo socialista la hace alguien que en muchas
oportunidades, para defender su elección de dedicar el cien por cien de su vida
a la literatura, concedía que otros no lo hicieran o que la compartieran con
sus ideales políticos o partidarios:
«Es posible que un
joven que abandona la literatura para dedicarse a enseñar o para hacer la
revolución, sea ética y socialmente más digno de reconocimiento que ese otro,
egoísta, que sólo piensa en escribir. (B-1993: 148.) [Incluso en otro momento
dice:] No sería justo condenar rápidamente a esos jóvenes que reniegan de su
vocación, es preciso examinar antes las razones que los mueven a desertar.»
(Ibíd.: 93.)
Obsérvese
que el caso expuesto no es idéntico al de los escritores que asumen (o
asumieron) el realismo socialista, porque éstos no abandonan la literatura sino
que la realizan en una dirección específica (con el mismo derecho con que MV
opta por un camino diferente), pero la atingencia en su caso es tanto más
pertinente. Por otro lado, no se trata de si el realismo socialista representa
o no al «realismo a secas», sino de hasta qué punto las obras de esos
escritores merecen ser incluidas dentro de la tendencia realista (así como, en
el otro extremo, se hace con Kafka) sin maniqueísmo ni sectarismo ni
segregacionismo.
Nótese,
finalmente, que ahí se considera a los escritores que asumieron el realismo
socialista -en época y condiciones específicas: la revolución rusa y su proceso
subsiguiente- como poco menos que acusables de infantilismo por haber adoptado
esa decisión o convicción. Cuando, en realidad fue (y es) una opción de su
absoluta responsabilidad. Y lo que más llama la atención es que -en otro
momento- MV presente como representantes del realismo-socialista soviético a
dos escritores cuyas obras fueron escritas antes de que entrara en vigencia la
denominación aludida. Y da su definición como sigue:
«Era para que la
literatura cumpliera mejor su función de instrumento de cambio, al servicio del
progreso humano, de la revolución socialista, que se establecieron esas pautas
teóricas a propósito de la creación literaria. Pero los resultados nos muestran
que la teoría estaba errada: la eficacia que se pretendía no ha dejado la menor
huella. Ni los espíritus más ortodoxos se atreverían a afirmar, hoy, que una
novela como Así se templó el acero, de Ostrovsky, o Cemento, de Gladkov, dos
grandes monumentos del realismo socialista, han sido más útiles a la causa del
progreso humano, que una obra “decadente” como Los endemoniados de Dostoievski
o En busca del tiempo perdido.» (Ibíd.: 34.)
Y,
dentro del objetivo de nuestro trabajo, lo expuesto constituye otra mentira,
pues no se puede considerar a las obras de Gladkov (publicada en 1924) y la de
Ostrovski (1935) como «grandes monumentos del realismo socialista», cuando la
historia literaria tiene bien determinado que las tesis del realismo socialista
recién se oficializaron hacia 1948. Este dato está consignado en el artículo
«Los vastos espacios de la literatura rusa» de la Gran Enciclopedia la Clave del Saber. Es más, esa precisión de
fechas coincide con lo señalado en el libro Literatura,
filosofía y marxismo, que recoge textos de Gorki y Zhdanov, sindicados como
los impulsores de la denominación «realismo-socialista», y se dice ahí, en la
Nota Editorial, que Gorki fue el primero en sugerir el impulso del realismo
socialista en un discurso (que es reproducido en el libro) pronunciado el 17 de
agosto de 1934, con ocasión de celebrarse el I Congreso de escritores
soviéticos, y ahí se indica también que los postulados de Zhdanov sobre el
particular fueron expuestos en 1945.
Y, entonces,
vemos que el realismo socialista se convierte para MV en un fantasma persecutor
o un demonio que quiere exorcizar, y que, al final, confundirá -pese a sus
prevenciones iniciales- con todo el realismo, llegando a la conclusión -como ya
hemos visto- de que éste no existe. Y es así que vemos aparecer al realismo
socialista en Historia de un deicidio,
cuando indica que García Márquez en su búsqueda de un lenguaje apropiado,
máxime si sus amigos le censuraban el estilo ‘artístico’ en que estaba escrita
su obra primigenia, y realiza -dice MV- la búsqueda de otras alternativas
«aunque sin caer nunca en las toscas concepciones del realismo-socialista,
García Márquez llegaría a una conclusión parecida sobre su lenguaje narrativo,
algunos meses después, al iniciar su segunda novela.» (B-1971: 45.)
Pero,
en este mismo trabajo, MV vuelve a referirse al realismo en general indicando
que GM inscribiría su obra dentro de la tradición realista de la literatura
española, la misma que MV remonta a la que él llama «la fecunda, múltiple,
audaz narrativa pre-cervantina, y, sobre todo, dentro de ella, de las novelas
de caballerías.» (op. cit.: 176.) E inmediatamente acota:
«Éstas no son
“irreales”; son ‘realistas’, pero su concepto de realidad es más ancho y
complejo que la ajustada noción de realidad que estableció el racionalismo
renacentista. En “El caballero Cifar”, en el “Amadís de Gaula” la realidad
reúne, generosamente, lo real objetivo y lo real imaginario en una indivisible
totalidad en la que conviven, sin discriminación y sin fronteras, hombres de
carne y hueso y seres de la fantasía y del sueño, personajes históricos y
criaturas del mito, la razón y la sinrazón, lo posible y lo imposible. Es
decir, la realidad que los hombres viven objetivamente (sus actos, sus pensamientos,
sus pasiones), y la que viven subjetivamente, la que existe con independencia
de ellos y la que es un exclusivo producto de sus creencias, sus pesadillas o
su imaginación. Esta vasta noción de ‘realismo literario’ totalizador que
confunde al hombre y a los fantasmas del hombre en una sola representación
verbal es la que encontramos, justamente, en “Cien años de soledad”». (Op.
cit.: 177.)
Si bien
es cierto el racionalismo renacentista limitó los alcances o vuelos del
realismo, hay que reconocer que eso es -precisamente- consecuencia de la época;
pero eso no debe conducir a creer que el realismo renacentista deba ser
menospreciado; es parte del realismo que, no sólo en la Edad Media sino también
en la Edad Antigua, hacía participar a los elementos pertenecientes al dominio
de lo subjetivo, la fantasía y el mito. Todas son manifestaciones realistas
(como lo son las del realismo socialista) que se deben valorar ‘examinando
antes las razones’ históricas, ideológicas, estéticas de cada época. Por lo
tanto, esa «vasta noción de ‘realismo literario’ totalizador» que MV pretende
haber descubierto en sus lecturas de las novelas de caballerías (y por las
cuales siente especial predilección) es la del realismo de siempre que, en
algunas épocas puede aparecer como más objetivo o, en otras como más subjetivo
y, aun en otras, como mixturado; pero, en cualquier caso, realismo, al fin y al
cabo. Y esto, por supuesto, lo sabe MV, pues él mismo ha acuñado este límite:
«En la ficción nada
puede parecer irreal, todo debe parecer ‘real’, lo posible y lo imposible, lo
cotidiano y lo maravilloso, el objeto más sólido y los fantasmas. Lo ‘irreal’
es simplemente lo que carece de poder de persuasión (la mala literatura) y esto
no tiene nada que ver con la filiación real objetiva o imaginaria de la materia
sino con la forma en que se encarna.» (Op. cit.: 470.)
Pero lo
lamentable en su caso es que, partiendo de realidades, se pierde en
irrealidades. Es decir, que confunde los planos de lo objetivo y lo subjetivo,
debido a su concepción dualista -ya acusada-; porque esos planos en la realidad
concreta no están separados. Y no es que, recién, en la novela se estén
reuniendo, «generosamente, lo real objetivo y lo real imaginario en una
indivisible totalidad en la que conviven, sin discriminación y sin fronteras»,
puesto que «lo real objetivo» y lo «real imaginario» nunca están separados, son
siempre «una indivisible totalidad (…) sin discriminación y sin fronteras». Las
fronteras, más bien, las está imponiendo MV, al referirse a una «realidad real»
y una «realidad ficticia» y al considerar que en ésta:
«El mundo verbal ‘despega’ cada vez más de lo
real objetivo para perderse entre nubes mágicas, fantásticas o milagrosas.»
(Op. cit.: 622.)
Y lo
real es que el mundo verbal no se aparta de lo real objetivo para perderse en
lo subjetivo y enseñorear ahí, independiente y autártico. Ocurre, en realidad,
que el mundo verbal -siendo reflejo de la realidad- está constituido en sí
mismo por reflejos objetivos y subjetivos, ambos extraídos de la única realidad
que es la vida. Porque «la vida es la fuente de la fantasía y del arte.»
(Mariátegui, E-1972: 21.) Y en el caso de MV se da ese desfase en su obra,
precisamente, por su alejamiento de la vida, como lo corrobora Ignacio López Soria
al reconocer que se ha ido «empobreciendo estéticamente a medida que el autor
se va desligando de la vida a la que intenta encerrar en formas.» (D-2001-a:
26.)
El
realismo lo es no porque se limite a reconocer la objetividad del mundo o a
predicar la dependencia del «espíritu creador» respecto de la realidad, sino
porque no para hasta consustanciarse en su misión de transformar la realidad.
En tal medida, una teoría verdaderamente científica y «una crítica seria y
preocupada más por el futuro que por las modas camarillistas -al decir de
Rafael Bosch-, debe destacar la necesidad de la novela y de la literatura
realista como medio de educación social [que no hay que confundir con
didactismo] y de formación del hombre del hoy y del mañana.» (E-1972: 170.) Porque
el realismo no es -como creen quienes pretenden desacreditarlo- un conjunto de
principios complejos o de mandamientos que hay que aprenderse de memoria, como
la Gramática o el Corán. Es un método. Y un método sencillo: el del realismo
integral, es decir: polarización de todas las ideas, tanteo de todos los
esfuerzos en busca del cimiento firme, del sostén concreto (incluyendo los
misticismos religiosos o abstractos, los cortejos de fantasmas y los extravíos
en el vacío.) Nada de ideas o fórmulas suspendidas en el aire como si así
pudieran sostenerse solas. El realismo incita a remontarse siempre hasta las
causas y descender en todo instante hasta las consecuencias, a no perder nunca
de vista lo real, a asociar estrechamente la teoría con la práctica, a buscar
la verdad y a transmitirla (no a convertirla en mentira), a sacarla de la
realidad y a devolvérsela a la realidad, a sentirse parte de ella que es
sentirse vivo. Lo contrario, la muerte anticipada, es querer destruir la
realidad, enemistarse eternamente con ella, una actitud así no sólo demuestra
miedo a la realidad sino una cobardía irredimible, no como fruto de una actitud
realista, sino todo lo contrario.
Para
el formalismo la ‘autonomía absoluta’ del poema responde a su idea de la
realidad, según la cual «lo único verdadero» es el mundo ideal, el mundo
subjetivo; según esta idea, el mundo real no tiene o tiene muy poca
participación en el arte. Porque aunque algunos formalistas -como es el caso de
MV- reconozcan el hecho de partir del mundo real, llegan a la conclusión de que
la obra, luego de «creada», se independiza de aquél planteándola como una
«nueva realidad» que no existe fuera de la obra o antes de la obra, sino
precisamente sólo en la obra. Y eso es lo que pretende MV: hacer ver que sólo
en la ficción se opera la sublimación de las cosas, porque en la realidad misma
eso «es imposible», es decir, continúa separando la realidad de la ficción,
devaluando a la primera y elevando a la segunda: una manipulación capciosa,
desde luego, puesto que no hay tal separación. Y tal «elevación del espíritu»
no es otra cosa que una manifestación de lo real. Dice MV:
«Los hombres
contaminan a las cosas y las cosas a los hombres, se desvanecen los límites de
lo inerte y lo animado y, dentro de esa fraternidad entre objetos y dueños, el
narrador elige a unos para describir a otros. De este modo, no sólo va
alterando la realidad real, en la que esa confusión es imposible, sino, al
mismo tiempo, realizando en la parte -situación, episodio o capítulo- el designio
del todo novelesco: la totalización, querer construir una realidad tan vasta
como la real.» (B-1975: 153.)
Y esa
es, precisamente, la pretensión de estar «creando un mundo aparte»: el mundo
del arte. Cuando bien se sabe que la génesis histórica del arte, su carácter de
producción concreta y real de hombres concretos y reales establece que el arte
no puede depender de una idea previa e inmutable de la «naturaleza humana»,
sino que más bien plantea cómo el propio marco de su creación y elaboración pertenece
a la historia hecha por los hombres y para los hombres. Los formalistas no
quieren ver en el arte la producción consciente de una realidad
desmitologizada, sino que quieren crear una mitología especial con el arte.
Porque es un mito pretender que el arte sea una realidad con vida propia. Y es
un mito creado con el fin de dominar las fuerzas que atentan contra su realidad
objetiva (con intereses económicos, sociales, políticos muy concretos) que es
la base de su realidad subjetiva, artística, independiente de esa otra realidad
vulgar. Y «esta fórmula puede ir acompañada -al decir de Marx- por todo un
cortejo de ideas bárbaras y barrocas.» (E-1972: 233.)
Y,
entonces, las declaraciones de MV a favor del realismo, de considerarse un
escritor realista o de defender al realismo (que ya hemos visto) son parte de
esa actitud formalista, que plantea las cosas por puro formulismo. Es más, él
refiere que su primera inclinación literaria fue por las obras abstractas, y
que cambió como consecuencia de un mal rato que pasó «en la peña de Jorge
Puccinelli» donde leyó un cuento y fue duramente criticado, a propósito de lo
cual describe la actitud de Alberto Escobar, quien:
«Para subrayar un
argumento a favor de una narrativa realista y nacional, se refirió desdeñosamente
a lo que llamó “literatura abstracta” y señaló mi cuento, que había quedado ahí
en medio de la mesa.» (C-1993: 282.)
Fue
entonces, eso, dice, lo que «tuvo el efecto de irme alejando insensiblemente de
los temas intemporales y cosmopolitas, que fueron los de la mayoría de relatos
que escribí en esos años, hacia otros, más realistas, en los que de manera
deliberada aprovechaba mis recuerdos.» (Ibíd.: 290.) Lo que indica que su
asunción del «realismo» fue también por puro formalismo. De ahí se explica el
concepto estrecho que tiene de «su realismo»:
«Ese cuento [“Los
jefes”] prefigura mucho de lo que hice después como novelista: usar una
experiencia personal como punto de partida para la fantasía; emplear una forma
que finge el realismo mediante precisiones geográficas y urbanas; una
objetividad lograda a través de diálogos y descripciones hechas desde un punto
de vista impersonal, borrando las huellas del autor y, por último, una actitud
crítica de cierta problemática que es el contexto u horizonte de la anécdota.»
(C-1993: 291.)
Y, en
realidad, el escritor realista lo es porque ha asumido, en su teoría y en su
práctica, la tendencia del realismo como una unidad inseparable y que incluso
está muy unida a su concepción total como ser humano y ciudadano. No extraña,
por eso que, tanto en su teoría como en su práctica literaria, MV no haya
llegado a establecer puntos de contacto coherentes y, mucho menos, que lo haya
hecho con su visión general de la historia o de la sociedad. Esas actitudes de
ambivalencia, incongruencia y confusionismo se explican, más bien, por el
parentesco que hay entre naturalismo y formalismo, que es analizado, de manera
muy convincente, por Alfonso Sastre, quien dice que ambos no sólo
«presentan la imagen
de una realidad desgarrada, ahistórica, recurrente y sin ningún sentido,
incluso en el plano formal: el detallismo [por ejemplo]. El parentesco estriba,
sobre todo, en que son literaturas de superficie, aunque la vanguardia recoja,
esto sí, lo más profundo de la superficie. (...) La realidad aparece,
ciertamente, en su superficie, como zoológica, brutal, ahistórica (y así nos la
presentan los escritores naturalistas), y, si se penetra el “fondo de la
superficie”, la realidad aparece tan absurda como la presenta la literatura de
vanguardia. (...) El naturalismo es heterocida; la vanguardia es suicida. El
naturalismo cree en la fuerza y en la selección de las especies; para la
vanguardia el hombre es una especie condenada. El naturalismo, en su ala más
pasiva, la de la resignación, puede gritar: “sálvese quien pueda”. Para la
vanguardia, sencillamente, no hay salvación.» (E-1974: 127-128.)
Este
diagnóstico de Alfonso Sastre es aplicable a la concepción global de la teoría
y la práctica de MV caracterizándolo como un naturalista-formalista. Y, aun
cuando este tema lo vamos a tratar en el capítulo siguiente, es pertinente
adelantar aquí que esas ambivalencias y contradicciones llevarán a MV a la
conclusión de que (pese a sus reclamos de filiación realista) el realismo no
existe, con el objetivo de destruir al realismo, lo cual coincide en su
reflexión teórica y práctica, pues no debe olvidarse que tanto el naturalismo
como el vanguardismo (o formalismo) tuvieron siempre como objetivo combatir al
realismo.
Y en
el caso de MV, en una entrevista de 1977, por ejemplo, declara su decepción por
no poder «transmitir fielmente la realidad por la palabra» (C-2004: 113), lo
que es, dígase de paso, una concepción errada de lo que es el realismo, y que
más se condice con el naturalismo; pues la poética naturalista, aparte de
quedarse en la superficie de los hechos, sólo incide en sus aspectos negativos,
planteando una aparente crítica a la realidad existente, pero en la medida que
no sustenta una salida a esa negatividad, entonces en el fondo lo que está
haciendo es postular la conservación de lo censurado.
Parece
que Vargas Llosa ha estado verdaderamente preocupado por esta problemática
[crisis social]. Sin embargo, la solución que propone literariamente, no
formula una respuesta humana que esté a la altura del problema del
condicionamiento social tal como ha quedado diseñado.
Y en
la novela La tía Julia... repite el
mismo tópico, dice: «El problema era que todo lo que escribía se refería al
Perú. Eso me creaba, cada vez más, un problema de inseguridad, por el desgaste
de la perspectiva (tenía la manía de la ficción realista.)» (A-2002: 352). Y
para concluir con esta versión o aversión de MV contra el realismo, veamos cómo
trata «el optimismo de Balzac y el pesimismo de Flaubert» (palabras textuales:
con las que busca establecer la existencia de ambos «realismos», dentro de su
concepción ambivalente o dualista y absolutista, ya que, como hemos
puntualizado, tal separación es ficticia: el realismo es uno solo):
«En el primer caso
(Balzac = realismo optimista) el hombre logra todavía que su imaginación se
haga realidad y renueve la vida. En el segundo (Flaubert = realismo pesimista),
la imaginación es un crimen que la realidad castiga haciendo añicos a quienes
intentan vivirla. Dice Curtius: “En Flaubert entran en conflicto el deseo de
vivir y la actualización del vivir, y el conflicto termina en una escisión
incurable. En Balzac encontramos todo lo contrario: una ilimitada fantasía que
consigue penetrar la realidad entera y asimilársela.” Es verdad también
-continúa MV- que Balzac encuentra la vida lógica y Flaubert absurda, pero, a
diferencia de Curtius -liberal optimista, no puede ocultar la antipatía que le
inspira ese aguafiestas que es Flaubert- , no pienso que esto dé mayor vigencia
contemporánea al primero. Curtius cierra así su comparación: “Balzac siente un
ardiente interés por la vida y nos contagia su fuego; Flaubert, su náusea.” Así
es, y esa es precisamente la razón por la que Flaubert es el primer novelista
moderno.» (B-1975: 143-144.)
La
poética realista, se basa en el principio genérico de que la realidad es una
sola: de múltiples facetas, de variados conflictos, de contradictorias
propuestas, y, por lo tanto, la expresión de ese maremagnun implica asumir sus
aspectos antagónicos (positivo/negativo, optimismo/pesimismo, statu quo/cambio,
etc.) en la relación dialéctica de la superación de la lucha de los contrarios,
de la conversión de los saltos cuantitativos en cualitativos, etc.
Confesiones de Tamara Fiol ¿un novelón indigesto?
(Cuarta Parte)
Julio Carmona
b) Tamara Fiol no es luchadora social
Ya en el apartado precedente hemos
adelantado nuestras dudas respecto de una supuesta identificación del personaje
TF con el Partido Comunista Sendero Luminoso. En este apartado vamos a ver que
esas dudas se hacen evidentes no solo en relación con dicho partido sino —como
se plantea aquí en el título— como luchadora social, por sus limitaciones
físicas, por su trayectoria vital, por sus restricciones ideológicas y por sus
expresiones contrarias al senderismo. En principio, se debe sopesar el hecho de
su invalidez, ocurrida en 1968, y que ella misma califica como algo que
destruyó su vida: «El maldito accidente me jodió la vida» (p. 78)37,
lo cual implica la imposibilidad de actuar como «luchadora social» en los años
cruciales de la guerra de SL (década del ochenta).
Y para continuar con las limitaciones
ideológicas o el deficiente nivel político de TF, veamos la siguiente cita: «Y
justamente en la víspera de mi accidente yo bailé sin reposo guarachas y
guaguancós, aunque fuera Celia Cruz, la gusana, la que cantaba» (p. 79). Y debe
hacerse una rectificación al calificativo que se hace a Celia Cruz. En
realidad, esta extraordinaria cantante cubana, no fue una militante del
“gusanismo”. Y eso debe saberlo cualquier persona de izquierda medianamente
informada. La cantante que asumió una actitud así, de «gusana» militante, fue
Olga Guillot; pero Celia Cruz, no. Esta evitó siempre hablar en contra de la
revolución Cubana. Y canciones como «Isadora Duncan» (gran homenaje a ese
símbolo de la liberación femenina) o «La vida es un carnaval» (en la que el
solo hecho de admitir que «todo cambia» ya es encomiable en alguien que no es
marxista) evitan que se le aplique ese calificativo. Pero una explicación para
que se lo use en la novela está relacionada con una entrevista periodística que
se le hace a MG, en la que el periodista (anónimo) le pregunta:
Tamara
de alguna manera va en contra de ciertos radicalismos, por ejemplo, ella sí
baila las canciones de Celia Cruz, algo que sus compañeros38, por
sus dogmatismos, no harían… (C-2009, Diario Correo).
Y MG responde: «Claro, como esa gente
que, en otro nivel, se niega a leer a Borges acusándolo de reaccionario.» Pero
se debe precisar que no por el hecho de que TF baile las canciones de Celia
Cruz deja de ser una racista (como veremos oportunamente), y en este caso es
nada solidaria con su congénere, pues no deja de llamarla «gusana», tratando de
asumir ella, de esa manera, una pose «revolucionaria madura» a expensas de la
denigración de la cantante, lo cual —como ya dijimos— es un despropósito, pues
el hecho de que Celia Cruz se negase a regresar a Cuba, porque no comulgaba con
la revolución, no la convierte en «gusana». Y por lo que respecta a la
respuesta de MG en la entrevista citada, en la que hace un juego paralelístico
incluyendo en la expresión «esa gente» a quienes llama ‘los radicales de ese
otro nivel’, lo que se nota es que MG no se detiene a observar que de gente así
no vale hablar. Leer a Borges no impide considerarlo un reaccionario. Alguien
que no lo lee con esa «explicación» no merece ni siquiera ser escuchado. Lo
cuestionable es leerlo y pretender exonerarlo de su reaccionarismo, que es lo
que —en última instancia— hace MG, pues en otra entrevista, preguntado sobre
Borges, dice que lo alejó de él «su silencio ante las dictaduras argentina y
chilena» (cf. C-diario Correo,
Ibíd.), pero esto no le impidió rendirle homenaje al publicar una serie de
ensayos en la Editorial San Marcos de Lima, de esto se complace el mismo MG en
el prólogo a «la Primera Serie Narrativa como homenaje al primer centenario del
nacimiento de Jorge Luis Borges»; y, por otro lado, bien se sabe que lo de
Borges no fue silencio sino adhesión explícita a dichas dictaduras.39
Y estas consideraciones debía manejarlas TF y, por supuesto, también MG. Pero
lo decisivo de todo esto es el desfase que se da entre la «censurada», Celia
Cruz, y la «censora», TF: ¿con qué moral esta habla así de aquella? En la p. 98
de la novela se da una imagen (autoasumida) de TF que la desautoriza para
calificar a nadie:
Habíamos
tenido una reunión [¿en la Juventud Comunista a la que pertenecía TF?] larga y
horrible en la que se criticó despiadadamente a un camarada. Y yo, sabiendo que
se trataba de una maquiavélica conjura para liquidarlo, por cobardía me sumé a
los acusadores. Al terminar, me sentía una rata, una basura. ¿Dónde esconderme?
¿Dónde refugiarme si no en el bar de Américo?
Es decir, una luchadora social que no
busca la enmienda, que no practica la autocrítica y que pretende el
ocultamiento de sus errores en el alcohol, lo único que sugiere es que su
acción equivale a esconder la basura bajo la alfombra. Otra de las acciones que
se atribuyen a TF como positivas de su accionar político es que instigó la
ejecución de un activista estudiantil aprista, y quien realizó dicha ejecución
fue, precisamente, ‘el camarada a cuya liquidación ella contribuyó’ (Kymper).
Pero esa atribución de instigadora es desmentida por ella misma. En la p. 24,
dice que le inventaron cosas, especialmente los apristas, quienes la acusaron
de estar implicada en ese asesinato, y entonces ella aclara: «Entre paréntesis,
Morgan. Este Dodero no tenía nada de brillante ni de estudiante. Era un
disciplinario fanático, un búfalo feroz y recibió lo que merecía. Así se lo
dije a Kymper, a quien de tanto en tanto lo acogotaban sentimientos de culpa
por haberle disparado.» Nótese que TF no dice haber sido la instigadora, y más
bien sugiere que es un invento de los apristas. Pero, de paso, se puede
formular la siguiente pregunta: ¿ese Kymper era tan ingenuo —o «caído del
palto»— para ignorar lo que sabía TF, y vivir atormentándose por una muerte que
‘era bien merecida’? Y, por último, si se sabe que ella solo presenció o
instigó al autor material, ¿cuál es su mérito político? En la última discusión
que TF tiene con Arancibia se confirma lo dicho hasta aquí, pues ahí vuelve a
tratarse el asunto de Dodero; veamos:
Entonces
apareció el Búfalo Pacheco, con sus
perros de pelea y sus matones. Pero nosotros nos habíamos preparado, así que
con nuestros palos les hicimos frente, hombres y mujeres, recuerdo mucho el
coraje de Sergina Barba, nieta del ‘ciudadano Barba’, viejo amigo de mi abuelo,
y ex mujer de César Arias, que como hombre se mechaba con los matones, hasta
que resbaló, la jalaron por (sic: de) los cabellos y empezaron a golpearla
brutalmente. Fue en ese momento que Kymper, sin pensarlo dos veces y sin
temblarle el pulso, disparó contra Dorero (sic), que era el más feroz de los
disciplinarios… (p. 375). 40
El primer signo «sic» precisa que ha
debido decirse ‘la jalaron de los
cabellos’, y el segundo advierte la errata pues se ha modificado el apellido
‘Dodero’. Ahora bien, sobre el asesinato específico del mencionado personaje,
en la última entrevista que Morgan le hace a Cesar Arias (pp. 394395), se ve
que nace la leyenda, pues a pesar de que la propia TF dice que «Kymper, sin pensarlo dos veces y sin temblarle el
pulso, disparó contra Dodero», Arias dice: «Cuando Kymper titubeó por
décimas de segundo antes de dispararle al Búfalo
Dodero (…) lo instó a que halara el gatillo o que le entregara el arma para
completar el trabajo» (¿todo eso en «décimas de segundo»?)
En la p. 25 se hace alusión a un dicho
machista incubado en la década de los sesenta para adelante: «A las mujeres la
política les entra por la vagina», pero en la página aludida se presenta así:
TF refiere que ella, rodeada de cinco estudiantes hombres, polemizaba con uno
de ellos sobre temas de la URSS, y dice: «Entonces escuché que uno de los
oyentes le decía al otro: “A las mujeres les entra el marxismo por la vagina”.»
Al parecer, se ha acomodado la frase, cambiando «la política» por «el
marxismo», aunque de cualquier forma es una frase machista repudiable.
Asimismo, si eran cuatro oyentes, pues el quinto estudiante polemizaba con TF,
uno de los oyentes tenía que decirle ‘a otro’ y no «al otro» de los oyentes,
esto fuera admitido si solo fueran dos oyentes. Y la reacción de TF (de meterle
un puñete al grosero) es justa, pero no justifica que por eso se la considere
como una luchadora excepcional, si esa es una acción que la misma TF reconoce
como común a las estudiantes de la época, dice: «… al fin y al cabo las mujeres
también nos mechábamos con la Policía y con la bufalería en los mítines…» (p.
26). Y ya se ha visto, supra, que TF también dice: «… les hicimos frente,
hombres y mujeres, recuerdo mucho el coraje de Sergina Barba, nieta del
‘ciudadano Barba’, viejo amigo de mi abuelo, y ex mujer de César Arias, que
como hombre se mechaba con los matones» (p. 375).
Consciente de la ambivalencia de su
vida, «militante» y disoluta, TF (en la p. 87) dice: «Cuando dejé de lado mi
vida de vagabunda (por un buen tiempo, la verdad) y me incorporé al trabajo
político, fui muy criticada, sobre todo por las mujeres, por las camaradas.»
Pero veamos, primero, la anfibología que contiene la frase encerrada entre
paréntesis, pues no se sabe si el «buen tiempo, la verdad» se refiere a la vida
de vagabunda o al trabajo político; y, si se trata de la vida vagabunda, ya en
el primer apartado tuvimos oportunidad de observar que allí más bien se trató
de minimizar esa duración, pues (en una especie de paráfrasis de lo dicho en la
cita anterior, p. 87) dice: ‘mi vida bohemia duró más o menos dos años’ (…)
«Hasta que me incorporé a la vida partidaria» (ver p. 102); y si esa
imprecisión de «un buen tiempo, verdad» se refiere al «trabajo político»,
tampoco se puede deducir que haya sido mucho tiempo de militancia, pues en la
continuación de la cita precedente (p. 102) dice que esa vida partidaria duró
cinco años; pero si a eso se suma que debió estudiar para egresar y además tuvo
que invertir mucho tiempo en su vida disipada (que, como ya hemos visto, no la
clausuró), y para todo eso contó solo con diez años: desde los diecinueve que
ingresó a la vida partidaria hasta los veintinueve en que se accidentó. Es
decir, las cuentas —y la calificación de las mismas— no le salen bien a TF (o a
MG). Además, continuando con su propensión a las calificaciones (acabamos de
ver lo de sus años de bohemia y de «activismo político» y también lo de Celia
Cruz) se aprecia que lo hace con el objetivo de sobrevalorar su propia
personalidad, y es algo que se hará extensivo a las mujeres del partido en sus
épocas juveniles y todo porque ellas criticaban su vida desordenada (regresemos
a la p. 87), dice: «La más feroz de todas era Nadeira Varahona. Cuando me veía
bailar me susurraba al oído: ¡decadente, ninfómana, zorra burguesa…! Oye, ¿se
parecen a Nadeira las mujeres de Sendero.» Obviamente, TF no pertenece a SL
pues no tendría que hacerle esa pregunta al narrador (periodista
norteamericano, con solo dos meses en Perú), en tanto ella sabría la respuesta
mucho mejor que él. Y lo peor es que el narrador responde: «Por lo que me
dices, Nadeira era una mujer horrible más allá de que fuera o no una militante
comunista»41. Y aun agrega: «En cuanto a las senderistas era como si
hubieran abolido sus vidas privadas. Lo único que contaba era su relación con
el partido y su entrega a lo que ellas llamaban la guerra popular» (p. 88). Y
esta aseveración —que demuestra una absoluta incomprensión del problema— no es
refutada por la supuesta «luchadora social», de insinuada relación con SL. Y
esa misma actitud afrentosa y desenfocada desde la perspectiva de la lucha
social, TF la utiliza para aludir a su padre, de quien —con motivo de haber
salido de prisión— dice:
Hubo
lágrimas y risas y pocos días después mi padre organizó una gran fiesta. Decía
que nunca había que perder la alegría. Combatir, sí, a toda hora, pero siempre
con una risa en los labios. Huevadas así
solía decir (p. 80).42
Es, definitivamente, un escarnio (por
parte de TF) del optimismo popular o proletario. Y esta concepción, de ningún
modo coherente con una militante de izquierda digna de ser considerada un
paradigma, es corroborada por la misma TF, en la p. 87 dice: «Como cualquier
persona que tiene un mínimo de decencia yo deseaba un orden social justo para
mi país y el mundo.» Esta manera de ver el problema es propia del humanitarismo
burgués, no corresponde ni siquiera al de una luchadora social de izquierda,
pues coincide —como ella misma dice— con el pensamiento de «cualquier persona
con un mínimo de decencia», y un comunista no lo hace por decencia, sino por
convicción ideológica (teórica y práctica). Pero continúa la cita: «Esto,
Morgan, lo tenía perfectamente claro y lo sentí en mi corazón, aun antes de
leer algún libro marxista.»43 Y TF aun agrega: «Pero yo también
quería ser feliz, divertirme, tener muchos amigos, bailar, hacer el amor de
manera libre» (Ibíd.) Es decir, la concepción típica del pequeñoburgués
ambivalente, que quiere la comodidad burguesa pero como no la tiene adhiere al
reclamo de justicia popular, y cuando este pueblo le exige sacrificio, entonces
le parece que es mucho pedir; lo dice TF: «Y esto, según el sentir de alguna
gente, era incompatible con la militancia partidaria.» Y, efectivamente, TF
optó por la juerga, la diversión y hasta la perversión, igual que cualquier
pequeño burgués adocenado, lo cual, pues, no le da una imagen de luchadora
social y, por más que el narrador-autor se empeñe en demostrar lo contrario, no
lo logra, porque ambas posturas son incompatibles, no porque la alegría y el
placer lo sean de la lucha social (como no lo es nada que concierna al ser
humano), la única diferencia en este caso, es que ambos no se conviertan en
enemigos inconciliables, como se los llegó a plantear TF, con criterio
totalmente antidialéctico y oportunista. Si hasta aquí se ve un perfil
deficiente de TF como luchadora social en la práctica, en lo que concierne a su
formación ideológica las cosas no marchan mejor. Al comenzar la p. 86 dice:
…
permíteme terminar con el asunto de mis lecturas marxistas. Hay un texto que
nunca dejaré de leer, pese al derrumbamiento del Muro de Berlín y la
desaparición de la URSS.44 Me refiero al Manifiesto. Pepe Corso, que nunca fue un marxista alineado (por eso
sus adversarios lo acusaban de academicista, de oportunista), me dijo meses
después de ingresar a San Marcos que el Manifiesto
había que leerlo como un gran poema visionario.
O sea que el Manifiesto Comunista queda reducido a la mínima expresión de «poema
visionario» y es lo único que se salva después del naufragio del barco del
socialismo europeo, y aunque —hasta ahí— lo dicho busca ser un elogio, luego
—sin transición alguna— viene el ataque (y, lo que es peor, sin sustento):
¿Qué
significa que con el advenimiento del comunismo termina la prehistoria de la
humanidad y empieza la historia propiamente humana? ¿La historia reciente del
mundo no ha traído por tierra esta profecía? Lo único que sé es pensar que la
historia humana dentro de esta perspectiva [es decir, ‘la historia reciente del
mundo con todos sus adelantos’] te ayuda a vivir. Incluso ayuda a vivir a una
inválida como yo.
Y, si las cosas son así como las piensa
TF, entonces, ¿para qué hacer la revolución?, si los avances tecnológicos del
capitalismo ayudan a vivir a una inválida pequeñoburguesa, entonces ya estamos
en la historia y no en la prehistoria de la humanidad. Y no es así. En
principio, el planteamiento del marxismo no tiene nada de profecía. Marx, ni
ninguno de sus continuadores, fue «un profeta». Marx solo descubrió una
realidad que estaba velada por los intereses del capital. Y bien se sabe que el
capitalismo —aun cuando hable de humanismo— lo único que pone como importante
es el lucro, la riqueza de unos pocos, y esto es lo que constituye la
«prehistoria de la humanidad»: la enajenación del ser humano en función de lo
que vale monetariamente; no es el ser humano quien hace su historia, es la
riqueza mal habida, la propiedad privada de los medios de producción social, en
una palabra: el capital. Cuando esta dictadura del capital haya terminado, y
esto solo se dará en el comunismo (cuando desaparezcan las clases antagónicas:
los explotadores y los explotados), recién entonces se estará iniciando «la
historia propiamente humana». Si eso no lo había entendido TF, y por eso
pregunta: «¿Qué significa eso?», entonces se justifica que previamente haya
dicho que ‘no fue una gran estudiosa del marxismo’ (p. 85), porque su
conclusión —también interrogante— «¿La historia reciente del mundo no ha traído
por tierra esta profecía?» encierra una arbitraria comprensión del problema, y,
lo que es peor, basada en su posición individualista, es decir: como esta
historia reciente «te ayuda a vivir. Incluso ayuda a vivir a una inválida como
yo», pues con ese criterio da a entender que «la historia reciente», con sus
avances científicos y tecnológicos —que favorecen en parte a algún sector
humano del planeta— estaría clausurando el análisis marxista de la «prehistoria
de la humanidad», sin considerar que este planteamiento se hizo en la época de
la revolución industrial que también trajo consigo grandes avances científicos
y tecnológicos, pero que mientras estos no se hagan en función del ser humano
sino en función del lucro, de la usura, de la riqueza de unos pocos, seguirán
siendo «adelantos» que se dan en la «prehistoria de la humanidad». Finalmente,
TF quiere morigerar esa reflexión absurda descalificándola, y dice: «Vaya, qué
idioteces estoy hablando. Cambiemos de tema.» Y, en efecto, es una idiotez por
ignorancia política. Y de inmediato vuelve a hablar de su ingreso a San Marcos,
y dice:
Era
el fin de la dictadura de Odría. ¡Viva la democracia! O, como acotaban los
camaradas más aguafiestas, la vil democracia burguesa. Pero era verdad que
reinaba un clima de alegría. De euforia y optimismo. Por lo menos así lo sentía
yo. (Ibíd.)
Es decir, TF sigue manejándose con el
mismo razonamiento: si era el retorno a la democracia y reinaba un clima de
alegría, de euforia y optimismo («Por lo menos así lo sentía yo», dice45),
entonces los «camaradas más aguafiestas» querían minimizarla llamándola
«democracia burguesa», es el mismo trasfondo del razonamiento precedente: Marx
era el aguafiestas que falló en su profecía pues no vislumbró todos los avances
técnicos y científicos del siglo XX. O sea que TF no tenía ni siquiera un
ponderado o un mínimo nivel ideológico. Y, no obstante, de manera soberbia dice
que para tratar de su relación con el partido comunista se necesitaría de
varias entrevistas; ante el pedido de MB para que hable de sus lecturas
marxistas, dice: «No, no es ningún problema, varón. Sólo que esto me llevaría a
hablar de mis relaciones con el Partido Comunista o, para ser más exacta, con
la Juventud Comunista y para esto necesitaría una entrevista exclusiva sobre el
tema. O dos. Quizá más» (p. 84). En realidad, sobre el tema del marxismo TF no
tiene nada qué decir.
Y luego de haber desbarrado
ideológicamente en relación con el marxismo y la realidad histórica (incluida
la peruana), TF habla de sus pininos como universitaria, y dice: «Tenía amigos
de lujo: discípulos de Heidegger, de Sartre. A mí, (sic: coma errónea) me era
difícil leerlos a solas, sobre todo porque me aburrían, pues soy mujer de
acción» (pp. 86-87); pero en ningún momento de la novela se demuestra lo que
asevera: «ser mujer de acción», ergo: si no tiene nivel ideológico ni demuestra
haber actuado como luchadora social, ¿cuáles son sus méritos para que se la
tome como protagonista de una novela que debía tratar sobre la guerra de
Sendero, partido del cual ella debía ser la ‘imagen romántica’?
Y, en efecto, en toda la novela se va
insinuando que TF es una luchadora social excepcional, sin que ese afán sea
convincente, pues no se llega a demostrar y solo se queda en la calificación
hagiográfica, convirtiéndose, pues, el periodista o «reportero de guerra» en un
hagiógrafo, es decir, un biógrafo que resalta en exceso las cualidades y
virtudes del biografiado, y, más aun, tampoco se demuestra que TF pudiera haber
tenido una relación — no hecha explícita en la novela— con SL, lo que (como ya
vimos al final del apartado precedente) va a devenir una especie de misterio, y
no llega a convencer, por la vida absolutamente disipada de TF, de quien, desde
los veintinueve años que queda inválida (1968), no se llega a mostrar ninguna
acción efectivamente resaltante para considerarla una luchadora excepcional, y
de los años anteriores al accidente, la mayoría de ellos los pasa de manera
libertina y los pocos que pudieran ser considerados como de activista tampoco
se refieren a acciones relevantes en ese sentido, salvo las comunes a muchas
activistas universitarias que, como se decía en aquella época, cumplían con su
«servicio revolucionario obligatorio», que no iba más allá de las
movilizaciones y los mítines callejeros o las luchas con los apristas en los
conatos de elecciones estudiantiles, acciones en las que muy esporádicamente
ocurrían muertes (en una de las cuales —como ya se ha visto— a TF se la hace
participar como instigadora —y no de
manera convincente).
De todas las acciones que sugieren la
calidad de «luchadora social, mujer excepcional y de alta moral» (y es el tema
que sostiene el suspenso de la novela), la más expectante es la que se
desarrolla en torno al hecho de que ayudara a escapar de Ayacucho al personaje
secundario llamado Azpur (y tan secundario que solo sirve para ese objetivo),
este dice:
Debo
la vida a Tamara. De no haber sido por ella, Sendero me hubiera liquidado.
Además me consiguió una novia americana, con la que me casé y así pude obtener
la visa para entrar a este país. (p. 32. Ese país es USA).
Luego el narrador agrega: «Después Azpur
guardó la guitarra en la vitrina y retomó la historia de su relación con
Sendero.» Y, en principio, esa acción que favorecía a Azpur y atribuida a TF no
justifica la imagen pretendida, máxime si se la está presentando como una
falsaria pues incurre en el delito penal de «falsedad genérica» al buscar una
«novia falsa» para obtener la visa. Pero, finalmente, se sabe que de esta
acción solo le corresponde la autoría intelectual46, porque —como
dice ella misma— quien consiguió la novia fue Pepe Corso:
…
sí, es verdad que le conseguimos una novia a Azpur y el alcalde de San Miguel,
que era un viejo amigo, los casó con todas las de la Ley.47 Pero
esta es otra historia. ¿Por qué no le preguntas a Pepe Corso? Él fue quien, a
pedido mío, le consiguió la novia con miras a obtener la visa para entrar a
Estados Unidos (p. 38).
Por otro lado, en la p. 22, TF releva la
figura de Taylor, que estuvo en Ayacucho y también fue conminado por SL a salir
de allí, y como profesor de la Universidad ha tenido de alumno a Azpur, a quien
ayudará —más que TF— a salir de Ayacucho. No es, pues, que TF haya tenido mucho
que ver en la salvación de Azpur. Taylor es quien le consigue refugio; en la p.
28, se lee: «Por suerte, Taylor tenía una gran amistad con un cura relativamente
joven que había sido su alumno en la universidad. Logró persuadirlo, pese a las
órdenes del nuevo arzobispo de no conceder asilo a nadie que estuviera
involucrado con los terroristas.» Y esta última afirmación no encaja con Azpur
puesto que él no está involucrado con los senderistas, al contrario él ha sido
condenado a muerte por ellos, por haber apoyado a la alcaldesa que salió
cargando una cruz clamando por la paz. Y de haber tenido ese vínculo con
Sendero quienes lo habrían perseguido serían las fuerzas del orden y no «de la
orden»; las fuerzas armadas y no las fuerzas sagradas habrían tenido que
tenerlo en la mira. Por último, es Taylor quien sugiere que salga de Ayacucho
por el aeropuerto. Tamara solo lo acompañará a pasar los controles, y como no
es perseguido por las fuerzas del orden, entonces no hay mayor problema para su
salida. Ergo, ¿cuál es el mérito excepcional de TF en este asunto?
Pero también se desprende de esta escena
que TF tampoco tiene vínculos senderistas, pues de serlo no se prestaría para
hacer que Azpur eluda la «justicia senderista» que ya lo tenía condenado a
morir, porque él tampoco es senderista. Por eso no es coherente lo que el
narrador ha dicho: que Azpur «retomó la historia de su relación con Sendero»
(p. 32), porque en ningún momento se hace evidente esa «relación», y lo que ha
estado contando (entre paréntesis: fin de la p. 31 y comienzo de la 32) es que
«había conocido de cerca a Nora, esposa del Presidente Gonzalo y número dos del
partido» (pero esto no relaciona a Azpur con dicho partido):
Azpur
ponderó su rara belleza, dijo que los militantes varones poco menos que echaban
babas platónicas por ella, que casi la veneraban, y la describió como una
mística del maoísmo. Todo esto lo dijo, por cierto, antes de que se hiciera
pública su muerte.48
Y eso es todo lo que el narrador refiere
que dijo Azpur, y entonces es exagerado que —después de tocar la guitarra— se
diga que «retomó la historia de su relación con Sendero.» Pero luego regresa TF
del baño (e interrumpe los recuerdos del narrador) y ya no se vuelve a saber
más de esa exagerada «relación» de Azpur con Sendero. Y, lo que es peor, este
personaje no vuelve a aparecer más en la novela (salvo en la mención de
terceros).
En resumen, lo que ha hecho TF en este
asunto de Azpur —al inmiscuirse en su fuga— es haberlo llevado de su escondite
hasta el aeropuerto. Y TF, concluyendo su relato, refiere que en el aeropuerto,
la policía busca el nombre de Azpur en la lista de requisitoriados (pero
escribe mal su segundo apellido Paucar, sin tilde), y TF dice: «Menos mal que
no figuraba allí su nombre» (p. 37). Y cabe preguntar, ¿cómo iba a figurar si
no era de SL y más bien era perseguido por sus huestes, y nunca antes se ha
dicho que tuviera algún problema con la policía? Y esto lo sabía el mismo
Azpur, por lo tanto, de ocurrir lo contrario, no se hubiera atrevido a pasar
por el control policial. Lo dicho hasta aquí es claro: de quien huye es de SL,
no de la policía. Y ese es todo el mérito de TF, en la acción «más connotada»
como «luchadora social». Y ella misma precisa que dicha acción es absolutamente
irrelevante: «… ya en el aeropuerto Jorge Chávez nos esperaba Taylor. Y eso es
todo, querido. Lo que siguió después fue cosa fácil». Y, después de lo ocurrido
con Azpur, todo lo que viene es el resumen de sus juergas y manifestaciones de
promiscuidad y degeneración vividas con Arancibia, antes de caer en la
invalidez, o sea que ¿en qué momento tuvo tiempo de desarrollarse como
luchadora social y mujer excepcional para que merezca la atención del reportero
de guerra?
Inclusive, esa supuesta imagen de
luchadora social es desmentida por la misma TF, quien en reiteradas
oportunidades dice, como en la p. 17: «… te equivocas, varón. Has escogido mal.
Salvo por el accidente que sufrí y por las operaciones y las terapias de
rehabilitación a que me sometí para ponerme de nuevo en pie, nada de verdad
importante me ha ocurrido. Entiéndelo, lindo. Un accidente le ocurre a
cualquiera.» Y, en otro momento, reconoce ser una decadente, dice: «… el espejo
me devolvió la imagen de una vagabunda que no sabía qué hacer con su vida.
Antes de salir le dejé a mi amiga una nota agradeciéndole y disculpándome por
las molestias que yo le causo» (p. 287). Y en el párrafo siguiente agrega: «En
los dos últimos años me he acostumbrado a ver el turbio amanecer limeño desde
la terraza del Zela o de cualquier otra cantina, pero entonces vi una luz más
limpia, menos gris, casi celeste lamiendo los ficus y las palmeras del parque.»
Y en una de sus esporádicas visitas a San Marcos dice:
…
me dirigí al patio de Letras y luego al patio de Derecho, donde diferentes
grupos de muchachos en los pasillos y alrededor de la pileta discutían con
ardor sobre la Revolución cubana, la política de la coexistencia pacífica de
Kruschev y la gran coalición entre el APRA, el odriismo49 y el
pradismo. Me enternecía escuchar estas discusiones de los jóvenes y al mismo
tiempo me sentía culpable por los excesos
de mi vida bohemia (p. 289).
Es más, TF llega a minimizar su
participación en el Partido Comunista y dice que solo estuvo como miembro de la
Juventud Comunista. Y no debe perderse de vista que su militancia política se
da solo mientras está en la universidad (¿estudiando?); después ya está
impedida de hacerlo debido al accidente que la deja inválida. Y todo esto se
corrobora en la p. 138, en que vuelve al tema «de su vida universitaria, de los
círculos de estudio en que participó, de su etapa de dirigente de la Federación
de Estudiantes del Perú, de su paso por la Juventud Comunista, si bien como de pasada y llena de
reticencias.» Y el narrador aun agrega: «Me dijo que quizá en la última
entrevista que iba a concederme hablaría, si fuese necesario, de sus
enfrentamientos, no solo oratorios y de diatribas verbales sino físicos, con la
bufalería, que la integraban varones y mujeres fanáticas» (p. 139). Pero todo
ello ratifica lo ya dicho: que TF solo cumplió con su «servicio estudiantil
revolucionario obligatorio». Y todos esos alardes de «lucha» no pasan de ser
eso, alardes, pues ella misma les pone paños tibios, cuando dice que no fue la
militante típica sino lo que se llama «un compañero de ruta» (p. 85). Sin
embargo, MB insiste: «Otras cosas he escuchado de ti. Me han alabado tu arrojo»
(Ibíd.) Y, por supuesto, el narrador nunca llega a especificar cuáles son esas
‘otras cosas’ que ha escuchado de
ella, con las que hubiera podido poner de relieve ese «arrojo». Y aun cuando TF
insiste en que todo eso son «Tonterías. Exageraciones», el narrador se empeña
en hurgar en su vida, sin establecer ninguna relación con la guerra (que sería
lo motivador de su profesión: corresponsal de guerra) y sin demostrar la
singularidad de luchadora social de TF. Puesto que la mayor parte de la novela
solo sirve para exponer y describir los pormenores de su dilapidada vida; por
ejemplo, en la p. 348, en su viaje a Guayaquil, de paso por Tumbes, TF y
Arancibia emplearon varios días, en medio de disipaciones: «Fueron días y
noches de juergas, de discusiones, de peleas, de reconciliaciones eróticas y
nuevas peleas…», entonces sigue pendiente la pregunta: ¿en qué momento
estudiaba o iba a clases? Y, todavía, en la p. 350, TF le cuenta a Emperatriz
que:
Añoró
los patios de San Marcos y las discusiones políticas que se armaban entre
distintos grupos y se dijo que era ya tiempo de pedir, al margen del padrinazgo de Arancibia, su incorporación a la
fracción de la juventud comunista que trabajaba en la universidad. Pero
enseguida se preguntó si con la pasión servil a la que estaba sometida tendría
derecho a reclamar su ingreso a la juventud.
¿Es un derecho ingresar a un partido
político?, ¿no es una opción que debe sustentarse con una conducta intachable,
y esta última constituye un deber?; ¿qué méritos ha hecho TF —hasta el momento
de esa reflexión— para solicitar —no reclamar— su ingreso al partido?; por lo
demás, ¿si Arancibia no la hubiera abandonado en Guayaquil, no se hubiera
acordado de «reclamar su derecho» de ingresar al partido?, y, por último, ¿no
se está considerando a ese ingreso como una terapia de escape a una situación
aberrante? Hasta aquí, pues, TF siempre ha dicho que era «un compañero de ruta»
y de haber pertenecido solo a la Juventud Comunista, todo esto ocurrido en la
década de los sesenta del siglo pasado, por lo tanto es imposible que tuviera
la más mínima relación con SL, y, sin embargo, ella no deja de rescatar su
«convicción revolucionaria» para oponerla a su vida disipada; y, en ese
sentido, enfrentando a Arancibia, dice:
Cuando
por mi insistencia me pusiste en contacto con la organización50, yo
no tenía ninguna duda de convertirme en una combatiente por la revolución. Pero
dudaba de si una mujer como yo tenía derecho a pertenecer a un partido que
luchaba por transformar el mundo. ¿Por qué no rompía contigo? ¿Por qué toleraba
y aun me sumaba a tus bromas y escarnios de las consignas partidarias mientras
hacíamos el amor? (p. 370).
Recién, en la p. 394, por referencia de
otro personaje, César Arias, se sabe que el seudónimo de TF, dentro de la
Juventud Comunista, fue «Ruth», dice: «… te diré algo sobre mi buena amiga
Tamara, cuyo nombre de combate fue Ruth. Por temperamento y por razones de
ideología, soy avaro en los elogios. Pero reconozco que Ruth era una
combatiente extraordinaria. Valiente, arrojada, casi temeraria. Como los
militantes varones se enfrentó sin miedo numerosas veces contra la bufalería
aprista y la guardia de asalto.» Y es una exageración que se llame combatiente
a TF por enfrentarse a los búfalos y a los guardias, mientras que a sus
compañeros varones se les llama «militantes», aun cuando se dice que es «como
ellos» que realiza actos de activista estudiantil y no acciones
revolucionarias; es decir, los enfrentamientos callejeros no tienen la
dimensión de combates revolucionarios, es parte de la rutina del movimiento
estudiantil. Y esa es toda la actividad de «lucha» de TF que todos relevan, y
ello no basta para ser considerada como una luchadora, combatiente,
revolucionaria, porque esa actitud la asumen muchos y muchas estudiantes, ergo:
no es algo extraordinario.51
Es un imperativo tratar sobre la
relación entre TF y Arancibia, aunque para este tenemos reservado un apartado
especial. «¿De qué traición me hablas?» (pregunta TF. Y Arancibia le responde):
«—No de tus puteríos, naturalmente. Me refiero a la gran traición cuando
militábamos en el partido. La traición que cambió mi vida» (p. 366).52 Aquí se
debe precisar que nunca se llega a decir que TF saliera de la Juventud
Comunista para integrar niveles superiores de dicho partido. Y si Arancibia
dice que fue traicionado por ella cuando ‘ambos militaban’, ¿debe entenderse
que los dos militaban en la juventud? Y si ella nunca dejó de estar en la
juventud, ¿cómo se explica que actuase en una comisión de niveles superiores? Pero,
por otro lado, el mismo Arancibia considera que TF era una libertina, una puta.
En la p. 416 dice: «¿Por qué me afectaba tanto si sabía que eras una puta?»,
(opinión de Arancibia que es refrendada en la novela con la misma acción de TF,
aunque el narrador presenta esa acción como un «divertimento»). Y la respuesta
de ella no incide en este tema, se va por otro lado. Un poco como aquel chiste
en que dos mujeres muy pintarrajeadas y de avanzada edad, son zaheridas por un
grupo de palomillas que las llaman «viejas prostitutas», y una le dice a la
otra: «Qué tal atrevimiento, nos han dicho viejas». En este caso, TF omite
refutar lo de «puta», y se escandaliza por el repentino arrepentimiento de
Arancibia de su cambio de vida. Veamos:
–¡Esto
sí que es una novedad! —exclamó, casi escandalizada—. En los reportajes que te
hicieron siempre te jactabas de tus éxitos (…) (Ibíd.)
En la p. 367 se consigna otro dato
relacionado con la actividad política de TF, y tiene que ver tanto con
Arancibia y con otro personaje secundario en esta novela, Kymper (que, al
parecer, será el protagonista de otra novela que MG anuncia tiene en
preparación53), y se refiere a la participación de TF en la comisión
que lo juzgaría, y que aquí se ve que está en contra de Arancibia, y este le
increpa a TF: «… si no te hubieras puesto del lado de Kymper» (Arancibia dice
que habría seguido en el partido y no se habría desviado a lo que fue al final:
un reaccionario). Y TF le responde: «Ah, eso era. Pero es que yo no me puse del
lado de Kymper. Me puse del lado de la facción del partido que luchaba contra
los kruschevistas y su mierda de coexistencia pacífica», es decir, se está
refiriendo a una polémica interna que se da a mediados de la década del
sesenta, cuando todavía no aparecían ni SL ni el MRTA. Y, entonces, este hecho
de que se hubiera puesto del lado de Kymper, en su lucha anti-revisionista, es
lo único que se puede rescatar como positivo de ella54; pero aun
queda por verse cómo es que —perteneciendo a la juventud— pasó a integrar la conducción
de un proceso de un nivel superior dentro del partido. Estas observaciones ya
ha habido oportunidad de hacerlas al revisar la p. 151: donde se ventila la
participación de TF en la Juventud Comunista, cuando ella dice: «me nombraron
como jurado del tribunal que iba a juzgar a Kymper, un buen camarada, quien por
una sucia intriga, montada por Arancibia, había sido acusado de inmoral.» Pero
se supone que Kymper y Arancibia no están en la juventud, al menos Arancibia ya
ha retornado del exilio, y es viejo militante, por ejemplo, en la p. 87, la
misma TF dice: «Así transcurría esa larga primavera hasta que alguien (que
había retornado con retraso del destierro) vino y me dijo: “Ya basta de pajas,
¿qué estás haciendo por la revolución?”.» (sic: punto en el texto), siendo así,
¿es pertinente que designen de jurado en el partido de mayores a TF que era de
la Juventud? Además, es ridículo plantear que los casos de disciplina en el
Partido Comunista se realizaran formando tribunales o eligiendo jurados ad hoc. Esa, en todo caso, sería una
función propia del Comité Central. Pero aquí hay una contradicción por resolver
pues en otro momento TF ha asegurado que ella no pasó de la JC: en la p. 83
dice que no fue propiamente militante de un Partido Comunista (ni se especifica
si fue el moscovita o el pekinés, y definitivamente está descartado que haya
sido SL), pues ella dice: «… esto me llevaría a hablar de mis relaciones con el
Partido Comunista o, para ser más exacta, con la Juventud Comunista.» Y esto
será corroborado en la p. 85, donde dice: «… te puedo adelantar esto: no fui la
militante típica. Como alguien me dijo, fui lo que se llama un compañero de
ruta.» Con esas características ¿es lógico que se le diera la responsabilidad
de ser «jurado» de un tribunal disciplinario? Además la alusión al caso de
Kymper sale sobrando, pues no dice cuál fue su participación ni qué decisión
adoptó ella, aunque en la p. 98, al parecer, hace alusión a este caso, sin
mencionar a Kymper, dice ahí: «… todavía militaba en la Juventud. Habíamos
tenido una reunión larga y horrible en la que se criticó despiadadamente a un
camarada. Y yo, sabiendo que se trataba de una maquiavélica conjura para
liquidarlo, por cobardía me sumé a los acusadores.» ¿Y esta es la mujer de alta
moral y luchadora excepcional, que merecía ser parte de un «tribunal
disciplinario» con ese perfil tan subjetivo?
Desde la p. 77 hasta la p. 88 se narran
hechos más o menos interesantes —desde el punto de vista narrativo—, los mismos
que, no obstante, no elevan la imagen de luchadora —pregonada pero no
demostrada— de TF; pero a partir de la p. 89 (es decir, todo el V Capítulo, que
se prolonga hasta la p. 109), se relatan hechos relacionados con la vida de
libertinaje que TF tiene hasta antes de conocer a Raúl Arancibia. Por lo tanto
sería ocioso hacer una crítica pormenorizada de todos esos relatos que,
finalmente, son intrascendentes e irrelevantes incluso para conocer esa faceta
de la protagonista, y solo confirman lo indigesto de la novela, y que la misma
TF se encarga de calificar (indirectamente), pues en la p. 99 dice: «También
Perla sucumbió a la nostalgia y el sentimentalismo y contó el culebrón de su
infancia y pubertad…», que es lo que son —propiamente— las Confesiones de TF: un culebrón.55
Y, finalmente, esa profusión de
anécdotas lo único que demuestra es que TF no tuvo tiempo de desarrollar
acciones relevantes como luchadora social, inclusive ni en su etapa de
militancia en la Juventud Comunista, porque esta la desarrolla paralelamente a
su relación con Arancibia, que es también licenciosa. Es más, debe decirse que
esa vida libertina (además de su militancia, con todas sus limitaciones) torna
inverosímil que hubiera podido realizar una actividad académica adecuada: hay
tantos acontecimientos en su corta vida universitaria que uno se pregunta ¿en
qué momento estudiaba?, máxime si en algún momento dice que ha desarrollado
también actividad laboral (¿): «ya había entrado a trabajar —dice— como adjunta
del farmacéutico a la antigua botica inglesa del jirón de la Unión» (p. 146). Y
es la única vez que se alude a este trabajo.
Hagamos un breve alto sobre esta
actividad laboral de TF, en la que también hay inexactitudes; por ejemplo, en
la p. 358 se habla de su trabajo en una dependencia de la ONU, y se dice que
Raúl Arancibia: «En lo referente, por ejemplo, a su cargo en el organismo
correspondiente a los derechos humanos, sabía que la habían cambiado a un
puesto casi simbólico luego de que la Dincote la detuvo.» Y sobre este trabajo,
desde el inicio de la novela, se sabe de él. Pero en la p. 364 ella misma dirá
que era dueña de dos farmacias y accionista en otras dos, y este último dato
genera un desfase porque no incide para nada en el desarrollo del personaje, de
quien se ha dicho que empezó a trabajar en una farmacia, sin que se justifique
tampoco este trabajo, pues se supone que se desarrolló paralelamente con «sus
estudios», su vida bohemia y su «militancia política» (¡la mujer maravilla!);
por lo demás, no se explica cómo quedando lisiada el mismo año en que se graduó
y sin ninguna otra actividad previa que le permitiera adquirir solvencia
económica y sabiéndose solo que trabajó como practicante en una farmacia, llegó
a ser propietaria de dos negocios de salud y accionista de otros dos (sin que
se explique cómo es que estos negocios culminaron en estafa), para finalmente
caer en la necesidad de trabajar de empleada para la ONU; todo lo cual no hace
sino demostrar que no era una mujer muy perspicaz que digamos (y que, por otro
lado, hay una acumulación de datos innecesarios o ripiosos: su trabajo de
practicante y sus propiedades).
Y, para colmo de saturación activa, TF
ha tenido varios abortos: «La primera vez que aborté fui a descansar a la
pensión de Pepito Corso…» (p. 95), es decir, si dice que ha habido una primera
vez, es porque después ha habido otra u otras veces; si no, debió decir: ‘la
única vez que aborté’. Y esa diversidad de abortos la confirma en la p. 147,
dice: «Por decisión propia y exclusiva aborté varias veces».56 La
relación que hubo entre TF y Raúl Arancibia constituye un elemento crucial en
el desarrollo de la trama, por eso se convierte en preocupación reiterativa del
narrador, desde las primeras páginas. Veamos:
…
en la universidad —dice TF— cambié los cigarrillos por el trago. Fue mi etapa
de bohemia. Conocí a muchachos de otro tipo. Unos locos maravillosos. Me pegué
unas cuantas bombas. No muchas, la verdad. O, para serte franca desde el
comienzo, sí fueron bastantes las borracheras. Aunque yo no necesitaba ni del
trago ni de la pichicata, como se le decía entonces a la cocaína, para sentirme
feliz. La probé, por supuesto. Fue Arancibia quien me la dio…
–¿Arancibia?
–¡No me digas que nunca escuchaste su
nombre! ¡Vamos, no mientas! Dime, ¿quién te habló de él? (p. 18).
Y es importante Arancibia porque,
finalmente, se sabrá que fue él no solo quien contribuyó —en parte— en la
degeneración de TF, sino quien causó el accidente en el que quedó inválida; y,
por otro lado, será su muerte la que motivará que se especule sobre la supuesta
participación de TF en ella. Por ejemplo, en la p. 182, el narrador, MB, trata
de desestimar las conjeturas de Muriel (su pareja sentimental) quien es una de
las que atribuye a TF la autoría (al menos intelectual) del atentado que causó
la muerte de Raúl Arancibia, y dice que había pasado mucho tiempo desde el
accidente sufrido por TF (y propiciado por Arancibia) hasta la muerte de este,
y pregunta: «¿No era un acto demasiado tardío para ser una venganza?» Y aquí se
olvida el famoso dicho: «La venganza es un plato que se come frío». Pero ahí
mismo se hace una descripción precisa de la historia de TF:
Tampoco
me pareció convincente la teoría de la vindicta moral, según la cual Tamara
castigó al corruptor que perturbó sus sentidos y la sometió a prácticas
aberrantes y la convirtió en su esclava sexual. Pero no, esto era demasiado
barroco y truculento, sin tener en cuenta que ella no sólo se había emancipado
y vengado de su ¿corruptor? (Según [sic: debe ir con minúscula] me contaron
Emperatriz y Corso ella, como venganza, sedujo a Vorosilov, amigo íntimo y
probable amante de Arancibia), sino que siguió disfrutando libremente del amor
y el sexo y, al parecer, no perdió la alegría de vivir (p. 182).
Aquí hay una inexactitud, pues TF se
separó de Arancibia cuando se graduó y al año siguiente de esto se accidentó, o
sea que su emancipación no le permitió vengarse como ahí se afirma, porque la
seducción de Vorosilov será antes de «emanciparse» y ello no fue motivo de
ruptura, y se sobreentiende que después del accidente ya no pudo seguir
disfrutando del amor y el sexo. Y si ese es el resumen de la vida de TF, no
cabe la menor posibilidad de compararla con las mujeres de Sendero, para saber
si su reportaje es mejor o peor que el de ellas, como se hace entre las pp. 180
y 181:
Estoy
segura (dice Muriel) que será una crónica (la de TF) más bacán, mejor de (sic:
«de» debe ser reemplazado por ‘que’) la que me diste a leer sobre las mujeres
de Sendero,
y
no cabe la comparación entre ambas crónicas, porque son polos opuestos, y lo
máximo que se puede hacer es marcar las diferencias pero no establecer
jerarquías. Por eso, cuando en la página siguiente se dice (barajando otra
hipótesis de Muriel):
En
esta línea —es decir, la de la venganza moral—, Muriel propuso dos variantes.
Según la primera, Tamara Fiol, antigua luchadora que no había abdicado de sus
principios, decide liberar a la sociedad peruana, vamos, a la humanidad entera,
de una sabandija repulsiva, de una basura humana, cuyo poder corruptor y
arrogancia crecía de manera ilimitada (p. 182).
Y, bueno, en principio, Muriel sabe de
TF lo que MB le ha contado, y ya se sabe que este está exagerando las
cualidades de luchadora y de revolucionaria de TF, a pesar de que ella misma ha
marcado los límites de su actividad política, reduciéndola a lo que cuenta de
sí misma, que se resume en lo acotado arriba por MB. Pero este todavía insiste
y desestima esa posibilidad revolucionaria señalando lo siguiente:
Solo
que mi amiga, ¡mi colega!, pasando por alto el dato de la invalidez, olvidaba
que a Tamara Fiol, mujer coherente, le estaba vedado el camino de la violencia
por su militancia como defensora de los derechos humanos, de la paz y del
derecho universal a la vida (p. 183).
Y todo este rollo contradice el discurso
en contrario que el narrador, MB, desarrolla en el resto de la novela, y,
específicamente, al final de este capítulo (IX), cuando —por lo menos en
sueños— escucha a Muriel insistir «en su tesis de la militancia secreta de
Tamara Fiol», y en el mismo sueño interviene Emperatriz, diciendo: «Tamara era
de la línea dura. Una radical. Como lo era Arancibia.» Y aun dice que Muriel
también insiste: «Es lo que yo te digo, Morgan. Era una violentista.» Pero uno
se pregunta, ¿por qué ese empeño en hacer pasar a TF como una luchadora, una
revolucionaria, una radical, una violentista, y hasta una agente secreta de
Sendero? Antes de responder veamos esta especulación de MB, no obstante haber
precisado que ‘siendo una mujer coherente no podía ir contra sus principios
humanitarios’, dice:
…
cuando finalmente Muriel se quedó dormida, volví sobre sus conjeturas en
relación con la supuesta militancia marxista-leninista, incluso, tal vez
maoísta, de Tamara Fiol. Era una hipótesis demasiado forzada, aunque ahora me
parecía no del todo imposible. ¿Y si ella hubiera sido una militante secreta de
SL, con tareas muy específicas para el frente externo57? Y como
sostenía Muriel, en el organismo de derechos humanos de la ONU Tamara había
(sic: habría) tenido el camuflaje perfecto para desarrollar actividades
secretas. No era imposible, había muchas historias de este tipo en el
movimiento comunista internacional y como todo el mundo sabía por las novelas
de Ambler, los agentes dobles abundaban en el mundo del espionaje. ¿Acaso no
había sido demasiado parca cuando le pregunté sobre sus relaciones con el
marxismo? De cualquier forma, en aquella lucha interna del PC de los años
sesenta, Tamara Fiol me reveló que había optado por la línea pekinesa, aunque
por razones prácticas había ido a Moscú para luchar contra la invalidez (p.
184).
En esta cita hay bastante pan por
rebanar. En principio, todo lo dicho es una especulación de MB en torno a otra
especulación de Muriel: que TF tuvo que ver con la muerte de Arancibia, porque
nunca dejó de ser una «luchadora, revolucionaria, radical, violentista» lo cual
apuntalaría su relación con SL y justificaría el hecho de que se haga una
novela sobre su vida, pero en medio de todo ese despliegue especulativo está
pendiente la objeción del narrador respecto de su coherencia con los derechos
humanos, más que nada por su vínculo con la oficina de Derechos humanos de la
ONU en que trabaja, que le impide asumir cualquier tipo de violencia, al menos
expresamente; pero también deja mal parada su coherencia revolucionaria, pues
prefiere identificarse con la doctrina humanitaria de un organismo burgués,
dependiente del imperialismo, antes que ser fiel a sus convicciones de
juventud, supuestamente firmes entonces.58 Y en esa disyuntiva surge
entonces la doble especulación (de MB y de Muriel): que TF realiza el papel de
«doble espionaje», es decir, espiar para SL y para la ONU, lo cual tampoco la
deja bien parada, pues estaría cometiendo también doble traición. Por otro
lado, para justificar esa especulación se usa el siguiente argumento: que no
sería la primera vez, que hay muchos ejemplos en el plano internacional, y para
mayor abundamiento se dice: «como todo el mundo sabía por las novelas de
Ambler, los agentes dobles abundaban en el mundo del espionaje», entonces cabe
preguntar: ¿todo el mundo ha leído las novelas de Ambler?, autor este que no
es, por lo demás, muy conocido (salvo por los aficionados a las novelas de
espías), y cuya opinión tampoco sería convincente porque según la teoría de la
novela manejada en el texto por la misma TF, ese género narrativo es
esencialmente mentiroso, es decir, pura invención. Asimismo, MB busca reforzar
su especulación de que TF fue agente de SL encubierta en la ONU, recordando que
cuando él le preguntó sobre sus relaciones con el marxismo TF se mostró
bastante parca; pero los lectores no olvidamos que lo hizo no para encubrir su
papel de agente sino por ignorancia del marxismo, pues ella reconoce que no fue
una buena estudiosa de él, y eso es refrendado con las opiniones totalmente
desfasadas que vierte respecto de algunos planteamientos de Marx; pero, aun
más, MB recuerda que —según opinión de la misma TF— en la ruptura entre
moscovitas y pekineses ella optó por la segunda, pero —también sin una férrea
convicción ideológica, más bien se podría decir que actuando oportunistamente—
prefirió ir a Moscú para su tratamiento médico, el mismo que es considerado por
el narrador —de manera exagerada, por cierto— como si fuera una ‘lucha de TF
contra la invalidez’, cuando su viaje a Moscú ha sido como paciente y no como
actuante; no ha ido a luchar contra la invalidez, ha ido para que los médicos
rusos la curen de su invalidez, esto es distinto a decir que TF «había ido a
Moscú para luchar contra la invalidez.»59
Finalmente, para ir concluyendo con este
avance de la relación Arancibia/TF, en la p. 367, ella le increpa a Arancibia
lo siguiente:
…
ahora, en estos años de guerra, te has convertido en líder de opinión contra la
subversión. Se cuentan tantas cosas de ti. Aunque debe ser un testaferro, no
exento de brillantez, quien escribe los artículos que firmas, te has convertido
en jurista que postula, fundamenta y propugna una ley antiterrorista. Con
juicios sumarios, con jueces sin rostro, y la pena de muerte para los
terroristas.
Y uno se pregunta: ¿Por qué esa
insinuación —no desmentida por Arancibia— de que él no escribía esos artículos
que se le atribuyen?, este dato es tan ripioso como las farmacias de que fue
propietaria TF: no tienen ninguna incidencia en el desarrollo de la historia. Y
no se pierda de vista que TF vuelve a referirse a los actores de esa guerra
llamándolos terroristas. Por otro lado, toda esa perorata ya fue expuesta por
Muriel en la p. 331, quien se pregunta respecto de Arancibia, ¿cómo llegó a
convertirse: «en el intelectual adversario de todas las izquierdas a las que
denunciaba y denigraba a través de sus artículos»? Y nótese que aquí no se
insinúa que él no fuera el autor. Y aun agrega Muriel: «Recuerda que los
últimos artículos versaban sobre la necesidad de una nueva ley antiterrorista y
de los jueces sin rostro. Por eso creo que no se debe descartar del todo que SL
o MRTA60 lo hayan ejecutado. Y a mí me tinka (sic61) que
Tamara Fiol sabe más que nadie sobre esta conjetura.» Pero también se impone la
pregunta: ¿por qué TF debía saber más que nadie sobre esa conjetura, si de la
lectura de toda la novela no se desprende que sea militante de ninguno de los
dos partidos, si está inválida desde 1968, y si —en los años previos a este
suceso— solo activó en la Juventud del partido moscovita? Y, además, en la p.
183, se dice que había:
un
fondo demasiado especulativo e indemostrable, como la aseveración que (sic: de
que) Tamara continuase siendo en lo íntimo una revolucionaria en la tradición
del marxismo-leninismo. Por lo demás, aunque ella no había abordado el tema a
fondo, tengo entendido que Sendero no veía con buenos ojos a Tamara Fiol no
sólo por haber salvado a Azpur en Huamanga, sino porque la organización del
Presidente Gonzalo rechazaba la doctrina de los derechos humanos…
Raúl Arancibia es un personaje que
permite, además, develar muchos aspectos de la vida licenciosa de TF, los
mismos que desmienten su calidad de luchadora social. Veamos: «“Viéndolo con
objetividad —había dicho Arancibia—, encontrarme en la mera calle me hizo bien.
El partido me cortaba las alas. Y estar rodeado de sujetos acomplejados te
amargaba el alma. Era un pequeño mundo de ilusos que hacían la revolución en
sus mentes”.» (p. 400). Si ese era el panorama del «partido» en los años
sesenta (en los que TF activó: con la revolución solo «como ideal»), ¿cómo se
puede demostrar el carácter de luchadora social, de combatiente, que se le
pretende atribuir? Es más, en las pp. 407-408 (en que explica por qué renunció
al partido) ella misma describe la situación degradante a donde la condujo
Arancibia, quien previamente le dice: «… te llevé a otro hotel, que quedaba a
dos pasos. Pero yo no quería hacerte así el amor. Estabas asquerosamente
borracha. Así que te di un par de jaladas de pichicata. Despertaste. Una carga
de lucidez agresiva. Tus ojos me decían: atrévete. Entonces te la metí con toda
mi furia. ¿Sucedió así? ¿O son fantasías mías?» (…) Y más adelante reitera:
«¿Todo esto lo soñé? ¿He mentido?» Y TF le responde: «No, no — decía ella—.
No.» Y aquí TF continúa el relato dirigiéndose a MB:
«Tamara
había interrumpido su relato. “No me sentí una mujerzuela. Tampoco degradada,
Morgan. Me sentí una estúpida. Una tarada.” Me contó que al despertar hubiera
querido morirse. Deseaba que la tierra se la tragase. Había viajado a Huacho.
Había tomado el hotel más barato. Se la comían las pulgas. Olía a suciedad, a
roña. Sin embargo, había permanecido dos días sin probar bocado. Al tercer día,
por la noche, había salido a comer algo. El dinero le había alcanzado para dos
noches más. Pero cuando había vuelto a Lima ya había tomado una decisión que
sería irrevocable. Al responsable del comité le presentó una carta muy escueta
renunciando al partido por razones personales y luego hizo lo propio con el
Centro Federado de Ciencias, donde era dirigente. La habían buscado Kymper y
César Arias. No les había dado las verdaderas razones. Que era una burguesa
decadente. Irredimible. Que no era digna de pertenecer a un partido que quería
cambiar el mundo y la vida. En cambio, les había dicho que ya estaba harta de
la militancia. Que había descubierto que era una podrida burguesa a la que le
gustaba el dinero. Así que le sacaría provecho a la profesión. “Pero lo más
desconcertante que hice —me dijo— es que reanudé mis relaciones con Arancibia.”»
(pp. 408-409).
Igualmente, Arancibia pondrá en
evidencia otra devaluación de la calidad de «luchadora social» de TF. El
narrador dice que «De manera sibilina Arancibia la había felicitado [a TF] por
haber logrado desalojar a los ambulantes que habían invadido el zaguán y los
patios de la construcción que databa de los años veinte» (p. 405). Y, en
realidad, no es «de manera sibilina», porque es una situación «real»; aun
cuando el narrador quiera minimizar el hecho indicando que esto lo dice Arancibia
de manera subrepticia o furtiva, lo cierto es que TF, sí, actuó en ese sentido,
es decir, en contra de los ambulantes, porque ella no quería abandonar dicho
edificio y «luchó» para que fueran los ambulantes quienes lo abandonaran. En la
p. 412, Arancibia vuelve a pormenorizar el hecho:
“¿Te
acuerdas cuando te propusiste hacer desalojar a los ambulantes que habían
invadido el zaguán y los dos patios? Movilizaste a los vecinos. Firmaron un
memorial, pero nadie les hizo caso. Después de que agotaste la vía municipal,
los vecinos empezaron a abandonarte. Tenían miedo a la represalia de los
ambulantes que rompían vidrios, se llevaban mármoles de las escaleras,
destrozaban el enlosetado de patios y corredores, meaban y se cagaban en las
puertas de las casas62. Te quedaste sola, pero igual continuaste con
la lucha [sic: lucha contra los trabajadores]. Acudiste a la prensa que
consideró que [sic: queísmo] el caso no tenía ningún interés público. Seguiste
la vía judicial. Después de meses, un juez ordenó el desalojo, pero la policía
se negó a ejecutarlo. Le respondieron al juez que la policía estaba totalmente ocupada en su lucha contra los
terroristas y carecía de efectivos
para ejecutar el mandato. Cuando cada día
salías para la oficina, la gente se reía
en tus narices, te ponían apelativos
infamantes que aludían a tu
invalidez. Vivías en tal estado de
estrés que hasta afectó tu trabajo. [sic: cursivas nuestras que destacan lo
cacofónico de la terminación “ía”]. Pero, de pronto, el día menos pensado, a
las cinco de la mañana, dos camiones repletos de guardias de asalto [sic: para
entonces ya no se denominaban así, sino USE: Unidad de Servicios Especiales]
llevaron a cabo el desalojo, con bombas lacrimógenas, varazos y todo…”
Es decir, ¡qué clase de luchadora social
es esta que «lucha» contra los trabajadores!, informales y todo pero
trabajadores al fin. Las pruebas en contra de la supuesta calidad de luchadora
social, combatiente y revolucionaria atribuida a TF, son concluyentes, y sería
redundante abundar más en ellas. Podemos, pues, concluir este apartado citando
a Leon Surmerlian: «… un personaje no es capaz de realizar todo tipo de
acciones, solo aquellos actos que son necesarios o probables, y que son
consistentes con su naturaleza».63 Y la naturaleza de TF no se
condice con las cualidades de luchadora social ni de «mujer de alta moral» que
le prodiga el narrador. Y la última cualidad de «mujer de alta moral» es la que
todavía queda por desestimar. Y es lo que vamos a hacer, a continuación.
_________
Notas
(37) Frase mimética de la vargasllosiana: «¿En qué
momento se jodió el Perú?»
(38) ¿Cuáles «compañeros»?, si para entonces —cuando
dice que bailó con la música de Celia Cruz: la noche anterior al día del
accidente— ya había renunciado a la Juventud Comunista.
(39) El escritor argentino Javier Prado, en su libro
Historia del gorilismo desde 1810, dice que en un reportaje de la revista
Visión (10-03-79) «… Borges termina por sacarse la careta: “tengo la conciencia
tranquila. Durante la dictadura peronista nadie ignoraba cuál era mi postura
(…) yo en cada conferencia que daba, siempre expresaba mis opiniones contra el
gobierno. Eso nadie lo ignoraba y la prueba está en que cuando, en 1955,
ocurrió felizmente la Revolución Libertadora, ese gobierno me nombró director
de la Biblioteca Nacional. Y eso no se hizo por mis méritos literarios. Sólo se
hizo parcialmente por otros méritos, que los hay, porque se sabía cuál era mi
actitud”, y reflota su odio (racial y social) al peronismo: “Cuando supe el
resultado de las últimas elecciones, cuando supe que siete millones de
argentinos habían votado por el peronismo, ese mismo día renuncié a mi cargo de
director de la Biblioteca Nacional (…) Yo descreo de la democracia, después de
las calamidades que nos trajo”. Hay que recordar que todas estas cosas las dijo
en plena dictadura. Le venía muy bien a Videla que este “referente” siguiera
haciendo elogios a la dictadura. Borges hace la confesión más terrible, y sin
embargo ocultada por quienes sostienen su figura para apuntalar sus proyectos
políticos: “hay dictaduras y dictaduras (…) La dictadura ilustrada no es mala.
Pero una dictadura de rufianes y prostitutas sí. El caso de Perón sí, porque
era una dictadura. Perón recibió un país próspero, en esplendor, en el cual
había sentimiento del honor”. Y por supuesto hace una encendida defensa de
Videla: “Ahora, aquí, desde luego, tenemos analfabetismo, tenemos robos,
tenemos secuestros. Mientras tanto, creo que la dictadura puede ser necesaria”.
Queda demostrado que Borges fue complaciente con los asesinos, dictadores y
traidores. Borges jamás disimuló su hostilidad racial y social contra las
masas… Borges estuvo del lado de las minorías reaccionarias a las que siempre
perteneció: “los indios siempre han sido nuestros enemigos aquí. Mi abuelo se
batió con ellos (…) los cristianos degollaban a los indios. Creo que se había
vuelto necesario”. No podía dejar de alabar a la dictadura: “Creo que debemos
defender a este gobierno, al general Videla, y, al mismo tiempo, ver que no
todo va rápido” (PRADO, A-2010: 265).
(40) Como se sabe, el Búfalo Pacheco fue asesinado por
SL en la década de los ochenta, y esto no es aprovechado en la novela para
ilustrar la violencia senderista, o sea que la mención de Pacheco aquí resulta
también ripiosa.
(41) Al parecer, este nombre pertenece a una persona de
la vida real; en el libro de ensayo La generación del 50 (B-1988), se la
menciona —modificando el apellido: Varaona— como «luchadora social» e
integrante de la aludida generación, y en la medida que en la novela es
personaje que solo se la menciona para endilgarle ese perfil, esto deviene
denigrante.
(42) Similar expresión se pondrá en boca de Raúl
Arancibia: «Qué aburrimiento, Bracamonte, la de cosas que tuve que chuparme del
viejo» (p. 163). No hay, pues, mucha distancia entre el redomado reaccionario y
la «luchadora social».
(43) Similar reflexión por parte de MG se encuentra en
el libro de ensayos La invención novelesca (B-2008a). «Tengo convicciones muy
arraigadas. Desde niño supe para siempre de qué lado estaba mi corazón. Sigo
creyendo que las rebeliones del individuo y las colectividades, no importa cuál
sea el sistema social vigente, siempre se justificarán» (IN: 131, cursiva
nuestra). La última frase refleja la actitud del «francotirador» (actitud típicamente
pequeñoburguesa) que puede rebelarse incluso contra el régimen socialista, pues
los únicos sistemas sociales vigentes que se dan en la historia contemporánea
son los del capitalismo (incluidas sus variantes nazi-fascistas) y el
socialismo. Esta es la misma tesis de Mario Vargas Llosa, quien —interpretando
a Camus— dice: «todo aquel que pinta, escribe o compone [debe] conservar su
independencia y recordar al poder a cada instante y por todos los medios a su
alcance, la moral de los límites» «Albert Camus y la moral de los límites»
(VARGAS, A-1983: 251). Y es pertinente recordar que esa «recusación de todo
poder» fue rechazada a su vez por MG en la época de La generación del
cincuenta. Es decir que, en la década de los ochenta, llamada por MG «época del
imperialismo y las revoluciones sociales» habían aparecido «nuevas oleadas de
anticomunismo, agnosticismo y nihilismo, con manifestaciones ideológicas que
señalan ‘el fin de las ideologías’, o como negación de la historia y oposición
a todo tipo de Poder…» (B-1988: 31).
(44) Es una reflexión propia de los renegados, que
incineraron todos sus libros de marxismo al enterarse del derrumbe del
socialismo burocrático de la Europa del Este, porque para ellos «el
derrumbamiento del Muro de Berlín y la desaparición de la URSS» significó la
clausura de la lectura del marxismo.
(45) Y se contradice a sí misma porque cuando su padre
planteó que no se debía abandonar el optimismo ella dice que: «Huevadas así
solía decir» (p. 80).
(46) Lo mismo ocurrirá con el ajusticiamiento del
búfalo aprista, en el que —aparentemente— actuó solo de instigadora, como ya
hemos adelantado y se dilucidará oportunamente.
(47) ¿Cómo que «con todas las de la ley»? Aparte de
falsaria es cínica: ¡si se está atropellando la ley!
(48) Esta expresión: «Todo esto lo dijo, por cierto,
antes de que se hiciera pública su muerte» es atribuible al narrador, y se debe
entender que Azpur dijo todo eso «antes de que se hiciera pública» la muerte de
la primera mujer de Abimael Guzmán; pero, así como está escrito, está mal
formulado; pues del contexto se desprende que eso lo está diciendo ‘antes de
que dicha mujer hubiera muerto’, y, en todo caso, la expresión cuestionada ha
debido atribuirse al personaje y no al narrador, quedando como sigue: ‘Todo esto
—dijo—, por cierto, antes de que se hiciera pública su muerte.’ Aunque siempre
resultará ser una acotación ociosa, porque ninguna de las «cualidades» físicas
o ideológicas del personaje se iban a considerar como actuantes después de su
muerte, incluso ni como paciente de la admiración de los demás.
(49) Para que se separe la segunda «i» de la primera,
debe ponérsele tilde (‘odriísmo’), si no la palabra se debe leer como si fuera
una sola «i». Un caso similar se da en la p. 73: «Cómo se divertían los
cabrones leguiistas».
(50) ¿No hemos visto en párrafo anterior (puesto en
cursiva por nosotros) lo dicho por TF, que iba a pedir su incorporación al PC:
«al margen del padrinazgo de Arancibia»?
Esa solicitud de ingreso al PC ‘prescindiendo de Arancibia’ también sale
sobrando porque la misma TF en otro momento dice que, desde que conoció a
Arancibia, este «durante algunos meses, me explicó el abecé del marxismo,
mientras paralela o simultáneamente sometía a mis sentidos a otros estímulos.
Finalmente, cuando creyó que yo había sucumbido a su dominio, me presentó a un nuevo círculo de estudio
que, como lo supe luego, era una célula de la Juventud Comunista.» (p. 87).
O sea que fue antes de que fueran a Guayaquil que la relacionó con la JC, y no
fue «al margen del padrinazgo de Arancibia».
(51) Es más, el autor mismo coincide en esta
apreciación, en una crítica que hace a Mario Vargas Llosa, dice: «Que un
escritor (o un futuro escritor) sobre todo en la adolescencia y juventud, haya
ingresado al Partido Comunista, como parte de lo que suele llamarse búsqueda
existencial, de su identidad, o como rebelión contra el mundo familiar, no hace de él un revolucionario. En
realidad, la historia del jovencito de conciencia infeliz que se incorpora a la
militancia revolucionaria como cura para sus ansiedades y termina en la
desilusión, la soledad y la apostasía, es más bien un tópico de la novela
contemporánea.» (¿MG está insertando su novela en ese tópico?) Cf. El pacto con el diablo (B-2007: 289).
(52) En esta novela de TF hay una crítica velada a otra
novela de Carlos Eduardo Zavaleta, Los
aprendices, crítica esta de la que trataremos en otro capítulo. Aquí
mencionamos el caso porque en la novela de Zavaleta se supone que la
protagonista fue hecha con el mismo modelo real de TF, y lo cierto es que
también está relacionada con otro personaje de nombre Raúl, que igualmente la
trata con el mismo calificativo de «puta», pues la descubre en arrumacos con un
amigo, y les dice: «De ti no me llama la atención, Mati —dijo Raúl—; siempre
has sido medio putona. Pero tú, Gardo, creí que no podías quitarle la muchacha
a un amigo. Chau, te la regalo» (A-1977-a: 38).
(53) Como ya tuve oportunidad de decirlo, finalmente
esta novela apareció en el año 2014 (el presente trabajo lo realicé entre los
años 2010-2011). Y la he leído, pero ya no me daré el trabajo de analizarla y
comentarla, porque tiene tantas «caídas hondas» (como páginas, más de 600) en
el plano ideológicopolítico, que ya no me sorprendió, como ocurrió con TF, pues
con esta creí que era un traspié pasajero. Pero con las subsiguientes: Pasión
Latina y Kymper, he quedado convencido de que el traspié sospechado, en
realidad, ya es paso de polka.
(54) Algo similar se puede rescatar en la p. 374,
cuando TF dice del mismo personaje Kymper que: «… creía en la necesidad de la
lucha armada para llegar al poder; pero creía también que mientras el partido
estuviera dominado por los revisionistas kruschevistas no podría dar ese salto.
Y asimismo estaba contra el anarquismo y el aventurerismo, que postulaba que
matar a unos cuantos individuos bastaría para llegar al poder.» No se pase por
alto que en esa última expresión hay una crítica velada contra Sendero
Luminoso, por sus matanzas indiscriminadas, y contra los movimientos
guerrilleros de los sesenta que eran calificados de «aventureros» por el mismo
SL.
(55) Pero el hecho de no detenerse en el capítulo
aludido, no empece para dejar de
destacar —en el lugar correspondiente: cuarto capítulo— los errores de
escritura que hay en ese largo espacio narrativo.
(56) Aquello de «propia y exclusiva» es pleonástico,
redundante, innecesario, bastaba quedarse con un solo calificativo; igual
traspié se ve en la p. 51, cuando el narrador dice: «la cita sería en su propio
domicilio», bastaba con decir «en su domicilio».
(57) Hay dos libros que desmitifican a SL: de Eduardo
Ibarra (A-2010) y Julio Roldán (A-2011), y en ambos se establece que SL fue
renuente a establecer frentes ni internos ni externos, o sea que sale sobrando
esa posibilidad de que TF hubiera participado como militante «con tareas muy
específicas para el frente externo».
(58) Además, la misma Muriel (en medio de estas especulaciones)
ha sugerido que «Tamara Fiol, antigua luchadora que no había abdicado a (sic:
de) sus principios, decide liberar a la sociedad peruana (…) de una sabandija
repulsiva, de una basura humana…» (p. 182).
(59) Esa tendencia a exagerar el uso de la palabra
«lucha» se la encuentra también en los ensayos del autor; por ejemplo en el
libro Los Andes en la novela peruana
actual (B-1999) dice: «… sigo siendo [sic: falta ‘un’] autor que aún lucha
y no ha perdido la esperanza de escribir una buen [sic: buena] novela» (p. 7),
uno se pregunta: ¿‘lucha por escribir una buena novela’?
(60) La sigla MRTA alude a ‘el Movimiento’ y debe ir precedido del artículo «el»; no ocurre eso
con SL porque esta sigla se ha independizado de «el Partido Comunista».
(61) La palabra correcta es con «c», tinca, sinónimo de
presentimiento; con «k» es un neologismo adosado a un juego de azar, cuyos
resultados se anuncian en la televisión.
(62) Esta es una exageración inverosímil, pues los
ambulantes no iban a destrozar el local que les servía para desarrollar su
comercio. Y si a ello se suman los términos excrementicios, todos ellos son
elementos que abonan a lo indigesto de la novela, propio del naturalismo.
(63) Antonio Rodríguez Salvador, «Las palabras y los
muertos: otra historia de un deicidio (desde la a hasta la z)», en: La Jiribilla, Revista de Cultura Cubana,
La Habana, 2007.
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