(Sexta y Última Parte)
Edwald
V. Iliénkov
[Filosofía helenística]
El
desarrollo de la filosofía después de Aristóteles se produjo en las condiciones
históricas de la destrucción y desintegración del régimen esclavista antiguo y
de su estatalidad.
El profundo vínculo interno de las tres
fundamentales doctrinas post-aristotélicas (el estoicismo, el escepticismo y el
epicureismo) con este fatídico proceso para el mundo antiguo lo vio ya Hegel; y
el joven Marx, en su disertación doctoral, la ilustró con toda la exactitud que
era posible en el terreno de una visión idealista objetiva de la historia. Con
todo lo engañoso de la comprensión de las causas generales que provocaron el
hundimiento tanto del mundo griego real, como de su expresión filosófica
abarcadora en el sistema de Aristóteles, es profundamente certera la
comprensión del hecho de que estas son dos formas de expresión, según Hegel, de
un “tercer” momento crítico en el proceso de realización del espíritu absoluto
en el mundo, y de acuerdo con la comprensión materialista de la historia se
trata de la desintegración de la formación social esclavista.
En la caracterización de la época que
engendró las doctrinas de los estoicos, de los escépticos y de los epicúreos,
en Marx ya se encierra una evaluación general de aquella relación en que se
encuentran estas tres escuelas respecto del desarrollo precedente del
pensamiento filosófico.
Y si la desintegración del imperio
mundial de Alejandro Magno, el cual en corto tiempo unificó artificialmente
elementos completamente diversos, con frecuencia es comparado con el destino
del sistema de Aristóteles, también destruido por fuerzas centrífugas en las
que se contenían principios mutuamente excluyentes, esta semejanza de destinos,
desde el punto de vista de la comprensión materialista de la historia, es
totalmente comprensible. La imagen artística del joven Marx transmite certera y
profundamente el ánimo de la época abierta luego de Aristóteles: “Así, por ejemplo,
la filosofía epicúrea y la estoica fueron la felicidad para su tiempo: así la
mariposa nocturna, luego de la caída del sol común a todos, busca la luz de las
lámparas, que los hombres encienden cada uno para sí”.
El edificio esbelto del mundo griego se
desplomó ante los ojos de sus habitantes: salvar el “todo” fue ya imposible, y
cada uno intentó salvar aunque fuera una parte del mundo habitual. No es de
extrañar que el sistema de Aristóteles (este esquema filosófico general de la
conciencia antigua) se quedara suspendido en el aire. Se desintegró aquel
“todo”, cuyo “bien” este sistema adoptó en calidad de principio universal
(vinculante), y se dispersaron aquellos elementos que este principio cimentaba.
El desarrollo de la filosofía en estas
condiciones no podía tampoco realizarse bajo la forma del desarrollo total
ulterior del sistema aristotélico.
Aristóteles parte del “todo” y contempla
al individuo humano como un elemento realmente subordinado a este todo. El
“todo” con su orden universal es la premisa de todas sus construcciones. Por
eso, en el pensamiento, el individuo humano está también capacitado para
contemplarse a sí mismo como “desde fuera”; desde el punto de vista de aquel
“todo” universal, organon del cual lo
es el alma pensante del individuo.
Sobre esta base él trata la cuestión de
la relación de lo “universal” con lo “singular” como una cuestión puramente
lógica, la toma directamente en su forma universal.
Completamente distinto es el punto de
vista de partida en sus sucesores. Aquí la cuestión de la relación de lo
“singular” con lo “universal” desde el principio se antropologiza: esta se
plantea ante todo como cuestión de la relación del individuo humano singular hacia todo el “mundo” restante, cuyos
contornos universales lo hacen vacilante, turbio, inestable. Aquel universal
“orden de cosas” fuera de la cabeza, el cual Aristóteles consideraba “divino”,
consideraba medida y criterio de corrección de la inteligencia singular, empezó
a titubear.
Sus contornos precisos se fundieron y
fueron privados de cualquier significado “divino”. En el “orden de cosas” fuera
de la cabeza, el griego de esta época ya no podía ver un fuerte sostén para el
pensamiento, así como en el sistema de conocimientos, donde se expresaba este
orden destruido.
Aquí mismo es que surge la conocida
representación de los estoicos, que delimita crudamente su lógica de la lógica
de Aristóteles. Si para Aristóteles la palabra “logos” es la significación de
las cosas, y la cuestión sobre el significado de las cosas en el sistema de la
realidad, en los estoicos, por “sentido de la palabra” se entiende aquel estado
interior del alma, el cual es excitado por la cosa.
Entre la cosa, su forma objetiva, por un
lado, y el signo verbal, por otra, los estoicos establecen un eslabón
intermedio que no había en Aristóteles: el estado fisiológico-psicológico del
alma individual, aquel “cambio” que ocurre en el “alma” bajo la acción de la
cosa. La palabra, según los estoicos, designa no ya la cosa, sino solo el modo
de vivencia de las cosas por el individuo.
Esta posición de los estoicos representa en sí un híbrido suficientemente
ecléctico de un materialismo fisiológico tosco con un purísimo idealismo
subjetivo. La cuestión de la relación de lo “singular” con lo “universal” de
pronto se hace descender del plano de lo lógico general (en el cual fue
planteada y resuelta por Aristóteles) al plano de la relación de la percepción
sensorial (de la vivencia) de la cosa con la palabra, es decir, a un plano de
observación psicológico-semántico.
Si Aristóteles ve la definición de razón
como expresión inmediata de la situación objetiva universal de las cosas fuera
e independientemente del individuo existente, como expresión inmediata de
formas objetivas universales de la realidad, en esto él está perfectamente
acertado.
A su vez, cuando los escépticos y los
estoicos se encuentran frente al hecho de que aquellas formas objetivas de las
cosas que Aristóteles presentó en su sistema como “eternas”, como
“correspondientes a la razón divina”, se derrumban por un torrente de
acontecimientos, ellos de aquí sacan directamente la conclusión de que las
definiciones de Aristóteles son puras ilusiones verbales, puros fantasmas
subjetivos, a los cuales no solo no corresponde, sino que nunca les
correspondió ninguna realidad objetiva.
Con otras palabras, del hecho de que una
serie de determinados conceptos del sistema aristotélico dejó de corresponder
con la situación objetiva de los asuntos (por cuanto éste cambió) y de que en
la realidad objetiva ya no pueden observarse las formas que corresponden a
estos conceptos, sacan la conclusión acerca de la naturaleza lingüística del
concepto en general.
En Aristóteles el “sentido de la
palabra” es objetivo [предметен]. Esto significa que desentrañar la definición
de la palabra que designa un objeto [предмет], puede hacerse solo por la vía de
la definición del objeto, por la vía del esclarecimiento de su rol objetivo en
el sistema de la verdad.
No es así en los estoicos. En ellos la
palabra expresa no el objeto, sino en todo caso aquel “cambio” que el objeto
produjo en el “alma del individuo”, aquel estado interior del alma que ellos
denominan también “sentido de la palabra”.
Este famoso “lektón” –prototipo de la representación lógico-formal del
“concepto”– es precisamente aquello que “se dice” con ayuda y en forma de
palabra como un sonido fonéticamente determinado. Por eso ya para el estoico no es importante directamente en el “significado” objetivo
[предметное] de la palabra, sino aquel “sentido” que se relaciona en el “alma”
con esta palabra.
Con otras palabras, la visión de
Aristóteles sobre la relación de la palabra y el pensamiento se interpreta de
una manera puramente formal. En Aristóteles, aquello de lo cual se habla en el
discurso es el objeto [предмет] y su forma objetiva. En los estoicos, “aquello
que se dice” (el “lektón”), en ningún
caso es un objeto, sino solo aquello tal y como es vivido por el individuo, un
cierto estado subjetivo del alma individual.
Tal confusión de conceptos está ligado
al hecho de que los estoicos conciben al individuo aislado, singular, como
sujeto del conocimiento, al tiempo que Aristóteles –aunque en una forma
idealistamente mistificada– reconocía como tal la razón social conjunta de los
hombres, con la cual se relaciona el individuo a través de la adquisición del
conocimiento, a través de la asimilación de las determinaciones universales de
las cosas.
Por cuanto se hace del individuo el
punto de partida de la consideración, los estoicos también consideran la
relación de este individuo con el mundo que lo circunda. El vínculo de este
individuo con las cosas naturales se realiza a través de la sensación y la
percepción, y el vínculo con otros hombres, a través de la palabra, a través
del discurso. Y precisamente por eso, la cuestión del acuerdo del conocimiento
como tal con el objeto se mezcla perfectamente en ellos con la cuestión sobre
las normas que garantizan la simplicidad de la mutua relación entre los hombres
singulares.
Esta mezcla orgánica descansa también
sobre la base de toda su lógica, sobre la base de la interpretación
extremadamente formal de las ideas aristotélicas.
Su “lógica” (ellos también la llaman
“dialéctica”, aunque ella no tiene nada en común con la “dialéctica”
aristotélica) contiene dos partes. La primera –“phoné”– trata del “significante”, de los medios de expresión
verbal, de las partes del discurso. Aquí se contemplan las letras del alfabeto
como “partes integrantes de la palabra”, como fisiología de la letra, como
gramática, como cánones de composición de frases y palabras, de versos y
frases, e incluso como regularidades formales de la correlación de los tonos
musicales.
La segunda parte de su “lógica” trata
sobre el “significado”, es decir, sobre el “contenido de las palabras”, sobre
el “lektón”, sobre el lado semántico
del discurso, y se llama “semaynomen”.
Aquí nos la tenemos que ver con el prototipo antiguo formulado con exactitud de
la “lógica semántica” contemporánea.
Estas dos partes de una forma externa se
unen en una sola ciencia sobre la base de que el concepto fundamental común a
ambas la constituye la “palabra” como elemento del discurso humano. De aquí
–del significado etimológico inmediato del término “logos” (“palabra”)– los
estoicos es que producen la denominación de su ciencia: “lógica”, como ciencia
de la palabra, de la expresión verbal, de sus formas y estructuras.
El pensamiento y el discurso, de esta
forma, limpiamente se identifican ya en el punto original, y la doctrina del
pensamiento se funde con la gramática, con la retórica. El pensamiento, de
acuerdo con los estoicos, es el mismo discurso, solo que contemplado desde el
lado de su “contenido semántico”, desde el lado de su composición semántica.
Las representaciones en torno al
“contenido” de la palabra y del discurso asumen un carácter refinadamente
formal. Por “contenido” se tiene en cuenta ya no el significado objetivo [“предметный”]
de la palabra y del discurso, como en Aristóteles, sino aquella “suma de
rasgos” que es transmitida por los hombres a la palabra –transmitida en parte
espontáneamente sobre la base de la anticipación, de la “prodepsis”, en parte también por vía de un acuerdo artificial.
Precisamente de los estoicos es que toma su principio la tonta manera de
componer términos artificiales con “rasgos” pedantemente enumerados. Con esto
está también relacionada su idea de la “tabla lógica”, un original diccionario
de léxicos, donde todos los términos se determinan a través de un esquema de
géneros y especies: el prototipo de un pasatiempo semántico con lenguaje
artificial, el cual supuestamente está en condiciones de disipar todos los
problemas y contradicciones en los puntos de vista.
Sobre esta base es que realizan los
estoicos la revalorización y reconsideración de las ideas aristotélicas,
dándoles el carácter de normas absolutas del “discurso verdadero”,
interpretando formalmente la doctrina aristotélica de los silogismos, la ley
del “veto de la contradicción” y del “tercero excluido”, la cual en su
interpretación se torna antagónica a la dialéctica.
Es natural que si la doctrina del
pensamiento es formalizada por completo, la doctrina de las formas universales
de la realidad objetiva en Aristóteles, que entra orgánicamente en la “lógica”,
en la “dialéctica”, se separa en una ontología naturfilosófica ecléctica, en
una física que despliega fantasías especulativas místicas sobre un incendio
universal que periódicamente se repite, etc. El lugar del sistema rigurosamente
pensado por Aristóteles lo ocupa una mezcla abigarrada de ideas materialistas e
idealistas.
Todo esto permite concluir: la
interpretación estoica del pensamiento y la doctrina del pensamiento no
representan en ningún caso un desarrollo ulterior de la doctrina aristotélica.
Esta interpretación liquida todos aquellos momentos dialécticos contenidos en
la doctrina aristotélica del pensamiento, de sus formas universales, de su
relación con las formas universales de la realidad objetiva.
El mérito de los estoicos no está en
absoluto en el desarrollo ulterior de la “lógica” aristotélica, sino en
aquellas escrupulosas investigaciones (con frecuencia muy detallistas) que
ellos dedicaron a los problemas de expresión de la realidad en el discurso, en
la palabra: con otras palabras, la realidad sintáctico-discursiva del
pensamiento humano. El pensamiento se entiende en ellos ya no tanto desde el
punto de vista lógico universal, como desde el punto de vista de aquellas
formas en las cuales se realiza por el sujeto individual, es decir, en esencia,
psicológicamente. En este plano los estoicos hicieron no pocas observaciones de
detalle sobre las dificultades reales y las paradojas relacionadas con el
problema de la unilateralidad del empleo de los términos, con la cuestión de la
relación de la representación y el discurso, de la unilateralidad de la mutua
comprensión, etc., etc.
Sin embargo, en la comprensión de las
formas universales reales del conocimiento pensante (de las categorías), ellos
no solo no fueron más allá de Aristóteles, sino que empeoraron en extremo
aquello que él había logrado, matando con su interpretación estrechamente
formal todas las vivas clarividencias dialécticas del Estagirita. Allí donde
Aristóteles ve tanto la necesidad como la casualidad, y por tanto también la
dificultad de comprender su real correlación, los estoicos ven solo la
necesidad.
Allí donde Aristóteles ve, expresa
agudamente y luego investiga la presencia de determinaciones contrapuestas de
una y la misma cosa, siempre intentando encontrar para la contradicción
esclarecida la solución concreta, los estoicos con su “veto” formalmente
interpretado cierran incluso la posibilidad de investigar concretamente esta
contradicción. El “veto de la contradicción” en sus manos se convierte en un canon
apriorístico absoluto del “discurso correcto” y en esta forma excluye de
antemano la dialéctica incluso en su comprensión aristotélica.
Si para Aristóteles la presencia de dos
“opiniones” encontradas antinómicamente señala la necesidad de investigar la
realidad más consecuente y profundamente, para descubrir tras las “opiniones”
su verdadero prototipo –aquel mismo prototipo que desde un punto de vista luce
así, y desde otro, de una forma diametralmente opuesta– entonces, de acuerdo a
la lógica de los estoicos (a su comprensión del “veto”), tal vía se excluye de
antemano. Para ellos ya el “tercero no está dado”; y es necesario escoger entre
las dos “opiniones”, considerar una como verdadera, y otra como falsa.
Esta versión del “veto” está ligada orgánicamente
con el rampante empirismo de la “lógica” estoica: el discurso debe expresar
“correctamente” y de manera simple aquello que el individuo capta
inmediatamente con sus órganos de los sentidos en el estado de “fantasía
cataléptica”, es decir, al fin y al cabo la vivencia individual del objeto [“предмет”]
por el sujeto es en ellos el criterio definitivo de la “veracidad del
discurso”, de la veracidad del conocimiento. Está claro que tal interpretación
del “criterio de la verdad” es, en esencia, psicológica, y la “lógica” se
reduce al final al conjunto de aquellos cánones formales que deben observar en
la expresión verbal de la realidad sensorialmente perceptible.
Por eso mismo la “lógica” (la
“dialéctica”) de la Stoa se funde en
su real composición con aquello que Platón y Aristóteles llamaron “erística”,
retórica y gramática, y los elementos de la verdadera lógica de Aristóteles los
incluyen en sí de una forma en extremo ecléctica y formalizada. No por
casualidad en la lógica de los estoicos se puede ya observar la tendencia de la
tradición nominalista.
Con estos “perfeccionamientos” los
estoicos prepararon también la lógica aristotélica para la percepción de la
misma por los “padres de la Iglesia”, dieron un paso en aquella vía en la cual
la “lógica” adoptó aquella misma figura que Kant dos mil años más tarde
consideró definitiva, establecida de una vez y para siempre.
No era el tiempo todavía para la
conversión materialista de la lógica aristotélica en esa época; para esto no
había condiciones ni científicas ni socio-históricas. Como resultado la
interpretación aristotélica de la “identidad” de las formas universales de la
razón y de las formas universales del “ser” en los estoicos y en Epicuro se
abandona sencillamente.
En Epicuro se desarrolla
consecuentemente la comprensión materialista de una y otra; en los estoicos se
unen eclécticamente la interpretación materialista y la idealista del
pensamiento y del ser. Pero ni Epicuro, ni los estoicos, ni los peripatéticos
pueden ya plantear el problema en un nivel aristotélico. Las vías de la
“lógica” y de la “ontología” se bifurcan desde este punto por milenios enteros
para cruzarse nuevo solo en el tránsito del siglo XVIII al XIX y fundirse
definitivamente sobre una base materialista en Marx y Engels.
Completando la revisión del ciclo griego
del desarrollo de la filosofía, nos queda caracterizar brevemente a los
antiguos escépticos. En el plano de nuestro problema ellos son interesantes
solo desde un lado. Si la filosofía griega antigua esbozó todos aquellos campos
del conocimiento de los cuales debe formarse la teoría del conocimiento y la
dialéctica, los escépticos –estos últimos “historiadores de la filosofía” de la
antigüedad– enumeraron todos estos campos del conocimiento y los
reclasificaron, precisamente como problemas
planteados, pero no resueltos. Como problemas legados por la filosofía antigua
para un tiempo más feliz para la filosofía.
Estos eran los famosos “tropos” de la skepsis, cuya conclusión común resulta
el “levantamiento del juicio” en
general, la renuncia al abordaje racional de los secretos del ser, de los
secretos de la vida humana. Los problemas se amontonaban aquí sobre problemas,
entretejiéndose entre sí de tal forma que no queda esperanza alguna de resolver
aunque fuera solo uno de ellos, puesto que todos ellos se enlazan en un nudo; y
todo el nudo se enrolla en torno al problema de la contradicción.
He aquí los famosos diez “tropos de la skepsis”, los diez problemas decisivos
legados al futuro por la filosofía antigua:
1.
La esencia del primer tropo está expresada
así por Sexto Empírico: no podemos “juzgar ni sobre nuestras representaciones,
ni sobre las representaciones de otros seres vivientes, por cuanto constituimos una parte de una contradicción general y
como consecuencia de esto estamos necesitados más de soluciones y de juicios,
que lo que podamos juzgar nosotros mismos...” Nosotros solo podemos “decir qué
nos parece un objeto determinado, pero renunciamos a la afirmación de cómo es él
por naturaleza...”.. Puesto que rápidamente surgen las contradicciones; puesto
que nosotros mismos estamos estructurados de tal forma que incluso un mismo
objeto [“предмет”] en dos seres ya vivos se expresa no solo como dos
diferentes, sino como incompatibles sin contradicción...18
2.
El segundo tropo –la segunda contradicción
insoluble en los juicios– surge a fuerza de que de todos los seres vivos los
hombres son en esencia los seres menos parecidos entre sí y por tanto necesaria
y naturalmente son contradictorios unos con otros. Tenemos cuerpos diferentes,
y a esto se le agregan también las “almas”, las cuales se encuentran en
permanente conflicto con los propios cuerpos. Y si los seres vivos en general
se contradicen unos a otros porque tiene estructurados sus cuerpos de modo
diferente, por tanto el hombre se contradice a sí mismo, puesto que está
compuesto de mitades contrapuestas una a otra: de alma y cuerpo... Y a esto se
le agregan todavía las dificultades creadas por el discurso, por la Palabra, por el Logos...
3.
“Si incluso algunos de los dogmáticos,
siendo hombres con amor propio, afirman que en el juicio sobre las cosas es
necesario darle preferencia a ellos frente a otros hombres, nosotros, claro
está, sabemos que su exigencia está fuera de lugar. Pues ellos mismos componen
una parte de esta contradicción...”
Este tropo, por favor, no
necesita comentarios.
4.
Y cada hombre mismo, incluso el dogmático,
se contradice a sí mismo. En dependencia de los cambios de estado de su cuerpo
y su alma él vive “lo mismo” de modo diferente.
5.
Y no solo del estado de su cuerpo y su
alma, sino que también depende de circunstancias externas que “los mismos”
objetos [“предметы”] nos parezcan una cosa o lo contrario...
6.
Y de la “mezcla”. No hay en ningún lugar
objetos [“предметы”] “puros”, tal como se los quisiera representar nuestro
juicio, nuestro pensamiento...
7.
Y de los cambios que se producen en las
cosas y en nosotros mismos, –todo se transforma en su contrario, en dependencia
de la “correlación de dimensiones y composiciones”–, la cantidad se transforma
de pronto en calidad, el contrario del original, y nuestro juicio se contradice
con aquel que pronunciamos un minuto atrás...
8.
Y de las “relaciones”, en cuyo contexto se
percibe “una misma” cosa...
9.
Y de cómo –frecuente o raramente– aparece
esa cosa ante nuestros ojos. La rara puede aparecer con frecuencia, y la común,
rara vez. Y nosotros de nuevo caemos en contradicción...
10.
Y de nuestros postulados morales. Las
normas morales no son confluentes, se contradicen unas a otras, y el juicio,
guiado por ellos, también...
Como
resultado, nosotros no sabemos nada sobre si pudiera juzgar categóricamente:
esto es así, y esto no es así.
Solo una cosa sabemos con certeza sobre
el mundo y sobre nosotros mismos: que tanto el mundo como nosotros mismos
estamos dominados por la contradicción.
He aquí algo sobradamente indiscutible. Esto lo demuestra incondicionalmente la
historia de la vida y de la filosofía de la antigua Grecia; esta es su
indiscutible conclusión resultante. Sobre el mundo y sobre nosotros, y,
consecuentemente, sobre nuestros juicios, sobre nuestro pensamiento, rige la dialéctica. Nos guste o no; esto es así.
Esto a la vez es la verdad objetiva y subjetiva alcanzada por la historia del
conocimiento.
Esto, por lo visto, es lo que quiso
decir Lenin al señalar que la filosofía griega antigua solo esbozó aquellos campos del conocimiento de los
cuales debe formarse la teoría del conocimiento y la dialéctica. La teoría
del conocimiento como dialéctica. La lógica del “juicio” como dialéctica. Como
lógica que no teme a las contradicciones, sino que sabe resolverlas.
____________
Notas
(18)
Claro, y aquí la cuestión que aparece ante Sexto es: ¿Y tienen los animales
razón?
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.